Capítulo 2
A las ocho de la tarde Dumbledore se apareció en la casa de Sirius. Era octubre y había anochecido, algunas personas volvían del trabajo pero la mayoría estaban ya recogidos en sus casas. Sirius se agarró del brazo del director y se aparecieron.
—¿Seguimos en Londres? —preguntó Sirius mirando a su alrededor desconcertado.
Habían surgido a orillas de un río, en una ligera pendiente alfombrada de mullida hierba y poblada por árboles espesos y vegetación salvaje. No había iluminación artificial, apenas llegaba la luz de una farola lejana. A lo lejos se oían las cacofonías de la ciudad ahogadas por el murmullo del río.
—A las afueras —respondió Dumbledore sin dar más datos. Sirius respetó que quisiera proteger la privacidad de quienquiera que fuese—. Es aquí.
Sirius se giró y distinguió en la parte alta de la ribera una casa de piedra casi oculta entre los árboles. No era un mal lugar para vivir... aunque sí algo extraño y solitario. Se acercaron y Dumbledore llamó a la puerta. Tardó bastante en abrirse y lo hizo muy poco a poco.
—Albus... —comentó sorprendida una voz femenina.
—Mi querida Violeen... Lamento no haber avisado antes, pero sabes que atravesamos tiempos difíciles. Este es mi amigo Sirius, también miembro de la Orden. ¿Podemos pasar?
La chica asintió y entraron a un pequeño salón. Lo primero que sorprendió a Sirius fue el olor: hierba, jazmín, bosque tropical... Olía más a naturaleza dentro de casa que fuera. El aroma era agradable y la decoración también, con pocos muebles de madera rústica, una alfombra de pelo, un sofá y cojines en el suelo. La chimenea estaba encendida y en la mesita junto a ella descansaba un libro que la joven había estado leyendo. Ella se sentó en un cojín sobre la alfombra y los dos magos ocuparon en el sofá.
—¿Prefieres...? —empezó Sirius creyendo que les estaba dejando los mejores asientos.
—Prefiero el suelo —respondió ella.
Sirius asintió y volvió a sentarse. Ya acomodados, pudo contemplarla mejor.
La chica tenía veintiocho años, dos menos que él, pero por su aspecto nadie se los daría. Sus pupilas eran tan azules que parecían violetas y reflejaban cierta desconfianza, más hacia el mundo que hacia sus visitantes. En su cabello castaño destacaban mechas moradas y su piel tenía la palidez del que no acostumbra a exponerse al sol. Bajo la camiseta ancha que llevaba se intuía que estaba delgada, con músculos tonificados fruto de algún tipo de ejercicio físico. No era alta ni baja, pero había algo atractivo en ella. Y también inquietante.
—Lo primero de todo, las presentaciones: este es Sirius Black, miembro de la Orden desde su fundación y uno de los magos más brillantes de su generación. Ella es Violeen Spettrovolare, una vieja amiga a la que di clases particulares en otro tiempo.
—Un placer, Violeen. Tienes un nombre peculiar.
—Tú te llamas Sirius —replicó ella. Fuera de la familia Black, ese nombre también sonaba extraño.
Al mago le sorprendió el tono y la frialdad y la chica se dio cuenta. Se disculpó por su falta de tacto y comentó:
—No me relaciono mucho, he perdido la costumbre de tratar con gente —aclaró Violeen—. Mis padres eran hippies, de ahí mi nombre peculiar.
—Ambas cosas nos vendrán bien —comentó Dumbledore—. Tu carácter y tu pasado casi irrastreable.
—¿Para qué? —preguntó la chica recelosa.
No quería preámbulos y Dumbledore los evitó. Le explicó la situación y los problemas que estaban teniendo sin ahorrar detalles. A Sirius le llamó la atención que por las preguntas que hacía, no parecía nada informada sobre la guerra. Aun así escuchó con atención.
—Entonces quieres que yo me infiltre entre esa gente —resumió ella.
El director no lo había expresado así, solo había hablado de la necesidad de más información... pero Violeen captaba las cosas rápido.
—No creo que nadie más pudiera hacerlo —reconoció Dumbledore—. Pero debo advertirte que las posibilidades de sobrevivir son... escasas.
—Eso no me preocupa. Lo que veo imposible es infiltrarme ahí: vivo aislada del mundo, no conozco a nadie, hace mucho que no me relaciono.
—Oh, esa parte no resultaría complicada. Conocemos lugares frecuentados por los partidarios de Voldemort y sus seguidores de bajo rango. Hay poco riesgo y es una forma de entrar a sus filas. Luego se trata de ir escalando.
Se hizo entonces un silencio valorativo. Dumbledore contemplaba a la chica con rostro apacible, Violeen tenía la vista perdida en el fuego de la chimenea y Sirius miraba de uno a otro sin estar seguro de cómo ayudar. Al final, la bruja rompió el silencio:
—No lo sé, Albus... Me da pereza.
—¿Perdón? —replicó Sirius.
No le cabía en la cabeza que ante una condena casi segura el problema para Violeen fuese la pereza. Al director sin embargo no le sorprendió:
—Comprensible. Tras tantos años sin acción sería un cambio notable... Pero me atreveré a vaticinar que te vendrá bien, querida. Cambiar de aires, utilizar todo tu potencial (tanto mágico como intelectual), conocer gente... Vivir en la realidad.
—Con gente te refieres a asesinos supremacistas con la inteligencia justa para pasar el día —le interrumpió la bruja.
—De todo hay, nunca se sabe —sonrió el director—. Eres muy joven, Violeen... Te quedan muchas décadas por delante y...
—Eso tampoco se sabe —le interrumpió de nuevo.
Dumbledore hizo un pequeño asentimiento concediéndole la razón y al final le sugirió un plan:
—Hay un bar en una bocacalle entre los callejones Diagon y Knocturn en el que suelen citarse partidarios de Voldemort. El riesgo es bajo, ninguno tiene la marca ni suelen pasar a la acción. Puedes ir con Sirius —comentó mientras le pasaba al aludido un pequeño frasco—, ver si te sientes cómoda en el ambiente y si serías capaz de integrarte entre esa gente.
—¿Pero a ti no te conocen? —le preguntó Violeen a Sirius.
—Desde que nací. Pero tenemos poción multijugos —aclaró Sirius mostrándole el frasco—. Tenemos bajo custodia a algunos mortífagos de baja categoría a los que nadie echa en falta. Nos vienen bien para suplantarlos cuando necesitamos infiltrarnos en algún sitio.
—En algún sitio como bares sin importancia —matizó Dumbledore—. En las guaridas de Voldemort ninguna poción servirá para engañarlos. ¿Te parece bien entonces?
Tras pensarlo un par de minutos, Violeen asintió.
—Estupendo —proclamó Dumbledore satisfecho—. Sirius se ocupa desde aquí, me temo que yo tengo más asuntos que solventar. Te dejo en la mejor compañía. Siempre es un privilegio verte, Violeen.
—Igualmente, Albus —respondió ella con amabilidad.
El director sonrió y se acercó a la puerta. Antes de salir, se giró hacia la bruja y añadió:
—Ah, querida, será preferible que consigas una varita, ocúltalo mientras puedas.
La chica no respondió porque Dumbledore ya había desaparecido.
—¿A qué se refiere? ¿Necesitas comprar una varita? —preguntó Sirius.
—No, creo que tengo alguna por aquí. Busca a ver en ese baúl mientras me cambio —respondió Violeen levantándose.
Se marchó al dormitorio y Sirius acató la orden. Entendió que esa chica vivía aislada incluso de la magia. Encontró una varita de acebo protegida en una funda de terciopelo. Se veía nueva y en perfecto estado, así que se la entregó a Violeen cuando volvió ya con ropa de salir. La chica la aseguró bajo su manga y le indicó que ya estaba lista. Sirius destapó el frasco y se bebió la poción de un trago. Se volvió más bajo, mucho menos atractivo y de rasgos más vulgares.
—Lo mejor para camuflarse —comentó con resignación—. Vamos entonces. Si en cualquier momento quieres que nos vayamos o tienes miedo o lo que sea, haz cualquier gesto y te sacaré de ahí —le indicó Sirius muy serio.
Ella asintió sin decir nada y aceptó la mano que le ofrecía. Un minuto después estaban entrando a un bar de estilo escocés cuya puerta casi se camuflaba con la pared de piedra. Había una veintena de personas repartidas entre la barra y unas mesas desperdigadas, todos sumidos en copas y conversaciones. Llevaban capas oscuras, varios con la capucha puesta y Violeen tuvo la sensación de que pese al aspecto distraído, estaban al acecho.
—¿Qué quieres tomar? —le preguntó Sirius acercándose a la barra.
—¿Tendrán vino de jengibre?
—Lo dudo.
—¿Y jugo de kombucha?
—Tengo claro que no.
—Cerveza de mantequilla entonces —se resignó Violeen.
Sirius pidió dos cervezas y se sentaron en una mesa. Eligieron una un poco separada para que nadie los escuchara pero bien iluminada para que los viesen los parroquianos.
—¿Y ahora qué? —inquirió la chica dando un sorbo a la cerveza con una mueca de desagrado.
—Ahora se trata de que te vean conmigo, con un mortífago. Es el primer paso para infiltrarte, que vean que te mueves en este ambiente. Digamos que los mortífagos obtienen beneficios si reclutan a socios y por eso vienen a estos lugares tratando de captar gente. Lo principal es que tú compruebes si te incomoda o te da miedo.
La chica asintió. No parecía asustada ni agobiada, pero tampoco se la veía contenta de estar ahí. Sirius decidió dejar la misión de lado e intentar distraerla. Su aspecto le pareció un buen punto para comenzar:
—¿Tienes algo de metamorfomaga? Tus ojos son muy inusuales y los mechones morados me recuerdan a mi sobrina que sí lo es.
—No, nada de eso —negó Violeen.
Dudó unos segundos, pero al final decidió ser sincera. Si Dumbledore confiaba en Sirius, ella también podía permitírselo:
—Mis padres llevaban un estilo de vida muy... libre y alternativo. Solían reunirse en comunidades de magos que convivían en la naturaleza y hacían actividades juntos. Una de ellas era consumir pociones alucinógenas; provocan alucinaciones agradables si se hace de forma controlada. Mi madre siguió tomando alguna durante el embarazo porque no hay estudios sobre ellas y no creyó que afectara. Resultó que puede provocar pequeñas alteraciones físicas. Por eso mis ojos son violetas y tengo mechas moradas de forma natural.
—Qué interesante, nunca había oído algo así —respondió Sirius con educación—. Suena mejor que mi familia. Ellos eran más de whisky y de planear masacres, una gente encantadora.
Violeen mostró una pequeña sonrisa compasiva. Sirius le preguntó después por su nacionalidad: su inglés no tenía ningún acento, pero su apellido sonaba italiano.
—Mi padre era italiano, mi madre francesa. Yo nací en Londres, pero vivimos en muchos sitios.
Por el tono nostálgico y la mirada ausente, Sirius sospechó que sus padres ya no vivían. No quiso preguntar, no deseaba entrometerse ni incomodarla.
—¿Hablas los tres idiomas? —le preguntó en su lugar.
Violeen asintió pero no dio amplió la información. Sirius le relató para compensar más datos de su familia y después pasó a sus amigos. El nombre de Harry lo omitió; aunque Dumbledore confiase en ella, no iba a cometer dos veces el mismo error.
—Rowle, cuánto tiempo. Te hacía muerto.
La pareja se giró al ver a un mago alto y encorvado que se dirigía a Sirius. O más bien al hombre que pensaba que era Sirius.
—He fingido estarlo —gruñó Sirius—. Un puñetero auror me pisaba los talones... pero sospecho que ya no me molestará más —terminó con una sonrisa torcida que dejó ver sus dientes amarillentos.
El mago sonrió complacido. Contempló a Violeen que le sostuvo la mirada con apatía y enseguida pidió un whisky y se sentó en la barra. Cuando estaba segura de que ya no los oía, la chica comentó admirada:
—Has reaccionado rápido.
—La costumbre —respondió Sirius—. Hemos probado de todo durante estos años para conseguir información y buscar a gente desaparecida... Aprendes a sobrevivir.
Violeen asintió sin decir nada.
—¿Qué cambiará si ganáis la guerra?
—¿Cómo que qué cambiará? —replicó Sirius desconcertado.
—A mí, a mi vida, en qué me beneficiará.
—En que... ¿podrás salir a la calle sin miedo a que te torturen o te asesinen? —contestó el mago con incredulidad.
—No me interesa mucho eso... Salgo a correr a primera hora de la mañana y el resto del día lo paso en casa leyendo, fabricando pociones o lo que sea.
Esa chica era atractiva y a Sirius no le disgustaba, aun así le resultaba extraña y no llegaba a fiarse. Decidió obviar la pregunta por lo absurdo y en su lugar inquirió:
—¿Para qué fabricas pociones si no sales de casa? No creo que para leer en tu salón necesites filtros vigorizantes, sanadores ni nada de eso.
—No, no de esas. Me gustan los filtros oníricos, como los que consumía mi madre. Los que se utilizan para programar los sueños que tú deseas, para flotar en el aire como método de relajación, para meditar y hacer viajes astrales hiperrealistas a lugares que no conoces...
—Es la primera vez que oigo hablar de ese tipo de filtros —sentenció Sirius—. Aunque ahora que lo pienso una... amiga me mencionó algo una vez, que se había comprado una poción en un mercadillo que la hacía percibir la realidad en diferentes colores, las nubes le hablaban y los árboles tenían música y no sé qué... Pensé que estaba...
—¿Loca? —completó Violeen al ver que se interrumpía—. Puede ser que también, pero eso lo hace un filtro de intensidad aumentada. Amplía mucho la percepción de quien lo toma, aunque hay que tener cuidado con la cantidad que se consume.
—Ajá... —respondió Sirius—. Y con eso te entretienes, ¿no?
—Sí. Cuesta muchos días fabricarlas, requieren concentración, hacer pruebas... es divertido.
—Ya...
Ahí Sirius ya no supo de qué hablar. Tenían poco en común. Aun así aceptó cuando Violeen le ofreció otra ronda. Observó como la chica se acercaba a la barra y charlaba con el camarero y una bruja rubia sentada en un lateral. Pese su aspecto inocente, Violeen no era simpática ni alegre y se notaba en su forma de desenvolverse; era perfecto porque los partidarios del Señor Oscuro nunca lo eran.
—¿Todo bien? —le preguntó Sirius cuando volvió a la mesa.
Ella asintió.
—Me han preguntado si era de aquí, no les sonaba. Les he dicho que soy italiana y acabo de venir por trabajo.
—Muy bien. Es importante no dar datos reales —respondió Sirius admirado de su facilidad para integrarse e inventar una historia.
Estuvieron unos minutos más, pero se levantaron cuando Sirius notó que la poción multijugos estaba próxima a desvanecerse.
—Supongo que tendrás forma de contactar con Albus e informarle... —aventuró Sirius.
Violeen asintió.
—Encantado de conocerte entonces, eres una persona muy... interesante. Cuídate mucho.
—Gracias, Sirius, lo mismo.
Se estrecharon la mano y cada uno se marchó a su hogar.
Un par de horas después Sirius le relató a Dumbledore el encuentro por la red flu. Él comentó que al día siguiente le preguntaría a Violeen por su experiencia. Estaba bastante seguro de que aceptaría la misión.
—Una cosa, Sirius: por su seguridad y para hacerlo más creíble, no le contaremos a nadie quién es nuestra nueva espía, ¿de acuerdo?
—Claro, lo entiendo. Creo que nadie se tomó la idea en serio porque parecía muy complicado, así que no preguntarán.
Ambos estaban en lo cierto: dos días después, Violeen aceptó la misión y en la Orden nadie volvió a comentar la idea del espía. Quedaron para que el director le diera indicaciones e invitó también a Sirius, que de nuevo le enseñaría lugares donde introducirse en los círculos de Voldemort. Violeen escuchó todo con atención sin decir una palabra.
—Pero yo nunca he combatido, no sé nada de duelo, lo justo para defenderme.
—Esta semana vendré todas las mañanas y daremos unas clases intensivas —decidió Dumbledore.
—Pero si nunca lo ha hecho, solo con una semana no... —empezó Sirius preocupado.
—El duelo es solo una forma más de aplicar la magia y en Violeen la magia fluye con mayor libertad que en cualquiera de nosotros. Solo necesita un par de nociones básicas y estará lista.
Sirius no se quedó nada tranquilo, pero la chica asintió, confiaba en Dumbledore; el mundo entero sabía que era el mejor. Y entonces Violeen preguntó:
—¿Debo matar?
Los dos magos la miraron en silencio.
—Si Voldemort me pone a prueba y me pide que mate o torture, ¿debo hacerlo? —quiso saber.
—Confío en tu criterio —respondió Dumbledore lentamente—. Haz lo que consideres mejor y trata de evitar ponerte en peligro.
A Sirius no le pareció buena respuesta, pero no lo contradijo. Violeen simplemente asintió procesando la información.
—¿Conservas el diario bidireccional que te regalé? —preguntó Dumbledore.
La joven asintió de nuevo.
—Escríbeme ahí si necesitas algo o tienes información, nadie más lo podrá leer y es la forma más rápida y segura de mantener el contacto.
—De acuerdo. También tengo el colgante con localizador.
—Ah no, no te arriesgues con eso por el momento. Hay maleficios que podrían detectar el hechizo rastreador.
Violeen asintió y no hubo más preguntas. Como habían pactado, Sirius la acompañó las primeras semanas (siempre caracterizado de mortífago) y le enseñó los lugares de reunión y reclutamiento que conocían. En cuanto se hizo conocida en esos círculos, la Orden se apartó para que no pudieran relacionarlos. Y así, Violeen se quedó sola y rodeada de potenciales enemigos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top