Capítulo 2: Justiciera de poca monta.
Siete años después...
Son las 9:30 de la mañana de un lunes 24 de julio de 2023. Una joven de quince años de pelo castaño oscuro y piel morena corría a toda prisa para tratar de alcanzar el autobús que la llevaría hacia la secundaria Midtown High School, en Brooklyn, Nueva York, mientras checaba su reloj.
-Demonios, América, vas a llegar tarde de nuevo-se regañó a si misma al ver la hora.
Corrió y corrió, pero al final el esfuerzo fue en vano ya que el autobús se fue justo cuando ella iba llegando.
-¡Carajo!-se quejó América tirando la mochila al suelo, frustrada. Ya debería estar en su escuela ya que pronto sería el torneo nacional de decatlón académico y ese día el equipo de Midtown tenía que repasar en la Biblioteca, y ella formaba parte del equipo. Miró su reloj-. A ver, el próximo se va a tardar como una hora en llegar, mamá no me dio dinero para un taxi y la estación más cercana de metro está a cincuenta kilómetros. ¿Qué hago, qué hago, qué hago?
Entonces se le ocurrió una idea. Miró hacia todos lados antes de recoger su mochila y meterse a un callejón solitario.
-Ya sé que no debo hacer esto, pero...
Extendió su mano, se concentró y a los pocos segundos un portal en forma de estrella se abrió frente a ella.
-¡Sí!
Tomó sus cosas y entró por el portal. Al cruzar, se dio cuenta de que había aparecido en el baño de los chicos, haciendo que se pusiera roja de vergüenza.
-¡Perdón, lo siento, disculpen, me equivoqué, permiso!-decía mientras los chicos la veían de forma rara, la reprendían y se preguntaban de dónde demonios había salido y en qué momento.
Una vez afuera, se dio golpes en la frente.
-Bien hecho, América, se suponía que ibas a abrir un portal al baño de chicas, no de chicos-pensó mientras se dirigía a su salón-. Voy a ser el hazmerreír de todos por un buen rato. Aunque no sería nada nuevo...
Llegó corriendo a la biblioteca y al entrar, lo primero con lo que se encontró fue con la mirada enojada de su maestro.
-Señor Harrington, yo...
-No me digas-la interrumpió su maestro y entrenador de decatlón-. No me digas, déjame adivinar. ¿Tu alarma no funcionó? Sería la quinta vez. No, espera, si no mal recuerdo tu excusa las dos últimas veces fue que el auto de tus padres se descompuso. ¿Sabes por qué esa última es memorable?
-Porque mis papás no tienen tiempo para llevarme en su auto-dijo América apenada-. Señor, lo que pasa es que perdí el autobús, ¿sí? Se me fue el tiempo...
-¿En qué? ¿Leyendo tus estúpidas historietas para niñas pequeñas?-preguntó su compañera Liz en tono burlón-. Sigo sin entender cómo le dieron lugar a una chica que sigue comportándose y leyendo cómics de súper tontos como si tuvieras cinco años.
-Al menos una de las dos sabe lo que es leer, Liz-replicó América haciendo que Liz frunciera el ceño.
-¡Basta!-ordenó el señor Harrington en tono severo y volteó hacia América-. Escúchame bien, América. Eres brillante, genialmente brillante. Pero debes ser más responsable.
-Pero yo...
-Escúchame-dijo el señor Harrington señalándola con el dedo-. No me interesa quiénes sean tus padres, ni si eres de las mejores notas del colegio, lo único que te pido es que empieces a concentrarte, ¿está claro?
América suspiró.
-Sí, señor Harrington.
-Bien, ahora toma asiento.
Derrotada, América ocupó su habitual asiento junto a su compañera, Michelle Jones, y sacó sus libros para comenzar a estudiar.
Desde hacía siete años, todos los días eran más o menos lo mismo para América. Luego de haber sido encontrada en una carretera a mitad de la noche por Stephen y Christine, la joven pasó a estar bajo su tutela luego de que no encontraran a ningún otro familiar suyo. Costó mucho trabajo, pero Stephen obtuvo su custodia y unos meses después de que América llegara con ellos Christine se mudó al departamento de Stephen de forma permanente. Pero aún no se habían casado ni mucho menos, no. Para eso tuvieron que pasar dos años más hasta que Stephen por fin pudo reunir algo de valor para pedirle matrimonio a Christine. Eso, y la llegada de una nueva integrante a la familia, Donna, había hecho que ambos se casaran y formaran finalmente a la familia Palmer-Strange.
Pero eso no era todo, no. Había algo más en la historia de América. Algo un poco más... extraño.
Desde que vivía con sus padres adoptivos, América había intentado, mas no lograba recordar nada de su vida antes de llegar con ellos. Un psicólogo la vio, y dijo que era normal que las personas, en especial los niños pequeños, bloquearan ciertos recuerdos que pudieran resultarles traumáticos o imposibles de entender. Y que seguramente algo había ocurrido en el pasado de América, algo que, aunque ella quería recordar, su subconsciente no quería, ni le permitiría hacerlo.
Y fue en una de esas sesiones de terapia donde ocurrió algo mucho más fantástico. América todavía lo recordaba como si hubiese ocurrido ayer. Ella estaba sentada en su rincón leyendo un libro cuando de repente vio a una paloma a través de la ventana. Con la curiosidad propia de una niña de en aquel entonces diez años, América se acercó y, aunque la ventana estaba demasiado alta para ella, logró acercarse a la paloma y el ave se dejó acariciar por ella. Lo fantástico de este acontecimiento sería que, en ese momento, sus padres y el psicólogo volvieron a entrar y los tres adultos habían ahogado una exclamación de sorpresa. Al voltear hacia abajo, a América le entraron ganas de pellizcarse, pensando que debía estar soñando: América estaba literalmente flotando. A unos escasos centímetros del suelo, pero flotando.
Y no paró ahí. Con el pasar del tiempo, América descubrió que podía hacer muchas más cosas que sólo flotar. Una vez estaba enojada porque Liz le rompió una de sus historietas de superhéroes, y del coraje le dio una bofetada tan fuerte a la chica que no sólo la derribó, la noqueó. Al principio, pensó que simplemente había hecho que se tropezara y quedó inconsciente por golpearse con el asfalto. Pero luego decidió volver a intentar y fue a un lote baldío donde comenzó a golpear varias cosas: un saco de arena, unos ladrillos y finalmente una tubería de metal. Logró hacerle una abolladura a la tubería como si fuera una almohada sin esfuerzo. Fue cuando descubrió que tenía una fuerza más que extraordinaria.
En otra ocasión, una de las muchas veces que estaba tratando de alcanzar el autobús, América estaba corriendo para tratar de convencer al chofer de detenerse. Y estaba tan desesperada de que no la dejaran que no se dio cuenta el momento en que rebasó el autobús a una velocidad tan alta que en pocos segundos llegó de Queens a Brooklyn. Chocó con varios botes de basura cuando por fin pudo detener su frenética huida. Y al incorporarse, buscó todo su cuerpo en busca de alguna herida o raspón, pero nada. Con eso, entendió que además de ser muy veloz, también era muy resistente.
Y por último, pero definitivamente no menos importante, cuando tenía doce años descubrió que podía abrir portales que podían llevarla, literalmente, a donde ella quisiera, sin excepciones. Aquello igual que los otros incidentes había sido un accidente. Estaba aburrida en su departamento jugando con Donna y su cochecito de bomberos cuando de repente le llegó el hambre. Revisó la nevera, pero no había nada que no requiriera preparación y ella obviamente no sabía cocinar. Frustrada y al no tener a quien acudir ya que sus padres habían salido por una emergencia en el hospital, América simplemente pensó en lo mucho que le gustaría poder ir a una pizzería. Y apenas terminó de pensarlo, un portal en forma de estrella se abrió frente a sus ojos y al cruzarlo, el portal la llevó a las puertas de una pizzería. Aunque en aquella ocasión el miedo pudo más que su hambre y decidió regresar por donde había llegado antes de que se cerrara el portal.
Aquella fue la habilidad que América tardó más tiempo en dominar de todas las que tenía. Pero poco a poco entendió que su poder para abrir portales era más mental que físico, lo único que tenía que hacer era concentrarse en el lugar al cual quería ir y el portal la llevaría a ese lugar. Aun así, seguía sin tener el suficiente control sobre esa habilidad y aunque la mayoría de las veces sus estrellas la llevaban a donde ella quería, había ocasiones en las que no era así.
Desde que descubrió sus poderes, América había comenzado a entrenarlos y volverse experta en su dominio. Sin embargo, cuando le planteó a Stephen y Christine la posibilidad de usarlos como los héroes de sus historietas, ellos no tardaron ni dos minutos en prohibirle tajantemente que usara sus poderes y mucho menos que le dijera a alguien más sobre ellos. Fue cuando le contaron la historia de cómo fue que la habían encontrado y le aseguraron que habían tenido mucha suerte de que hasta ese momento nadie supiera nada de eso, y que lo mejor para ella era que las cosas siguieran así.
Como cualquier adolescente, América no les hizo caso. Desde los trece años, América había comenzado a usar sus poderes para hacer justo como los héroes de sus cómics, ayudar a otros. Cada vez que veía un asalto, una agresión o cualquier delito, ella no podía quedarse quieta e iba inmediatamente a ayudar. Claro, para que ni sus padres ni nadie más sospechara, nunca llevaba sus hazañas a escalas donde pudiera ser plenamente reconocida. Aunque se podía decir que había ayudado a bastante gente a esas alturas y definitivamente una chica voladora no era algo que pudiera pasarse por alto, se cercioraba de que nadie la fotografiara ni le tomara vídeo usando sus poderes y una vez cumplida su labor no se quedaba más de diez segundos en la escena. Y tampoco hacía demasiado, eran delitos de poca monta los que ella atendía. Ella se consideraba a si misma una justiciera de poca monta, una de la que nunca nadie sabría y por ende a quien tampoco le agradecerían. Pero ella estaba bien con eso. No era ninguna tonta, sabía muy bien porque Stephen y Christine no la querían ver jugando a ser la heroína. Desde la imposición de los Acuerdos de Sokovia, cualquier súper humano no autorizado por el gobierno para operar sería un fugitivo. Y aunque sabía que ningún gobierno o cárcel podía detenerla, sabía que no sería correcto imponerse sobre las personas comunes y corrientes como si fuera alguna especie de deidad, que sabía muy bien que no era. Así que ella estaba conforme con mantener un bajo perfil ante la sociedad y no llamar la atención con sus poderes mientras los usaba para ayudar a todos los que pudiera.
El resto del día transcurrió de forma normal. Acudió a clases, contestó todas las preguntas que le hacían de manera acertada, almorzó sola y estudió sola en la biblioteca durante una hora antes de irse. No es que se creyera muy inteligente, Stephen le había enseñado sobre el trabajo duro y el esfuerzo y prefería quedarse a estudiar junto a los demás nerds para algún día tener lo que Stephen y Christine llamaban una oportunidad de hacer algo grande.
Una vez terminadas las clases, fue directo hacia el techo de la escuela y, luego de cerciorase que nadie de abajo la viera, empezó a sobrevolar la zona.
-Okey, Brooklyn, ¿qué tienes para mí el día de hoy?-pensó mientras flotaba de un edificio a otro al mismo tiempo que se esforzaba en no ser vista por nadie. Por suerte para ella, la gente tenía demasiadas cosas en que pensar por su cuenta como para siquiera molestarse en mirar hacia el cielo, lo que facilitaba su labor. Durante varias horas, no vio nada que ameritara su ayuda. Tenía sólo hasta las siete de la tarde para patrullar Brooklyn y luego volver a su departamento antes de que Stephen y Christine llegaran y se percataran de su ausencia, por lo que aprovechaba cada segundo que tenía. Pero ese día parecía que iba a ser aburrido. No se veía un solo delito a la vista. Por unos instantes, consideró rendirse y dejarlo para otro día, cuando de repente algo llamó su atención. En un edificio de departamentos, una pandilla tenía acorralado a un pobre hombre. América supuso rápidamente que debían ser cobradores de deudas, no era la primera vez que lidiaba con algo así. Y de hecho, al agudizar la mirada, se dio cuenta que no era la primera vez que lidiaba con esa pandilla en particular.
-No está mal-pensó antes de empezar a volar hacia el lugar.
-¡Se los juro, no tengo el dinero!-gritaba el hombre mientras uno de los pandilleros, el que parecía el líder, lo agarraba de la playera.
-¡Mientes!-gritó el pandillero mientras se preparaba para aventarlo.
-Oye, Camilo-dijo América haciendo que todos voltearan a verla, sorprendidos-, ha pasado un tiempo, ¿eh?
-¡Disparen!
Los pandilleros sacaron sus armas y comenzaron a disparar, pero era en vano. América tenía experiencia de sobra con esos incidentes a esas alturas, sabía que las balas rebotaban contra ella sin hacerle un rasguño. Ni siquiera las sentía cuando impactaban contra ella.
Una vez que se les acabaron las municiones, los pandilleros tragaron saliva. América sonrió triunfante.
-Mi turno.
América se encargó de golpear sin ningún esfuerzo a los pandilleros que, aterrados, intentaban huir de ella. Había pasado un tiempo desde lo que le había pasado a Liz, América había aprendido a controlar su fuerza para no causar más daño del necesario. Porque aunque para ella no sería ningún problema dejarlos en coma de un puñetazo o algo más grave, sabía que hacerlo iría en contra de todo lo que sus padres adoptivos le habían enseñado.
Al final, el único que quedaba en pie era Camilo, el pandillero que los dirigía, mientras que el hombre que amenazaban había huido.
-¡Maldita mocosa, es la quinta vez que arruinas mis negocios!-gritó Camilo mientras sacaba una navaja.
-Ya veo, ¿es redituable extorsionar personas, amenazarlas de muerte?-preguntó América mientras tomaba la navaja y la rompía, haciendo que Camilo retrocediera nervioso-. Pues mira, yo podré arruinar tus negocios. Pero gente como tú...
América lo agarró de la playera y lo sostuvo en el aire.
-Arruina esta ciudad-dijo América en tono severo-. Es la última vez, Camilo. Diles a tus matones que se alejen de Brooklyn, o los alejaré yo.
-¡Púdrete!-Camilo intentó zafarse, pero al hacerlo la playera se desgarró y Camilo cayó al suelo.
-Demonios.
América se lanzó rápidamente a salvarlo y logró agarrarlo justo a tiempo antes de que se golpeara contra el suelo. Nuevamente, Camilo quiso huir, pero en su escape se encontró con el puño de América quien lo dejó inconsciente en el suelo.
-Bueno, eso no salió tan mal...
-Señorita-una voz detrás de ella la hizo girar para encontrarse con un oficial de policía-. ¿Sus padres saben dónde está ahora?
Ahora fue América la que tragó saliva.
-Retiro mis palabras.
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Para quienes no se hayan dado cuenta, la personalidad de América Chávez de este fic se basa en la del UCM, pero en cuestión de poderes se basa más en la de los cómics donde es mucho más poderosa al tener más habilidades.
Siguiente capítulo el próximo viernes, trataré de actualizar semanalmente.
Por mi parte es todo por ahora. Dejen sus votos y comentarios, los estaré leyendo. ¡Cuídense, los quiero!
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