Capítulo 2: La calma que precede a la tormenta.
Kérian estaba sentado en una silla delante de una pequeña mesa redonda junto a la ventana. Miraba el exterior; a las personas que pasaban por la acera; a los vecinos que, como la señora, vivían en sus propios negocios. Había uno que otro edificio departamental con los que colindaba y, el cielo, si bien aún era de día, las nubes se habían tornado más oscuras.
—Aquí tienes —se oyó nuevamente la voz de la señora.
Ella le estaba sirviendo al chico una taza con café con algo de chocolate y leche. Humeaba y desprendía un aroma que casi se podía saborear, junto a unas galletas de jengibre y miel con ralladura de coco, mientras otras estaban compuestas con algo de lima.
—Ten cuidado con la taza, está caliente.
Kérian levantó la taza y sopló antes de dar un sorbo. Cuando la reconfortante sensación de sabor y calidez entraron por su boca, no hizo más que cerrar los ojos. El primer sorbo fue tímido, el segundo no tanto.
La señora solo se quedó mirando la escena con una sonrisa que se dibujaba en su semblante.
—Al parecer el chocolate me quedó muy bien —agregó ella mientras Kérian se terminaba el contenido.
—Es el mejor chocolate que he probado en mi vida, en serio —alegó el chico pasando su lengua por sus labios, limpiando cualquier rastro de espuma.
—Exageras, pero tomaré tu halago con gusto —repuso ella.
Kérian puso la taza vacía suavemente sobre la mesa, y entonces, la anciana preguntó:
—Si gustas, te sirvo un poco más.
—No —contestó Kérian secando las gotas que habían caído en su mentón con la manga de su chamarra—. Ya me ha dado bastante y todavía no sé por qué.
—Bueno, ¿quieres saber por qué lo hago? —la señora llevaba sus dedos a la barbilla y levantaba una de sus cejas.
—Sí —asintió contestando el chico con timidez.
—De acuerdo, te diré, pero antes quiero que intentes adivinar —propuso ella.
Kérian pensó unos segundos, concentrándose mientras miraba el interior de la taza vacía.
—¿Por qué es educada? —respondió esperando que fuese eso.
—No —dijo la señora cambiando de postura—. Es algo más simple.
Kérian pensó nuevamente, esta vez mirando sus manos; el movimiento de sus dedos sobre sus nudillos.
—Porque quería ser buena conmigo —repuso Kérian; pero la señora esbozó una sonrisa.
El chico sintió un poco de pena, supuso que no era el punto que la amable persona ante él quería llegar.
—Ser bueno contigo —comentó la señora pensativa—. La respuesta larga y llena de rodeos es que, sí, quería ayudarte porque sé que necesitas ayuda. Pero no creas que lo hago porque siento lástima de ti, —comenzó a explicar ella mientras cruzaba sus piernas—. Tampoco se trata de tener educación; porque la educación no es suficiente. Mira muchacho, el chocolate que bebiste y las galletas que te regalé, tienen un costo que seguramente no puedes pagar, pero para mí, es mucho más valioso haber estrechado tu mano, y hacerte pasar para charlar un rato. Además, no sé si alguna vez has sentido eso; cuando un deseo se implanta en lo más profundo de tu ser sin ninguna razón aparente; y que si no lo haces te empieza a carcomer por dentro una especie de ansiedad. —Al ella decir eso, Kérian sintió una turbación en su respiración generada por algo que no había experimentado antes, o que tal vez había olvidado cómo se sentía.
Entonces siguió oyendo.
—Tal vez esa cosa no es un deseo que se implanta en uno, sino que nació de uno mismo. Eso cambia las cosas —dijo la señora reflexiva, como si recordara algo de antaño—. Si algo como eso puede nacer en nosotros y no entendemos por qué está, puede que sea porque no nos conocemos a nosotros mismos lo suficiente. Así que pensé que, al hacerlo; al conocerte; también me conocería más a mí. —La señora carcajeó en silencio, llevando una de sus manos hacia su boca—. Pero, en fin, creo que me estoy enrollando demasiado. Ahora bien, si lo que quieres es escuchar la respuesta corta, entonces.
La señora se encogió de hombros con una despreocupada expresión a la par que afectiva.
—Es que nada me lo impide, ¿no crees? —contestó, y luego, para ponerlo de otra manera, agregó—. ¿Debería de haber una razón para ayudar a otros? ¿O para no hacer aquello que nace de tu alma?
Kérian no dijo nada y llevó su mirada a su taza vacía, luego a la ventana, y de nuevo a la taza mientras oía. Por último, regresó su vista hacia el rostro de la señora.
—Pienso que, si se necesita una razón para ayudar, simplemente deja de ser una ayuda auténtica y se convierte en una carga para otro. Claro, en ciertos casos obviamente; porque depende de la clase de persona que seas, o del tipo de persona a la que ayudas —dijo ella—. Pero parece que entiendes el punto al que quiero llegar.
Kérian hizo contacto visual con la señora.
—¿Lo ves? No hay nada que me lo impida —repuso ella.
—Tiene razón, señora... Tiene mucha razón —dijo Kérian susurrando—. Ese es un pensamiento que me gusta.
—No sé si tengo razón, pero, al menos para mí, es una verdad que intento seguir todos los días. Eso me ha hecho sentir más viva desde que me lo propuse.
—Una gran verdad... —repitió el chico como si lo asimilara—. Sí, creo que para mí también lo es.
—Entonces me parece maravilloso que coincidamos en algo, chiquillo, —sonrió.
Inconscientemente, Kérian también le regresó la sonrisa. Tras unos segundos en los que se miraban el uno al otro de forma enternecedora, el estruendo de un trueno se oía sobre las nubes. La señora volteó, y miró por la ventana un instante; hacia el cielo. Entonces suspiró y dijo:
—Creo que si te quito más tiempo te mojarás en el camino. Supongo tienes cosas por hacer todavía. —Kérian afirmó con la cabeza—. Bueno, en ese caso... espera un momento aquí. Iré por una bolsa para que te lleves las galletas —habló refiriéndose a las galletas que el chico no había tocado por la conversación.
La señora se levantó y se dirigió hacia la parte posterior de la panadería después de atravesar una cortina.
Kérian no permaneció solo por mucho tiempo, ni la señora se había alejado tanto. De hecho, el chico podía escucharla hablar con alguien más. La voz de la señora se iba haciendo cada vez más fuerte, señal de que se aproximaba. Cuando pasó nuevamente por la cortina, no llegó sola. Una niña que aparentaba tener unos diez años caminaba sujetada de su mano.
—Ella es mi nieta; se llama Lucy —dijo la señora mientras le daba su asiento a la niña—. Saluda a Kérian, Lucy. —La niña saludó agitando la mano con timidez—. Bueno, mi nieta es de pocas palabras como puedes ver... Aquí tienes por cierto —agregó dándole al chico la bolsa, pero, la bolsa no estaba vacía.
Kérian al darse cuenta miró su interior. Había más comida; pan para precisar.
—Hay algunas dulces y otras que son saladas, para que tengas de donde escoger —alegó ella—. También hay unas pequeñas donas, pero están algo deformes; esas las hizo Lucy —explicó—. Ella todavía no sabe darles una forma uniforme, pero igual saben deliciosas, ¿no es así? —preguntó a su nieta, y esta escondió su cara tras sus pequeñas manos.
Kérian puso las galletas que tenía en la mesa dentro. Su vista seguía sobre la bolsa, como si no creyera que todo eso era para él.
—Oh, por cierto —expresó la amable anciana sacando un pequeño monedero.
El monedero estaba adornado con varios dibujos hechos con diversos marcadores de colores. Uno de los dibujos era, por como lo entendió Kérian, Lucy y su abuela tomada de las manos. Ambas con una sonrisa, y su abuela con pan en la mano.
—Toma —dijo la señora ofreciéndole unas cuantas monedas y un par de billetes de cifras bajas—. Para que te compres algo de tomar con que tragar tanta masa. No quiero que te ahogues por mi culpa.
En eso, Lucy tiroteaba de la ropa de su abuela, llamando la atención de esta. Al poner su mirada en la pequeña, se percató de que estaba preocupada por algo.
—¿Qué sucede, Lucy? —Pero en el momento en el que la señora puso los ojos sobre Kérian, supo el motivo de su preocupación—. Ya entiendo — declaró la anciana mostrándose comprensiva.
Kérian no pudo aguantar más, y su llanto se liberó.
—Gracias —dijo con voz quebrada, mientras que sus mejillas eran surcadas con grandes gotas—. Hoy estaba seguro de que iba a dormir sin comer..., pero usted. Muchas gracias. —Sus palabras se entrecortaban.
Intentó callar su lamento; lográndolo solo un poco. De pronto, Kérian tomó la mano de la señora y la envolvió en las suyas.
—Si necesita algo, —propuso impetuoso—. Un favor, que le limpie el corredor o la acera aquí enfrente de su panadería. Lo que sea, cualquier cosa; que recoja su basura, yo lo haré. Solo debe pedírmelo. —Kérian seguía sujetando la mano de la señora, acariciando levemente su arrugada piel con sus dedos.
La anciana parecía que iba a negar amablemente la disposición de Kérian, pero se dio cuenta de la determinación del chico en sus azules ojos. Por lo que al final, sonriendo, aceptó.
—De acuerdo, está bien. Yo todos los viernes por las tardes salgo a caminar por el parque con mi nieta. Entonces, si nos llegas a ver, puedes acercarte con toda confianza, ¿sí? Quizá termine pidiéndote algún favor alguna vez.
—Sí —contestó el chico con solemnidad—. Es lo menos que puedo hacer.
—Que buen muchacho eres, Kérian.
Y una vez que hubieron separado sus manos, la señora le hizo saber a su nieta que Kérian estaba a punto de irse. Esta vez le pidió que se despidiese de él, y lo hizo con la misma timidez con la que lo saludó.
Antes de que el chico saliera por la puerta, la señora le hizo saber que, cuando volviera a visitarla, habría más comida caliente esperándole, y también algo de ropa usada, pero mejor que todo lo que llevaba encima. Aunque había una duda que le causaba intriga, y esa era: ¿Quién diablos fue la persona que le dijo su nombre a la anciana? Ante eso, al final optó por no darle mucha importancia.
Pero, al mismo tiempo, cuando estaba lejos de la panadería, se dio cuenta de otra cosa que le provocó asombro. En ningún momento se tomó la molestia de preguntar el nombre de esa amable mujer. Le sorprendió por el mero hecho de pasar por alto algo tan simple. Debido a ello; Kérian se prometió volver al día siguiente. Pese a todo, ese día no terminó como la gran mayoría, y pensar en eso lo hacía feliz mientras dirigía sus pasos hacia el parque.
Al transcurrir unas horas, tal y como el chico dijo, la lluvia había hecho acto de presencia en la ciudad. Las luces anaranjadas de los postes tomaban más fuerza a cada minuto, indicando que la noche estaba a punto de caer.
Kérian estaba sentado en la orilla de una acogedora choza que él mismo había construido en la seguridad de un árbol. Armada por ramas del propio árbol, trozos de cartón y grandes bolsas de basura que tuvo que limpiar en su momento. No había mucho espacio en el interior, pero sí lo suficiente como para poder acostarse con normalidad, de tener cierta libertad para girar y para guardar algunas cosas que le eran útiles o que estimaba... como aquel diario.
Sentado con los pies descalzos, mecía sus piernas mientras echaba a su boca el pan que la señora le obsequió. A su lado tenía jugo de frutas que compró con el dinero que, a sus ojos, era la mayor cantidad que alguna vez tuvo en sus manos. Increíblemente, el agua no se filtraba en su escondite. Había puesto mucho empeño cuando la armó, pero también se debía a que el mismo árbol le protegía de la inclemencia del clima. El lugar en donde estaba ubicado su escondite era en una zona del parque que la gente no solía frecuentar. Estaba alejado de los típicos juegos para niños en donde los padres y madres llevan a sus hijos. Se hallaba lejos del lago y de los monumentos y de los desafortunados que, como el chico, tenían un estilo de vida similar.
Al terminar de comer se dispuso a dormir. La chamarra la usaba como cobija y, cuando podía y la temperatura era la adecuada, de almohada. La entrada de su pequeño escondrijo estaba tapada con otro trozo de cartón envuelto en plástico y cinta adhesiva, evitando así que el viento entrara en exceso.
Aguardó hasta que el sueño lo abrazara, y no tuvo que esperar mucho. Tener el estómago lleno influyó bastante en ello. Sus párpados se volvían más y más pesados a cada minuto. El golpeteo de la garúa a su alrededor y el del viento suspirando entre las ramas se habían convertido en la canción que lo acunó esa noche.
Varias horas después, la llovizna se convirtió en aguacero, y la suave brisa pasó a ser un ventarrón. Acostumbrado a esas cosas, no hubo nada en todo eso que lo despertara del plácido sueño que estaba disfrutando... Aunque hubo una cosa que sí llamó su atención lo suficiente, y que no era parte de su día a día. Primero pensó que se trataba del viento, que pasaba chiflando por los bordes de la puerta que no quedaban bien sellados. Pero eso no era nuevo en realidad. De hecho, pasaba a menudo cuando el clima era como el de esa noche. Aunque en esta ocasión no era solo el viento silbando... Si no algo más.
Poco a poco ese sonido pasó a transformarse en una chirriante y tétrica carcajada. Kérian se levantó de golpe tras haber captado aquello, pero la risa se apagó tan pronto como el chico abrió los ojos y sacudió la cabeza. Medio dormido y aun con la vista borrosa intentó enfocarse en la entrada de su choza mientras ponía su espalda contra la pared de cartón.
No podía ver nada, o, mejor dicho, no vio nada fuera de lo normal. Estaba seguro de lo que oyó, así que tragó saliva y tomó un trozo de rama seca que solía dejar dentro por si acaso. Haciéndose de valor, comenzó a gatear hasta la pequeña puerta, pero no para abrirla; sino para echar un vistazo desde aquellas rendijas en donde el cartón y el plástico no tapaban por completo. Cuando miró, primero no hubo nada.
De lado a lado su añil ojo se movía y, en una de tantas, solo de repente, ante él tenía la visión del rostro de la señora que conmovió su alma horas antes, pero no como la recordaba; risueña y comprensiva; sabia y enternecedora. Era un rostro que trasmitía muerte; sin dientes en su boca ni ojos en sus cuencas, y con partes de su cabeza en la que el cabello parecía haber sido arrancado de raíz con salvajismo.
Su piel parecía haber perdido todo rastro de color, y sus labios estaban destrozados, como si estos hubiesen sido golpeados una y otra vez con saña, odio y desprecio. Como si el que lo haya hecho odiara la vida misma y buscaba destruirla por puro placer. Kérian era incapaz de moverse porque una extraña fuerza de dimensiones desconocidas se lo impedía... Fuerza de la cual había sentido incontables veces su apabullante poder... La del miedo.
De la clase de miedo que no solo es capaz de atenazar tu cuerpo, sino también de la que es capaz de robarte el aliento, y que sí o sí te obliga a seguir mirando sin escapatoria o segundas opciones.
A pesar de solo haber mirado un par de segundos, cada pequeño detalle quedaría guardado en su memoria, y eso era algo que jamás podría borrar.
Cuando eso sucedió, Kérian se echó para atrás con prisa, dándose un fuerte golpe en su espalda. Sus manos temblaban y su pecho se agitaba; subiendo y bajando; luchando por llenar de aire sus pulmones. Luego, la puerta de su choza empezó a tambalearse y aquella extraña risa volvió: una carcajada estridente y maligna, de burla y provocación.
Pero en medio de todo aquello, un susurro proveniente de una segunda voz, llena de soberbia, altivez y desprecio también llega a sus oídos, y esta decía: «Fue... culpa... por ti». Luego, como en una segunda ola, la frase adoptó otra forma, quedando como: «Tu culpa... haber sido». Esas dos variaciones se repitieron casi media docena de veces hasta que la puerta estuvo por abrirse, y fue cuando entonces Kérian despertó bañado en sudor.
—Solo fue una pesadilla —dijo Kérian en voz baja mientras sentía sus manos temblar, percatándose de lo extraño que fue todo eso, pues sentía que había despertado dos veces.
Frunció el ceño con extrañeza al sentir unas gotas caer sobre las palmas de sus manos. Al instante tocó su rostro solo para darse cuenta de que se trataban de sus propias lágrimas.
—Qué... ¿qué es esto? —murmuró preguntándose. No comprendía el motivo de su llanto.
No sentía tristeza, enojo o frustración, no al menos no en ese momento.
Sus ojos estaban fijos hacia el frente, mirando la puerta, pero a nada en particular; solo tenía su vista puesta en ella. Su mente corría a mil por hora, y una inquietante sensación de que «algo malo iba a pasar» invadía cada rincón de su pensamiento.
—¿Por qué la señora? —Se preguntaba mientras se debatía si salir solo para hacer una comprobación.
Para ese entonces la lluvia arreció al igual que el viento. Entonces lo pensó una vez más alternando su mirada de la puerta hacia uno de sus costados; hacia un hueco donde tenía otras cosas de valor que ocultaba.
Tras unos segundos así, tomó algo de ese hueco en el árbol; pequeño y metálico; afilado y peligroso que, por motivos personales, Kérian deseaba que jamás llegara el momento en que tuviera que usarlo. Pero como en todo, siempre hay excepciones en la vida. Tomó su chamarra, guardó aquel objeto metálico en el bolso donde cargaba su cuaderno, se lo colgó, se puso sus botas y salió disparado de allí en medio de la penumbra sintiéndose en el fondo un poco tonto por hacer tanto caso a un presentimiento. Aun así, eso no le impidió moverse con rapidez, tomando atajos por zonas del parque que conocía tan bien como la palma de su mano.
Cruzó por callejones solitarios y otros en donde algunas personas dormían sobre la basura. Luego, una vez que estuvo a punto de llegar al lugar que deseaba ir, antes de doblar por una esquina, desaceleró. Marchaba recobrando el aliento, mirando a su al rededor con nerviosismo en cada paso. La fuerza del soplido del viento era impredecible; a veces se reducía y otras volvía con fuerza, pero la lluvia se mantenía débil, abriendo paso al eco que producían sus pasos sobre el asfalto mojado.
Estaba cerca, y ahora solo le quedaba cruzar la calle.
Al estar delante de la panadería que había tenido la gracia de conocer aquella tarde, miró por la amplia ventana que yacía protegida por cortinas de hierro. Pero no parecía haber nada malo o raro, al menos en lo que alcanzaba a ver. Estuvo así por casi un minuto, pero nada. Decidió dar varios pasos hacia atrás, quedando casi en media calle solo para tener una perspectiva más amplia del local.
Tras un rato, aquella inquietud empezaba a desvanecerse justo como también lo hacen los sueños. Sus hombros se relajaron y colocó las manos en su cadera, miró hacia el suelo y botó aire aliviado en medio de una risita que soltó para sí. Pero cuando estuvo a punto de dar media vuelta e irse de regreso a su escondite, algo llamó su atención.
Por el rabillo del ojo notó una luz blanca. Esta luminaria salía del callejón que estaba entre el local de la anciana y los departamentos de al lado. La intranquilidad regresó con más fuerza al igual que la lluvia después de oírse el estruendo de un relámpago romper por sobre las nubes; lo que solo significaría el preludio de una noche tormentosa.
Caminaba manteniendo su espalda pegada a la pared. Iba casi agachado y, cuando por fin llegó hasta el borde y se asomó, confirmó lo que temía: eran ladrones; uno más alto y delgado que el otro.
El que sostenía la linterna vigilaba mientras que el segundo forzaba la puerta. Entonces Kérian trató de pensar qué hacer.
Kérian en su corta vida había pasado por bastantes situaciones peligrosas, y lo que solía hacer en cada una de ellas era huir para salvar su pellejo. No quería tener problemas con alguien porque ya tenía suficiente con vivir en las calles y comer de la basura. Ese fue el primer pensamiento que tuvo, pero, no fue el primer sentimiento. No necesitaba hacerse de enemigos a los que les importaba una mierda la vida de otro ser humano. Era muy consciente de lo que le sucedía a la gente que decidía actuar por un bien mayor.
Kérian sentía que debía dar media vuelta y largarse, correr, escapar y olvidarse de todo. Pero al mismo tiempo quería quedarse y ayudar sin importar qué. Al final el miedo parecía haber hecho de las suyas. Ya que se puso de pie y comenzó a retroceder. Pero al dar el cuarto paso, sencillamente se detuvo y apretó su mano volviéndola un puño.
Se hallaba empapado, recordando en la suerte que tuvo esa tarde; en la sonrisa de la señora a la que nunca preguntó su nombre; en las deformes y sabrosas donas hechas por las pequeñas manos de Lucy; y en el enternecedor dibujo que una nieta plasmó con un inocente amor en el monedero de su amada abuela. Y también recordaba cierta parte de la conversación que tuvo esa tarde.
«¿Debería de haber una razón para ayudar a otros?».
Ese fue el último empujón para Kérian. Ya que estaba seguro de que se odiaría el resto de su vida si se comportaba como un cobarde esta vez... Sin hacer la diferencia.
—No hay nada que me lo impida —murmuró Kérian, parafraseando a la anciana.
El coraje de su alma combatió con tenacidad derrotando al miedo, sin darse tiempo para dudar de nuevo. Volvió a tomar la posición anterior junto a la pared y aguardó.
La luz de la linterna por poco llegó a revelarlo, pero el chico fue más rápido y ocultó su cabeza a tiempo. Esperó unos segundos para luego proseguir, pues ese era la primera parte de su improvisado plan. Esa misma luz iluminó algo justo al lado contrario de donde se hallaba agachado: una barra de metal grisácea de aproximadamente un metro.
—Perfecto —alegó él. Prefería usar eso que una navaja.
El concepto de provocar una herida grave a otra persona y que debido a ello pudiera causar la muerte a alguien, era una idea que a Kérian le daba náuseas y lo aterraba. Entonces, con un movimiento ágil, saltó hacia el otro lado escondiéndose detrás de la pared. Tomó la barra de metal y miró.
Esos tipos habían logrado abrir la puerta. En el momento en el que entraron, Kérian corrió en zigzag.
Cruzó y se ocultó detrás de un puñado de bolsas de basura. Cruzó otra vez y se encubrió detrás de un contenedor de reciclaje vacío. Cruzó una última ocasión y se colocó al lado de la puerta que forzaron. Por lo que, empapado, asustado, pero decidido; era su turno de encarar el miedo como se lo había prometido. Y entonces, entró a algo mucho más grande que él, pero que no tenía ni idea de cuánto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top