Capítulo 19: Un antes y un después.
Como se había trazado, Sai se dirigió al pueblo para conseguir algunas provisiones.
Inicialmente, Kérian pensaba acompañarlo, pero optó por quedarse en el lago para limpiar la zona donde montarían el campamento. Encontró un sitio apropiado bajo el resguardado de dos grandes árboles.
Mientras movía rocas y reunía ramas de diferentes tamaños, siguiendo las indicaciones de Sai, Kérian aguardó con cierta impaciencia el regreso de su ahora maestro. No solo esperaba las provisiones, sino también un encargo especial que le hizo: un cuaderno y un bolígrafo.
El regreso de Sai estuvo marcado por la preocupación en su semblante, algo que desencajaba para Kérian y que le hizo decirse «¿Ahora qué pasó?».
El antiguo aprendiz de Threm narró cómo el pueblo estaba sumido en el caos, una confusión que hacía difícil encontrar a alguien dispuesto a echarle un cable. Explicó que necesitaba al menos una persona sobria para obtener lo que necesitaba, pero a pesar de los desafíos, logró regresar con un saco repleto de prendas, especias para dar sabor a los alimentos, provisiones útiles y otros artículos indispensables.
Con las últimas luces del día montaron una hoguera. Esta no fue una simple fogata, sino un fuego majestuoso, justo el tipo de hoguera que uno visualiza cuando piensa en un campamento ideal; como hecho para contar historias arcaicas y unirse en fraternos silencios reflexivos con seres queridos. Una vez terminado el trabajo, Sai y Kérian se sentaron uno frente al otro, con la hoguera ardiendo en medio iluminando sus rostros bajo el frío manto nocturno.
—Y bien, ¿tienes la costumbre de levantarte temprano, muchacho? Espero que sí, si no habría que trabajar en eso también —preguntó Sai, mientras lanzaba más leña al fuego. Las llamas chisporroteaban y danzaban al compás de la brisa que también acariciaba la superficie del lago.
—Sí, desde que tengo memoria, en eso no habrá problema, supongo —contestó Kérian en voz baja, tomando un sorbo de jugo de su taza de madera, seguido de un mordisco a un pequeño sándwich—. Aunque desde que llegué aquí, a veces he faltado a ello y duermo un poco más de la cuenta.
—Me imagino... —repuso Sai, tomando un sorbo de su propia taza—. Pero sin temor a equivocarme, quiere decir que has dormido mejor que antes. Quizá te parezca raro viniendo de mí, pero sé cómo era tu vida antes de arribar a Rázdergan.
—Eso es cierto —respondió Kérian, acariciando la tapa de su nuevo cuaderno con una mano—. Pero ¿cómo sabes eso por cierto?
Sai, observando con el rabillo del ojo, notó el gesto de Kérian. El joven acariciaba el cuaderno como si fuera un tesoro; con sus dedos deslizándose lentamente sobre la superficie de su precioso refugio del mundo exterior.
—Tu llegada retumbó como no tienes idea, muchacho. Puede que pienses que estamos acostumbrados a tener entre nosotros la Epítome de algún elemento, pero no —explicó Sasai—. Tal vez en antaño sí, pero ahora... eso es otra historia. De hecho, el mundo de antes se encontraba en un nivel distinto a lo que puedes imaginar. Antes, incluso, las bestias heráldicas se dejaban ver con normalidad.
—¿Qué son esas cosas? —Preguntó Kérian—. Justo ahora estoy dudando si escuché de ellas antes, pero no recuerdo.
—Es probable que te lo mencionaran, son cosas básicas que se enseñan sobre la historiografía de Rázdergan —repuso Sai—. Las bestias heráldicas son seres colosales, Kérian... enormes. Son 3 solamente: Una que gobierna los cielos, otro rige las aguas, y el último que ampara la tierra... El dragón de las nubes, el dragón de los mares, y el lobo de los bosques.
—¿Qué es lo que representan? —Dijo Kérian mostrando su curiosidad—. ¿Por qué no se muestran ahora?
Sasai bajó su mirada y caviló lo que iba a contestar. Lucía melancólico y hasta pesaroso.
—Representan la vida. Su forma y el Taifem que emanan son el significado de los elementos que componen la tierra —contestó Sai—. El dragón de las nubes no solo simboliza el viento, la lluvia, o hasta el relámpago. —Sasai miró a Kérian—, porque él es todas esas cosas... es más que una tormenta. El dragón de los mares no solo es el agua, por sencillo que parezca... sino que es la encarnación de la vida. Y en cuanto al lobo de los bosques, él es más que la tierra, fuego. —Alzó una de sus cejas mientras miraba a Kérian, como queriendo agregar algo más con ese gesto—, o la fuerza de los seres que habitan su hogar... él es todo eso, y puede venir a reclamarlo cuando quiera. Pero todos ellos son nobles por naturaleza y crean un balance entre sí... por eso no lo toman todo.
—Entonces es por eso por lo que ya no se muestran —añadió Kérian.
—No, esa no es la razón —repuso Sai—. Ellos no se acercan por lo que ocurrió en el monte Heli... siglos después del surgimiento de los primeros humanos, antes de que Rázdergan se fragmentara, permitiendo que existiera tu mundo entendible.
—¿Qué pasó en ese monte, Sai? —preguntó Kérian sin más.
Pero su maestro mostró una, aunque diminuta, sonrisa con la comisura de sus labios. Seguidamente negó con la cabeza, suspiró y:
—Bueno, va siendo hora de dormir y me gustaría preguntarte algo también... mañana comenzamos temprano, ¿ok? —añadió Sai, dejando su taza vacía a un lado.
Kérian asintió dispuesto a escuchar, pero la pregunta de Sai lo tomó por sorpresa.
—Esas marcas en tu cara —dijo Sai, haciendo una pausa—. ¿Cuál es la historia detrás de ellas?
Sin poder evitarlo, Kérian llevó una mano a su rostro, apenas rozando la cicatriz más pequeña de las dos. Al hacerlo, una avalancha de imágenes irrumpió en su mente, como si hojease una historieta de páginas eternas. Las escenas trágicas que culminaron en esas cicatrices se hacían cada vez más vívidas, y a medida que estaban por culminar, los escenarios se volvían lentos. Ahí fue cuando Kérian sintió su corazón latir con una fuerza desesperada.
Finalmente, con un suspiro, Kérian respondió:
—Creo que..., es la historia de cómo llegué aquí —afirmo—. Sí, exactamente eso.
Aunque inicialmente no tenía muchas ganas de contar esa historia, se dio cuenta de que jamás la había compartido con alguien. Con Sai, se sentía cómodo, con su forma de ser y el cómo se conocieron, lo que sucedió después, la fuerza, visión y su sabiduría... todo contribuía a esa comodidad, pues para Kérian era más que una conexión superficial.
Kérian relató todo con lujo de detalle, incluso cosas que ni siquiera yo, Orión, desde la Rapsoda; donde todas las historias convergen; y narrador de esta en particular..., no conocía. Sai fue un oyente más que espléndido, prestando toda su atención mientras Kérian hablaba, haciendo solo preguntas breves que lograban entorpecer el flujo del relato. Cada palabra que Kérian pronunciaba parecía provenir directamente de su corazón, como si estuviera abriéndose por completo por primera vez. El calor de sus palabras se mezclaba con el calor del fuego delante de ellos, creando un momento de conexión profunda entre alumno y maestro.
Después de poco más de media hora, Sai intervino.
—Es una buena historia, Kérian... gracias a ella te conozco mejor.
—Nunca había contado algo así, pero si lo consideras una historia, entonces lo tomaré como un halago —respondió Kérian, inclinándose ligeramente hacia el fuego, buscando el calor con sus manos.
Sai sacó una botella de vidrio blanco y semitransparente, que contenía un líquido oscuro de tonos amaderados.
—En realidad, pequeño hombre —dijo Sai, leyendo las palabras en la etiqueta de la botella—, cada cosa que hacemos escribe una historia que se escapa de nuestras manos. Lo que tu cuerpo hace hoy, mañana serán las palabras que mejor se adapten al entendimiento de otro; palabras que otros escucharán y a su vez entenderán de manera distinta... y esa historia se la llevarán, convirtiéndola en una enseñanza, tal vez..., o en una memoria que signifique ese típico "un antes y un después".
—Creo que es cierto —añadió Kérian, esbozando una ligera sonrisa.
—Lucy, esa niña, sin querer, forma parte de tu historia... y tú en la de ella —agregó Sai, vertiendo el contenido de la botella en su propia taza y luego haciendo una seña a Kérian para que le pasara la suya—. Imagina dónde llegará esa jovencita, y qué clase de camino forjará después de ese "un antes y un después" de aquella noche.
Sai llenó la taza de Kérian con el líquido oscuro, cuyo aroma era dulce y peculiar.
—Este es un vino de moras, grosellas negras, vainilla, canela y, si no mal recuerdo... extracto de uvas —dijo Sai, pasando su nariz por encima de la taza. Kérian lo imitó—. Huele delicioso, y su sabor es algo que no olvidarás. Pero no pienses que nos vamos a exceder con esto... nos tomaremos una taza antes de dormir y otra al despertar.
Kérian le dio un sorbo tímido a su taza, y como Sai lo predijo, su sabor era inolvidable. El aroma dulce de la vainilla, y penetrante de la canela, se mezclaba con un sabor sutilmente amargo, pero que no era desagradable.
Dio otro sorbo, esta vez más grande, y en medio del silencio que comenzaba a propagarse, comentó:
—Es extraño, pero hasta hoy me doy cuenta de lo mucho que pienso en Lucy. A veces veo su rostro en mis sueños, pero siempre la veo sollozando, mirándome como si yo fuera el culpable de sus lágrimas.
—Creo que eso es solo el reflejo de tu propia culpa... recuerda lo que hablamos durante el día, precisamente a eso me refería —contestó Sai, dando otro sorbo—. A lo mejor, y de esto estoy seguro, Lucy te recuerda como la persona que la salvó de los monstruos que mataron a su abuela. Quizá creas que fue tu culpa, pero de no haber estado tú, ¿qué habría pasado si ellos desde el principio hubieran planeado llevarse a la niña?
Kérian permaneció en silencio, mirando lo que quedaba en su taza; el brillo del fuego, reflejándose en la superficie del vino.
—Si pudieras regresar el tiempo y revivir ese momento siendo quién eres ahora... la historia también sería otra, ¿no lo crees? Paradójicamente, cosas como esas son las que me hacen creer, y no creer en el destino. Porque quiere decir que siempre estaremos donde debemos estar y en el momento preciso, pero también quiere decir que todas las posibilidades significan lo mismo —añadió Sai, terminando su bebida mientras su semblante proyectaba en recuerdos distantes—. Bueno, no importa, ya basta con eso. Ahora me gustaría hacer otra pregunta, pero esta vez no será nada personal.
Kérian asintió.
—Bien —continuó Sai—. Directo al grano... ¿Qué tanto sabes de lo que hay dentro de ti? Del motivo por el que te trajeron a Rázdergan.
—Sinceramente, creo que sé muy poco —contestó el chico tras reflexionar un momento—. Se supone que mi Taifem tiene que ver con el rayo, y que eso es una fuerza que necesitan porque temen a Khénya.
—Necesitan... —repitió Sai lentamente, casi murmurando, antes de preguntar—. ¿Quién? —Y añadió de inmediato—. ¿Te apasiona tener que verte obligado a formar parte de una guerra? Creo que ni a la hija de Érikas le gusta esa idea, solo que ella está dispuesta, claro.
—Sí, suena mal si lo pones así... pero si puedo ayudar y lo quiero hacer, entonces... podría —contestó Kérian.
Sai lo miró con un gesto difícil de descifrar, pero el chico pudo percibir un atisbo de condescendencia.
—Ya veo... es por eso por lo que eres digno —repuso Sai, pero Kérian no entendía a qué se refería él con que era digno—. Pero que las cosas se den de este modo, y que inevitablemente formes parte de una guerra solo porque eres demasiado bueno... es cruel.
—¿Tú sabes más de mi Taifem, o de lo que sea que tengo? —preguntó Kérian.
La tensión entre Kérian y Sai crece, junto con la expectación de descubrir más sobre los misterios que rodean a Kérian y su Taifem.
—Verás, pequeño hombre, no es del todo cierto que literalmente tengas algo dentro —explicó Sai haciendo énfasis en la palabra "algo"—. Se trata de que eres algo que no entiendes del todo... que no es ajeno a ti, vaya. —Hizo una pausa, luego levantó una mano y señaló el pecho de Kérian para agregar—: Eso que tienes dentro y que forma parte de lo que eres se llama "epítome elemental". Es una forma del Taifem que habita el mundo desde los tiempos de las razas atávicas, y la de las pocas expresiones del Taifem que se han mantenido fieles a sus raíces. Lo que tiene Khénya también es eso. —Sai acercó su mano a la llama de la hoguera... demasiado, pero no parecía afectarle—. Nunca fueron un hombre o una mujer; solo eran formas de vida con un cuerpo semejante al de nuestro creador... como nosotros. —Hizo una pausa para dar un pequeño suspiro—. Los Démura llamaban a tu Epítome "Embel", los Eitharien le decían "Lein". El epítome de Khénya, en cambio, era conocida como Arraria o Ziarim.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Kérian, debatiéndose si antes había oído al menos uno de esos nombres—. He notado que olvido detalles, aun cuando parece que pongo atención, ¿sabes?
—El linaje Hemle proviene de la combinación de los Eitharien con los humanos originarios. Los Eitharien son una de las dos primeras razas que existieron en Rázdergan... por eso se les llaman razas atávicas —explicó Sai—. Por consiguiente, la segunda raza es...
—Los Démura —completó Kérian—. ¿Ellos también se unieron con los humanos originarios?
—Sí, por supuesto, —contestó Sai con resolución—. Ambas razas eran únicas y las más poderosas, pero observaron al ser humano cuando este surgió y se dieron cuenta de sus tremendas capacidades adaptativas que los haría prevalecer al final, principalmente por eso experimentaron con ellos para que al menos un remanente de su esencia perdurase. Pero también estuvieron aquellos que estaban en contra de esa idea, porque iba en contra de la ley natural del Taifem porque eran formas de vida distintas que debían respetar... otros, en cambio, se sujetaron férreamente a la idea de que, si debían pasar la batuta como líderes por encima del resto a los humanos, pues que sea así. Aunque este tema es una muy larga historia, a grandes rasgos te he contado un esquema base para resumirlo todo. —Sai movió su mano izquierda a uno de sus costados de la flama—. De los Eitharien brotaron los Hemle. —Ahora movía la mano derecha al otro costado—. Y de los Démura, los Rrándil... aunque estos últimos están prácticamente extintos.
—¿Prácticamente? —enfatizó Kérian, mostrando una curiosidad saturada de fantasía y deseo, como cuando los niños empiezan a creer en que un hombre regordete y feliz, de barba blanca y abundante, les traerá regalos en Navidad—. ¿Cuántos quedan?
—Posiblemente, uno —repuso Sai sin mirar al chico, ya que sus ojos estaban fijos en el escaso espacio entre sus manos y las llamas de la fogata—. Y ese es Lanz. Por eso es tan peligroso, porque, así como los Hemle, él es ese remanente de los más poderosos de todos los tiempos. Aunque bueno, Lanz es especial por su Taifem más que por su sangre, hasta se podría decir que ese factor sanguíneo solamente es un gran plus.
Kérian, que estaba apoyando los codos sobre sus rodillas, comenzó a enderezar su espalda mientras Sai seguía sin mirarlo. Luego, Sai suspiró como si se desperezara, volteó sus ojos hacia su alumno y añadió:
—Sin embargo... actualmente no se le puede considerar solo es un Rrándil —repuso Sai frunciendo el ceño—. De ahí viene el plus al que me refiero. Mi maestro me dijo que Lanz logró combinar su sangre con la de los Hemle, y según uno de los mitos que se perdieron en la historia, cuando los descendientes de las razas atávicas se unan, emergerá uno que será incomparable... un Ö Rin. No sé cómo lo hizo, pero eso es algo muy serio; peor de lo que cualquier otro que hayas conocido hasta ahora sepa, o tan siquiera intuya.
—Todo lo que sé de este mundo es apenas una pizca, pero con lo que dices... ¿De qué manera se le hará frente entonces? —dijo Kérian, intentando imaginar la magnitud del asunto. Luego recordó las imágenes en las pirámides de Inkál, sobre un ser que al final estaba parado frente a una imagen idéntica—. Solo otro Ö Rin será capaz de eso, ¿cierto?
—Así es... cuando aprendas más sobre el Taifem comprenderás por qué es así... pero creo que nos hemos desviado un poco de lo que estaba diciéndote al inicio —dijo Sai, mientras le daba el último sorbo al vino de su taza... su alumno lo imitó—. El punto es que Embel, o Lein, o como quieras llamarlo, no es algo que quiera poseerte, aunque eso sea lo que ha pasado un par de veces, ¿no es así?
—Sí, así es —contestó Kérian con seriedad.
—Los epítomes elementales son energías cuya pureza las coloca en un estatus elevado —explicó Sai—. Si tuviera que hacer una escala de poder para que lo comprendas, por encima de todo estaría la luz del advenimiento; el corazón del Taifem. En segundo lugar, estaría el primer hijo de ese corazón, Tharïv. Luego vendrían los Rázders que él creó y dejó en este mundo; los cuales dieron forma, sentido y propósito a toda esta vida que nos rodea... hasta nosotros. Por debajo de ellos estarían los epítomes elementales junto a las Bestias Heráldicas... después de ellos la escala decae bastante. A lo que quiero llegar es que esa posesión que sufres es la prueba que debes superar, pero eso no te dice nada, y lo sé.
—¿Cómo puedo superar eso, si no sé cómo empezar a controlarlo? —preguntó Kérian, coincidiendo con lo que Sai dijo.
—Tampoco sería de mucha ayuda si te digo que eso pasa porque eres humano, ¿verdad? —repuso Sai, pero Kérian se mostró claramente confundido—. Bien, según las primeras razas, los seres humanos tienen defectos inherentes... uno de ellos es que el poder los corrompe, y a su vez, ellos corrompen la pureza. Entonces, el Taifem mismo desarrolló un método para separar a los malos de los aptos, que consiste en tomar ese defecto inherente del humano y transformarlo en la atadura o la puerta que deben atravesar. Pero la cuestión es... ¿Cómo se atraviesa esa puerta?, ¿cómo se logra romper esa atadura?
Kérian permaneció reflexivo por un momento, sus pensamientos oscilando entre la desesperación y la determinación. Sus ojos se fijaron en el fuego, como si buscara respuestas en las llamas danzantes.
—¿Significa eso que para dominar lo que soy, tengo que dominar mi humanidad? —preguntó Kérian en un susurro.
Sai asintió lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de admiración y desolación.
—Exactamente, pequeño hombre. Es una paradoja cruel, porque para ser más que humano, debes primero comprender para trascender lo que significa ser humano. Debes enfrentar a tus miedos, a tus deseos, a todo lo que te hace vulnerable, débil y corrupto... y solo entonces podrás reclamar tu verdadero poder.
El silencio se asentó entre ellos, solo interrumpido por el crujido del fuego. Kérian sintió el peso de las palabras de Sai, comprendiendo que el camino que tenía delante era más arduo de lo que jamás había imaginado.
—¿Sabes cómo podría vencer todo eso? —preguntó Kérian con apremio.
—Quizá sí —respondió Sai—. Pero decírtelo, le quitaría valía a que tú logres descifrarlo, porque ese es el punto de la prueba... demostrar que eres apto; por eso el epítome sacará lo peor de ti para determinarlo.
—Todo lo que me dijiste desde que llegué aquí, ahora cobra mucho sentido —repuso Kérian, mirando sus manos. Pero sus palabras traían pena y desilusión consigo—. Pero ni siquiera pude oponerme un poco a lo peor de mí mientras masacré a esas basuras... puede que se lo merecieran, pero eso no quita que me fallé a mí mismo por hacer algo que siempre me pareció aberrante.
Sai lo escuchaba atentamente, observando cada detalle en los gestos corporales de su alumno. Así que intentó apaciguarlo usando nada más que palabras cargadas de verdad.
—Pequeño hombre... serás un gran hombre algún día —dijo Sai, poniéndose de pie con una sonrisa—. El fallar no significa que no podamos ser perfectos, porque para empezar no somos tal cosa. Pero lo que sí nos da es la oportunidad de que mañana seamos mejor que ayer..., y eso es una muestra de que podemos estar más allá de la cima. Además, pienso que tú no eres parte de los malos, sino de los pocos que lograron ser aptos. —Sai comenzó a caminar, pasando al lado de Kérian mientras se dirigía al campamento—. Aunque debo ser franco con algo, y es que los que fueron aptos, como tú, tenían en común una cosa... y es que siempre creyeron en sí mismos. —Sai siguió caminando, alejándose más de Kérian. Lo último que dijo fue—: Ya es hora de descansar, mañana debes estar listo antes de que salga el sol, así que cuando quieras venir, asegúrate de apagar el fuego primero. Buenas noches.
—Buenas noches, maestro —murmuró Kérian.
Al final, Kérian se quedó solo con el sonido de la leña chisporroteando y los pasos de su maestro crujir sobre las hojas secas. Permaneció así un rato, pensando en lo que hizo, en lo que pudo hacer, y en lo que todavía no ha hecho. Pensó de nuevo en Lucy, pero esta vez en la última mirada que le echó antes de que ella fuera a buscar ayuda..., y también en su abuela.
Pensó en muchas cosas, pero siempre las mismas.
Después de media hora, decidió irse, pero antes de moverse, miró a uno de sus costados, justo debajo del tronco alargado en el que había estado sentado todo este tiempo. Ahí, el bastón de Banthros yacía... olvidado por un momento muy largo.
Kérian se dio cuenta de que no había prestado atención a los efectos que supuestamente sufriría si soltaba el cayado. Pensó que, quizá, el Jisei del Do Zen Tai era algo como eso. Kérian tomó el Banthros y lo miró, concentrándose en él, en el sonido de la leña quemándose y el de la brisa... y finalmente parpadeó, como regresando en sí. Luego tomó un artesanal barreño de madera para traer agua del lago, y con ella apagó las flamas, llevándose consigo la luz; trayendo al mismo tiempo las sombras.
Kérian terminó esa noche acostado, con la conversación que mantuvo con Sai dando vueltas en su cabeza, con el Banthros a un costado y su nuevo, aunque momentáneo, diario sobre su pecho. Planeaba darle uso a partir del día siguiente... y así fue.
Cuando despertó a la mañana siguiente, Sai ya tenía preparado algo de comer, y por la pinta que tenía, como también su olor; Kérian pensó que su maestro tenía un talento para las artes culinarias. Frente a él había una taza de té cuyo líquido presentaba un tono beige. Kérian pensó que debía ser miel o algo similar para tener ese color, pero eso terminó importando poco debido a su buen sabor. Además, su maestro le había servido un trozo de pan dulce junto a una suave rebanada de queso de cabra que contrastaba. Para finalizar, Sai le tenía listo un huevo duro con algo de sal y, a un lado de todo eso, otra taza que rebosaba de aquel vino que bebieron la noche anterior.
—Un desayuno rápido, ligero, pero apropiado —dijo Sai cuando Kérian terminó.
Momentos después, y tras tener que mojarse en el lago para llegar al centro, Kérian estaba sentado sobre la roca partida por Threm. Nunca había hecho algo como meditar, y para ser sincero, el chico no era muy creyente en eso de sentarse de determinada manera para hacer sonidos raros, todo mientras los brazos permanecen en una postura poco habitual.
Al menos eso era lo que creía hasta entonces, que Sai le indicó que solo debía pensar en sí mismo e imaginar que no estaba en medio de un lago, sino en un espacio de vacío infinito. Que debía creer que ese espacio era su interior, y que tenía que ignorar el frío mientras trataba de hacer que el ruido permanezca lejos de su sentido del oído... como si lo apagara.
—Debes olvidarte de todo, pero no olvidar que ese todo sigue estando allí... a tu alrededor —dijo Sai, tratando de hacer entender a Kérian—. Esto es como aprender a andar en bicicleta, ¿sabes?
Kérian pensó: «Desde que llegué aquí no he visto una sola bicicleta». Y luego, tras ese complemento que prefirió tomar como un chiste, se dijo: «Esas explicaciones me confunden más... creo que ahora sé todavía menos de por dónde debo empezar».
—Concéntrate, pequeño hombre. Trata de no sentir tu cuerpo; adormécelo con tu convicción —añadió Sai—. Ten presente que la mente gobierna el cuerpo... pero cuando trabajan juntas surge algo más grande que la suma de ambas: la armonía.
—¿Espíritu? — se dijo Kérian en su cabeza—. Olvidarme de todo, pero no olvidar que ese todo está ahí.
Kérian no pudo evitar pensar en la noche anterior.
Cuando conversó con Sai, ni siquiera notó si estaba bajo los efectos secundarios de su distanciamiento del Banthros. Es más, era como si no le prestara atención al ambiente mismo, y, aun así, no era como si el ambiente desapareciera de su visión, solo que... lo único importante era vivir el momento, siendo parte de él.
Entonces, aunque Kérian no tenía idea de cómo meditar, trató de enfocar las cosas desde esa perspectiva. Lo atormentaba su pasado, aunque no le agradaba admitirlo mientras lo reprimía bajo gestos casuales... eso era una gran verdad. Pero también recordó lo que aquella anciana le dijo: «Si algo como eso puede nacer en nosotros y no entendemos por qué está, puede que sea porque no nos conocemos a nosotros mismos lo suficiente».
—Un vacío... mi interior— fueron las palabras que pasaron por su mente, recordando todo lo que Sai trató de explicar.
Pero Kérian solo podía traer a su cabeza la imagen de él mismo caminando sobre las nubes, justo como en el sueño que tuvo antes de encontrarse con Sai.
—Un espacio infinito en el cielo... ¿Podría estar vacío de verdad? —Se preguntó Kérian mientras permanecía con los ojos cerrados, sentado sobre la roca en medio de aquel lago calmado—. El cielo jamás conocerá lo que es estar vacío, aunque nadie esté en él; porque el cielo no necesita de alguien. —Kérian trató de recrear la imagen del cielo por donde caminó en su sueño, pero este solo era una versión diluida de la misma. Y aun así...—. Sus nubes, el viento y el paisaje es lo que lo hace ser; y yo estoy... ¿En dónde estoy? Si el cielo no necesita de alguien. Quizá estoy donde deba estar, haciendo lo que debo hacer. —Kérian se sumergía en el silencio, cosa que lo hacía estar más atento al ruido ambiental. Se concentraba en él con agudeza, haciendo que estos sean captados de una manera inusual—. Aceptando cuál es mi lugar.
Sai estaba de pie sobre el agua con las manos sujetas tras la espalda mientras observaba al chico, una suave brisa meneó las hojas de los árboles con la misma delicadeza de una caricia. Sai respiró profundamente mientras seguía fijo en su alumno, con el orgullo inscrito en sus pupilas.
Sai creía firmemente que Kérian y Threm tenían ese tipo de talento innato, no solo de aprender rápidamente, sino de comprender. Sabía que, para instruirse en algo nuevo, primero debía entenderlo; y el entendimiento de Kérian se ligaba en gran medida a su instinto, en lugar de su razonamiento. En ese sentido, Kérian era más un animal que un humano.
Pese a que apenas estaba dando sus primeros pasos en esto, Sai sabía con certeza que los pasos de Kérian abarcaban gran distancia... eso fue lo que Khénya vio también, y por eso se dio cuenta de que lo subestimaba y decidió tomar medidas.
Kérian seguía en el cielo dentro de su cabeza, la perspectiva que imaginaba era una en la que podía mirar su propio rostro... y mientras lo hacía se acercaba lentamente. Notaba la luz del sol y, casi, su calor, justo como en el sueño, podía recordar la temperatura del viento allá arriba, facilitado por la brisa matutina que rodeaba el lago donde ahora estaba su cuerpo. De pronto, todo se partió en dos, teniendo a su espalda ese gran cielo, pero delante una enorme pared negra con una puerta blanca que se abría lánguidamente.
Kérian podía ver su propio rostro todavía, pero también apreciaba su mano aproximándose a la puerta. Cuando se abrió por completo, en lugar de ir él hacia ella, ella fue hacia él. La puerta lo consumió como si fuera un aperitivo, y cuando todo su cuerpo fue devorado, se vio a sí mismo cayendo en un espacio oscuro y vacío que parecía no tener fin. Múltiples manos emergieron de la negrura, aprisionándolo, justo como cuando estuvo ante los maestros la primera vez que llegó a Inkál, antes de que el Adalid Román lo trajera de vuelta con aquel collar.
Poco a poco, más brazos se sumaban, intentando abarcar cada centímetro de su cuerpo, dejando al final una abertura alrededor de uno de sus ojos.
Él miraba hacia arriba, buscando algo, pero no había nada. No había nada hasta que, como pudo, levantó uno de sus brazos como si tratara de alcanzar el cielo... y cuando lo hizo, de entre la oscuridad, se abrió paso la luz. Fue como un rayo de luz que se bifurca un mar de nubes tormentosas.
De esa luz salió una mano que tomó el brazo de Kérian, y cuando ajustó su vista para ver quién era, se advirtió de que era aquella señora que murió delante de él en la habitación de Lucy. La señora lo jaló hacia un escenario distinto, pero que conocía perfectamente.
Kérian estaba en la habitación que lo cambió todo, en donde sucedió su "un antes y un después" que mencionó Sai.
Se vio a sí mismo en el suelo, mirando el cadáver de la anciana, a Lucy espantada y petrificada, y miró a Phill, y sintió un nudo en la garganta, seguido de una pesadez en todo su cuerpo. Esa sensación fue tal que lo hizo caer sobre sus rodillas, pero tuvo que apoyar las manos en el suelo.
Ahora se hallaba en medio de aquella debilitada versión de él mismo y la anciana moribunda. Kérian volteó a mirar el rostro de su pasado, y al hacerlo, saboreó una ira intensa y asfixiante. Pero luego giró hacia la anciana, y lo que degustó fue una profunda tristeza que apagaba toda esa ira.
Fuera de su cabeza, Sai seguía de pie sobre el agua, limitándose a observar. Aunque esta vez movió sus ojos como si atisbara ciertos detalles en el ambiente. Hacía una lista mental de varios factores, como la velocidad del viento, que, a pesar de seguir siendo leve, ahora recorría con una fuerza distinta que apenas se podía notar si se prestaba atención. También notó el repentino silencio que invadió el escenario, como si los insectos, las aves y lo que sea que estuviera rondando por ahí decidiera callar y observar.
El hecho de que Kérian dependiera de un collar, o del Banthros actualmente, tenía sus beneficios. Beneficios que Sai iba a aprovechar y exprimir al máximo porque él no lo veía como un inconveniente, como hicieron los Adalides. Lo que sucedía con Kérian era que ciertas puertas que debía abrir poco a poco, de pronto se abrieron de golpe tras el incidente con la roca que tocó ante los Adalides, cuando fue juzgado en Inkál.
El cuerpo está compuesto de muchas cosas, entre ellas receptores que nos permiten experimentar el mundo a través de cada uno de nuestros sentidos. Supongamos que, y solo por poner un ejemplo, en el caso de Kérian esos receptores están expuestos totalmente; sin piel o músculo de por medio, solo el nervio al aire libre. Hablemos no solo de uno, sino de varios millares de ellos que saturan a Kérian de cualquier tipo de información que luego transforman en energía.
Algo así es lo que representan esas puertas dentro de Kérian... su interior ya no posee cadenas que lo aprisionen. ¿Qué es lo que Kérian podría lograr si alcanzara el control de su interior? Quizá... aprovecharía su Taifem increíblemente.
Sai dio media vuelta y miró el cielo, sonriendo a las nubes como si diera las gracias. Mientras tanto, su alumno navegaba entre un vacío profundo y un cielo infinito, reviviendo todos los momentos significativos de su vida hasta ahora, siendo tomado nuevamente por una mano.
Al ser jalado por segunda vez, hubo un instante en el que parecía estar debajo del agua. Al llegar a la superficie, apareció acostado sobre la cama de ese acogedor cuarto en la casa de Demíra y Elyas... y como al principio, su perspectiva lo hacía verse a sí mismo como si estuviera suspendido sobre un espejo. Su visión se aproximaba lentamente al rostro de un pasado que no era tan distante esta vez... porque había significado un nuevo comienzo en su vida.
Lo que pasó en la habitación de Lucy puede ser ese "un antes", entonces, el despertar en casa del Orfwin y la Zaéntil significaba que era ese "un después".
A medida que su vista se acercaba, el color del ambiente se perdía, volviéndose un escenario en blanco y negro. Cualquier posible ruido se apagaba despacio, como si el volumen bajara, y después... por fin abrió los ojos, sintiendo su cuerpo vibrar y una molestia que sabía lo que significaba. Así que, cuando dejó de meditar, tomó de una vez el bastón de Banthros que estaba a su lado, aunque cuando levantó su vista para buscar a su maestro, se percató de que Sai ya no estaba cerca, sino saliendo por la orilla del lago.
Cuando Kérian vio salir a Sai, este ni siquiera volteó hacia él.
Kérian tenía la mano sobre el cayado todavía, pero hubo algo que lo hizo permanecer estático. Su ceño se frunció aun observando a su maestro. Ahora tenía un semblante en el que se empezaba a propagar convicción, decisión... fe. El pequeño hombre, como Sasai le decía, soltó el Banthros y regresó, despacio, a la posición de meditación que había empleado, la cual consistía en estar sentado sobre sus glúteos con las piernas cruzadas y los brazos descansando sobre las rodillas.
La sensación que lo hizo seguir meditando hasta que de verdad sintiera que no quería hacerlo más era, hasta cierto punto, un misterio... pero creo que ustedes no necesitan que se los diga, porque ahora conocen mejor a Kérian.
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