Capítulo 9

Tras vaguear un rato en su cama, Violeen cogió el diario bidireccional y le refirió a Dumbledore lo averiguado la velada anterior. Nunca sabía qué podía ser útil y qué no, así que se lo resumía y le ampliaba lo que le pedía.

<¿Y Bellatrix? —escribió Dumbledore cuando todo lo demás quedó claro.

Violeen dudó qué responder. Tuvo claro que no le iba a contar lo que sucedió al final; aunque no fuese nada, para ella sí que lo fue.

>Sigue sin confiar en mí —escribió finalmente.

Dumbledore lo dio por bueno y respondió que buscarían la manera de acelerar el asunto. Se despidieron y Violeen volvió a la cama.

Se preguntó cuándo volvería a ver a Bellatrix. Tras su enfado y renuncia a los entrenamientos, solo se habían visto la mañana en que corrieron juntas y luego en la fiesta. Y Bellatrix no pareció muy satisfecha en ninguno de los dos encuentros.

A Violeen le intrigaba esa mujer. Ella siempre se había mantenido al margen del mundo, rodeada de gente buena y pacífica y nunca había conocido a nadie como Bellatrix. ¿Cómo se podía llegar a ser tan cruel? ¿Qué placer encontraba en ello? Le resultaba un misterio y una locura que alguien eligiera degradar así su alma.

Tres semanas después cometió el error, una vez más, de pensar que había logrado alejarse del lado oscuro. Una tarde, al anochecer, alguien llamó a su puerta y supo que se equivocaba. Decidió no abrir. Se quedó inmóvil confiando en que pensasen que no estaba en casa.

—Sé que estás ahí.

A Violeen no le sorprendió escuchar la voz de Bellatrix, pero sí la frustró. No había manera de librarse de esa mujer...

—Abre.

La chica se preguntó si podría superar sus conjuros de protección. Probablemente sí, no eran muy potentes... Le llevaría pocos minutos.

—O abres o la casa arderá contigo.

Con resignación, Violeen abrió la puerta. Para su no-sorpresa, ahí estaba la mortífaga, con un vestido espectacular como siempre, su cabello azabache revuelto por el viento y unos ojos brillantes y oscuros en los que danzaba la locura. Entró a su salón sin esperar invitación.

—¿Qué tal estás? ¿Cómo han ido estas semanas? —inquirió Bellatrix con falsa amabilidad.

—¿Para qué pregunta si no le interesa?

—Se llama educación. Es lo que tenemos las personas de clase alta, aunque entiendo que a ti te resulte ajeno.

—Ha amenazado con incendiar mi casa.

—Nada que ver —le quitó importancia la bruja—. Aunque de nuevo denota tu mala educación por no querer abrirme.

—Cada vez que viene me trae un problema nuevo.

—Te traigo alegría y emociones —la corrigió Bellatrix acomodándose en el sofá—. Vístete, tengo un plan para esta tarde.

—¿Qué plan? —inquirió la chica con desconfianza.

—¡Tu primera misión! —exclamó la mortífaga con falsa alegría—. Vamos a ir a un pueblo muggle a sembrar el caos, siempre disfruto con eso.

—No pienso hacer daño a inocentes —aseguró Violeen al punto.

Bellatrix le dirigió una mirada reprobatoria. Después se quedó mirándola por primera vez.

—¿Qué llevas puesto?

Violeen se miró.

—Una sudadera. Es una prenda muy cómoda que permite no llevar nada debajo, me vienen muy bien para estar por casa. Esta me la regalaron por una donación que hice a una organización de apoyo a la naturaleza.

—Ah... —murmuró Bellatrix.

En su gesto Violeen distinguió desagrado... aunque también otras emociones que no supo identificar.

—En fin, vístete y nos vamos —suspiró la mortífaga al final.

—Ya le he dicho que...

—No tienes que matar a nadie —atajó la bruja—. En el pueblo en cuestión se esconden unos magos que nos traicionaron y como consecuencia los aurores atraparon a varios de los nuestros. Solo queremos darles un aviso, que sepan que conocemos su escondite y traicionarnos no sale gratis. Con que lances un par de maleficios e incendies una casa bastará.

La primera reacción de Violeen fue responder que no pensaba incendiar nada, pero se contuvo. Sospechó que se trataba de algún tipo de prueba para testar su lealtad o sus capacidades. Dudó unos segundos más, pero sabiendo que Bellatrix no aceptaba un no por respuesta, asintió y entró a su dormitorio.

En esa ocasión cerró la puerta. Cogió su diario bidireccional con rapidez y escribió: Voy a ataque con Bellatrix. Rastréame. Lo escondió y mientras se vestía, extrajo de un cajón el colgante de un fénix de oro que le regaló Dumbledore. Contaba con un hechizo que el mago podía rastrear, por si alguna vez Violeen necesitaba ayuda. Lo ocultó bajo la camiseta y salió. Confió en que nadie comprobase en esa ocasión si llevaba algún tipo de artefacto protector. Era un riesgo, pero había vidas en juego (pese a las palabras de Bellatrix, estaba segura de ello).

—Venga, venga, ¡no quiero llegar tarde! —apremió la mortífaga.

Estaba de pie, Violeen sospechó que habría cotilleado su salón. Daba igual, no tenía nada interesante.

Salieron de casa y Bellatrix las apareció a las dos. Surgieron a las afueras de un pueblo antiguo, con casas de piedra desgastada y rodeado de malas hierbas. Ya era de noche y apenas había un par de farolas iluminando el acceso principal. Violeen siguió a la bruja hacia un lateral, donde la vegetación se espesaba. Ahí esperaban media docena de mortífagos con capuchas y otros tantos jóvenes entre nerviosos y temblorosos. Bellatrix se acercó a hablar con sus compañeros y su discípula se quedó a un lado contemplando el paisaje.

—Violeen...

Era uno de los jóvenes reclutas. A la chica le costó reconocerlo, su rostro lucía ahora algo enfermizo, su aspecto era más descuidado y su expresión calmada había tornado en una de constante malestar.

—¿Milo?

El chico asintió. No lo había visto desde la tarde en que le salvó la vida en el Foro, ni siquiera volvió a pensar en él. Bellatrix la distraía demasiado...

—¿Cómo estás? —le preguntó Violeen por romper el silencio, la respuesta estaba claro que no era positiva.

El chico dudó, pero al final confesó en susurros que lo estaba pasando muy mal. Desde que su debut en el Foro se convirtió en un duelo a muerte del que creyó que no saldría, perdió todas sus ganas de unirse a Voldemort. Decidió que no sería esa la vía por la que reestablecería el buen nombre de su familia: estudiaría para ser abogado del Wizengamot o campeón de la liga de duelo o lo que fuese, pero legal. Su familia no estuvo de acuerdo. Le insistieron en que ya había empezado, estaba cerca de recibir la marca y no podía rendirse ahora. Y pese a que intentó escabullirse, los mortífagos le reclutaron de nuevo. Y ahí estaba, en un ataque del que solo deseaba huir.

—No se puede... Lo vigilan todo... —aseguró con terror.

Violeen supo que se lo contaba porque necesitaba desahogarse y ya no confiaba en nadie. También como agradecimiento porque le salvó la vida, pero el miedo le impedía verbalizar eso. O quizá prefería no recordar aquel evento nefasto.

—Tú, aléjate de ella —espetó Bellatrix girándose repentinamente hacia ellos.

Milo obedeció al momento, temblando de horror con la sola mirada de la mortífaga. Violeen volvió a quedarse sola mientras se preguntaba si Dumbledore llegaría a tiempo.

—Vamos.

La orden de Rodolphus Lestrange la sacó de sus pensamientos. El grupo —con los mortífagos a la cabeza— abandonó la zona resguardada y entró en el pueblo. Lucius señaló las casas en las que vivían los traidores y empezaron a atacar.

—¡Incendio! —empezó Bellatrix.

¡Reducto! —se sumó Rabastan.

¡Bombarda! —terció Avery.

Con más nervios que acierto, sus discípulos los siguieron. Unos deseaban probar su valía y otros simplemente no morir. Violeen los miró a todos con horror, preguntándose qué obtenían con eso, qué placer había en ver edificios derrumbarse, cómo podían disfrutar de la sordera y casi mareo que producía el sonido de las explosiones, cuándo alguien decidía que olor a carne quemada resultaba agradable. Sintió más desazón que miedo.

Cuando Bellatrix le lanzó una mirada de advertencia, Violeen hizo saltar por los aires una casa de aperos que parecía abandonada (la chica confió en que lo estuviera). Se preguntó si Voldemort estaría observando, quizá oculto entre las sombras. Esa idea sí que le dio escalofríos.

—Yo diría que ya está, ¿no? —gritó Lucius con rapidez cuando los primeros vecinos empezaron a salir a la calle.

Habían sido menos de cinco minutos, pero bien aprovechados.

—No tan rápido, capitán de los cobardes —contestó una voz burlona.

Lucius Malfoy recibió el hechizo aturdidor incluso antes de ver a Sirius Black. Lo mismo les pasó a sus compañeros con Ojoloco Moody, Remus Lupin y Nymphadora Tonks. Volaban con escobas y estar en el aire les otorgaba ventaja.

La ventaja duró hasta que medio minuto después, Bellatrix derribó a Lupin que cayó a toda velocidad. Tonks lo protegió ejecutando un hechizo ralentizador en el último segundo. Pero al momento todos desmontaron y el duelo tomó tierra.

Los conjuros y maleficios volaban en haces de colores de un lado a otro. Si bien los mortífagos estaban en superioridad numérica, los miembros de la Orden eran muy buenos. Y los nuevos reclutas no contaban: quedó claro que a la hora de un duelo real, no estaban preparados. El que para todos resultaba más prometedor, Marcus Flint, le duró a Sirius unos quince segundos.

—Sois todos igual de capaces, ¿eh? —se burló Sirius.

Lucius y Bellatrix respondieron con rabia, pero a Sirius le apoyó Ojoloco y la cosa se igualó.

Violeen, en un lateral, no había intervenido. Ella le dejó claro a Bellatrix que no quería hacer daño a nadie. Y ahora sí que no lo entendía. Unos gritaban de dolor, otros sangraban, alguno se arrastraba... ¿Qué sentido tenía eso? ¿Qué causa podía merecer que se peleasen como bestias? Ninguna, si le preguntaban a ella.

—¡Bellatrix! —llamaron a coro los hermanos Lestrange.

Les estaba costando defenderse de Lupin y Tonks, mejores magos que ellos. De mala gana la mortífaga corrió hacia ellos dejando a Lucius con Sirius, pues ella ya había dejado a Ojoloco fuera de combate. Sin su prima molestando, el animago inmovilizó a Lucius en cuestión de segundos.

Entonces Violeen decidió intervenir. Le lanzó a Sirius un maleficio que, pese a ser lento, él esquivó de milagro. Al momento el mago alzó la varita hacia ella y dudó tan solo un segundo.

—¡Flipendo!

Violeen lo esquivó y así intercambiaron conjuros alejándose del escenario principal. Amparados tras las ruinas de un edificio, Sirius la miró a los ojos y le preguntó si estaba bien. Ella asintió, pero Sirius vio el desconcierto y la angustia.

—El mundo es así, por desgracia. La naturaleza humana también es esto... quizá es esto más que ninguna otra cosa —le explicó Sirius sabiendo que Violeen, por la forma en que se crio, no le veía sentido a la situación.

Ella le miró sin decir nada.

—Has hecho muy bien en avisarnos, lo estás haciendo bien —continuó Sirius con rapidez—. No me extraña que estén interesados en ti, tu nivel es muy superior al de esos chicos... y también al de varios de los mortífagos.

—Hay uno de ellos —recordó repentinamente Violeen—, Milo. Sácalo de aquí, si lo ayudáis y protegéis se unirá a vosotros. Es buen mago, sobre todo cuando no le amenaza nadie.

—Por supuesto. ¿Cuál de...?

Sirius se interrumpió ahí. Violeen iba a responder, pero el mago le tapó la boca con una mano y le sujetó ambas muñecas con la otra, pegándola a su cuerpo. La joven no comprendió el movimiento, ella no sabía que el oído canino de Sirius era superior al suyo.

—¡Suéltala, basura infecta!

—Esa no es forma de saludar a la familia, primita —respondió Sirius burlón.

—¡Tú no eres familia ni lo has sido nunca! —rebatió Bellatrix arrojándole un maleficio.

Sirius lo repelió mientras con la otra mano seguía apresando a Violeen. La chica se revolvió intentando liberarse, pero comprobó que ese hombre tenía mucha fuerza. Y mientras intercambiaban hechizos, comprendió también que los dos primos se parecían mucho. No solo en el físico y el atractivo casi magnético, también en la forma de luchar, de insultarse y burlarse. Tampoco lo entendió. Si ella tuviese a alguien así, que pudiese pasar por su hermano, jamás intentaría matarlo.

Cuando se cansó de aquello decidió liberarse. Pero no tenía claro cómo, porque si desarmaba o aturdía a Sirius, Bellatrix aprovecharía para matarlo. Ejecutó un movimiento brusco y consiguió separarse lo justo para poder mover sus manos. Sirius salió disparado unos metros hacia atrás, con su varita y lejos del alcance de la mortífaga.

—Vete de aquí —le ordenó Bellatrix a Violeen.

La chica se alejó corriendo, pero no se apareció. Pronto vio que los Black retomaban el duelo. Bellatrix atacaba y Sirius se defendía. Entre conjuros y contramaleficios, volvieron junto al resto. Entonces Violeen notó algo extraño.

—¿Pero eso no estaba...? —empezó a preguntar Milo, que había corrido a refugiarse junto a ella.

El edificio que ardía ya no ardía, los gritos de las víctimas se habían sofocado e incluso la sensación de peligro que latía en su pecho había disminuido. Se giró y comprobó que la gente del pueblo había vuelto a sus casas, ya no había testigos. Violeen buscó la causa y el grito de Rodolphus la ayudó a encontrarla:

—¡Dumbledore!

El director había primado proteger a los muggles, pero una vez hubo asegurado el terreno, se hizo cargo de la batalla. Reanimó con un conjuro a Ojoloco y a Remus y empezó a dar órdenes:

—¡Nymphadora, saca a Remus de aquí! ¡Alastor, alerta al cuerpo de aurores! ¡Sirius, atiende a quien haga falta y evacúalos!

Obedecieron con fe ciega mientras los mortífagos trataban de sortear los conjuros de Dumbledore y huir. Solo Sirius decidió terminar antes su tarea pendiente. Aprovechó que Bellatrix se estaba defendiendo del director para arrojarle un conjuro inmovilizador. Bellatrix vio el movimiento y supo que no iba a poder esquivarlo. Violeen también lo vio.

—Sé inteligente —susurró Violeen a un muy tembloroso Milo.

Con un gesto de la mano de Violeen, el chico se interpuso en la trayectoria del conjuro e impactó contra Sirius, que por suerte tenía fuerza y lo supo frenar. Violeen lo miró y tras superar el desconcierto Sirius comprendió que se trataba del joven recluta al que debía ayudar. Pese a sus ansias de venganza, su honor le hizo optar por salvar al chico y posponer la captura de Bellatrix. Así que lo agarró y desapareció con él.

—¡Matadlo!

A Violeen le heló la sangre escuchar a Bellatrix ordenar que mataran al único amigo que le quedaba de su pasado. Dumbledore solo sonrió. Se defendió de los mortífagos titulares y novatos sin el más mínimo esfuerzo. Inmovilizó a unos cuantos y aturdió a otros; el gran Albus Dumbledore ni siquiera se estaba esforzando mucho.

—¡Albus! —gritó entonces Ojoloco— ¡En ese edificio todavía queda gente!

Todos miraron hacia el edificio en cuestión. Ya no estaba en llamas, pero el humo negro resultaba igual de tóxico para los muggles. Y la prioridad de la Orden era salvarlos.

Varios de los mortífagos más jóvenes aprovecharon el momento para aparecerse y huir. Dumbledore lo permitió, no así Bellatrix.

—¡Pero qué hacéis, cobardes!

A Violeen le llamó la atención que se enfadara por el abandono: a ella le había ordenado que se marchase varios minutos antes.

—Me temo que estás sola, querida... y no solo ahora, ¿verdad? —preguntó Dumbledore con tono casi compasivo.

La respuesta furibunda de Bellatrix fue un maleficio que Dumbledore le devolvió. La mortífaga no tuvo tiempo para desviarlo y notó al momento como la sangre empezaba a brotar en su abdomen. Casi sintió rabia al ver que Dumbledore la daba por muerta, puesto que se alejó a ayudar a Ojoloco con los muggles. Violeen conocía a Dumbledore desde que era niña y comprendió lo que esperaba de ella.

Corrió hacia Bellatrix y viendo que estaba a punto de desmayarse la sujetó y la ayudó a sentarse en el suelo. Con un par de gestos de la mano de Violeen, las sogas que inmovilizaban a Lucius y a los Lestrange se desintegraron. Los tres mortífagos se levantaron al momento con enorme alivio. Ninguno de ellos era un gran activo, poco importaba que estuviesen libres o no, caviló la chica.

—¡Señor Malfoy! —lo llamó Violeen—. ¡Necesitamos...!

No terminó porque el rubio ya había desaparecido.

—¡Rodolphus! ¡Bellatrix está mal, yo no sé qué hacer! —pidió a gritos—. ¡Llamad a Voldemort!

Los Lestrange apenas le dirigieron una mirada antes de seguir el ejemplo de Lucius y largarse.

«Lo llego a saber y los dejo atados» pensó Violeen furiosa. Miró a su alrededor con desesperación en busca de ayuda, pero eran las únicas que quedaban ahí. Se vio con una asesina desangrándose entre sus brazos, en un estado de desesperación que hacía tiempo que no sentía.

—Llámalo tú —le pidió Violeen a Bellatrix levantándole la manga del vestido para que invocara a su maestro.

—No vendrá...

—¡Claro que sí! ¡Tiene que ayudarte! ¡Llámalo! —insistió Violeen.

—No vendrá por mí —susurró Bellatrix con un gemido de dolor pues la sangre no paraba de brotar.

Violeen comprendió que solo ella podía hacerse cargo. Dudó, pero ya estaba metida hasta el fondo. Solo quedaba tirar hacia adelante.

—Voy a aparecernos. Agárrate bien o te despartirás.

Bellatrix trató de obedecer sin soltar su varita. Violeen pegó su cuerpo al de ella, se concentró y las apareció. 

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