43. El encuentro

A lo lejos veo la silueta de dos chicas caminando como furtivas por el bosque. Están muy atentas, mirando en todas las direcciones y enseguida nos localizan. El físico de una de ellas me es muy familiar. Es mi amiga.

—¡Son Ina y Alexandria! —Tan pronto nos ve Alexandria, pone cara de sorpresa y le da en el brazo a Ina señalando en nuestra dirección. Ina se queda paralizada, como si no pudiera creerse que estemos aquí. Después de un breve lapso de tiempo inmóvil mirando hacia nosotras, sale corriendo en nuestra dirección con una sonrisa enorme en la cara.

Alexandria comienza a correr detrás de ella, controlando a su alrededor en todo momento. Ina apenas se fija, sabe que Alexandria está muy atenta y ha decidido dejarse llevar por completo. Tiene una cara de alegría enorme, esa alegría que siempre transmite y que hace que todos los que estén a su alrededor se vuelvan felices. Ina irradia un magnetismo que apenas conozco en nadie. Su capacidad para ilusionarse es excepcional.

De repente, todo parece transcurrir a cámara lenta. Empiezan a aparecer más y más imágenes en mi cabeza que me hacen sentir muchas cosas a la vez. Veo a Ina como la chica que es, la que apenas pueden comprender por qué está diez pasos por delante de cualquiera. Una chica que sólo quiere ser feliz y transmitirlo a los demás, que siempre busca la manera de mantenerse contenta y entusiasmada. A veces vista como alguien infantil, ya que hay momentos donde lo único importante para ella es que todos estemos bien. Tachada de irresponsable a pesar de su enorme inteligencia.

La recuerdo en esos grandes momentos que a la vez son pequeños. Como cuando estábamos sentadas en la playa y nos cogía a las dos por los hombros. En ese momento podía ver en ella una sonrisa de satisfacción que me hacía sentir grande. Me daba cuenta de lo importante que me consideraba y me hacía sentir lo mismo. Estar con Ina era como sentirse la persona más genial del planeta y a pesar de ello, sentirse pequeña a su lado.

No importaba el momento ni con quién estuviera. Ina siempre tenía los ojos más relajados y brillantes del grupo. Aunque fuese la menos ruidosa, ella estaba ahí, sumergida en su propia energía. Podías notar que en ella algo era diferente. ¿Era su raza? No. Era toda la bondad, amor e ilusión que albergaba. No sabes lo que es, pero está ahí. Su presencia te hacía cambiar, te hacía ser mejor.

Y ahora, por fin, está ahí, delante de nosotras. Mi felicidad es inmensa. La vemos corriendo hacia nosotras con un gesto que no ha cambiado nada. Con su brillo inagotable radiando en todas direcciones. La veo llegar como si flotase. Lento, muy lento. Me da la sensación de que puedo controlar el tiempo y hacer que esto dure una eternidad. Es Ina corriendo en el bosque. Libre. Se lo merece, es de la única forma que debe estar. Saber que ha estado retenida, aunque no le hayan hecho nada, me parece repugnante. Igual que meter un pájaro en una jaula y cercenarle su vuelo de por vida.

Todo se vuelve rápido de nuevo y veo a mi amiga llegando hacia nosotras. Cuando llega a un metro de distancia, salta justo en medio de las dos y nos abraza. Cae de rodillas y, lo que antes era una sonrisa enorme, se vuelve un llanto quebrado. Siento a Ina llorando de muy adentro, desde la barriga. Quizás desde el alma. Su forma de llorar mezcla alegría por vernos, pero también rabia e impotencia.

Evelin y yo nos quedamos muy quietas, con Ina de rodillas abrazada a nosotras por nuestras piernas y cinturas. Nos da miedo movernos, como si ahora mismo fuese un trozo de cristal que se ha resquebrajado y cualquier roce pudiera hacer que se fulminase en fragmentos pequeños de manera irreparable. Llora ruidosa. Me alegro muchísimo de ver a mi amiga pero estoy rota por sentirla así. Mis piernas se mojan con sus lágrimas. Ella se contrae desde la barriga, como si le doliese algo. Le duele su corazón. No el físico. El de dentro.

La imagen es tierna y patética a la vez, con Ina derrumbada ante otras dos niñas medio perdidas, que sostienen entre sus inocentes manos sendas escopetas. Alexandria llega a nuestro lado y también se desploma como Ina. Ella manifiesta los mismos sentimientos que su compañera. En un instante, su mirada y cara quedan deshechas y se pone a llorar con la misma agonía que su amiga. Ina la une al abrazo y Alexandria se suma a las tres. Ambas están en el suelo arrodilladas. El pelo les cubre las caras, no las veo pero puedo oírlas gemir.

Evelin y yo salimos de nuestro bloqueo, dejamos las escopetas y mochilas en el suelo, y nos inclinamos para abrazarlas también. Están temblando. Levanto la vista y veo a Evelin. Tiene la mirada muerta, triste. Ella también está dolida por lo que les han hecho a las extraterrestres.

Ina se aleja un poco de su compañera y levanta la vista hacia nosotras. Sus ojos están rojos, irritados por las lágrimas que brotan de ellos. En un gesto que me parece heroico, nos sonríe con la vista nublada y la cara empapada de su propio llanto. Entre una sonrisa y una mirada de tristeza insondable, por fin la escucho hablar.

—¿Me habéis traído chocolate?


¡Hola! ¿He conseguido haceros sentir algo especial con este reencuentro? ¡Un abrazo enorme a todos!

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