Capítulo XII

Fioret observaba con disimulo al joven rey mientras Jing conducía el carruaje, el reino estaba animado y la algarabía retumbaba durante su corto viaje.

Daryuth se encontraba nervioso, era la primera vez en muchos años que visitaría nuevamente aquél lugar. Pero el sólo recuerdo le daba una sensación de calidez.

—Jing, por favor no se te olvide dejarnos unos metros más atrás —dijo él mientras subía la capucha de su capa negra.

Fioret le observó e hizo lo mismo con la suya, él le había sugerido llevarlas puestas ya que el lugar al que iban quedaba ubicado en la capital y no quería que las personas de los alrededores le reconocieran.

Unos minutos después, el transporte se detuvo y con ayuda del joven rey Fioret logró bajar.
Su pierna ya no dolía tanto al apoyarla en el suelo así que le emocionaba saber que pronto podría moverse por si misma de un lado a otro.

—Su alteza, ¿A dónde vamos? —preguntó ella con duda.

No conocía éste lado del reino, pero podía ver que allí no vivían los más ricos de Thevur. Las casas no eran inmensas como las nobles o el castillo, pero el ambiente que éstas desprendían le recordaban al calor de su hogar y las hacía más especiales.

Ambos comenzaron a caminar dejando al mayordomo atrás, pasaron frente a varias calles hasta que se toparon con una fuente. Los ojos de ella se llenaron de asombro al verla, su estructura era sencilla, pero a la vez tan hermosa y a su alrededor distintos tipos de flores le daban vida.

—Ven —llamó Daryuth invitándola a acercarse.

Fioret se acercó rápidamente y en el proceso observó una gran casa que rodeaba el lugar. Un enorme cartel les avisaba a todos que era un orfanato además de tener a varios niños en el exterior que se encontraban jugando.

—¿Qué es éste lugar? —preguntó ella observando a Daryuth.

—Ésta es una fuente de los deseos —respondió él con nostalgia.

Varias emociones lo invadieron con antiguos recuerdos, y quería compartirlos con la chica que estaba frente a él así que sin pensarlo comenzó a contarle una parte de su pasado.

Cuando era pequeño, escapó un día para ver el festival de la capital, pero sin darse cuenta se perdió y llegó a una parte del reino marcada por la pobreza.

Los niños pedían comida al igual que los adultos, las casas estaban destrozadas y en el centro, una vieja fuente de los deseos recibía varios de éstos. Pequeñas ilusiones que nunca llegarían a cumplirse, por ésto lo decidió y juró que cuando se convirtiera en rey protegería a todos e incluso a quienes no querían su protección.

Fioret se quedó en silencio mientras varias lágrimas comenzaban a derramarse por sus mejillas, el corazón y el alma de Daryuth eran tan nobles al punto de cumplir los deseos de quienes le despreciaban.

—Su alteza, cada vez que escucho más de usted no puedo dejar de pensar en lo mucho que le admiro —habló Fioret con una ola de alegría.

Los ojos del joven rey se llenaron de asombro, el azul de sus ojos se iluminó al igual que el cielo tras escuchar aquéllas palabras y más al observar la sonrisa que ella tenía en su rostro.

—Gracias señorita—dijo Daryuth sonriendo—. Ahora puedes pedir un deseo.

Ella se acercó a la fuente, juntó sus manos y la voz de su interior habló. Siempre había tenido un deseo, era que a sus hermanos no les faltara la comida, pero éste sueño Daryuth ya se lo había cumplido. Así que lo que más deseaba ahora, era que la bondad del joven rey fuese reconocida por todos.

Daryuth observaba como aquélla chica se concentraba con una fuerte determinación frente a la fuente, sus ojos no podían apartarse de ella y por alguna razón deseaba no perderla de vista.

Para él su único deseo era simple, quería que todas las personas tuvieran la posibilidad de ser felices.

Varias pisadas se escucharon acompañadas de gritos y risas que les invadieron. Varios niños se acercaron a Fioret en busca de una pequeña pelota.

Daryuth se agachó y tras tomarla se la entregó a uno de los niños.

—Señorita, ¿Se encuentra bien? —preguntó uno de los pequeños señalando las muletas.

Ella sonrió y se acercó a éste pasando una mano por su cabeza con cariño.

—Ésta señorita está bien, pero ese señor al lado mío dijo que quería jugar con ustedes —comentó ella en un susurro al pequeño.

Él llamó a sus amigos y entre todos se aferraron al joven rey incitándolo a jugar con ellos.

Su rostro estaba marcado por la sorpresa mientras le pedía ayuda con la mirada a Fioret, pero ella sólo reía. Él no acostumbraba a tratar con otros y menos con niños, pero sus buenas acciones eran algo que hacía por naturaleza.

Daryuth comenzó a perseguir a los pequeños mientras ellos huían, jugar a las traes era algo tradicional para los que vivían en los orfanatos ya que al ser un juego amplio todos podían divertirse a la vez.

Ellos parecían divertirse, pero la alegría sólo es instantánea a veces. La hermana del orfanato se acercó con gran preocupación a los niños para saber con quien jugaban, pero al ver la máscara del joven rey, entendió de inmediato quien era.

Fioret notó como los ojos de aquélla mujer se marcaron con el horror y sin dudarlo se acercó a ella rápidamente.

—Es usted la hermana de éste orfanato ¿verdad? —preguntó ella mirando fijamente a la mujer.

—Debo salvarlos o estarán malditos —murmuró la hermana con miedo.

Fioret tomó la muleta y la puso frente a ella impidiéndole el paso hacia Daryuth.

—Dígame, ¿Usted cree que un hombre como él es un monstruo? Sólo obsérvelo.

La mujer se quedó en silencio al ver como los niños reían al correr con Daryuth y al observar como éste los cargaba con cariño, algo en sus ojos cambió.

—Oh señor —pronunció ella con preocupación.

Fioret posó una de sus manos sobre el hombro de la hermana y le regaló una sonrisa.

—¿Ves? No debes preocuparte —dijo sin poder despegar la mirada de la sonrisa del joven rey.

Tan pronto terminaron de jugar,
la hermana les invitó al orfanato. Ella se sentía algo culpable por haber juzgado así al rey de Thevur y como mínimo quería disculparse.

Los niños no se despegaban de Daryuth, él se sentía aliviado y a la vez lleno de alegría. Era la segunda vez que tras salir al exterior las personas no le despreciaban o le juzgaban con sus crueles palabras.

"Mi deseo puede llegar a cumplírse"

Pensó Fioret sin quitar la sonrisa que permanecía en su rostro.

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