La espeluznante mirada del gato negro

A medianoche todo parecía siniestro en el bloque de pisos donde vivía. El hall de entrada parecía albergar cada noche una fiesta de fantasmas desconocidos que se detenía cuando cualquiera de los vecinos entraba y encendía la luz para continuar su regreso hasta su hogar. Y en el caso de Margarita nada cambiaba. Al entrar por la puerta saludó a sus fantasmas desconocidos y siguió su camino hacia las escaleras que conducían al primer piso. Para ella era un fastidio tener que subir todos los días hasta la cuarta planta, pues no gozaban de ascensor como para permitirse el lujo de evitar subir las escaleras.

Todas las noches sucedía lo mismo. El festín de los fantasmas. La subida por aquellas infernales escaleras que, tras una noche de fiesta, destrozaban el cuerpo a cualquiera. Aquel encontronazo con el gato de la vecina del segundo. Ese estúpido gato que ponía los pelos de punta. Su pelaje negro se confundía con la oscuridad que prevalecía en aquella planta. La lámpara que colgaba del techo llevaba ya unos meses estropeada, pero no incomodaba a los vecinos tener una planta en penumbra. Casi todos eran personas mayores que no salían de sus casas pasadas las diez de la noche, por lo que no tenían el problema de encontrarse con los siniestros ojos del gato. Margarita se preparó para el escrutinio que sufría a diario de parte del gato, al que la amable vecina había llamado "Cosquillas". Curioso nombre para un gato. Cada vez que lo veía sentía un cosquilleo en la espina dorsal seguido de un estremecimiento que recorría todo su cuerpo.

Sus miradas se cruzaron. Margarita intentó no pestañear, ni siquiera respirar, mientras los amarillentos ojos del gato la seguían rumbo a las escaleras. Pensó que lo tenía todo controlado. Pensó que el camino que siempre recorría lo tenía grabado a fuego en la mente. Pensó que no le ocurriría nada, pero se equivocaba. De espaldas a las escaleras que subían al tercer piso, dio un paso en falso y cayó sobre las escaleras. Una mancha oscura se percibía alrededor de su cabeza, pero nadie hizo nada para ayudarla. Su cuerpo se consumió poco a poco mientras en sus retinas se había quedado grabada la espeluznante mirada del gato negro.

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