Capítulo 3: Quizá sí.
Kérian estaba dentro del hogar de aquella señora, siguiendo un corredor a oscuras.
El chico había puesto todo su empeño en el sigilo de sus pasos, ya que necesitaba más que nunca moverse con cautela. Cualquier mínimo ruido que pudiera generar era sosegado por el que provenía de afuera, como el de la brisa y el goteo de la lluvia en los adoquines del callejón.
Ese pasaje conectaba con una sala la cual tenía dos sillones, una televisión encendida y diversos muebles con adornos de porcelana y otros mancillados en madera. Las luces estaban apagadas, pero, aun así, la sala estaba levemente iluminada por la televisión, por lo que Kérian dedujo que sorprendieron a la señora mientras miraba algún programa.
En el trayecto se percató de un rastro de agua en el suelo que los ladrones dejaron a su paso. El chico decidió detenerse ahí, contemplando toda la sala por unos segundos: notó que había una puerta que estaba cerrada en la pared a su derecha. De frente estaba la cocina y el comedor, y unos escalones a un costado que daba a un segundo piso y, otra habitación cuya puerta estaba abierta a su izquierda.
En ese momento escuchó el sonido de unos pasos en el segundo piso; por lo que ahora sabía adónde tenía que ir. En el instante en el que supo eso, un ruido que provenía de la cocina lo sobresaltó... Alguien venía y estaba demasiado cerca de lo que creyó.
En realidad, lo escuchó de pura chiripa, como dicen por ahí; ya que la puerta por donde Kérian entró había quedado abierta; y el ruido de afuera le impedía captar los pequeños detalles auditivos que jugaban un papel vital en esta misión, pero como dije..., fue de pura chiripa. Además, el maltrecho hombre silbaba como si no tuviera motivos para preocuparse, como si lo que hacía fuera completamente normal, y no un crimen.
Atravesando una cortina que separaba la cocina y el comedor de la sala de estar, apareció el tipo alto. Este sujeto usaba una chaqueta de cuero negro, calzado grande y resistente; como los que se usan en construcciones. Tenía un corte de cabello estilo militar, sus facciones eran afiladas y tenía una prominente nariz aguileña.
Se detuvo en seco una vez llegó a la sala, apuntó con la linterna y, nada... No vio a nadie.
Kérian logró esconderse a tiempo detrás de uno de los sillones, deseando que esa persona no se le ocurriera revisar el sector; que fuera alguien confiado o que sea convenientemente descuidado. Oía sus pasos, veía la luz de su linterna alumbrar cerca de donde se hallaba agachado. Pero para su buena suerte, el individuo se alejó metiéndose en aquella habitación cuya puerta yacía abierta.
Kérian respiró aliviado y, entonces, se puso en pie y fue hacia las gradas. Comenzó a subirlas cuidando de que sus pasos sean silenciosos. Llegó al segundo piso con mesura, como si fuera un gato callejero husmeando en casas ajenas.
Arriba era otro largo corredor con una puerta a cada lado, y una que se hallaba hasta el final. La primera puerta que abrió fue la más cercana, obvio, pero resultó ser solo el baño. Fue a la segunda, pero allí ya no había nadie, aunque notó el desorden que había dentro: que era ropa tirada en el suelo, cajones volcados sobre una cama, etcétera.
Al instante de haber cerrado con suavidad la puerta, sosteniendo la manija con su mano para suprimir cualquier ruido, pero al hacerlo, escuchó un sollozo provenir de la última habitación..., un llanto tan familiar para Kérian, como el de un animal asustado que no sabía lo que está pasando; pero que aun así temía por instinto.
La luz en la pieza estaba encendida, y a medida que se acercaba notaba el movimiento de una sombra proyectándose por debajo de la puerta. Dentro de la habitación estaba la anciana, Lucy, y una tercera persona con muy malas intenciones.
Este individuo vestía casi igual que el primero. Y si bien no era tan alto, compensaba la diferencia de estatura con un cuerpo robusto. Tenía el cabello aún más corto que el primero, sí, pero una abundante barba y cejas pobladas le daban un montaraz aspecto.
—Ya les di todo lo que tenía —dijo la anciana tirada en el suelo mientras tenía a Lucy envuelta en sus brazos.
Kérian observando, preocupado desde la puerta, miró a la niña que tenía los ojos empapados por lágrimas, pero también se fijó en cómo se aferraba de su abuela con la cara media escondida en su pecho.
—Me importa una mierda si era todo —expresó el indeseable hombre con desasosiego—. Será mejor que no abras la maldita boca, vieja de mierda.
—Abuela —balbuceó la niña.
—Calla a la puta niña si no quieres que yo lo haga —exigió el hombre mientras estaba abriendo una caja.
La anciana obedeció y chitó a Lucy, calmándola con suaves caricias en su espalda en lo que el hombre halló joyería, poca, pero de valor. Entonces, mostrando fastidio se dirigió a la anciana nuevamente.
—¿No que ya no había más? —Preguntó.
—Es que eso es de mi nieta —explicó—. No es mucho, en serio.
—Poco o mucho, no me interesa —espetó agresivo el criminal—. Lo quiero todo, me parece haber sido muy claro.
Y antes de que la anciana dijera algo más, el hombre la hizo callar con un gesto de su mano. Él había notado algo en la niña. Algo que le colgaba del cuello y que tenía un brillo dorado muy distintivo. El tipo se acercó a ellas, y agachándose para revisar el cuello de Lucy, pasó sus dedos por la mejilla y el mentón de la niña.
Se trataba de un collar que se ocultaba dentro de su pijama.
—Me parece que esto es oro... —dijo el hombre para sí, como afirmación y no como pregunta—. Me lo llevaré.
—Por favor, eso no es nada, es un regalo de su madre, yo tengo otras cosas. Yo puedo. —Fue silenciada.
La señora dejó de hablar debido a un golpe con el reverso de la mano por parte del malhechor.
—Ya te había dicho que te calles, vieja necia. —Escupía sus palabras mientras que la señora se palpaba el rostro.
Lucy quedó distanciada de ella. Se paralizó como si se tratara de un juguete sin baterías. Solo podía ver a su abuela sufrir, tirada en el suelo, quejándose de dolor.
Cuando parecía que las cosas acabarían allí, el hombre se aproximó a la anciana, la sujetó del cuello y, esta vez, le propinó un contundente golpe en el estómago, después otro en la boca para luego ser arrojada con fuerza al suelo.
Ella cayó en el piso de madera mientras brotaba la sangre de sus labios. Tampoco hacía algún mínimo movimiento, pues al parecer había sido noqueada.
—Que gran pedazo de mierda eres —comentó aquel hombre dirigiéndose a la mujer inconsciente, y luego, cambiando su atención hacia Lucy, agregó—. La vieja ya no va a molestar más por un buen rato, así que tranquila —dijo acercándose a la niña para seguidamente arrancar el collar.
Lucy estaba muda y pálida ante lo sucedido.
—Dime niña, ¿no tienes algo más? —La pequeña Lucy negó nerviosa con la cabeza a la pregunta del tipo—. ¿Estás segura? — Preguntó el hombre, y ella volvió a negar—. Lo mejor sería que me asegure, ¿cierto? No me gustaría hacerte lo mismo que a tu abuela si me doy cuenta de que estás mintiendo, —señaló a la señora que seguía sin moverse. Lucy solo pudo llorar en silencio—. Entonces, déjame ver qué tenemos por aquí. Tienes que saber que no me gustan las mentirosas.
El sujeto le sonrió con malicia y un deseo repugnante. Puso su mano a la altura de uno de los muslos de Lucy, por encima del pijama, cerca de la rodilla, hasta que empezó a bajar queriendo llegar a la zona en donde su piel estaba al descubierto.
Sus intenciones eran claras, pero antes de que las cosas trasmutaran a algo aberrante, Kérian apareció desde atrás para propinarle un fuerte golpe en el hombro de ese tipejo. Lucy se apartó enseguida tras el sonido seco del impacto.
Kérian hizo descender la barra de metal contra la espalda del hombre, una vez se postró en el suelo mientras trataba de cubrirse. Contra sus brazos, piernas, y básicamente todo lo que alcanzara a dar... excepto su cabeza.
Pero, un individuo como aquel, que seguramente habría pasado por peores enfrascamientos que los que un joven de menos de 18 años, desnutrido, débil, y temeroso podría propinarle. Debía tener experiencia de sobra en el tema, por supuesto. Por ende, pudo tomar la barra con una de sus manos.
Una vez que la detuvo la sacudió, e hizo que el agarre del chico se aflojara, buscando la posición ideal para contraatacar.
Desde el suelo lanzó una patada que alcanzó a dar en el pecho de Kérian, y aunque no pudo imprimir mucha fuerza en ella, sí logró que su contrincante soltara la barra.
Kérian perdió el equilibrio, e impactó contra una de las paredes de la habitación. El hombre se estabilizaba, pero el chico actuó rápido, porque sabía que si le daba la oportunidad lo lamentaría... Así que actuó.
Corrió en su dirección y usó su cuerpo como arma. Embistió al individuo para que, al menos, siguiera el piso, por lo menos hasta que la señora pudiera recobrar la consciencia y que algo mejor surgiera.
En el suelo, Kérian lanzaba manotazos esperando hacer suficiente daño. Lo golpeó en el pecho, en el rostro también, pero como ya se había mencionado, aquel sujeto seguramente habría recibido peores palizas en su vida, por lo que los ataques del muchacho no le suponían mucho.
Con la fuerza de su cadera desde el piso levantó a Kérian, haciendo que perdiera el equilibrio una vez más. Esto le permitió al hombre acertar un puñetazo en el rostro. Un impacto contundente y violento, siendo solo apenas el principio de algo peor.
Kérian cayó a un lado, adolorido y con media cara enrojecida. El maleante se puso en pie y, de inmediato, lo agarró de las greñas, levantándolo apenas para volver a golpear ferozmente, pero esta vez en el estómago.
Kérian se quedó sin aire. En su rostro se notaba la desesperación por hacer que el oxígeno entrara a sus pulmones, pero aquella persona tan perversa no tenía intenciones de acabar.
Volvió a tomarlo del cabello y esta vez su golpe impactó en el rostro. Ahora el chico tenía un corte en una de sus cejas, haciendo que la sangre que salía de allí emborronara su visión.
Pero, algo inesperado sucedió en esos intensos segundos. Lucy de algún modo había reunido el coraje para tomar la barra de metal que Kérian soltó, impactando con ella la cabeza del hombre. Si bien fue un golpe preciso, Lucy era una pequeña niña, así que aquello fue más una distracción.
El cobarde dejó caer a Kérian para ahora concentrarse en la niña que, petrificada, soltó el barrote. Pero justo antes de que pudiera tocarla y sufrir todavía más, todo el tiempo que transcurrió permitió que la abuela de Lucy pudiera estabilizarse.
La anciana había tomado una lámpara de un mueble cercano para arrojarlo. El objeto giró varias veces en el aire e impactó, pero lastimosamente no en algún sitio peligroso para el ladrón, ya que este apenas alcanzó a levantar una mano.
De no haber tenido tanta pericia para la lucha, quizá el corte en su mano lo habría recibido en el rostro, y eso sin duda, habría sido mucho más conveniente.
Entonces, con la mano ensangrentada, aquel sujeto vociferó, quejándose:
—¡Maldita hija de puta!
La señora, en cambio, le ordenó a su nieta alzando la voz:
—Lucy, ¡abre la ventana! —Indicó— ¡Pide ayuda! ¡Grita con todas tus fuerzas!
Kérian desde su posición, con la visión distorsionada, miraba como si todo se desarrollara en cámara lenta. Los sonidos parecían distantes también, como ecos que apenas llegaban a él..., como los truenos de una tormenta.
Pero, a pesar de su estado y para su desdicha, Kérian tuvo que presenciar desde la vergonzosa posición de la impotencia algo que lo marcaría para siempre.
En los pocos, pero valiosos segundos que la anciana perdió de vista al ladrón para darle indicaciones a su nieta, en medio del griterío de Lucy pidiendo ayuda, el descarado se acercó a la señora y en un parpadeo sacó un puñal que ocultaba entre su ropa para ensartarlo, con fuerza y saña, en el vientre de la mujer.
Los gritos pararon mientras que Lucy, tras voltear después de oír el ahogado quejido de su abuela, fue testigo de aquel acto tan atroz. No contento con la primera puñalada, el hombre sacó el arma blanca ensangrentada del estómago de la señora, pero solo para propinarle otro a un costado entre las costillas. Y ahí, al fin la dejó caer.
Lucy perdió el habla mientras observaba a su abuela escupir sangre. La miró, mientras su pijama blanco se teñía de rojo. Se quedó allí, fija, contemplando cómo la vida se escabullía de su cuerpo. Hasta que su abuela dejó de moverse, de producir sonido; y hasta que la luz en sus ojos perdiese su brillo.
Kérian por su parte se esforzaba, pero el asesinato había ocurrido y no había nada más que hacer por ella para revertir la realidad. Inevitablemente, sus ojos se llenaron de lágrimas, y sintió que esas lágrimas quemaban su piel... porque toda su ira las saturaba.
Fue en ese momento cuando el sujeto que rondaba la planta baja subió.
—¿Qué carajos pasó aquí, Phil? —preguntó él, de pie en el marco de la puerta.
—Eso te pregunto a ti. Esta basura se coló, y en tu cara —contestó Phil con fastidio, señalando despectivamente a Kérian.
Phil entre tanto, con su puñal, cortó un pedazo de la sábana de la cama de Lucy para envolver su mano herida.
—En tu puta cara —repitió con más rabia mientras su compañero guardaba silencio, como si esperara lo peor.
—Qué mierda, Phil —dijo él llevando su atención hacia el cuerpo tendido de la anciana—. La mataste... Me dijiste que esto no pasaría.
—Esto no habría sucedido de tu haber hecho bien tu maldito trabajo, Mark —inquirió Phil tocando el pecho del otro con el dedo—. Tienes toda la puta culpa, inútil pedazo de basura.
En lo que Phil y su colega hablaban, una luz se encendió en un cuarto del edificio de al lado, con alguien gritando: «¡Qué es lo que está pasando!», mientras que poco a poco se divisaban más ventanas iluminadas.
Los maltrechos hombres debían huir de inmediato. Entonces deliberaron rápidamente sobre qué hacer con la niña y Kérian.
Para el chico había otros planes, por lo que fue descartado de cierta forma, pero la niña... correría un gran peligro. Kérian escuchó de aquel llamado Phil, la retorcida idea de llevarse a la niña con ellos. El chico sabía lo que eso podía significar.
Lucy podría terminar siendo el objeto sexual de algún pervertido adinerado y drogadicto, como también podría ser usada para vender sus órganos y luego terminar dentro de una bolsa de basura, como si su vida nunca significó algo para alguien.
De repente, para Kérian fue como si el tiempo se detuviese. El reflexionar sobre el posible destino de Lucy que, a pesar de ser incierto, de manera irónica sabía algo con total certeza, y eso era que todo terminaría mal para ella.
Ahí, en el preciso instante en el que su cuerpo temblaba de miedo, pero al mismo tiempo de furia, invadido por un profundo deseo de hacer que los destinos injustos cambiaran; de esas capaces de consumir un alma inocente haciéndolas pasar por un infierno; halló lo que él creyó era su propósito en la vida.
Súbitamente en su cuerpo se liberó la adrenalina que necesitaba. Miró por última vez el cuerpo de la anciana, como si a través de sus pensamientos y emociones le dijera cuanto lamentaba todo.
—Perdón —murmuró Kérian sintiéndose culpable.
Sintiéndose culpable de que un rayo de luz entre un mar de nubes oscuras se extinguiese.
Kérian estiró lentamente su mano hacia el cuerpo de la anciana, pero solo para que sus dedos tocasen la sangre que se escurría de su cuerpo. Luego miró sus dedos manchados por la misma para seguidamente hacer su mano un puño. Apretaba fuertemente mientras juraba ante la sangre derramada que a Lucy no le pasaría nada, y que haría todo para protegerla, aunque tuviera que morir por esa promesa.
Puso su vista en la barra de metal que se hallaba a su alcance. Luego miró la ventana y a Lucy. Respiró profundamente, cerro los ojos y, fue ahí cuando el único ruido que percibían sus oídos eran los latidos de su corazón y el retumbar de los truenos muy, pero muy lejos de ese cuarto.
Sus ojos se abrieron; se levantó y cogió la barra. Lanzó su arma hacia la ventana; eso a Phil y a Mark los tomó por sorpresa.
Kérian pasó entre los dos empujándolos; y tomando y levantó a Lucy con ambos brazos para envolverla saltó por la ventana. Cuando los cristales se quebraron deseó con todas las fuerzas de su alma no equivocarse en lo que estaba intuyendo. En su mente se decía: «espero que sean suficientes bolsas para no matarme en el intento».
Al final tuvo suerte, aunque no pudo evitar llevarse fuertes impactos por ese intrépido escape. Una vez en el suelo, magullado y con parte del rostro ensangrentado, Kérian había impedido que Lucy se llevara la peor parte.
—Ve... vete. —Kérian señaló—. Hacia allá —dijo refiriéndose al edificio de al lado—. Intenta... intenta entrar. Busca a alguien, ¡corre! —exigió alzando su voz en la última palabra.
Lucy no era alguien de pocas luces, por lo que entendió qué era lo que más le convenía. Entonces, se fue corriendo. Pero mientras lo dejaba atrás tuvo el deseo de echarle una última mirada. Una mirada llena de ilusión y congoja.
Probablemente sería un adiós definitivo, o al menos un hasta luego muy largo e indefinido. Pero sea como sea, para cualquiera de los dos incierta era la respuesta a una pregunta.
¿Volverían a verse?
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