Capítulo 10
El aire fresco seguía llenando mis pulmones cuando me alejé de la escena que acababa de presenciar. La imagen de Lara inclinándose hacia Atlas, con ese gesto tan íntimo de pedirle que le pasara el humo del cigarro, no dejaba de repetirse en mi mente. Sentí una punzada de incomodidad que no podía sacudirme, pero me obligué a seguir caminando, sin mirar atrás.
No entendía por qué me sentía así, nos acabábamos de conocer y no teníamos nada en común. No me debía absolutamente nada y yo a él tampoco, era irracional sentirme así. Pero los sentimientos nunca acompañan a la razón.
La noche seguía joven, pero había perdido todo el brillo que había tenido hace apenas unas horas. El bullicio del bar, las luces tenues, la música vibrando en mis oídos... todo eso parecía lejano, como si perteneciera a otro momento, a otra versión de esta misma noche. Mientras avanzaba por la acera, los tacones de mis botas resonaban en el pavimento húmedo, y cada paso parecía más pesado que el anterior.
No sabía si quería volver a casa o simplemente seguir caminando hasta que mis pensamientos se aclararan. La brisa fría de la noche era reconfortante en cierto modo, como si el aire me ayudara a despejarme, pero también había algo en la quietud que me hacía sentir expuesta, como si todo lo que había visto allá atrás pudiera alcanzarme en cualquier momento.
Pensé en Atlas, en la forma en que había estado con Lara, en lo natural que había parecido la interacción entre ellos. Apenas mostraba expresión, su cara seguía siendo esa máscara impenetrable que me había intrigado desde el principio. Sin embargo, algo en esa indiferencia, en su manera de quedarse ahí, sin apartarla, sin rechazar su cercanía, me molestaba más de lo que quería admitir.
"No tienes por qué complicarte", había dicho Lara, con esa sonrisa, como si supiera algo que yo no. Y, de alguna manera, probablemente lo hacía. No me conocía, no sabía quién era ni lo que sentía, pero estaba claro que ella y Atlas compartían algo. Algo que yo ni siquiera comprendía. Y eso me hizo sentir pequeña, como si de repente todo lo que había pasado entre Atlas y yo no tuviera peso alguno.
¿Lo que había pasado entre Atlas y yo? Me reprochó mi propia mente. No había pasado nada remarcable como para sentirme así.
Me detuve bajo la luz de una farola y saqué mi móvil del bolso, buscando alguna distracción que me sacara de ese torbellino de pensamientos. Un par de mensajes de Kate aparecieron en la pantalla, probablemente preguntando dónde estaba, pero no tenía ánimo para responder. Quería desaparecer por un rato, no tener que dar explicaciones. No ahora. Y mucho menos a ella, que de alguna forma me había metido en todo esto.
Alcé la vista y, sin darme cuenta, había llegado al final de la calle, donde las luces del bar apenas eran un destello a la distancia. Me quedé ahí, mirando las sombras alargarse frente a mí, tratando de decidir qué hacer. Después de todo lo que había pasado, el frío me parecía una distracción bienvenida, algo para anclarme a la realidad.
El aire olía a humedad, y las luces de las farolas iluminaban de forma tenue la acera desgastada. Desde hacía rato, una extraña sensación había comenzado a crecer dentro de mí, una tensión que no sabía cómo describir.
—¿Qué haces aquí sola? —la voz profunda me sobresaltó, cortando el silencio que me envolvía.
Me giré despacio, ya sabiendo de quién era esa voz antes de verlo. Atlas estaba a unos metros de distancia, sus manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, con una expresión que, como de costumbre, no me decía mucho. Parecía tranquilo, como si la escena de hace unos minutos no hubiera tenido ningún impacto en él. El cigarro que había estado fumando ya no estaba, y no había rastro de Lara.
—Nada, solo... necesitaba un respiro. —Mi voz sonó más insegura de lo que quería.
Atlas no respondió de inmediato. Simplemente me observó en silencio durante unos segundos antes de caminar hacia mí con pasos lentos y controlados, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se detuvo, sus ojos oscuros clavados en los míos, buscando algo que no estaba segura de poder darle.
—¿Por qué te fuiste sin decir nada? —preguntó, sin acusación, pero con una curiosidad que me sorprendió.
—No quería interrumpir —respondí, encogiéndome de hombros, como si aquello no fuera importante. Quería sonar indiferente, pero sentí que mis palabras caían al suelo, como si no fueran convincentes ni siquiera para mí.
Atlas frunció el ceño ligeramente, un gesto casi imperceptible, pero que noté de inmediato. Pasó su mano por el cabello, un movimiento que parecía más para ganar tiempo que otra cosa.
—¿Interrumpir qué?
No era una pregunta difícil, pero me paralizó. No quería ser la chica que preguntaba por algo tan obvio, la que se ponía celosa por una situación que claramente no entendía. Pero la incomodidad seguía ahí, persistente.
—Tú y Lara... parecíais estar... ocupados —murmuré finalmente, evitando su mirada y concentrándome en un punto indefinido en el pavimento.
Atlas soltó una leve exhalación, no una risa, pero algo parecido a una. Sacó otro cigarro de su chaqueta, lo encendió con calma y se llevó la brasa a los labios, todo en un movimiento lento y deliberado.
—Lara es solo... del pasado —dijo, dejando escapar el humo en una nube que se disipó rápidamente en el aire frío.
Lo dijo como si aquello lo explicara todo, como si ese comentario de "solo del pasado" fuera suficiente para borrar cualquier duda o incomodidad que pudiera haber sentido. Y tal vez, para él, lo era. Pero para mí, no tanto. Volví a repetirme mentalmente que no me debía nada, pero me parecía un maleducado por haberme abandonado a mi suerte.
Me quedé en silencio, esperando que dijera algo más, algo que diera un poco más de luz a la situación. Pero como de costumbre, Atlas no sentía la necesidad de llenar los vacíos con palabras innecesarias. Solo se quedó allí, fumando, observándome con esos ojos que siempre parecían esconder más de lo que mostraban.
Finalmente, rompí el silencio.
—No parece que lo sea.
Atlas me miró un poco más de cerca, como si estuviera considerando si debía explicarse o simplemente dejar el tema pasar. Había una tensión en el aire, una sensación de que estábamos en ese momento en el que todo podía cambiar dependiendo de lo que se dijera a continuación. Pero, en lugar de ofrecer alguna explicación, se limitó a encogerse de hombros.
—Lara es como es —dijo finalmente, como si eso lo resumiera todo—. Pero no significa nada.
Ese "no significa nada" retumbó en mi cabeza. Y aunque su tono era neutral, no pude evitar sentir que, de alguna manera, eso no bastaba. Pero tampoco quería seguir insistiendo. No quería parecer más involucrada de lo que ya estaba.
Así que lo dejé estar.
—Has estado rara desde que salimos afuera —dijo de repente, su voz tan calmada como siempre, pero lo suficientemente directa como para que no pudiera esquivarla.
Levanté la mirada, tratando de aparentar neutralidad, pero el leve arqueo de sus cejas me dejó claro que no se conformaría con evasivas esta vez.
—¿Rara? —Intenté restarle importancia, encogiéndome de hombros—. Solo estoy cansada, eso es todo.
Atlas soltó una exhalación lenta, como si mi respuesta no lo convenciera en lo más mínimo. Sacó un cigarro del bolsillo y lo encendió, tomándose su tiempo antes de volver a hablar.
—¿Estás celosa? —preguntó de golpe, sin rodeos, mientras expulsaba el humo lentamente. Su mirada fija en mí, expectante.
Me tensé de inmediato, como si esas palabras tuvieran el poder de hacer tangible algo que intentaba ignorar. No quería parecer vulnerable, ni darle la satisfacción de saber que me había afectado, pero ahí estaba él, observándome, esperando una respuesta.
—¿Celosa? —solté una risa breve y sin ganas, más por reflejo que por convicción—. ¿De qué tendría que estarlo?
Atlas no respondió al instante. Dio otra calada a su cigarro, sus ojos nunca apartándose de los míos. La forma en que me miraba, tranquila pero incisiva, me hizo sentir como si todo lo que intentaba ocultar ya estuviera escrito en mi rostro.
—De Lara, tal vez —murmuró, como si lo dijera casi en broma, pero la intensidad en su mirada sugería lo contrario—. Lo que viste afuera.
Me mordí el interior de la mejilla, intentando encontrar las palabras correctas. No quería entrar en ese juego, pero sentía que ya estaba atrapada en él. Mi mente volvió a ese momento: Lara inclinándose hacia él, su rostro tan cerca, esa risa suya, ligera, y cómo Atlas había permanecido ahí, imperturbable. Todo había parecido tan natural entre ellos, como si fuera algo que habían hecho mil veces antes.
—No es asunto mío lo que hagas con Lara —dije finalmente, mi tono más firme de lo que me sentía por dentro—. No te conozco lo suficiente como para eso.
Sus labios se curvaron ligeramente, pero no era una sonrisa alegre, sino algo más sutil, más cercano a la comprensión o a la resignación.
—Cierto —admitió, apagando el cigarro en el cenicero más cercano—. Pero aún así... no me pareció que te gustara lo que viste.
Me quedé en silencio, sin saber qué responder. ¿Era cierto? ¿Me había molestado? ¿O simplemente me había hecho sentir fuera de lugar? Sabía que no quería ver eso, pero no tenía derecho a sentir celos. Después de todo, ¿qué éramos Atlas y yo, aparte de dos personas compartiendo un momento en el tiempo?
—No es cuestión de que me guste o no —murmuré finalmente, evitando su mirada y jugueteando con la copa en la mesa—. Como dije, no te conozco tanto como para que eso importe.
Atlas se inclinó hacia mí, lo suficiente como para que su presencia se sintiera aún más intensa. No dijo nada durante unos segundos, como si estuviera evaluando mi respuesta, o quizás a mí. Luego habló, su voz baja y calmada, pero cargada de una seriedad que me desarmó.
—No lo parece.
Lo miré, encontrando sus ojos oscuros, y algo en su expresión me hizo bajar la guardia. Era difícil mantener una fachada cuando él me enfrentaba de esa manera, sin intentar suavizar las cosas, pero tampoco presionando más de lo necesario. Era como si me diera la opción de ser honesta o seguir fingiendo. Pero cualquiera que fuera mi elección, él ya lo sabría de antemano.
Odiaba sentirme como un libro abierto ante él, ante su escrutinio.
—¿Estás bien? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio. Mi voz sonó frágil, casi como un eco que se perdía en la noche.
Atlas no respondió de inmediato.
—Estoy bien —dijo, pero su tono era vacío, distante.
Algo en su respuesta me hizo dudar. Me quedé mirándolo, observando su perfil bajo la luz parpadeante de una farola cercana. Fue en ese momento cuando noté algo que no había visto antes. En la mano que llevaba fuera del bolsillo, sus nudillos estaban enrojecidos, agrietados. Y había algo más, un leve brillo oscuro. Sangre.
—Atlas —dije suavemente, mi tono se endureció cuando vi lo que estaba pasando—. Estás sangrando.
Siguió mi mirada hacia su mano, y cuando se dio cuenta, simplemente se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa.
—No es nada —murmuró, quitándole importancia.
Pero para mí, sí lo era. Me acerqué a él y tomé su mano antes de que pudiera protestar, levantándola para verla de cerca. Sus nudillos estaban completamente destrozados, como si hubiera golpeado algo con fuerza una y otra vez. La piel estaba desgarrada en algunos puntos, y la sangre fresca aún goteaba ligeramente.
Sus ojos se encontraron con los míos por un instante, y vi en ellos algo que no había visto antes. Era como si detrás de su calma habitual hubiera una tormenta oculta, un fuego latente que intentaba mantener bajo control.
—¿Por qué siempre tienes que hacer esto? —susurré, más para mí que para él—. ¿Por qué siempre tienes que fingir que todo está bien cuando no lo está?
Atlas me miró por unos segundos, sus ojos oscuros se suavizaron levemente, pero no respondió. No tenía respuestas para mí, o al menos no las que yo quería oír. El silencio entre nosotros se volvió pesado, y de repente sentí la distancia que había entre él y yo, más grande de lo que nunca había sido.
—Déjame ayudarte —dije finalmente, con la esperanza de que esa oferta pudiera romper la barrera entre nosotros.
Atlas negó con la cabeza. —No hay nada que ayudar.
Sentí un nudo formarse en mi garganta, pero me obligué a mantenerme firme. No podía dejarlo escapar otra vez, no después de todo lo que había visto esta noche. Me acerqué a él, rompiendo la distancia, y levanté su mano nuevamente, ignorando su resistencia.
—Por favor —insistí, mirando sus ojos, intentando llegar a esa parte de él que siempre mantenía escondida—. Al menos deja que cure esto.
Atlas me miró durante un largo momento, su expresión indescifrable. Finalmente, soltó un suspiro bajo y asintió, aunque con evidente reticencia. Lo tomé como una pequeña victoria, aunque sabía que lo que realmente quería no era solo curar sus heridas físicas. Había algo mucho más profundo que necesitaba sanar, algo que ni siquiera sabía cómo empezar a abordar.
Lo guie hacia un banco cercano y saqué de mi bolso una pequeña toalla de mano que solía llevar por si acaso. No era mucho, pero serviría para limpiar la sangre y cubrir sus heridas temporalmente. Mi madre me obligaba a llevarlo, siempre bajo el pretexto de "por si acaso" e incluso me había enseñado a coser heridas. Mientras lo hacía, pude sentir la tensión en su cuerpo, como si cada roce le resultara incómodo, no por el dolor, sino porque no estaba acostumbrado a dejar que alguien más se acercara a él de esta manera.
—Esto puede escocer un poco —le advertí mientras comenzaba a limpiar la sangre.
Atlas no dijo nada. Apenas reaccionó cuando la toalla tocó su piel, pero su mandíbula se tensó ligeramente. Seguí limpiando con cuidado, tratando de ser lo más suave posible, pero no podía evitar pensar en lo que lo había llevado a este punto.
Cuando terminé, me senté a su lado, mis dedos aún ligeramente manchados de su sangre, y lo miré de reojo. Él permanecía en silencio, observando la calle vacía frente a nosotros, con sus pensamientos en algún lugar lejano.
—No tienes que preocuparte por mí, Elsa. Estoy bien.
Y aunque lo dijo con la misma calma de siempre, supe en ese momento que no era cierto. A pesar de que ni nos conocíamos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top