2. El conciliábulo de los brujos.
20 de diciembre de 1519. Chillingham, condado de Northumberland, Inglaterra.
Lady Cecily entró primero en la gran sala donde se desarrollaban los encuentros periódicos. Le servía de escudo a sus nietas, ya que detestaba que otros las regañaran.
Observó a los asistentes y asintió satisfecha, pues vestían con propiedad. Las damas se enfundaban en vestidos dorados —lucían tocados a juego— y los caballeros llevaban jubones, braguetas y medias del mismo color. Y olían como si entre todos se hubieran echado un frasco gigante de perfume de ruda y de manzanilla.
—¡Ah, lady Asalta Cunas, estáis aquí! —Thomas Grey, actual marqués de Dorset y padre de Sophie, pronunció estas palabras mientras clavaba la vista en su progenitora—. Temía que hubieseis asistido con vuestro joven marido. Y, dada la demora, que os divirtierais con él. —Los rifirrafes entre madre e hijo primogénito eran habituales y determinaban que los sabbats se prolongasen hasta el infinito—. ¿O todavía hay que cambiarle los pañales? Papá le doblaba la edad.
Lady Margaret —Wotton de soltera y Grey por matrimonio— lanzó una carcajada y observó a su esposo con aprobación, adoraba divertirse a costa del resto. «¡Mi madrastra es una estirge que se alimenta de nuestra sangre!», pensó Sophie y su odio era evidente. «Y hace honor al refrán, es tan promiscua como la bolsa de un abogado».
—Os equivocabais como siempre, el conde de Wiltshire no concurre porque respeto las reglas, a diferencia de otras brujas. —Lady Cecily, calmada, sonrió y analizó a su nuera con doble intención—. Es una ventaja que tenga diecinueve años menos que yo porque los hombres luego envejecen y se ponen ácidos como vos. ¿O será que lo envidiáis porque siempre parece satisfecho gracias a los placeres que le doy? Ningún miembro de esta familia ignora que vuestra mujer de cara avinagrada no os proporciona la misma dicha.
—¡Por la varita de Merlín, qué repugnante comentario! Y, encima, delante de mi hija Sophie y de mi sobrina Jane. —Lord Thomas puso cara de horror—. Quizá ignoráis que lo que vuestro marido anhela no es vuestro cuerpo ni vuestros jueguitos eróticos, sino vuestro oro y vuestros territorios.
—Sin duda también los anhela, pero mucho menos de los que vos los ambicionáis. ¿O negáis que habéis tenido el descaro de privarme de administrar mis estados y mi herencia? —Lady Cecily lo apuntó con el índice, si hubiera tenido a mano su varilla mágica le hubiese efectuado un hechizo debido a la cólera que la embargaba—. Yo debía ser la única ejecutora del testamento de vuestro difunto padre, puesto que los tesoros y las propiedades son míos.
—Y por eso, lady madre, me habéis denunciado y el asunto está en manos de nuestros abogados y de la Justicia. ¡Dejad de acosarme con vuestra cantinela de siempre! —le replicó, cansado, lord Thomas y se pasó la mano por la frente—. No respetáis que soy yo el marqués de Dorset desde que papá murió.
—Y vos no respetáis a las mujeres. ¡Ni siquiera os percatáis de que me resulta intolerable que administréis lo que es mío! —La sacó de nuevo de sus casillas—. Sabéis a la perfección que ejecutaron a mis parientes varones por ser de la Rosa Blanca. Y que los títulos y la fortuna recayeron en mi persona por derecho propio. Es más, si también sois barón de Harington y barón de Bonville es gracias a mí.
—¡Estoy harto de que me ninguneéis! —Lord Thomas efectuó un movimiento de mano y un arcón se interpuso entre él y su progenitora—. ¡No tolero vuestra falta de respeto!
—¿Queréis acobardarme con vuestro podercillo? —le replicó lady Cecily—. ¡Falláis, sé defenderme!
—¡Ay, qué miedo me dais! Seguro que me lastimaréis mucho con una de vuestras visiones. —Y esbozó un gesto despectivo.
—¡Parad de una buena vez! —los frenó el tío Richard—. Os habéis desahogado, es hora de que procedamos con los asuntos serios. Y de que le rindamos tributo a la magia que nos legaron nuestros ancestros.
Pero al percatarse de que ninguno de los dos le hacía caso, tocó a lord Thomas y su cuerpo mutó hasta transformarse en el de él.
—Lady madre, sois muy mala. ¡Queréis jugar con mis soldaditos de plomo y ese atrevimiento no lo consiento!
Acto seguido lord Richard tomó de la mano a su progenitora y adquirió su forma.
—No he sido yo, cariño, yo juego con el primo de vuestro padre, mi actual marido. ¿Para que perder el tiempo fuera de la cama?
Todos los Grey estallaron en carcajadas. Hasta los dos que eran objeto de la parodia.
—¡Estupenda imitación! Pero damos por terminado el tiempo de las recriminaciones, sentaos ahora mismo. —Los apuró Dorothy—. Me alegro de que hayáis llegado bien, sobrinas. Temía que me obligarais a retrasar el tiempo para ir a buscaros si os habíais metido en algún lío.
El de su tía Dorothy era uno de los poderes que Sophie más envidiaba. Podía hacer que el tiempo fluyera hacia atrás por un máximo de tres horas.
Lord Thomas esperó a que se besaran y a que se instalasen en los asientos habituales para luego anunciar:
—Hoy, veinte de diciembre de mil quinientos diecinueve, queda abierta esta reunión ejecutiva. Iniciamos la asamblea con los incidentes acaecidos en el último semestre —cogió la hoja en la que constaba la programación del evento y leyó—: Leonard: transformación descontrolada. Empezáis vos, hermano.
—Comienzo, entonces. —El tío Leonard efectuó una pausa y carraspeó un poco avergonzado—. Como bien sabéis mi tarea consiste en espiar al cardenal Thomas Wolsey. Y que para conseguirlo me hago pasar por Urian, su perro. —Sophie también lo envidiaba, pues se transformaba en un galgo al que llamaban Hércules—. Urian se quedó en nuestra mansión mientras yo seguía al ministro del rey Enrique a todas partes. —Se detuvo y suspiró.
—¿Y? —Lord Thomas puso cara de pasmo—. No comprendo dónde está el problema.
—A eso voy. Mi esposa se encontraba en casa y se transformó en Artemisa... Y estaba en celo. —Leonard puso cara de resignación—. Por suerte Graham, el mayordomo, la retuvo cuando se hallaba a punto de serme infiel con Urian. Se lo agradezco, pues de lo contrario en dos meses tendríamos una camada de perritos ilegítimos.
—¡Lo siento, cariño! —Lady Elizabeth se echó a llorar—. Todavía no sé qué me sucedió, quizá era un galgo muy guapo. Siempre conservo el raciocinio cuando me transformo, igual que tú... O tal vez ese día había algo inusitado en el ambiente y por eso me comporté como una auténtica perra.
—No ha tenido consecuencias, querida, no os agobiéis. Fingiremos que nada ha pasado. —Tranquilizó lady Cecily a su nuera—. Considero que la experiencia ha sido positiva porque nos ha demostrado que el tópico de los antiguos romanos, aquello de que «un gran poder conlleva una gran responsabilidad», tiene aplicación en esta época del renacer. La enseñanza es un recordatorio constante para el clan Grey.
—Pero reconoceréis, lady madre, que pudo acabar en tragedia. —Lord Thomas la contradijo igual que de ordinario—. De ahora en adelante cuando esté en celo la encerraremos bajo siete llaves. Porque de lo contrario, ¿cómo explicaríamos que una dama de alta alcurnia dé a luz una camada de cachorros?
—No me opongo. —Lady Elizabeth se enjugó una lágrima—. Porque si tuviese crías perrunas solo querría que fuesen de mi marido. —Y contempló al tío Leonard con amor.
—¡Problema solucionado! —Lord Thomas movió de arriba abajo la testa y luego leyó el papel—: Ahora os toca a vos, lady madre, Reflexiones sobre el alcance de la magia. Espero, por el bien de la reunión, que digáis algo sensato y que os olvidéis de vuestros pajarillos de la cabeza.
—No os infléis de poder, la presidencia es rotativa. —Los ojos azules de Cecily brillaban desafiantes—. Recordad que pronto empezamos un nuevo ciclo y que me corresponde a mí.
—¡Dejad de discutir, por el amor de Dios! —intervino el tío George, su hábito de monje imponía respeto—. El demonio Alcatriel me previno de que vosotros dos estaríais a la gresca de un modo más enconado que el habitual. ¡Comportaos, no deseo darle la razón!
—Sabéis, querido hijo, que vuestro hermano mayor siempre me saca de quicio. —Lady Cecily le dio un beso al religioso en la frente y este la observó con indulgencia—. Haré el intento, no deseo que ganen las fuerzas del mal. Solo espero que tengáis bien atrapado a Alcatriel en vuestro anillo.
—Tranquila, mamá. Soy un experto en magia ritual. A ese engendro le encanta ser mi sirviente. —Le palmeó la mano.
—Iré al grano con mi preocupación, entonces, y prometo no extenderme demasiado. Todavía no entiendo, Thomas, por qué vuestra segunda esposa no comparte vuestro mismo poder —la dama recalcó la palabra «segunda», pues todos sabían que aún amaba a la difunta Eleanor St. John, la madre de Sophie—. Creo que deberíamos profundizar más en la raíz de este problema porque nunca ha acontecido algo similar. Desde que la emperatriz Matilde inició nuestro linaje de brujos y de brujas todas las cónyuges han adquirido el mismo don del marido. Entonces, ¿qué hay en lady Margaret que la haga tan diferente y tan inquietante?
—¿Por qué sacar a la luz vuestro resentimiento ahora, querida suegra? —La madrastra de Sophie destacó tanto el apelativo cariñoso que quedó claro como el agua que el sentimiento era justo el contrario—. Llevo diez años unida en matrimonio a vuestro hijo. Y le he dado muchos retoños, que por si lo olvidáis también son vuestros nietos.
—Yo apoyo a mi madre. —La tía Cecily creó una bola de fuego sobre la palma, y, aunque despedía aroma a rosas, significaba una clara amenaza—. ¿Qué os parece, estimada Margaret, si le permitimos hablar sobre este tema que nos interesa a todos menos a vos?
La familia al completo —con excepción de los marqueses de Dorset— comenzó a golpear la mesa con el puño, señal de que compartían la sugerencia. El padre de Sophie se alzó de hombros y efectuó un movimiento circular con la mano para indicar que su progenitora hablara.
—Gracias por el respaldo. —La dama sonrió complacida—. Lo esperable hubiese sido que Margaret moviera objetos igual que Thomas. Recordad que la pobre madre de Sophie murió porque su cuerpo era débil para resistir un poder tan fuerte. La nigromancia, el vaticinio del futuro mediante la invocación de espíritus, constituye una de las artes más oscuras dentro de la magia y requiere una fortaleza infinitamente mayor... Y ese es su poder. Además, he tenido la visión de un quebrantamiento de nuestros principios que me repugna todavía más: descubrí que Margaret estudiaba hechizos para escapar de la muerte y otros que le permitían controlar a las personas al borde del fallecimiento. Y, peor aún, practicaba con los sirvientes... Solo puedo argumentar en mi defensa al delatarla que la magia negra no es el camino por el que hemos optado los Grey. Tanto la poderosa emperatriz Matilde como vuestra bisabuela, Elizabeth Woodville, que con su magia fue capaz de conquistar al rey Eduardo IV, se mantuvieron alejadas de todo lo que oliese a nigromancia. ¡Resulta aberrante su búsqueda más allá de los límites razonables y que nos alejan de Dios! Creo, Thomas, que no podemos permitir que tu mujer siga por este camino. Las decisiones en nuestro clan siempre son conjuntas y conocidas. Y no individuales y en secreto como las de Margaret. ¡Pervierte nuestra naturaleza!
—¡¿Y decís que soy aberrante cuando vuestro hijo el monjecillo se guía por lo que le augura un poderoso demonio al que ha atrapado en un anillo?! —Lady Margaret esbozó un gesto de fingido asombro—. ¿Sabéis lo que pienso, suegra? ¡Que me involucráis en la guerra que mantenéis con Thomas! Como no podéis hacerle daño a él, pretendéis hacérmelo a mí y me quitáis las aficiones que más amo.
—Esta no es la intención de mi abuela y comparto su preocupación —repuso lady Sophie mientras observaba a su madrastra como si fuese una repulsiva cucaracha a la que le gustaría aplastar—. Yo también he reflexionado sobre ello y he llegado a una conclusión.
—¿Y cuál es, pequeña? —le replicó la tóxica mujer para denigrarla—. ¿O acaso pretendéis tirar la piedra y esconder la mano?
—En dos semanas cumpliré dieciocho años, ya no soy una niña. Y no temáis, os lo explicaré con suma claridad y sin esconder nada: solo las personas muy malvadas son capaces de ejercer como nigromantes... Y, todos lo sabemos, sois una madre antinatural, cualquier animal cuida mejor a sus retoños que vos. Mis medio hermanos os ven una vez cada siete días para que les bajéis la moral con vuestros comentarios despectivos. Y ya no recuerdo la última ocasión en la que os presentasteis ante George, el hijo que tuvisteis con William Medley, vuestro primer marido. ¿O miento cuando digo que os casasteis con mi padre un par de meses después de enviudar? Y agradeced que no indague en los rumores de que murió envenenado...
—¡Por el tocado de la emperatriz Matilde! ¡La intervención de mi prima merece un aplauso! —Y Jane comenzó a palmear, frenética, como si el juglar más famoso los hubiese deleitado con sus rimas.
—¡¿Permitiréis que estas criaturas maleducadas me humillen delante de todos?! —Lady Margaret le recriminó a lord Thomas.
—Jamás contradeciré a mi bienamada hija primogénita cuando expresa una verdad como un templo. —El marqués la frenó en seco con la gélida entonación—. Y, aunque me cueste darle la razón a lady madre debido a nuestras mutuas divergencias, sus palabras han sido tan sensatas que no dan la impresión de provenir de su boca. —Era incapaz de halagar a su progenitora sin darle al mismo tiempo un pellizco.
—Entonces deberíamos votar si vuestra esposa puede profundizar en los estudios de magia negra —sugirió tía Eleonor, convencida—. Presento la moción formalmente y queda sujeta a votación.
—¡No podéis decidir sobre algo que me atañe! —se enfureció su madrastra—. ¡Es mi vida y son mis poderes!
—Sí debemos decidir porque podrían acarrear la desgracia al clan Grey al completo —afirmó lord Thomas más frío que un témpano—. Además, vos erais una patética humana y el poder lo obtuvisteis de mí... Y agradeced que lady Eleonor no haya sugerido que dejéis de ejercer la nigromancia.
—No lo creí prudente, es un don concedido por sagrado matrimonio —le explicó su hermana—. Distinto es el caso de su búsqueda activa respecto a los otros dos.
—Votemos sin más trámite. —Lord Thomas despachó el asunto con la rapidez que lo caracterizaba—. Votos a favor de que continúe con sus estudios en las artes oscuras. —Solo lady Margaret levantó el brazo—. Ahora votos en contra.
Todos los presentes, con excepción de la interesada, levantaron la mano y el padre de Sophie anunció:
—A partir de hoy, veinte de diciembre, la marquesa de Dorset solo podrá ejercer el don que le concedió nuestro Creador. Cualquier incumplimiento aparejará el divorcio, la pobreza y el destierro. —Lord Thomas clavó la vista en la acusada y los ojos, idénticos a los de su hija mayor, atajaron cualquier ácido comentario—. A continuación procederemos con el tema que nos obligó a adelantar la convocatoria de esta reunión ejecutiva, que como bien recordáis estaba programada para el veinte de enero del próximo año... Sophie.
—¡¿Desde cuándo, padre, me he convertido en el centro del clan Grey?! —chilló, descolocada, la muchacha.
—Las visiones de tu abuela coinciden con los sueños premonitorios de la tía Eleonor. —Lord Thomas se notaba reacio y las palabras le salían a cuentagotas, al igual que lady Cecily y la madre de Jane, que se masajeaban las sienes para distenderse y los rostros les lucían como si las reconcomiese la culpabilidad—. Además, a tu tía Mary tanto los príncipes muertos en la Torre de Londres como tu bisabuela Elizabeth Woodville y la emperatriz Matilde le comunicaron el mismo vaticinio: que te convertirás en la amante de Enrique Tudor.
—¡¿En la amante del rey?! —Sophie se atoró con la saliva y empezó a toser—. ¡¿En la querida de ese monstruo, de ese ser perverso y manipulador?! ¡Si todos sus súbditos le temen!
—¡Mamá, yo no he soñado nada de eso! —la defendió su prima Jane—. Y coincido con Sophie: ese hombre no es de fiar, por más joven y guapo que sea.
—¡No entiendo por qué tantos remilgos! —Lady Margaret puso un gesto de falsa incredulidad—. ¡Lo que se os solicita es un honor! Además, ¿por qué debo yo acatar una resolución que limita mi futuro y vos incumplir las reglas? ¡Cuánta injusticia!
Sophie le lanzó una mirada de odio, pero no le concedió el placer de responderle, aunque sí le suplicó al marqués de Dorset:
—Padre, de ser cierto debería haber tenido una visión, como siempre que algún asunto me afecta. ¿Es posible que os hayáis equivocado?
—¿¡Todos!? —intervino su madrastra y soltó la misma carcajada que emitían las brujas de los cuentos antes de engullir a un bebé—. ¡Cuánta vanidad!
—¡Por la varita de Merlín, callaos, sois insoportable! —la cortó lord Thomas con desprecio—. Sophie tiene derecho a explicarse y todos nosotros, con excepción de vos, interés en escucharla.
—La mayoría considera a Su Majestad muy apuesto. Y no lo niego, empero lo que más me repele es su implacable crueldad. —Les explicó Sophie mientras, nerviosa, se retorcía las manos—. Dice ser muy religioso. Y nadie ignora que rompe los sagrados votos matrimoniales y que le es infiel a la reina Catalina con sus propias damas de compañía. ¡Nunca he conocido a alguien tan egoísta y tan retorcido como él! Y, encima, nos da lecciones de moral... Promueve leyes que prohíben el juego, pero apuesta a diario quién gana la partida de ajedrez o a los dados o al tiro al arco o al jeu de paume[*]. Dice ser humanista, pero no tiene humanidad. ¡¿O acaso os olvidáis de que como medida populista lo primero que hizo cuando asumió el poder fue ordenar ejecutar a Empson y a Dudley, los odiados ministros del anterior rey?! Y también mandó matar a su pobre primo Edmund de la Pole. Siempre los abogados o los jueces fundamentan con leyes las barbaridades que comete porque le tienen pánico, pero lo escucharon decir que unas cuantas y oportunas ejecuciones aterraban a los súbditos y los mantenían en el redil... ¡Y cómo disfruta con las peleas de toros, de osos, de gallos y de canes! El otro día se reía a carcajadas de un perrillo que intentaba escapar de uno mucho más grande. No se conmovió y permitió que el otro lo asesinase de una simple dentellada. ¡¿Y con ese ser salvaje y al que le gusta ejercer a diario su barbarie pretendéis que pierda mi inocencia?!
—Un rey es un rey y tiene derecho divino a gobernar y a hacer su santa voluntad. —Lady Margaret movió la mano con desprecio—. Aunque sea un advenedizo Tudor.
—¿Pero acaso no recordáis cómo se comportó con Bessie Blount, su amante durante cuatro años? —Lady Sophie apeló a su padre con lágrimas en los ojos—. Cuando la dejó preñada la echó de la corte y la envió a un priorato para que la controlaran. Y lo peor de todo: al nacer le arrebató al niño de entre los brazos y se lo entregó a unos extraños para que lo criaran como bastardo real. ¡¿Cómo pretendéis emparejarme con ese ogro!? Me horroriza pensar que pueda yacer conmigo y que me embarace... Y vos, abuela, me decepcionáis. ¿Por qué aprobáis mi humillación y mi caída en el abismo?
—¡Por el tocado de la emperatriz Matilde, prima, no debéis aceptar! ¡¿Cómo osáis empujarla a arruinarse la vida?! —la apoyó Jane—. ¡Nos iremos a vivir a España, a Francia, al Nuevo Mundo o donde haga falta para alejarnos de vosotros! ¡No digáis que sí, querida Sophie! ¡Teníais razón al querer que diésemos media vuelta! ¡Debí haceros caso en lugar de minimizar vuestros temores!
—Jane, calmaos. Yo no apruebo nada en absoluto —pronunció lady Cecily conmovida—, pero creo que no hay escapatoria. La magia ha hablado y el futuro está escrito.
Al apreciar que Sophie lloraba, su tía Mary Deveraux —también hermana del marqués— intervino:
—Querida sobrina, comprended que ninguno de nosotros desea emparejaros con Su Majestad por simple ambición. La magia nos indica con rotundidad que vuestro camino vital pasa por convertiros en la amante del rey Enrique... Y no debemos cerrar los ojos ante esta realidad. Ya comprobasteis cómo están de alborotados los fantasmas de Chillingham, han convocado un conciliábulo esta madrugada para debatir sobre vos. Y lo mismo ocurre con nuestros poderes, se centran también en vuestro destino. —Pretendió tranquilizarla, pero no funcionaba—. Todas las señales indican en la misma dirección: debéis acercaros a nuestro monarca. Los príncipes asesinados en la Torre de Londres me advirtieron de que al lado de Enrique encontraríais vuestro futuro.
—¿Y por qué debería guiarme por lo que digan dos adolescentes? —se resistió la joven, el cuerpo le temblaba por el asco contenido—. ¡Quizá solo mienten!
—¡Bien dicho! —Jane observó uno por uno a los Grey y estos, avergonzados, desviaron las miradas como si constituyesen una mente colectiva.
—Porque esos adolescentes, Eduardo V y Ricardo, son familia nuestra y del rey Enrique —prosiguió la tía con dulce entonación—. Tienen la sangre de vuestra bisabuela Elizabeth Woodville.
—¡Media Inglaterra es familia de ellos! —Sophie se sentía atrapada en una jaula de oro—. ¡Nunca hubo un rey tan promiscuo como Eduardo IV, el padre de ambos!
Mary Deveraux se levantó; acto seguido le acarició el rostro e inquirió:
—¿Creeríais la predicción si la emperatriz Matilde y la reina Elizabeth Woodville os lo dicen ellas mismas? —El tono de voz era cariñoso y compasivo.
—Sí, si ellas me lo comunican sí que me lo creería. —Lady Sophie emitió un suspiro resignado—. Y si ambas me piden ese sacrificio no me negaré a llevarlo a cabo.
Mary se descalzó y luego avanzó por los bordes de la estancia. Frotaba los pies contra los frescos juncos que servían de alfombra. Estos despedían un penetrante y mineral aroma que les recordaba la frialdad y la calidez de los bosques de robles donde —en los solsticios de invierno y de verano— se reunían los brujos Grey. Acariciaba las porosas paredes de piedra irregular, que habían sido testigos de innumerables acontecimientos. Cuando terminó se situó en el centro. Cerró los ojos y respiró pausada.
Sacó la varita mágica de madera de roble de la manga y con voz dulce inició el milenario conjuro:
—¡Yo te invoco, emperatriz Matilde!
La primera de nuestros ancestros
y la más fuerte,
pues todos los poderes juntos vos reuníais.
¡Yo te invoco, Elizabeth Woodville!
Reina que conquistó a Eduardo IV con su magia.
¡Espíritu de las profundidades!
¡Abrid la puerta y dejadlas entrar!
Arrastraos por los pantanos y subid.
Venid a nosotros y ayudad
a nuestra querida Sophie a decidir.
Lady Mary caminó hasta un extremo del salón. La tierra tembló como si fuese el Apocalipsis. Justo en el medio el suelo se partió y se abrió en dos mitades... Y un par de damas con tocados dorados y frentes despejadas saltaron desde el interior. Tenían también en común las pieles sonrosadas, los labios rojos, los cabellos rubios, las miradas azules y sabias, el meloso perfume de las hiedras. Los vestidos eran de color púrpura y de cuellos cuadrados como estaban de moda en el medioevo.
Caminaron hacia Sophie lentas, pero sin pausa. Elizabeth la cogió de la mano izquierda y la emperatriz Matilde de la derecha.
—Os ayudaremos, joven bruja, a que avistéis lo ineludible —pronunciaron a coro con voces tan musicales como las notas de un laúd—. Y sabemos que luego de ver vuestro destino no lo eludiréis, tal como habéis prometido.
Su difunto abuelo Thomas se materializó cerca de ellas para refrendarlas. La muchacha pensó con ironía que sus familiares muertos parecían vivos, pues se entrometían en todo. Pero enseguida la mente se le quedó en blanco porque la arrasó la visión más vívida que había tenido.
Un vaho formado por millones de gotas con sabor a anís, a romero y a orégano le entró sin piedad por la boca y la apartó del presente. El aroma a rosas la invadió y la piel se le puso de gallina para anunciar peligro. Se vio a sí misma en una fiesta mientras —resignada— coqueteaba con el rey Enrique rodeada de los principales aristócratas... Y luego apreció cómo el soberano la analizaba con mirada apasionada desde el lecho. Así, comprendió que habían escrito su futuro en el Cielo o en el Infierno.
Por suerte se escucharon golpes y gritos infantiles desde la zona de recreo de los niños y el alboroto la trajo de regreso.
—¡Qué vergüenza! ¡Enseñad a los pequeños a comportarse! —les recriminó, enfadada, la emperatriz Matilde—. Aún quedaba media hora de visión. Sé, Sophie, que os parece un plan descabellado, pero los incentivos que encontraréis a largo plazo y de los que nada debo decir son atrayentes en extremo. —Y las soberanas muertas caminaron hasta el pozo, saltaron dentro y el suelo del salón se recompuso a su estado anterior.
Lord Thomas salió. Y regresó pocos minutos después acompañado de los responsables del jaleo.
—Katherine ha usado la magia contra su hermana Anne. Ha movido una silla y se la ha tirado encima —el marqués acusó a su hija—. Y sus hermanos Elizabeth y Henry no han intervenido. Ni tampoco los primos. El castigo de Katherine consiste en que deberá leer cien veces las reglas en voz alta. Y los demás la escucharán por no haber interrumpido la pelea y reírse.
La pequeña de ocho años se paró —resignada y sin protestar— frente al pergamino amarronado que coronaba la habitación.
En él decía:
Mientras su hermana Katherine recitaba una y otra vez en voz muy alta las reglas, Sophie pensó que su castigo era mucho peor. La condenaban a acercarse de un modo íntimo a Enrique VIII, un rey abominable. Era un plan que le podía costar la vida porque ese ser perverso creía ver la traición reflejada en cada palabra y en cada acción de sus súbditos.
[*] Era una especie de tenis que se jugaba con las manos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top