Capítulo 18: El camino de tu alma.

Todavía era de noche cuando los habitantes de aquel pueblo que habían estado sumidos a la opresión, ahora conmocionados por todas las recientes experiencias; eran resguardados por la fuerza de fuego de Zelster; Mayers fieles a una niña que era descendiente de grandes líderes. Ellos no estaban ahí para subyugar al débil o tomar lo que no era suyo... ellos habían ido para ayudar; cuidar y proteger.

Khénya no apareció en ese pueblo por suerte u obra del destino, aunque quizá sí en el caso de Kérian. La hija del fuego llegó a ese lugar precisamente para salvarlos... pero nunca contó con que Kérian estuviese allí.

Ahora que lo menciono, ¿por qué Khénya querría rescatarlos del yugo de Kol, y por qué tomaría a Kérian como un imprevisto que no anticipó? Quiere decir que, para ella, él no debía estar ahí.

Kérian se ponía de pie en el centro de la plaza mientras miraba las pequeñas llamas que había dejado el poder de Khénya a su alrededor, los cuales se estaban apagando por la lluvia. Fuego y cuerpos carbonizados sobre el suelo, y un epítome frente a otra... algo que acontece pocas veces en una Era.

Todos los Mayers que acompañaban a su líder se habían dispersado, incluso, antes de que la hija de Érikas apareciera, muchos de ellos se habían adentrado en el pueblo... como en el caso del gran Bérik.

El hombre de mayor confianza de Khénya, Bérik, aparecía justo por el camino que Kol tomó para ir al pueblo. Él se acercaba tranquilamente con algo en una de sus manos. Kérian miró de reojo a su espalda, notando a este gran Dahiú aproximándose. Su mirada de azul índigo se desvió hacia su mano; lo que traía en ella.

—No hay ningún apuro, niño —dijo Bérik deteniéndose a unos metros, casi tan lejos como lo estaba Khénya en el otro extremo de la plaza.

Bérik tiró algo al suelo que rodó hasta los pies del muchacho del rayo... Era la cabeza de Kol que tenía una expresión de espanto.

—Ya todo acabó para él. Mejor presta atención —añadió el alto Mayer indicando con un movimiento de su mentón que se refería a Khénya.

—Me sorprende encontrarte aquí, pero no creo que sea la suerte lo que te puso en mi camino una vez más —dijo Khénya, llamando la atención del chico que ahora volteaba hacia ella—. Y tampoco siento que sea obra del destino. —La expresión de Khén era el atisbo de una sospecha... como si quisiera decir otra cosa entre líneas

—No hay nada de lo que deba hablar contigo, mi hermana —repuso Kérian, pero Khénya le pareció extraño que él se expresara de esa manera.

—¿Hermana? —Repitió Khénya casi con gracia—. Quería preguntarte si ya tienes una respuesta respecto a lo que hablamos la última vez.

Esta vez el chico no dijo nada y procedió a tomar aquella postura de pelea que había empleado hasta entonces. Bérik decidió no interceder y se mantuvo a la distancia cruzado de brazos. Khénya se quitó parte de su indumentaria; una piel de lobo gris con correas de cuero y relucientes cadenas las cuales dejó caer de su espalda. Ahora gozaba de más soltura en sus articulaciones.

—Desde el principio lo dejaste claro, ya veo —agregó la joven Dahiú colocándose en guardia—. Supongo que fue pretencioso de mi parte hablar de oportunidades para ti... me vi muy tonta con eso. Pero me inclino a creer en que no estás pensando las cosas con claridad, así que te daré un empujón.

De un lado estaba Kérian, que no apartaba su vista de la joven Mayer. Del otro lado estaba Khénya, que estaba lista para hacerle frente al trueno y el rayo. Y en medio de los dos, aquella gran hoguera los iluminaba como un faro que guía a los navíos.

El silencio se prolongó por largo rato, el ambiente se llenó del calor de las flamas mientras que la tensión entre ellos era electrizante... nunca mejor dicho. Y en medio de la respiración, después de un pestañeo, y antes de que cualquier duda surgiera, tanto Kérian como Khénya se abalanzaron al unísono; compenetrados y en sincronía como instrumentos de una orquesta.

El chico fue el primero en lanzar un golpe, pero este no dio en su rival. Khénya esquivó mientras desviaba el embate de Kérian, y casi al mismo tiempo atacó. Decidió probar con un golpe al costado del torso del chico, cerca del hígado... fue rápido y certero.

El golpe de Khénya le afectó, ya que el chico se retorció levemente, aunque esto no amilanó su ímpetu. Inmediatamente subió su guardia para tapar un lado de su rostro, previendo un segundo ataque de Khénya. Bérik a la distancia notó que, aunque Kérian era un principiante en comparación a Khénya, su instinto para el combate era cuanto menos interesante.

Cuando Kérian recibió ese segundo golpe con su guardia, ambos desencadenaron una intrincada y desenfrenada secuencia de golpes y patadas rápidas. Y aunque se podía tener la impresión de que estaban más o menos igualados, en realidad era Khénya quien tenía la ventaja. Los ataques que Kérian acertaba, Khénya los recibía de mejor manera; disipando el daño; afianzando sólidamente su guardia; y logrando acertar contraataques que, al final, fueron pasando factura a Kérian.

Cuando la fuerza y el poder de ambos contendientes chocaba, los cuerpos calcinados de los mercenarios se despedazaban y se hacían polvo ante las ondas expansivas. Hasta el herido árbol que daba techo a buena parte de la plaza se vio afectado, partiéndose todavía más.

Hubo empujones, agarres de los cuales cada uno lograba escapar con suma elocuencia haciendo uso de la acrobacia y la flexibilidad de sus cuerpos. También se buscaba la oportunidad para someter al otro arremetiendo patadas bajas a las pantorrillas, y, de hecho, eso pasó en una ocasión. Khénya logró desestabilizar al chico y terminó cayendo sobre su espalda... por suerte, pudo librarse del pisotón que Khénya estuvo a punto de consumar.

Bérik miraba atentamente cada uno de los movimientos, tanto de Kérian como de Khénya, pero principalmente de Khénya. Notaba una expresión en su rostro que le transportaba a la época en la que ellos luchaban por diversión. Bérik era consciente que Khénya resultaba ser una mujer que disfrutaba el combate, y esto era así no solo porque le causaba satisfacción la idea de enfrentar a alguien fuerte... sino de poder vencerlo.

El gran Dahiú no había visto una sonrisa como tal en el rostro de su joven líder desde que la rescataron de su prisión. No era la misma sonrisa que se dibujaba en la expresión de Khénya en medio de un combate que disfrutaba... hasta ahora. Bérik la notó gracias al fuego que iluminaba el rostro de la joven Mayer, pero rápidamente se disolvió.

Si bien la violenta fuerza de Kérian era algo a lo que temer, Khénya también lo era... la diferencia residía en que la de ella no se estaba desbordando. De pronto, todo frenó y se separaron unos metros; y con ello; se instauró una calma anómala en el lugar. Ambos tomaron aire, aunque Kérian lucía más cansado y afectado por todo el intercambio.

Por otro lado entretanto.

A ojos de los lugareños, los Mayers fueron para salvar sus hogares, y para depurarlos de aquella deleznable enfermedad llamada Kol. Aunque Yosen y su hermano menor no olvidarían a Kérian, que a como Irvin, para ellos fue el verdadero héroe.

Familias enteras gimoteaban abrazadas por este milagro; de saber que pronto descansarían bajo los techos que dieron cobijo a sus generaciones pasadas. Pero todos ellos, incluso los mismos Mayers a lo largo de las humildes calles podían oír un zumbido fuerte e inusual; un estruendo que se repetía con cierto ritmo acompasado... que surgían del choque de fuerzas semejantes con el destino de haber nacido para oponerse a la otra. Un careo que ha pasado desde que ambos epítomes existieron y se movieron en el mundo por primera vez.

Pese a la alegría renovada de los habitantes del pueblo, lo cierto es que aún había una pizca de miedo en sus corazones, pero esta era por mera incertidumbre por el temor de que todo se torciera de nuevo para ellos.

En aquella pequeña plaza en donde el fuego y el rayo bailaban; el árbol que una vez se vio majestuoso ahora estaba lastimado; partido por el relámpago y consumido por la flama. Khénya estaba de pie con su guardia en alto mientras soportaba una patada de Kérian. La joven Dahiú, con una defensa envuelta por el fuego de su Taifem hizo frente al embate del epítome ante ella. Ahora era la hija de Érikas quien aprovechaba el desenfreno de Kérian; y ahora era él el que lucía tosco y dominado.

En el acercamiento del chico, Khénya pudo tomar su muñeca y torcerla justo como necesitaba, poniéndolo de rodillas... completamente a su merced.

—No sabes lo triste que es ver a alguien como tú así... —dijo la hija del fuego mirando hacia abajo con leve desprecio—... alguien que se supone es tan poderoso como yo; y que solo está para detenerme. Pero no, das pena, Kérian... me avergüenza lo débil que eres.

El chico, aún agachado, se encendió en cólera tras esas palabras, y aunque estaba en una posición desfavorable, pudo adaptarse para escapar de ello, girando vertiginosamente en el aire para deshacer la torcedura y cayendo sobre la punta de sus pies en una posición baja... pero cómoda esta vez.

Jaló el brazo de Khénya para tirarla al suelo mientras él usaría esa misma fuerza de impulso para ponerse en pie. Aunque Kérian se levantó, Khénya era alguien preparada y logró interponer su otra mano contra el suelo para dar una vuelta y también caer sobre sus pies. Al hacerlo, se mostró con tal soltura, que parecía ser una pluma mecida por la brisa. Aun así... no esperaba ser sorprendida por lo siguiente.

Khénya vio en Kérian una mirada distinta, y que le provocaba una sensación que revivió un pasado que la marcó. Eran unos ojos insondables, penetrantes y verdaderamente afilados... era la misma impresión que tuvo cuando vio los ojos de Vhíndar en el momento que Érikas, su madre, murió ante ella. Entonces, en ese instante de vacilación, Kérian ejecutó un golpe tan simple como perfecto.

Era algo parecido a un jab, pero empleando como arma principal los dedos... Como si su brazo fuera una lanza capaz de atravesar la roca y el acero. Iba directo al rostro de Khénya con una velocidad apabullante que provocó leves destellos eléctricos en su cuerpo... pero ella pudo esquivarlo apenas, recostándose mientras giraba unos milímetros el cuello.

Un instante de quietud se hizo mientras que sus respiraciones se detenían. Ambos cruzaron miradas nuevamente... y una pequeña marca en la mejilla de la hija de Érikas se formaba; de donde apenas brotó unas gotas de sangre. Los ojos de Kérian le hicieron recordar tanto al asesino de su madre, que se podría decir que eso fue lo que la salvó irónicamente: pensar en Vhíndar... un Hemle de la estirpe más baja en la realeza.

Aunque esto es algo que solo ustedes y yo sabemos por ahora.

Bérik, que miraba todo con los brazos cruzados, terminó separándolos mientras fruncía el ceño, intentando contener la sorpresa en su expresión. Lo que presenció, aunque breve, estremeció la superficie de su piel; provocando que lo invadiera un escalofrío que su propio cuerpo olvidó.

Aquella mirada que la transportó a una de sus memorias más terribles y que la hicieron ser quien es actualmente, ahora volvía a la normalidad... y antes de que él hiciera algo más, la joven Dahiú se anticipó y formó una esfera de fuego que explotó entre ellos, algo parecido a lo que usó contra Airdo anteriormente.

Kérian salió volando hasta estrellarse con la base del árbol, la llama de la hoguera se sosegó y el viento arreció, y entonces solo la lluvia permaneció; apagando el fuego que aún quedaba alrededor; bañando a Kérian y limpiando sus heridas.

Khénya miró al cielo un momento, cerró los ojos y permaneció así. Luego bajó la cabeza y pasó uno de sus pulgares sobre la pequeña cortada en su mejilla. Miró la sangre en su dedo, y esta escurría por su mano mientras era diluida por el agua... y después sus ojos se perdieron, como si estos estuviesen vacíos.

Bérik había sido el único testigo del duelo, pero al haber concluido todo se quedó en silencio... esperando que su líder dijera algo, o al menos se moviera. Pero nada, entonces decidió dar el primer paso.

—Debemos irnos —dijo el gran Dahiú al ver a la hija de Érikas fija en su mano—. Alcanzanos... no tardes, por favor. —Khénya asintió sin formular palabra, entonces Bérik giró al fin para irse.

Tras quedar a solas con Kérian decidió acercarse hasta él.

La hija del fuego se puso de cuclillas y postró una de sus manos sobre el pecho del chico una vez estuvo ante él. Sintió el latir de su corazón, notando que todavía había mucha vitalidad en él... entonces revivió el instante en que sus ojos albergaron el mismo instinto asesino de Vhíndar.

—Sé que no me escuchas —dijo Khénya con voz dócil, aun con la mano sobre su pecho—. Tengo el presentimiento que tú no eres parte de las manipulaciones de Vhíndar. Eso quiere decir que...

Luego, la misma mano que tocaba el pecho del chico la llevó hacia las cicatrices en su rostro, pero apenas hizo contacto con sus dedos, los apartó, como si hubiera sentido vergüenza al hacerlo. Retrajo su brazo frotando sus dedos entre sí, luego cerró la mano formando un puño, se levantó y se fue.

Y antes de que digan cualquier cosa, déjenme adivinar qué piensan.

«Otra vez Kérian despertará en alguna cama». Si bien el chico tuvo razón en decir que se estaba convirtiendo en su propio cliché, lo cierto es que no estaba simplemente dormido.

Él le había contado a Helen sobre ciertas cosas en sus sueños, pero ahora era diferente. En estos momentos Kérian estaba en un sitio distinto al resto, estaba, para su entendimiento, en una especie de páramo blanco donde caminaba sin rumbo.

Algo que persistía sobre el paisaje era una luz que lo cegaba por momentos, y la brisa que se mantenía fuerte, peinando sus cabellos hacia atrás. A su vez, ese brillo lo llenaba de energía, de confort y de tanta... paz.

Cuando miró hacia abajo entendió que no era un páramo blanco, sino que estaba caminando encima de las nubes; y ese brillo que lo bañaba y lo abrumaba era la luz del sol. Pese a la gran visión que tenía, el chico no entró en pánico, sino que se sintió como en casa, por así decirlo. Solo así pudo describirlo luego de despertar al escuchar una voz que pronunció su nombre.

Cuando abrió los ojos, las primeras luces del alba con sus característicos tonos naranjas pegaban en su rostro. Los Mayers se habían ido hace mucho, dejando a los lugareños encargarse de sí mismos. Casi ninguno de ellos pasaba cerca de la pequeña plaza, ya que estaban concentrados en otras cosas. Pero los pocos que rondaban esa zona no pudieron evitar mirar el árbol que alguna vez fue símbolo de calidez Calidez, compañerismo y sonrisas.

Ellos también miraban al chico que había estado dormido sobre sus restos, pero ninguna se atrevió a acercarse más de la cuenta... Hasta hubo unos que creyeron que estaba muerto. Kérian por su lado, sentado sobre sus nalgas respiraba con cierto agobio. Sentía que estaba aturdido, pero no como en otras ocasiones. Era como si su cuerpo estuviera adormecido, deseando permanecer quieto unas horas más... o todo el resto del día.

Aunque sus ojos estaban hacia el frente, la mirada de Kérian estaba perdida. Los recuerdos de lo ocurrido eran vagos y difusos, como espejismos o sueños, pero cuando su mirada bajó un poco y notó uno de los cuerpos de aquellos mercenarios, entonces comenzó a recordar.

Uno por uno revivió esos episodios en su cabeza. Los ojos del chico comenzaron a abrirse aún más, con cierta exaltación, como si no creyera que fuera capaz de asesinar... Un concepto con el que siempre había estado en desacuerdo; incluso desde el altercado con Phill en el mundo entendible.

Miró sus propias manos manchadas de sangre, y como esta se había secado bajo sus uñas. Se preguntó tantos por qué, pero a su mente llegaban imágenes de Yosen y su hermano, de Kol, de la hoguera, también de Lucy y su abuela y... Khénya.

Sus manos temblaban ahora con la clase de nerviosismo que delata la decepción hacia él mismo; de asco por la sangre y de miedo por lo que hizo solo por haberse dejado llevar por la ira.

—¿Deseo ser fuerte, solo para seguir siendo tan débil? —se dijo Kérian en voz baja mientras se postraba sobre sus rodillas. Su voz parecía quebrarse.

Luego vio a unos metros el bastón de Sai y rápidamente se aproximó hasta él gateando. Lo agarró como un pecador se aferra al símbolo de la cruz, intentando buscar algún refugio de arrepentimiento en ella, o como un pescador a la caña para que no se le escape entre sus dedos.

Tenía el sol al frente, irguiéndose. Kérian recordó en que antes de llegar a ese lugar había estado en casa de unas buenas personas que lo sacaron del camino... no pudo evitar pensar en que todos esos actos que para él eran aberrantes, pudo haberlos desatado también ante Mari, Marco, Amanda y Saúl.

Giró su cabeza abruptamente, apartando sus ojos mientras los cerraba, apretando fuertemente sus parpados... y a pesar de aprisionar sus ojos, de ellos emanaron lágrimas de cólera. De pronto, el chico se levantó y salió corriendo en dirección contraria al sol, adentrándose al bosque.

Corrió con todas sus fuerzas, deseando alejarse de la gente, pero también deseando escapar de sí mismo. Llegó a una pequeña bajada que obviamente no vio venir, que lo desestabilizó e hizo caer. El chico rodó y siguió así tomando velocidad, deslizándose por una pendiente. Se golpeó varias veces, pero por nada del mundo se le ocurrió soltar el bastón de Sasai.

Mientras caía pensaba en lo que Demíra le había dicho... sobre huir. Ahora deseaba regresar en el tiempo para tomar esa opción, pero era tarde... demasiado tarde.

Sin darse cuenta llegó hasta un río que, por suerte, era lo suficientemente profundo como para no golpearse contra las rocas del fondo, y como Kérian ya sabía nadar, pues pudo mantenerse a flote mientras era arrastrado por la corriente mientras intentaba llegar a la otra orilla.

Al mismo tiempo, en por un camino que iba directamente a Zelster, Khénya se desplazaba montada sobre un caballo junto a su pueblo. A su lado iba Berik, que la miraba con atención desde que salieron de aquel pueblo. Berik notaba algo extraño en su líder. Vio en su semblante el desconcierto tras aquella breve batalla, pero también había algo más que no podía descifrar.

—Khénya... no has dicho nada desde que salimos —dijo el gran Dahiú—. Estoy empezando a pensar que algo te atemoriza.

—Tenían razón, puede que me esté confiando un poco ese hombre —contestó la joven líder de los Mayers, refiriéndose a Kérian.

—Si bien te lo dijimos, tampoco hay exagerar —repuso Berik con voz calma y despreocupada—. No estaba a tu altura al fin y al cabo... ni siquiera pudo significar un verdadero peligro. Solo es un crío en pañales.

—Eso lo sé, pero por ahora —contestó ella con la misma calma que Berik—. Mamá siempre decía que tenía talento... incluso ustedes pensaban que era prodigiosa.

—Lo eres... —intervino Berik, pero Khénya no le prestó atención.

—Pero él, lo que ha logrado hacer en tan poco tiempo... —añadió pensativa la joven líder mientras miraba hacia el frente. Luego, llevando sus ojos hacia arriba, añadió —. Su potencial es basto como el cielo.

—Pero él no es un guerrero, eso se echa a ver —contestó el gran Dahiú a su lado, intentando hacerle ver a su líder que no debería dudar de sí.

—¿Qué se necesita para ser un guerrero? —se dijo Khénya, y luego agregó—. ¿Ser fuerte, entrenar para pelear, saber manejar una espada? No... solo se necesita ser valiente.

—¿Y tienes algo en mente, Khénya? —repuso Berik tras un momento de silencio; tras haber reflexionado sobre lo que su líder dijo—. ¿Entonces sabes qué hacer?

—Sí, seré la portadora de Aknol —repuso Khénya con resolución—. La ancestral arma del Rey de las flamas.

—Con que el hacha de Ygvarr... ya veo. De ese modo no tendrá ninguna chance —comentó Bérik para sí—. Eso cambia muchas cosas.

—Madre me dijo una vez que es mejor evitar molestar a las personas tranquilas —mencionó Khénya, como si quisiera llegar a algo con eso—. Dijo que esas personas añoran tanto la paz, que cuando se les arrebata son capaces de abrazar el caos... Eso es algo que no necesito, pero puede que sea lo que Kérian está buscando.

El guerrero Mayer más grande después de Khénya prefirió guardar sus palabras por ahora, y aunque entendía lo que su líder pretendía con esta nueva meta, también comprendía que lo hacía para sentirse segura. Esa hacha es un tipo de arma bastante poderosa. No fue creada por Aetos, sino por el mismo Ygvarr durante el fragor de una batalla contra un dragón... batalla en la que pereció su hermano, Aknol.

Verán, objetos ancestrales como estas armas no solo amplifican el Taifem, sino que se destacan porque ayudan a agudizar los 3 caminos filosóficos del Taifem del portador; como si estrenaran de forma pasiva estos aspectos: El camino de la fuerza del cuerpo, el camino de la templanza de la mente, y el camino de la virtud del espíritu. Tampoco crean que, de un día para otro, al tener en sus manos uno de estos objetos, el portador, de repente, explotará en gran poder; que el aire se agitará y que la tierra temblará. El progreso real será paulatino y a cuentagotas, aunque también dependerá del talento nato del individuo, sus fortalezas y debilidades, y de que tan entregado esté al entrenamiento físico, mental y espiritual.

Ahora, ¿ustedes creen que el bastón de Banthros podría ser un arma ancestral para Kérian? Mm... en un principio iba a decir «Nah... para nada», pero pensándolo con detenimiento, sí y no. Aunque es algo que me da algo de pereza explicar ahora... así que mejor dejaré que las cosas se expliquen por sí mismas.

Volviendo a nuestro joven del rayo, Kérian recorrió casi 100 metros río abajo antes de llegar a la otra orilla. Salió jadeando, luego se dejó caer sobre la tierra y giró, mirando nuevamente hacia el cielo. Pese a todo, estaba más tranquilo que hace un rato, fue como si el agua fría lo restaurara de algún modo... como si la corriente se llevara algo más que no logró salir del agua.

¿Ahora qué deseaba Kérian? Pues simple, deseaba estar solo. ¿Cómo o haría entonces? Para él era fácil, solo debía alejarse de cualquier persona y volver a un estilo de vida equivalente al de su pasado... pero su pasado se ha vuelto su propio destino, y eso es algo de lo que jamás podrá escapar.

Adentrándose en el bosque, Kérian nuevamente se sintió tan expuesto y al mismo tiempo solo, justo como vivía en el mundo entendible. Por el momento, no supo cuánto tiempo estuvo vagando entre el follaje, pero tampoco parecía importarle. Tampoco era como que tuviera en mente alguna ruta o dirección; pues solo se dirigía al sitio que el destino quería llevarlo; aunque él no creyera en eso.

Subió por una colina más empinada que las colinas que rodeaban el hogar de Elyas y Demíra, allá por el camino de Frori. Al llegar a la cima, pensó que el paisaje iba a ser el mismo, pero no... en absoluto. Se encontró con un lago que ya no era tan profundo como en antaño. Este tenía una roca en el centro que sobresalía, la cual estaba perfectamente cortada por la mitad.

Sobre la piedra estaba alguien que Kérian pareció reconocer, sentado ahí a la espera. El chico se restregó los ojos con sus manos, luego entrecerró sus parpados y posteriormente los abrió mucho más de lo usual. Efectivamente... era Sasai.

La luz del sol parecía dar especial enfoque en Sai, ya que su ropaje parecía absorber su brillo, que a su vez proyectaba como si este fuera parte de su aura... o su Taifem. Una pequeña ave de color rojo y otra de plumaje azul se posaban a su alrededor, dando saltitos sobre la roca. Algunas mariposas revoloteaban sobre su cabeza y a cada costado, mientras él estaba quieto como el agua, y apacible, como el movimiento de las alas de esas mismas mariposas.

Kérian miró al suelo bajo sus pies y notó que había una línea que coincidía con la línea de la roca en el centro del lago, solo que esta se hacía menos visible a medida que se alejaba de la orilla, y se ocultaba en la sutil profundidad de esas aguas cristalinas.

Cuando Kérian levantó su mirada nuevamente, ahora Sasai estaba de pie, caminando hacia él sobre el agua. A pesar de que la profundidad del lago disminuyó bastante luego del encuentro de Threm y Lanz, alrededor de la roca seguía siendo lo suficientemente profunda como para quedar completamente cubierto bajo ella.

Mientras Sasai se acercaba, habló con ese estilo inusual de hacer las cosas, como sucedió contra la centuria, o contra Kérian en el santuario de los Inkál.

—En la vasta y misteriosa Rázdergan, mundo que los hijos de Tharïv crearon, el niño Kérian se destaca con una figura de singular magnetismo y presencia —dijo Sai con los brazos abiertos mientras el sonido de sus pasos sobre el agua, el cántico de los pájaros y de la brisa en los árboles lo acompañaban—. Su apariencia es un reflejo de las fuerzas que convergen en su ser, y su mera presencia emana una energía que es tanto inquietante como fascinante para cualquiera dentro y fuera de este mundo.

De pronto se detuvo y permaneció así, quieto a medio camino. Kérian lo observó mientras apretaba en su mano el bastón. Luego, Sasai cerró sus ojos y levantó las manos a la altura de su pecho, juntando las palmas como si rezara... posteriormente y con suma lentitud hizo una reverencia.

—Su esbelta complexión y musculatura desvelan que su vida ha sido una de constante lucha. —Sai abrió los ojos y nuevamente caminó hacia el chico—. Su piel lleva las marcas de su viaje, con cicatrices que hablan de cómo han forjado su carácter. Su oscuro cabello es como una noche sin estrellas que enmarcan unos ojos de azul profundo y penetrante que parecen contener un océano de secretos.

Por fin estaba delante de Kérian, recibiendo al chico con sus ojos abiertos ahora y una sonrisa amigable. Kérian se le quedó mirando sin saber qué decir

—Tu vida y la mía decidieron que debíamos encontrarnos una vez más, pero debo ser sincero y aceptar que todo este tiempo te estaba esperando —repuso Sai posando una de sus manos sobre la cabeza del chico—. Siento que tu corazón está lastimado... puedes curarlas en estas aguas y luego seguir tu camino si lo deseas.

Antes de medio día.

Kérian emergía de las tranquilas aguas de aquel lago; donde una vez una batalla legendaria se había dado. Sasai estaba sentado con las piernas cruzadas y aquel bastón de Banthros a un lado. Permanecía sereno, como el lago mismo, mientras que el chico empezaba a sentir aquellas extrañas señales brotar en su cuerpo por estar alejado del cayado. Miró a Sai, y este dijo sin siquiera mirarlo, ya que sus ojos estaban cerrados.

—¿Inquieto, pequeño hombre? —Habló como si lo sintiera a través de su propia piel mientras se ponía en pie. Sostenía aquel alargado trozo de madera—. Tu corazón se aflige por el temor de dañar a quienes te rodean, ¿no es así?

La expresión de Kérian fue una que decía mucho sin necesidad de palabras.

—¿Acaso era tan obvio? —se dijo el chico a sí mismo en voz baja... no necesitaba que Sai lo oyera, pero...

—¿Eres de los que piensan que las emociones fueron hechas para decirlas, o para sentirlas? —añadió Sasai—. Eres apenas una hoja verde que cayó del árbol antes de tiempo. Pero como te dije, eres libre de irte si lo deseas.

Kérian, con medio cuerpo debajo del agua, se quedó en silencio y pensativo. Sencillamente no tenía una idea clara de qué decir, o de qué hacer... y mucho menos a donde ir. ¿Debía volver a Demíra y Elyas? O ¿jamás tuvo que haber salido de su propio mundo?

—Aunque puede que aquí sea el ahora donde debas estar —sentenció Sai bajando tras saltar de la roca para caer sobre el agua. Nuevamente, no se hundió.

—Yo... solo no quiero hacer daño. No quiero hacer lo que hice —dijo Kérian con pena en su voz mientras daba la vuelta para dirigirse a la orilla.

—¿Y qué hiciste? —preguntó el hombre sobre el lago.

El chico no dijo nada... fue casi como si lo ignorara.

—Solo cometiste errores... algo de lo que nadie está exento, pequeño hombre —dijo Sasai tras esperar un momento.

Kérian se detuvo, pero no giró para verlo. Sai, en cambio, miraba la espalda del chico, mientras gotas de agua caían por sus mechones.

—No quieres hacer más daño, dices —comentó Sasai aproximándose a Kérian—. ¿Y qué hay del daño que te haces a ti mismo? Acaso los demás siempre estarán por encima de ti, incluso en estas circunstancias. —Hizo una breve pausa—. Y no lo estoy preguntando.

Kérian seguía estático, pero esta vez apretó sus puños... cosa que Sai notó.

—Maté..., asesiné —dijo Kérian aflojando sus manos.

Sai permaneció en silencio, pero decidió acercarse aún más. Kérian solo podía escuchar el levísimo "splash" de sus pasos, hasta que se detuvo a un costado. Entonces, sin que el chico lo esperara, Sai se agachó y puso una de las manos sobre su cabeza... algo parecido a una caricia, casi como si dijera que lo comprendía.

—Tendrás que aprender a vivir con ello a partir de ahora... porque los errores no se pueden borrar, aunque sí podemos tratar de enmendarlos —susurró Sai con voz suave y fraterna—. Y sin duda alguna aprendemos de ellos. Pero para empezar a mejorar, no solo basta con aceptarlos... el primer paso está en que debes perdonarte a ti mismo; sino esa será una herida que nunca dejará de sangrar.

—Me duele tanto no haber cumplido algo que creí prometerme —añadió Kérian agachando su cabeza mientras pasaba una de sus manos sobre el agua.

—Pocas cosas son capaces de carcomer el alma del ser humano, como lo hace la culpa por creer que nuestra palabra puede no valer nada para sí mismos. Apuesto que también estuviste a punto de olvidar todo lo que has dicho hasta antes de este instante. —Sai se puso en pie nuevamente y dio unos pasos más, yendo hacia la orilla—. Recuerda que todo lo que sale de tu boca puede ser un reflejo de tu mente, pequeño hombre..., pero lo que hace tu cuerpo es una expresión de tu alma. En medio de esas dos cosas está lo que buscas, Kérian..., lo sé porque he estado en tu lugar.

El chico pareció comprender algo, aunque sea poco. Abrió sus ojos en señal de asombro.

—Ahí está la fuerza que buscas, pequeño hombre... y te está esperando, lo único que debes hacer para obtenerla es ir por ella. —mencionó Sasai.

Aunque esas palabras pudieran sonar confusas en parte, calaron en Kérian, como si estas activaran un punto especial de sus memorias y emociones.

El chico en ese momento recordó todas las cosas que conversó con Elyas y Demíra... en especial con Demíra. Estuvo por apartar lo que significó para él un acto de bondad desinteresado por parte de personas que nunca había visto... algo en lo que la abuela de Lucy hizo su aporte, como también Saúl y Marco.

En fin.

El chico estaba ensimismado en ello, pero fue traído de vuelta cuando vio caer el Banthros delante de él, el cual agarró ipso-facto. Entonces, Kérian llenó de aire sus pulmones mientras su cuerpo recibía de lleno la energía del sol.

Por ahora, lo único de lo que podía estar medio seguro, es que quería tener algo de paz.

Pero lejos de ese antiguo lago; en donde una vez el mayor de los males se enfrentó al más grande de todos los espadachines de la historia, aparecía un hombre incluso más alto y fornido que el mismo Bérik. Iba por un camino rodeado de bajos pastizales amarillentos. Era un hombre calvo en la parte superior de su cabeza, pero con mechones largos y oscuros a cada costado, como si estos fueran tela deshilachada. Sus ojos eran de un rojo tan intenso que daban la impresión de que estos podían brillar durante la noche. Poseía una nariz con tal deformidad que era difícil de evitarla... era un hombre de aspecto aterrador que cubría su piel grisácea y endurecida con el pelaje de un bisonte.

Viajaba sobre un corcel anormalmente grande que portaba una armadura de plata y obsidiana. Y a diferencia de otros guerreros o generales, él no iba acompañado por un séquito de soldados... solo era él, enviado personalmente por el mismísimo soberano de los Hemle.

Él tenía la misión de recuperar el bastón de Banthros, y de traer la cabeza del ladrón que lo tomó. Su nombre es Boris, y pertenecía a una facción elite de los Hemle conocida como "El brazo Ejecutor".

Muchos dicen que los miembros del Brazo Ejecutor estaban al nivel de los Adalides de Inkál, mientras que unos pocos aseguraban que estaban por encima de ese horizonte. Lo cierto es que, a ninguno de los dos bandos les sirve tener un enfrentamiento directo y encarnizado por cualquier motivo.

La cuestión es que el Brazo Ejecutor, al ser una facción del propio castillo Hemle, gozaban de la libertad de actuar con total impunidad, mientras que los Inkális estaban sujetos a las leyes. Por eso es curioso que, aunque Rázdergan y el mundo entendible son "diferentes", son lo mismo respecto a la fuerza... porque el más fuerte prevalece y está por encima del resto.

¿Hacia dónde se dirigía ese tal Boris?... eso era todo un misterio. Pero por el momento ocurrían varias cosas al unísono. Como podrán imaginar, las noticias de lo ocurrido con Kérian por el camino llegaron a oídos de los Adalides, y sí... también de Elyas y Demíra.

En cuanto a Okuni, pese a que actuó rápido dentro de lo que cabe, esos 10 kilómetros que lo separaba del lugar de los hechos, pues... le jugó en contra. Cuando llegó al lugar, prácticamente no había mucho que ver, más que charcos de sangre que se habían secado, restos de los carromatos que habían sido apartados del camino y demasiadas huellas que iban a distintas direcciones.

Estuvo toda la noche intentando encontrar el rastro correcto, pero cuando estuvo por aceptar que esa tarea se le estaba haciendo imposible, antes del amanecer, optó por dormir un par de horas antes de seguir. Para su buen fortunio, cuando despertó a media mañana, vio columnas de humo que se alzaban sobre las copas de los árboles... así que fue en esa dirección.

Cuando llegó le pareció extraño comprobar que en su mapa no aparecía el dichoso pueblo al que había llegado; donde Khénya y Kérian tuvieron su encuentro. Eso, a decir verdad, era muy, pero muy extraño. Pero más extraño le fue encontrar a tantas personas celebrando a lo largo y ancho del pueblo; bailando mientras estaban abrazados; cantando o llorando... o ambas. Y otros en cambio, que se embriagaban alrededor de las hogueras responsables de direccionar a Okuni hasta ahí.

Pese que Kérian era su objetivo principal... saber que su mapa estaba incompleto le generaba muchas dudas.

Ahora, pasado el mediodía, de vuelta en el lago donde una epitome elemental y el aprendiz Threm se hallaban.

—Bien, Kérian, ¿cómo te sientes ahora? —preguntó Sai al chico, que esta vez estaba sentado sobre la tierra, a unos metros de la orilla.

Mientras que ambos, uno al lado del otro, observaban el lago completamente quieto, el chico contestó.

—Mucho mejor, aunque sinceramente siento que solo quiero dormir. —Emitió un sonido, como si este fuera una mezcla entre la ironía y el asco, y luego dijo en voz baja—. De verdad es mi propio cliché.

A lo que Sai añadió en un tono bromista.

—¿Y quieres que te cuente un cuento?

—Hablo en serio —repuso Kérian.

—Yo también hablo en serio, chico —contestó Sai—. Solo mira este lugar... no te imaginas lo que puede contar.

Kérian entrecerró los ojos un momento mientras ponía su atención en aquella roca partida, levantó levemente una de sus cejas y luego volteó a Sai.

—Ahora que lo dices... —repuso Kérian pensativo.

—¿Ves cómo te pica la curiosidad? —añadió Sasai con fascinación mientras levantaba un dedo y lo sacudía—. Cuando dije «Tu vida y la mía decidieron que debíamos encontrarnos una vez más», lo decía porque para mí es más que solo una casualidad. Este sitio fue en donde mi maestro se liberó de las ataduras del horizonte al que había llegado y se volvió más poderoso, y después de un tiempo muy largo nos amparó a Vhíndar y a... —hizo una reverencia con la cabeza mientras se señalaba a sí mismo con el pulgar—... este galán que tienes delante.

—Es cierto, me hablaron de eso luego de que te fuiste aquella noche que... bueno —repuso Kérian haciendo alusión a lo que ocurrió en el templo de Inkál.

—Es verdad... qué buena pelea —comentó Sai acostándose sobre la tierra y las hojas—. Nunca conociste a Maeva Vhíndar en persona. Bien, no es de extrañar, después de todo encontró la forma de desaparecer, y creeme... he pasado largo rato buscándolo.

—¿Por qué querría desaparecer? No lo entiendo, ¿acaso escapaba? —se preguntó Kérian, a lo que Sai respondió.

—¿Escapar? ¡Ja! —su carcajada fue exagerada y cargada de algo parecido al sarcasmo—. Te aseguro que él no haría algo como eso... pero si eso fue lo que terminó haciendo, no dudo que ha de haber sido por una muy buena razón. —En lo que Sai hablaba, Kérian jugueteaba con una hoja seca, mientras que su mente se hacía una imagen de todo lo que oía—. En estos tiempos parecen estar preocupados por Khénya y sus Mayers, pero si él lo hubiera deseado, habría acabado con todos. Cuando se ponía serio, uf... era una verdadera bestia implacable a la cual temer.

—Entonces... —comenzó a formular Kérian una pregunta.

—¿Por qué no lo hizo? —añadió Sai interrumpiendo. Kérian asintió—. Esa es una muy buena pregunta, pequeño hombre.

—Me enteré de que mató a la madre de Khénya... creo que su nombre era Érikas —comentó Kérian.

—Sabías que ella le tenía un... ¿distintivo aprecio? No sé si me entiendes —dijo Sai recostándose sobre uno de sus costados mientras apoyaba la cabeza en una mano—. Como si estuviera enamorada de él. — Guiñó.

—Qué tontería... se enamoró de su asesino —repuso Kérian con pesar y algo de asco.

—Por amor se hacen muchas tonterías, pero no... alguien como ella no habría muerto por eso, a menos que se tratara de su hija, claro. —Sasai ahora hablaba en un tono más serio, como acostumbrado a darle muchas vueltas a ese pensamiento.

—No entiendo que planea hacer Khénya —preguntó Kérian—. ¿Quiere vengarse de los Inkális, de Vhíndar o.... de quién?

—Si me preguntas qué sospecho, tengo la impresión de que quiere cruzar... o sea, llegar al mundo entendible —dijo Sai después de un breve silencio—. Tu hogar.

—No le encuentro mucho sentido a eso. ¿Qué tiene que ver? —preguntó el chico con fastidio mientras miraba el suelo.

—Quien sabe —agregó Sai, aunque más que duda, parecía que quería llegar a otra parte con eso—. Usa tu imaginación —aconsejó con simpleza—. ¿Crees que los Inkális irían tras ella? Qué traería eso a Rázdergan... desorden y conflictos, guerras inevitables entre ambos lados —y luego finalizó con una pregunta que hizo en un tono algo lúgubre—. ¿Quién crees que ganaría?

Kérian tenía una expresión que decía poco, pero que a su vez se mostraba clara para Sai... incertidumbre.

—Tu mejor que nadie debe saber cómo son los seres humanos... es sensato ser consciente de nuestros defectos —dijo Sai con seriedad—. Y eso no solo va para el mundo entendible, porque como has visto, aquí también hay humanos. Si en la historia hubo odio por el color de la piel, por rasgos característicos de cada etnia y cualquier injusticia por el estilo... podría ser peor cuando se miren al espejo y vean que nada eso importó al final, porque terminarán cometiendo los mismos errores.

—Pero no todas las personas son malas —contestó Kérian con algo parecido a la inconformidad impregnada en su voz.

—Oh, claro... eso es obvio —repuso Sai dándole la razón sin chistar—. Pero mientras las buenas personas tengan miedo de ensuciarse las manos, de esas que en verdad pueden hacer un cambio y evitar lo peor; entonces todo seguirá igual y terminarían siendo tan culpables como los malvados que quisieron enfrentar. Por muy fuerte y poderosos que sean los buenos, en ese caso no valdría de nada.

Kérian quería decir que estaba de acuerdo con Sai, porque sentía que describía su situación actual de manera tan perfecta y acertada... pero sobre todo con fundamento. Aun así, sentía pena tener que decírselo a Sai. Por otro lado, para Sai, la aceptación de Kérian no le hacía falta, ya que reconocía que el chico era capaz de entenderlo.

Sai solo quería alentarlo e inspirarlo de valor... solo trataba de encender la chispa de una flama que estaba apagada en el corazón del muchacho.

—Tal vez no debería decirte, pero antes de que su madre muriera, Khénya se encontró con aquel que más amó en el mundo; al que llaman Lanz... y desde ese momento, surgió el deseo de llegar a tu mundo —contestó Sai.

—¿Cómo sabes eso? —se cuestionó el chico.

Sasai se levantó y se sacudió la ropa con sus manos.

—Paciencia, hay muchas cosas que no te he dicho y otras que solo me pertenecen a mí... recuerda de quién fui aprendiz y quién fue mi compañero. —Sasai tomó el bastón de Banthros que estaba a un costado de Kérian, luego empezó a girarlo con sus dedos mientras caminaba hasta estar más cerca del lago —. ¿Quieres más fuerza? Entonces entrenemos. Pero si quieres aprender a darle uso a tu poder, entonces sé valiente.

—No estoy seguro de querer ser fuerte... ¿Y si no la sé usar? ¿Y si resulta ser más para mal que para bien? —comentó Kérian aún sentado mientras Sai escuchaba agachando la cabeza.

Sasai caminó de vuelta a Kérian. El chico miró hacia arriba cuando Sai se postró delante de él. Sin esperarlo, Sai golpeó suavemente con el bastón la cabeza del chico.

—Esa actitud tuya no te llevará a nada... menospreciarte a ti mismo es un error que todos los humanos cometen —añadió Sai colocando el cayado sobre sus hombros, luego dio la vuelta y regresó al lago, pero mientras se alejaba, dijo—. A veces me sorprendo de que ustedes ignoran lo que pueden lograr si se lo proponen y tienen eso que llaman fe. Somos el epítome del milagro de la vida, Kérian... de ahí es de donde todos venimos.

Kérian se puso de pie tras escuchar esas palabras. El chico tuvo la impresión de que Sai guardaba cosas aun cuando parecía ser sincero, pero esto no lo vio como algo malo, porque lo que vio fue sabiduría. Tuvo la creencia de que, eso que dijo, estaba cargado de sueños rotos, decepción y un mal sabor de boca.

—Me da demasiada pereza hablar tanto —añadió Sai dando unos pasos sobre el agua—. Le he estado dando vueltas al asunto de hacerte más fuerte, pero al mismo tiempo veo que estás siendo parte de una guerra mientras eres incapaz de matar... aunque sea para salvar tu propia vida.

Kérian se quedó de pie a un paso del agua, Sai, por otro lado, pensaba mientras se golpeteaba la barbilla con sus dedos.

—¿En Inkál todavía enseñan los fundamentos de la fisioterapia? —preguntó Sai.

—Sí, y también, anatomía, acupresión y shiatsu —aclaró el chico—. Bueno, y alguien llamado Elyas tiene una especialización en esas áreas, creo. Varias veces lo vi en casa estudiando esas cosas, o corrigiendo escritos que le hacían llegar... en muchas ocasiones les di una ojeada a esos documentos solo por curiosidad.

—Bueno, eso lo hará más fácil —añadió Sasai con algo en mente... cosa que Kérian notó, por lo que trató de indagar.

—¿Qué cosa será más fácil? —dijo el chico.

—Enseñarte a pelear como se debe sin que te restrinjas nada. —Kérian tenía curiosidad, así que permaneció en silencio para oír lo que Sai tenía que explicar—. La fisioterapia, la acupresión, anatomía, shiatsu, etc, conforman solo una pequeña parte de las bases de algo más... trascendental. Hablo de "El camino del equilibrio del cuerpo" ... El Do-zen-tai. Creo que es perfecto en tu caso, muchacho.

—Me estoy haciendo una idea de a qué te puedes referir —comentó Kérian dando unos pasos en el lago, sintiendo como esta, en la orilla, se mantenía un tanto tibia por el sol—. ¿Se trata de los puntos de presión en el cuerpo?

—No solo eso, se trata de algo más trascendental, como te dije —contestó Sai—. Pese a ser un estilo de combate que posee técnicas ofensivas, su fortaleza reside en la defensa y el esquivar..., en otros términos: se trata de un arte marcial que busca sincronizar los movimientos y pensamientos, y hacer que la energía fluya sin obstáculos en el cuerpo con movimientos suaves; casi como una danza.

Hubo un silencio repentino tras aquella breve explicación de Sasai. Al cabo de 10 segundos así, Kérian miró a Sai encorvarse ligeramente mientras apretaba sus puños a la altura de los hombros... luego se agachó un poco y salto verticalmente.

—¡Sí! —gritó Sai en el instante que estuvo suspendido en el aire, cuando cayó sacudió sus brazos con emoción—. Será divertido enseñarte. Oficialmente, ahora eres mi alumno, pequeño hombre. —Sai dio la vuelta para quedar de frente al chico, luego estiró sus brazos a cada lado mostrando las palmas—. Y las enseñanzas que mi maestro me dio pasarán a ti. Es hora de ponernos a trabajar, Kérian.

Cuando Sai dijo eso, de pronto dio un fuerte aplauso.

Cuando sus manos chocaron se creó una explosión sónica que hizo vibrar el agua. Tras el sonido, se generó una ventisca que iba a todas direcciones... desde el centro, que era Sasai, hacia el resto del ambiente que los rodeaba. En el agua se produjeron pequeñas olas que rebalsaban las orillas, y el cabello de Kérian, al igual que las hojas de los árboles y los arbustos, se hicieron hacia atrás, peinados por el viento que los azotaba. Pero todo fue momentáneo; como el tiempo que se toma para inhalar y exhalar.

El Do-zen-tai era un arte antiguo de combate que fue desarrollado incluso antes de los albores de Inkál. Tan antiguo como desconocido, pero que fue revivido a partir de textos recopilados a lo largo y ancho de Rázdergan. Sin embargo, este no estaba completo, así que no tuvieron más opción que rellenar esos espacios vacíos con nociones marciales de otras escuelas que mejor pudieron adaptar como el Aikido, judo, Karate, taekwondo y otras más.

Pero dicha práctica se fue perdiendo poco a poco con el tiempo, ya que los Inkális optaron por abrazar solo las formas de lucha más tradicionales y contemporáneas. No obstante, aunque en poca medida, el Do-zen-tai seguía existiendo, y pese a que para aprenderlo había que buscarlo, en el caso de Kérian... fue el Do-zen-tai el que llegó y lo encontró a él.

Se busca alcanzar la armonía y equilibrio entre el ímpetu impulsivo del deseo que puede recorrer el cuerpo, y la serenidad elocuente en las acciones que ofrece una mente en calma. Donde se enseña a controlar y dirigir el Taifem no solo del practicante, sino también del oponente... Eso es el Do- zen- tai. Elegante; sin la necesidad de usar la fuerza bruta; y adaptable como el agua y el viento.

Sus secretos se revelarán a Kérian a medida que entrene con Sasai. Secretos que se remontan a las razas atávicas de la Era Primigenia.

Por el momento, Kérian y Sai estaban de pie sobre la roca en el centro del lago, separados por una perfecta hendidura de un centímetro de grosor que dejó la Cisura Taciturna de Threm.

—En el Do-zen-tai, lo primero que debes dominar es a ti mismo —dijo Sai con las manos detrás de la espalda—. Disciplina y compromiso para cambiar, empatía y compasión para mejorar, esos son los objetivos claves para alcanzar el Jisei. —Sasai, usando una de sus manos, hizo un movimiento para señalar su alrededor, pero con énfasis en la quietud del lago—. El Jisei es la calma, pero, así como estas aguas; también es un reflejo de nuestro autocontrol. No se puede ver como el viento, pero nuestros cuerpos pueden sentirlo. Alcanzar ese estado es fundamental, pequeño hombre, por eso es por lo que desde hoy meditarás sobre esta roca todas las mañanas... para que puedas profundizar en ti.

—Jisei —dijo Kérian en un murmullo mientras observaba la palma de su mano izquierda.

—El Jisei hará posible de que sepas moverte con gracia, hará que lo que es veloz se vuelva lento a tus ojos... te permitirá percibir con detalle lo que por costumbre pasas por alto —explicó el ahora maestro de Kérian—. Pero antes, ¿en Inkál qué técnicas te han enseñado?

—Pues... —dijo el chico rascándose la parte posterior de la cabeza—. Creo que nos preocupamos más por estudiar, ejercicio físico y poco más. Pero recuerdo que estuvimos rozando temas como la Hadamorfos.

—¿En serio, solo eso? —cuestionó Sai un tanto turbado—. ¿Y la multiperspectiva? —Hizo un gesto con sus manos que solo acentuaba su cuestionamiento—. ¿La concentración de fuerza, o fuerza por cinética?

Poco a poco Kérian formaba una mueca que decía «no entiendo un carajo lo que dices»

—Vaya... se han vuelto todavía más haraganes y egoístas esos Inkális. Nada comparados con los primeros —dijo Sai con desgana y reproche—. Al menos creo que podremos aprovechar el resto de la tarde para ponernos al corriente con lo que sabes... y con lo que no. Además, parece que esta noche lloverá —agregó mirando el cielo, el cual daba indicios de ese desenlace—. Así que debemos montar un campamento, pero para ello debemos ir a un pueblo que está por aquí cerca.

Kérian podía hacerse a la idea de a qué lugar se estaba refiriendo Sai.

Pero, en fin... creo que es oportuno dejarlos a solas por ahora, para así darle un vistazo a cosas que pasaban lejos de ese espacio patrimonial de Rázdergan. Como por ejemplo en Colinas... con Demíra y Elyas.

La Zaéntil salía por la puerta principal de su hogar con prisa, y dando pasos furibundos. Había empujado la puerta con más fuerza de la requerida, y tras ella... su esposo, el Orfwin la seguía. Ambos usaban las mismas túnicas blancas que Kérian vio la primera vez que se conocieron.

—Espérame, cariño —dijo Elyas asegurándose de que la puerta quedara bien cerrada—. Que no se te ocurra irte sin mí.

Elyas cargaba sobre su hombro un bolso que yacía repleto de... muchas cosas que posiblemente eran imperativas para un viaje de improviso. Porque sí, iban a viajar.

—Si no te apuras, sí —añadió su esposa, que se había detenido tras dar un profundo respiro. Se notaba el estrés creciente en ella con solo mirar su cara—. ¿Traes todo?

—Sí —contestó su esposo—. ¿Y tú?

Demíra sintió con la cabeza mientras tocaba la maleta que ella también cargaba sobre sus hombros. Aunque... aparte de esa maleta, cada uno de ellos llevaba una espada de mango plateado que relucía fuera de sus oscuras fundas.

El hecho de que cada uno llevase una espada colgando de sus caderas, era como que desencajaba en el aspecto habitual de la pareja; que era comprensivo y alegres; que eran cálidos y esperanzadores. Esas espadas eran la antítesis de todo ello, pero también desvelaban algo sobre el pasado del que vinieron; que tuvieron que pelear por una razón; que probablemente arrebataron la vida de otra persona porque no tuvieron otra opción... muchas cosas.

Luego de caminar unos minutos bajando por el camino hasta llegar al centro de Colinas, salieron de un establo montados sobre sus caballos. Ambos iban rumbo al norte en busca de Kérian, cosa que hicieron a espaldas de los Adalides.

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