Capítulo VIII

El reino de Thevur se veía emocionado, la algarabía llenaba cada rincón de la capital pero a la vez el temor de los aldeanos sólo aumentaba.

Por primera vez después de varios años, el rey mostraría su presencia en público. Daryuth aún permanecía preocupado pero su voluntad de asistir se había hecho más fuerte, él quería afrontar a su propia gente.

—Todo está listo, sólo quedan unas horas para que el festival comience —dijo Jing mirando al joven rey.

Éste se mantenía observado aquélla máscara, el único objeto que su padre le había dado. Sin pensarlo dos veces se la colocó y salió de la biblioteca con rapidez.

Él subió hasta su habitación, aquélla que visitaba pocas veces. Revisó el armario y allí estaba, el traje que su padre había usado una vez.

Lo tomó y lo colgó junto al espejo, pero al hacerlo notó una cosa. La sospechosa manera en la que se veía al tener aquélla máscara puesta, con cuidado la dejó sobre la mesa y decidió observar su rostro.

Había pasado tiempo desde la última vez que realizó ésto, el rey anterior procuró quitar todos los espejos del castillo a excepción de los que se encontraban en las habitaciones.

Su reflejó no había cambiado mucho, aquélla horrible marca permanecía aún ahí. Una gran cicatriz acompañada de manchas se estiraba desde su frente hasta su pómulo izquierdo, y bajo ésta una grotesca quemadura le deformaba una parte del rostro.

Era algo simplemente doloroso de ver y a veces la culpa le invadía, pues su corte noble debía observarle todos los días sin derecho a quejarse. Por ésto había dejado crecer su cabello para cubrir la mayor parte de su rostro cuando no llevara la máscara.

Ellos no querían lastimarlo y sabía muy bien que jamás le dirían algo relacionado a su rostro pero en el fondo les agradecía por quedarse junto a un triste monstruo.

—Su alteza —llamó Odeth.

La líder de las criadas se adentro en la habitación, ella miró a quien consideraba como un hijo y le sonrió.

Podía notar lo nervioso que se encontraba pero también la determinación que lo rodeaba.

—Llevaré el traje que mi padre usó en su coronación —pronunció él mirándolo.

—La reina debe estar muy orgullosa de ti, Daryuth —dijo Odeth con cariño.

Él se sorprendió al escuchar su nombre en la boca de ella, era la primera vez en mucho tiempo que le llamaba de esa forma.

Una corta sonrisa se asomó por su rostro y no dudó en acercarse a ella para darle un abrazo. Se sentía feliz de tener el apoyo de alguien como ella, quien se preocupaba tan honestamente por él.

Minutos después, ambos bajaron en dirección al jardín.

Por otro lado, Fioret observaba el elegante vestido dorado frente a sus ojos. No podía creer que usaría algo como éso, había robado distintas prendas a personas con riquezas pero jamás había visto algo de tan alta calidad.

Ella a la vez reflexionaba sobre como su estado actual le quitaba belleza al vestido. Pero decidió no darle más importancia a ello y continuó arreglándose.

—Jovencita, ¿Necesitas ayuda? —preguntó Odeth entrando en la habitación.

—No se arreglarme el cabello —respondió Fioret con una mueca.

Normalmente lo llevaba suelto y desordenado, pues para una chica pobre del orfanato era algo de su día a día. Ella no era una señorita y aún así, el rey le trataba como si ambos fuesen de la misma clase social.

Odeth se acercó a ella y tras pasar suavemente el cepillo por su cabello varias veces, le creó una linda trenza.

—Su alteza le espera en el jardín —habló ella señalado el exterior.

Fioret le agradeció y tomó sus muletas, después con cuidado salió en su busqueda. Ella pasó los pasillos mirando de un lado a otro hasta llegar al lugar que era apreciado del joven rey.

Y allí estaba él, como simpre sostenía una pequeña flor en su mano. No lo pensó dos veces y se acercó a él, sus ojos le vieron con detenimiento durante unos segundos.

Daryuth se quedó en silencio, pues aquélla chica frente a él desbordada una gran belleza. Ella era simplemente una gran obra de arte ante sus ojos, así que se acercó más a ella y tocó su cabello con cuidado colocando la pálida flor sobre el.

—Una flor para otra —comentó él con amabilidad.

Fioret no sabía como responder, era la primera vez que alguien le decía algo como éso así que sólo asintió y le devolvió una sonrisa.

—Es hora de ir —pronunció Jing apareciendo a su lado—. Kael nos espera allá.

Los tres se dirigieron hacía un carruaje, el rey le ayudó a Fioret a subir mientras el mayordomo abría la puerta del castillo.

Tras salir del castillo, la emoción se instaló en ella pero al parecer no era lo mismo para los habitantes del reino quienes miraban con horror en dirección al pasar por su lado.

La algarabía se detuvo y el silencio invadió a los capitalinos, ella no entendía cual era el problema que tenían con su rey.

El carruaje se detuvo junto a un inmensa casa noble. Ésta era mucho más grande y de mejor material que el orfanato en el que vivía, Jing le ayudó a bajar de allí y a estabilizarse en el suelo.

Fioret notó como los habitantes se asomaban desde todos lados sin acercarse y murmuraban cosas con rapidez.

—Señorita, no se aleje de mi lado —pronunció Daryuth con seriedad.

Los tres se adentraron al lugar, éste era hermoso pero las personas en el interior no parecían muy amables. Ella frunció el ceño al ver como le dirigían una mirada de asco al joven rey, las mujeres desfilaban  con elegantes vestidos y los hombres con trajes.

Un hombre a lo lejos se acercó, su postura y belleza daban a relucir que era de alta clase, aunque para Fioret su actitud era peor que la de un vándalo.

—Su alteza al fin se digna a mostrarse, bueno sólo su presencia pero no el rostro —habló el hombre con burla.

El joven rey permanecía tranquilo tras escuchar aquéllas palabras pero el corazón de ella se llenó de rabia. La idea de golpearlo con una de las muletas le parecía muy tentadora y eficaz.

—Ésas no son palabras para dirigirse a tu rey —comentó Daryuth con firmeza.

Por primera vez, ella le veía actuar de diferente forma como si toda su amabilidad se hubiese desintegrado.

¿Quién era ese noble frente a él?

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