19. VAGABUNDOS POR NECESIDAD.
Vagabundos por necesidad eran los estudiantes y los eruditos porque los grados universitarios se conseguían por partes tras haber residido en distintas universidades. Había un plan de estudios idóneo para cada individuo, que se basaba en los libros de los grandes maestros y en la enseñanza oral acerca de ellos. Pero este plan no se podía seguir si te trasladabas de un aula a otra, sino de un país a otro.
El estudio del latín, del griego y del hebreo había producido un tipo de sabiduría nuevo y revolucionario —secular al mismo tiempo que cristiano— y para participar de él los estudiantes debían ir de una fuente a otra.
Motivo de viaje lo constituía también la necesidad de entrevistarse con los colegas, de sacar partido de un editor entusiasta o de establecerse durante un tiempo bajo el ala de algún protector magnánimo.
Decía Thomas More respecto al incansable errar de su amigo Erasmo de Róterdam:
«Erasmo desafía los mares tormentosos, los cielos enfurecidos y la mortificación de los viajes por tierra, y atraviesa cansado por los viajes las densas selvas y los bosques salvajes, cumbres escarpadas y pasos montañosos, caminos acosados por los bandidos (...) azotados por los vientos y ensuciados por el lodo».
Pasaba por estas penalidades con la finalidad de aprender y de enseñar porque «al igual que el sol esparce sus rayos, del mismo modo, donde quiera que está, Erasmo esparce sus maravillosos dones».
Retrato de Erasmo de Róterdam (1523) por Hans Holbein el Joven.
La cultura renacentista significó un cambio radical. Esta época, si la comparamos con las anteriores mucho más estáticas, se caracterizaba por una velocidad desconocida hasta entonces y por la internalización de las formas. O, mejor dicho, por la exposición sin precedentes de las formas nacionales o de las locales al desafío de las influencias exteriores.
En Francia, por ejemplo, se incorporaron equipos enteros de artífices italianos, que venían a añadirse a Leonardo da Vinci y a los arquitectos Francesco Laurana, Fra Giocondo, Giuliano da San Gallo y Doménico da Cortona.
A los músicos los caracterizaba una movilidad similar. Al igual que los ejércitos, las mejores orquestas eran las que se componían por especialistas de varias naciones. Por ejemplo, Francisco I contrató desde comienzos de su reinado cornetines y trombones procedentes de Italia.
Mientras que las corrientes de intérpretes partían del sur hacia el norte —y provocaban con ello una importación de las modas musicales— las de compositores y de profesores, en cambio, iban del norte hacia el sur. Por ejemplo, Enrique VIII bailó su primera mascarada italiana en 1513 y el organista veneciano Dionisio Memmo se trasladó de San Marcos a Londres en 1516.
Esta costumbre de viajar, así como la práctica establecida por los reyes de llevarse a los músicos con ellos y de prestarse ejecutantes unos a otros, son un claro indicio de que Europa aprendía a hablar un lenguaje musical común.
El soldado mercenario representaba una antigua profesión a la que el cambio de las condiciones había dado un nuevo aspecto. Por este motivo causó una nueva impresión en la opinión contemporánea y adquirió un concepto más ceremonioso acerca de su separación del resto de la sociedad.
Las guerras las hacían aún en su mayoría soldados temporales que se reclutaban para una campaña específica y que luego retornaban a sus ocupaciones habituales en tiempos de paz. Los hombres de distinción y unos pocos burgueses luchaban a caballo, los campesinos y los ciudadanos pobres a pie. El punto central radicaba en que los costes del mantenimiento de un ejército permanente eran demasiado elevados y no permitían que se prescindiese de las levas por completo. No obstante, sus desventajas se hacían cada vez más evidentes. Los campesinos mostraban siempre gran renuencia a alejarse de sus cosechas durante mucho tiempo y lo mismo les ocurría a los comerciantes con sus tiendas.
La caballería pesada —que por tradición se componía con miembros de la nobleza— no podía por sí sola vencer a los piqueros. Los ejércitos precisaban ahora un equilibrio más cuidadoso del que hasta entonces podía conseguir cualquier país: debían tener caballería ligera y pesada, piqueros y alabarderos, arqueros y arcabuceros.
Más adelante también se requirió un nivel de capacitación más elevado que el que podía proporcionar el soldado temporal en época de crisis. Para las tareas de guarnición, además, así como para las guardias permanentes personales —por ejemplo, la guardia escocesa de los reyes de Francia—, para el mantenimiento de los sitios y la ocupación de territorios conquistados, el soldado profesional —que podía servir en cualquier momento e ir a cualquier parte— proporcionaba la necesaria continuidad. Y su experiencia endurecería a los cuerpos de tropas poco preparados, a los que se añadían sus compañías en el campo de batalla.
Los mercenarios eran de diverso origen social. La caballería incluía no solamente caballeros y gentes de noble nacimiento, sino también hombres cuyos servicios se habían premiado con el regalo de un caballo y de una armadura. La infantería cubría toda la gama, desde caballeros que ya no pensaban que luchar a pie fuera indecoroso para un hombre de distinción, hasta exiliados, criminales huidos, mercaderes arruinados y comerciantes descontentos.
El lugar acordado al mercenario en el imaginario popular no estaba determinado tanto por su origen social o por la capacidad para luchar, sino por el temperamento, por la conducta y por el aspecto. Eran aventureros errantes sin lealtad a nadie, salvo para el capitán del momento. Capaces de matar por dinero y de despilfarrar las ganancias que conseguían en bebidas, en prostitutas y en juegos. Los imaginaban con galas andrajosas, blasfemos y despreocupados de la familia. Estos eran los términos según los cuales los mercenarios se convirtieron en unos espantajos que los predicadores y los moralistas podían agitar. Lo representaban con banderas flameantes y una vaina sobresaliente —no sin cierta envidia mal encubierta— eructando y acuchillando por encima de cualquier costumbre decente, mientras violaban todas las leyes excepto la de la demanda y de la oferta.
La antipatía social tenía una cuádruple base. En primer lugar la determinaba el miedo a las pérdidas y a los daños. Y a que al igual que los abogados, aunque eran necesarios, podían utilizar la confianza que se ponía en ellos para sus propios fines. En segundo término, se los desaprobaba porque se lucraban con la muerte y la moral no les importaba. En tercer lugar, porque se producía la inasimilación de los mercenarios en la sociedad constituida de acuerdo a las leyes, pues muchos solían ser extranjeros. Por último, el odio latente hacia aquellos cuya posición moral era desconocida: no solo carecían de casillero en la jerarquía social, sino que espiritualmente eran extraños.
Sin embargo, los mercenarios eran los únicos que hacían huelgas con un éxito completo. Solo ellos presentaban reivindicaciones que afectaban tanto a las vidas como a las formas de vivir.
Guardia Real Escocesa del Rey Francisco I de Francia.
Si deseas saber más puedes leer:
📚Historia de Europa. La Europa del Renacimiento. 1480-1520, de J. R. Hale. Siglo XXI de España Editores, S.A, 2012, Madrid.
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