6. Abusonas

El profesor de gimnasia nos ha mandado correr alrededor del campo de fútbol. Los alumnos poco a poco se van juntando en grupos de carrera acorde a sus niveles.

Los primeros corren a mucha velocidad, se ve que son los típicos que hacen deporte fuera del instituto. Se les nota mucho más en forma que el resto de la clase. En ese mismo grupo, van las chicas que me dieron la "bienvenida" en el pasillo. También están en buena forma física, deben de ser animadoras, futbolistas o algo que requiera mucho entrenamiento.

Yo estoy entre los más lentos, mucho más distantes del grupo que va desmarcado y lejos también del de los corredores medios. Nosotros vamos a la cola, somos pocos. Mis compañeros son chicos y chicas la mayoría con sobrepeso. Alguno está delgado como yo, pero tiene pinta de no haberse movido en la vida. Los más pesados, resoplan y sudan mucho. Al igual que yo. Nos sofocamos y arrastramos los pies, nos movemos sin ninguna soltura.

El grupo rápido se ha desmarcado tanto que ya nos ha doblado. Nos alcanza por detrás y nos adelantan. Justo en el instante que pasan de largo, puedo oír cómo las chicas se ríen. Dos de sus miembros se permiten mirar hacia atrás. La chica me mira como con superioridad y un chico me mira como si no entendiese qué hago aquí. Supongo que considera que alguien tan delgado no debería juntarse con los lentos.

Sigo sin adaptarme a la Tierra. Me estoy mareando mucho y me está bajando la tensión. Me paro de golpe, intentando que la sangre vuelva a moverse con normalidad. Noto cómo se van apagando mis sentidos. No puedo más... me desfallezco y caigo al suelo.

En mi trayecto consigo apoyar las manos para evitar el contacto directo de mi cara contra el suelo. Me quedo tendida, con la mejilla derecha apoyada. Con la poca vista y oído que me quedan activos, puedo percibir cómo mis compañeros se agolpan, una vez más, a mi alrededor. A mi lado hay uno de los chicos que corría conmigo, gritando al profesor para que venga.

Apenas puedo moverme, cada vez veo a más gente cerca de mí. Estoy indefensa y rodeada de extraños seres. Me siento muy sola y vulnerable. Poco a poco, noto cómo cada vez crece más la tristeza en mi interior; una sensación muy fuerte que me viene desde la barriga y pecho, y me hace sentir desesperada. Mi ojo derecho, el más cercano al suelo, derrama una lágrima que se escurre despacio por mi mejilla. Creo que si tuviese más aire, lloraría.

El profesor me gira y me pone boca arriba. Ese giro me distorsiona tanto los puntos de referencia que apenas puedo saber qué está ocurriendo. Estoy muy mareada. Veo el azul del cielo y oigo bullicio. Noto siluetas a las que apenas les consigo dar forma. Siento cómo me cogen de las muñecas y los tobillos y me izan.

Abro los ojos y veo al profesor a mi lado. Estoy tendida sobre una colchoneta boca arriba. He perdido la consciencia y no recuerdo el trayecto hasta aquí.

—¿Estás bien? —El tono del profesor es muy amable.

—Sí, sí —contesto todavía desorientada. Acabo de percatarme que estoy dentro del pabellón deportivo del instituto. No hay nadie aquí salvo nosotros dos.

—Te ha bajado la tensión. ¿Puedes levantarte? —pregunta tendiéndome una mano.

—Sí.

Le cojo la mano y me incorporo con su ayuda. Me encuentro fresca aunque aturdida. Puedo moverme con independencia ya, así que le suelto la mano. En ese momento me hace una pregunta.

—¿Quieres que llamemos a tus padres?, ¿quieres irte a casa?

¿Qué? Tengo que pensar algo rápido.

—No, estoy bien —respondo a toda velocidad—. No quiero perder las clases, ya me encuentro mejor.

—De acuerdo. Puedes ir al vestuario a cambiarte, todavía están tus compañeros allí. Si necesitas algo, avísame.

—De acuerdo, muchas gracias. —Siento un gran alivio.

Me dirijo al vestuario de las chicas, se oye mucho ruido en el interior. Abro la puerta y me las encuentro a todas hablando a la vez. Justo en ese momento, se quedan todas mirándome. De inmediato, un grupo de cuatro o cinco chicas me rodean.

—¿Qué tal estás?

—¿Estás bien?

—¿Puedes andar?

Son muy simpáticas. Me gustan.

—Sí, me encuentro bien. Gracias por vuestra ayuda.

El grupo de las populares me mira desafiante desde un banco a lo lejos. Una de ellas me grita.

—¿Qué pasa Ina?, ¿te cansas de correr?, ¿quieres echarle una carrera a mi abuela?

Unas cuantas chicas se ríen. La chica del banco recibe una palmada en la espalda de su amiga, que está sentada a su lado. Del grupo que me estaba rodeando, dos se retiran, como si ahora se sintiesen avergonzadas de ayudarme. Otra se toca la cabeza para colocarse el pelo, como si disimulase. Poco a poco se alejan un poco de mí, como si estuviesen atemorizadas.

¿Por qué tienen miedo de alguien que es como ellas? El grupo de las populares está bastante nutrido, influye al resto de una manera que no puedo entender. ¿Por qué los humanos admiran a gente que no es buena?

Me quedo sola, de pie de frente a las chicas. No me inmuto, me quedo mirándolas a los ojos. No quiero responder a esa incitación, pero tampoco quiero darles las gracias por abusar de mi debilidad.

—Ina, ¿en Islandia hacíais la gimnasia en coche? —La chica que apoya a la líder quiere unirse al grupo de las graciosas. Parece que busca la aprobación de su amiga.

Se vuelven a oír risas en general. El grupo que me ha dado la bienvenida al vestuario se siente todavía más intimidado y se alejan todavía más de mí. Son muchas más que ellas. No sé por qué no reaccionan. ¿Quieren ser cómplices de esto?

Me estoy poniendo muy triste. No entiendo cómo los humanos me dan esta bienvenida. Me quiero volver a mi planeta, quiero llorar. Bajo la cabeza y me dirijo al banco donde está mi mochila. Giro la cabeza, no quiero que vean las lágrimas que me escurren ya por la mejilla porque sé que eso hará que ataquen con más fuerza. ¿Qué mierda de especie es esta? Los odio. ¿Por qué quieren hacerme daño? No me gusta, no les he hecho nada, pero no puedo darle la vuelta a la situación. El Consejo no me permite usar mis poderes. Me tiemblan las manos de la rabia, los labios también por contraerlos para evitar mi llanto. Debo controlarme o podrían suceder cosas que... No quiero ni pensarlo, eso podría ser muy peligroso.

Mis gestos de abatimiento alertan a una de mis compañeras y toma cartas en el asunto.

—¡Dejadla en paz! —les dice en un tono amenazante.

—¿Qué pasa Valentina?, ¿te da pena la "abuela"? —replica una de las populares desde el banco.

Se vuelven a oír risas. El llamarme "abuela" para ridiculizarme desvía la atención del daño que me están haciendo. Ahora, muchas más chicas son cómplices de esta barbarie. Los humanos cada vez me parecen una especie más horrible.

—Pues sí. ¿Qué tiene de malo que alguien te de pena?, ¿acaso no te pones triste por nadie?, ¿ni si se muere tu madre? —Valentina continúa en mi defensa a pesar de que cada vez está más sola. Parece que hay algún humano que sí que merece la pena.

La pregunta descoloca a las populares. Se quedan sin respuesta, así que deciden atacarla a ella. Esa es su forma de mantener el poder.

—Valentina, ¿quieres ser la defensora de las débiles? —replica la popular intentando ridiculizarla.

Mi defensora se harta y se levanta. Es una chica enorme, me saca casi media cabeza y eso que yo ya soy bastante alta. Es muy corpulenta y fuerte. Es la chica más grande de todo el instituto, una auténtica gigante. Se acerca despacio hasta la que parece la cabecilla y cogiéndola por la camiseta la levanta del banco.

—Yo hago lo que me sale de los ovarios, preciosa —le espeta muy cerca de la cara.

La líder ha perdido todo su poder. Las chicas que secundaban sus acciones bajan la guardia y se retiran a los lados. Parece que no la respetan tanto como parece a simple vista. No han saltado en su defensa.

Valentina tiene una fuerza enorme en los brazos y mantiene a la niña paralizada, no se atreve a moverse lo más mínimo. Mantiene una pequeña mueca, como un gesto de sonrisa, como intentando mantener la integridad, aunque en realidad está muerta de miedo. Puedo verlo en la energía que la rodea. Su campo bioeléctrico ha cambiado de frecuencia.

La gigante aprieta las manos agarrando la camiseta de la chica con mucha fuerza. También la veo cerrar las mandíbulas al máximo. Su mirada ha cambiado por completo, su campo energético también, creo que está próxima a ejercer violencia física. Durante unos largos segundos hay una tensión enorme en la sala, nadie se mueve. La abusona está aplastada contra la pared, inclinada hacia atrás en una posición muy difícil.

—Tú a mi lado eres tan débil como ella lo es para ti —asegura la grandullona—. ¿A que ahora no te ríes tanto?

La chica, en un acto suicida e intentando recuperar la dignidad que nunca tuvo, tiene la genial idea de contestar.

—Ja, ja, ja —pronuncia imitando el sonido de una risa—, mira cómo me río.

Valentina responde a su provocación y en un rápido movimiento de cadera, tira al suelo a la niña. En un segundo, Valentina se le pone encima. La popular está indefensa y muerta del miedo. No puede hablar ni aunque se lo proponga.

Valentina no parece dispuesta a hacerle daño, pero tampoco tiene intención de soltarla. Yo me estoy poniendo muy triste, no entiendo cómo pueden meterse así conmigo. Me da mucha pena que se tenga que llegar a esta situación. Aunque mi defensa está justificada, si no se hubieran metido conmigo esto no habría pasado. Soy demasiado sensible para ver estas cosas. No aguanto más y me acerco a Valentina.

—Suéltala..., anda —digo en un tono muy suave, tocándola en un hombro y transmitiéndole todo mi cariño.

La líder me mira desde el suelo, sorprendida de que la acabe de defender. No entiende cómo puedo estar salvándola de esta situación. Creo que en el fondo entendería que ahora mismo yo tomase ventaja de este momento y acabase humillándola como ella ha hecho conmigo.

Valentina gira la cara y me mira también un tanto desconcertada. Me sonríe al sentir mi gesto y noto cómo se le relajan un poco los hombros. Todo el mundo nos está mirando. Yo me siento muy avergonzada, en especial porque tengo la cara llena de lágrimas y los ojos llorosos todavía.

—Me has ayudado mucho, gracias. Creo que a ella ya le ha quedado claro que no está haciéndolo bien. Pero si sigues te convertirás en alguien como ella. Me gustas, lo que has hecho hasta ahora es suficiente. Suéltala..., por favor —insisto con suavidad, como cuando se le habla a una fiera que está a punto de morder.

Valentina abre las manos y la suelta. En ese mismo momento, ambas se relajan. El ambiente cambia en el vestuario. Valentina se pone de pie y le tiende la mano. La líder, en esa posición de indefensión, está muy asustada. Le da la mano con mucha desconfianza. Tan pronto se la coge, la levanta con una facilidad pasmosa y la pone de pie. Ambas cruzan sus miradas durante un momento en un gesto extraño, sin odio. Valentina está muy seria. La chica gira la cabeza y me dirige una mirada fugaz antes de alejarse de nosotras.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top