Capítulo I

Daryuth observaba en silencio el jardín del castillo, aquél lugar le reconfortaba y le brindaba calma.

Habían pasado varios meses desde que la mayor parte de la servidumbre se fue y todo se había sumido en la soledad. Los únicos que aún seguían viviendo allí eran aquéllos que una vez sirvieron a la reina y le habían prometido cuidar a su hijo.

Su mirada se mantenía fija en la flor que le recordaba a su madre ya que cada vez que la observaba por alguna razón la sentía a su lado.

«Querido, ésta flor es igual a ti. Su apariencia tal vez no es la más llamativa, pero eso la hace más hermosa que las demás» las palabras que la reina una vez le dijo resonaron en su cabeza.

Él solo pensaba en el vacío que abundaba en su alma, no sentía odio por aquellos que le decían monstruo o le insultaban pero su corazón no era tan fuerte para soportar sus crueles miradas.

No tenía conversaciones con muchas personas, sólo con los cinco habitantes del castillo y aún así en el fondo guardaba la esperanza de que algún día lo aceptaran.

Todos los negocios del reino se hallaban en un buen estado, la economía se mantenía y la paz se sentía en cada rincón de Thevur pero entre los súbditos, los rumores de solicitar un nuevo rey permanecían.

Algunos ansiaban posicionar a un primo lejano de la familia real, otros sugerían tomar el castillo por ellos mismos aunque no se atrevían. Se decía que el lugar estaba maldito por la bruja y todo aquél que pusiera un pie sobre el moriría.

Daryuth se alejó del jardín y siguió caminando hacia la biblioteca, éste era su centro de trabajo como también el lugar donde podía pasar el tiempo libre. Su afición era leer, así podía vivir las miles de aventuras de aquellos personajes e imaginar como sería conocer el resto del mundo.

—Su alteza —llamó la líder de las criadas.

Aquélla mujer de rasgos cálidos había sido considerada por su madre como una amiga. Y ella se comprometió a cuidar de él sin importarle su apariencia o la maldición que recaída sobre sus hombros.

—Odeth, ¿Hay algún problema? —preguntó el joven rey.

—Sí, es la hora del almuerzo y usted no ha probado un solo bocado.

Él soltó una corta risa, aquéllas palabras le recordaron los regaños de la reina. Sus ojos se iluminaron por un momento y miró nuevamente a Odeth.

—Está bien, ¿Con qué me sorprenderás hoy?

Ambos se dirigieron a la cocina en busca de los alimentos, en el aire brotaba un apetecible olor reconocido para él. La comida favorita de Daryuth fue servida al instante: estofado. Éso le traía recuerdos otra vez, de pequeño acostumbraba salir de su habitación por las noches y repetir varias veces el platillo.

Tan pronto terminó de comer, se levantó agradeciendo por la comida y salió en dirección a la biblioteca. Pero un fuerte estruendo le detuvo, el ruido provenía del exterior del castillo y con extrañeza se asomó por una de las ventanas.

Una sensación de temor le invadió, su corazón tuvo un sobresalto al recordar los rumores de que su propio reino quería arrebatarle el trono.

Pero allí no había nada, sólo estaban los pueblerinos trabajando y caminando de un lado a otro.

Con rapidez cerró la ventana y se alejó de allí pero justo cuando iba a dar la vuelta, el ruido nuevamente fue propagado. Sin pensarlo dos veces siguió el sonido hasta una de las antiguas puertas traseras que llevaban al exterior, lo sorprendente fue lo que halló en el lugar.

Voces y gritos se escuchaban tras los muros.

—¡Yo no entraré allí! ¡Ése lugar está maldito!

Con cuidado observó una ropa extraña junto a una cabellera castaña pero lo sorprendente fue el color de aquellos ojos y su vivacidad, eran iguales a la miel.

Esa extraña mirada lo contempló sin tener intención de apartarla, no podía saber lo que aquélla chica pensaba pero mucho menos entender que hacía ella acostada sobre la basura del castillo.

Pero tan pronto la vio parpadear con afán se cubrió el rostro. Se había embelesado tanto que se le olvidó la fealdad que poseía su rostro y el impacto que éste podía llegar a causar en otras personas.

Un estruendo resonó otra vez, el cuerpo de la chica cayó con los ojos cerrados sobre los costales. Algo asustado Daryuth se acercó a ella, su cuerpo contenía varias cortadas y una de sus piernas estaba muy herida.

Con cuidado la levantó entre sus brazos y la llevó al interior del castillo.

—¡Odeth! —exclamó con preocupación.

Ella llegó de inmediato, su asombro era notable pero por alguna razón lo único en lo que podía pensar era en el gran corazón que poseía el joven rey.

Daryuth llevó a la chica a una habitación de invitados, Odeth le trajo implementos para curarle las heridas. Él tomó un trozo de tela suave y lo remojo en agua caliente, después comenzó a limpiar los pequeños cortes hasta llegar a la gran herida.

Al terminar, cubrió las heridas con apósitos pero ella parecía no despertar aún. Sus cabellos castaños se encontraban desordenados y su ropa cubierta de tierra. Varias preguntas pasaron por su cabeza pero había una que se figuraba varias veces.

¿Quién era ella?

No podía ser una habitante de su reino, pues ellos conocían muy bien los rumores que se esparcian sobre el castillo. Para todos su hogar estaba maldito y no se atrevían a entrar en el, ella no podía ser una pueblerina de Thevur.

—Su alteza, varios guardias andan rondando el castillo— comentó Odeth con una mueca.

Observó a la chica quien parecía dormir plácidamente, los guardias la buscaban a ella pero entregarla no era una opción con las heridas que poseía.

Salió de la habitación y tomó la máscara que le dio su padre. El antiguo rey pocas veces le había dedicado palabras amables, pero el día que le entregó tal objeto sus ojos derramaron unas pocas lágrimas de dolor.

Por primera vez en mucho tiempo subió a uno de los lugares que alguna vez frecuentó. La torre más alta del castillo donde se encontraba la campana real, ésta solía ser tocada cada vez que un evento se producía.

El ruido que Daryuth emitió provocó pánico en todos los habitantes, lo tomaban como una advertencia para alejarse del castillo ya que el día que la bruja maldijo a la reina la campana fue sacudida.

—¡Nos maldecirá! —exclamaban los guardias a medida que se alejaban.

Una sonrisa se asomó en su rostro al verlos alejarse, pero a la vez su pecho se estrujó.

Thevur jamás aceptaría a un monstruo como su rey.

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