EXTRA KiriBaku - Parte II de II

Atención:

1- Como bien saben, los extras no afectan en la trama original, pero siempre aportan alguna cosilla nueva.

2- Es bastante necesario leer la primera parte (narrada por Kirishima) para poder seguir el hilo c: Esta se encuentre entre los capítulos 15 y 16.

3- Para que no haya dudas, la última parte de este extra toma lugar un par de días después de que Deku descubre al ladrón, pero antes del jueves de esa misma semana en que presentará su historia en clases. Por supuesto, la respuesta la sabremos recién en el capítulo 20 a publicarse lo más pronto que yo pueda ;;;

Katsuki no había hecho llorar ni una, ni dos, ni diez veces a Kirishima.

Lo hizo al menos un millón de veces.

Incluso si hubiese preferido arrancarse su propia lengua y ojos antes de hacerlo. Y lo hizo —porque Katsuki estaba bastante roto por dentro como para poder controlar sus impulsos.

Pero nada se interpondría en su camino de evitar ver sus grandes y brillantes ojos con las lágrimas surcando otra vez. Y cuando Bakugo Katsuki se proponía algo, rara vez no lo conseguía.

Nada lo detendría de intentar arreglar aquello que hizo horriblemente mal cuando era un pre-adolescente enojado con la vida. Se repetiría aquello una docena de veces al día hasta que se convenciera.

Hasta que finalmente supiera —y se dijera a sí mismo— que, tal vez, algún día podría volver a merecérselo.

Las inseguridades eran demasiado fuertes a veces, pero su determinación siempre era más fuerte —y era ella la que las aplastaría como a un par de termitas.

No había dudas de que amaba a Kirishima. Lo amaba, y lo había hecho desde antes de que se sintiera sano todo eso que florecía en su pecho. Ese amor había sido una necesidad tan fuerte que dolía; de hacerlo suyo, que no fuese de nadie más que él, de disfrutarlo, de tenerlo para espantar a todas las voces en su cabeza.

Fue malditamente tarde cuando se dio cuenta del error.

Eran demasiado jóvenes y estúpidos —especialmente él mismo—, y era su propio egoísmo inmaduro el que le llevó a buscar en Kirishima una especie de bálsamo contra la dura realidad, una fantasía que le hacía salirse del libreto que era su asquerosa vida.

Katsuki no había sido capaz de vivir sin los besos, las caricias y la compañía de Eijirou. Y fue su insaciable deseo de tenerlo para sí lo que acabó alejando lo único buen que tenía en su vida.

No, se corrigió abruptamente. No lo «tenía». Debía alejar esos pensamientos —aquella idea de que Kirishima alguna vez fue suyo; porque jamás lo fue ni lo sería. Kirishima era su propia persona, y fue eso lo que siempre le atrajo del mismo. Que Kirishima era único, y suyo, y hermoso de esa manera.

Había sido su obsesión por ser poseedor de las personas y cosas de su vida lo que le llevó a la soledad en la que se encontraba.

—Quizá no me creas, cabello de mierda —dijo con la voz ronca a Kirishima en el vestuario de los chicos—. Pero puedo demostrártelo. Quieras o no, te mostraré que he sido sincero todo este tiempo. No me quitarás el derecho de demostrar que no soy el mismo bastardo de antes. Yo también tengo la posibilidad de ser una mejor persona.

Había hecho una pequeña pausa, en la que se obligó a mantener firme la mirada con la de Eijirou.

Tenía que recordarse que lo hacía por volver a ver el brillo en aquellos ojos.

—Luego tú decidirás qué hacer con ello.

Esa había sido su sentencia. Katsuki no era bueno dejando que otros decidieran por él, pero por Kirishima podía hacer una excepción.

Lo cual no significaba que iba a darse pronto por vencido.

Él lo valía. O eso quería obligarse creer.

Pero si Kirishima, al final de todo aquello, le pedía alejarse de su vida...

Iba a hacerlo. No tenía de cómo lo soportaría, o si sería capaz de hacerlo siquiera. Pero la única manera de demostrar que era sincero con enmendar las cosas, era dando a Eijirou la capacidad de decirle si quería, o no.

Por primera vez en dieciséis años.

Sin embargo, la furia a veces le consumía. La rabia ocasionada por la injusticia, que le nublaba el juicio y prácticamente le obligaba a actuar en consecuencia de los hechos.

Como ocurrió en la fiesta de Mina Ashido.

Cuando encontró a Kirishima riendo con Deku.

Deku, el otro bastardo que le había roto el corazón —posiblemente bastante consciente de ello. Deku, que siempre se salía con la suya. Deku, que siempre era perfecto y le perdonaban los errores.

Mientras que Bakugo siempre era un bastardo por hacer las mismas cosas.

—Maldito Deku —Katsuki musitó, apretando el vaso de plástico con refresco que llevaba entre las manos.

El líquido se escurrió entre sus dedos pero no le importó. Se limpió torpemente entre los pantalones, mientras se disponía a acercarse dando zancadas hasta el sofá donde aquellos dos parecían estarlo pasando bomba.

Kirishima se reía otra vez. Esa dulce sonrisa afilada que había sido su escape de la realidad durante el oscuro período donde casi llegó a tocar el pozo.

Y no era él quien lo hacía sonreír.

No lo era desde hacía años.

Pero se paró a medio camino entre la marea de gente y la música retumbándole en el pecho. Todo el mundo entero se detuvo —o así lo sintió él— mientras la sonrisa de Kirishima opacaba toda aquella asquerosa fiesta llena de inadaptados.

No podía golpear a Deku. Ni aunque quisiera.

Otra vez lastimaría a Kirishima si lo hacía.

Imbécil, se dijo. Siempre estás a punto de dañarlo, incluso sin darte maldita cuenta de ello.

Tuvo que apretar los puños y los dientes. Era su forma de reprimir la rabia que sentía consigo mismo, la que lo azotaba cada vez que se daba cuenta que estaba a punto de cagarla.

Caminó a los empujones entre sus compañeros borrachos —dando bastante vergüenza ajena: agitando el trasero, toqueteándose como conejos en celo o simplemente luciendo imbéciles—, hasta que finalmente llegó hasta el sofá donde Deku y Kirishima estaban riéndose —como dos grandes amigos— a viva voz.

Estuvo mirando a Deku con odio hasta que logró captar la atención de los dos.

—¡Oye, estamos tratando de...! —exclamó Kiri hasta que lo reconoció—. Bakugo.

Se sintió como una niña enamorada el sentir el cosquilleo en la boca del estómago. A las estúpidas y presuntas mariposas que revoloteaban en el interior de uno cuando una persona era lo suficientemente para ti.

Tuvo que hacerlas callar de un puñetazo.

—¡K-Kacchan! —Deku balbuceó—. ¡Qué agradable s-sorpresa...! ¡Justo me estaba por ir a buscar unas bebidas...! ¡Y correr de aquí...!

—Cállate, maldito nerd.

No había podido evitarlo. Le hervía la sangre tener que verlo junto a Kirishima. No eran simples celos...

Katsuki de verdad envidiaba la familiaridad que ambos tenían.

—Kirishima —dijo con la voz más firma que pudo conseguir—. Te he buscado para hablar contigo toda la noche.

Kirishima se veía dudoso; entre seguir sentado riendo con Deku o darle una oportunidad a Bakugo.

Elígeme a mí, se encontró pensando en su interior. Por favor, cabello de mierda.

—Eh, yo...

Ahora —espetó Katsuki.

No había tenido tiempo de morderse la lengua para evitar que sus palabras salieran tan mordaces. Él no era bueno con bajar la cabeza, pero aunque fuese imposible no dudaría en intentarlo.

Por favor, Kirishima.

—P-por... por favor.

Las palabras brotaron de su boca sin que lo notara realmente. Habían nacido desde algún lugar en lo más profundo de su ser —la parte de sí mismo que en verdad estaba desesperada por demostrar a la única persona que lo entendía y le hacía bien, que de verdad había cambiado.

La mirada de Eijirou se suavizó.

Probablemente comprendía, mejor que nadie, lo difícil que aquello estaba resultando para Bakugo.

—Yo... creo que... me voy —rió Deku, poniéndose de pie para huir—. Justo me dieron ganas de hacer twerking junto a Kaminari.

—Sí —coincidió—. Mejor ya vete de aquí, Deku nerd.

No necesitó que se lo dijeran dos veces para que saliera pitando de allí.

Bakugo y Kirishima se sostuvieron la mirada por un instante. Los dos parecían desafiarse, a ver quien bajaría primero la guardia y diría algo acerca de la extraña relación sin cerrar que habían estado teniendo a través de los años.

Antes, siempre había sido Kirishima. Ahora, le tocaba a Bakugo demostrar que podía comerse todo el orgullo por él.

Tomó asiento a su lado, con torpeza, allí donde Deku estuvo recostado. El brazo de Kirishima ya no rodeaba el respaldo, y Katsuki aprovechó para tomar la mano del muchacho entre las suyas y depositarla en su regazo.

Algo brincó en su pecho ante el contacto con aquella mano otra vez. Los recuerdos de Eijirou tomándole de la mano, después de besarse —después de los días donde la ansiedad era tan horrible que solo podía recurrir a Kirishima—, para dormitar juntos la siesta de esa forma.

A Katsuki le salió una risa amarga, y que podría haberse confundido con una malvada.

¿Quién en su sano juicio podría olvidar alguna vez a Eijirou Kirishima?

Permanecieron un instante así, sujetándose las manos, en silencio. Hasta que —una vez más— fue el pelirrojo quien decidió tomar la iniciativa por ambos.

—¿Cómo has estado? —preguntó Kiri con una sonrisa un poco tímida. Su mano no se removía de su regazo—. Oye... sobre la otra vez... lamento por haberte pegado...

Bakugo gruñó al recordar aquel pequeño detalle.

Todavía les debía un puñetazo al cara plana y al cerebro fundido por haberse metido en la situación. No es como si él se hubiese atrevido a poner un dedo encima de Kirishima.

—Tu golpe no está nada mal, cabello de mierda.

Kirishima se rió al escuchar su apodo. Puede que Katsuki no fuese el único nostálgico de los dos.

—Tetsutetsu, Kendo y yo hicimos boxeo el verano pasado —exclamó con emoción—. ¡Tenía que volverme fuerte, porque Kendo nos daba una paliza a ambos!

Bakugo se obligó a tragarse los celos y la irritación. No era sano. Kirishima no era suyo, pero mierda que dolía pensar que se divertía con todo mundo excepto con él.

No quedaban dudas de que debía merecerse todo aquello.

—¿Ah, sí? —dijo Bakugo, serio—. Dile a Kendou que podría retarla a una pelea cuando quisiera y barrer el piso con ella.

Kirishima rezongó.

—¡No porque sea mujer significa que es más débil, Blasty!

—¿Blasty...? —gruñó Bakugo. Se sacudió la cabeza para no armar una escena por ello—. ¡Yo barro el piso con cualquiera de esta cochina escuela!

Kirishima le empujó suavemente con su mano libre. Estaba rodando los ojos, como si Bakugo fuese absolutamente imposible de corregir.

No imposible, pensó. No por ti.

Carraspeó por encima de la música. Apretó la mano de Eijirou entre las suyas.

—Oye, Kirishima...

El chico debió haberlo notado al instante por el cambio en su voz y su postura. Se zafó al instante de su agarre. Bakugo alzó las manos en señal de frustración, chasqueando la lengua.

—¡No he hecho nada! ¡¿Por qué diablos reaccionas así?!

—Porque me haces sentir como si solo te acercaste a mí porque estaba con Midoriya —Kirishima se cruzó de brazos—. ¿Es eso? ¿Estás celoso?

—¡Claro que no, mierda! —Bakugo se puso de pie de un salto, agarrándose la cabeza—. ¡Solo quiero que veas que trato de arreglarlo, bastardo!

—¿Y por qué, Bakugo? —Eijirou desafió—. ¿Quieres demostrar que eres más que Midoriya? ¿Por eso me invitaste al cine hace meses después de años sin hablarnos?

Katsuki abrió la boca y la volvió a cerrar, al menos media docena de veces. Kirishima le miraba desde el sofá arqueando una ceja. La música electropop seguía estallando de las bocinas de la fiesta.

Levantó el dedo índice hacia el muchacho.

—Esto no tiene ni mierda que ver con ese... ese... con Deku, ¿de acuerdo? —Se tragó todo lo que pensaba del chico—. ¡Esto es porque prometí mostrarte que he cambiado!

Kirishima se puso de pie para quedar enfrentado a él. La tensión y el calor comenzaban a aumentar entre ambos, la cercanía de sus cuerpos provocándole dolor físico.

Sin embargo, su cara no era capaz de mostrar otra cosa que no fuese enojo.

—Y aun así todo parece reducirse a Midoriya —Kirishima habló—. ¿Me quieres de verdad? ¿Lo haces, Bakugo? Porque yo... yo no he dejado...

Eijirou suspiró. Se veía agotado, y también dolido. Y Bakugo se odiaba por sentirse el culpable de todo aquello.

Sintió la palma de Kirishima sujetarle la parte trasera del cabello, sacándole un jadeo de sorpresa —bajó toda sus guardias— para deslizarla poco a poco por el costado de su rostro hasta detenerse en su mejilla.

—¿Me quieres? —volvió a preguntar Kirishima.

Te amo.

—¿Quieres que vuelva a decirlo, maldita sea?

Su sucia boca debía ser el mayor enemigo de su cerebro.

El pelirrojo hizo una sonrisa de costado al escuchar sus palabras. Como si no esperase otra cosa del explosivo Katsuki. Un poco triste, de todas formas; pero también brillando con un poco de esperanza.

—Entonces todavía te falta camino por recorrer, Bakugo.

Pero aunque las horas luego de la fiesta siguieran corriendo, a Katsuki no le llenaban de esperanza las palabras de Kirishima.

Solamente le causaban frustración.

No es que no confiase en Kirishima y lo que le había dicho, pero tampoco podía dejarse llevar por aquello. Estaba esforzándose tan duro como Bakugo podía —como su dura forma de ser le permitía, y más— pero tal vez Kirishima esperaba mucho más de él. Algo de lo que en verdad se merecía.

Algo que quizá no podría darle.

La verdad es que se había sentido demasiado solo desde su distanciamiento a los trece años. Kirishima lo fue todo para él, incluso si no tuvo conciencia de ello en el momento. A él no le había interesado hacer nuevas amistades, porque estaba seguro que ninguna podría igualar la pureza de Kirishima.

¡Vaya jodida mierda de puta vida!

Por eso, cuando se encontró a Deku en el parque al día siguiente... bueno, digamos que Katsuki hubiese deseado golpearlo un poquito.

Y con poquito se refería a darle una patada hasta la estratosfera.

No tenía idea de por qué ese gusano estaba allí de repente, pero ya no podía tolerar sus intentos de animarlo como si fuesen mejores amigos de toda la vida. Ellos no lo eran, maldita sea.

—¿Por qué mierda Kirishima te perdona a ti y a mí no quiere ni verme a los ojos?

Aunque eso no era cierto del todo. Bakugo quería saber por qué Kirishima no podía permitirse a verle a los ojos como antes.

Antes, mucho antes de toda la mierda.

No es como si Deku tuviese una iluminación divina que él no, como para aconsejarlo. Así que cuando escupió esas palabras —que Katsuki deseaba escuchar, pero no de esa manera— toda la furia se le subió a la cabeza.

—Supongo que porque a ti te ama y a mí, no —dijo Deku.

Soltó una carcajada para ocultar lo mucho que le estaba doliendo todo aquello.

—Kirishima no me ama —habló—. O ya no lo hace, al menos. Eres un inútil que no sabe nada.

—Supongo que amarte le duele demasiado, todavía. Eso no significa que no lo haga.

Bakugo apretó con el puño la piedra que no había conseguido arrojar antes de que Deku apareciese. Quería que le agrietara la piel hasta que sangrara, porque tal vez así podría sentir algo diferente a la tristeza de no sentirse jamás suficiente.

¿Por qué, Deku? 

No había más nada que quisiera espetarle. Hubiese deseado zarandearlo, sacarle la verdad a golpes, preguntarle por qué Midoriya conseguía más cosas que él, siempre.

¿Por qué no podía ser un poquito más como él? O mejor, ¿por qué ser Bakugo estaba tan mal y ser Midoriya sí estaba bien?

Supuso que la respuesta estaba frente a sus ojos. En ese cuerpo de niño nerd, con carita de borrego a medio morir y una voluntad de acero para corregir sus errores.

¿Por qué no puedo corregir las cosas como tú lo haces?

Pero él nunca se hubiese atrevido a decirlo en voz alta.

Fue la última frase de Deku la que cambió —solo un poco— algo en él:

—No he arreglado nada con Todoroki.

La mirada de Deku fue una que Katsuki comprendía muy bien. Una de completa desolación —como si las cosas jamás pudiesen mejorar el punto en el que se encontraban.

Una que había visto muchas veces en el espejo cuando crecía en completa soledad, alejado de Kirishima y de todos los que alguna vez fueron sus amigos.

—¡Como si a mí me interesara! —masculló.

Katsuki arrojó la piedra con furia, por temor a que Deku lo descubriera mirándole como si ahora compartiesen algo.

Una inutilidad suprema para arreglar las cosas con la persona que ambos amaban, claro estaba.

Entonces se dio cuenta que, pese a las similitudes... él nunca sería Deku. Y Kirishima tampoco era Todoroki. Tal vez se había sentido desolado, antes, pero no había motivos reales para seguir haciéndolo.

Tal vez Kirishima sí podría perdonarlo. Tal vez Katsuki si podría recorrer ese camino que parecía una odisea de cruzar.

Nada que llevara la etiqueta de imposible detuvo alguna vez a Bakugo.

Y por eso, sonrió. El buen humor y la esperanza de repente —aunque su pequeño corazón endurecido le dijera que no fuese tan ñoño— le golpearon en el pecho.

Sentía como si pudiese comerse al mundo. O como si pudiese cambiar todo lo malo que alguna vez fue y ser una mejor versión de sí mismo.

Es probable que fuese por aquello que se encontrase tan extasiado por ello que terminó alentando a Deku para que le enseñase a arrojar las piedras dando saltitos en el agua.

Sonrió doblemente cuando tomó su técnica y consiguió mejorarla. Deku ni siquiera parecía molesto por aquello. Lo odio por un segundo, pero también lo admiró por ello.

No todo tenía que ser una competencia, sin embargo.

—A que eres tan inútil que no me ganas, Deku.

Pero a Katsuki le encantaba ser siempre el mejor en todo.

Ser el jodidamente mejor, el que barría el piso con todos los ineptos de la escuela. Las victorias siempre conseguían silenciar un rato a las voces en el fondo de su mente.

Y sería el mejor para Kirishima. En cualquier caso: tanto si decidía perdonarle, o si prefería no hacerlo.

Pero antes... Katsuki tenía otros asuntos que conquistar.

Katsuki se llevó a Kaminari a rastras a la salida de la escuela el día siguiente.

Aprovechó que el muchacho estaba solo. Lo espió como si de una presa se tratase, un pequeño y torpe antílope que pastaba tranquilo —tarareaba las canciones de Maluma— de camino a casa luego de un pesado día sin usar sus neuronas otra vez.

No fue difícil agarrarlo del cuello del uniforme y comenzar a arrastrarlo. Kaminari trató de defenderse.

—¡Socorro, mi virginidad...! ¡Me secuestran para llevarse mi flor! —chilló el muchacho—. ¡AUXILIO!

Bakugo lo tomó por la parte delantera de la camisa y lo acercó a su rostro. Cuando Kaminari lo reconoció, ahogó un gemido de terror.

—¡Eek!

—¡Ya basta, idiota! —Bakugo gruñó por lo bajo—. No soy un secuestrador, soy yo, maldición.

—¡Eso es mil veces peor que un secuestrador! —Kaminari berreó—. ¡Auxilio! ¡Este rubio explosivo me va a dar una paliza!

—Te callas o te entrego a algún secuestrador de verdad —Katsuki siguió arrastrándolo; el muchacho estaba atrapado bajo su agarre—. Aunque no dudo que te devolverían a la media hora.

Denki se quedó quieto, con los ocasionales gemidos de frustración tras no conseguir soltarse del amarre de acero de Katsuki. Caminó cerca de cinco cuadras en desviación del camino a la escuela, en ruta hacia el parque en el cual estuvo con Deku un par de noches atrás.

Kaminari le lanzaba —fallidas— dentelladas, puñetazos —que se sentían como golpecitos de bebé— y unos cuantos insultos bastante novatos.

Katsuki siguió su camino sin prestar mucha atención al chico que literalmente retenía contra su voluntad. Kaminari comenzó a alertarse cuando lo vio dirigirse hasta uno de los tres únicos puentes que unían las dos puntas del estanque.

—¡Bakubro, por favor no! —chilló Kaminari—. ¡No me tires del puente, hemos sido colegas...!

—Silencio —ordenó Katsuki.

—¡Te juro que dejaré de pintar bigotes en tus fotos del anuario!

—¿Qué hiciste qué...? —Bakugo negó con la cabeza—. Ya te haré pagar por ello. Más tarde.

Arrojó a Kaminari sobre la madera del puente. El muchacho se quejó un poco, sobándose las zonas heridas con más dramatismo que los jugadores de fútbol. Debía haberlo aprendido en los entrenamientos.

Bakugo se sentó en el borde del puente, con las piernas colgando hacia el estanque, justo arriba de un grupo de patos graznando y nadando apaciblemente. Se quedó allí hasta que Kaminari decidió dejar de ser una reina del drama y ocupar un lugar a su lado.

Temeroso, sin embargo.

—Bakugo, ¿para qué me trajiste...?

—Silencio —espetó Katsuki—. Estoy pensando.

—¿Tú piensas? —se rió Kaminari con su estúpido chiste de mocoso de primaria.

Le dedicó una mirada furibunda.

—No te quieras pasar de listo conmigo, idiota —Bakugo suspiró—. He venido a d-... a dis-... disc-...

Gruñó de frustración. ¿Por qué era tan jodidamente difícil?

Pero aquel tenía que ser un paso más cerca hacia su objetivo de ser mejor persona por Kirishima. Incluso si eso significaba...

Pedir perdón al idiota de Kaminari.

—Quiero que me disculpes, bastardo —apretó los dientes—. Por lo que pasó cuando éramos unos mocosos.

Kaminari estaba mirándole con los ojos abiertos como platos. No podía de parpadear con completa confusión.

—¿Se supone que eso es una disculpa?

—¡Lo tomas o lo dejas, idiota...! ¡No tengo que rogarte!

—Wow —Kaminari exclamó. Se le escapó una risa amarga—. Había fantaseado por años este momento y preguntándome cómo podrías cagarla. Me sorprendiste, Bakubro.

Katsuki apretó los puños contra sus costados. Kaminari estaba suplicándole que lo moliese a golpes allí mismo y lo usara para alimentar a los patos.

—Mira, zopenco —Katsuki espetó—. ¡Yo no tenía por qué venir aquí y de todas formas, lo hice!

—Oh, por supuesto —bufó Denki—. Has venido por Kirishima, ¿no? Te recuerdo que Sero y yo estábamos ese día en el vestuario de chicos. Sabemos lo que intentas.

—¿Y vas a detenerme? —desafió Bakugo.

Kaminari hizo como que se lo pensaba.

—Pues no —Se encogió de hombros—. Ya he aprendido que los asuntos de Kirishima son suyos y no míos. Así como tus asuntos son tuyos y los míos, son los míos.

—¡Bravo por descubrir América, idiota! —Katsuki ironizó—. ¿Quieres un monumento en honor a tu inteligencia?

—A lo que voy, es que... ahora, en este momento, este asunto es tuyo y mío, no de Kirishima. Pero parece ser que lo único que te motiva es ser bueno para él y no por él.

—¡ eres el bastardo que trajo a Kirishima a la conversación! —exclamó Bakugo, indignado.

Bakugo bufó cuando Kaminari le ignoró olímpicamente para observar a los patos. Se golpeó ruidosamente los muslos con los puños.

Aquello era una estúpida pérdida de tiempo.

—No he venido a hablar de Kirishima ni a recibir consejos tuyos —Bakugo espetó—. ¡He venido a disculparme por ser una mierda contigo y con el cara plana, pero veo que ni siquiera te interesa! ¡Me voy a la mierda de aquí!

Se levantó para irse de allí. Que imbécil había sido al pensar que aquello era una buena idea.

¡Ninguno de sus antiguos «amigos» valía una mierda!

El único que se merecía luchar por ello era Kirishima.

Kirishima y nadie más que Kirishima.

Ya encontraría otras maneras de demostrar que lo quería.

—¿No lo entiendes, Bakugo? —dijo Kaminari con tristeza—. Todo se reduce a Kirishima. Nosotros nos distanciamos porque comenzaste a utilizar a Kirishima como tu escape. Y ahora estás aquí porque quieres demostrar que has cambiado para así poder recuperarlo

—¿Sabes? Me desagradabas menos cuando tenías las neuronas muertas.

Kaminari bufó. Katsuki le observó de soslayo, a sus cejas fruncidas y el gesto de desacierto en su juvenil rostro. Era lo más lejano que alguna vez vio del jovial Kaminari de todos los días.

Tragó saliva con dificultad. Decidió volver a sentarse a su lado, con las piernas colgando del puente. Era mejor eso que dejar que la furia le subiera a la cabeza y empujar a Denki al estanque.

Ambos observaron a los patos nadar en armonía, hundirse cada tanto en el agua y salir a la superficie para volver a sacudirse.

Qué jodidamente fácil parecía ser un pato.

—No sabes una puta mierda —masculló Bakugo tras un instante—. No soy un monstruo sin sentimientos como todos ustedes me han pintado todo este tiempo. No soy un aprovechador.

Kaminari suspiró. El labio le temblaba. Parecía negarse a mirar a Bakugo a los ojos.

—Entiendo lo que debo entender —Se encogió de hombros—. Soy idiota, eso lo dicen todos. Y soy el único de nuestro grupo que nada sabe sobre el amor, o eso parece. Porque la persona que me gusta ama a alguien más, y yo nada puedo hacer contra eso.

Katsuki le observó con las cejas enfurruñadas. Denki troceó una galleta que sacó de un paquete en su mochila y se la arrojó a los patos.

—Pero creo que el amor no debe hacerte sentir como la mierda, ¿no crees, viejo? Todos los amores... familiar, romántico, fraternal. Especialmente el fraternal.

Katsuki trató de tragarse el nudo que le oprimía la garganta. Fue imposible.

—¿Me estás diciendo que debería alejarme de Kirishima, bastardo?

Denki gruñó antes de estallar:

—¡Ojalá algún día dejases de hablar tanto y escuchases más a las personas! ¡Por eso te va como te va, tarado!

Katsuki apretó los puños. Estaba listo para hacer Kaminari a las finas hierbas y meterlo en su horno.

—¿Cómo me llamaste, pequeña mierda...?

—¡Crees que todo es un ataque contra ti! —continuó Kaminari, agitando las manos—. ¡Pero, adivina...! ¡El mundo no gira a tu alrededor, y la gente no hace las cosas para que en el fondo sigas odiándote y armando una coraza que te proteja! No, espera, eso no es cierto... ¡Tienes una puta fortaleza de acero y todo un arsenal listo para atacar a los enemigos que inventa tu cabeza!

Katsuki no podía seguir escuchando esas mierdas. Quería romper cosas, destrozarlas con sus manos, algo que hiciera el suficiente ruido para no tener que escuchar las horrendas palabras de Kaminari que cantaban verdades en su oído.

No, no cantaban. Le gritaban.

—¡Cállate! ¡CÁLLATE!

Pero Kaminari no estaba decidido a darse por rendido. Se levantó de  su lugar y se arrodilló frente a un Bakugo que se cubría el rostro y los oídos con las manos.

Algo se veía diferente en él. En el payaso de la clase del que todos se reían por sus idioteces. En el chico que le miraba con resentimiento en el pasillo. En el chiquillo que le había seguido como una oveja a su pastor cuando no eran más que unos críos.

Aquel Kaminari estaba lejos de todas esas versiones de sí mismo.

—¡Te has pasado toda la vida viendo enemigos imaginarios hasta en la gente que te aprecia, hasta en tus amigos que te queríamos, y por eso terminaste cerrándote al mundo y odiándolo todo! ¡Y por eso necesitaste a Kirishima, porque sentiste a todo el mundo en tu contra! Pero no era el mundo, eras solamente t-...

—¡Que te calles de una puta vez!

Bakugo usó todas las fuerzas que tenía en su palma para apretar contra el pecho de Kaminari y empujarlo. Cayó de espaldas —pero aterrizó con el trasero) contra el puente.

—Tú no sabes cómo me siento, imbécil...

Kaminari se levantó con un quejido. Le dio una mirada furibunda.

—No, no lo sé —dijo—. ¡Ni siquiera tú sabes cómo te sientes! Seguimos siendo jóvenes, colega. ¡Y es normal no saber o no entender las cosas, o equivocarse! ¡No tienes que estar tan enojado por ello! Estamos creciendo, y eso significa crecer, ¿no? Aprender a ver los errores que antes no pudimos ver.

Kaminari se detuvo solo un momento antes de seguir. Bakugo estaba anonadado.

—Pero crecer no significa querer convencernos de algo que deseamos ser y metérselo por la garganta a los demás —exclamó Denki—. ¡Es un proceso, significa procesar nuestros errores y comenzar a cambiar!

Kaminari le apuntó con un dedo acusador:

—¡Y no has cambiado en absoluto! Solo quieres fingir que lo haces, y tratas de convencerte por ello. Porque ni siquiera tienes idea de por qué te equivocaste en absoluto.

Bakugo estaba temblando en su lugar. Temblaba de rabia. De furia. De haber sido descubierto y expuesto; que toda la armadura que construyó para que el mundo no viera lo vulnerable que en verdad era fuese derribada por Denki Kaminari.

El niño idiota de la clase. El que todos daban por sentado. Por el que nadie hubiese dado ni medio centavo.

Pero ahí estaba.

Kaminari se arrastró hasta él, hasta estar tan cerca que le agarró por los brazos para quitárselos de encima del rostro. Katsuki volvió a gruñirle que se alejara —dando manotazos y amenazando con arrojarlo junto con los patos—, pero el otro no se dio por vencido.

No lo hizo hasta que sostuvo sus brazos y le obligó a mirarle a los ojos.

—Yo también he sido herido. No solo por ti, sino también por Kirishima. Porque te había escogido a ti, y no a mí. Y seguí siendo la segunda opción de todos, la opción que no tiene a nadie más. Tú crees que estás solo, pero todos nos hemos sentido solos, Bakugo. Cuando entiendes eso, empiezas a darte cuenta que todo ese dolor que sentías, alguien más también lo está sintiendo. Y se hace un poco menos difícil.

Kaminari le soltó, poco a poco. Bakugo no relajaba la tensión en todo su rostro. Tenía miedo de estar a punto de explotar.

—Alguien me explicó eso hace un tiempo —Kaminari dijo, y Bakugo estaba casi seguro que algo brillaba en sus ojos—. Y es que no soy el único que ha sufrido.

Denki era imbécil.

Y Bakugo no lo decía por todo su monólogo acerca del sufrimiento adolescente, ni tampoco por su tono de terapeuta cuarentón que cree saber las respuestas a las crisis existenciales del vivir.

Lo decía porque lo siguiente que hizo... fue darle un abrazo.

Un puto abrazo. Kaminari no tenía miedo de morir, vivía al límite o simplemente estaba buscándoselo.

Usó sus flacuchos brazos para rodearle el cuello, y no se dejó flaquear ante la resistencia de Bakugo y sus amenazas de que se le quitara de encima.

Lo tenía prendido como una garrapata.

—¡Aléjate, pulga asquerosa! —Bakugo berreó con asco—. ¡Estás firmando tu sentencia!

Kaminari le ignoró por completo, incluso cuando envió sus nudillos a su mandíbula. Los esquivó justo a tiempo. 

—Es por eso que viniste primero a mí, ¿no? —susurró—. Porque sabes que yo sí te quise como un amigo a pesar de todo.

—Te das más crédito del que te mereces, Tontonari —gruñó—. ¡Y claramente no tienes neuronas!

Kaminari se apartó solo un momento para mirarle a los ojos. Sus grandes ojos dorados podían ser demasiado intimidantes.

—Yo sí creo que quieras recuperar a Kirishima —Kaminari asintió—. Sé que lo quisiste, a tu manera. Aunque esa no era la manera correcta. Pero lo he entendido ahora, y creo que puedes descubrir la manera para quererlo correctamente. Especialmente ahora después de tantas decepciones.

—¡No necesito tu aprobación!

Kaminari sonrió, arrugando su nariz. Parecía un niño emocionado de kínder. Y uno muy efusivo, ya que volvió a abrazar a Katsuki.

Luchó en vano ya que Denki no planeaba soltarlo. Y empujarlo significaba arrojarlo con los patos —lo cual no era una mala idea—, pero fue mientras pasaron los segundos, que Bakugo comenzó a perder poco a poco el interés en seguir resistiéndose.

Más tarde se obligó a sí mismo a olvidar ese momento. Nunca lo admitiría en público.

Ni mucho menos aceptaría el hecho de que se dejó fundir en el pequeño abrazo arrollador de Denki Kaminari. De cómo deslizó sus brazos hasta su espalda y le sujetó por la chaqueta del uniforme mientras enterraba la cabeza en su hombro.

Tampoco le contaría al mundo que se estaba tragando las lágrimas.

—Te perdono, Bakubro —Kaminari dijo con emoción—. He perdonado a Midoriya por lo que pasó con Kiri, y eso me ha hecho darme cuenta que también puedo perdonarte a ti.

—No seas tan melodramático —bufó Bakugo pero salió como un graznido. Su voz se rompió ante tanto aguantar el llanto—. ¡Eres un imbécil!

—Y tú un capullo —agregó Kaminari—. ¡Pero, hey! ¿Eso nos hace compatibles, no? Los imbéciles y los capullos siempre andan en el mismo aquelarre.

Cállate.

Katsuki se lo quitó de encima y lo arrojó varios centímetros lejos. Kaminari se sacudió el polvo sin dar mucha importancia a los ataques de ira del otro.

—Pero debes disculparte también con Sero —dijo con seriedad.

—¡Sobre mi puto cadáver!

Katsuki se rehusaba completamente a tener que buscar al cara plana y ver su sonrisa de satisfacción mientras lo hacía humillarse con el perdón.

Estaba seguro que aquella escena solo sería el principio antes del Apocalipsis.

Kaminari volvió a ser el idiota de las sonrisas radiantes, el que no conocía de límites y tampoco le temía al peligro. Le rodeó los hombros con uno de sus brazos, mientras que con la mano libre le alzó el pulgar.

—¡Tengo fe en ti!

—He venido a disculparme, no a conseguirme una estúpida porrista —gruñó Katsuki—. ¡Y no me toques!

—Con que porrista, ¿eh? —Kaminari se llevó la mano al mentón—. Creo que una falda tableada se me vería bien.

Bakugo siguió gruñendo entre dientes mientras escuchaba a aquel tonto hablar sobre faldas, chicas guapas, tangas y animadoras, de camino a la salida del parque y hacía las calles que los llevarían a sus casas.

Se preguntó por qué había pensado que intentar recuperar a ese zopenco era una buena idea.

Pero más tarde, durante la madrugada y en su cama, cuando Kaminari le envió un mensaje estúpido y lleno de horrores ortográficos, como «si las plantas son ceres vibos, ntoncs tienen sentimentos??», Katsuki obtuvo una respuesta a su pregunta.

Por primera vez en todos esos años... ya no se sentía tan solo.

Ya no.

Bakugo le dio vueltas a las palabras de Kaminari durante el resto de la noche. Y todo el día siguiente.

Incluso siguió haciéndolo durante el día siguiente a aquel —un miércoles muy cercano al final del semestre.

Había estado tan abstraído en sus pensamientos, que ni siquiera notó cuando Deku casi le derribó a la entrada a la escuela. Se arrancó los audífonos —sin quitar la música punk que venía escuchando— solo para gritarle:

—¡¿Qué mierda...?! ¡¿Deku?! —chilló Bakugo—. ¡Que hayamos hablado el sábado no te da derecho a golpearme!

—¡Disculpa, Kacchan! —Deku rió nervioso. No le estaba prestando atención—. ¡Es que no duermo desde el lunes, uf! ¡Todo está tan maravillosamente bien!

Katsuki frunció las cejas al ver con más claridad las fachas con las que andaba ese nerd. Ropa desarreglada. Unas ojeras más grandes que su cabezota, además de una sonrisa de maníaco que solo se ha alimentado a base de café los últimos días.

Se veía como la misma mierda.

Estaba cargando una laptop llena de estúpidos stickers de Gran Torino On Ice —¡él la conocía de vista! ¿De acuerdo? No es como si viera esas mierdas otakus— y un montón de papeles apilados en desorden contra su pecho.

—Oye, engendro —dijo Bakugo—. ¿Estás bien...?

Deku agitó las manos frente a su rostro, sacándole un respingo.

—¡Tengo cosas que hacer! ¡Adiós, Kacchan! —exclamó Deku con histeria.

Se alejó zumbando entre todos los alumnos de la Secundaria Yuuei que iban llegando a clases. Katsuki apretó los dientes, furioso.

—¡Que la próxima tu madre se preocupe por ti, nerd!

Chasqueó la lengua. Maldito Deku de mierda, ¿qué tenía que andar preocupándose por él?

Apagó su música y se dispuso a entrar en la estúpida escuela. Otro día entre todos esos extras sin nombre, que se creían dignos de andar por los mismos pasillos que él; empujándolo, hablando demasiado fuerte, perturbando su espacio personal...

La juventud estaba perdida.

—¡Bakubro! —escuchó la ahogada voz de Kaminari mientras se abría paso entre los alumnos—. ¡Hola!

—Y hablando de juventudes perdidas... —musitó Bakugo, con los ojos cerrados, hasta que Denki estuvo a su lado—. ¿No tienes amigos que molestar, bastardo?

—Bueno, pensé que podríamos recuperar el tiempo perdido —Kaminari le codeó tras guiñarle el ojo—. Además, así Sero se pondrá celoso y se sentirá mal por no haberme regalado un refresco cuando le pedí... ¿me compras tú un refresco, Bakubro?

—Eres una rata coluda.

Kaminari soltó una carcajada, golpeándose en las piernas para dar énfasis. El chico seguía ahogándose con su propia saliva cuando Katsuki se dio la vuelta para partir a su aula.

Kaminari no perdía el tiempo. Trotó hacia él y le rodeó el hombro con su brazo.

—¡Cambia esa cara! ¡Hoy es un día precioso!

—Y tú cambia esa actitud de pesado, o será o un día precioso para mori-...

Se detuvo. No pudo evitar escuchar una de las conversaciones que estaba desarrollándose ahí cerca.

—A que no sabes quien acaba de pasar antes de que llegues —escuchó a una voz femenina cuchichear entre risas a su costado—. ¡Midoriya Izuku! Ya sabes, ¿el de la historia?

—¡Ah, sí! —rió un muchacho antes de abrir el casillero—. La pequeña zorra de segundo año. Los senpais siempre son los peores.

—¿Bakubro?

Bakugo se detuvo al escuchar los chismes de aquellos dos infelices que debían ser de primer año. Como los demás alumnos seguían transitando por el pasillo, nadie notó que estaba parado, a excepción de Kaminari.

Denki le miraba con preocupación.

—¡No digas eso! —chilló la chica—. Eso es irrespetuoso.

El chico no dejaba de carcajear ante los golpecitos que su compañera le daba en el brazo.

—¡Vamos! Si es todo verdad. Andan diciendo por ahí que trató de robarle el novio a la guapa de Momo Yaoyorozu. Y engañó como bebé a ese drogado del club de fotografía, el favorito del profe Aizawa.

Katsuki no movía un solo músculo. Sus puños estaban apretados contra sus costados.

Estaba bastante seguro de lo que vendría a continuación.

—¿De qué hablan? —preguntó una tercera voz que acababa de llegar junto a los otros dos—. ¿Qué chisme acontece hoy a nuestra bella escuela?

—Hablamos de Midoriya y su trasero regalado —rió el primer chico.

—No los escuches... —Kaminari dijo a su lado—. ¡Anda, Nemuri me azotará con la regla si llego tarde otra vez!

Pero Bakugo no le prestaba atención. Sus sentidos se enfocaban en el chico recién llegado, riendo a carcajadas. En la muchacha que primero habló de Deku, bufando.

—¡Ustedes dan mucho asco!

—¿La verdad da asco? —El recién llegado dijo sin dejar de reír.

—Oh, vamos —exclamó el primero—. Asco debería tener él, que se folló al capi del equipo de fútbol...

Kaminari rodó los ojos. Sujetó la muñeca de Bakugo para tironear de él hacia las aulas.

—Que nos vayamos... —musitó Denki.

Pero Katsuki tenía más fuerza y era inútil para Denki.

—¿Se lo folló? —exclamó la chica, horrorizada—. ¿Cómo sabes eso?

—No hace falta saber eso para darme cuenta que pasó —exclamó el primer bastardo—. Los jugadores de fútbol, y más el capitán, son todos unas pu-...

Katsuki se soltó de Kaminari, giró sobre sus talones y dio al menos cinco zancadas hasta estar frente a aquellas tres ratas chismosas.

—¡Bakubro! —chistó Kaminari—. Oh, joder...

La chica y el que llegó al último dieron un respingo al ver a Bakugo frente a ellos. Pero su mirada estaba enfocada en el tercer chico; el que le devolvía una mueca autosuficiente, como si se creyese dueño de la escuela o algo.

—¿Necesita algo, senpai? —preguntó con monotonía al verlo.

Katsuki sintió que los vellos de la nuca se le erizaron.

—¿Qué has dicho? —preguntó, pero se sintió más como una orden.

—¿Disculpe, senpai? —El chico soltó una risita inocente.

La chica parecía estar comprendiendo mejor la situación, o tal vez ella no fingía como el bastardo de su amigo.

—¡No decía nada en serio! —exclamó la chica con una risa nerviosa—. No le haga caso a estos tontos, senpai. No tiene idea de lo que habla de verdad.

—Cállate —Le gruñó a la chica. Se dirigió otra vez al otro—. Quiero que repitas lo último que dijiste.

El último muchacho dio un par de pasos para mantenerse lejos. La chica seguía pegada al bastardo, como si algo de eso lo hubiese podido proteger de su furia.

El chico solo alzó el mentón.

—Claramente me ha escuchado, senpai —dijo con los hombros encogidos—. No necesita que lo repi-...

Katsuki lo tomó de la camisa y le estampó la espalda contra los casilleros. La chica soltó un grito que alertó a todos los presentes en el pasillo; como si el ruido seco contra el metal no hubiese sido suficiente.

—¡Bakugo! —Kaminari chilló—. ¡Ya basta, recuerda lo que hablamos!

—¡Senpai, por favor! —suplicó la muchacha entre llantos—. ¡No lo ha dicho de verdad!

Katsuki no les prestaba atención. Así como tampoco se fijaba en la multitud que comenzaba a rodearlos con sus teléfonos celulares en alto. Listos para inmortalizar el momento.

Excelente, pensó Bakugo con una sonrisa maníaca. La paliza que le daré a este tipo le enseñará lo que es la humillación.

—Quiero que lo repitas —dijo Bakugo con la voz ronca—. Enfrenta tu destino como hombre. Que te calles no hará que no te rompa las piernas.

La multitud ahogó un grito. El chico seguía imperturbable.

Y eso le molestaba a Katsuki más que nada.

Que pudiese hablar tan livianamente de Kirishima, tomar su sufrimiento y convertirlo en un cotilleo barato...

Al diablo con cambiar, se dijo a sí mismo. Esto es más importante.

—De acuerdo, senpai —El chico asintió—. Haré lo que pide.

Todos empezaron a cuchichear a su alrededor. Más teléfonos se alzaron en dirección a ellos dos. Estaba seguro que algunos rasgos muy conocidos podían distinguirse entre la multitud de flashes y personas —el cabello rosa chicle de Ashido, la sonrisa del cara plana, la coleta de Momo Yaoyorozu—, pero solo una era lo suficientemente importante.

La cabellera roja encrespada de Kirishima.

¡Abran paso! —exclamó una voz al fondo—. ¡Soy el delegado de segundo, y necesito pasar para imponer orden en nuestro establecimiento educativo!

¡Váyase al geriátrico, abuelo!

Bakugo reconoció los chillidos indignados del delegado de su clase, Iida Tenya. Mejor se ocupaba de aquel asunto antes de que aquel anteojudo metiera las narices donde no debía.

—¿Y bien, bastardo? —incitó.

El otro chico hizo una sonrisa de costado. Su amiga ya no estaba a su lado, y Denki Kaminari tampoco estaba en el suyo.

—He dicho que el capitán del equipo de fútbol es una...

Bakugo no le dejó terminar.

Su puño conectó con su mandíbula antes de que se atreviese a decirlo en frente, no solo de una multitud, sino de Kirishima.

Sobre mi cadáver alguien le va a lastimar otra vez.

El director accedió a no suspenderlo si Katsuki hacía trabajo comunitario.

—¡Y una mierda que voy a aceptar eso! —exclamó.

El profesor Aizawa, que estaba sosteniendo una bolsa de hielo contra su mejilla —en la cual recibió uno de los únicos tres golpes—, la apretó tan fuerte que lo hizo sisear.

—Él aceptará —dijo su maestro—. Un mes de trabajo comunitario.

—Prefiero la suspensión —gruñó Bakugo—. Pero lo que sea.

El director —un viejo con cara de rata— hizo una sonrisa hacia el problemático alumno que tantos dolores de cabeza le traía cada vez que se aparecía en su oficina.

—Ahora me dirás, Bakugo, ¿por qué le pegaste a ese chico? —preguntó con su vocecita. Tan chillona y amigable e irritante—. ¿Por qué tenemos un chico de primero con una nariz casi fracturada en la enfermería?

—¿Necesito un motivo?

Aizawa le fulminó con sus ojos cansados. El director lucía como si se estuviese aguantando la risa. Era una criatura diabólica.

—No necesitas golpear a las personas, Bakugo —dijo el director—. ¿Deberíamos preocuparnos?

—Claro que no —bufó—. Solo algunos se lo merecen, y ya. Algunos bastardos se creen muy listos y juegan con dinamita sin darse cuenta que les puede explotar en la cara.

Yo me encargo de que les explote, se vio tentado de agregar.

Aizawa y el director —Nedzu— intercambiaron una mirada antes de enviarlo afuera. Le dijeron que su trabajo comunitario empezaría tras el fin oficial del semestre, y que acordarían una cita con el consejero escolar.

Katsuki tomó su mochila, la bolsa con hielo, y se alejó de allí dando zancadas.

Estaba caminando en dirección a su siguiente clase cuando sintió un par de pasos persiguiéndole por el pasillo. Se detuvo para dar un gruñido.

—Kaminari, deja de perseguirme y tocarme los cojones...

—No soy Kaminari —rió el extraño—. ¿Yo te toco los cojones, Bakugo?

Aquel tono divertido en su voz le hizo darse vuelta con el corazón en un puño. Se sentía avergonzado de que Kirishima lo atrapase con la guardia tan baja, el rostro amoratado, un ojo sin poder abrirlo del todo y la boca abierta en sorpresa.

Eijirou le estaba sonriendo. Carraspeó antes de borrar su sonrisa, a medida que iba acercándose hasta él.

—¿Podemos hablar? —preguntó serio—. Me robé dos pases del escritorio del profesor Yamada. Igual no se iba a dar cuenta, estaba ocupado contando una anécdota a los gritos.

Fue el turno de Bakugo de tragar saliva. Estaba completamente rígido en su lugar.

—Vale, como sea.

Kirishima y él caminaron uno al lado del otro, agachándose cada vez que atravesaban alguna de las aulas llenas de estudiantes y maestros que podrían mandarlos al frente. Cuando llegaron a las escaleras de servicio, corrieron a través de ellas hasta la terraza de la escuela.

El sol pegaba fuerte a media mañana. Era un lugar bonito, lleno de canteros con margaritas y girasoles, enredaderas creciendo en los bordes de la terraza y bastante tierra por el poco uso del lugar.

No habían dicho una sola palabra durante el camino hasta la terraza. Tampoco la dijeron hasta que tomaron asiento bajo un cantero de girasoles, con ambas espaldas recargadas contra la pared.

Katsuki se puso otra vez el hielo en la mejilla. Soltó otro gruñido y una sarta de improperios.

—Esa pelea fue muy varonil —dijo Kirishima con una risa divertida.

—Calla —musitó Bakugo—. No fue varonil. No cuando una de las dos partes es solo una cucaracha chismosa.

Kirishima apretó la boca en una fina línea. Katsuki pudo ver de reojo que había un poco de dolor en su mirada.

—Denki me lo dijo todo —contó finalmente—. Acerca de por qué le pegaste.

—Puto Denki.

Kirishima soltó el aire que estaba conteniendo. Se rió levemente.

—Golpearía a cualquiera que hable mal de ti, Kirishima —agregó Bakugo—. ¡Lo haría pedazos!

—Bakugo... —Se puso un poco serio al ver que Katsuki no le miraba—. Ya hemos hablado de esto...

Katsuki no podría soportar lo que vendría a continuación.

No podía soportar el hecho de que tal vez había vuelto a arruinarlo todo con sus arranques de ira.

—Lo entiendo —Le cortó—. Entiendo que soy una jodida granada que estalla en cuanto sueltan el seguro por un instante. Soy inestable y una puta mierda.

—No es eso... bueno, —Kirishima suspiró—. ¡No tienes que andar golpeando a la gente, Blasty! ¡No por mí!

—Entonces los golpearé por mí.

Kirishima le dio un golpecito suave, a modo de regaño, en el cabello.

—¡No! —exclamó Eijirou—. No puedes golpear a las personas porque te hayan lastimado.

—Yo te he lastimado y me pegaste, tonto.

Kirishima abrió la boca para replicar pero la dejó suspendida en el aire, con sus simpáticos dientes afilados a la vista. Comenzó a agitar las manos, gesticular con los labios y mirar hacia todas partes mientras trataba de rebatirlo.

Katsuki rió, entre divertido y amargado. El dolor le agujó en la mejilla.

—Touché, cabello de mierda.

—¡No se vale, Blasty! ¡No estaba siendo yo mismo en ese momento!

—No quita que no lo haya merecido. Así como este bastardo merecía comer mi puño.

Kirishima se recargó otra vez contra la pared, a su lado. Ninguno volvió a decir nada por unos momentos.

Bakugo comenzó a juguetear con una piedra —o tal vez solo era un pedazo de tierra reseca— que encontró en el suelo.

—Kaminari me lo ha contado —volvió a decir Kirishima.

—Ya me dijiste eso.

—Me lo ha dicho todo, Bakugo —aclaró—. Me ha contado que estuvieron hablando el lunes.

—¡Puto Denki!

Si Katsuki no hubiese estado demasiado ocupado poniendo hielo en su mejilla golpeada, hubiese corrido a la clase de Nemuri, tomado a Kaminari por las greñas para arrastrarlo hasta allí y lo hubiese arrojado desde la terraza.

—Me ha dejado pensando —Kirishima confesó—. Me ha hecho darme cuenta que todos estábamos sufriendo.

—Creo que hay dos descubridores de América en tu grupo de tontos, Kirishima.

Eijirou ignoró el insulto a sus amigos. Se volteó para mirar a Bakugo, pero él no quería verle. No tenía valor para mirarlo a los ojos.

—Lo siento por haberte tenido como un idiota —musitó Kirishima—. Yo he sido un idiota todo este tiempo...

—Kirishima, no mentía cuando dije que golpearía a cualquiera que hable mal de ti —Se apresuró Bakugo—. Incluso si ese alguien eres .

—¡Es que...! —Kirishima se frotó la cara—. Tal vez no quieras oírlo, pero me pasé el último par de meses esperando a que Midoriya me demostrara que sí me quería. Incluso cuando yo, en el fondo, sabía la verdad.

Bakugo apretó más fuerte la bolsa con hielo, hasta que sintió que los pequeños fragmentos quedaban sin derretir crujieron bajo sus dedos.

Sintió que la bilis le subía por la garganta.

—La cosa es, Bakugo... —prosiguió—. Me la he pasado esperando por algo que yo ya conocía la respuesta. Esperar no cambiaría nada.

Katsuki tragó saliva antes de continuar.

—¿Y a qué viene tan variopinta confesión?

Kirishima se llevó las rodillas al pecho. Le dedicó entonces una triste sonrisa.

—Que también pensé que tendría que esperar para que me demostraras que estabas arrepentido y que me querías...

Observó que la mano de Kirishima vacilaba en dirección a la suya que descansaba sobre su muslo. Sintió que le daba un vuelco el corazón, y más todavía cuando las yemas de Kirishima comenzaron a rozarle la mano, trazando un camino hacia los huecos entre sus dedos.

—Cuando yo ya sabía la verdad.

Katsuki estaba de piedra; intentaba asimilar que la mano de Kirishima estaba sujetando la suya otra vez.

Podría haber muerto en ese momento y no le importaría.

—¡Y no es porque hayas golpeado a alguien en mi honor! —Se adelantó en decir—. De hecho, deberías dejar de hacer eso. No quiero que golpees a nadie por mí, ¿de acuerdo? No quiero que sigas dañándote por defender un honor que no existe. ¡Un verdadero hombre está muy seguro de quién es y no le importan lo que digan de él!

Bakugo estaba respirando entrecortadamente. Tan solo escuchaba a medias a Kirishima, porque en lo único que podía concentrarse era en su mano encima de la suya.

En su piel contra su piel, su calidez contra su calidez, sus dedos entrelazándose con los suyos con fuerza.

—Puede que no sepamos nada de lo que ocurre porque somos jóvenes —Kirishima continuó—. Pero ambos sabemos que has cambiado. Que he cambiado. Y que ninguno de los dos permitirá que vuelva ocurrir lo de hace unos años.

Bakugo negó apresuradamente, tratando de convencer a Kirishima de que nunca más lo tomaría como un escape de la realidad. O como un bálsamo que lo adormeciera del ruido en su cabeza. Solamente lo tomaría en la medida que Kirishima determinara, y nunca como si fuese de su propiedad.

Kirishima era su propia persona. Era demasiada luz en un solo ser como para que alguien más lo poseyera.

—Podemos intentarlo, ¿no? —habló Kiri con una sonrisa—. Juntos. Ya no tú solo. Y él tiempo dirá si funciona, o si hay que dejarlo donde se quedó hace tres años.

—Sí —brotó de los labios de Bakugo—. Sí podemos, cabello de mierda.

Kirishima le regaló su característica sonrisa afilada que tanto le gustaba. Era una sonrisa sincera, de esas que le recordaban a la tierna infancia de ambos, cuando Kirishima mostraba emocionado sus espantosas nuevas crocs a sus amigos.

A Bakugo ya no le importaban las crocs si eso significaba que siguiera sonriendo.

Kirishima inclinó la cabeza. Bakugo contuvo la respiración a medida que se acercaba, sin soltarle de la mano, con el corazón desbocado contra las costillas, cerrando los ojos cuando ya estuvo a escasos centímetros de su boca.

Se besaron. Fue apenas un roce entre sus labios —pero que fue suficiente para encender con una chispa la hoguera que creyó tendría que apagar la fuerza.

No necesitaba más que eso. De momento, cualquier sendero —por más largo y lento que fuera— que escogiesen para ambos, Katsuki estaría de acuerdo.

—Podemos —dijo Kirishima con una sonrisa.

—Podemos —repitió Bakugo con voz ronca.

Ambos rieron. Despacio, como un suspiro. El aliento cálido y a menta le acarició en el rostro.

La mano izquierda de Eijirou estaba contra su mejilla golpeada, la derecha entrelazada con la suya. Su corazón golpeando contra el de Katsuki. Y sus ojos, oh, aquellos bonitos ojos de color escarlata...

Estaban encima de los suyos. Y ya no con lástima, resentimiento, frustración ni tampoco penas. Ya no se veían opacos, sino brillando con algo renovado y que Bakugo no había visto en Kirishima desde hacía años.

Cualquier largo sendero se sentiría como un viaje a su lado, si sus ojos seguían brillando con aquello que tan bien le sentaba.

Porque, en definitiva, eso era esperanza.

LO SÉ!!!!! Soy una deshonra para mi familia y para mi vaca ;;v;; PERDOOOOOOONNNN </3 sepan que igual los amo ;;;

No era mi intención demorar así como este extra (así podía escribir pronto el cap 20) pero octubre fue un verdadero infierno de responsabilidades :( tengo nuevos clientes, trabajo en las mañanas, corrijo mi proyecto de tesis para entregarlo en noviembre, también organice un cumpleaños xD ... y a veces tengo ganas de escribir otras cosas (?) así que sin darme cuenta pasaron tres semanas y yo apenas había escrito solo un tercio de este extra u.u ya se que no es excusa, pero no quiero que piensen que fue por flojera

¡Para al fin llega la conclusión de la historia de Kiri y Bakugo! Espero la hayan disfrutado. Sé que puede estar algo pesadito, pero lo hice lo mejor que pude ;;; y, sin darme cuenta, terminé dándole algo de desarrollo a Denki HAHA esten atentos con este Pikachu porque habrá alguna que otra sorpresa llegando hacia el epílogo 7u7r ♥️

Y, sin son observadores... se darán cuenta que Bakugo, Kaminari y Kiri quedan prácticamente descartados de ser el ladrón. Desde la charla KamiBaku, todo transcurre entre el mismo lunes que Deku encuentra su laptop y el día anterior a que lea su historia en clase :00

Recuerden que por aquí pueden dejar sus últimas teorías antes del cap 20 -->

También recordarles que solo nos quedan el capítulo 20, el 21 y el epílogo :'''v y se acaba la historia. Ya ni siquiera quedan mas extras tampoco </3 aunque es probable que el 20 o el 21 pueda tener que partirlo en dos, pero veremos (?) así de paso tardo menos en subirlos c':

¡Y eso significa que muy pronto les voy a traer el próximo longfic! Así que no estén tristes ;;;

También, el lunes subiré un minific de tres partes de Halloween. Para ese si preparen sus pañuelos ♥️

Muchísimas gracias por todos sus votos y bellos comentarios ♥️ me hace tan feliz ver que siguen aquí aunque esta pobre calva se olvida de actualizar a tiempo a veces ;;; pero disfrutemos del tiempito que nos queda TvT ya estamos en la recta final del conteo regresivo

¡Espero poder traer pronto el capítulo 20! Quiero que sea perfecto haha noviembre será un poquiiiito menos pesado porque me desocupé de varias cositas, así que lo intentaré TvT

Besitos ♥️

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