Capítulo 17: Acaecido, y la falsa senda del héroe.

Después del altercado con Sasai en el santuario de Inkál, Kérian había pasado unos días terribles. Unos largos y tediosos días, corrijo.

Tampoco me malentiendan, quizá, lo correcto sería decir que pasó unas noches terribles también, mejor. Aunque usar esa palabra sea una exageración de mi parte... En fin. Para no hacerlo tan confuso, ¿te imaginas dormir con un bastón aferrado a una de tus manos?

Al principio, Kérian pensó en no tomarlo tan literal, pero rápidamente se dio cuenta de que parecía no tener opción. Cuando se separaba del objeto Kérian describía que sentía un calor intenso en el centro de su pecho, también un vacío molesto en la boca del estómago, y un dolor hormigueante en la nuca; luego se desorientaba y su visión se nublaba; surgía una tensión en la parte baja de su espalda y, por último, se producían ligeros temblores en brazos y piernas.

Ya imaginaran que tareas tan simples como ir al baño, manipular algo en la cocina, o hacer básicamente cualquier otra cosa sería un tanto agobiante. Era casi como no tener un brazo... aunque puede que también esté exagerando en eso con esas palabras. Igualmente, ustedes me entienden.

Los días que el Adalid más joven, Okuni, dijo que pasarían antes de viajar, finalmente terminaron. Tenían la ruta trazada, una cuartada creíble que no levantaría sospecha de que Kérian estaba viajando; básicamente solo faltaba llegar al destino.

Durante el largo viaje, muy lejos e Inkál y de Colinas, tras más de 3 horas de marcha constante en el interior de un carromato que permanecía tapado por gruesas mantas, Kérian estaba costado entre cajas aseguradas por sogas y heno. Su cuerpo se mecía al ritmo de las imperfecciones de los caminos que subían, bajaban y se encontraban desde diversos puntos de Rázdergan.

Iba dentro de uno de los muchos carromatos que avanzaban en una larga fila. Algunos se separaban en distintos puntos, ya que esos llevaban utensilios, alimentos, textiles, mensajes y demás cosas a otros pueblos.

El maestro Okuni había salido un día antes para verificar el camino que iban a tomar, por lo que se suponía no habría inconvenientes mayores más allá de alimentar y dar de beber a los caballos y las yeguas, estirar las piernas un poco, u ocuparse de alguna necesidad personal... como ir al baño.

Se supone que nada malo debía ocurrir... pero bueno, esta no sería una historia interesante si no suceden algunos imprevistos.

El número de carrozas y carromatos iba disminuyendo hasta quedar media docena de ellos. En determinado punto del trayecto, a menos de 10 kilómetros del destino, Kérian yacía acostado, aun después de haber dormido lo suficiente. Durante el tiempo que había permanecido despierto, con el bastón de Banthros sujeto a su muñeca con una pulsera y una cadena delgada, oía a las demás personas hablar, tocar algún instrumento para pasar el rato, y el relinchar de las bestias que tiraban de ellos.

—¿Hola? —dijo una de esas voces que el chico escuchó por largas horas. Kérian se golpeó la cabeza en ese momento, ya que el carromato se detuvo abruptamente— ¿Se encuentra bien, señor?

Hubo silencio... pero los caballos empezaron a presentar un comportamiento inusual, pues parecía que la inquietud en ellos aumentaba, como si percibieran el peligro que siente una presa cuando un depredador los asecha. Kérian por su parte, no pudo evitar prestar atención a lo que ocurría afuera... pese a no poder bien del todo.

En silencio y a como pudo, hizo un espacio entre las mantas evitando llamar la atención de alguien.

—¿Todo está bien? ¿Está perdido? —volvió a decir esa voz.

—Oye, mira lo que tiene en su cabello... ¿Qué son esas cosas? —acotó otra voz.

Los caballos y las yeguas estaban más intranquilos ahora, y aquella persona que los había detenido seguía sin decir una palabra, y aunque Kérian estaba intentando mirar quién era, en primera instancia el ángulo lo hacía difícil, pues la imagen que percibía era parcial.

Pero lo que logró ver... difícilmente lo olvidaría.

Llevándose una mano a su boca para evitar que algún sonido saliera sin querer, el chico dio unos pasos hacia atrás. Afuera había visto los pies descalzos de aquella persona que los había hecho detener.... Sus pies tenían uñas negras con un aspecto salvaje; más de una bestia que de humanos.

También logró apreciar la mayor parte de uno de sus brazos, el cual estaba cubierto por un pelaje oscuro... pero era un brazo grueso y fuerte.

En ese instante, la piel de Kérian se erizó, cosa que le pareció extraño y hasta llamó su atención. ¿Qué podía hacer algo como eso?, fue la pregunta que pasó por su mente mirando su mano. De pronto, alguien más afuera gritó:

—¡Cuidado!

Se oyó un estruendo después de esa advertencia, y las voces que Kérian reconoció al principio comenzaron a gritar por encima de él hasta alejarse... también el ruido de carromatos volcándose y rodando sin cesar a uno de los costados; como si estos fueran lanzados por una fuerza más que extraordinaria.

Hubo más gritos, pero al mismo tiempo ese griterío pasó a ser de agonía y desesperación, pues Kérian escuchaba el sonido de líquido siendo derramado; de voces que se cortaban abruptamente mientras parecían ahogarse con la propia sangre de sus gargantas.

Las demás carrozas y carromatos fueron volcados y despedazados... era como una tormenta de lamentos, madera rompiéndose y cuerpos descuartizados.

Kérian deseaba salir mientras se debatía en que, si solo debía correr y ocultarse, correr sin detenerse... o bajar y pelear. De decidirse por lo último, entonces lo mejor sería dejarse llevar por aquello que lo hizo estar de igual a igual contra Sasai, días atrás.

Pero nada de eso pasó... pues el transporte en el que él iba también fue impactado tras un instante de silencio dentro de aquella barahúnda. El carromato en el que Kérian iba se elevó varios metros por los aires, llevándose las ramas de algunos árboles a su paso, dando vueltas hasta chocar con la tierra, las rocas y los arbustos.

Kérian cayó abriéndose paso entre los restos, arrastrándose aparatosamente entre los escombros mientras aún daba vueltas. De no ser porque algunos cuerpos y escombros redujeron la velocidad con la que iba, probablemente habría terminado estampado contra una roca... muriendo a causa de ello.

Pero para su buena o mala suerte... o su Dios... no fue así.

Ahora, en lugar de descansar entre cajas y heno, su cuerpo reposaba rodeado de otros cuerpos mutilados en un punto perdido y lejano del camino.

¿El chico pudo ver algo? ¿Habrá acaso algo que rescatar de sus memorias que le otorgue algún indicio? Pues casi no. Lo último que pudo ver antes de desmayarse fue una figura emborronada; de alguien de cabello negro, piel ligeramente atezada como la de él, y aquellos pies de uñas negras que se aproximaban.

Al cabo de un tiempo, además de aquella imagen, hubo otras que no podía identificar del todo. Había más personas que tocaban su cuerpo y lo sacudían levemente... pero sus rostros eran irreconocibles.

Cuando Kérian volvía a abrir sus ojos, esta vez ya estaba mucho mejor. Despertó en una estrecha cama dentro de una habitación poco iluminada con vendas en uno de sus brazos, muslo y pequeñas suturas en el pecho, hombro y espalda. Pese a todo eso, el dolor que sentía era poco en comparación a otras ocasiones... en las que despertaba en una cama.

—Vaya... esto se está convirtiendo en mi propio cliché —dijo Kérian tocándose el rostro con ambas manos.

Tras unos segundos restregando su cara, sus ojos se abrieron aún más, evidentemente preocupado, ya que eso significaba que se había separado del bastón de Banthros, y no tenía idea si por mucho o por poco.

Miró a todas partes con ligera desesperación hasta que encontró lo que buscaba. En una esquina de la habitación estaba el cayado de Sai, detrás de una silla y con unos harapos colgando de uno de sus extremos.

Se levantó por ella, pero cuando la tomó se dio cuenta de que esos harapos eran parte de su ropaje... o al menos el que llevaba anteriormente. En una mano tenía el bastón, y en la otra sus propias prendas rasgadas y repletas de sangre que, al menos, esperaba solo fuera de él.

Luego calló abruptamente sobre una de sus rodillas, apoyándose con el cayado mientras que la mano que tenía libre la usaba para taparse la cara, casi como sosteniendo su cabeza.

—Otra vez esto —se dijo reconociendo los síntomas de haber estado apartado del Banthros, además se sumaba el daño que su cuerpo acumuló tras el ataque a la caravana.

Ahí, sus ojos mostraron asombro e incredulidad, recordando perfectamente esos pies de uñas afiladas y la figura siniestra del perpetrador.

—¿Solo él fue capaz de hacer todo eso? —se dijo en su mente.

En eso, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Kérian por mero instinto o acto reflejo... o como quieran llamarlo, desde esa misma posición levantó en dirección a la puerta el bastón, apuntando con uno de los extremos. Pero al ver que solo se trataba de una niña que rondaba los 10 años, entonces se relajó, y volvió a apoyar el Banthros contra el suelo.

—Perdóname... estoy confundido, yo pensé... —logró decir el chico con algo de cansancio en su voz—. ¿Quién me trajo hasta aquí?

La niña no dijo nada y solo lo miró mientras permanecía completamente quieta. Kérian hizo lo mismo, aún arrodillado, pero... no pudo evitar ver a Lucy en esa niña; la personita que conoció en el mundo entendible.

Esto no era por el tono de piel, ni tampoco por el color de sus ojos, para Kérian Lucy se reflejaba en esa niña por la inocencia en sus ojos y por cómo lo miraban.

Recordó como Lucy lo miraba cuando se conocieron por primera vez, escondiendo su rostro en las largas faldas de su abuela. Entonces, algo se rebulló en el pecho de Kérian y apartó la mirada, llevándola hacia el piso sintiendo algo parecido a la pena y tormento.

Por otro lado, así como la niña apareció, sin dar ningún aviso se fue mientras el chico solo dijo un «espera» mientras volteaba hacia ella nuevamente, levantando una de sus manos como si tratara de alcanzarla. Luego de eso se puso en pie, pues los efectos se habían disipado casi en su totalidad.

Tras casi medio minuto de soledad y expectativa, la puerta volvió a abrirse, apareciendo de nuevo aquella niña... pero acompañada por alguien más. Un niño, un poco más grande, estaba delante de ella sosteniendo una espada con temor, pero también con coraje.

—¿Verdad que no nos harás nada malo? —dijo ese chico con cautela mientras la niña se escondía tras él.

—No... yo no soy así —contestó Kérian.

—Entonces no fuiste tú el que hizo todo eso —añadió el chico, lanzando otra pregunta.

Kérian no podía precisar con exactitud qué fue lo que creen que pudo hacer, sencillamente porque nunca vio nada ni se enteró del reguero de cuerpos sin vida que quedaron en el camino.

—No —contestó Kérian, limitándose en su respuesta—. Me di cuenta cuando ya era demasiado tarde.

El niño lo miró por un momento, como si debatiera en creerle, con aquella vieja espada en sus manos. Luego giró levemente y dijo algo a la niña. Ella dio media vuelta y salió por la puerta mientras el niño permaneció con Kérian.

—¿Ustedes me trajeron aquí, cierto? —preguntó Kérian solo para que el silencio no se prolongue.

—Mi viejo y yo te encontramos... tú eras el único que estaba vivo —contestó el niño—. Tenías esa cosa amarrada a tu mano.

Kérian miró el bastón... pero evitó dar explicaciones de esa parte.

Tras ese breve intercambio de palabras, por la puerta apareció nuevamente aquella niña junto a un hombre mayor que rondaba los 60 o los 70 años. Este hombre con arrugas en su rostro y con unas prominentes ojeras miró a Kérian mientras levantaba una de sus cejas. Luego tomó la espada que llevaba el niño y la colocó fuera, en el exterior de la puerta.

—Yo soy Saúl, ella es Mari, y este pequeño hombre es Marco —dijo el anciano con voz calma y resuelta—. Y el tuyo, ¿cuál es, muchacho?

—Kérian... vengo de Inkál —contestó—. Se supone que debería estar en otro lugar ahora, pero ni siquiera sé dónde es.

—Y supongo que tampoco sabes qué pasó en el camino —añadió Saúl con seriedad, a lo que Kérian negó con la cabeza—. Entiendo... será mejor seguir nuestra charla mañana. En esas cajas, —señaló a un costado—, hay ropa. Busca algo que te quede y cámbiate. Si tienes hambre puedes salir... preparamos algo con algunas cosas que pudimos salvar del lugar en donde te encontramos. Si quieres descansar, entonces solo quédate aquí.

Saúl tomó por los hombros a Marco y a Mari para que lo acompañara fuera de la habitación.

—Vamos, niños —indicó—. Mamá está por llegar.

Una vez que salieron los 3, Kérian volvía a estar a solas. Cuando la puerta se cerró se dirigió hacia los estantes donde había cajas con ropa. Mientras buscaba que ponerse empezó a caer en cuenta, por algunos detalles en ese lugar, que Saúl, Marco y Mari vivían en condiciones un tanto... dificultosas.

La débil luz era proporcionada por viejas y desgastadas velas, el techo no estaba en el mejor de los estados y algunos de los vidrios en las ventanas estaban rotos; dejando que los fríos vientos llegaran hasta el interior del maltrecho hogar.

Pero mientras todo eso se daba en algún lugar remoto, Okuni, en la ubicación donde esperaba a Kérian, se mostraba inquieto y con un mal presentimiento, ya que Kérian debió llegar hace bastante. A causa de ello, el Adalid había mandado a alguien para que le trajera alguna noticia.

El más joven de los Adalides aguardaba de pie a las puertas de una cueva. Tenía sus manos atrás de la espalda, restregando sus dedos entre sí, evidentemente impaciente. Luego comenzó a caminar de lado a lado, esperando que la persona que mandó a inspeccionar regresara... hasta que lo vio venir a lo lejos.

Iba hacia él montando sobre un corcel gris, y con mucha prisa. Cuando estuvo cerca desaceleró hasta frenar.

—Maestro —dijo bajando del caballo— los encontré... A todos menos al chico. Todos están... están muertos.

—¿Cómo es posible? —dijo Okuni casi gritando.

—Fue una masacre, señor... Una puta carnicería —añadió el Inkálita— Ni siquiera los caballos se salvaron. Los nuestros no pudieron defenderse. Algo como esto no ha pasado desde lo sucedido en Zelster.

—Más de 30 guerreros y ninguno pudo sobrevivir... En efecto, debe ser obra de la hija de Érikas —luego añadió—. Eso quiere decir que sabía que el chico estaba viajaba ahí. Maldita sea, Helen me advirtió la posibilidad de tener a un traidor entre nosotros.

—Alguna sospecha, ¿señor? —repuso el guerrero con un miedo que Okuni vislumbró, notando también en sus ojos la desolación que presenció.

—Tiene que ser alguien muy cercano a nosotros —respondió tras reflexionar un momento. Solamente los Adalides conocíamos estos detalles, Demíra, Elyas y... ¿Será que Irvin o Yerkária dijeron algo a la persona equivocada?

—¿Y si se trata de Vhíndar? Preguntó el Inkálita.

—Eso tendría que incluir de alguna manera a Elyas y Demíra, pero —titubeó Okuni—, no... sinceramente no creo en eso.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó el guerrero de Inkál a Okuni.

—Prepara mi caballo, saldré yo solo. También quiero que mandes un mensaje, pero solo a los Adalides... ponlos al tanto de lo que ha ocurrido, y diles que en estos momentos estoy en su búsqueda —indicó el maestro con voz calma, pero con seriedad—. Manda las coordenadas y aclara que los Mayers pueden estar detrás de esto.

De vuelta en el hogar de Saúl y los demás.

Kérian se lavaba la cara con un poco de agua que había en un cuenco dentro de un baño, luego puso su vista en el pequeño espejo redondo que tenía delante, fijándose nuevamente en las cicatrices que Phill le hizo en el mundo entendible. El chico reparaba en el hecho de que se había olvidado de ellas, no en el sentido de borrarlas de su mente, sino que habían dejado de tener un significado tan presente... el ver el reflejo de Lucy en los ojos de Mari, quizá, fue lo que le permitió recordar el dolor de esas viejas marcas; y el peso tras ellas.

—No sé por qué ahora siento que no debería estar aquí —se dijo Kérian, estático frente al espejo, mientras en su mente revivía las escenas en la que Phill lo lastimaba.

Luego de eso se puso una camiseta manga larga de color blanco y unos pantalones de marrón oscuro y, por último, sus botas altas de cuero negro. Se dirigió a la puerta y, antes de salir, tomó aire tratando de relajarse. Abrió la puerta lentamente, notando que Saúl estaba sentado en una silla delante de una mesa que ya tenía sus años, a Marco y a Mari sentados en el suelo revisando unas cajas, y una mujer de apariencia jovial que supuso era la madre de los niños.

Todos miraron a Kérian cuando salió, como si estuviesen esperando ese momento. El chico los observó de vuelta, luego camino hasta la sala en donde los demás aguardaban, diciendo.

—Gracias por la ropa, y lamento cualquier inconveniente que pueda causarles.

—Siéntate —contestó Saúl tras unos segundos. Señaló una silla vacía en la mesa—. Ven a comer algo, que seguro tienes hambre.

Kérian hizo caso y se sentó en la silla, teniendo delante una vela cuya llama danzaba por la débil brisa que lograba colarse. Saúl le hizo una señal a la mujer que Kérian no conocía aún, la cual se acercó con un plato en sus manos.

—Ella es la madre de los Mari —confirmó el viejo hombre, procediendo a presentarlos—. Amanda, él es Kérian. Kérian, ella es Amanda.

El chico saludo con una inclinación de cabeza, Amanda, por su parte, le devolvió el gesto mientras ponía delante de él un plato con comida caliente.

—Me contaron que eres de Inkál. Estás muy lejos de casa... quiero pensar que no puedes entrar en detalles de lo que haces tan al norte —dijo Amanda mientras también tomaba asiento—. Pero te ves muy joven, o solo es cosa mia.

—Así son ellos, inician desde muy jóvenes; llevando una vida de adiestramiento constante —añadió Saúl luego de dar un sorbo a la sopa—. Yo siempre quise ser parte de ellos, pero una lesión me alejó de ese sueño.

—Por eso la espada —repuso Kérian volteando un instante hacia Marco.

—Era de mi padre, me la dio cuando joven —alegó Saúl—. Y mi abuelo fue quien se la dio a él.

—Varias generaciones de Inkálitas —añadió Kérian realmente intrigado... Intrigado por tratar de entender qué será lo que Saúl siente realmente en su situación, afrontando el hecho de que él rompió esa tradición en su familia. ¿Trataba ocultar un amorgo dolor que jamás lo abandonaría, o...? Se preguntaba Kérian—. Entonces esa espada tiene un gran valor.

Saul asintió sin mirar al chico, después de eso nadie dijo una palabra más, así que Kérian aprovechó en darle un sorbo a la sopa de hígado de pollo y verduras. Su calor era reconfortante, y hasta que Kérian digirió la primera cucharada, fue cuando reparó en que de verdad tenía mucha hambre. Amanda, observando al chico, notó que en el regazo de este estaba ese bastón de Banthros.

—Me permites retirarte esto —dijo Amanda estirando una mano, pero antes de que lograra tocar la madera de Banthros, Kérian, con un leve tacto la detuvo.

—Perdón —dijo el chico con pesar en sus ojos—. En serio lo siento... pero tengo prohibido alejarme de esta cosa.

Amanda retrajo el brazo lentamente mientras componía una sonrisa que solo la hizo para amenizar las cosas.

—Seguramente tiene que ver con algo secreto de los Inkális —dijo Amanda restándole importancia.

—Digamos que sí —se limitó a decir el chico.

—Tenía eso amarrado al brazo cuando lo encontramos —comentó Marco, aun en el suelo junto a Mari. Amanda miró a su Marco sin decir algo.

En ese instante se oyeron golpes en la puerta principal, y tras ella una voz que llamaba a Saúl con apremio. El viejo Saúl miró a Amanda, y luego a los niños. En eso, Kérian reparaba en que Marco nunca fue referido como el hijo de Amanda.

—Sal —dijo alguien afuera, acortando el nombre de Saúl. Kérian pensó que se trataba de alguien cercano—. ¿Sabes qué fue lo que pasó en el paso del este? —Hubo una pausa... una espera silenciosa—. ¿Saúl?

El viejo hombre se levantó para ir afuera, llevándose un dedo a sus labios; pidiéndole a Kérian con ese gesto que guardara silencio. Él asintió y dio otra cucharada a la sopa.

—No... no sé qué sucedió, pero llegué cuando todo había pasado —dijo el viejo hombre tras abrir la puerta. Hablaba con un hombre un tanto más joven que él, acompañado de otros tres... y todos ellos se notaban preocupados—. ¿Fueron a ver?

—Llegamos, pero los hombres de Kol aparecieron de la nada... y no pudimos tomar algo —comentó uno de aquellos 3. Luego, otro de ellos añadió:

—Seguro que esos bastardos fueron; ellos mataron a todos.

Saúl lo miró, elevando un tanto la barbilla e inclinando su cuerpo.

—¿Lo sabes o solo crees que sí? —preguntó el viejo hombre.

—No hay otra opción... ¿Si no quién? —contestó otro.

Cada uno de ellos se echaba un vistazo de soslayo, como si intentaran evitar el tema por ahora. Kérian, pese a que aparentemente comía, no podía evitar escuchar. Mientras el chico sorbía la sopa, miraba a Amanda, y ella a él.

—Pudimos recoger algunas cosas útiles de ese lugar —repuso Saúl denotando solidaridad mientras abría más la puerta, dándoles paso—. Pueden tomar algunas cosas, si eso quieren.

Los 3 hombres entraron, cada uno de ellos miraron a Marco, a Mari y a Amanda, personas que conocían de hace tiempo; pero también miraron más allá; a Kérian. No dijeron nada, pero durante ese breve silencio se miraron entre sí con cierta complicidad, duda y temor. Tras revisar y tomar apenas algunas cosas, ya que no querían dejar sin nada a su amigo, se levantaron y salieron con tímidos pasos.

—Oye, Saúl... ¿Quién es él? —preguntó el más joven de los 3, señalando al Kérian.

—Ah, bueno... él viene de Inkál —contestó el viejo hombre—. Pero no pregunten mucho, preferiría no dar detalles... y él tampoco.

—Si Kol se entera de que ellos vinieron —dijo otro de los hombres delante de Saúl. Tras eso, bajó su mirada levemente y añadió—. El cielo quiera que no, pero ya sabes lo que ese maldito demente puede hacerles.

Esta vez el silencio que hubo era distinto a los demás, que eran timoratos y pequeños... ahora era uno cargado de un pánico que ataba sus lenguas y los hacía temer por sus vidas; una clase de silencio que Kérian conocía bien... demasiado bien.

Kérian giró levemente, buscando el rostro de Amanda, pero ella lo apartó con disimulo e incomodidad. Luego giró hacia Marco y Mari, mirando en ellos el reflejo de su pasado; la sombra del dolor que se había cernido sobre ellos. Después pensó en Sai y en ciertas cosas que le había dicho.

El epítome del relámpago bajó la cuchara con suavidad, sintió el bastón de Banthros en sus manos; aparentándolo con coraje y convicción; hasta dejó la marca de sus propias uñas en sus palmas.

El más joven de los hombres delante de Saúl fue el primero en percatarse que Kérian se puso en pie, sosteniendo aquel cayado con una de sus manos. Amanda alzó la barbilla mirando el rostro que los demás no podían ver, y pareció abrir su boca ligeramente como queriendo decir algo; pero las palabras que buscaba no las podía encontrar. Luego, los demás fuera voltearon, y por último el viejo Saúl. Cuando lo hizo, Kérian ya estaba a unos pasos de su espalda.

Sin esperar que alguien dijera una palabra más, él habló en un tono firme, pero a un volumen moderado y tranquilo, mirándolos a cada uno.

—Tranquilos... me iré ahora. —Saúl, con sus ojos fijos en Kérian, compungido, trató de decir algo, pero Kérian se le adelantó—. No, me iré... agradezco lo que hicieron también, pero tengo cosas que hacer. Quedarme aquí solo me retrasaría y tampoco les sirve por lo que escuché.

Kérian dio un paso adelante, saliendo aún más de la casa, pero se detuvo. Deseaba echar un vistazo a Marco y Mari. Luego se alejó aún más, pero Saúl lo llamó para darle algo.

—Aguarda un momento, Inkális. Hace mucho frío y lo correcto es que te lleves tus cosas —dijo el viejo hombre tomando unas cosas que estaban colgadas a un costado de la puerta, y otra al lado de Mari.

Kérian notó que era un uniforme de un guardián de Inkál... seguramente era parte de las cosas que pudo rescatar cuando lo encontraron. Sobre el ropaje, la armadura metálica, una malla y un peto de cuero negro yacía una reluciente espada.

—Quédense con la armadura, la malla y la espada, pero lo demás puedo aceptarlo —repuso Kérian con amabilidad—. Pueden tomarlo como agradecimiento de mi parte.

Kérian se colocó el peto de cuero que hacía juego con sus botas, se remangó la camiseta blanca que tenía por debajo y, por fin, se fue sin mirar atrás. Dando pasos firmes con su cayado al lado; bañado por la débil luz que se proyectaba; reflejada en la luna.

Luego de que Kérian se fuera de la casa de Saúl durante la noche, los hombres que habían llegado a mitad de la cena se quedaron a charlar un par de cosas más, pero tampoco tardaron mucho. Al cabo de unos minutos se marcharon juntos por una senda que serpenteaba hacia el sur entre el bosque y los arroyos, a poco más de un kilómetro.

Los 3 hombres hablaban de esa tal gente de Kol, y de Kol mismo. Tocaron temas que ellos ya sabían de antemano, claramente, pero que habían sido reavivadas por la presencia de Kérian en aquella choza; creyendo que los Inkális estaban cerca; y que por eso podría desatarse una contienda que envuelva toda la situación en algo mucho peor que las amenazas a la que estaban sometidos en secreto.

De hecho, lo que se sabe de Kol es relativamente poco, pese a eso sí se tiene el conocimiento de que su ciudad natal era la que rodeaba el dominio de la familia real... de la que Demíra habló a Kérian en Colinas: los Hemle. Que supuestamente había sido condenado a cadena perpetua por un atentado contra el castillo años atrás.

En resumen... Kol era escoria. Él y toda su gente que solo propagaban maldad, injusticias y miedo en el corazón de los honrados. Ellos habían tomado el pueblo donde Saúl habitaba originalmente, solo porque era un lugar alejado y estratégico, rodeado de espesa vegetación; perfecto para que se mantengan al margen por cualquier cosa y con múltiples rutas de escape que solo los lugareños conocían como las palmas de sus manos.

Todos esos detalles los terminó oyendo Kérian... porque él nunca se fue; solo les hizo pensar que sí. En realidad, con sigilo había seguido a esos hombres porque pensaba que jamás contestarían preguntas con relación a ese tema por las represalias... algo que Kérian hizo por mucho tiempo en el mundo entendible.

Pese al frío de la noche y a la oscura soledad que lo arropaba, Kérian era consciente de lo que pretendía, justo como cuando entró a la panadería de la anciana aquella fatídica noche de tormenta. No pudo evitar en lo raro que era todo eso..., ya que esta vez no tenía un tubo corto y metálico para defenderse, sino un largo cayado que desciende de las raíces de la creación de Rázdergan.

Una hora después, ahondando más en la noche, nos hallamos en el centro de aquel pueblo tomado por maltrechos hombres.

En una pequeña plaza abarrotada por los hombres de Kol, decenas de personas se abarrotaban alrededor de una gran hoguera. Unos bebían alcohol mientras coreaban canciones meciendo sus jarras, otros más serios y con facciones que eran la antítesis de la amabilidad, permanecían cerca de su líder, viéndolo todo. Algunos de ellos contaban bolsas con monedas de plata, hierro y oro, otros revisaban un puñado de diversos objetos a los que podían sacar alguna ganancia, y aún menos eran los que permanecían en silencio, reacios al jolgorio y a las distracciones... y en medio de todos ellos estaba aquel al que llamaban Kol.

Un hombre de cabellera negra y abundante, con algunas canas y recogida en una cola. Alguien que apenas superaba los 40 años y de barba y bigote al ras, cejas fijas y ojos oscuros; que miraban incluso a sus subordinados con recelo y desprecio.

Kol estaba sentado, con sus hombres rodeándolo en la base de un frondoso árbol cuyas ramas parecían cubrir buena parte de la pequeña plaza. Entre la música y la juerga, y el bailoteo de las llamas, dos hombres que cruzaban la plaza llegaron ante su líder. Ellos traían a alguien; más joven que ese bastardo... casi a rastras.

Lo soltaron ante los pies de Kol, cayendo sobre la tierra.

—¿Qué pasó con este infeliz? —dijo Kol sentado sobre las raíces que sobresalían del árbol—. ¿No ha pagado la cuota?

—No, señor —añadió uno de sus subordinados—. Peor... intentó robarnos.

Los hombres que estaban cerca se echaron a reír de su líder, como si le gastaran una broma que todos ya conocían.

—Un tonto ladronzuelo en nuestro querido pueblo... eso es inaceptable —dijo Kol. Luego, con su mano, llamó a uno de los suyos, el cual se acercó y se agachó, aproximando uno de sus oídos.

Kol dijo algunas cosas mientras movía una de sus manos, y la persona que acataba sus órdenes, en cambio, empezó a cincelar una malévola sonrisa con la comisura de sus labios. Cuando el hombre que oyó atentamente supo cuál era su encomienda se irguió y se fue. En eso, Kol se puso en pie, apoyando sus manos sobre las rodillas.

—Bueno... —dijo para todos los que estaban cerca, luego de suspirar con un agobio tan falso como su moral y su juicio—. Ya saben qué le hacemos a los ladrones en esta honrada aldea.

Otro de los hombres a su costado chifló, indicando algo que aparentemente todos intuían. El joven hombre que estaba a los pies de Kol fue levantado por los mismos que lo dejaron caer. Luego, arrastrado, fue llevado cerca de la hoguera, delante de un tronco de un metro de alto, el cual estaba partido.

La superficie del tronco, que aún conservaba una coraza color caoba, lucía manchado por sangre de muchos otros que estuvieron en las mismas circunstancias que aquel pobre desamparado.

Alguien más se aproximó y se postró delante del joven hombre, el cual; con sus ojos, su ceño, y todo lo que podía reflejar con su cara, revelaba que estaba consumido por el terror. La persona que estaba delante del tronco sostenía un hacha y portaba una máscara que tapaba la mitad de su cara, dejando a la vista una sonrisa desprovista de 4 dientes.

Mientras unos lo inmovilizaban, otro agarraba uno de sus brazos, amarrándolo desde la muñeca para colocarla sobre el tronco con la palma mirando hacia arriba. Desesperado, el joven hombre se agitaba, deseando escapar... pero era obvio que no podría.

Kol se acercó al tronco partido y sacó un cuchillo alargado cuyo aspecto era tan amenazante, que parecía estar hecho para el mal.

—Me gusta cuando le cortamos la mano a los ladrones —repuso Kol de cuclillas, luego preguntó a su gente elevando el volumen de su voz—. ¿Verdad que sí? —Todos los presentes respondieron con un fuerte «¡Sí!», al unísono. Luego miró directamente a los ojos de su víctima y con voz baja, pero con deje agresivo, añadió—. A todos nos putas gusta cuando alguien como tú se pasa de listo.

—Por favor, por favor... perdón, señor —alcanzó a decir el hombre, casi llorando—. Yo no robé nada, lo que pasa es que—.

Kol lo interrumpió con una bofetada.

—¿Estás diciendo que mis hombres son unos mentirosos? —preguntó con una burla que trataba de disimular—. Que el cielo me libre de las hienas y las arpías; que sus mentiras se queden lejos de mí, y que los falsos no sean mis amigos... esos son los peores.

El hombre, tembloroso y atemorizado, no supo qué decir a eso. Kol, por otro lado, se le quedó mirando con unos ojos fríos y apáticos. Luego preguntó.

—Por cierto, muchachito, ¿cuál es tu nombre?

—Yosen... —contestó tras unos segundos.

Kol volteó para mirar a los hombres que habían traído de Yosen.

—Yosen dice que son unos mentirosos, muchachos... ¿Qué hacemos con eso?

—Nosotros nunca nos atreveríamos a mentirle, señor —objetó uno de ellos, mientras el otro sacudía la cabeza, negando.

De pronto todos se echaron a reír; hasta los músicos se detuvieron para dar una fuerte carcajada. Yosen era el único que no reía; solo sus lágrimas eran lo único que empezaban a salir.

La víctima de estos desgraciados estuvo en esa posición durante un minuto, mientras alternaba su vista del verdugo hacia Kol, y viceversa, mientras los demás estaban a la expectativa de la situación. Pero tras esa espera... el hombre que había recibido las órdenes de Kol apareció. Apareció con un infante que cargaba en uno de sus hombros.

Era un varón que apenas tenía 14 años... alguien muy, muy joven. Yosen se mostró más desesperado que antes.

—¡No, mi hermano no! —dijo con voz nerviosa—. Por favor, no le hagan nada... a él no, por Tharïv, no.

Pusieron al hermano menor de Yosen delante de él, también colocando uno de sus brazos sobre el tronco. Kol acarició la cabeza del niño, luego agarró el cabello de este y lo sacudió sin delicadeza. Después se puso en pie y sacó una reluciente moneda, haciéndola rodar por sus dedos.

Una leve llovizna abordó el escenario malicioso que planeaban ejecutar. Kol miró hacia arriba, algo molesto porque se estaba mojando.

—Si sale Emblema, cortamos tu mano —repuso Kol mostrándole la moneda a Yosen muy de cerca—. Pero si sale Heraldo, la de tu hermanito.

Se hizo un momento de silencio en toda la plaza... todos miraban a Kol. El líder de los criminales, en cambio, miró a cada uno de sus costados, levantando la moneda con sus dedos para que todos la puedan ver.

—Miren bien, para que sean testigos que nadie está haciendo trampa —dijo.

Kol lanzó la moneda muy alto y la atrapó entre sus palmas. Sacudió un poco sus manos y luego la ahuecó, acercó su cara y miró.

—¿Saben qué? —añadió Kol levantando la cabeza—. Solo cortemos a los dos y tan, tan, final feliz del cuento.

Tras esas palabras, el júbilo y el regocijo volvieron a presentarse... uno podrido. La lluvia aumentaba, por otro lado, pero esta vez había una brisa que lo acompañaba y que hacía bailotear aún más las flamas de la gran hoguera.

Kol se giró, llevando sus pasos hacia las raíces que usaba de asiento. El verdugo miró a Yosen y a su hermanito con la misma sonrisa asquerosa de alguien desalmado... de un monstruo. Mientras Kol se alejaba, el griterío aumentaba, la música sonaba más fuerte y las jarras volvían a estar llenas... y el hacha del verdugo se elevaba.

Pero cuando estuvo a punto de hacerla descender para cortar a los hermanos, un objeto interceptó el filo del arma.

Llegó volando como una lanza silbando en el aire. El hacha del verdugo se desprendió de sus manos, Kol volteó abruptamente tras haber escuchado el impacto y el repiqueteo... y el silencio se hizo una vez más.

Todos miraron al punto de donde había llegado volando esa cosa... el cual era un largo bastón.

Bajo el cielo nocturno y su manto sombrío, el viento y la lluvia cubrían a alguien que estaba parado al lado de un camino vacío. Era un Kérian dispuesto a obedecer lo que su corazón dictaba.

—Todos ustedes son una vergüenza, saben que lo que están haciend está mal, y aun así... —dijo Kérian levantando la voz, explayando una rabia que estaba a punto de desbordarse—. No me importa qué pase conmigo... porque si estoy aquí es por una razón: para ayudar, cuidar y proteger.

Kol y sus hombres sabían el significado de esas palabras, más allá de lo literal; pues eran unas colmadas de designio y usanza; como si esas tres palabras revivieran una colosal historia, porque eran el lema de los Inkális... y todos en Rázdergan estaban al tanto del peso tras ellas.

Además, sumando el hecho de que Kérian llevaba parte de la indumentaria Inkálita, pues... nadie iba a poner en duda que era uno de ellos.

Hay que dejar claro que la ira era un combustible que encendía la llama de su poder interior... de su Taifem. Pero esto no era del todo cierto. Eran sus emociones su verdadero combustible y lo que lo define al mismo tiempo como el ser que es. Esto lo digo porque no debemos olvidar lo que Sasai dijo cuando aplacó el ímpetu de Kérian, allá en el santuario de los primeros de Inkál.

Eso tiene mucho que ver... así que Kérian decidió seguir su instinto y revelar desnuda su alma, justo como en aquella ocasión.

Lo que quiero decir con esto, es que Kérian no se iba a transformar en alguien malvado si era dominado por su poder tal cual es. Podría explicar esto de otro modo, más enrevesado, técnico y detallado, pero ahora no es el momento... después lo será. Por ahora, solo pregúntense esto: ¿El fuego es bueno o malo?

—Lo quiero muerto —espetó Kol entre dientes, visiblemente irritado.

Pero también recordemos que Kérian tan solo empezaba a comprender lo que habitaba en él, y que todavía le quedaba mucho por aprender... Así que lo que estaba por hacer era un gran riesgo; porque podría salirse de control y perderse.

—Quiero que lo hagan picadillo —añadió Kol señalando a Kérian. Al dar la orden, procedió a irse hacia el pueblo.

Se oyó el filo de las espadas rozando sus fundas mientras eran desenvainadas. Se escuchó un trueno que se hacía presente pese a la distancia.

—Ustedes son solo monstruos... —dijo Kérian mientras apretaba sus manos, sintiendo como el furor crecía en su espíritu. También recordaba a Phill, ya que para Kérian todos ellos eran un reflejo de ese desalmado—. No más... ya no los soporto —agregó valiente mientras un relámpago rompía a su espalda, proyectándose en el cielo como una cicatriz.

El sonido de ese relámpago se prolongó como si buscara alejarse; corriendo la voz de que algo estaba a punto de ocurrir... algo que debía ser escrito. Después de ello, cuatro de todos los subordinados de Kol se acercaron a Kérian, rodeándolo. Los demás se quedaron al margen, pero siempre atentos mientras apretaban sus armas en sus manos.

El joven junto a su hermano miraba aún cerca de aquel tronco partido. De hecho, hasta el mismo verdugo que iba a cortar sus manos estaba atento a Kérian.

El corazón de Kérian se aceleraba; su ritmo crecía marcando una cadencia parecida al galope de corceles salvajes de las praderas de Ménestor. El viento soplaba, lo que provocaba que el fuego de la gran hoguera a su costado se agitara. El chico estaba más que solo nervioso, pero al mismo tiempo y debido a no sujetar el cayado de Banthros, también estaba ávido... Su cuerpo ansiaba moverse para hacer lo que quería.

Matarlos.

Uno de esos mercenarios se abalanzó a Kérian listo para hacer descender su espada sobre su cráneo, pero no fue así. Justo en medio de su movimiento, Kérian se acercó velozmente para sujetar la muñeca de su rival.

Josen y su hermano notaron que el hombre de Kol buscaba soltarse del agarre de Kérian... pero ellos no sabían que lo que estaban viendo no era precisamente el mismo Kérian que ustedes conocen, mis amigos.

De pronto, el mercenario gritó con desesperación mientras un dolor recorría todo su cuerpo; desde la punta de los pies hasta la coronilla. Un potente flujo eléctrico invadió el interior de su organismo, tanto así que, incluso la electricidad se volvió visible por algunos instantes... Los suficientes como para que sea mortal.

El desdichado hombre soltó la espada que planeaba usar contra Kérian porque su cuerpo era incapaz de moverse. Se llegó a tal punto que los músculos comenzaron a entumecerse; atrofiados por el sometimiento del Taifem del chico.

El hombre se desplomó lentamente hasta quedar postrado sobre sus rodillas. La piel del mercenario empezaba a chamuscarse y a marcarse por heridas de formas alargadas e irregulares. De hecho, el aire se impregno de un asqueroso hedor a cabello quemado.

De pronto, Kérian soltó la muñeca de hombre, y este permaneció sobre sus rodillas. Humo se desprendía de su cuerpo... mucho humo. Con esfuerzo ese vil hombre levantó la mirada hacia Kérian, quien estaba de pie delante de él; mirándolo con un profundo desdén.

Cuando sus ojos se encontraron, ese hombre se sintió tan diminuto e inerme. Si bien Airdo se sintió igual ante Khénya, como si estuviera delante de alguien colosal, esta vez no se trataba de algo como eso... Era más como estar rodeado de una inmensa oscuridad sin fin que estaba a punto de consumirte.

Kérian alzó uno de sus brazos lo más arriba que pudo por encima de sí mismo, cerró su mano; apretó el puño y, como un martillo y con mucha furia; lo hizo descender hasta impactar el cráneo del rival postrado en el suelo.

Josen y su hermano observaron como la cabeza de ese hombre pareció desintegrarse ante todos, explotando y esparciendo sus partes alrededor... incluso manchando las botas de los que estaban más próximos.

Kérian tomó la iniciativa cuando notó que uno de sus adversarios miró hacia abajo, para ver su pantalón cubierto por los sesos de su compañero... craso error.

Kérian aceleró su paso de manera antinatural, colocándose cerca de él para golpear su pecho. Pese a que este otro hombre tenía un revestimiento metálico, el puño de Kérian lo atravesó al igual que su torso.

La Epitome del relámpago sacó su brazo del pecho de ese hombre, el cuerpo del maltrecho se desplomó como un trapo sucio y roído del que había que deshacerse. El chico sacudió su mano para quitarse el exceso de sangre, justo como lo hace un samurái con su katana, luego, dio un paso, pasando por encima del cadáver como si este solo fuera un trozo de basura.

Ante la banda que se hallaba en esa pequeña plaza el chico mató a dos de sus camaradas en apenas segundos, dejando en claro que, a pesar de ser cruel y sanguinario, era más que solo un joven Inkálita.

Otro relámpago estalló sobre las nubes, y su luz, aunque sosegada por ellas, parpadeó y sobresaltó a todos. Y nuevamente la noche parecía rugir con truenos hambrientos de vengativa justicia.

Entonces, dos hombres colocados cerca del gran árbol que los acompañaba tensaron sus arcos, otros dos comenzaron a rodear a Kérian por cada costado mientras dos más se aproximaban desde el frente... cada uno de ellos con mucha más cautela que antes.

A medida que se acercaban más al chico, también avanzaban con mayor lentitud y con los ojos bien abiertos. De hecho, el verdugo junto al tronco partido se olvidó completamente de Josen y de su hermano, los cuales empezaron a alejarse a hurtadillas. El hermano menor, antes de apartarse del tronco partido, notó el cayado que Kérian usó para desviar el hacha del verdugo.

Creyeron que si se iban en silencio podrían huir, pero justo en el instante en el que Josen giró su cabeza a un lado, notó que uno de los arqueros lo estaba observando, por lo que ahora la flecha que estaba montada los apuntaba.

—¿Solamente esperarán la muerte, o van a venir por mí de una buena vez? —Preguntó Kérian, aunque su voz era levemente distinta... ahora siendo más áspera y agresiva, y hasta en un tono que hacía pensar que no era él en realidad. Por otro lado, el arquero que apuntaba a Josen desvió su vista cuando Kérian pronunció esas palabras.

Ahora Kérian tomó una especie de guardia. Era una postura clásica de defensa, pero con sutiles cambios que la hacían distintiva. No había puños que apretaban con fuerza, solo manos abiertas y dedos que mimetizaban garras... era más parecido a un animal preparándose para saltar sobre la presa.

El hombre a su izquierda probó con una estocada, pero Kérian simplemente se hizo hacia atrás mientras giraba levemente el torso. El hombre a su derecha decidió, al instante, lanzar un ataque horizontal, abanicando con su espada... pero Kérian rotó sobre su propio eje, esquivando por los pelos esta segunda arremetida. Sacándole provecho al movimiento, Kérian se deslizó de tal manera que ahora estaba colocado en la espalda del primer hombre.

Este hombre se percató que de darle un solo segundo al chico podría morir, por lo que de inmediato atacó en diagonal con su espada. Era un movimiento ascendente, pero Kérian lo detuvo con su mano desnuda con soltura e imponencia.

Fue impresionante para aquel hombre de Kol ver el filo de su hoja detenerse en seco, porque para él lo sintió como si su espada impactara el tronco de un enorme árbol. Por otro lado, Kérian no salió completamente ileso, porque, aunque su palma fuera un grueso tronco para la espada, el filo siempre puede terminar dejando una pequeña marca en la madera.

Un hilo de sangre recorría el antebrazo de Kérian, deslizándose un poco por el metal. Si bien aquello pudo significar para el mercenario una breve muestra de esperanza, notando que el chico ante él no era invencible, la verdad fue más dura; porque la verdad yacía en la palma de Kérian.

El chico apretó su agarre provocando que comenzara a cincelarse pequeñas hendiduras en la espada. De pronto, el metal se quebró del todo, despedazándose en el aire y dejando estupefacto al mercenario. Kérian lo tomó del cuello con su otra mano mientras que, la palma aun cubierta por su propia sangre fue cerrada; como si cargara toda su fuerza en el puño que formó.

La vida del mercenario pasó ante sus ojos, pero fue salvado a tiempo. Uno de los arqueros disparó una flecha el cual dio en el hombro de Kérian, aunque este, al igual que con la espada, hizo menos daño de lo esperado.

El chico dejó caer al hombre que sostenía del cuello para dirigirse a los arqueros. Comenzó a correr, de lado a lado; zigzagueando como solía hacer cuando buscaba comida en los callejones del mundo entendible. Los arqueros disparaban una flecha tras otra, pero no lograron acertar ninguna.

Ellos se sentían a salvo a las espaldas de muchos otros, sumando que estaban detrás de la gran hoguera. Durante aquello, los arqueros perdieron de vista al chico un segundo. Ellos supusieron que el chico saldría al otro costado de la hoguera, pero no... No previeron que Kérian atravesaría la llamarada de un salto.

Cayó tan cerca de ellos que usar sus arcos sería una completa idiotez, pero antes de que pudieran sacar sus largos cuchillos, Kérian acertó con el reverso de su mano un golpe en el rostro de uno de ellos mientras sostenía al otro del hombro. Su primer objetivo salió impulsado más de lo que uno puede intuir, si lo tomamos desde la realidad... pero les recuerdo que esto ya ha trascendido esos límites. Ahora solo quedaba uno, y era el que apretaba del hombro.

Con él pasó lo mismo que con la espada del que estuvo a punto de morir, ya que Kérian apretó con tanta fuerza que la zona donde se conectaba la clavícula, la escápula y el úmero quedaron destrozadas. Por supuesto que el pobre infeliz gritó consumido por el penetrante y agudo sufrimiento.

Pero Kérian no se detuvo ahí... Puso su otra mano en el otro hombro e hizo lo mismo. De pronto lo levantó con una fuerza que antes de ese día jamás mostró, lanzándolo hacia las grandes llamas. El hombre se retorcía entre las flamas de formas que causaban perturbación a la vista. De hecho, hasta sus propios camaradas miraron horrorizados.

—¡Demonio, es un demonio! —Gritó uno de los mercenarios.

—¡Han regresado los demonios! —alzó la voz otro.

Así se fueron sumando más al griterío, pero su bulla fue opacada por el impacto de un relámpago en un árbol que se encontraba en el área. Luego otro árbol más a la derecha se partió a causa de un segundo relámpago... luego un tercero y un cuarto casi al mismo tiempo.

Luego de ese momento más hombres de Kol se sumaron a la plaza, triplicando los números a su aparente favor. Pero a Kérian, o lo que sea que era ahora, solo los miraba de pie justo donde su líder se sentaba tan campante y jactancioso.

Nuevamente, cada uno de sus adversarios intentaban tomar la mejor posición, pero ninguno con la intensión de avanzar primero. Entendieron que aquel que lo intentaba perecía. Todos miraron a Kérian, y Kérian los observó a cada uno. Esos segundos parecían tan largos para todos ahí, a excepción del chico. Entonces...

—Valaren tars, feomya alet —dijo el chico con desprecio y aire autoritario.

Ninguno de los que oyeron esas palabras entendieron su significado, y era obvio, puesto que era el idioma de los Démura y los Eithárien desarrollaron para comunicarse con los demás seres vivos. Si al menos uno de todos esos hombres de Kol supieran el dialecto, habrían comprendido que lo que Kérian quiso decir fue «Ninguno merece la vida, porque vaciaron su propósito».

—Qué sucede con ustedes, malditos todos por la estupidez tras los errores que siguen cometiendo —dijo Kérian en voz alta, como si estuviera reclamando—. No cambian, no desean mejorar ni hacer el bien por los demás... Se han convertido en escoria; se han convertido en la maldición de un mundo que quiere vivir en paz.

Luego de esas palabras, el chico nuevamente se colocó en aquella postura de centro de gravedad bajo y manos abiertas cual zarpas. Todos los presentes sabían que las cosas se pondrían feas una vez más, así que se prepararon, pero... algo cambió.

De pronto, las llamas ante ellos comenzaron a moverse de manera extraña de un lado a otro. La luz que irradiaba aumentó y, poco a poco, el color de las flamas fue cambiando a un tono más azulado.

Esto no era obra de Kérian, porque de hecho él también miró ese evento con suma extrañeza, no obstante, sus ojos al mismo tiempo decían otra cosa... como si supiera qué era lo que se avecinaba.

De entre la vegetación sombría del bosque y a lo largo del camino vacío comenzó a oírse algo que... muchos ya conocían por los rumores de lo sucedido en Zelster, tiempo atrás. Eran aquellos gritos bárbaros y guturales de los Mayers.

Del bosque emergía la figura de una joven mujer nacida del corazón de las flamas. Era una mujer que, para muchos, solo era una niña; hija de la gran Dahiú Mayer, Érikas. Más siluetas se fueron sumando al lado de Khénya... sus guerreros. Los mercenarios en la plaza vieron aquello sabiendo que las cosas no pintaban bien, ya que de un lado estaba Kérian, y por el otro los Mayers y la Hija del Fuego.

Antes de que Khénya se acercara lo suficiente, se detuvo y alzó su brazo para apuntar con su mano la plaza. Kérian observó y frunció el ceño. En la mano de la joven mujer se formó una pequeña esfera de fuego, tan brillante y hermosa.

Kérian fue el único que percibió lo que ella tramaba, por lo que trepó al árbol a su espalda rápidamente hasta la copa. En el instante que hizo eso, de la pequeña esfera en la palma de Khénya surgió una cantidad impresionante de fuego que acaparó la pequeña plaza, calcinando a todos los subordinados de Kol a la vez.

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