Capítulo 19

Midoriya no podía dejar de observar el tulipán blanco.

La pequeña flor descansaba en un vaso lleno de agua. Un poco imperfecta, probablemente por haber estado adentro de su bolsillo y sin hidratación por tantas horas.

Iida se acercó a su casa el mismo sábado después de la fiesta para devolver su abrigo y, con ello, la flor. Su amigo no preguntó al respecto —no era del tipo chismoso— pero sí que lo regañó por seguir levantando ilusiones a la gente después de prometer que se había terminado.

—Te juro que no hice nada —Izuku rezongó—. ¡Me he mantenido puro!

Su amigo estrechó los ojos con sospecha. Su dedo acomodando sus gafas a través del punto de su nariz le decía que claramente no le creía del todo.

—Solo cumple tu promesa —dijo Iida gesticulando.

—¡Que sí lo hago!

Midoriya tuvo que echar la cabeza para atrás o los veloces dedos de Iida le hubiesen picado los ojos como si fuese un misil.

—Espero tus palabras sean sinceras, Señorito Escritor Culisuelto.

Midoriya quería entre reír y llorar cada vez que Iida abría la boca. Siempre se sentía como un niño revoltoso que merecía ser regañado a su lado.

El chico le avisó entonces que debía irse ya que tenía obligaciones escolares qué cumplir. Izuku se preguntó a qué se refería —considerando que los exámenes finales ya habían terminado—, pero realmente no se sorprendió con la respuesta.

—Debo lavar, almidonar, planchar y perfumar mi uniforme —dijo Iida como si fuese lo más obvio—. ¡Y más te vale hagas lo mismo! ¡Nada de leer fanfics hasta la madrugada.

Midoriya dio un respingo asustado. Asintió enérgicamente hacia Iida.

—¡Sí, pero no me grites...!

Iida se despidió entonces. Volteó varias veces mientras Midoriya le agitaba la mano desde la puerta de su apartamento, solamente para advertirle con dos dedos previamente llevados a sus ojos que no fuese un culisuelto irresponsable.

Midoriya no se preocupaba por eso. Ya se había rehabilitado correctamente de su mala vida.

De momento estaba solo y feliz. O no tan miserable, debía haber sido la palabra correcta.

No es como si ser feliz hubiese podido llegar tan fácil.

Así que Izuku corrió a la cocina para llenar de agua un vaso en el cual depositar el tulipán. No sin antes rozarlo con sus dedos por un rato, apreciando la suave textura del pétalo.

No pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas.

Lo dejó en su mesita de noche y él se acomodó en su cama, agazapado con las rodillas contra el pecho. Su mirada no se alejaba de la pequeña flor, pero su mente estaba en otro plano del pasado y muy separado del presente en el que se encontraban.

Y en cada una de las escenas salía Todoroki. Guapo, inteligente, amistoso, etéreo. Diferente.

Pensó que podría haberlo aceptado si era otra persona. Cualquier otra persona. Diablos, hasta si hubiese sido el profesor Toshinori, Midoriya solo lo superaría y ella. Se reiría dentro de unos años, sobre todos sus dramas juveniles y seguiría con su vida.

Pero el simple hecho de pensar que Shouto, la persona que sabía —porque sí que lo hacía— lo importante que eran sus historias, el gran paso que significaba darlas a conocer al mundo...

Le destrozaba por completo de solo pensarlo.

El tulipán seguía allí, impertérrito. Precioso, igual que todo el jardín delantero en la lujosa casa de los Todoroki. Podía imaginar a Shouto cortándolo con sus propias manos, disculpándose con el fantasma de su madre por lo que estaba a punto de hacer; solo para finalmente depositar la flor en el bolsillo de Izuku mientras se alejaba zumbando de aquella fiesta.

Nada tenía sentido —a menos que Todoroki fuese un psicópata.

Y nunca lo vio como uno. Como una persona torturada, tal vez. Él no sacaba nada de toda la situación más que regocijo del sufrimiento de Midoriya. Ni siquiera la satisfacción de una venganza, porque si había alguien con motivos para tal cosa no era Shouto.

No se dio cuenta que estuvo apretado contra sí mismo durante horas hasta que empezó a caer la noche. Su cuarto se sentía pequeño, y el tulipán demasiado amenazante.

Tenía que salir de allí. Iba a morirse de la pena y la confusión si no lo hacía. O echarse a llorar; lo cual se le tentaba demasiado en aquel punto.

Pero, ¿hacia dónde?

Midoriya no tenía la más mínima idea. Siguió sin saberlo mientras se calzaba la sudadera, los zapatos, y se escabullía silenciosamente de su casa para que Inko no lo escuchase. No podía permitir que su madre lo viese así.

Ojalá hubiese existido algún punto en la ciudad que lo hiciera sentirse lo suficientemente lejos de su vida.

Deambuló a través de las calles abarrotadas de su ciudad. Era sábado en la noche, después de todo. La gente —turistas y locales— salían a cenar, divertirse, pasar el rato o descansar de la rutinaria semana.

Pero no Midoriya. Él salía a descansar de su vida en general.

Decidió tomar calles que usualmente no elegía. No quería pasar por la panadería Suneater de los Amajiki —donde muchos de sus conocidos siempre se reunían— ni por ninguna que ofreciese diversión nocturna a los jóvenes. El centro comercial también estaba más que descartado.

El parque, por otro lado, no se escuchaba tan mal.

Caminó casi en automático por el ya conocido camino hacia el más grande de los parques. Era el pulmón verde de la ciudad, lleno de árboles de cerezo, césped fresco y un cuerpo de agua artificial en el centro donde cientos de aves se bañaban todos los días.

A pesar de que estaba oscuro, Izuku lo recordaba. A aquel día del Hanami, donde sucedió el principio del fin.

Sonrió con algo de ironía. No estaba seguro de lo que le provocaban los recuerdos. Puede que hubiese sido un coagulante para empezar a cerrar algunas heridas, pero abrió algunas muy viejas también.

Estuvo a punto de echarse sobre el pasto húmedo, listo para remover el dedo en la llaga cuando un pequeño revuelo le distrajo.

Primero se sentía como un eco lejano, pero a medida que iba acercándose a la fuente del sonido, descubrió que se trataba de una voz ronca musitando algo inentendible para después lanzar rocas al estante —podía decirlo por el pequeño sonido de chapuzón.

Después, se dio cuenta que sí que entendía lo que esa enérgica voz estaba diciendo. No era la primera vez que lo escuchaba.

Además, aquella cabellera rubia encrespada y hombros angulosos eran más que conocidos.

—¡MUERE! —chilló Kacchan—. ¡Muere, piedra asquerosa!

La roca rebotó sonoramente una vez en la superficie del lago antes de hundirse al final. El proceso se repitió un par de veces más, mientras Izuku se acercaba de manera cuidadosa y espaldas de su compañero de clase.

Para su fortuna, una rama crujió debajo de su pie. Kacchan volteó al instante con el brazo alzado y sujetando una piedra.

Midoriya agitó sus dedos de manera inocente.

—¡¿Quién mierda anda ah-...?! —Se quedó callado al reconocerlo—. Ah, eres tú, Deku...

Sacudió la cabeza medio segundo después. El rostro volvió a enrabiársele.

—¡¿Me estabas espiando, maldito nerd...?! ¡Te juro que te haré comer tierra!

Kacchan dio zancadas hacia él, listo para lanzar aquella pesada piedra justo a su frente, pero Midoriya alzó los brazos en señal de rendición.

—¡Tranquilo! ¡Acabo de llegar! ¡Te juro que no sabía que estabas aquí!

El rubio se detuvo todavía con la piedra levantada. Pudo ver, gracias al brillo de la luna, que tenía los ojos entrecerrados como si estuviera escrutándolo.

—¿Y yo debería tomar eso como una razón para no golpearte?

—¡N-no! —balbuceó Midoriya—. Pero es tarde, y si me golpeas y me lastimas la cabeza, probablemente no pueda recibir atención médica en cualquier lado...

—Acabas de describir de manera exacta lo que desearía hacer —dijo como si nada.

—¡Kacchan, no...!

Midoriya dio un par de pasos hacia atrás. Katsuki chasqueó la lengua. Volteó su cuerpo en medio arco para no tener que mirarle a la cara.

—Lo que sea. No me importa. Quédate o piérdete; es tu tema.

Arrojó la piedra con más furia entonces tras mascullar su célebre grito. Midoriya esperó un par de segundos para acercarse poco a poco, como un corderito asustado.

Kacchan ya no estaba prestándole atención. Solo se dedicaba a recoger las piedras amontonadas a sus pies, poniendo un poco más de énfasis y fuerza a la vez siguiente. Se frustraba bastante cuando no superaban a la anterior.

Izuku se quedó allí agazapado, a su lado, sentado sobre el césped. No se animaba a decir ni una sola palabra.

Pero al final fue inevitable: el muchacho estaba demasiado frustrado por no poder hacer picar la piedra al tiempo que la arrojaba lejos. Midoriya abrió y cerró varias veces la boca hasta que finalmente encontró el valor:

—Si la lanzaras desde abajo...

—¡Cállate! —Kacchan berreó—. No necesito tus consejos de nerd, ¿de acuerdo?

El rubio tenía los puños apretados contra sus costados. Estaba mirando a Izuku desde arriba, y él le devolvía la mirada con los hombros encogidos.

—De acuerdo...

—¡No necesito nada de ti! —Continuó farfullando—. ¡Absolutamente nada!

—Kacchan, te aseguro que ya lo entendí...

El otro dio una patada contra el césped que hizo volar un poco de hierba y tierra en su dirección.

—¡Y mucho menos necesito tus sermones! —gritó—. ¡No necesito escucharte sermoneándome sobre Kirishima!

Midoriya se levantó de un salto, indignado.

—¡No iba a decirte absolutamente nada, Kacchan! —Alzó los brazos y los golpeó contra sus muslos—. ¡Ni siquiera he insinuado eso!

—Oh, pero sé que lo piensas —Katsuki soltó una carcajada amarga—. Nadie me dice otra cosa que no sea sobre el tema Kirishima, y por supuesto tú, defensor de la moral, no te podías quedar atrás...

Él no era alguien que ansiaba meterse en riñas y discusiones. Mucho menos en peleas físicas con gente que le doblaba en fuerza.

Pero Katsuki lo estaba sacando de sus casillas.

—¡Eres un loco paranoico! ¿Lo sabías? —espetó Midoriya.

Y tú loco suicida, ¿lo sabías? le dijo su mente.

Casi esperó el rostro de Kacchan transformarse en rabia antes de embestirlo para así arrojarlo al lago. Al menos la noche no estaba tan fría y no iba a morirse de una hipotermia. Tragó duro, listo para el ataque.

Kacchan no se movió ni un centímetro. Pero su rostro congelado en simple y llana frustración estaba empezando a darle miedo.

Izuku, que era bastante audaz cuando no debía serlo, dio un solo paso hacia adelante. Su gesto comenzó a aflojarse.

—¿Qué es lo que tanto te lastima, Kacchan? —preguntó con cuidado—. Sé que no soy la mejor ayuda, pero...

—Deku, cállate —ordenó Katsuki. Tenía los párpados y puños tan apretados que pensó que se lastimaría la piel—. ¡No me toques más las pelotas!

—Kacchan, te digo en serio... si estás jodido, te aseguro que yo también. No tienes de qué avergonzart-...

—¡He dicho que te calles!

Izuku ya estaba lo suficientemente cerca como para sentir las palmas de Kacchan contra su pecho, dándole un empujón que le hizo trastabillar y caer de trasero sobre el pasto.

Algunos de sus huesos se quejaron ante el impacto. Estaba tan húmedo que un poco se deslizó, y estaba seguro que su ropa estaba completamente arruinada con hierba y lodo.

Kacchan estaba mirándolo desde arriba. Jadeando y todavía con sus puños amenazantes.

—¡No hace falta que seas así! —gruñó Midoriya. Dio un pequeño quejido—. ¡Solo quiero ayudar!

Kacchan soltó un bufido que se escuchó mezclado con una carcajada.

—¡No te puedes ayudar a ti mismo y me vas a ayudar a mí...!

—Bueno, al menos lo intento, ¿sabes? —Izuku siseó—. A diferencia tuya.

Katsuki, que se había dado la vuelta hacia el lago, le miró por encima del hombro.

—No te creas que eres mucho mejor que yo, maldito Deku.

—No lo soy, Kacchan —coincidió Izuku para su pesar—. Por supuesto que no.

—Tú igual le has lastimado —siguió gruñendo.

—Lo hice...

Se le cerraba la garganta de recordar su pésimo accionar. No tenía cómo defenderse de aquello. Estaba muy tentado de mirar hacia alguna de las copas de los árboles llenos de cerezos pero no se atrevía a apartar la mirada del rubio.

Sentía que se merecía aquel regaño.

—Si no te he roto la cara es porque a Kirishima no le gustaría —agregó Katsuki.

—Me alegra que respetes los sentimientos de Kiri, Kacchan.

El rubio apretó los dientes. Estaba seguro que escucharlo decir Kiri de una forma tan íntima y familiar le estaba encrespando los nervios.

Se formó un pequeño silencio entre los dos, el cual solo era roto por el ulular de algunas lechuzas que rondaban por allí y la respiración irregular de Katsuki.

—Así que, dime, Deku —Escupió su nombre—. ¿Por qué?

—¿Eh?

Lo escuchó que soltaba otro gruñido.

—¿Eres tonto o qué? —soltó Bakugo—. ¿Por qué mierda Kirishima te perdona a ti y a mí no quiere ni verme a los ojos?

Midoriya se acomodó sobre el césped ya que su espalda adolorida estaba quejándose por la posición. Hizo tronar los huesos de su cuello mientras se pensaba una respuesta.

No estaba seguro de sabérsela, pero tenía sus sospechas. Enterró su mentón en las rodillas antes de dignarse a responderle:

—Supongo que porque a ti te ama y a mí, no.

La estridente y aterradora carcajada que Kacchan profirió terminó por espantar a las lechuzas. Duró aproximadamente diez segundos, el tiempo suficiente para que resonara en la silenciosa noche del deshabitado parque.

—Kirishima no me ama —dijo riéndose con amargura, pero Izuku notaba que le causaba dolor decirlo—. O ya no lo hace, al menos. Eres un inútil que no sabe nada.

—Supongo que amarte le duele demasiado, todavía —Midoriya musitó en voz baja—. Eso no significa que no lo haga.

—¿Qué ibas a saber tú? —Kacchan rodó los ojos—. ¿Acaso arreglaste tus problemas con el bastardo mitad y mitad y ahora te dedicas a ser un gurú del amor? ¡No me hagas reír, Deku!

A Midoriya se le escapó un jadeo tras escuchar las palabras de Kacchan. De repente tuvo miedo de que, si él sabía que algo pasaba de verdad con Todoroki, los demás comenzarían a sospecharlo.

Y las cosas en vez de mejorar seguirían empeorando.

—¿Cómo sabes que...?

—¿Qué? —bufó Kacchan—. ¿Cómo se que se han comido entre ustedes? Solo un imbécil no se hubiese dado cuenta de las miraditas nauseabundas que se echaban hace un año. Te recuerdo que me siento al lado tuyo, pedazo de imbécil...

Izuku no le respondió. A veces era necesario callar para no seguir metiendo la pata. El otro muchacho se dedicó entonces a patear el montoncito de piedras que se arremolinaban a sus pies.

Las vio perderse otra vez entre las ondulaciones de la superficie.

—No —respondió Midoriya luego de un rato.

—No... ¿qué? —masculló Kacchan antes de arrojar otra piedra.

—No he arreglado nada con Todoroki.

De hecho, todo está peor que antes, quiso agregar. Pero no lo hizo.

Una enorme piedra salpicó tan fuerte que Izuku sintió las gotas del estanque saltando en su cara.

—¡Como si a mí me interesara!

Midoriya le vio buscar más piedras con un gesto enfurruñado, gruñendo cada vez que se adentraba en un arbusto y nada era de su agrado. Se veía como un niño berrinchudo más que como un adolescente que pronto se convertiría en adulto.

Kacchan era duro de roer, por supuesto, pero no imposible. Estaba seguro que, si se dejaba, Kirishima podría acceder de verdad debajo de aquella coraza.

Eijirou quería ser amado y amar de regreso. Izuku lo sabía; le hubiese encantado poder ofrecerle aquello que el pelirrojo deseaba. Pero no podía, porque Izuku amaba a alguien más. Y era difícil dar amor a alguien nuevo cuando tu corazón todavía pensaba en alguien más.

Pero Katsuki sí quería. Estaba demostrando interés en arreglar los errores —cuales fueran— de su pasado, a su extraña manera.

Ambos solamente querían que Kirishima fuese feliz.

—Kacchan —Izuku suspiró con una sonrisa—, ojalá algún día dejes de ser un cretino.

Pensó que no le estaba escuchando —ya que habló bastante bajito—, pero se sorprendió cuando Katsuki le apareció por detrás con los brazos cargados de piedras.

—Y tú ojalá te mueras —gruñó el rubio, para entonces agregar algo—. Deku inútil.

Temió por su vida pero se relajó, solo un poco, cuando Kacchan tomó asiento a su lado. Izuku se quedó tensado, deseando poder alejarse poco a poco de aquella bestia asesina.

Chilló en cuanto le vio lanzar una piedra a su regazo, la cual, casualmente, casi golpeó en sus partes más privadas. Nada podía ser una coincidencia con el demoníaco Katsuki.

Izuku le miró con interrogación.

—Espero que no seas mucho blabla y demuestres lo aclamas, Deku inútil.

—Uh...

Se quedó recalculando unos instantes hasta que finalmente cayó en cuenta de lo que Kacchan se refería.

¡Estaba alentándole a que arrojase la piedra y consiguiera hacerla rebotar a la distancia!

Santos patines de Gran Torino, pensó con un gritito ahogado.

Si era sincero, tenía miedo. Si no lo conseguía, Kacchan se enojaría por fanfarronear frente a él. Y si lo conseguía, Kacchan enloquecería por superarlo.

Ninguna opción era la correcta con aquel demonio.

—Oh... ¡Oh! —Midoriya tomó la piedra con firmeza—. ¡Te demostraré que puedo, Kacchan!

El rubio rodó los ojos mientras negaba la cabeza, al son de un murmullo que se oía como «en serio eres un nerd de primera».

Izuku decidió ignorarle y sujetó la piedra con una de sus manos. Inhaló y exhaló un par de veces, recordando una de sus salidas con Ochako y con Tsuyu. La última fue la que le enseñó el truco de hacer rebotar lejos la piedra; ella tenía una casa de campo cerca de un lago, y solía visitarlo con sus hermanos para observar a las ranas.

Se puso entonces de pie, con la piedra acomodada entre su índice y pulgar. Midoriya flexionó un poco las piernas, encorvó los hombros y trazó un arco desde adentro con su brazo. Usó gran parte de su fuerza, pero no toda, para que la piedra volase un par de metros antes de empezar rebotar.

Dio uno, luego dos, y finalmente tres rebotes en el agua antes de hundirse.

Izuku sonrió como si fuese un niño. Volteó hacia Kacchan con dicha sonrisa, pero al instante la borró porque no tenía ni idea qué clase de explosiva reacción podría tener el muchacho.

Se quedó en shock al ver su mueca de sorpresa. Tenía la boca ligeramente abierta y los ojos clavados en el camino que recorrió la pequeña piedra.

Pensó en alejarse por si la explosión llegaba repentina, pero Kacchan se le adelantó al ponerse de pie. Midoriya soltó un pequeño chillido desde la garganta, pero allí murió ya que el rubio ni siquiera se le acercó.

Estaba ahora en el borde del lago, con la punta de sus zapatillas de deporte casi mojándose. Tenía la mirada hipnotizada en la piedra que sujetaba entre su pulgar e índice.

Exactamente Igual que Izuku.

Le vio sonreír maniáticamente mientras su brazo se arqueaba hacia su pecho.

—¡Muere! —chilló—. ¡Muere, asquerosa piedra!

Katsuki arrojó la roca con todas sus fuerzas. Midoriya abrió la boca al verla volar por el aire varios metros más lejos que la suya y dar tres piques perfectos antes de hundirse.

Estaba maravillado.

Salió de su estupor cuando una nueva piedra le golpeó en la frente. No era lo suficientemente enorme como para matarle, al menos, pero estaba seguro que dejaría un moratón.

Izuku se sobó la zona herida mientras buscaba a Katsuki, quien seguía sonriendo con autosuficiencia.

—A que eres tan inútil que no me ganas, Deku.

Midoriya frunció las cejas. Aquello era la guerra.

No tuvo idea de cuántas piedras arrojaron aquella noche, ni de quién iba ganando, ni tampoco en qué momento comenzaron a escupir algunos retazos del pasado del otro entre cada lanzada.

Ninguno opinaba sobre el otro. Ambos lo agradecían; no hacía falta que alguien les dijese qué tenían que hacer con todos sus problemas.

Porque Bakugo y Midoriya lo sabían más que bien.

No podía decir que Kacchan se había vuelto su amigo. Estaba seguro que iba a patearle el trasero en cualquier otra ocasión que se le presentase, y jamás dejaría de musitar Deku con algo de desprecio.

Pero los dos tenían algo que los unía, aunque desagradase a Kacchan. Y eso era el pasado de ambos con Kirishima.

Y puede que Midoriya jamás hubiese tenido un futuro con el pelirrojo. Pero Kacchan, sí.

Todavía podía. Era imposible que fuese demasiado tarde para él. No cuando Kirishima le amaba, en el fondo.

Así que a Izuku le quedaba apoyar a aquella bestia explosiva y demoníaca que respondía al nombre de Katsuki. Si eso significaba la felicidad de alguien que se lo merecía después del sufrimiento...

Entonces lo haría.

Por primera vez en semanas —o tal vez meses—, Midoriya sintió que encontraba de verdad una solución concreta a una de las cosas que le atormentaban.

Volver a la escuela el lunes se sintió como adentrarse en mundo surreal a través de un portal mágico en el bosque.

Algo en Midoriya había cambiado, pero todo en la Secundaria Yuuei se veía exactamente como siempre. Es decir: aburridamente adolescente y normal. Los alumnos cotilleaban, los de último año —como Mirio Togata o Tamaki Amajiki— comenzaban a preparar sus despedidas, y aquellos a los que no les fue bien en los exámenes finales comenzaban a preocuparse por salvarlo todo en esa última semana.

Izuku entró con miedo de que todos, de alguna forma, notaran aquello en lo que él se sentía diferente. Que lo mirasen como a un bicho raro, exactamente igual que el lunes posterior al filtrado de su historia.

Pero no fue así. Nadie reparó en él —ni siquiera Aoyama, que estaba más ocupado en tratar de sonsacar un chisme a Mina— o no le dio ni una segunda mirada.

Tampoco preguntaron por el final de My Hero Academia. Supuso que el mensaje de Tsuyu fue un ultimátum, y la mayoría prefería ya a esperarse a que seguir atormentándolo.

Poco a poco, sin darse cuenta, volvió a ser un don nadie.

Bueno, al menos no para todos —Ochako estaba esperándolo en su casillero, con una sonrisa más radiante que de costumbre.

Supuso que la causa tenía que ver con corbatas planchadas y muchos pares de gafas.

—¡Deku-kun! —exclamó ella haciéndole señas. Hizo una mueca de horror—. Por Gran Torino, ¡vaya ojeras más grandes tienes!

Sí, él también chilló cuando vio su reflejo en la mañana.

Izuku se arrastró hasta su mejor amiga. Plastificó su mejor sonrisa falsa en el rostro.

—Buenos días, Ochako —Midoriya asintió—. Hoy me siento increíblemente bien, gracias por preguntarme. Estas ojeras son para espantar a todos mejor.

—Ya, ya —Ella hizo un gesto con la mano—. No te lo digo de mala gana; es que pensé que te la habías pasado durmiendo en lugar de dar manija a tus problemas...

Midoriya tuvo que morderse la lengua. No había mencionado a Ochako de su encuentro con Kacchan, ni mucho menos del tulipán blanco de Todoroki.

Iida tampoco se lo dijo. Había tenido un poco de miedo que lo hiciera —considerando que eran pareja— pero los valores éticos de su amigo iban más allá de cualquier otra cosa.

—Pero tienes que admitir que esas ojeras se ven más moradas que Barney, Deku-kun...

Izuku se cruzó de brazos, visiblemente ofendido.

—Oye, que tú tienes los dientes más chuecos que la Torre de Pisa y yo no te digo nada...

Ochako ahogó un jadeo. Se veía indignada.

—¡Pero si las ojeras son claramente un complemento de sensualidad, Deku-kun, y...! —Vio que alguien se aproximaba por las espaldas de Midoriya y le hizo señas—. ¡Eh, Momo! ¿A qué las ojeras de Deku son sensuales y adorables? Este pastelito de baja autoestima necesita un poco de mimos.

Midoriya se quedó de piedra al escuchar el nombre de la muchacha. El mundo pareció detenerse mientras sus zapatitos de tacón repiqueteaban por el mármol pulido, por encima del barullo de los estudiantes chismosos y ruidosos.

Momo Yaoyorozu era como un ángel etéreo que flotaba entre la marea de estudiantes corrientes.

Se veía bellísima, como siempre. No podía haber evitado pensar en lo idiota que fue Todoroki en dejar ir a alguien como ella. Alguien con quien Midoriya jamás podría competir.

Pero eso estaba bien. Solo le preocupaba el hecho de que Momo hubiese salido lastimada de toda esa situación.

Solo esperaba que ella tampoco tuviera que cruzarse ya con Shouto.

Si los eventos del viernes la aquejaban tanto como a él, ella no lo dejó ver. Sonreía tan dulce como un copo de azúcar.

Pero sí notó que la muchacha evitaba mirarlo directamente a los ojos.

—Buenos días, Ochako. Midoriya —Hizo un asentimiento hacia ambos—. Coincido en que Midoriya es como un pastelito, pero me perdonarán si no puedo quedarme a tan interesante charla; es que estoy buscando a Kyoka.

Izuku ni siquiera se dio cuenta que se sonrojó ante la cantarina voz de Momo llamándole pastelito.

Si fuese un poquito menos gay, tal vez ella se hubiese sumado a su interminable lista de amores fallidos. Pero por suerte su lista se limitaba solo a salchichas y no a tamales.

—Creo que la vi en la cafetería cotilleando con Hagakure —Ochako señaló con el pulgar por encima de su hombro, hacia donde quedaba la cafetería—. No sabría decirte. Sabes que esa chica es difícil de notar a la primera porque es muy pálida...

—No seas mentirosa —Midoriya intervino—. El otro día dijiste que nadie la notaba porque es una básic-...

—¡Shhh! —Ella le calló con la palma sobre su rostro—. Como sea, Momo... estoy segura que Jirou rondaba por la cafetería. Ahora, sobre las ojeras de Deku...

—¡Ya deja en paz mis ojeras!

Ochako abrió la boca para seguir molestándolo, pero sus ojos parecieron identificar a otro de sus compañeros deambulando por allí.

—Y hablando del Rey de las Ojeras Sensuales... —musitó antes de levantar la mano por encima de Midoriya y Momo—. ¡Eh, Shinsou!

A Izuku le dio un vuelco el corazón al escuchar su nombre. No por motivos perversos, sino porque de verdad quería a Shinsou. Estaba seguro que eran amigos bastante cercanos después de lo ocurrido, y era el tipo de amistad que podría superar cualquier adversidad.

—¿Shinsou...?

Se giró para recibirlo de frente, pero Shinsou casi se lo llevó por encima en su afán por irse dando zancadas a través del pasillo.

Hitoshi ni siquiera reparó en él. Pero era imposible que no escuchase el saludo de Ochako.

Izuku giró otra vez sobre sí mismo por la fuerza del impacto. Ochako le detuvo antes de que siguiera dando vueltas como carrusel. Se sostuvo un instante por el mareo, y aprovechó para observar la silueta de Shinsou zumbar entre los demás compañeros en dirección al pasillo opuesto de las aulas normales y la cafetería. Se dirigía al área de los clubes, o eso creía.

Momo quedó con la boca abierta en una pequeña o. Ochako apretó los labios.

—¡Vaya modales tienen algunos en esta escuela! ¿Los criaron los salvajes...?

—Estoy seguro que aprendieron de ti —musitó Midoriya con un suspiro.

Yaoyorozu salió entonces de su estupor, y se excusó ante ellos dos ya que debía encontrar a Kyoka. Midoriya alzó la mano a modo de saludo de forma perezosa.

Solo podía pensar en Shinsou y en su ignorada olímpica. El muchacho era silencio, a veces incluso tímido, pero no era desagradable. Sin embargo, por lo poco que vio, llevaba el rostro demasiado ceñudo y mucha prisa por alejarse de todos.

No estaba seguro de haberle molestado. Ni siquiera hablaron por mensajes después de los pocos que intercambiaron durante el viernes. Se dijo mentalmente que luego se encargaría de preguntarle a Shinsou si algo estaba molestándolo.

Su teléfono vibró en aquel instante. Casi se ilusionó de que sería un mensaje interesante, pero terminó gruñendo al ver el nombre de Tomura en el remitente: Cuando estoy contigo soy como un gen recesivo: no me puedo expresar :3

Midoriya guardó el teléfono de mala gana. Estaba seguro que Tomura estaría en algún rincón de aquel pasillo, riéndose con sadismo de su incomodidad tras leer sus horrendos y ñoños intentos de ligue.

Los cuales nunca parecían acabársele, ni tampoco parecían conocer algo llamado vergüenza.

—Oye, ya deja de masturbarte mentalmente con los mensajes del Manitas Locas —Ochako arrugó la nariz—. Tenemos clase con Nemuri.

—Sí, sí —Izuku sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento—. ¿Te adelantas? Debo pasar a dejar a Aizawa el... tú ya sabes qué.

Ochako asintió lentamente con una mueca de entendimiento en su cara.

—De acuerdo —musitó ella—. Tú ve y déjale eso que ya sabemos, y te espero en ya sabes dónde, al lado de ya sabes quién.

Midoriya rodó los ojos con diversión. Ochako le sacó la lengua, a lo que él le devolvió con un suave empujoncito. Su amiga se fue de allí sin dejar de mofarse de él, lo cual casi le costó estamparse con el casillero de Ojiro.

Pero no había tiempo para seguir riéndose. Tenía que correr a entregarle al profesor Aizawa el borrador de My Hero Academia.

Su día no hubiese empezado tan mal de no ser porque tuvo un encuentro desagradable de camino al aula del profesor Aizawa.

Con encuentro se refería a Himiko Toga. Y con desagradable...

Al pellizco en sus nalgas al que ya estaba acostumbrado.

Descubrió que se trataba de la muchacha luego del aguijonazo en su trasero. Fue su risita después del chillido de Midoriya lo que terminó delatándola, pero algo en su corazón le decía que era aquella desquiciada.

—Los lunes siempre son buenos cuando te cruzo, guapo —ronroneó Himiko—. ¿Tenías tantas ganas de verme que viniste a mi clase...?

—¡Toga! —exclamó Izuku con un hilillo de voz—. No, eh, verás... debo hablar con el profesor Aizawa...

Ella le observó con sus grandes ojos que se asemejaban a los de un felino hambriento. Midoriya tragó duro cuando sintió los dedos de Toga tamborileando contra su pecho.

—¿Te apetece irnos de clase, Izubebé? —Ella rió—. Podemos irnos al Starbucks de la otra calle...

No quiero volver a saber nada con Starbucks, pensó Midoriya.

—T-Toga...

—¡Vamos, será divertido! —Toga se le acercó tanto que pudo sentir su perfume floral y el cabello rubio le cosquilleó en la cara—. A ti te gusta el frapuccino, ¿no?

Midoriya estaba padeciendo bajo sus garras de arpía cuando la voz del profesor Aizawa le trajo de regreso al mundo de los mortales.

—Midoriya, Toga —Aizawa dijo con tono monótono—. El pasillo no es para ponerse acaramelados. Para eso están los cuartos del conserje y detrás de las gradas.

Izuku soltó un quejido agudo. Toga soltó su amarre de él pero no sin antes depositar un muy baboso beso en su mejilla.

—Lo siento, profe, solo estaba invitándole a por café —Himiko comentó—. Pero volveré a clases. Ciao, Izubebé.

No podía creer que Toga fuese tan valiente —¿o idiota?— para llamarle de esa forma frente al profesor mientras le arrojaba un beso al aire y se perdía por el aula.

Tanto Aizawa se quedaron miraron al aula con gesto atónito. Bueno, Aizawa más bien observaba la situación como si ya se hubiese resignado a ver demasiadas cosas horrendas en su vida.

El adulto suspiró, girándose hacia Izuku. Dio un respingo al sentir su gélida mirada.

—Asumo que tienes algo para mí, Midoriya.

—Eh... ¡Sí! ¡Sí! —Izuku se descolgó la mochila y comenzó a rebuscar en ella como loco hasta dar con el pequeño montoncito de hojas anilladas que entregó a su maestro de literatura—. Lo leeré el jueves en su clase, pero quería que lo viera primero.

Se imaginó por un instante una escena en la que Aizawa leía un solo renglón y decidía que su obra era una bazofia mientras la rompía en su cara, riéndose como maníaco.

Sacudió la cabeza para alejar ese pensamiento. Aquel era Monoma, no su profesor Aizawa que solo parecía querer tomar una siesta y acariciar a todos los gatos callejeros.

Aizawa le dio una superficial hojeada antes de abrir su maletín para guardarlo.

—Muy bien, Midoriya —asintió—. Puedo dejarte un correo con mis opiniones, si así deseas. O puedo decírtelas luego de la clase.

—Lo que a usted le parezc-... ¡Profesor, cuidado!

Midoriya lo vio todo en cámara lenta. No llegó a tiempo para advertir a Aizawa que uno de los broches de su maletín nunca llegó a cerrarse y, por el peso del mismo, terminó desprendiéndose el otro cuando lo acomodó otra vez a su costado.

Un montón de papeles y chucherías salieron volando del mismo. Midoriya se apresuró a querer juntar todas las cosas, arrastrado por el suelo. No es como si no estuviera acostumbrado a eso.

—¡Profesor...! ¡Déjeme que lo ayudo!

—Midoriya... no —dijo Aizawa con demasiado énfasis, pero el hombre fue más lento para arrodillarse, y Midoriya era demasiado rápido.

Fue allí cuando lo vio. Sintió que su mente comenzó a trabajar sus engranajes a mil pensamientos por segundo.

Ladeó la cabeza, curioso. La voz de Aizawa se escuchaba como en eco con su advertencia de no tocar aquello, pero su mano ya estaba estirándose para alcanzar lo que captó su atención.

Era una pequeña bolsita transparente. Con un lazo blanco, rojo y azul que la decoraba.

Midoriya la sostuvo entre sus dedos mientras examinaba su interior: al menos media docena de barritas nutritivas Plus Ultra.

¿En dónde es que las había visto?

Pero la voz inquietada de Aizawa era una pista. Y también los colores. Pero la respuesta le llegó al darle la vuelta y descubrir un nombre grabado en perfecta caligrafía cursiva.

Toshinori Yagi.

La mandíbula de Izuku se cayó hasta el suelo.

Principalmente porque esa no era la letra de Toshinori, su profesor favorito. Había tenido que emularla bastante cuando hacía los haikus para el profesor Aizawa, aunque ya llevaba buen rato del último. Pensó que Toshinori decidió despedirlo —no es como si le pagara más que con buenas notas— por lo horroroso de su haiku:

Oh, oh, mi Shouta

Al verte, yo sí brinqué

Como pelota.

Los haikus eran una mierda más difícil de lidiar que el desamor adolescente.

Izuku estaba demasiado ensimismado en la bolsita de sus manos como para darse cuenta que Aizawa se la arrancó de sus manos con el cabello de vagabundo cubriéndole todo el rostro abochornado.

Todas las piezas encajaron finalmente en su lugar.

—P-p-profesor...

Aizawa agitó hacia atrás entonces el cabello. Ya no se veía avergonzado, sino decidido y solemne.

¿Decidido a qué, tal vez?

A ocultar su secreto de que estaba mandándole regalos al profesor Toshinori.

La sorpresa ni siquiera le dejaba pensar con claridad.

—Midoriya, como le digas a alguien —Aizawa murmuró—, vendrás a la escuela de verano hasta que te gradúes de la universidad.

Aquel fue el turno de Izuku de brincar como pelota al escuchar sus palabras. Asintió un montón de veces mientras farfullaba que sería una tumba, y que si quería se metía en una tumba de verdad —no iba a oponerse resistencia— para que nadie lo supiera.

Aizawa solo chasqueó la lengua y lo mandó a su clase con Nemuri. Le dio uno de sus permisos especiales para que la profesora no lo regañara por llegar tarde.

Izuku salió pitando de allí.

Como ya tenía su pase, Midoriya aprovechó para caminar perezosamente a las clases de Nemuri. De todas formas, él ya tenía aprobada aquella materia —por desvelarse y tener ojeras de mapache— y asistir a la misma solo era una formalidad.

No podía dejar de pensar en Aizawa, Toshinori, los haikus y las barritas nutritivas.

—¿Por qué siempre estoy metido en medio del salseo...? —pensó con desazón.

Su vida era un drama latino de poca monta, y sin el guapo millonario que salvaba a la mucama con mala suerte —él mismo— de su vida miserable.

Tendría que ser su propio héroe sin el dinero ni la belleza.

Su celular vibró en su trasero y aprovechó para chequear sin preocuparse de que lo atraparan. Todos estaban en clase, o eso pensó hasta que vio el remitente.

Parpadeó con sorpresa.

Shinsou

¿Podemos vernos en la sala de informática?

Shinsou

Ahora. Es el único club que funciona por las mañanas.

—Hmmm —Izuku musitó entre dientes al leer—. ¿Será que se quiere disculpar por casi derribarme hoy?

O tal vez Shinsou solo quería pasar el rato. El muchacho no tenía demasiados amigos —Izuku tampoco, pero se conformaba con poco—, ni mucho menos le gustaba quedarse en aburridas horas de clase.

No pasaría nada si se daba una vuelta al menos para saludar. Tenía el pase de Aizawa. Tecleó una respuesta rápida para su amigo.

Izuku giró sobre sus talones y se alejó de las aulas para ir hacia el ala de los clubes y la cafetería. Aquel año no se inscribió a ninguno, pero ya se conocía de memoria el camino.

Ningún club funcionaba durante la mañana a menos que los alumnos tuvieran sus permisos especiales para trabajar en ellos. Pero, a diferencia del resto, el aula de informática siempre estaba abierta el público.

No sería difícil colarse para Shinsou.

Izuku llegó entonces a la pesada puerta de madera que pertenecía a los del club de informática. Le sorprendió ver por la ventanilla de la misma que estaba todo oscuro.

Bueno, a Shinsou no le gustaba realmente la luz o las cosas brillosas. Pensó que tenía sentido.

Tocó un par de veces pero no obtuvo respuesta. Tal vez hubiese decidido tomar una siesta. Él lo hubiera hecho, si pudiera. Estaba demasiado cansado de todo, y escaparse de una clase para dormitar no se escuchaba mal.

Decidió entrar.

—Shinsou, ya llegué —exclamó Midoriya pero solo el silencio le respondió—. ¿Hola?

Izuku encendió la luz del aula. Tuvo que parpadear ya que era demasiado incandescente y sus ojos, demasiado sensibles.

Allí no parecía haber ni un alma. Ninguna de las usuales computadoras estaba ocupada por sus dueños en el club. Ni siquiera un solo rastro de sus demás estudiantes, ni mucho menos de su amigo.

—¿Shinsou?

Izuku siguió deambulando. Tanto silencio le estaba acongojando y no tenía idea de por qué. La puerta tampoco amenazaba con volver a abrirse y revelar la desordenada cabellera púrpura que tanto conocía.

¿Por qué Shinsou le dijo que fuese en ese mismo instante y él no estaba allí?

Su camino se vio cortado abruptamente cuando llegó al fondo de la sala, encima del escritorio que ocupaba siempre el profesor que dirigiese el club. Estaba lleno de papeles y otras chucherías informáticas, pero eso no era lo importante.

Midoriya sintió que el corazón se le caía a los pies.

Él lo reconocía. Esos stickers de Gran Torino On Ice sobre la tapa de color azul y aquel cargador casi pelado tenían un lugar en su memoria. Uno que parecía demasiado lejano pese a haber sido solo unos cuantos meses atrás.

Y vaya meses habían sido aquellos en su ausencia.

Izuku no pudo dar un solo paso por el shock y el horror del momento. Aquello no era cierto. Se sentía como una verdadera pesadilla, como esos segundos antes de morir donde ves toda tu vida pasar frente a tus ojos.

Pero, en su caso, veía todos los momentos en donde el supuesto ladrón desfilaba por su mente. Todas las culpas, acusaciones y peleas que ocasionó.

Las piernas comenzaban a fallarle porque le temblaban demasiado. Hubiese preferido desfallecer, golpearse la cabeza y olvidarse de todo ese asunto para siempre.

Porque la aparición de aquel simple y estúpido objeto estaba arruinando las cosas. Una vez más.

Midoriya dio un par de pasos hasta que sus manos descansaron sobre el escritorio. Sus dedos caminaron, ansiosos, hasta que rozaron el plástico gastado de la tapa.

Era real. Condenadamente real.

—Por los benditos patines de Gran Torino —musitó Midoriya, horrorizado—. ¿Shinsou...?

No podía ser cierto, pero allí parecía estar la respuesta. Gritándole a la cara.

Su maldita y desaparecida laptop.

¡ÚLTIMA oportunidad para hacer teorías antes de que todo se revele! ¡El capítulo 20 es EL capítulo donde la verdad sale a la luz!

No voy a hacer muchos comentarios sobre este último fragmento porque no se me puede escapar nada. Ustedes harán las teorías: ¿qué pasó? ¿Lo hizo Shinsou? ¿O no? ¿Por qué lo hizo? ¿O es un último intento del ladrón de culpar a alguien más? ¿Tendremos nueva temporada de Gran Torino On Ice? Okno

¡Dejen todas sus teorías por aquí! c:<

Tienen tiempo hasta que el capítulo 20 sea publicado. La próxima actualización será el extra de Kacchan (se supone que eso actualizaría hoy pero pues preferí el capítulo) y luego de ahí el 20. Luego solo quedarán el capítulo 21 (el final) y el epílogo ;;;

Ya ando preparando el próximo longfic. Y también algo que quiero hacer para Halloween TuT así qué habrá más cositas por ahora. Además...

¿Alguien notó el guiño a DHYL? Hahaha también haré lo posible para actualizar ese capítulo esta semana ♥️ es que ando súper inspirada y ahora si que no tengo compromisos con mas fics haha

Les agradezco por todos sus comentarios, votitos y apoyo en general. En serio me hacen súper feliz, ¡Ya son 9k votos! Wow TvT nunca creí que una historia multishipper podría llegar tan lejos

Nos vemos prontito, espero. Besitos ♥️

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