Capítulo XIII
El sol comenzaba a ocultarse, la luz del cielo se oscurecía con calma, pero para el reino, el día tan sólo acababa de empezar pues ellos disfrutaban la alegría y la diversión que los nobles habían preparado.
El joven rey permanecía al lado de Fioret con los niños del orfanato, la hermana les había invitado a cenar pese a que en su interior la culpa le invadía y no encontraba como disculparse por albergar tales pensamientos.
Los pequeños reían, pues un increíble y divertido señor les había visitado para jugar con ellos. Su inocencia no había sido tocada aún por los prejuicios que guardaban todos los habitantes de Thevur.
—Señor, señor ¿Podríamos ir al festival? —preguntó con ilusión uno de los niños.
Daryuth dirigió su mirada hacia la hermana en busca de una respuesta, le alegraba agradarle a los pequeños pero la última palabra la tenía quien los cuidaba. Aunque, por otra parte, un poco de miedo le invadía.
El sólo pensar en los horribles comentarios que le serían lanzados por los demás al verlo y un posible cambio en la opinión de quienes le habían aceptado, le atormentaba.
Pero sabía bien que no debía dudar, él era el rey y tenía que enfrentar los problemas sin acobardarse. No huiría más.
Fioret observó como tras terminar de comer, el joven rey se levantó de la mesa y se dirigió a la cocina del orfanato.
Una sonrisa se asomó en su rostro al seguirlo y observar como el monarca de Thevur enjuagaba los platos que había usado.
—Su alteza—llamó ella sonriendo.
Él se llenó de nervios al escuchar su voz y de sus manos un vaso resbaló, pero con rapidez lo tomó antes de éste caer al suelo.
—Señorita, le agradecería no comentarle a Odeth de ésto —comentó él señalando los platos.
Una pequeña risa se escapó de ella, conocía bien a la líder de la las criadas e imaginaba lo que le diría. Lo obligaba a dejar los quehaceres a un lado y siempre le advertía que ella era la encargada de hacer todo ésto.
Pero Fioret suponía su motivo, Odeth quería tratarlo como el rey que era ya que su propio reino no valoraba el trabajo que él ejercía. Ella le reconocía y quería demostrárselo tratándolo como un miembro de la realeza a la que pertenecía.
—Soy una tumba —respondió ella haciéndo señas de silencio.
Los niños terminaron de comer y el joven rey se dedicó a lavar los platos de todos los pequeños. Por otro lado, Fioret le ayudó a secarlos mientras estaba sentada en una silla alta de madera y con cuidado los acomodaba en la platillera.
Unos minutos después en compañía de la hermana se dirigieron a la plaza central donde se efectuaba el evento principal del festival.
La noche de hoy estaba marcada por el símbolo de la luz, un espectáculo de música y luces se efectuaría en unos minutos.
Daryuth se cubrió con la capa nuevamente, quería pasar desapercibido por el momento pero sabía que no tardarían en reconocerlo.
Y así fue, pues las personas a su alrededor comenzaron a abrirles el paso con miradas llenas de seriedad y confusión.
—Señor, señor mire —habló uno de los pequeños señalando el escenario.
En éste, dos alegres bailarines se desenvolvían al ritmo de la música mientras agitaban lanzas envueltas en fuego. Ellas con el movimiento formaban hermosas figuras que sorprendían a quienes las observaban.
—Es hermoso—dijo Fioret sin despegar la mirada del frente.
Una sonrisa se asomó en el rostro de Daryuth al observar la admiración con la que ella valoraba las cosas que no parecían ser importantes.
Pero una fuerte bulla se escuchó a tan sólo unos pasos mientras las personas se alejaban con rapidez.
—No me toques, pobretón — gritó un joven haciendo caer a uno de los niños del orfanato.
El llanto del pequeño salió a flote, la personas de alrededor solo miraban al noble sin decir una palabra. Pero Fioret se acercó de inmediato al niño y sin dudarlo miró fijamente al joven dispuesta a golpearlo.
—¿Qué crees que haces? Debes disculparte —gritó enojada.
Ella odiaba que las diferencias sociales fueran una excusa de los nobles o ricos para discriminar y maltratar a otros.
—¿Otra pobretona? ¿A quién crees que le hablas de ese modo? Todos aquí lo saben, mi padre es el noble St. Clairware y él es dueño de la fábrica textil principal.
—¿Y eso que importa? —pregunto ella apuntándole con la muleta.
El joven dudó durante unos instantes, las personas a su alrededor le observaban y aquélla mujer no mostraba ni un poco de miedo. No podía dejar que pasara por encima de su posición así que debía darle su merecido para someterla al igual que los demás.
Él con impulso levantó una de sus manos dispuesto a golpear a Fioret en el rostro, pero unos segundos antes de que hiciera ésto, el joven rey tomó rápidamente su brazo con fuerza apartandolo de ella.
Daryuth sabía que a algunos nobles les molestaba que los aldeanos estuviesen obteniendo ganancias, que el reino de Thevur quisiera la igualdad social y ayudará a quienes eran pobres. También odiaban que los tacharan como personas normales, poseían un frágil orgullo que les hacía creer que eran superiores a otros y él no podía permitirlo.
—¿Tu padre es St. Clairware? Dile que mañana su rey lo espera en el castillo —habló Daryuth bajando la capucha que lo cubría.
El joven noble frunció el ceño con rabia e impotencia y se alejó de allí corriendo sin responder.
La hermana y los pequeños le observaron con admiración durante unos instantes mientras escuchaban los murmullos a su alrededor.
—Su alteza, muchas gracias —dijo Fioret haciendo una corta reverencia.
—Señorita, no es necesario que haga eso —respondió él algo avergonzado.
Una fuerte respiración les interrumpió segundos después, ambos siguieron la mirada hacia un lado y al ver a Jing, varias risas escaparon de ambos.
El mayordomo se encontraba con el cabello alborotado y cubierto de sudor. Su rostro estaba marcado por el cansancio y en su rostro una mancha de tierra lo invadía.
—Su alteza, la próxima vez que vayas a un lugar ¡Debes avisarme! —exclamó Jing.
—Lo siento, me olvidé que venías con nosotros —respondió Daryuth apenado mientras pasaba una mano sobre su cabello.
Los habitantes de Thevur veían como aquél joven maldito al que tanto temían sonreía con calidez. Y poseía una mirada que les recordaba a la antigua soberana de su reino, pero veintidós años de miedo y de prejuicios no eran algo que se rompería fácilmente.
Para ésto, aún faltaba mucho o quizás un par de tragedias por suceder.
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