39. Acorraladas
Alexandria está inmóvil sabiendo que no tiene hacia dónde salir. Los hombres se acercan poco a poco dando pasos muy lentos pero firmes en dirección hacia ella. Gran parte de ellos están ya con su escopeta alzada, y le apuntan. Ella mira a su alrededor horrorizada, ha perdido toda esperanza de escapar.
Tomo una decisión. En menos que dura un pestañeo humano, he realizado mis cálculos y salto del árbol. Siento una aceleración muy brusca amplificada por el tacto del viento en mi cara. Una larga caída me separa del suelo y mi velocidad aumenta más y más. Me da la sensación como si mi cuerpo se estuviese quedando arriba mientras yo sigo bajando. Llego al suelo con violencia y mis rodillas se doblan por completo, pero me ayudo de una mano que apoyo en el suelo para frenar la caída.
Un segundo antes de aterrizar me he vuelto visible para poder utilizar toda mi energía. Todos los humanos que me han visto están atónitos, algunos de ellos han dado un salto hacia atrás y se han quedado inmóviles. Nadie esperaba verme aparecer desde el cielo y ahora nos tienen a ambas en el punto de mira. Me acerco a Alexandria sin dejar de mirar a todos los que nos rodean. Solo me separa de ella medio metro. Mis movimientos son rápidos y aprovecho la sorpresa de los terrícolas y el bloqueo temporal que sufren por lo extraño de la situación. Ahora mismo es como si me moviese en una escena congelada.
Cogiendo a mi amiga por una mano, la acerco a mí y la abrazo para protegerla.
Un segundo de concentración y provoco con mi cuerpo una concentración de energía a nuestro alrededor. Es como una burbuja energética en forma de semiesfera que se expande hasta alcanzar un par de metros de radio. Nuestros enemigos han podido ver cómo, durante un par de segundos, se formaba la cúpula a nuestro alrededor, como una luz difusa. Nosotras estamos a salvo dentro de ella.
Todo ocurre muy deprisa, casi como una explosión. En el momento alcanzo una carga energética crítica, la libero. La burbuja contiene tal cantidad de carga que reacciona creciendo con violencia. En su expansión arranca árboles, arbustos y rocas, levanta todas las hojas secas y lanza a los humanos por los aires como si fuesen briznas de hierba azotadas por un huracán. La onda expansiva empuja y arrasa todo lo que encuentra en su paso en todas las direcciones, los trescientos sesenta grados.
Como si le diese un empujón a todo lo que nos rodea, los elementos del paisaje salen disparados hacia fuera con mucha velocidad, mientras observamos cómo se limpia todo el entorno nuestro en un radio de ciento veinte metros. El terreno queda vacío y llano, con nosotras dos sobre un círculo de dos metros de hierba, en el centro exacto de semejante formación. Todo en ese radio ha sido apartado hacia fuera y lo que estaba fijado al suelo, ha sido arrasado y enviado lejos.
Ahora, inmóviles, vemos flotando hojas y pequeñas partículas de vegetación volviendo al suelo. Se ha hecho un silencio sepulcral en torno a nosotras, que nos ha liberado en un paisaje de destrucción y caos.
Alexandria, abrazada a mí, tiembla sin dejar de mirar por encima de mi hombro. Estaba muy asustada hasta que yo llegué. Sin soltarla, vigilo sus espaldas, asegurándome por encima de su hombro de que no ha quedado nadie a nuestro alrededor que nos suponga un peligro. Nos quedamos juntas, abrazadas y el tiempo se detiene viendo cómo flotan las hojas que se posan despacio en el suelo al que una vez pertenecieron.
Entre nosotras sobran las palabras. Ella está asustada, yo estoy exhausta por lo que acabo de hacer. No necesitamos hablarnos, solo estar ahí juntas, en silencio. Escuchar el silencio que le hemos devuelto al bosque apartando a nuestros captores. Después de la confusión, tomamos más conciencia una de la otra y sentimos nuestras pieles y respiraciones, tanto la propia como la de la otra. En ese estado mantenemos una comunicación no verbal y no mental, que nos dice que somos importantes, que nos protegemos. No podemos sino quedarnos así, viendo cómo la miseria de esas personas y sus intenciones han sido limpiadas y apartadas, como el gesto de una gran mano rechazado lo repugnante que nos querían hacer.
No estoy segura del resultado que habré provocado en los organismos de estas personas, para ellos ha debido ser como recibir un empujón muy fuerte, no debería haberles hecho demasiado daño pues no he liberado la energía en un formato que pudiese quemarles o causarles otro tipo de daños. Supongo que habrá heridos, pues sus cuerpos han salido despedidos a muchos metros de distancia, pero dudo que haya víctimas de mayor gravedad que contusionados o algún hueso roto. De lo que sí estoy segura es de que, al menos durante un rato, estarán en shock e incapacitados.
—Te dije que te cuidaría —susurro a Alexandria al oído.
Todas nuestras emociones corporales se han transformado en voz, explicando lo que no necesitamos decir.
—Ya lo sé —me susurra ella al mío. Se hace raro utilizar la voz después de tanto tiempo, me gusta oír la voz de Alexandria. Se hace una pausa entre nosotras, que hace que nos apretemos en nuestro abrazo más todavía. La veo preocupada—. Has liberado mucha energía, ¿estás bien?
—Sí —contesto casi balbuceando— estoy bien. Tan solo he utilizado la necesaria, pero estaba dosificada, no te preocupes, tampoco quería hacerles daño.
—Ya, pero hace muy poco estabas casi muerta. Ha hecho una locura.
—En realidad estuve muerta, Mahla me ha salvado.
—¿Qué? —Alexandria no se puede creer que haya pasado algo tan grave conmigo. Se queda sin palabras hasta que recupera su habla—. ¡Dios mío, tenemos que salir de aquí! —exclama haciendo bien presente que esta gente supone un verdadero peligro para nosotras.
—Sí. Sin duda. Vamos.
Al momento nos despegamos la una de la otra. Tengo todo el cuerpo helado. Empezamos a avanzar por el terreno arrasado, con lentitud, como si el evento nos hubiese provocado también un shock a nosotras. Una mezcla entre cautela y confusión sigue instalada en nuestros cuerpos, avanzamos poco a poco con miedo de que haya alguien todavía al acecho, más allá de la desolación y el paisaje yermo que yace bajo nuestros pies.
Retomamos la dirección original. Unos cuarenta gradosSureste, intentando mantener el rumbo decidido desde el principio, para novolver sobre nuestros pasos. Alexandria está desorientada todavía por el sustoque se ha llevado y yo camino abrazándome a mí misma, frotándome los brazos conlas manos despacio e intentando recuperar algo de calor.
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