Capítulo 9

Dirigí la vista hacia la puerta, un grupo de gente acababa de entrar y parecían buscar a alguien; y lo que que vino a continuación me hizo sentir un escalofrío recorrer mi espalda.

Hacia nosotros se dirigía una chica, alta y delgada, con una cabellera oscura que caía como una cascada sobre sus hombros. Su piel era de un tono cálido que brillaba bajo las luces del bar, y llevaba un vestido ajustado de color rojo que acentuaba su figura de manera provocativa. Caminaba con una seguridad que atraía todas las miradas, y su risa resonaba como una melodía familiar, creando una atmósfera de entusiasmo a su alrededor.

Algo dentro de mí se removió, no supe muy bien qué. De repente me sentí incómoda, pensando que ella era el tipo de chica con el que Atlas saldría. Incluso llegué a plantearme la posibilidad de que se conocieran. La morena se giró como si hubiera notado un par de ojos persiguiéndola, aunque debería estar acostumbrada, sus ojos brillantes se encontraron con los míos y pasaron a la figura de Atlas. Una sonrisa coqueta iluminó su rostro, y se acercó a la mesa.

—¡Atlas! —exclamó, su voz llena de alegría, lo saludó con un tono que parecía demasiado familiar.—. Hace mil que no te veo. ¿Dónde te has metido?

Atlas giró la cabeza hacia mí, su expresión cambiando de curiosidad a una especie de tensión. Mis ojos se encontraron con los suyos, y sentí que el aire se volvía denso. La complicidad entre ellos era evidente, y me sentí como si estuviera en medio de un juego de cartas en el que había olvidado las reglas.

Sentí que sobraba. No es que hubieran intercambiado demasiadas palabras, pero había una energía entre ellos que me hizo sentir incómoda, como si yo no debiera estar ahí. Algo en la manera en que Lara se dirigía a Atlas, con esa confianza que yo nunca había visto en nadie más al interactuar con él, me descolocaba.

Atlas se quedó en silencio, su expresión oscureciéndose. Una mezcla de incomodidad y sorpresa bailaba en su rostro. Yo observaba la escena, sintiendo que estaba en medio de algo que no comprendía del todo. No había ninguna señal de incomodidad en él. Yo, en cambio, me sentía fuera de lugar.

—Pues nada... solo he estado ocupado —respondió finalmente, como si buscara las palabras correctas.

—¿Ocupado? Venga, eso no suena muy emocionante ni nada normal en ti. ¡Deberías salir más! Hace mucho tiempo que el grupo no te ve el pelo, y yo te echo de menos —dijo ella coqueta, con un tono que reflejaba confianza y desafío. Su mirada se deslizó hacia mí, y sentí que me estaba evaluando, buscando mi reacción. Me sentí insignificante y deseaba que la tierra me tragara.

—Sí, lo sé —respondió Atlas, intentando mantener la calma—. Pero estoy bien, gracias.

Vi de reojo cómo ella arqueó una ceja, claramente intrigada. —¿Y quién es esta? —preguntó, su mirada fija en mí con curiosidad. No pude evitar sentirme aludida y desvié la mirada hasta ella. No hubo hostilidad, pero tampoco calor en su gesto. Algo en su expresión me hizo pensar que no era una persona a la que le gustara competir por la atención, simplemente estaba acostumbrada a tenerla.

Me sentí como si una ola de calor me envolviera. No sabía cómo responder a su mirada inquisitiva. Sabía que debía ser amable, pero la situación me hacía sentir incómoda. Quería huir de allí y esconderme debajo de la manta de mi cama. Allí no tenía que aguantar estas evaluaciones.

—Elsa —dije simplemente, sintiendo que mi nombre sonaba extraño al pronunciarlo, intentando mantener la voz firme. Pero el tono de mi voz sonó más débil de lo que pretendía. Sabía que me acordaría de la humillación de este momento por años. Décadas incluso.

Lara asintió ligeramente, como si aquello respondiera a una pregunta que solo ella entendía. Luego, sin darle mayor importancia, se giró hacia Atlas, claramente volviendo a centrar su atención en él.

—Bueno, ¿quieres venir con nosotros? Iremos al otro bar. Como en los viejos tiempos —dijo con una sonrisa que parecía querer arrancar alguna reacción en él.

Ella sonrió, pero era una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —¡Qué bien! Siempre hay espacio para más amigas. Por cierto, me llamo Lara.

La atmósfera se tornó pesada. Las risas y murmullos del bar parecían apagarse a nuestro alrededor, mientras me sentía como un intruso en una conversación que claramente tenía más historia de la que podía imaginar. La complicidad entre Atlas y Lara era palpable, y no sabía si me sentía celosa o simplemente incómoda.

—Deberías unirte a nosotros, Atlas —dijo Lara, sonriendo de nuevo, ignorando mi presencia como si no importara. La confianza en su voz me hacía sentir aún más pequeña, como si ella estuviera reclamando su lugar en la vida de Atlas.

—No lo sé. No tenía pensado quedarme mucho más.

Lara lo miró con cierta incredulidad, como si la negativa no fuera algo que considerara posible. Su risa fue suave, pero algo en su gesto me pareció cargado de una familiaridad que no me gustaba.

—Venga, siempre decías eso y luego eras el último en irte —dijo con una confianza que demostraba lo bien que lo conocía.

—Realmente no es el momento adecuado —dijo Atlas, su tono más serio y defensivo. La incomodidad en su mirada me dio un pequeño respiro. Yo aproveché para levantarme, no soportaba estar ahí ni un segundo más. No podía con la presión.

Me quedé en silencio, observando el intercambio sin saber muy bien qué hacer. No tenía intención de interrumpir, pero tampoco podía ignorar lo incómodo que me sentía ver a alguien tan cercano a él, una parte de su vida que yo desconocía por completo. ¿Quién era Lara para Atlas? La manera en que interactuaban sugería que había una historia entre ellos, pero él no estaba haciendo nada para aclararlo.

Finalmente, Atlas volvió a mirarme, como si apenas hubiera recordado que estaba allí. Su expresión era la misma de siempre: calmada, fría, pero esta vez noté una ligera contracción en sus labios, como si estuviera debatiéndose entre decir algo o no.

—Voy a salir un momento —murmuró en mi dirección, aunque no me miraba del todo. No parecía estar pidiendo permiso ni explicaciones, solo estaba informándome. Antes de que pudiera siquiera procesar lo que había dicho, comenzó a caminar hacia la salida, con Lara siguiéndolo a un paso de distancia.

Me quedé sola, de pie en el bar, sintiéndome como una intrusa en una escena de la que no tenía contexto ni participación. Mi pecho se apretó ligeramente. No estaba segura de por qué me afectaba tanto; apenas conocía a Atlas, pero había algo en la manera en que Lara se movía alrededor de él, en su risa, en la falta de respuestas de Atlas, que me hacía sentir pequeña, insignificante.

Me dirigí hacia la puerta unos minutos después, tratando de despejar mi mente, pero mis pensamientos seguían revoloteando, incontrolables. Afuera, el aire nocturno era frío y húmedo, un contraste fuerte con el calor sofocante del bar. El contraste con el calor que había dejado atrás era intenso, como un choque que me despejó de golpe. Entonces los vi, a unos metros de la entrada. Él estaba apoyado contra una pared, fumando un cigarro. Lara estaba a su lado, hablando, aunque no alcanzaba a escuchar lo que decían. Cada vez estaban más cerca el uno del otro.

Atlas estaba apoyado contra la pared, su figura oscura apenas visible bajo la luz tenue de un farol cercano. Fumaba con calma, el cigarro brillando en la oscuridad con cada calada. A su lado, Lara, tan cerca que su presencia casi lo envolvía. Su postura, su manera de inclinarse hacia él mientras hablaba, todo en ella parecía un gesto calculado, como si supiera exactamente el efecto que causaba.

Me quedé quieta por un segundo, observando. No alcanzaba a escuchar lo que decían, pero su lenguaje corporal lo decía todo. Lara estaba de frente a él, un brazo apoyado sobre la pared, su sonrisa amplia y despreocupada. Atlas, como siempre, no mostraba mucho en su rostro, pero no se movía. No se apartaba de su cercanía, ni siquiera parecía incómodo por lo invasiva que resultaba la forma en que ella invadía su espacio personal. Era como si estuviera acostumbrado a ello.

Lara se rió suavemente, un sonido que atravesó la quietud de la noche como una pequeña campana, sus palabras bajas y casi susurradas.

—Sabes, no soy celosa —dijo, alargando cada palabra mientras lo observaba de manera intensa—. No tienes por qué complicarte con... —señaló con la barbilla hacia la puerta del bar, refiriéndose a mí, aunque sin mencionar mi nombre—. Podemos seguir divirtiéndonos como antes. ¿Qué dices?

Atlas no respondió de inmediato. Dio otra calada al cigarro, su mirada perdida, pero la forma en que sus dedos se relajaban en torno al filtro me hizo dudar si estaba realmente desconectado de lo que ocurría. Lara no parecía necesitar palabras. Para ella, su cercanía y su aparente calma eran suficiente respuesta.

Se inclinó un poco más hacia él, y con un gesto suave, tocó el brazo de Atlas, rozándolo apenas. Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, casi perezosa, que sugería mucho más de lo que estaba dispuesta a decir en voz alta.

—¿Me pasas el humo? —preguntó de repente, bajando la voz, sus ojos fijos en los de él. Había algo desafiante en su tono, como si estuviera probando los límites, como si disfrutara de lo que no decía directamente.

Atlas levantó el cigarro hasta sus labios y dio una larga calada, el brillo rojo iluminando su rostro por un instante. El humo salió despacio entre sus labios y la forma en que Lara lo observaba, sin apartar los ojos de su boca, era una clara provocación.

Sin romper el contacto visual, ella se inclinó hacia él, acercando su rostro lo suficiente para sentir el calor de su respiración. Atlas no se movió, pero al exhalar, dejó que el humo se escapara lentamente, y ella, como en un juego privado, lo recibió, cerrando los ojos brevemente mientras el humo se deslizaba entre sus labios. Era un gesto íntimo, casi teatral, cargado de una familiaridad que me resultaba imposible ignorar.

Cuando abrió los ojos de nuevo, lo miró con una sonrisa que ahora parecía más satisfecha. Casi como si acabara de ganar algo.

—No es tan difícil, ¿verdad? —murmuró, sus dedos rozando el cigarro entre las manos de Atlas antes de apartarse solo lo justo para no parecer desesperada, pero sin ceder ni un ápice de su terreno.

Atlas la observó en silencio. La expresión en su rostro seguía siendo indescifrable, pero había una tensión nueva en el aire, algo que sentí como una presión en mi pecho. Lara, sin embargo, lo dominaba todo, y sabía exactamente qué estaba haciendo.

No pude quedarme mirando más. Me alejé, volviendo sobre mis pasos, mientras la sensación incómoda de haber presenciado algo demasiado privado me seguía, clavándose en mi mente.

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