34. Huida

—Estoy lista —Alexandria comienza a mover manos y piernas para desentumecerse.

—Hagámoslo tal cual hemos hablado.

La habitación tiene una puerta metálica con un pomo. Estamos convencidas de que al otro lado de la puerta debe de haber al menos uno de ellos vigilando. No estamos del todo seguras, pero es una probabilidad muy alta.

Nuestra idea a priori era que yo forzase la puerta con suavidad, porque yo soy la que ahora mismo está con más fuerza de las dos. Pero si hay alguien al otro lado nos descubrirían y se les daría tiempo a prepararse, así que hemos decidido que romper la puerta, sin comprobar antes si al otro lado hay alguien o no es una mala opción. Por supuesto, reventarla puerta de y salir a por todas la hemos considerado todavía peor. Otra cosa es que estuviésemos al máximo de nuestras energías. En ese caso, tal vez habría sido lo mejor. Atacar por sorpresa y reducirlos a todos antes de que les diese tiempo a reaccionar, sería pan comido. Pero hemos de ser realistas.

Alexandria se tumba en el suelo boca abajo, a un lateral de la puerta. Yo me acerco a la puerta y bajo el pomo y lo suelto enseguida. El sonido generado ha debido ser oído por el que pueda estar al otro lado. Después de eso, me voy enseguida hacia la silla en la que estaba apresada y simulo seguir atada y muy drogada.

Al cabo de unos momentos escuchamos cómo se abre la puerta por acción de la llave. ¡Había alguien al otro lado! Con lentitud se abre la puerta hasta que se asoma un hombre. Tan pronto como ve a Alexandria en el suelo, termina de abrirla de golpe. El hombre me echa un vistazo rápido y, tan pronto como comprueba mi estado narcotizado, se dirige a Alexandria para examinarla. Antes de que el hombre de la alarma, o haga cualquier otra cosa, salto hacia él con tanta velocidad que no le da tiempo a reaccionar.

Lo he agarrado con fuerza, ya no podrá soltarse. Su cara es de absoluto asombro y susto. Sin soltarlo en ningún momento, lo llevo hasta el suelo con mucha facilidad, como si fuese un niño de tres años y no un enorme hombre adulto. Por mucho que se retuerza, no puede zafarse de mi agarre.

—Shhh... —le advierto mientras le presiono con fuerza la cabeza contra el suelo. No pronuncio ninguna palabra. Con la fuerza que estoy ejerciendo en todo su cuerpo y su cabeza, entenderá que puedo hacer mucho daño si intenta cualquier cosa.

El hombre no se mueve nada, ha comprendido el mensaje y la situación de inferioridad en la que se encuentra. Alexandria, que se había levantado tan pronto como agarré al hombre, está ya examinando el exterior de la habitación para ver si hay más gente cerca. Después, vuelve hacia nosotros con una jeringuilla en la mano, la misma que usan para drogarnos. Se acerca al hombre y se agacha delante de su cara para que la vea.

—¿Qué es esto? –le pregunta en susurros—. Responde en voz baja o habrás colmado mi vaso de paciencia.

—No lo sé. Yo no soy el que lleva los medicamentos del grupo. No sé qué es lo que contiene, ¡lo juro! —responde atemorizado.

—¿Cuál es la dosis para humanos?

—Más o menos la mitad de la jeringuilla para un adulto.

—Espero que sea cierto por la cuenta que te trae. Eso mismo es lo que te voy a inyectar. No quiero dañarte, pero vamos a escapar de aquí y no podemos fiarnos de gente como vosotros.

Alexandria cachea sus bolsillos y saca una cartera de su bolsillo. La abre con velocidad y mira su contenido. De ella, saca una tarjeta de identificación.

—Esto me lo quedo —continúa—. Avisaré a todos los de mi especie para que sepan quién eres. Si se os ocurre intentar cualquier cosa, tomaremos medidas.

El tipo está paralizado bajo mis manos. No se atreve a responder ni a moverse; sentir tanta fuerza lo está arroyando y está muy asustado. Mientras continúo con mi presión contra el suelo, miro alrededor para asegurarme de que nadie más ha venido o se ha alertado. Alexandria le devuelve la cartera al hombre metiéndola en su bolsillo. Coge la jeringuilla y se la clava en un hombro, inyectándole el contenido.

—Odio tener que hacer esto —dice mientras le inyecta la droga.

—Yo también —le contesto. Para los de nuestra especie es muy desagradable usar la fuerza. No tiene sentido llegar a estas situaciones.

El hombre se queda inconsciente al instante. Antes de soltarlo, noto cómo se le aflojan los músculos en pocos segundos. Mi comunicación con Alexandria es toda telepática.

—¿Puedes hacerte invisible? —le pregunto.

—Todavía no. No tengo fuerzas. —Esperaba esta respuesta, pero prefiero asegurarme.

—Voy a asomarme, ven detrás de mí, pero no te alejes mucho.

Me hago invisible y camino hacia la entrada. Salgo de la habitación con Alexandria siguiéndome a cierta distancia. Llego a la zona de las escaleras y comienzo a subir sin hacer ningún ruido. Al llegar a la planta de arriba, miro alrededor y no veo a nadie. Nos habían tenido encerradas en un sótano, por eso no había luz natural. He llegado a una especie de salón de lo que parece una cabaña. Está todo oscuro, pero puedo ver lo suficiente para moverme.

—Espera un momento ahí abajo —le digo a mi amiga—. Voy a preparar la salida.

Me acerco a la puerta principal. Supongo que estará cerrada. Presiono el pomo muy despacio y la puerta se abre. ¡Bingo! Abro la puerta con cuidado para no hacer ruido, me asomo al exterior y miro hacia los lados. No veo a nadie.

—Sube, está despejado.

Veo aparecer a Alexandria subiendo las escaleras muy despacio. Viene caminando hacia mí, casi de puntillas. Alexandria sale de la casa y yo, sin dejar de mirar hacia ella, cierro la puerta.

—¡Vámonos de aquí ahora mismo! —me pide usando la telepatía.

Bajamos los dos escalones de la entrada despacio, la casa tiene los acabados en madera y tenemos que ser cautelosas para evitar provocar algún sonido al movernos. Cuando por fin pisamos el suelo del paisaje, empezamos a caminar deprisa y me hago visible de nuevo para ahorrar fuerzas.

—¡Corramos! —dice Alexandria.

Alexandria empieza a correr alejándose de la casa. Va bastante despacio, a velocidad de humana. Todavía no tiene fuerzas para ir más deprisa. Yo lo hago a su lado.

Es una noche estrellada, el lugar donde estábamos encerradas era una cabaña en la montaña cuyo único acceso es un pequeño camino de arena que tuerce hacia la izquierda. Alrededor de la casa, todo es bosque muy denso, así que seguimos de frente adentrándonos entre los árboles.

—Es mejor no utilizar el camino —dice Alexandria.

—Claro, hay que salir de su vista cuanto antes.

—Sí, tan pronto se den cuenta que no estamos vendrán en nuestra búsqueda. Ellos irán con el coche y, por el camino, nos podrían ver demasiado fácil. —Yendo el bosque les obligaremos a ir andando. Al menos les obligaremos a ir de pie y, de momento, iremos a la misma velocidad todos.

—Confío en que tarden en darse cuenta de que ya no estamos.

—Sí —contesta Alexandria mientras esquivamos árboles y rocas. El camino se ha hecho descendente. La casa de la que escapamos está cada vez más lejos y ya no podrían vernos desde ella, nos protege la vegetación—. Al menos, si se dan cuenta de que no estamos, que sea cuando tú y yo tengamos más fuerzas.

—Cuando las recuperemos, las cosas serán muy diferentes —digo convencida.

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