Capítulo 4: Preludio de lágrimas y sangre.
Sucio y adolorido entre bolsas de basura, Kérian no podía darse el lujo de descansar plácidamente sabiendo que pronto estaría en serios aprietos. El chico, por otro lado, confiaba en que Lucy se las iba a ingeniar para llegar con más personas. Después de todo, él pudo percatarse de que la niña había logrado alertar a los vecinos y que era espabilada.
Llovía con más fuerza, el agua limpiaba el exceso de sangre en su rostro, y cuando logró ponerse en pie se alejó, adentrándose todavía más en el callejón. Quería correr, pero el efecto de cada uno de los golpes que recibió empezaba a causar estragos; entonces se limitó a trotar con una pronunciada cojera.
La puerta se abrió y cuando Phill y su amigo salieron Kérian seguía en el rango de visión. El compañero de Phill miró la barra que el chico había empleado para su fuga, por lo que se agachó y la tomó.
—Lo veo, ¡ahí está! —Señaló Phill mientras que su amigo intentaba hacer que recapacitara.
—Es mejor irnos. Todo esto salió mal, no seas idiota, Phill. La poli puede aparecer en cualquier momento, ¡en cualquier lugar!
—Cállate y sígueme, Mark —espetó Phill haciendo presión en su mano herida—. Si él no paga, pagas tú. ¡Vamos!
Entonces, Kérian dándose cuenta de que su vida estaba al borde de un trágico final, intentando reprimir el dolor. Primero sacó su pequeña navaja y, segundo, aceleró el paso lo más que podía.
Pero todo su esfuerzo de poco le sirvió. Phill lo alcanzó en una zona del callejón en la que se volvía más estrecho y oscuro, cerca de un lote baldío.
Sintió cuando fue sujetado por la nuca. Sintió la fuerza que Phill imprimió en su agarre y de cómo era arrojado contra el suelo.
—¿Qué pasó con toda esa valentía de hace rato? —Dijo Phill con deje desdeñoso, viendo a Kérian sobre los adoquines.—. ¿Ya se te acabó? ¿Huyó?
Aprovechó para darle una patada en la boca del estómago para luego escupirlo. Kérian se retorcía en el suelo.
—Es mejor dejarlo así —dijo Mark—, hay que olvidarlo. Maldita sea, solo es un niño.
El compañero de Phill intentaba hacer que las cosas terminaran ahí, sin que corriera más sangre. Pero Phill lo hizo callar.
—No me jodas, Mark. Mejor ve pensando qué clase de putada le vamos a decir a Gala Gal —enfatizó Phill con fastidio—. A él no le hará una maldita pizca de gracia toda esta mierda. Llegaremos con las manos vacías otra vez, ¿y diciendo que un niño nos fastidió todo? —La manera en la que Phill se expresaba era como si quisiera escupir veneno—. Espero que no seas tan imbécil para suponer que Gal nos pondrá la otra mejilla, y luego darnos una palmadita en la espalda.
Phill se agachó manteniéndose cerca del chico. Lo examinó atentamente, sin poner un solo dedo en él. Kérian yacía boca abajo, empapado y cansado.
En su cabeza solo habitaba el deseo de que todo terminara pronto. Con lentitud llevó una de sus manos cerca de su cintura, como si buscara algo.
Cuando Phill volvió a tomarlo del cabello, oyéndose el quejido del chico al hacerlo, lo miró directamente a los ojos con la barbilla levantada, desafiante y dominante.
—Escúchame bien, pequeño hijo de puta. Lo que pasó allá atrás fue tu culpa, —expuso Phill mientras que su compañero guardaba distancia—. De no haber sido por ti, la perra a la que maté estaría... Bueno, tú ya lo sabes.
El final de la frase la dejó inacabada, pero no era necesario escuchar el resto, y más para Kérian que tenía que soportar el estar tan cerca de esa asquerosa persona y de su sonrisa despreocupada... Una que le hacía hervir la sangre.
«Fue tu culpa... De no haber sido por ti» eran las palabras que había escuchado en aquella pesadilla; la razón por la que terminó es su actual situación. Pensaba que esto debía ser obra de un monstruo, porque solo uno sería capaz de matar sin remordimientos; de atreverse a meterse con la vida de otro sin reparo y arruinarlo todo.
Kérian intentó decir algo, pero las palabras eran incapaces de salir de su boca. Le faltaba el aire, sí, pero también era por el maremoto de intensas emociones en su interior. Pero tras mucho esfuerzo logró hablar.
—Monstruo...—dijo apenas con todo el coraje que le quedaba. A lo que su captor lo miró con extrañeza en completo silencio.
—¿Dijiste algo? —Preguntó al mismo tiempo que le cruzaba la cara de una bofetada—. Me parece que no —agregó.
Se oyó el eco de la cachetada y a Kérian escupir. Phill parecía disfrutarlo, y su compañero, Mark, en cambio, era muy cobarde como para intentar frenarlo por la fuerza.
Rápidamente, el chico lanzó un manotazo de lado a lado; en diagonal. Pero no era un simple manotazo; pues en su mano tenía aquel pequeño cuchillo que había estado buscando mientras se hallaba en el suelo. Lastimosamente, solo pudo lograr atinar el pecho de Phill, cortando su ropa, pero sin llegar a que el filo hiciera contacto con la piel. Esto solo enfureció más a Phill.
El hombre agarró la muñeca del muchacho tan pronto como fue consciente de que era una navaja. Apretó y torció la mano de Kérian provocando que la hoja cayera y repiqueteara. Y antes de que Mark, casi que, por mero milagro, intentara intervenir, Phill con su otra mano agarró la barbilla del chico.
Él era un hombre fuerte, y Kérian ni siquiera tenía energías.
—Parece que querías cortarme —dijo Phill—. El cachorro de la calle aún muestra los colmillos, qué adorable. —Apretaba con más fuerza la barbilla de su víctima, y luego comentó a Mark—: El perro abandonado sabe morder. —Miró a Kérian—. Entonces los arrancaré para que deje de morder a la gente... Qué dices, ¿te parece bien?
Phill sostuvo unos segundos más a Kérian por el mentón, frunció su ceño y procedió en soltarlo con desdén. Phill fue hasta Mark para arrebatar de sus manos la varilla que había recogido, y después, nuevo se centró en el chico.
Uno tras otro eran los golpes que se estaba llevando por todo su cuerpo... Como si no hubieran sido muchos ya. Kérian no supo darse cuenta del momento exacto en el que comenzaba a perder la conciencia. Por segundos se desvanecía consumido por el dolor, pero de inmediato era traído de vuelta por otro dolor mayor que apagaba el anterior.
Era un ciclo de sufrimiento. Tenía moretones espantosos en sus muslos, brazos y espalda. Pequeños cortes que obtuvo al saltar por la ventana. Y quizá, solo quizá, uno que otro hueso roto.
Sus lágrimas se mezclaban con la sangre. Y ni la lluvia, ni el viento y ni siquiera el trueno en el cielo serían un impedimento para aquellos que obran por maldad.
En ese instante, muy dentro de Kérian, en el centro de su alma, la semilla del odio echó raíces. Y una vez más, todo parecía ir despacio para él.
Veía la silueta de alguien que lo golpeaba, pero ya no sentía los impactos. Ya no tenía la necesidad de interponer sus brazos para cubrirse. Ya no había nada, exceptuando el cielo.
Phill se cansó de golpearlo, soltó la barra con enojo y, teniendo una "mejor idea" agarró la navaja del chico.
—¿Qué mierda piensas hacer? —se oyó la voz de Mark decir—. No vayas más lejos, Phill, recapacita, hermano.
—Solo voy a darle un regalo para que nunca me olvide, Mark. —Mark estaba intranquilo por la forma en la que Phill lo dijo—. Ahora, niño, no te muevas —murmuró Phill a un desamparado que no era capaz de oponer resistencia—. Te daré un autógrafo.
Phill lo sostuvo del cabello con fuerza, para que la poca luz de los postes que entraban a ese callejón iluminara la cara del muchacho. Entonces, le hizo dos cortes en el rostro:
Un corte del lado derecho, que iba desde por debajo de uno de sus ojos en picada y con inclinación hacia la izquierda; cruzando la comisura de sus labios; siendo el más largo de los dos. El segundo era pequeño, casi en línea recta, horizontal y justo en la mejilla izquierda.
Entre tanto, los ojos de Kérian seguían fijos en el cielo, abrigados por la rabia y el horror.
Llovía con más fuerza, el viento aumentaba su potencia y los truenos despertaban nuevamente sobre las nubes.
—Tenemos que irnos —volvió a decir Mark—. Si nos quedamos más tiempo nos encontrarán.
Se mostraba asustado y nervioso.
—Solo una más —murmuró Phill.
Mark no quería seguir mirando. Phill no quería parar. Kérian no podía hacer nada, pero, cuando el afilado metal estuvo a escasos centímetros de tocar su piel nuevamente, un inusitado relámpago iluminó todo por un instante. Bastando nada más que eso... Un instante en el que todo se hizo de día.
El sonido que produjo ese rayo fue poderoso a la par que aterrador. Los dos hombres quedaron perplejos ante el rugido del cielo, pero Mark aprovechó el momento y dijo:
—En serio... Debemos irnos ahora. —Insistía con exasperación—. Hay que largarnos ya.
Phill, a pesar de haberse detenido, no mostraba indicios de ponerle un alto definitivo a sus malévolos actos. Tragó saliva, apartó sus ojos del cielo, y retomó su idea inicial.
De pronto, casi como si de una respuesta se tratara, otro relámpago estalló, pero, no cruzando el cielo como el primero. Este segundo rayo golpeó la punta de un edificio cercano, a un par de cuadras, pero pudieron verlo con claridad.
Saltaban las chispas de los cables en los postes, se apreciaba el sonido de la energía que corría en ellos asemejando el ruido de un enjambre de abejas enfurecidas.
Tan pronto como eso pasó, Phill se levantó y dio unos pasos hacia atrás. Parecía que estaba a nada de comentarle algo a Mark, pero cuando abrió la boca, un tercer rayo, un cuarto y luego un quinto retumbaron sobre ellos consecutivamente. Estos no impactaron contra un edificio o el suelo, ni se quedaron escondidos en las nubes; Estos eran largos y viajaban cruzando toda la ciudad.
Alarmado e intimidado por eventos de la naturaleza, Phill soltó la navaja dejándola caer, y sin dar indicaciones se marchó, buscando refugio con Mark corriendo tras él. Para ese entonces, Kérian yacía inconsciente e inmóvil bajo la lluvia, abandonado a su suerte, llegando casi al final de una pesadilla hecha realidad.
Lentamente, los ojos de Kérian fueron abriéndose. Él nunca supo con exactitud el tiempo que pasó inconsciente, pero el cielo mostraba indicios de que pronto amanecería. No se puso en pie cuando despertó; solo estuvo allí tirado mientras lo asimilaba todo... Como si ese momento estuviese hecho para la reflexión.
Sentado, con sus temblorosas manos se palpó el rostro. Sintió los cortes que le habían hecho y la sangre que, pese al frío del ambiente, permanecía tibia.
Intentó ponerse en pie, pero cada minúsculo movimiento le hacía saborear hasta el más pequeño detalle de todas las heridas en su cuerpo.
Cuando aplicó el peso sobre una de sus rodillas se precipitó hacia adelante. Interpuso sus manos para no dar de lleno contra el suelo, pero, cuando sus palmas hicieron contacto con el concreto mojado recordó aquellas palabras.
«Fue tu culpa... De no haber sido por ti...».
Esa frase no paraba de resonar en su cabeza. Sentía tanta culpa por no haber hecho más. Sentía tanto disgusto hacia aquellos dos y hacia el mundo por ser como es; pero especialmente en Phill.
Kérian se dio cuenta de que a ese hombre le suponía poco o nada quitarle la vida a otra persona. «¿Qué le daba ese derecho?» se decía. Pero, entre toda esa indignación y cólera, no podía evitar sentir vergüenza de él mismo por su debilidad.
Notó que la barra de metal, con la que le habían dado una paliza monumental, estaba a un metro de él. La tomó por uno de sus extremos y, con cuidado y esfuerzo, trató de levantarse usándola como apoyo para la pierna que no podía usar adecuadamente.
Pero inmediatamente volvió a caer sobre sus rodillas. Entonces, solo se quedó sujeto a la barra en silencio, descansando su cabeza en ella mientras miraba el suelo.
Permaneció así, inmóvil y sosegado. Su respiración era lenta, pero poco a poco fue volviéndose pesada, exhalando con más fuerza de lo que inhalaba. Luego, su tarraba respiración se convirtió gradualmente en llanto.
Empezó suave y se desarrolló despacio. Era el llanto de un niño con el corazón roto, que corre buscando en donde esconderse, que se aleja y se encierra en su habitación para que sus silenciosos sollozos no molestasen a alguien. Sintiendo pena de todo lo que conllevó uno de sus mejores días en convertirse en una de sus peores noches... Y sintió tantísimo odio.
Luego el llanto subió y se volvió más grande de lo que podía soportar; tan molesto que se atoraba en su garganta; tan asfixiante que provocaba que tomara bocanadas de aire para respirar. Se volvió áspera, como cadenas oxidadas que lo envolvían y sujetaban; reduciéndolo a ser el esclavo del sufrimiento.
Pero de la nada el llanto paró abruptamente, y solo entonces hubo silencio. Permaneció así con la mirada perdida por un rato, como si tuviera algo en mente... Algo que no era la primera vez que pensaba.
Finalmente, se puso en pie y, antes de irse, al dar un paso vio en el suelo la navaja con la que le habían marcado el rostro para siempre: un objeto que debía usarse para defenderse fue la que estuvo a punto de quitarle la vida.
Pero Kérian no quería saber nada más de esa maldita cosa. Sencillamente, la dejó caer, abandonándola en ese sitio para jamás volverla a ver.
Entonces, en medio de la soledad de la madrugada, Kérian se encaminaba en un rumbo que lo llevaría a un profundo abismo en más de un sentido.
Pocas personas despiertas a esas horas se dieron cuenta del mal estado del muchacho, pero ninguno de ellos se atrevió en preguntar si estaba bien, ninguno se acercó. Pero para Kérian, en ese momento no existía nadie; solo él.
Se miraba así mismo en un lugar vacío de justicia; sin un camino seguro el cual seguir; y sin alguien en quien confiar.
Y dando por finalizada esa trágica velada, Kérian fue consciente de lo necesario que era ser verdaderamente fuerte.
«Fue tu culpa... De no haber sido por ti...».
Kérian nunca imaginó llegar a su límite; de por lo bajo decir «Hasta aquí. Ya no más».
«Fue tu culpa... De no haber sido por ti...».
El chico recordaba la charla que tuvo con la señora, de la que nunca supo su nombre. Tampoco tenía motivos para regresar y averiguarlo. No tenía nada que hacer allí. No sabía si tendría las agallas o lo que sea que necesitase para ver a Lucy a los ojos nuevamente; luego de que su intervención provocara la muerte de una buena persona que había tocado su corazón.
«Fue tu culpa... De no haber sido por ti...».
Luego de mucho caminar, de haber estado divagando en sus memorias y lamentos, el tiempo pasó volando, y ahora Kérian se hallaba en aquel santuario de aquella inhóspita playa.
Frente al mar con la corrompida ciudad como paisaje en el en el horizonte, el chico se forzó en mantenerse firme. Tiró la barra de metal sobre la arena; con dificultad se quitó la chamarra y el bolso que colgaba de su cuerpo; lo miró, pero no lo abrió; solo lo acarició como si quisiera decir adiós. Se tomó el tiempo para llorar por sí mismo, pues sabía que nadie más lo haría.
Como la varilla, también dejó atrás la bolsa con sus pocas pertenencias y la chamarra. Se metió en el mar, y con el agua por encima de sus rodillas cerró los ojos, respiró profundamente, y luego botó el aire por la boca.
Levantó sus brazos, extendiéndolos a cada lado. Dio otra respiración incluso más lenta que la primera, botando el aire de la misma forma. Cerró los puños y se limitó a sentir, en no a ver lo que le rodeaba.
Distinguía el sabor de la sal en sus labios junto al de su sangre. Sentía que la brisa lo cubría como si de un manto de seda fina se tratase. Apreció los golpes de su corazón que aumentaban sus pulsaciones.
El tiempo en el que la lluvia cesó, terminó; y ahora volvía con fuerza. El viento igual lo hizo, y esto provocó que el mar se moviera con más violencia. Las nubes grises se tornaron considerablemente más oscuras minuto a minuto.
Una vez más en las alturas los truenos resonaban. Pronto, los relámpagos danzaban en el cielo, yendo en todas direcciones.
Kérian volvió a tomar otro profundo respiro, y este fue más largo que los otros dos. Una vena se repintó sobre su frente y otra se marcó en su cuello. Sus brazos temblaban por la fuerza con la que apretaba los puños. Y justo ahí, cuando los relámpagos se dibujaron en el paisaje, Kérian abrió los ojos y gritó con todas sus fuerzas.
Fue un alarido elegíaco y prolongado; era un grito agónico a la par que embravecido. Fue también un bramido de auxilio, e incluso era un llamado de guerra.
Sus ojos de azul índigo se revistieron del deslumbrante tono del rayo. Era una visión aterradora y hermosa; la de un cielo orquestado por la tormenta.
De pronto todo se detuvo un segundo para él. La imagen del holocausto permanecería para siempre entre sus memorias. Kérian siguió gritando con lágrimas que brotaban de sus ojos sin parar.
Teniendo la garganta adolorida y sintiendo un hormigueo recorrer todo su cuerpo, sin dudarlo más, corrió en una sola dirección. Y cuando no podía dar más pasos porque ya era muy profundo, con el impulso que había adquirido, se lanzó de un saltó.
Se dejaría llevar por la corriente hasta caer en lo más profundo del mar. Las frías aguas lo tomaron mientras se hundía, y frente a sus ojos pasaron las pocas buenas memorias que tuvo.
Tenía sueño, perdía la escasa fuerza en su cuerpo; como una vela cuya flama moría poco a poco; se quedaba sin oxígeno.
Sintió por un instante que su mano era sujetada, haciendo que recordara el momento del acercamiento de la anciana, de su bondadosa sonrisa, de su amabilidad, comprensión y calor... De todo.
Pero mientras aquello tenía lugar en esa playa, en el callejón donde Kérian había sido apaleado, una persona esbelta de casi dos metros estaba de pie, en frente de la navaja que el chico dejó.
Su cabello era largo y alborotado, pero el cuidado en él era envidiable. Tenían un tono de piel similar al de Kérian, pero era suave y tersa.
Este personaje vestía con elegancia un traje negro. El chaleco en el interior era gris y la camisa manga larga por debajo, al igual que la corbata, eran de rojo escarlata con detalles dorados.
Sus ojos ambarinos eran extraños, porque en ellos estaba impresa la arrogancia de alguien que cree ser superior al resto.
De su cabeza, con ondulación, sobresalía... algo. Sus orejas eran puntiagudas y su boca expresaba una sonrisa de blancos y perfectos dientes.
Se agachó y tomó la navaja. Jugó con ella en su mano mientras permanecía en cuclillas haciéndola girar en el aire un par de veces. Luego se levantó y dio media vuelta. Empezó a caminar, sin prisa ni molestia debajo de la lluvia, porque esta era incapaz de empaparlo.
—Con esto bastará —dijo ese individuo, mirando la sangre sobre la hoja metálica, sonriendo.
De la clase de sonrisa que solo puede mostrar alguien que ha visto mucho, que ha escuchado suficiente, y que sabe demasiado.
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Se hará una reestructuración de la historia. Por ello, habrá una importante reducción en la cantidad de capítulos y algunas leves modificaciones.
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