5- LA EMPERATRIZ MATILDE Y SU DERECHO A REINAR EN INGLATERRA.
Matilde aparece en mi novela como la primera líder del aquelarre de brujas y de brujos. Pero ¿te gustaría saber más sobre el personaje histórico real?
Muchas de las limitaciones sexistas y misóginas que las mujeres hemos padecido y que padecemos en la cultura occidental se remontan a la Biblia. Si analizamos la historia de la creación del mundo, desde el principio nos relegaron. La creación de Dios fue el hombre —Adán— y Eva surgió de la costilla de él. Esta fantasía —porque todos conocemos la teoría de la evolución de Darwin y sabemos que no es así— estableció la presunción de que el género masculino debería mandar. Y, si a esto le sumamos el pecado original, la idea imperante se resumía en que las féminas no debían detentar el poder, porque si lo hacían acabaría en desastre.
Estas presunciones primaban en una organización social donde las mujeres daban a luz a los bebés, y, por lo general, se quedaban a cuidar de la casa y de la familia. En la Europa medieval el estamento dominante era la élite militar. Y siempre se esperaba que los líderes lucharan. Por eso existía la idea de que una mujer, aun si era buena, era más débil que un hombre. Y que necesitaba estar bajo la autoridad masculina para ser virtuosa, pues su naturaleza la empujaba hacia el pecado.
Pero si intentaba mandar no solo no podía liderar a un ejército en el campo de batalla, sino que se consideraba antinatural, alarmante y monstruosa la idea de poner patas arriba la creación de Dios y colocar a una mujer al mando. Se trataba de una suposición cultural que estaba tan arraigada y era tan amplia que no necesitaba ser refrendada por el derecho porque todo el mundo sabía que los líderes eran hombres.
Ni siquiera existía un término en el vocabulario para la reina por derecho propio. La palabra anglosajona reina —cwén— significaba «mujer del rey». Y lo mismo sucedía en latín, donde los términos regina e imperatrix —reina y emperatriz— se utilizaban para la mujer adjunta al rex y al imperator. Se trataba de vocablos derivados para representar una forma de autoridad derivada. Porque cuando la autoridad de una reina se ejercía en nombre de un marido o de un hijo no resultaba tan amenazadora para la masculinidad.
Sin embargo, en un sistema de gobierno basado en el linaje sanguíneo —en la transmisión de padres a hijos— a veces los reyes no tenían hijos varones, sino solo hijas. Y en ese supuesto existían dos principios que se oponían. Por un lado los progenitores debían transmitir el poder real a sus descendientes, pero los líderes debían ser hombres. Si el hijo de un rey era una mujer, ¿qué se hacía?
Y esta es la historia de Matilde. Nieta de Guillermo el Conquistador e hija de Enrique I, rey de Inglaterra y duque de Normandía. Lo más importante fue la forma en la que ella estableció por primera vez un precedente. Cierto es que el precedente resulta confuso porque no logró establecer su autoridad, pero sí la de su hijo. Su reivindicación tuvo como consecuencia diecinueve años de guerra civil entre Matilde y su primo Esteban de Blois, que le arrebató la corona al morir el padre, aunque este no pudo desafiarla por completo porque ella era la heredera legítima del rey anterior.
Pero empecemos por el principio. Mucho antes de heredar el trono de Inglaterra enviaron a Matilde al Sacro Imperio Romano Germánico para casarse con el emperador. Tenía solo ocho años y la educaron allí. Recién contrajeron matrimonio cuando ella entró en la pubertad y contaba con casi doce. Se convirtió en una emperatriz muy respetada y se integró con facilidad, tanto en la corte de su esposo como en su gobierno. Matilde desempeñaba ya entonces un rol destacado porque patrocinaba las concesiones reales, trataba a los peticionarios y participaba en los actos ceremoniales.
Viajó con su marido a Italia en 1116 y fue coronada en la basílica de San Pedro, si bien no por el papa. Enrique V —su marido— volvió al Sacro Imperio a través de los Alpes en 1118 para sofocar nuevas rebeliones. Y, durante este tiempo, ella actuó como regente imperial en Italia. Es decir, se trataba de una mujer que ejerció el poder en la práctica mucho antes de que su padre la nombrara heredera del reino.
Matilde y Enrique V no tuvieron hijos y cuando este murió en 1125 —ella tenía veintitrés años— Lotario II, uno de sus enemigos políticos, reclamó la corona.
Matilde luego se convirtió en pretendiente al trono inglés durante la guerra civil conocida como la Anarquía. Después de la muerte de Enrique V del Sacro Imperio su padre la llamó a Normandía y arregló que se casase con Godofredo de Anjou como modo de formar una alianza para proteger las fronteras meridionales. Enrique no tenía hijos legítimos y la nombró su heredera. Y obligó a la corte a jurarle lealtad. No solo hacia ella, sino también a sus sucesores. Pero la decisión no fue popular en la corte anglonormanda. Cuando Enrique I murió en 1135, Matilde y Godofredo V se enfrentaron a la oposición de los barones normandos y no pudieron continuar con las reclamaciones.
Esteban aprovechó esta demora y se coronó con rapidez para adelantarse. Esta acción le proporcionaba una gran autoridad porque se suponía que Dios lo había ungido. Pero no era hijo del viejo rey y esto nada podía cambiarlo.
Las féminas que daban un paso adelante para tratar de mandar de una manera diferente a la admitida —que consistía en dar hijos al rey y hacerse amar por el pueblo al interceder a su favor en situaciones difíciles— no eran iguales a los hombres, sino que las percibían como mujeres monstruosas y antinaturales que iban más allá de lo que una buena mujer debía hacer. Porque las reinas eran desechables, si al rey se le moría la esposa pronto conseguía otra y se casaba enseguida para tener herederos.
El trono se lo despojó su primo Esteban de Blois, quien disfrutaba del respaldo de la Iglesia católica en Inglaterra. Tomó medidas para consolidar su nuevo régimen, pero hizo frente a amenazas tanto de las potencias vecinas como de los opositores dentro del reino.
En 1139 Matilde desembarcó en Inglaterra para recuperar sus derechos por la fuerza con el apoyo de su medio hermano —Roberto de Gloucester, hijo ilegítimo del rey fallecido— y el de su tío, el rey David I de Escocia, mientras que Godofredo V se concentraba en la conquista de Normandía. Las fuerzas de Matilde aprehendieron a Esteban en la batalla de Lincoln de 1141, pero su intento de ser coronada reina en Westminster fracasó ante la oposición de las multitudes de Londres. Como resultado de su retirada, nunca fue formalmente declarada reina de Inglaterra, pero sí «señora de los ingleses». Domina Anglorum, en latín. Era un título impreciso y ambiguo, pero implicaba ejercer el dominium, es decir, el poder y la autoridad de la que había gozado su padre.
Capturaron a su medio hermano Roberto durante el tumulto de Winchester en 1141 y Matilde aceptó intercambiarlo por Esteban. Quedó aprisionada en el castillo de Oxford por las tropas de su enemigo en el invierno de ese año y se escapó a través del helado río Isis por la noche para evitar ser apresada. La guerra se estancó. Matilde controlaba gran parte del sudoeste de Inglaterra y Esteban el sudeste y las Tierras Medias. En el resto del país mandaban los barones locales e independientes.
En 1148 regresó a Normandía, ya en manos de su esposo, y legó sus posesiones a su hijo mayor para que continuara la campaña en Inglaterra. Tras diecinueve años de guerra civil Matilde y Esteban acordaron un tratado por el cual él gobernaría hasta su muerte y después el hijo de Matilde lo sucedería.
Ascendió al trono como Enrique II en 1154. Ella estableció su corte cerca de Ruan y el resto de su vida se encargó de la administración de Normandía, actuaba en nombre de su hijo cuando era necesario. En los primeros años del reinado le proporcionó asesoramiento político e intentó mediar durante la controversia de Becket. Trabajó con la Iglesia, fundó monasterios cistercienses y era conocida por su piedad. Murió en 1167, a los sesenta y cinco años, y la inhumaron bajo el altar mayor de la abadía de Bec.
Como conclusión te diré que Matilde perdió la batalla por ser ella la que reinara, pero ganó la guerra a largo plazo porque su linaje se mantuvo en el poder. Resulta triste que para vencer tuviese que renunciar a sus aspiraciones. Y, pese a que el padre la había elegido sucesora, no quedó claro si las mujeres podían gobernar por derecho propio en Inglaterra.
El epitafio de Matilde resume su vida desde la perspectiva masculina:
«Grande por nacimiento, mucho más por matrimonio, magnífica en su descendencia: aquí yace Matilde, la hija, esposa, madre de Enrique».
El triunfo de su hijo Enrique II era el logro de la actuación de Matilde, pero el precio que había pagado por la victoria era desaparecer entre las líneas de su epitafio y que solo la recordasen como hija, como esposa y como madre, pero no por sí misma. Quizá le quedaba como consuelo que Enrique se hacía llamar Henry FitzEmpress, es decir, hijo de la emperatriz.
Matilde (1102-1167) —nieta de Guillermo el Conquistador e hija de Enrique I de Inglaterra— creó un precedente acerca de que las mujeres podían mandar.
Si deseas saber más puedes leer:
📚Las reinas que trataban de mandar eran percibidas como mujeres monstruosas y antinaturales. Entrevista a Helen Castor, artículo de Abel G.M. para National Geographic Historia actualizado a 31 de marzo de 2021.
📚Lobas, de Helen Castor. Ático de los Libros, Barcelona, 2020.
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