Capítulo 7

Las luces de la discoteca giraban y pulsaban como si tuvieran vida propia, mientras la música retumbaba a un volumen ensordecedor. El caos que se desataba ante mis ojos parecía un reflejo de mi propio estado mental. Allí estaba yo, atrapada entre el jolgorio y la confusión, incapaz de entender lo que acababa de suceder.

Atlas se había abalanzado sobre el chico, y lo que había comenzado como una pequeña confusión se había transformado en un espectáculo que estaba llamando la atención de todos. Las voces a mi alrededor se mezclaban con el ritmo de la música, creando un ruido casi ensordecedor que solo acentuaba mi desconcierto.

—¡Atlas, para! —grité, mi voz ahogada por el ruido. Pero él estaba tan metido en su papel de héroe que parecía no escucharme. La adrenalina en sus ojos lo hacía ver feroz y, al mismo tiempo, increíblemente atractivo.

Kate, que había llegado a mi lado, me miraba con una mezcla de preocupación y fascinación. No podía evitar sentir que, de alguna manera, estaba siendo la causa de todo este lío. Yo había confundido a un desconocido con él, y ahora todo estaba fuera de control.

—Esto no puede estar pasando —murmuré, sintiendo que mi corazón se aceleraba cada vez más.

De repente, un grupo de chicos comenzó a gritar, animando a Atlas en su pelea. La atmósfera se volvió eléctrica y, aunque una parte de mí quería salir corriendo, otra parte se sentía atraída por la intensidad del momento. Estaba tan absorta en la escena que casi no escuché a Kate gritándome.

—¡Elsa, tienes que hacer algo!

A veces me preguntaba en qué mundo vivía Kate, ¿se creía que tenía superpoderes o qué?

Sin pensar, y antes de soltarle una bordería, me abrí paso entre la multitud, sintiendo que cada empujón me acercaba más al centro del tumulto. Atlas seguía intercambiando golpes con el chico, y mi pecho se llenó de una mezcla de temor y preocupación. ¿Por qué estaba haciendo esto? No lo conocía lo suficiente, pero tampoco podía permitir que se metiera en problemas por mí.

En mitad de todo el desorden de gente gritando y animando, Mike se metió a sacar a Atlas de allí y, a base de empujones y tirones de la camiseta, pudo separarlos. Atlas se había llevado unos cuantos golpes en la cara, pero, aun así, tenía la sensación de que el otro chico había acabado muchísimo peor. Eso me hizo sonreír ligeramente a pesar del susto que había pasado. Seguía algo aturdida por el alcohol, pero el bullicio de gente había hecho que me concentrara en otra cosa.

En ese momento, el chico aprovechó para darle un golpe en la mandíbula, y Atlas retrocedió un paso. Su mirada se oscureció, y ese destello de rabia que vi me hizo sentir un escalofrío.

—¡Basta ya! —exclamé, cruzando la distancia que me separaba de ellos. De repente, todo se detuvo; las miradas de los espectadores se centraron en mí.

Atlas me miró, sus ojos sorprendidos y algo confundidos. El chico, aún recuperándose del impacto, se quedó en silencio, y la tensión en el aire era palpable.

—¿Qué haces aquí, Elsa? —preguntó Atlas, su voz más suave ahora, aunque aún con un hilo de rabia.

—No nos conocemos, pero no quiero que te hagan daño —dije, sintiendo que mi voz se quebraba. —No vale la pena. No por ese idiota que no sabe cómo tratar a una chica.

Él parpadeó, y en su mirada vi un destello de reconocimiento. La rabia en su rostro comenzó a desvanecerse, pero aún se mantenía en guardia.

—Ella tiene razón, hombre. Déjala en paz —dijo el chico, ahora un poco más retraído. Atlas, aún tenso, finalmente dio un paso atrás, sus ojos nunca abandonando los míos. Esperaba que no hiciera caso a sus provocaciones.

La multitud comenzó a dispersarse lentamente, el fervor inicial de la pelea transformándose en murmullos. Sentí el calor de la situación desvanecerse, y por un momento, todo lo que quedaba entre nosotros era un silencio cargado de tensión.

—¿Estás bien? —preguntó Atlas una vez que Mike había ido con Kate, su voz ahora más suave y llena de preocupación.

Yo asentí, pero las palabras se me atragantaron en la garganta. La verdad era que el espectáculo me había dejado sin aliento, y sentí una oleada de adrenalina que apenas podía controlar. Esta sensación era nueva para mí y no sabía si me gustaba ni si podría llegar a acostumbrarme a esto.

—No me vuelvas a hacer esto —susurré, sintiéndome un poco avergonzada por la cercanía que había establecido entre nosotros. Se me nubló la vista por las lágrimas que amenazaban con correr por mis mejillas.

Atlas, en lugar de responder, me observó en silencio, sentía el peso de su mirada encima de mí. La forma en que me miraba era intensa y electrizante, y por un momento, me olvidé del caos que nos rodeaba.

—¿Vas a seguir con esto? —pregunté parpadeando rápidamente y levantando la cabeza, evitando su mirada aún, rompiendo el encantamiento que nos envolvía.

Él sonrió, una sonrisa que era tanto encantadora como desarmante. —Quizás... Solo si tú estás dispuesta a darme una oportunidad.

Una parte de mí quería rechazarlo, recordar que las reglas eran importantes y que no debía dejarme llevar por impulsos. Pero otra parte de mí, la que siempre había sido cautivada por lo desconocido, se sentía atrapada en la inercia de su magnetismo.

En ese momento, Kate y Mike se acercaron, y la burbuja entre Atlas y yo se rompió abruptamente.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Kate, su voz un poco temblorosa.

—Nada, solo un pequeño malentendido —respondí, tratando de sonar despreocupada.

—¿Pequeño malentendido? Eso fue una pelea. —Mike parecía confundido, pero sus ojos se iluminaban con un atisbo de emoción.

Atlas se inclinó hacia mí, su rostro a escasos centímetros del mío. —A veces, los malentendidos son lo más emocionante de la noche. —Su tono era un susurro, como si compartiera un secreto que solo nosotros podíamos entender.

La música seguía sonando, la multitud a nuestro alrededor reanudando sus conversaciones y risas, pero yo estaba de nuevo atrapada en su mirada. Aquello era solo una salida, una noche que había comenzado de una manera tan desastrosa, y ahora, con la adrenalina todavía corriendo por mis venas, no podía evitar sentir que, de alguna manera, mi vida estaba a punto de cambiar.

—¿Vamos a sentarnos un rato? —sugerí, tratando de ganar tiempo y recuperar el control de la situación. La idea de quedarme en pie, con el pulso acelerado y la tensión en el aire, era más que intimidante.

—Buena idea —dijo Kate, y antes de que me diera cuenta, nos encontrábamos todos buscando un lugar para relajarnos.

Atlas caminaba a mi lado, y mientras nos abríamos paso entre la multitud, no podía dejar de preguntarme qué pasaría a continuación. La noche era joven, y con cada paso que daba a su lado, sentía que las reglas que había seguido durante tanto tiempo comenzaban a desvanecerse, reemplazadas por una excitación que nunca había imaginado experimentar.

—¿Por qué no vas con Atlas? —Me pidió Mike, parecía preocupado por el ceño fruncido en su frente—. A mí normalmente no me hace caso, y la última vez casi me pega, tal vez contigo sea menos brusco.

No me esperaba en absoluto que me pidiera esto. De hecho, no estaba del todo segura sobre cómo lidiar con alguien enfadado que habían tenido que sacar de un local. Me mordí el interior de la mejilla nerviosa, buscando con la mirada a Atlas.

—Lo han echado —me dijo Kate en un tono preocupado.

—Y será mejor que salgamos de aquí antes de que llegue la policía —añadió Mike.

Sentía la mirada de ambos sobre mí y, en parte, me sentía presionada a ir donde estaba él. Pero otra parte de mí me pedía saber cómo estaba y reconfortarlo. No entendía aquella reacción de dónde venía.

—Está bien —accedí, esta vez mirándolos a ellos—. Pero no prometo nada, no sé muy bien cómo hablarle, apenas nos conocemos.

Mike soltó una risita.

—Buena suerte con eso. Será mejor que nos vayamos, salid vosotros antes.

Kate asintió. Yo, por mi parte, me armé de coraje y dejé la copa en la primera mesita que encontré del local. La gente parecía estar volviendo a la normalidad antes de que empezara la pelea y agradecí eso internamente. Odiaba los mirones.

Cuando llegué al sofá donde había visto a Atlas sentado antes, ya no estaba. Levanté la mirada, intentando encontrarlo entre la multitud. No tenía su número y no sabía dónde estaban Kate y Mike. Me estaba preocupando porque no sabía si la policía se nos había adelantado.

Decidí salir por si, de casualidad, estaba fuera fumando o algo. Tenía la mente en blanco y no sabía dónde más buscar. Al cruzar la puerta, el frío de la noche me puso la piel de gallina. Aún seguía haciendo fresco a pesar de que el verano estaba recién empezado.

Miré a ambos lados de la calle, solo para encontrarme que no había rastro de Atlas. Estaba empezando a frustrarme y desesperarme por si había hecho algún tipo de tontería, como pelearse con alguien más o que se lo hubieran llevado detenido.

Sin querer, se me escapó una palabrota en voz alta. No podía creerme que esto me estuviera pasando a mí.

Me di cuenta de que, en uno de los lados de la calle, había una pequeña calle y decidí ir ahí. En la puerta me estaban llenando de humo de tabaco y lo odiaba. Lo que no esperaba, y el que fue mi golpe de suerte, fue encontrar a Atlas sentado en uno de los portales.

Me apresuré en mi paso hasta que llegué a él, que ni se había dado cuenta de que estaba allí.

—¿Puedo sentarme? —Le pregunté.

Vi la sorpresa en su rostro cuando levantó la cabeza para mirarme. Se notaba que no me esperaba en absoluto y me pregunté por qué. Pero no le dije nada, simplemente esperaba su respuesta.

—Claro que sí —habló rápido, como... nervioso. Nunca lo había visto así, aunque tampoco lo conocía mucho. Solo de un par de veces. Y me hizo hasta gracia—. No esperaba verte —me confesó mirando al suelo.

Tenía los codos apoyados en las rodillas, con las piernas separadas y estaba cabizbajo. Parecía enfadado y también decepcionado. Yo me quedé allí en silencio, esperando a que hablase él, aunque ya sabía que no era muy hablador. Al menos conmigo.

Me fijé en la herida que tenía en la ceja, no era una brecha muy grande, pero la sangre seca en su piel resaltaba demasiado.

—Yo tampoco pensaba que iba a estar aquí contigo —fui sincera. Pensé que él se habría marchado a su casa o que Mike lo haría con él—. Pero aquí estamos, supongo —musité esto último despacio y pensé que no me había escuchado.

Él se rio y levantó la cabeza del suelo, mirándome con una sonrisa que me hacía sospechar.

—¿Qué pasa? —Pregunté entrecerrando los ojos. No sé si había pasado algo y no me había enterado—. ¿Por qué sonríes?

—¿Por qué has venido a buscarme? —Esa pregunta me sorprendió. Me quedé mirándolo sin saber qué decir unos cuantos segundos, hasta que recurrí a lo fácil para no quedar como una tonta delante de él.

—Mike me pidió que viniera a hablar contigo —fui sincera, pero omití la parte en la que me estaba preocupando por él sin venir a cuento—. Me dijo que la última vez casi le pegas a él y que nunca le haces caso.

—Casi le pegué por error —matizó él. No supe qué decir porque era desconocedora de la situación y no podía juzgar algo de lo que no sabía.

Él se tocó la brecha de la ceja y apartó los dedos para mirar si aún tenía sangre.

—Deberías ir al médico —le sugerí. Tenía bastante mala pinta. Entonces recordé que mi madre estaba trabajando aquella noche en el hospital. Lo mejor sería que no fuera a acompañarlo.

—No, hacen preguntas y hacen informes. Podría caerme una denuncia —dijo sin más. Me quedé mirándolo casi con la boca entreabierta.

—Te veo muy... puesto en el tema —comenté sutilmente. Fue inesperado—. ¿Tantas veces te peleas?

Atlas suspiró.

—A muchas chicas parece excitarle eso, por tu tono veo que no eres de esas —bromeó. Yo no le veía la gracia al asunto. Sabía que estaba intentando distraerme del tema.

—Atlas —le advertí—, por favor —le miré seria, hasta que vi cómo volvía a suspirar y asentía lentamente con la cabeza.

—Está bien —accedió—. No es que me pelee muchas veces, pero antes sí. Me juntaba con gente mayor que yo.

Atlas era todo un misterio y, por esa parte, no me quería acercar mucho a él. No conocía nada de su vida, pero no estaba preparada para involucrarme con alguien así. Tampoco es que quisiera hacerlo, y estaba segura de que él no quería a alguien como yo en su vida.

Yo asentí sin más y me puse de pie. Él hizo lo mismo, sobrepasándome en altura con facilidad e, instintivamente, di un paso atrás porque me imponía.

—¿Ya te vas? —Preguntó, el tono de su voz un tanto desesperado. Entonces tosió—. Es decir, es pronto aún y... no sé dónde están Mike o tu amiga.

Yo sólo me encogí de hombros.

—No pasa nada, le puedo enviar un mensaje a Kate diciéndole que me he ido a casa —eso era completamente cierto y andar me vendría bien; mientras hablaba, evitaba mirarlo directamente a los ojos—. Simplemente siento que la noche no puede ir a mejor —le dije. No sabía cómo iba a interpretar eso, pero era la realidad. Lo de antes había arruinado un poco el ambiente. Volví a dar otro paso hacia atrás.

—¿Quién dice que no puede mejorar? —Frené en seco cuando lo escuché pronunciar esas palabras. ¿Adónde pretendía llegar con esto? No me sentía muy convencida.

—N-no sé... —titubeé un poco al hablar. No estaba del todo segura si quería pasar tiempo a solas con él, me intimidaba demasiado y me daba vergüenza quedarnos solos—. ¿Qué has pensado?—Algún día la curiosidad me mataría. Y esa noche tenía muchas papeletas. Por el amor de Dios, no sabía nada de él.

—Venga, la noche es joven —me animó—. Estoy seguro de que nos lo podemos pasar bien.

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