(1) La película es real

"Maté a mi hermanita. Le clavé un paraguas en el ojo mientras estaba en el baño, ella metió la cabeza por debajo de la puerta y casi me muerde. Se convirtió en zombie. Denle la sepultura que merece, yo debo irme de aquí para no acabar como ella."

Margarita dejó la nota sobre el cuerpo de su hermana menor antes de cubrirla con una chaqueta. De aquel par de enormes ojos azules ahora solo quedaba uno, vidrioso y sin alma.

"Voy a tener muchas cosas para explicarle a mis papás."

Irónicamente, el par de hermanas justo habían salido del cine luego de ver una película de zombies cuando la vejiga de la mayor la salvó de ser mordida y transformada. Alrededor todos gritaron aterrorizados al ver a Azucena escupiendo una sustancia negra viscosa, y salieron corriendo luego de verla abalanzarse sobre un vigilante del centro comercial y atacarle la yugular. El alboroto continuó por unos cuantos minutos que Margarita pasó en el baño hasta que todo permaneció en silencio. Luego tomó su celular y envió un par de mensajes a su hermana antes de salir de su escondite.

"Nena, tal vez esto sea por el susto de la película, pero TENGO que preguntar. ¿Por qué hay tanta gente gritando?"

Sin respuesta. Azucena ni siquiera aparecía en WhatsApp como "en línea".

"¿Alguna cosa pasó, no? Porfis, no me dejes en ascuas."

Varios minutos más transcurrieron y no hubo ningún mensaje de vuelta. Se oyó un disparo afuera.

"María Azucena, esto ya no es chistoso. Respondeme, no quiero salir de aquí y encontrarme con que un corrido de la teja empezó un tiroteo o algo así."

Normalmente Margarita no se asustaba tan fácilmente, pero cuando su hermanita no respondía rápidamente era una causal de alarma.

"Porfa, decime alguna cosa. Si tengo que llamar a mi mamá para que nos recoja se va a armar una película que fijo se gana un Razzie."

"Hay alguien aquí adentro, me da cosa salir a preguntar..."

"Se está esparciendo una baba negra en el pi..."

Sin haber alcanzado a enviar el último mensaje, Margarita soltó el celular al escuchar un golpe en la puerta del baño donde se había encerrado. Rápidamente levantó los pies y los apoyó sobre el borde del inodoro, justo antes de que la mano pudiera agarrarla del pie y dejarle algún rasguño que debiera lamentar después. Sin duda era un pésimo día para usar sandalias, pero eso no fue lo peor: la cabeza que se asomó por debajo de la puerta con ganas de convertirla en su cena estuvo a punto de causarle un infarto.

—No jodás, con razón no contestabas.

Margarita suspiró amargamente al recordar una conversación que tuvo a manera de broma con Azucena años atrás. "Si me vuelvo zombie, matame sin mente", dijo ella. Pues tendría que cumplirlo con todo el dolor de su alma. Rápidamente tomó su paraguas verde, recitó un Padre Nuestro e hizo de tripas corazón para que sus manos no temblaran tanto. Con un movimiento certero y ágil, la hermana mayor enterró la punta del paraguas en el ojo de la hermana menor, y lo mantuvo ahí hasta que ella dejó de moverse.

"Iba a recibir balas por vos. Ahora me va a tocar esquivarlas."

Tomando una toalla de papel del baño y un bolígrafo, Margarita escribió con la caligrafía menos temblorosa que pudo, esperando que alguien encontrara el cuerpo de su hermana en el que a partir de ese momento se convertiría en un centro comercial abandonado.

Unicentro se vació en minutos luego de aquel incidente, por lo que Margarita encontró el lugar completamente desierto.  El único que quedaba ahí era el vigilante que Azucena había mordido, en medio de un charco de sangre y con su arma de dotación en la mano luego de darse un tiro en la sien. Había visto las suficientes películas sobre el tema como para saber lo que le seguía a una mordida de esas, así que prefirió acabar con su vida antes de dejar que su cuerpo se corrompiera más.

Sabiendo perfectamente que el hombre no se movería, la joven se acercó a él y rápidamente le quitó el chaleco donde guardaba varias cosas, se lo puso y luego se hizo con la pistola. Luego de revisar el cilindro y ver que tenía cinco balas, la guardó bajo su pantalón y salió corriendo hacia el parqueadero.

"Esto va a ser como Resident Evil. Con ese pajazo mental me voy a quedar para no volverme más loca de lo que ya soy. Vamos a ver si todas esas horas de Wii valieron la pena."

La gran cantidad de carros que trataron de salir de Unicentro en medio de la desesperación bloqueaba todas las salidas posibles, por lo que Margarita debió ir al primer piso y rodear el lugar en busca de un vehículo funcional. Era pésima conductora, pero ya no importaba: los que podían pitar en la calle y gritarle "¡Buñuela!" estaban muertos en su mayoría. Afortunadamente encontró una camioneta que aun tenía las llaves en el starter, y para mayor suerte era automática. De inmediato se subió y la encendió.

Sin preocuparse por golpear o rayar otros carros, Margarita se las arregló para abrirse paso por la Avenida Nutibara y tratar de llegar a su casa a unas cuantas cuadras de ahí. Al llegar a su edificio encontró el vidrio de la puerta principal hecho trizas y desparramado por el suelo.

"Yipee ki yay, motherfucker."

Echado en el sillón de la entrada estaba Mumm Ra, el precioso gato de Angora de las vecinas del primer piso, quienes al parecer huyeron sin que el animal les importara.

—Ay, hermosura... esas perras te dejaron botado. Ven —la muchacha tomó al gato aprovechando que él no le temía—, vas a estar mejor conmigo. Si mi mamá está arriba te va a tener que aguantar.

A pesar de lo mucho que temblaba, Margarita logró abrir la puerta de su casa sin hacer mucho ruido. El gato se escapó de las manos que lo resguardaban y de un salto se subió a una de las sillas del comedor.

Sumercé precisamente escogió la de mi mamá, Dios mío. —dejando a Mumm Ra a sus anchas, se dirigió al cuarto de sus padres para encontrarlo vacío. Luego entró al suyo, se cambió de ropa y tomó el arco recurvo que había comprado por internet para darle completo realismo a su cosplay de Katniss Everdeen.

"Por fin me ha servido de algo ser tan empeliculada."

De su armario sacó un set de cuchillos cortos, flechas de fibra de carbono, un par de cuerdas, bengalas estroboscópicas, una escopeta de balines plásticos, linternas, un six pack de Club Colombia y su sable de luz. Luego buscó en el armario de su padre una pistola automática con una caja de balas de nueve milímetros y guardó todo en el chaleco antes de saquear la alacena y volver al carro antes de que el asunto se convirtiera en algo mucho más denso.

Primer paso en un holocausto zombie: buscar armas. Muchas armas.

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