VIII: Celina.
1
Aquel domingo las rutas a la ciudad, a pesar de ser fin de semana, se encontraban llenas, pues, en un estadio de esos lugares había un concierto. Se oían bocinazos por doquier, personas insultándose por la congestión que había en aquellas longevas rutas que llevaban hasta el estadio Rosas y Jazmines, donde su fila se encontraba repleta de gente ansiosa por ver a la estrella pop del momento, Jimmy Neck, un chico de tan sólo 17 años, el cual se había vuelto famoso gracias a sus melodías relajantes, con aire de desamor el cual atraía a muchas adolescentes con sus hormonas revueltas.
Desde su hogar, Celina miraba las noticias con un televisor antiguo, el canal "10", Noticias centrales, donde un periodista de más o menos 45 años, se encontraba en medio del tumulto.
—Hay más de 4000 personas, todas para ver a este cantante popular del día de hoy.–dijo el periodista e inmediatamente se acercó a una joven.–¿Estás emocionada? —preguntó.
—¡Claro qué sí! —respondió la joven.– ¡TE AMO JIMMY NECK!
Celina, quien presenciaba aquel canal, no le interesaba mucho la música del chico, así que cambió el canal. En el siguiente canal se encontraba un programa de cocina, donde enseñaban a cocinar arroz con leche mezclado con dulce de leche. El padre de Celina, quien se encontraba a su lado, estaba durmiendo en su sillón viejo, en un trance total del sueño pesado. Celina Nadia Matherson, una chica alta de 17 años, de cabellos rubios, pecas y vestuario oscuro, vivía en su choza junto a su padre Jorge Matherson, padre al que le gustaba demasiado el alcohol, todas las noches salía al bar a tomar hasta no aguantar más.
Una noche, 22:30hs, Celina se había percatado del hecho de que su padre no había vuelto del bar, a lo que debió salir a buscarlo, para encontrarlo tirado con poca ropa, en unas nefastas condiciones. Ella cuando regresó a su casa con él, lo único que decidió hacer es dejarlo en el sofá y entrar a su habitación.
2
En su habitación, al día siguiente, Celina tenía sus cajetillas de cigarro vacías, los cuales fumaba uno diariamente mientras oía su vieja radio. También ella solía ir a su instituto en una vieja bicicleta que tenía. Ese día, tomó su bicicleta, y subió en ella, pedaleando por el pueblo, doblando en una esquina, mientras veía las casas pasar en sentido inverso, casas que se veían borrosas. En la mente de Celina sólo cabía la idea de ir a comprar un atado de cigarros en la tienda que hay cerca del colegio. Giró el manubrio y continuó pedaleando dos cuadras más, hasta llegar a la calle "San Guillermo", donde se acercó a la acera y aminoró la marcha hasta detenerse completamente. Sus manos, que sujetaban fuerte el manubrio, se soltaron un poco, y ella levantó la pierna izquierda para bajar de su bicicleta, mientras llevaba su bicicleta a la puerta de la tienda.
—¡Buenos días Señor Fausto!–exclamó Celina con un tono algo cansado.
—Buen día mi niña, ¿vienes por un atado?–contestó un señor al otro lado de la ventanilla.
—¡Por supuesto!–replicó Celina.
El vendedor se había ido de la ventanilla, aparentemente a buscar el paquete. Celina tomó el manubrio de la bicicleta con fuerza, y empezó a jugar con sus dedos mientras miraba su entorno. A su lado había un cartel «Prohibido estacionar», lugar donde había estacionado un vehículo un tanto viejo y desgastado.
—Aquí tiene usted–dijo el señor Fausto. –Le di el mejor que tengo, porque me preocupa usted mucho, así que quiero darle la mejor calidad.–agregó.
Celina le pagó al vendedor, le agradeció y salió. El vendedor siempre solía vender cigarros a los más jóvenes que pasaban por ahí, y a algunas personas le parecía algo poco sincero que él suela decir que se preocupa por ellos, aunque, aquella sociedad no era muy consciente.
En el camino, Celina se mantuvo pedaleando en su bicicleta unas cuadras más hasta llegar a su instituto, Instituto María Nereida II. En su instituto, ella no se llevaba muy bien con sus compañeras, normalmente se sentaba sola en su silla a esperar terminar el día. Odiaba hacer trabajos, sin embargo, los hacía de igual forma, pero solía sacarse notas regulares.
3
Jaqueline ese día se encontraba caminando con Estefanía y Katherine, las cuales estaban abrazadas. Jaqueline se encontraba juntando sus propias manos en su falda mientras caminaba, su caminar era lento y tímido, al igual que su habla, algo baja y tímida, excepto cuando se encontraba con Samila.
En aquel preciso momento, Samila aparece junto a Helen. Helen se encontraba mirando los anuncios que se encontraban en las paredes, al parecer había elecciones estudiantiles y había sólo dos candidatos. «New: Partido por un nuevo instituto, donde el estudiantado es el protagonista.», «Ello: El instituto debe optar por escuchar la opinión estudiantil, y nosotros lo haremos realidad.».
–¡Hola señorita!, ¿Estudias o trabajas?–dijo Samila mientras miraba a Jaqueline.
Jaqueline se encontraba mirando a Samila mientras esbozaba una pequeña sonrisa a la que tapaba con sus manos y con mucha timidez.
–¿Qué tal Sami?
–Querida, no te olvides de la compañía que hago. –repuso Samila.
Las chicas andaban juntas hablando por los pasillos, hasta que en una esquina se encontraron a una chica llorando, era Celina, estaba siendo golpeada por la banda de las Jennys. Jennifer estaba dándole con la punta de los zapatos a la pobre chica.
–Pobre chica, creo que hay que ayudarla. –dijo Jaqueline.
Jaqueline a pesar de lo que ella le había dicho, se sentía muy mal por Celina. «¡Cuidado por donde caminas, zorra!», las palabras de Celina pasaban por la mente de Jaqueline, pero, creía conveniente ayudarla. Jaqueline se aproximó hasta donde las Jennys estaban.
–¡Dejen en paz a esa chica! –dijo Jaqueline, en su interior sentía mucho terror.
–¿Acaso crees que tú sola puedes contra nosotras, puta? –dijo Jennifer.
La próxima en entrar a la escena fue Samila, seguida de Helen, Estefanía y Katherine.
–O la dejas, o te metes con nosotras–dijo Samila.
–¿Enana de mierda, ¿¡Cómo te atreves!?. —decía Jennifer cuando una mano tocó su espalda, era el director Juan Andrés, un señor robusto, algo calvo y con bigote.
–¡Señorita Jennifer!, ¿¡Acaso cree que el instituto es una escuela de boxeo!? –dijo el director mientras miraba a Jennifer. –Ven conmigo, hoy sí estás en serios problemas.
Jennifer parecía preocupada, al igual que sus amigas, aquellas con las que formaba el tan famoso trio del instituto.
Jaqueline le ofreció la mano a Celina, pero esta decidió levantarse sola y luego de agradecer, terminó por marcharse.
–Estamos muertas. –dijo Samila.
4
Llegaba muy pronto la hora de exponer, Samila había traído el guion, mientras Jaqueline llevaba el afiche, un afiche verdoso el cual resplandecía a la luz de las lámparas. Celina se encontraba en su asiento, no se inmutó ni a mirar a las chicas, sin embargo, eso no le dio importancia a nadie, era su actitud.
Al llegar la profesora, Samila cortó un poco de cinta adhesiva para pegar el afiche a la pizarra, mientras Helen lo sostenía. En aquel momento, Jaqueline sintió un profundo temor del como saldría todo, pero no le importó en absoluto, confiaba plenamente en sus amigas.
Samila comenzó a sentirse algo mal, al ver a Celina sin compañeras, siendo reprochada por la profesora al no haber traído nada.
–Profe, ¿podemos unir a una chica a nuestro grupo? –preguntó Samila.
–Está bien, pero que lea y hable con ustedes.
Samila extendió el brazo hacia Celina, y esta se levantó para pararse frente a la pizarra. Celina se encontraba frente a todo el curso, mirando fijamente el rostro de cada uno. Ella sentía que era el centro de atención, a lo que sus mejillas se comenzaron a teñir de un color rojizo, y ella optó por taparse el rostro. Samila, quien notó lo que ocurría, le apartó las manos de la cara.
–Tranquila, lee esto–Dijo Samila.
La chica sonrió, y enseguida tomó el papel.
–Bien, ¡silencio gente!–dijo Samila, a lo que nadie hizo caso. – ¡Mierda!, ¿qué hago ahora?
–¡Silencio! ...–gritó la profesora mientras le daba a la mesa con el borrador, a lo que enseguida callaron.
–Gente, esta es la presentación de nuestro proyecto, ¡La importancia de la alimentación. –dijo Samila.
–¡Claro! –contestó Estefanía.
–Existen cuatro tipos de biomoléculas, Los carbohidratos, las proteínas, los ácidos nucleicos y los lípidos.–prosiguió Samila...
Las chicas empezaron a pasar una a una, Primero Samila, Luego Estefanía, Luego Helen, y al final Jaqueline. Al finalizar la lección, tuvieron que entregar la hoja y el afiche a la profesora, quien la clase siguiente llevaría corregido todo. Jaqueline se preguntaba, «¿Aprobaremos?».
5
El sonido de dos motocicletas baratas irrumpía el pacífico sonido del silencio que emanaba en las rutas a las afueras de Pueblo Esmeralda, en específico el de los turistas que llegaban de la gran ciudad. Brian junto con Darío se hallaban tras un árbol, con una 9mm cargada en un bolsillo y Darío con una navaja guardada. Ambos observaban la carretera de concreto y la vista hacia los campos, esperando a que algún iluso llegué a la zona.
Un pájaro se había pasado en el suelo en ese preciso instante, buscando gusanos bajo la tierra para probablemente dar a sus pichones. Brian transformó su rostro a uno de frustración al no ver a nadie acercándose al lugar, y apuntó con su arma al pequeño pájaro, el cual se volteó a observarlo, quizás esperando a que le lance comida. Brian apuntó, y colocó su dedo en el gatillo.
—¡Fiera! —exclamó Darío en forma de susurro—, ¡mira allí!
Frente a ellos pasaba una camioneta, y encima un hombre con una mochila a su lado. El pájaro voló al sentir la vibración de las llantas poco antes de que estás sean desinfladas por clavos que el dúo había colocado poco antes en la carretera. El ambiente se había vuelto algo tenso, el rostro de Brian parecía el de un lobo de dibujo animado después de encontrar carne fresca. Las ruedas de las motos rugieron con fuerza cuando se acercaban al hombre, el cual se había bajado a observar sus neumáticos.
—¡Arriba las manos, fiera! —gritó Brian; Darío se acercó a la puerta y comenzó a tomar las cosas que había en el lugar, en el instante en el que hombre se arrodilló con las manos arriba.
—¡Mira esto, hombre! —exclamó Darío. Brian se asomó, y vio un fajo de billetes dentro de una maleta. Ese descuido fue suficiente para que el hombre sacase una pistola del bolsillo, lo que alertó al dúo.
—¡Vamos! —gritó Brian.
—¡Me dieron en una pierna! —exclamó Darío, sin embargo, ambos subieron a las motocicletas y se alejaron.
Darío se encontraba malherido, una bala hizo que él pierda bastante sangre, sin embargo, llegó a un hospital con un torniquete muy ajustado en la zona, bajo la mentira de que había Sido disparado mientras los asaltaban.
A la salida del hospital, Brian quedó de ver a Jennifer ese día. Jennifer se había estado preparando, su madre en ese momento no estaba presente, aunque para ella era lo mismo tenerla en su casa que no.
El timbre de la casa resonó, Jennifer abrió la puerta y Brian entró.
La radio estaba resonando en FM 97, emisora de música urbana al son del sonido de los besos de la pareja, la cual casi patea Brian sin saberlo. Un modelo antiguo de un calefactor se posicionaba en el suelo para dar el aire cálido a la pareja, y el silencio que había (sin contar el ruido húmedo de cada beso), se podía sentir.
—Bien, nena —interrumpió Brian—, ¿Siempre está tan callado el ambiente?
—Bien, hoy que no está mi madre, sí. —respondió Jennifer algo silenciosa— debe de estar fumando maría por ahí, pero en algún momento aparecerá.
Brian tomó una cajeta de cigarros de la mesa, encendió uno, y se lo colocó entre los labios para aspirar.
—Mi madre ha sido asesinada cuando era pequeño —explicó Brian—, mi padre está preso desde mi adolescencia, y yo vivo para la calle.
Jennifer suspiró profundamente poco antes de pegar un salto al oir un ruido fuerte proveniente desde la calle. Brian saltó y la lanzó al suelo para quedar a su lado mientras unas balas perforaban la persiana en la ventana.
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