III: La dama de blanco.
1
El boulevard, era el nombre por el cual se conocía a "La avenida Santo Tomás", que tenía un tamaño de más o menos un kilómetro de largo, al menos diez manzanas o cuadras para llegar de una punta hasta la otra. En esta se encontraba un supermercado "SoulMarket" y tras este se encontraba la plaza "Bernardo Torres", la misma plaza donde Helen dio su primer beso con Daniel, el chico de su preparatoria al que tanto amaba. Ella apenas el primer día que pisó ese colegio, lo vio, alto, delgado y con cabellera rubia, un chico del que a primera vista se enamoró. Helen Nanz, tuvo sus problemas para poder hablar con este, hasta que al final se le declaró. Ella gustaba de él, y se sorprendió cuando él correspondió, a él también le gustaba ella.
En el año 2008, Helen Nanz, una chica de 17 años, caucásica, de cabellos rubios y liso, que vivía con su madre en su departamento, y cada fin de semana su pareja, Daniel, de 18 años, iba a visitarla. Él le traía una caja de bombones y luego miraban una película tomados de la mano. Era una pareja, que a la vista de cualquier persona, podría haber sido considerada perfecta. Una vez, ella fue a la casa de él.
—Helen, espero que esto nunca acabe.—dijo Daniel Eunéz.
—Espero lo mismo.—contestó Helen, y colocó su cabeza en el hombro del chico, mientras este le acariciaba la mano con su dedo pulgar.
—Tienes manos de ángel. —dijo Daniel.
—Gracias cariño.—contestó Helen sonriendo, e inmediatamente le besó los labios. Daniel sentía la respiración de Helen volviéndose más lenta, e inmediatamente comenzó a acariciar su cabeza, mientras seguía besándola. Ella al parecer sentía gusto por aquella situación, le gustaba mucho que él le acaricie de esa forma, se sentía completamente amada.
Tras esos besos y caricias, el chico tumbó lentamente a la chica en el sillón donde estaban sentados, y esta lo miró a los ojos. Sus ojos eran como dos diamantes brillando a la deslumbrante luz lunar de una noche no tan oscura. Ella comenzó a acariciarle la espalda mientras que de beso en beso, él comenzó a besarle el cuello, bajando por su suave piel hasta el ombligo. Ella movió la mano del chico, que pasó de estar posicionada en su espalda, ahora estaba en su nalga. Él después de un par de besos más, comenzó a desabrochar lentamente el pantalón de la chica, dejándole la ropa interior descubierta.
—Tengo curiosidad de saber cómo es que se siente.—dijo Helen mirando a los ojos del chico.
—Contigo a mi lado, seguramente se sentirá estupendo.—replicó Daniel. Entonces se besaron, y las manos de Daniel le bajaron la ropa interior a la chica suavemente mientras los besos de Daniel bajaban hacia el miembro de la chica. Luego de prenderla, Daniel se quitó el pantalón, y asomó su pene por entre su ropa interior, acción que dejó un antes y un después en la noche de aquella parejita, lo que al principio fueron gemidos de dolor, se pasaron a transformar poco a poco en suplicas, al cabo de diez minutos, se escuchó el gemido del chico, quien ya había acabado dentro de su condón.
Al día siguiente, Helen había despertado, se sentía algo adolorida, a diferencia de Daniel, quien en cambio, se había despertado con una erección muy notoria, la cual se notaba en la ropa interior con la cual durmió.
—Buenos días, amor.—dijo Daniel.
—Hola cariño —dijo Helen, quien miraba su propio cuerpo en ropa interior frente al espejo
—¿Te gustó lo de anoche?—preguntó Daniel con una sonrisa algo pícara.
—Cállate —contestó Helen, quien se ruborizó, y le dio un abrazo.
2
Al llegar a su casa, Helen saludó a su madre, y lo primero que hizo fue encender su televisión, mientras pensaba en todo lo sucedido la noche anterior.
«¿Será que fue buena idea?» pensó, aunque, dejó de darle tanta importancia, pues, fue un momento especial, y fue con aquél chico del que tanto estuvo enamorada por un tiempo.
El lunes siguiente Helen iniciaba sus primeras clases en ese instituto en el que había estado desde sus primeros años de secundaria, y ahora era su preparatoria. Su madre, Ana María Nanz Martinez, trabajaba en una oficina. Su padre, Jorge Alonso Nanz, era guardia. Su infancia fue decente, aunque no había sido la gran cosa, pues, ella tenía juguetes a montones, con los que jugaba sin cesar. Helen en su escuela, el año anterior solía sacar buenas notas, y tenía muy buenos amigos, sin embargo le enervaba la idea que con un cambio de instituto, tuviera que hacer nuevas amistades. La primera persona que conoció fue a Neruel, un chico algo rebelde del salón, quien se juntaba con el grupo de atrás. Ella tenía ansias de ser popular, así que comenzó a hablar con ellos durante días.
—¿Y esa chica de allá quién es?—preguntó Helen.
—Esa chica es Celina, es una antipática, déjala de lado mejor —contestó Neruel—, se suele llevar muy mal con la gente —agregó.
—Veo —contestó Helen.
—Oye, me pareces alguien agradable —dijo Neruel —, el sábado haremos una fiesta, quiero invitarte, será en mi casa.
—Bueno, me parece interesante. —contestó Helen—, entonces iré. —agregó.
Helen estaba bastante feliz, pues ella había hecho sus primeras amistades del colegio, y ella ya les quería, a pesar de haberles conocido por tan sólo una semana.
El sábado había llegado, Helen se había preparado para esa noche, estar en la casa de aquél chico, le dijo a Daniel que posponga su visita hacia el otro sábado, todo antes de prepararse, sin embargo, sus padres odiaban esa idea, pues ese chico tenía mala fama en su colegio. Sin embargo, ella decide escaparse. Desde su segundo piso, ella ató en su cama una sábana, y lanzó el resto hacia el suelo del jardín, lugar por donde bajó. En la ventana de al lado, estaba su madre durmiendo, a lo que ella intentó hacer el mínimo ruido posible. No podía faltar a esa fiesta, necesitaba hacer amigos en ese colegio, o viviría el resto de sus años ahí, marginada.
Al pisar el jardín, Helen decide trepar las rejas que llevaban hacia la calle, y ahí sale de su casa, para después salir de su barrio y llegar a la parada de autobús.
—Un boleto señor, para ir a Villa Rancia. —dijo Helen.
—Por supuesto señorita. —dijo el conductor. —Por un bombón como tú, haría lo que fuese. —agregó. El tipo parecía tener unos 40 años, obeso, con una barba descuidada llena de restos de comida, era un viejo asqueroso, pero Helen se sentía segura, ya que en el fondo se podía ver a un par de personas, personas a las que deseó que no bajasen hasta llegar a su destino. El bus siguió su rumbo durante unos diez minutos, mientras Helen veía que poco a poco la gente bajaba, sin embargo, llegó justo a tiempo, y todavía quedaban algunas personas.
Helen, después que llegó a su destino a las 23:17hs, y se ubicó para lograr llegar a la casa de Neruel. La casa de Neruel era bastante pequeña, pero detrás había un terreno muy grande, donde se escuchaba la música a todo lo que daba.
—¡Al fin llegaste! —dijo Neruel, quién estaba vestido con un jersey negro, el cual tenía el nombre de un cantante de música callejera—, te estaba esperando, querida.
-Claro que sí... —dijo y emitió una leve risa nerviosa, pues, había algo que le gustaba de él. Helen sabía que tenía novio, y aunque no lo engañaría con él, quería agradarle, pues Neruel era muy simpático.
—Pasa querida —dijo Neruel y ella obedeció. Dentro de la fiesta, estaba el resto del grupo de atrás con botellas de Wiski, y algunos fumando marihuana. Helen nunca había usado alguna droga, ni había estado ebria, y sentía algo de rechazo, pues sus padres cuando ella era pequeña le solían repetir que no usara drogas, pero, ella sabía que no lo iba a hacer, así que no se preocupaba de la reacción de sus padres, más que un pequeño castigo por marcharse sin permiso.
La fiesta era bastante divertida, aunque había drogas y alcohol, ella se la estaba pasando bien, a parte del grupo de atrás, había llegado gente conocida de algunos miembros de aquél grupo.
—Helen querida, tengo algo para ti —dijo Neruel. —¿Quieres un trago? —agregó, mostrándole a Helen una botella. Helen no estaba interesada en el alcohol, pues ella lo odiaba, hasta había buscado una pareja que también lo odiase como ella, así no tendría problema alguno, pero, su timidez y falta de voluntad pudo ante ella. Ella tomó un trago, luego otro, luego otro. Se empezó a sentir mareada, y comenzó a ver una parte de su entorno algo borrosa, era la primera vez que sentía algo similar, pues, aunque algunas enfermedades puedan causar esa sensación, ella no las padecía.
—Mira, tenemos Ácido lisérgico, lo que quieras. —La gente le ofrecía cosas, y ella, se metió bajo la lengua la tableta. Al cabo de un tiempo comenzó a ver figuras en el cielo, las paredes tanto cómo el suelo se movian, y eso estaba mezclado con el efecto del alcohol. También decidió esnifar algo de cocaína. Su exceso comenzó a causarle arrepentimiento, cuando luego de decidir fumar marihuana tras aquél "trip", su perspectiva cambió por completo. Sus pensamientos del estilo "El universo está hecho a base de lo que pensamos, nada es real, salvo nosotros mismos", pasaron a ser pensamientos de, "Me pasé, estoy por sufrir una muerte dolorosa, soy muy joven para morir.". Ella comenzó a sentir cosquillas en su brazo, y gusto a sangre en su boca, sangre que al tocársela y verse la mano, comenzó a salirle a borbotones de ella. Sus amigos a diferencia de ella, no notaban nada, pues era su imaginación, pero, era muy vivido.
De un momento a otro, Helen miró a Neruel, y este la vio a ella. El rostro de Neruel en lugar de tener sus ojos, tenía dos cuencas vacías, y a cada rato se empezaba a distorsionar, al punto de que se volvía irreconocible, al igual que todo a su alrededor. Poco a poco, comenzó a ver en las cuencas del chico la imagen efímera de una araña oscura, similar a una Latrodectus, pero que tenía tintes de otro color casi irreconocible. Ella caminaba por la fiesta tambaleándose, sin saber quién era quién, pero sabía que todos la miraban, y seguramente algo querían de ella, quizás era un bicho raro, o quizás planeaban algo malo. Cada vez que caminaba sentía la incomodidad de estar viviendo una fantasía de la que nunca despertaría, pues había desobedecido a sus padres, sabía que ese sería su final.
«Hola, preciosa —dijo una voz que provenía de la nada misma—, te recomendaría que tengas cuidado hacia donde vas, porque algún día podrás llegar a pasar los peores momentos de tu vida... —esa voz cambió a una más gruesa y monstruosa que resonaba dentro de su cabeza—, estoy en todos lados, estoy con Neruel, y contigo, cuidado si algún día me ves.»
Y todo se oscureció...
3
La chica había despertado en el hospital, sus padres estaban a su lado, pero ninguno le dirigía la palabra. Luego de unas horas en el hospital, los doctores la dejaron en libertad. Su padre se subió al coche, cerrándolo de un fuerte portazo. Helen abrió la puerta trasera del coche, no quería sentarse al lado de su padre, ni saber qué le haría. Después de abrirla intentó meterse, pero, su cabeza dio contra la puerta contraria debido al empujón que su madre le dio para que se metiera. Su madre, se subió del lado delantero del vehículo...
El camino fue bastante silencioso, Helen estuvo mirando hacia la ventana, y aunque ya suponía estar desintoxicada completamente, tenía leves visiones extrañas, de repente podía llegar a ver que el camino en movimiento se transformaba en líneas planas, o que el mundo se movía hacia atrás. Helen no quería saber que pasaría cuando llegase a su casa, y deseaba que ese viaje fuese eterno, mientras su ansiedad se incrementaba cada vez que sentía acercarse a su casa.
Su casa era un lugar tranquilo, y sus padres la tenían como una hija "Perfecta", pero, luego de lo ocurrido, no quería saber que era lo que le tocaría sufrir en su casa, sólo esperaba que sea un castigo menor.
«¡Mierda!, esa es mi casa» Vislumbró Helen con un temor, y de ese temor dio un suspiro con intenciones de relajarse.
—¡Cállate imbécil! —dijo Jorge, su padre, a lo que ella obedeció. Su padre simplemente abrió la puerta y entró a su casa con su madre, era decisión de Helen entrar o huir, a lo que decidió entrar.
(Ten cuidado dónde pisas)
«El ambiente se nota algo silencioso —pensó—, eso parece anticipar una tragedia— tal cual una película de terror de Hollywood, pero el monstruo era su padre. »
—¿Cómo pudiste hacernos eso? —gritó Jorge. —Yo no quiero una hija drogadicta, ¡eso es lo que eres! —agregó. Helen culminó con el estrés y quebró en lágrimas, lloró con mucho dolor. El llanto de Helen no hizo más que empeorar la situación, su padre culminó en furia y la lanzó al suelo de una cachetada, cachetada que hizo brotar sangre de la nariz de Helen.
—¡Vete a tu habitación! —gritó Jorge. Helen obedeció, con su cara empapada en sus lágrimas, lágrimas que se mezclaban con la sangre en la zona de su nariz, y entró a su habitación, cerrando la puerta de un portazo.
Helen se quedó toda la tarde del domingo en su habitación, esperando a la llegada del lunes. El lunes fue algo insoportable, su familia ni siquiera la había llamado para ir a comer, así que ella misma se había hecho unos ricos sanguches, y luego de comer se fue a su colegio, intentando no interactuar con su familia de ningún modo, así no comenzar una discusión.
Luego de varios minutos de camino, Helen por fin llegó a su colegio, entró y se sentó en su butaca correspondiente al fondo. En eso siente que alguien le lanza un papel. Al darse la vuelta, puede ver a Neruel junto con su grupo, riéndose de ella.
—Miren quien es, el hazmerreír. —dijo Neruel en tono burlesco.
—¿¡Acaso no éramos amigos!? —preguntó Helen con mucha rabia.
—Yo nunca sería amigo de una chica tan estúpida como tú. —dijo Neruel. —Tus papis te mandan, eres una ñoña. —agregó. En ese momento Helen pensó en su novio, él siempre lo amaba, y ella se sentía una estúpida por haber cancelado la cita con él, sólo para dedicarle tiempo a un montón de neandertales como ellos.
—No les necesito, imbéciles, mientras mi novio y mis viejos amigos estén conmigo, ustedes son sólo basura. —Contestó Helen, con un aire de victoria. En ese momento, la profesora les riñó, y ellos callaron con rabia en sus ojos. Helen sólo pensaba en volver a hablar con su novio, quien se lo iba a encontrar en algún momento, puesto a que sus padres pasaban de ella completamente, no hubo ningún castigo.
Llega el sábado, Helen toca la puerta de Daniel, su amado.
—¿Hola? —preguntó Daniel.
—Hola amor. —saludó Helen y se aproxima a abrazarle y besarle tiernamente, pero se sorprende cuando él decide apartarla.— ¿O...Ocurre algo? —preguntó ella.
—Helen, tendremos que hablar...—dijo Daniel. —Me enteré que el sábado andabas drogada por Villa Rancia, una amiga me contó, ella vive ahí.
(Estoy ahí, contigo, con todo el mundo)
—B...Bueno—dijo Helen, quien sabía que su sufrimiento iba a aumentar más, pues, ella aunque dijo hablarse con sus antiguos amigos, estos parecían haberse olvidado de ella, y sólo le quedaba su novio.
—Verás, no me gustan las chicas así, lo siento mucho, pero terminamos. —replicó Daniel, luego de un suspiro.
—P...Pero, ¡Fue sólo esa vez!, ¡No me hagas esto, por favor! —rogó ella. —¡Juro que no volverá a pasar, sólo no hagas esto! —agregó.
—Ya lo hecho, hecho está. —dijo Daniel—, ya lo probaste, ya no puedes hacer nada al respecto para que eso no haya ocurrido. —agregó. Helen en ese momento fantaseó con la existencia de alguna máquina del tiempo, y poder retroceder para evitar haber hecho todo lo que hizo, pensó en el delgado hilo de la vida, donde una pequeña acción puede cambiar mucho en poco tiempo. En ese momento también fantaseó con volarse la cabeza de un escopetazo, pensamiento que hizo que ella culmine, y comience a llorar desconsoladamente. Daniel la miró.
—¡No me moveré de aquí hasta que te retractes y vuelvas conmigo! —gritó Helen entre sollozos. —No puede ser posible, era tan perfecto, ¿¡Por qué me haces esto!?
Daniel lo único que hizo fue cerrarle la puerta en la cara, y decirle desde dentro, que si no se marchaba de ahí, llamaría a la policía, a lo que Helen simplemente se marchó.
Helen caminaba desolada y triste entre las calles, lentamente hacia el olvido, con deseos de simplemente desaparecer de la existencia. Caminó y caminó hasta llegar a un puente, en el que se sentó a mirar el río que había bajo este. Miró el rio hasta llegar la noche, y esa noche volvió a su casa. En su casa, las cosas iban mal, aunque eran pasables, al menos hasta ese momento.
—¡Es tu culpa, yo nunca crie a una drogadicta! —oyó Helen a su padre gritar, y al parecer estaba gritándole a su madre, quien respondió con mucho enfado, "¡Pues lárgate!".
En ese momento, su padre salió de esa puerta y le dio un empujón hacia la pared, y escuchó el portazo de su padre, mientras su madre sollozaba en la cocina...
«Cuidado dónde vas, que podrías llegar a vivir la peor de tus pesadillas—dijo la voz—, el fin del mundo está cerca»
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