Capítulo 21: Kérian. Tuve un sueño.

El ocaso empezaba a teñir el firmamento con sus suaves tonos naranjas rojizos que provocando en mí una sensación de hipnosis avasallante. Pensé que el tiempo que he recorrido con ellos, Irvin y Yerkária, ha sido menos tiempo del que creí. Avanzamos alrededor de diez kilómetros en un lapso que me sorprendió. Aunque pensándolo bien, no estoy seguro si esto era debido a que tenía mucha prisa y por ello los obligaba a seguirme el ritmo. Pero bueno... si ese era el caso y no han dicho nada parecido a una queja, quiere decir que son mejores personas de lo que se puede notar a simple vista.

Según lo que el mapa indicaba, teníamos dos opciones: seguir por los caminos establecidos por la gente, o hacer la que necesitábamos. De no tener tanto apremio, supongo, y de haber sido en otras circunstancias, quizá la primera opción habría sido la más atractiva. Pero no, prefería no perder el tiempo. El viaje de todas formas iba a ser largo de todas formas, pero al menos procuraba que fuera lo menos posible; por lo que elaboré una ruta con Irvin sobre la cartografía de Rázdergan.

Cuando llegó el tiempo de hacer una pausa para montar el campamento, la hija de Zoren, Yerkária, se ocupó haciendo la fogata en una bonita zona donde la maleza era baja y la superficie uniforme. Irvin, en cambio, se estaba encargando de racionalizar las provisiones logramos juntar entre todos. Yo apilé un montón de leña de los alrededores, busqué algunas hierbas comestibles para agregar a la cena y, después, me alejé para buscar una zona apartada para practicar las Katas: Hálito que fluye, Resaca del mar, y Vaivén.

Hálito que fluye, que reflejaba la filosofía de la acción a través de la inacción, según él; evocaba suavidad y continuidad a las cosas que hacemos... como las que expresamos con nuestro cuerpo. En el caso de cuerpo, sería como un río que encuentra su camino sin importar los obstáculos, o la suavidad de la brisa que barre con las hojas secas de un páramo.

En la segunda kata, Resaca del mar, mi maestro lo explicaba diciendo que rompe la harmonía de Hálito que fluye; reflejando una naturaleza implacable y feroz con el movimiento del cuerpo..., como si el significado de su danza existiera con el propósito de ser el último en cada ejecución. Como lo hace un río embravecido, o una ventisca violenta que se enlaza con esa parte me hace estar fuera de sí.

Por otro lado, Vaivén, siendo la última de las katas, representa la culminación de las dos primeras; porque personifica el balance técnico que integra lo suave y lo contundente al mismo tiempo. Vaivén, en este caso, no era solo un arroyo, o una brisa; un caudal intenso o una fuerte ráfaga de viento por separado; sino el conjunto: una tormenta; que es hermosa y cautivadora a su modo.

Después de un rato, cuando la noche estaba a punto de caer, me hallaba realizando la última Kata cuando escuché los pasos de alguien que se allegaba. Se trataba de Yerkária, que vino a buscarme para avisarme que la comida estaba lista... Así que fui.

Una vez ahí nos pusimos a comer delante del calor de la fogata. Cada uno de nosotros estábamos sentados sobre una roca que previamente acomodamos... mientras yo mantenía el peso del bastón de Banthros sobre mi regazo.

—Oye, Kérian... ¿Qué es lo que estabas haciendo hace un rato? —me preguntó Yer.

—¿Hace un rato? —repuse tras unos segundos—. Era algo que Sai me enseñó, una kata.

—¿Te refieres a Sasai? Ese es su nombre, ¿no? —añadió Yerkária, a lo que contesté asintiendo—. Ya veo, pero ¿una kata de qué? Al menos no son las mismas que hacemos en Inkál.

—Mi maestro me dijo que son del Do Zen Tai —expliqué.

—Ohm... eso me suena—sumó Irvin antes de dar un sorbo a su taza con agua—. El maestro Okuni mencionó algo sobre eso cuando todavía era Lyral (alumno). Pero dijo que mucha de su verdadera naturaleza se extravió para siempre, lo cual no me extraña. Lo que se logró rescatar se diluyó al mezclarlo con otros estilos que mermaron su verdadera esencia, por decirlo de alguna manera.

—Papá dijo que era anticuado, y que había mejores opciones —agregó Yer—. Pero ya saben cómo es mi padre, ¿no?

—A Sasai le bastó para vencer fácilmente a la Centuria en el camino de Frori —dije luego de echarme un bocado—. Fue superior a esa bestia desde el principio.

—Lo sabía —repuso Yerkária—. Los rumores siempre señalaban que tú lo habías matado, pero algo en el fondo me decía lo contrario.

—Tampoco me sorprende que haya sido él —añadió Irvin colocando sus sobras a un lado del fuego—. Desde la primera vez que lo vimos dejó claro que no solo era fuerte y sagaz... sino poderoso. Aunque me dio la impresión de que no se lo tomaba en serio.

—¿Qué no se lo tomaba en serio? —Cuestionó Yerkária alzando una de sus finas cejas.

—Tal vez estoy no me estoy expresando bien —aclaró Irvin rascándose la nuca—. Solo que... ¿acaso lo viste estar en aprietos en algún momento? No sé tú, Yer, pero era como si ese tipo estuviese acostumbrado a combatir con Epítomes elementales.

—Mmm, es cierto —sumó Yer con los dedos en su barbilla—. Después de todo ¿a cuantas personas conocemos que puedan hacer eso? ¿Los Adalides?

—Si acaso —repuso Irvin mirándome como si no estuviera seguro—. Pero definitivamente los demás maestros no.

Yo, por mi parte, no dije nada al respecto; solo me limité a asentir mientras daba un sorbo a mí agua. Luego, me quedé mirando la sombra de Irvin proyectada en el suelo gracias a la luz de las flamas. En ese momento pensaba en Khénya... creo que cada vez que mi vista se desvía hacia las llamas pensaba en ella.

Luego levanté mi visión y me encontré con los ojos verdes de Yerkária.

—Te preocupas mucho por Demíra y mi tío, ¿no es así? —Dijo ella con un tono que denotaba condescendencia mezclada con empatía y un poco de curiosidad—. Confía en ellos, son muy fuertes como para dejar que algo les pase. Además, tenemos un buen presentimiento de que están a salvo.

—¿De verdad? —murmuró Kérian con voz atona—. ¿Cómo estar seguros?

—Anaír capturó a un Mayer y pues... lo hicieron hablar —intervino Irvin—. Nos aseguró que ellos estarían bien, siempre y cuando se devolviera esa cosa que tienes. Parece ser que tu amigo Sai lo robó de las mismísimas arcas del soberano Hemle.

—El tenerlos prisioneros solo parece ser el método que les garantiza recuperar su... tesoro —dijo Yerkária lavándose las manos con un poco de agua que tenía en un cuenco—. Aunque, claro... tampoco era la idea que tú mismo seas quien se lo lleve. Nos parece inapropiado que te acerques tanto a la hija de Érikas y a ese miembro del Brazo Ejecutor de los Hemle. Que las cosas se hayan dado de esta manera indica que cumple con las características de una carnada.

—Khénya... así es como se llama ella —mencioné manteniendo mis ojos en la tierra alrededor de la hoguera—. Saben algo... ella pudo matarme la última vez que nos vimos en ese pueblo que dejamos atrás, pero no lo hizo. Y hasta el momento, tampoco han hecho algo malo... solo volvieron a ser ellos mismos según parece; siendo un pueblo libre guiado por su propia líder.

—También está el detalle de que no puedes estar separado tanto tiempo del bastón —agregó Irvin luego de unos segundos de incómodo silencio—. El collar que Sasai te quitó era la solución perfecta, pero ya no contamos con ella, y tampoco es tan fácil encontrar joyas como esas.

—Respecto a eso, ya no tengo tantos problemas —agregué—. He aprendido a lidiar con esa cosa, y a evitar terminar como antes: Perdiendo los estribos.

—Bien, entonces eso ayudará bastante —repuso Yer—. Un inconveniente menos.

Tras esas palabras, el silencio volvió a gobernarlo todo por unos segundos que, según mi percepción, lo describía más largo de lo que era. Era como la mezcla entre un momento incómodo y un momento tenso. El sonido de las llamas consumiendo las ramas y los troncos en el fondo acompañaba perfecto del cántico de los insectos y la brisa entre los árboles.

—Kérian —dijo Yerkária, a lo que alcé la mirada, elevando unos milímetros mi mentón—. ¿Qué sientes cuando pierdes los estribos? —Y añadió inéditamente—: O sea, ¿qué pasa mientas tanto?

Traté de acomodar las palabras para explicarlo bien.

—Es como estar del otro lado de una pared de cristal. Puedo oír todo, pero las cosas suenan muy lejos. Y todo lo que puedo ver, a veces suele tornarse borroso y opaco. Se siente como si tuviera el control de mi cuerpo, pero no es del todo cierto. Estoy consciente de lo que hago, pero es más fácil dejarse llevar que resistirse... porque una parte de mí está de acuerdo cuando actúo de ese modo —respondí recordando uno de los sueños que llegué a tener en este periodo.

—¿Entonces recuerdas todo de aquella noche? —Intervino Irvin, preguntando.

—Sí... —repuse—. Fue justo después de que Sai me quitara ese collar, pero todo es tan fragmentado. —Irvin asintió y llevó su mano a la barbilla—. Sé cómo pasaron las cosas, pero me siento fuera de lugar como en un sueño.

—Y luego de encontrarte con Khénya, ¿ha vuelto a suceder? —Preguntó Yer, a lo que yo negué con mi cabeza.

—Al menos no de la misma forma —agregué—. Cuando me separo del Banthros me hormiguea el cuerpo y crece mi inquietud, me siento ansioso y acelerado, y va en aumento... pero no ha vuelto a pasar como en aquellas ocasiones.

—Sería como un interruptor para momentos críticos, ¿no? Dejarse llevar por la corriente para ser fuerte de repente —repuso Irvin moviendo su taza con agua.

—En realidad —dije mirando sus propias manos—, es para evitar justamente eso... En el caso de que viva un momento crítico otra vez, como en aquel templo donde los ataqué.

Yer bajó ligeramente su semblante para acomodar sus codos sobre las rodillas, y así colocar su mentón sobre las manos.

—Sí... pero —añadió Irvin mientras observaba la danza de las llamas—... Eso no pasó la última vez cuando peleaste con la Hija del Fuego: Khénya.

—Los datos que obtuvimos de ese pueblo siempre te mencionaron como... un héroe —agregó Irvin tomando una postura similar a la de Yer, con la diferencia de que solo acomodó un codo, dejando más expuesto su torso.

—Quien sabe —repuse con simpleza y leve pesar—. Eso no se puede asegurar. No se sabe qué hubiera pasado de no llegar Khénya... quizá me habría fijado en esa gente.

—Bueno, como tú mismo lo dices —contestó Yerkária tras una pequeña risa—. Eso no se puede asegurar, después de todo, nunca sucedió.

—Precisamente —acompañó Irvin diciendo con un gesto—: No acostumbres a ver lo malo de todo, afloja tu cuerpo un poco, amigo.

—Creo que tienen razón, la verdad —dije mirando el contenido de mi taza... Eso me hizo recordar al vino que bebía junto a Sai en noches como estas—. Tengo la cabeza en otra parte.

Tras ese momento, el ambiente comenzó a dotarse de rasgos de inquietud y, extrañamente, de reflexión. Me levanté tras dar un suspiro tan profundo como la negrura de la noche misma.

—Iré a dormir, mañana me gustaría empezar temprano... si no les molesta —propuse. Irvin y Yerkária asintieron. Creo que solo querían ser condescendiente conmigo.

Si mantenemos el ritmo de hoy, se supone que estaremos allá en cuatro días..., aunque la esperanza es que sea en tres o menos, dependiendo si consiguen algunos caballos. En todo caso, supongo que nos preocuparemos luego de esos pormenores más tarde, pues la noche era joven.

Irvin y Yerkária estuvieron un rato más junto a la fogata. Los escuché conversar, pero no sabía sobre qué... estaba muy lejos para oír, así que no importaba. Deseaba más tener un descanso reparador luego de toda la caminata de este día.

Pero en horas de la madrugada tuve un sueño. Trataba sobre el primer encuentro de Vhíndar y Lanz.

Recordaba una historia que mi maestro me narró una de todas esas noches que pasamos en el campamento junto al lago..., justo donde "El que más Amó en el mundo" se enfrentó al mejor espadachín de las eras que alcanzó la clave de la perfección.

—Me preguntas que... ¿cómo se conocieron ellos dos? —Repitió Sai mis palabras previas.

—Sí —aclaré—. Como tú dirías: son relevantes a lo largo de todo esto.

—Ah, ya veo —repuso él con suavidad en su voz, pero siempre en un tono de autoridad y respeto—. Esa historia es una muy grande. Habla sobre la elocuencia que debe alcanzar un cuerpo para representar la esencia que ha definido su predominancia en el mundo...: la capacidad adaptativa que nació de su instinto de supervivencia —dijo mi maestro en una tácita retahíla—. Que interesante que quieras saber eso.

Noté un interés especial en sus palabras, era como si estuviera gozoso de contar esa historia.

—Todo inició con uno de los sueños de Vhínd, ¿recuerdas lo de su maldición? —me preguntó, a lo que yo asentí—. Él había revelado a Threm un sueño que tuvo el día que se conocieron por primera vez. Le relató que fue un sueño profético, porque en él vio un futuro donde una entidad sería el punto final para Lanz... Un hijo entre el cielo y la tierra.

Y así es como empieza la historia, remontándose varias décadas después de la derrota de Threm ante Lanz.

Threm, como toda buena leyenda, era poco visto por la gente a causa de su escasa cercanía a las aldeas. Era un hombre ermitaño que vagaba en los bosques a la orilla de las llanuras entre Íon y la zona sacra, aunque también le agradaba rondar el noreste de las costas. Era como un espejismo para los aventureros de aquel entonces, pues relataban sus fortuitos encuentros con el mito del gran maestro de la espada en carne y hueso.

Threm erraba sin un rumbo y con una mirada insondable en su semblante que hablaba por sí misma. De cabellera suelta y larga, y tan blanca como los copos de nieve que cobijan Zelster. Sus orejas puntiagudas eran el manifiesto de que no era un humano ordinado, de hecho, este detalle revelaba que su linaje provenía de los ángeles que habitaron las montañas flotantes de Heli... por eso su nombre era compuesto por la palabra Heliant.

Usaba una capa de un pálido tono purpura cuyo interior era verdoso y oscuro. Esta prenda le llegaba hasta las rodillas, cubriendo una armadura de escamas doradas que siempre resaltaba en las crónicas de quienes estaban fascinados con sus proezas.

—Creí que ellos se habían conocido en este lago, Sai —dije mientras bebía del vino que solíamos compartir en las noches.

—No, no... recuerda que el mundo puede ser más grande de lo que crees. De hecho, el día que Threm y Vhínd se encontraron, era como cualquier otro en su vida... nada en especial —repuso Sasai—. Ahora, solo acomodate y escucha lo que te voy a contar.

Threm detuvo su andar, apoyando su mano izquierda en un árbol mientras el otro brazo permanecía oculto bajo su capa; reposando sobre el mango de una espada que sobresalía en su cadera. Alzó el mentón ligeramente manteniendo ambos ojos cerrados... sus orejas puntiagudas se movían, aunque era apenas perceptible solo si se observaban detenidamente; ubicando algo..., o alguien.

—Hablando con franqueza, mi espíritu sospechaba la presencia de un ente curioso, pero estando tan cerca mis oídos no pueden ser burlados —dijo Threm abriendo sus ojos y mirando a un costado, mostrando el perfil de su fino rostro—. Revelate, o será la primera luz del alba quien te halle —agregó refiriéndose a su espada.

Threm esperó pacientemente unos segundos, hasta que detrás de otro árbol a más de 10 metros apareció un joven que, según su estatura, se podía juzgar que rondaba entre los 14 y 16 años.

Su cabello era salvaje y oscuro, su piel era pálida; pero pulcra pese a las circunstancias desafiantes de las montañas... ese último detalle revelaba que ese joven sabía cuidar sus pasos en un terreno como ese. Y esto era algo que Threm formuló en su cabeza apenas logró mirarlo de reojo.

—Ah... Solo eres un niño —dijo Threm volteando para mirarlo de frente—. Por cierto, no te asustes... lo de la luz del alba solo era teatro. Ya sabes... por el nombre de mi espada. Además, mi corazón se llena de gracia al saber que muchos cuentan historias tan adornadas sobre mí, así que a veces trato de aderezarlo de más para que se vayan contentos a casa.

Threm se le quedó mirando, esperando su reacción, pero el niño no pronunció nada. Parecía más tímido que las personas con las que Threm solía encontrarse, así que, agachó la mirada por un rato y se acercó unos metros hasta estar a pocos pasos de él. Cuando estuvo delante, Threm decidió hacer algo... darle un regalo.

Se agachó y tomó una roca no más grande que su palma, después se irguió y lanzó la piedra al aire. La roca se elevó más de 2 metros sobre su cabeza, pero al comenzar a descender Threm sacó su espada con la mano izquierda, dio dos pasos hacia atrás y, con suavidad y fluidez, ejecutó varios cortes apenas perceptibles.

Cuando el trozo de piedra cayó ante los pies del joven ante él, esta tenía la forma perfecta de una estrella. Threm guardó su espada en la funda con suma elegancia y luego recogió el regalo del chico. El espadachín era un hombre muy alto, por eso aún estando sobre una de sus rodillas seguía viéndose enorme al lado del joven.

—Toma, te obsequio esto como un recuerdo de nuestro tropezón —dijo el gran maestro de la espada mientras colocaba la estrella de en la palma del joven.

Después de ello, Threm dio media vuelta y comenzó a alejarse, pero tras avanzar unos pasos, aquel joven por fin habló.

—Peleaste contra Lanz, ¿verdad?

Threm se detuvo en seco apenas oyó ese nombre... permaneció tan quieto como una estatua. Entonces, el alto espadachín sin voltear agregó:

—Muchacho, ¿dónde oíste ese nombre? —Preguntó—. ¿En dónde naciste?

—Perdiste... pero aún estas vivo —repuso el joven.

Threm en ese instante giró y lo miró, pero esta vez directo a los ojos. Se dio cuenta de que este joven misterioso tenía ojos carmesíes.

—En ese momento —me explicó Sasai—, el gran espadachín sospechaba que había algo más tras él cuando sintió el peso de su mirada... por lo que hizo algo que ese Adalid Román usó contigo, ¿recuerdas lo que me contaste?

Threm cerró sus parpados y se concentró. Su ceño se frunció y dio un largo respiro... cuando abrió los ojos, estos brillaban intensamente, justo como Román cuando hizo sus preguntas a Kérian la primera vez que estuvo ante ellos.

Ahora era el maestro de la espada quien observaba el espíritu de este joven de ojos rojizos estaba observando el espíritu del chico. Y ahí... ahí fue cuando se quedó fue hurtado por el asombro.

—La luminiscencia de su alma es similar a la de mi espada —se dijo Threm en voz baja... luego agregó en su mente—: ¿Acaso es un descendiente de Aetos? No... es imposible. No se ha sabido nada de ese linaje desde hace casi un milenio, pero... —Se mostraba dudoso, pero estaba a punto de encontrar una respuesta más acertada, quizá—. No, esta espada está imbuida por el Taifem de su forjador, es obvio que sea similar a Aetos..., pero entonces él... la única opción es que él sea.

—Me llamo Vhíndar —repuso el chico—... Hemle Vhíndar, y necesito tu ayuda.

—Ahora comprendo —contestó Threm—. Por eso hay tanta semejanza con mi espada. Tú también vienes de parte de Nür... joven Vhíndar — mencionó Threm tras dar un paso, refiriéndose a la Epítome de la luna: Nür—. ¿Me equivoco?

La manera en la que los dos se miraron a los ojos luego de esas palabras provocó en el joven Vhínd algo de ansiedad en su corazón.

—Tu mirada... Tu mirada es como la de mi bisabuelo, Zircrow. Tu eres la señal de la que mi padre me advirtió —repuso Threm mirando con solemnidad la copa de los árboles—. La señal de los sueños que a mí me tocaría encontrar.

—¿Quién le dijo eso? Sobre mis sueños —agregó el joven Vhíndar, tomándose aquello como inesperado.

—Que mi bisabuelo y tú tienen la misma mirada... los mismos ojos —suspiró Threm tras responder—. Él vivió primero el que es ahora tu martirio cada vez que duermes. Él llamó a la maldición "Shael Han", son las vidas a través de las memorias de aquellos que tejen las Eras. —Luego de esas palabras, Gael Threm soltó un suspiro de alivio mientras que de sus ojos descendían un par de lágrimas. Luego agregó—: Vhíndar, eres como esta espada, porque eres el que arrojará la luz de la aurora a las tenebrosidades que le deparan a la creación. Estoy tan agradecido contigo al ser tu quien me haya encontrado, y tan feliz de al fin soltar el peso de una búsqueda que creí perdida.

—Eso era justo una de las primeras cosas que quería preguntarte... uno de mis tantos motivos por el que te he buscado —respondió Vhínd— Quería preguntarte qué sabes sobre esa... —dejó inacabada su parla.

—¿Profecía? —completó Threm preguntando, aunque no parecía no ser una duda real por el modo en que lo dijo—. En aquellas Eras tan distantes; cuando el cielo y la tierra estaban mucho más cerca; los humanos tomaban los sueños de mi bisabuelo Zir como augurios. Vaticinios de lo que le deparaba al mundo, porque quien los miraba era el ojo de la luna... Nuestra vigía.

—¿Estamos conectados? —Lanzó Vhínd otra pregunta—. ¿Somos la misma persona?

Threm se agachó por segunda vez ante Vhíndar... y Sacó por fin su brazo derecho para colocarlo sobre el hombro del chico. Lo miró fijamente a los ojos por unos segundos; instantes en los que sus miradas era tan intensas como el paisaje de un oleaje enfurecido.

—No... definitivamente no eres él. No es posible que alguien más sea exactamente igual a otra —dijo Threm con una pequeña risotada. Luego hizo una mueca, pero no una desagradable o que diera a entender que se burlaba de algo... sino que sentía gracia genuina—. Esa siempre fue una de mis preguntas, ¿sabes? Como los grandes misterios del otro mundo, que no saben si existe una forma de vida equivalente a ellos en el universo. Pero tu acabas de darme la respuesta definitiva a mi propio enigma... uno que empezó como curiosidad.

Vhíndar miró el brazo derecho de Threm cuando lo retrajo. Se fijó en el detalle de que le faltaba el dedo pulgar.

—Así fue como te derrotó —añadió Vhínd. Gael al oír eso su rostro pareció reflejar el pesar hacia un dolor antiguo que todavía sentía—. Un dedo bastará para derrotarte... eso fue lo que Lanz te dijo esa vez.

—Mi ego me hizo pensar que hablaba de él... Jamás se me ocurrió que se trataba de mí. Luego del combate me di cuenta de que pudo terminar conmigo en cualquier momento, pero no lo hizo. Su objetivo siempre fue herir mi orgullo como espadachín, y lo logró. Pero atravesé esa prueba, y gracias a ello he creado una de las piezas clave para acabarlo en el futuro. Todo fue, para mí; un recordatorio de que incluso los más grandes maestros pueden aprender lecciones de humildad en la derrota.

—Lo he visto. Sé de qué hablas —agregó el pequeño Vhíndar—. Es como una danza. Desde que lo vi, supe que era algo importante.

—Vaya... entonces ya has vivido mi vida antes de que yo la termine —dijo Threm levantándose tras esconder su brazo derecho—. Eres como el reflejo de un viajero del tiempo, que soy yo y a la vez no... Esto es increíble; un verdadero milagro. Supongo que sabes cómo moriré.

—¿Quieres que te lo diga? —repuso Hemle Vhíndar.

—No, eso no me importa. Desde hace mucho encontré mi razón para vivir y el propósito en ella... sé entonces que al final moriré por ello, y eso hace que todo valga la pena —añadió el maestro de la espada—. Una vez que eso suceda tú serás el portador Ἑωσφόρος (Eósforo).

—Entonces... ¿me ayudarás? —Preguntó Vhíndar con leve apremio.

—Pero por supuesto que sí... solo sígueme —añadió dándose la vuelta para empezar a caminar—. No hay que perder tiempo. Haré que tu cuerpo sea el cincel que dibujará el bienestar de Eras venideras.

—¿Sabes algo más sobre ese sueño de tu bisabuelo? —preguntó Vhínd.

—Trata sobre un "Ö Rin", un equivalente al nivel que Lanz ha alcanzado. Y por cómo están las cosas, puede hablar de que en el futuro surgirá un ser de esa estirpe... La unión de la sangre de los Démura y Eithárien —contestó Threm, mirando a Vhíndar queriendo insinuar algo— Entre un Hemle y una Rrándil. Pero eso no basta, tal vez hasta estoy equivocado. Así que te aconsejo que, si quieres contestar preguntas como esas, lo mejor será que vayas a atrapar las respuestas.

Threm Gael de Heli y Vhíndar de la casa de los Hemle se enrumbaron juntos a un lugar donde Lanz nunca iría a buscarlos: El lugar donde Lorand murió, y Lanz surgió; "Maer Thalan" (el monte sagrado). Ahí estarían seguros

Tras conocerse de este modo, Threm y Vhíndar serían maestro y alumno por largo tiempo... Sasai me contó que, en ese periodo, los mitos que hablaban sobre solamente Threm pasaron a hablar de Threm y su supuesto hijo perdido.

El joven Vhíndar aprendió paso a paso las técnicas que Threm había desarrollado a lo largo de su existencia, todos los secretos fueron transferidos a él junto a historias que revelarían ante él el camino con más precisión.

A medida durante su crecimiento, Vhínd y su maestro estuvieron en largas aventuras para aprender más y saber más de todo aquello que depararía en el futuro. Una de esas cosas fue esa danza, de la que Vhínd se refirió... la que supuestamente Threm creó.

Descubrieron que Threm no fue su verdadero creador, pues lo que pasó fue algo mucho más difícil de creer. Gael Threm Heliat (quien es de Heli) reconstruyó algo que se creyó perdido, pues esa danza fue creación del mismo Lanz. Encontraron información que revelaba que esa danza surgió cuando él era bueno; con un alma que irradiaba luz, esperanza y, sobre todo... amor.

El hecho de que Threm volviera a dar forma de manera fortuita a todo un arte para el combate que perteneció al enemigo, era algo que se desbordaba de cualquier expectativa sobre el destino... ya que esto parecía ser más que eso.

—¿Con qué me refiero a el hijo del cielo y la tierra? —me dijo Sai luego de contarme esa historia—. Bueno... con todo lo que sabes ahora, te insto a descifrarlo como quieras. Esa clase de respuestas solo te pertenece a ti, pequeño hombre, porque se ligan a tu interpretación.

—¿Pero y qué hay de Vhíndar y Lanz? —Pregunté antes de pasarlo por alto.

—Ah sí, eso... no sé cómo casi lo olvido —replicó Sasai.

Para ese entonces, Vhíndar ya cargaba con el filo que una vez fue de su maestro... y que usaría para enfrentar a su primer portador: El que más amó en el mundo. Esto tuvo lugar más allá de las cordilleras de Zelster; en las costas heladas de los antiguos puertos del norte.

Vhíndar caminaba entre las densas ventiscas con Eósforo en su cintura y... otra espada en su espalda. ¿Cuál es la importancia de esa espada en su espalda? Bueno, se trataba de la Espada de las Eras; la más grande creación de Aetos, y qué tenía la capacidad de cambiar el mundo en todo aspecto.

—¿Cambiar al mundo en qué sentido? —pregunté a Sai cortando su relato.

—Espera al final para las preguntas... no quiero perder el hilo de la conversación —agregó Sai echando unas ramas secas al fuego.

Como decía... Vhíndar no pretendía dirigirse a la boca del lobo, sino que el lobo ya estaba ahí con él, y no podía simplemente huir tan fácil. Vhíndar lo sabía, así que tuvo que adaptarse a la circunstancia.

De pie, uno frente al otro; Vhíndar que desenfundaba a Ἑωσφόρος, y Lanz Rrándil; que se mostraba imperturbable desplegando la presencia de su Taifem por todo el lugar, haciendo que todo vibrara con sombras que se mezclaban con la blancura de la nieve.

—Sabía que esa ala rota de Heli no se quedaría de brazos cruzados —dijo Lanz en un susurro que llegó a oídos de Vhínd pese a la intensa ventisca.

Vhíndar sintió un escalofrío diferente cuando oyó su voz tan cerca, como si le estuviese murmurando al oído. Por otro lado, los ojos carmesíes de Vhíndar brillaron como si estuvieran envueltas por el fuego mismo.

—Gael no me ha decepcionado del todo... me siento feliz que haya sido así —repuso nuevamente el mayor de los males—. La vida es menos aburrida con retos que valgan la pena... y todo porque tu maestro pudo entenderlo y superó sus falencias.

—Basta, nunca te pedí que hablaras. Sé que lo que quieres es esto —respondió Vhíndar refiriéndose a lo que cargaba en su espalda—. Te prometo que hoy no es el día para darlo todo peleando contra ti, pero sí que será un día más en el que tus garras permanecerán lejos de lo que anhelas alcanzar.

—¿Y acaso sabes cuál es mi anhelo? Si me apodero de ella el juego se termina. A diferencia de ti, yo sí puedo ver las ansias de los demás... y ya he visto el tuyo —alegó Lanz sin haber tomado ninguna posición de batalla, al contrario de Vhíndar—. El camino que elegiste para proteger lo que tu corazón implora hará que puedas disfrutar ese sueño. Que gran injusticia, ¿no te parece?

—Si renuncio a mi anhelo para proteger lo que amo, entonces valdrá la pena el sacrificio de renunciar estar cerca de él —respondió Vhíndar con solemnidad desafiante— Eso es lo que un padre es capaz de hacer por sus hijos... y tú lo sabes mejor que nadie.

Lanz se le quedó mirando en silencio, y aunque su rostro era uno que no transmitía nada más que su propio regodeo, en ese momento, en la manera en la que sus ojos se desviaron hacia un lado y luego al suelo; en la manera en la que dio el largo respiro que Vhíndar notó... se entendía que él mejor que nadie lo entendía.

—Recuerda, guerrero de la aurora, no hay camino que no se abra a mi paso... porque los conozco todos —agregó con voz átona y ronca.

Cuando Lanz terminó de decir esa última palabra, ya estaba justo en la espalda de Vhíndar extendiendo su mano hacia la Espada de las Eras. Por suerte, el pupilo de Threm tenía un instinto mucho más afilado que la de su maestro, por lo que logró esquivar los dedos del enemigo justo a tiempo.

Maeva Vhíndar giró rápidamente, lanzando un ataque tan veloz que, no solo cortó el aire, sino también un muro de rocas congeladas de una ladera cercana. Luego se agachó propinando dos cortes más que no lograron dar en Lanz... gracias a que este los esquivaba mientras esbozaba una sonrisa cada vez más grande.

Por último, desde una postura baja realizó un corte ascendente en vertical perfecto, que tampoco acertó, pero levantó tanto escombro con él que aprovechó para tomar distancia.

—Sé que le temes a lo que vendrá, porque el hijo de la tierra y el cielo será el que te ponga un alto de una vez por todas —dijo Vhíndar tomando otra guardia, con la pierna dominante adelante, la espada por encima de la cabeza, bajando su centro de gravedad y encorvando un poco su espalda... y sus ojos brillando al rojo vivo tas su cabellera negra que tapaba su rostro.

—Si me dices eso ahora... supongo que tus piezas ya están colocadas en el sitio que les corresponde —mencionó Lanz—. A menos que estés siendo arrogante ahora, como esa ala rota lo fue el día que restregué su propia debilidad en la cara.

En ese momento, justo en esa parte de la historia, desperté del sueño con las palabras de Sasai que decían: te insto a descifrarlo como quieras.

A un lado estaba Irvin, durmiendo tranquilamente aferrado a su manta. Yerkária por otro lado, estaba más distante, justo en el otro extremo. Saqué un pequeño artefacto de Inkál que era como una linterna. Cuando lo encendí noté que parte de la espalda superior de Yerkária estaba desabrigada... entonces me levanté sin hacer ruido, me acerqué a ella y la cubrí con su manta. Sé perfectamente lo feo que es dormir pasando frío, y que por ese descuido amanecer enfermo.

La vi... tan joven como yo en apariencia. Inmediatamente pensé en ese detalle como algo a lo que no le había puesto atención. Es tan joven y tiene un rol de guerrera aprendiz, estudiante guardiana de su propio pueblo y hogar... y está aquí conmigo, pudiendo estar en cualquier otra parte en mejores circunstancias.

Es la hija de Zoren después de todo, un Adalid... pero yace ahora durmiendo en el suelo, y todo por acompañarme hacia lo que saben es una posible trampa. Que valentía.

Puse mi mano delicadamente sobre su cabeza, apenas en la superficie de su cabello.

—Tal vez está demás que me acompañen —añadí en un susurro que se mezcló con la silenciosa brisa de la madrugada.

Miré la salida del campamento, pensé que solo debía salir y seguir el camino yo solo. Después de todo, el sueño me abandonó en ese momento... aunque también podía hacer lo que solía hacer durante el tiempo que entrené con Sai.

Salí de la tienda, contemplé la luna en lo alto y luego... caminé en una dirección.

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