Capítulo X

Fioret observaba como varias personas se subían al escenario, bajo su control sostenían unas  marionetas. Ellos comenzaron a contar una historia, Daryuth observaba en silencio y con frustración aquellos horribles actos.

El espectáculo comenzaba con la historia de la reina, quien fue atacada por la bruja del bosque. Ella le lanzó una maldición a la soberana de Thevur para vengar los actos que su gente había cometido pero quien pagó todo esto, fue el pequeño príncipe quien era inocente.

Las marionetas se movían con desesperación anunciando el nacimiento del monstruo que llenaría de desgracias al reino, aquél que no tenía la libertad de convivir con otros pues estaba maldito y podría dañar a quienes se le acercaran.

Fioret sentía como su furia aumentaba, ellos no tenían el derecho a juzgar al joven rey y mucho menos despreciar a quien mantenía el bienestar del lugar donde vivían.

¿Qué importaba su apariencia, si los monstruos eran ellos por no tener corazón?

Los habitantes gritaban palabras crueles al escenario tras ver como la marioneta qué le daba vida a Daryuth hundía al reino entre las llamas.

—Su alteza —pronunció Jing aparentando con fuerzas sus manos.

Ella miró en dirección al joven rey, no podía ver sus ojos para entender lo que sentía en éstos momentos, pero el temblor de sus manos era suficiente.

Él estaba frustrado.

—No pienses en ello Jing, estoy bien —comentó el joven rey observando a su mayordomo.

Los ojos de éste se cerraron con rabia mientras intentaba tranquilizar los sentimientos iracundos que le atormentaban. No soportaba ver tales actos contra su rey, él era una persona tan amable al punto de perdonarles tales acciones.

Pero un gruñido le sacó de sus pensamientos, Jing miró a su lado y notó como la señorita se impulsaba rápidamente con las muletas.

El joven rey intentaba detenerla entre la multitud pero ella le ignoró, su asombro era palpable y a la vez una corta sonrisa se asomó en su rostro al ver la valentía que poseía aquélla chica.

Fioret subió al escenario ignorando a los guardias que se acercaban. Tomó una de sus muletas y golpeó la pequeña tarima con las marionetas.

—¿Qué demonios crees qué haces? —preguntó Caín a gritos.

El noble con enojo la observó, para él una persona como ella no podía meterse en sus planes y arruinarlos.

—Tú maldito, ¿Crees que tienes derecho a menospreciar a otros?
—preguntó ella señalandolo —. Y no sólo él, todos ustedes.

Los habitantes del reino se quedaron en completo silencio tras escuchar sus palabras.

—Te mataré —gritó Caín sacando su espada de la vaina.

Fioret se encontraba lista para recibir el golpe con sus muletas pero la espada del joven rey golpeó la otra deteniéndola.

—Si la tocas, deberás abstenerte a las consecuencias —advirtió Daryuth.

El corazón de Fioret se aceleró por unos segundos, la gentileza del joven rey sobrepasaba los límites de lo conocido. Frunció el ceño y se llenó nuevamente de su determinación.

—Habitantes de Thevur, ¿Ustedes son lo suficientemente perfectos como para tener el derecho de criticar a otros? El rey que tienen frente a ustedes, ¿Qué parte de él es un monstruo? Un hombre que protege a otros, una persona que defiende a los suyos y es capaz de curarle las heridas a una completa desconocida. ¿Es un  monstruo? Para mí, los seres más despreciables son ustedes.

Las palabras de Fioret resonaron en el corazon de Daryuth, el parecido de su forma de pensar con el de su madre era inmenso. Ella veía más allá de lo que sus ojos le indicaban, podía observar el interior de las personas y éso le hacía sonreir.

—Es hora de irnos —comentó el joven rey alzando a Fioret entre sus brazos.

Una nueva emoción le llenaba, por alguna razón sus palabras le habían alegrado y a la vez despertaron la esperanza que dormía en su interior.

Ambos bajaron del escenario mientras los pueblerinos le abrían el paso en silencio, estaban tan sorprendidos que las palabras eran incapaces de salir por sus bocas.

Jing les guió hasta el carruaje, el sol ya se había ocultado y lo mejor era llegar rápido al castillo. Él no se confiaba tanto de ellos como el joven rey lo hacía, a los nobles les gustaba formar alboroto y debía proteger a su alteza a toda costa.

Tardaron unos minutos en llegar al hogar del joven rey, las puertas se abrieron de inmediato al divisar el carruaje. Fioret descendió con ayuda de Daryuth pero él no decía ni una sola palabra, se sentía apenada por sus acciones. No por defenderlo o lo que había dicho, sino por haber actuado sin la aprobación del joven rey.

—Si he hecho algo incorrecto, le ruego por su perdón pero no me arrepiento —comentó ella con firmeza.

El joven rey no respondió y en cambio le ayudó a llegar con cuidado al interior del castillo. Odeth les esperaba en la cocina con la cena lista, así que los tres se dirigieron al gran comedor y  se dispusieron a comer.

—Creo que llegué algo tarde —pronunció una voz en la puerta.

Fioret levantó la mirada y allí se encontraba un hombre que no conocía.

—Bienvenido de vuelta, Kael —pronunció Daryuth algo animado.

Aquél hombre sonrió, por su apariencia y por su forma de actuar ella podía suponer que era un noble pero su presencia se sentía diferente. Él no era como los demás.

—Su alteza, el encargo fue hecho sin problemas —comentó Kael sentándose en la mesa.

Fioret lo entendió de inmediato, aquél hombre era quien el joven rey había enviado para entregar los suministros al orfanato.

La cena transcurrió en silencio después de eso, Fioret se dirigió a su habitación pues se sentía agotada pero algo le preocupaba.
Daryuth no había hablado con ella y temía que estuviera molesto por sus acciones.

De ésta forma no podría dormir, así que se dirigió al jardín para tranquilizarse. Allí se encontró con algo que no esperaba ver, el joven rey se encontraba mirando las estrellas.

—Su alteza —dijo ella llegando a su lado.

Él le observó durante unos segundos, segundos qué para ambos parecían eternos. Sus ojos le miraban fijamente con el destello peculiar que poseían y sin apartar la mirada, tomó la mano de Fioret.

—Gracias señorita, por pensar tan bien de mí y decir tan bellas palabras —habló él con una  sonrisa depositando un casto beso en su mano.

Ella se sintió aliviada y a la vez feliz, pues el joven rey le había regalado una hermosa sonrisa.

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