Capitulo 13
— Buenos días. — Linda.
— Buenos días Linda. — habló de forma despacio Reldob.
— ¿Como te sientes? — Linda.
— Bien, muy bien. — Reldob.
— Mmm... eso no suena tan bien — Linda.
— Querida, estoy bien, por favor, entiende. — Reldob.
— Entiendo, entiendo, no te enojes. — Linda.
— No me estoy enojando cariño — Reldob contestó.
— Jaja — río Welong.
— Abuela, porque mi abuelito está así de ese modo. — Welong.
— ¿Como de ese modo hijo? — Reldob.
— Si, también te entiendo, pero no lo sé, quizás y si le preguntamos podemos saber. — Linda.
— ¿A quién le preguntarán que? — Reldob.
— ¿Como se siente ahora abuelo? — Welong.
— No muy bien pequeño, pero aquí estamos, viviendo. — Reldob.
— Ah, ¿pues está muy bien no? — Welong.
— Si, está muy bien. — mientras su abuelo le indicaba con un pulgar hacia arriba.
— Abuelito, ¿necesita algo? — Adeline
— Si, necesito estar solo. — Reldob.
— Pero, llevas dos semanas sin leernos un cuento. — Aminela.
— Es cierto abuelo Reldob, ¿que sucede? — le pregunta su esposa.
— Por favor niños, no molesten a su abuelo, el quiere estar solo y se acabó. — habló la madre de los pequeños.
— Ahh — dijeron todos.
— No se preocupen, se los voy a leer. — Reldob.
— Si, ¡eso abuelito! — aclamaron sus dos nietas.
— "El Niño Burundí", bien..
Allá por los años de 1990's, a principios de esos años, nació un varon, el cuál sus padres le llamaron "Alicet". A muy temprana edad perdió a su madre y se quedó solo con su padre, hasta que un día comenzó a trabajar. Su jefe era duro, estricto, con caracter fuerte que llegaba a tratar muy mal a los chicos, pues sus trabajadores eran puros niños, unos de edades más grandes que el pequeño y otros de la misma. Pero no duró mucho tiempo, pues enfrentó a su propio jefe en una primera y última ocasión, el cuál le costó perder su trabajo y el de su papá. Al enterarse de lo que había hecho Alicet, su padre negó que este fuera su hijo, pues no tenía cara para verle, lo corrió, el niño se fue y pasó la noche solo, no fue sino hasta que se encontro en el camino a Don Olivier, un hombre de edad grande. Era tan sabio, pero tan sabio, que en la primer conversación que tuvo con Alicet, le pudo descifrar su sentir. Su intuición era magnífica y excepcional que el niño no podía creer lo que el viejo le decía. Estuvieron juntos un tiempo, durmiendo cada uno por separado, pero con el paso de los días, Alicet se encariño tanto que lo abrazaba y Olivier hacía lo mismo cuando era hora de descansar. Como realizaban caminatas en Burundí, volvieron a verse cara a cara Alicet y su exjefe, este fue capaz de agarrarlo y si no hubiera sido por aquel sabio, quizás no estuviera el pequeño con vida, pues supo disfrutar a ese hombre. De tanto reflexionar y pensar, Don Olivier le concedió al pequeño irse de excursión a un lugar, el cuál le llamaban "El Paraíso", estaba en las nubes, la gente siempre sonreía, nunca peleaba, jamás robaban, nunca se veía llorar, en fin, esas cosas que atormentaban al pequeño se fueron borrando con su estancia en aquel hermoso lugar. El día que llegó se encontró con Mozart, Einstein y lo mejor estaba por venir, pues al estar caminando entre las nubes vió que una pareja de edad avanzada y una mujer tan joven estaban juntos, y si, eran los abuelos del pequeño y esa mujer la cuál estaba con ellos era su madre. Corrió rápidamente hacia ella para abrazarla, luego hizo lo mismo con sus abuelos. Se alegró demasiado que no se quiso soltar de Ivonne por un momento. El sabio estaba contento, ver esa emotividad, sin duda, lo dejaba lleno de armonía por dentro.
El niño se quedó varios días, incluso llegó a tener amigos en esa nueva vida, sonreía todo el día y la paz se respiraba día con día. Era feliz y su familia lo sabía, pero no tenía idea de que el sabio lo había traído al paraíso, el lugar de los muertos. No podía quedarse mucho tiempo, pues aunque te olvidabas de las preocupaciones, nada aquí hacía la gente, solo sonreír y sonreír, ya no cumplían un propósito, todo un mundo extraño, lo sé. Cuando llegó la hora de partir, abrazó a sus familiares y les dijo que un día regresaría, no sabía cuando pero lo haría y entonces el sabio le agarró la mano y le indico que mirara arriba, era el Dios que todos contaban, con una mirada de felicidad y prosperidad dijo. " Haz hecho un gran trabajo Olivier,... Alicet — le llamó.
— ¿Como sabe mi nombre? — se sorprendió.
— Hijo mío, yo te cuido, te observo a ti y a todos los démas. — Dios.
— El momento es ahora, el mundo te necesita, Burundí necesita un representante que cambie el rumbo de su historia. — Dios.
Y de pronto, el pequeño se quedo pensando.
— Hazlo, y un día te llamaré para que vuelvas. — le indicó Dios.
Y así, terminó su vida en aquel lugar y al regresar notó que las cosas seguían igual, su padre estaba más enfermo y ni siquiera iba a trabajar. Vió el panorama y decidió hacer caminatas cómo lo hacía el gran sabio Olivier, a sus amigos les empezó a dar clases de Matematicas y de Música de lo cuál aprendió de Einstein y de Mozart y con lo que ganaba dando clases le compraba medicinas a su padre. El exjefe un día se quedó sin empleo y como sabía de las habilidades de aquel pequeño, fue a buscarlo y le dijo.
— Alicet, necesito empezar algo nuevo, tu que sabes tocar tambor de ingoma, umudende, ikembe, indingiti y el idono, te quería preguntar, ¿me puedes dar clases de alguno de estos instrumentos? — le preguntó.
— Claro, ¿cuando quieres empezar? — le dijo el pequeño.
— Hoy mismo, ¿se podrá? — exjefe.
— Por supuesto — Alicet.
Y así, aquel hombre se hizo muy buen amigo del pequeño, hizo mucho por el chico que hasta lo recomendaba con gente de su país, se vinieron extranjeros y démas que ya no solo vivían gente de Burundí. El pequeño Alicet se emocionó tanto cuando papá se alivió y vió que su hijo había cambiado la forma de ver la vida con la música y las habilidades matematicas. Ya no se aprovechaban de los recursos de su país, pero por ser un niño de edad muy baja, todos temían que fuera representante del país, puesto que querían cuidar de su bienestar. Finalmente, Alicet no hizo caso y se lanzó como su representante, el es quién guiaba a las personas por el camino del bien y no del mal, Burundí ya no era un país esclavo de nadie, ahora la vida allá era simplemente otra.
— Fin. — Reldob.
— Wow, esa historia me ha gustado abuelo. — Adeline.
— Yo opino lo mismo — Welong.
— Me da gusto que les haya gustado. Bien, ahora sí, buenas noches. — Reldob.
— Buenas noches — respondieron todos.
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