Capítulo 15: El trono del Liedam y La Estrella del Destino.
Había un niño de cabellera rubia junto a una mujer; su madre. Éste era pecoso y de mirada tierna.
Él y su madre se meneaban en el interior de un carromato por el ritmo que provocaba las imperfecciones sobre el camino. Dicho sea de paso, ella llamaba la atención de su hijo con disimulo; con un leve toque de apremio; con una pequeña mirada y un murmullo. Esto era así porque el infante observaba, de forma directa y con gran curiosidad, a otra persona que estaba sentada en una de las últimas filas; en la parte trasera del transporte.
Pero ese niño no era el único que lo miraba, pues otros mayores que él también lo hacían. Susurraban intentando indagar sobre la identidad de "ese" que habían recogido por el camino de Frori.
Incluso hombres y mujeres uniformados de Inkál no podían evitar hacer lo mismo, pero al menos ellos tenían la ligera certeza de reconocer el rostro de ese chico.
¿Por qué les causaba tanta intriga notar que Kérian estaba sentado ahí, con ellos... sin un solo rasguño después de haber estado delante de una monstruosidad?
Bueno... es innegable, ¿no?
Los ojos de Kérian esquivaban los rostros de los más próximos.
Alrededor de las 10 am, los habitantes de Inkál avistaron la llegada de una caravana de carromatos que iban hacia la última de las pirámides. El paso al que iban era constante pero lento; cauteloso por la carga que llevaban... La de un animal inerte, cubierto por gruesas mantas sujetadas por flexibles y resistentes cuerdas.
Por fin llegaron, aunque no se pudo evitar que el gentío se apresurara para llegar a ver aquella bestia a las puertas de aquella infraestructura tan majestuosa.
Ciudadanos, maestros de menor rango y estudiantes eran quienes conformaban la curiosa masa reunidos en esa pequeña plaza. Pero entre todos ellos había un rostro reconocible... El de Irvin.
Cuando los guerreros y pasajeros bajaron, Irvin avistó particularmente a uno de ellos... A ese curioso chico que había salvado su vida.
Irvin no sabía más que su nombre, pues había entrado en ciertos detalles con Helen después del altercado, pero nada más. Aunque algo que jamás podría hacer, sería olvidar el rostro de Kérian surcado por esas cicatrices; esas dos marcas que formaban parte de los cimientos de su alma.
La expresión de Irvin cambió, suspiró y luego dio media vuelta para irse con aparente prisa, aunque no sin antes echar un vistazo a la centuria que aún permanecía oculta debajo de las mantas.
Kérian bajó del carromato sosteniendo en su mano derecha el bastón de Sasai. Al dar unos cuantos pasos y de observar un momento el ambiente, el toque de un guardián Inkális sobre su hombro llamó su atención, pues este requería que lo acompañase inmediatamente.
Tras unos minutos en que pasaron junto al gentío, siguieron una vereda al costado de la pirámide hasta llegar a un jardín en la parte trasera de este. Era una zona amplia con atractivas orquídeas de tonos intensos. En ese lugar había dos personas que parecían estar encargadas del cuidado de las plantas.
Tras cruzar ese jardín, del otro lado de un muro de arbustos había otra estructura alejada del risco. Era una especie de templo que yacía sobre el oleaje del mar.
Para llegar a ese templo se debía cruzar un puente que estaba conectado al jardín; un puente robusto hecho de roca, troncos de caoba perfectamente alineados y adoquines de cuarzo pulido sobre el camino.
Era una especie de santuario conformado por altos pilares y paredes, que también eran de cuarzo pulido, pero no solo de eso; pues se hallaba conformado por diorita y roca volcánica, la cual esta última era lo que abarcaba más la estructura. De lejos había avistado una ventana angosta, aunque eran muy alargadas pues se extendía a lo largo de toda la pared lateral. El vidrio de esta ventana prolongada estaba ennegrecido, por lo que no podía verse nada de lo que estaba dentro desde fuera.
Kérian miraba el mar debajo de él desde el borde del puente; un mar que rompía en el fondo del risco.
El recinto al que se dirigía era rectangular y de aproximadamente 20 metros de alto. Daba la impresión de ser un lugar antiguo, aún más misterioso que todo lo demás en Inkál, pues había maleza, raíces que sobresalían de la tierra con formas extravagantes, flores y enredaderas que cubría parcialmente todo el santuario.
La entrada era igual de ominosa, ya que, después de unos pocos escalones de tonos rojizos, se hallaba un gran agujero perfectamente cuadrado.
Esta entrada era tan amplia que parecía haber sido hecha para un ser colosal, por ende; el cuerpo de Kérian y del Inkális que lo acompañaba eran diminutos en perspectiva.
Tras pasar la entrada, una vez dentro Kérian debía dirigirse por un pasillo dominado por las sombras, pues la oscuridad era profunda. De no ser por unas antorchas colocadas a cada lado no habría sido capaz de percibir el camino que seguir.
—Sígueme —le ordenó el Inkálita.
Kérian tragó saliva, pero no podía hacer otra cosa que no sea eso. Entonces, ambos se adentraron en esa penumbra.
El sonido de las olas chocando en el exterior, el de la brisa silbando contra la cortina y cualquier otra cosa se fueron apagando, como la llama de una vela moribunda. Todo eso fue remplazado por el sonido de sus pasos y el eco de sus propias voces.
Pero aquella penumbra fue momentánea, pues al final del ancho pasillo otra cortina parecida a la del exterior se mostraba ante ellos, bañada por una luz que iba cambiando de color. Pasó del tono naranja al rosa, luego cambió a un verde para luego ser morado, y así fue ocurriendo varias veces, alternando entre otros 6 colores más. Este era un efecto visual semejante al que ocurre en la mesquita Nasir al-Mulk, en Irán.
Al cruzar esa segunda cortina, Kérian se percató del techo, pues era uno hecho en su mayoría por decenas de paneles de cristal de distintos colores. Cuando la luz del sol les daba, sus colores se proyectaban en el interior. La intensidad de estos colores se definía a su vez por la temperatura; por lo que a veces los tonos podían ser pálidos y en otras ocasiones más vivos y brillantes.
O sea... todo dependía de que si el día era soleado o nublado... Y ese día y a esa hora, era especialmente nublado.
Otra cosa curiosa que notó Kérian fue que, a pesar de ser un lugar espacioso y de techos altos, este estaba vacío en su interior.
No había muebles, objetos, adornos o cosas semejantes, pero lo que sí había, era una especie de trono al final del recinto, justo en una de las paredes... Aunque Kérian no prestó mucha atención a los detalles en ese instante.
Pero el chico si tenía claro una cosa, y eso era que este lugar podía contar su propia historia sin tener una voz.
Ahora, a lo que si prestó atención fue a quienes se encontraban allí dentro; aquellos quienes estaban aguardando por él.
Era Helen junto a la figura de un hombre bastante musculado y de cabellera rojiza; alguien que guardaba relación con Elyas... Su hermano mayor, Zoren.
Apenas Kérian estuvo lo suficientemente cerca de ellos, el Adalid habló.
—Entonces, resulta que apareces aquí sin un solo rasguño —comentó el pelirrojo con los brazos cruzados, mirando a Kérian de pies a cabeza.
—No empieces, Zoren —añadió Helen con un tono de voz más apacible en comparación —. Deberías estar complacido de que sea así.
—Sí, lo estoy... solo mira mi cara —dijo Zoren con un gesto tan vacío y neutral que parecía hecho de piedra.
Luego de aquello, con brevedad la maestra Helen se acercó hasta el guerrero que acompañó a Kérian. Éste le dio unas hojas de papel que había sido doblado varias veces.
—Puedes retirarte, y gracias por ser tan eficiente —dijo Helen asintiendo.
El guardián obedeció, así que solo dio media vuelta y regresó por donde había llegado. Eso sí... no podía apartar la mirada del cayado en la mano de Kérian. Y aunque apenas haya sido un breve vistazo, sus ojos estaban llenos de curiosidad y misterio.
Entonces, cuando por fin estuvieron a solas los tres.
—¿Me lo das un momento? —preguntó Zoren al chico, señalando con un gesto algo que era obvio.
—Sí —respondió Kérian sin rechistar y con calma mientras le daba lo que Sai le dejó.
Zoren lo sostuvo sobre la palma de su mano izquierda, justo en el centro. Sus ojos no parecían fijarse en algo en particular, solo se ocupaba de sopesar el objeto en su mano.
Luego apretó el bastón unos segundos, después hizo un movimiento rápido y fluido con el brazo; seguidamente se apartó un poco mientras que, con movimientos sincronizados y sutiles, usaba su muñeca, el codo y el hombro mientras que con sus dedos hacía girar y volar por los aires el cayado.
—Banthros... —añadió Zoren al hacer un último movimiento descendente en diagonal, uno en el que el bastón se deslizaba entre sus manos como si fuera una espada cortando el aire.
Kérian miró a Helen, pero la razón no se debía a que desconocía del todo la palabra que dijo Zoren, sino porque, de hecho, le parecía conocido ese término... Creía que lo había visto antes, pero no recordaba en dónde.
Kérian había leído tantas cosas que no estaba seguro de qué tanto de ello había absorbido. «¿Habrá servido de algo?» pensó.
Helen miró al chico, pero tampoco dio una respuesta a su incógnita, pues para ella la expresión de su alumno no mostraba indicios de duda... Supongamos que esto también es cuestión de perspectiva.
—Es claro que no eres quien se hizo cargo de todo, niño —dijo Zoren sin mirarlo, llamando la atención nuevamente—. ¿Verdad que sí nos vas a contar todo?
Helen volteo su mirada mientras fruncía el ceño con suma ligereza.
La Adalid se acercó hasta Zoren y le dio la nota que el Inkálita le había traído. Ella, en cambio, tomó el cayado.
—¿Te lo dio, se lo quitaste o lo olvidó en medio de todo, Kérian? —preguntó Helen deslizando una de sus manos sobre la madera, desde un extremo a otro.
Durante el tiempo que había convivido con Helen, Elyas, Demíra, la comunidad de Colinas y el resto de las personas que se encargaban de sus estudios y preparación, Kérian comprendió algo sobre las preguntas.
La esencia de una pregunta es desvelar la verdad, ¿no? Pues es tan simple como eso, porque es correcto pensar que de la simpleza viene la grandeza.
Kérian lo sabía porque entendió que la opción correcta en estos casos siempre será decir la verdad. Si él conocía a las personas que lo acompañaron en su progreso hasta ahora, obviamente ellos también pueden hacer lo mismo con él... Por eso mismo es que hay personas que intuyen cuando lo que escuchan es una mentira o una verdad.
—Me lo dio —contestó el chico—. Justo antes de irse, en el momento en el que llegaron todos... cuando voltee ya no estaba.
—Se esfumó —añadió Helen con voz baja.
—Lo más probable es que deba estar en el bosque. Apuesto que si seguimos el rio lo encontraremos fácilmente —dijo Zoren pasando al lado de Kérian, luego de haber leído algunas cosas de esas notas que Helen le dio. Zoren caminó hacia una de esas alargadas ventanas laterales.
—No, eso sería malo —repuso Kérian.
Zoren esperó unos segundos antes de hablar, y Helen en ese instante de silencio alternaba su mirada de Kérian a Zoren... Conociendo a su compañero, Helen anticipó cómo le sentaría la interrupción de Kérian.
—¿Es una sugerencia o acaso es una orden, mocoso pretensioso? —preguntó el Adalid.
—Es una sugerencia porque no lo conocen —contestó el chico.
—Entonces, ¿me estás diciendo que tu sí lo conoces a diferencia de nosotros, solo porque compartiste unos minutos con él? —Hizo una pausa, y luego retomó—. Perfecto, eres un ingenuo por naturaleza —inquirió el Orfwin mientras volteaba para mirar al chico—. ¿Acaso temes por nosotros y crees que nos puede hacer daño?
—Es que a él no le gusta estar con muchas personas —respondió Kérian—. Cuando nos encontramos durante el camino pensó que lo estaba siguiendo, hasta se puso en guardia y estuvo dispuesto a... pelear, creo. —Mientras Kérian hablaba movía las manos con elocuencia, en un momento llevó sus dedos hacia la barbilla—. Y con lo que dije antes, me refiero a que parece temer estar con las personas... actuaba muy extraño; a veces casi como un niño.
La expresión de Zoren se mantuvo, pero luego relajó su ceño, cerró los ojos y respiró profundo. Tras botar el aire lentamente por la nariz, abrió sus parpados y miró a Helen de reojo.
—Es cierto, Zoren —dijo la Adalid—. Puede que no sea tan importante. Además, el bosque es muy grande y estamos ocupados aquí durante el día. Ir de noche y con antorchas nos haría fáciles de detectar.
—Sí bueno, debo admitir que sería una patada en el culo buscar una aguja en un pajar —comentó Zoren mirando a Helen con cierta complicidad.
—Kérian —añadió Helen tras unos segundos—. ¿Qué te parece este lugar?
El chico miró un momento su alrededor, incluso el suelo que pisaba.
La mayoría de la estructura era de color blanco y gris, aunque también se avistaba detalles dorados en las paredes como si fuesen epigramas impresas sobre la sólida estructura. El suelo en particular lucía tan pulido que parecía relucir, pero este era de madera de caoba que contrastaba con el resto.
Y como había hecho entender, era un recinto carente de objetos... de no ser por aquel trono tan extraño y sombrío, cargado de una energía pesada que atemorizaba a aquellos con un alma sensible.
Aparte de las enormes cortinas por las qué Kérian pasó, aparte de esas dos alargadas ventanas ennegrecidas laterales, y de esos paneles multicolor en todo el techo, de Zoren, Helen y él... Estaba esa especie de asiento solitario, justo en el extremo contrario por donde Kérian había entrado a escena.
Era un trono poco ostentoso o glamuroso. No era nada llamativo, ni aparentaba grandeza o reflejaba riqueza, de hecho; era sobrio en esos sentidos; pues era un trono "sencillo" en comparación a otros. Éste era de apariencia lúgubre y con cierta elegancia que discrepaba de lo demás.
Estaba elevado porque se encontraba colocado en una superficie que sobresalía del nivel del suelo. Era un trono hecho con roca de color gris ceniza, con ramas cafés alrededor y raíces negras que se distribuían por el suelo abarcando un pequeño perímetro. La totalidad de ese trono parecía estar revestido por enredaderas, follaje y rosas rojas y azules.
Mirar ese trono evocaba el pensamiento de que ese pequeño espacio parecía ser ajeno al templo. Como si todo lo demás haya sido construido a su alrededor.
—Se ve tranquilo... y bonito —dijo Kérian mirando hacia arriba, notando como la luz del ambiente cambiaba con sutileza sus colores—. ¿Qué es este lugar?
—Inicialmente, los originarios venían aquí para compartir sus ideas junto a distintas entidades—contestó Helen a la pregunta de Kérian—. Supongo que habrás estudiado sobre el surgimiento de los Inkális, y sabes a qué me refiero con "Los Originarios".
—Espero que lo suficiente, sí —dijo Kérian, pero sinceramente no estaba del todo seguro.
—¿Crees que sería buena idea que este sea tu salón? —preguntó Helen—. ¿Qué te parece?
—¿Solo para mí? —contestó el chico, pero tras un par de segundos—. ¿O no?
—No del todo —dijo ella—. En realidad, tendrás un compañero, —de pronto Helen titubeó, y corrigió—. No, dos... Pero se podría decir que ya conociste a uno de ellos.
—Es un sobreviviente de Zelster —añadió Zoren interviniendo. Su voz resonaba con fuerza, pero tranquila, como la detonación de un arma de fuego bajo el agua... Un sonido profundo—. También estuvo aquí cuando estabas descansando como un bebé al principio. Todo ocurrió más o menos al mismo tiempo, por cierto... Raro ¿no?
—¿Y cuándo vendrán? —comentó Kérian sin evitar hacer esa pregunta.
—Vendrán pronto —repuso Helen quitándose la capa que solía llevar—. Pero ahora quiero que me expliques porque no esperaste el transporte. De todas formas, tendrías que llegar en algún momento, sea tarde o temprano, al final se trataba de algo que escapaba de tus manos. Recuerda que debes tomar decisiones sensatas... Hay personas que te quieren ver muerto, no sé si lo captas.
—Lo siento —respondió Kérian tras un momento de asimilación—. Trataré de que sea así.
—Bueno, espero que sí —se limitó a decir Helen respecto al tema—. Qué tal si me cuentas sobre lo que viste. ¿Cómo fue todo lo que ocurrió? —preguntó con naturalidad.
—Él era raro —comenzó a decir Kérian recordando a Saisai—. Bueno, es raro... supongo. —Rascó sutilmente su cabeza como muestra de nerviosismo, luego llevó sus dedos hasta su frente y, terminando esa secuencia de movimientos con su mano, cubrió apenas su boca—. Eso sí, pelea muy bien, es ágil, rápido y tiene mucha fuerza. Esa cosa fue directamente hacia él, pero lo soportó fácilmente.
—Lo cual nos indica que se trata de alguien con un manejo sobresaliente del flujo de su energía—añadió Helen pensativa—. Interesante... muy interesante.
—Cuando peleaba... —comentó Kérian tras un momento de reflexión—. Cuando peleaba hablaba como si alguien más lo viera. O sea, no sé cómo explicarlo. —Kérian trataba de encontrar las palabras...; éstas se entrelazaban y se perdían del vislumbre de su mente.
—¿Cuál era su nombre? —preguntó Zoren, llamando la atención de pronto, pues el eco de su voz imponía la fuerza de su presencia—. Es que lo olvidé.
El pelirrojo se levantaba del suelo tras preguntar, y lugo de guardar la nota en un bolsillo de su pantalón agregó:
—¿Mai? Algo así era, ¿no?
—Sai —contestó Kérian, y luego se corrigió—. Sasai.
—Uhm... — fue el sonido que emitió Zoren desde su garganta mientras se acercaba a Kérian—. Y dime, niño —dijo Zoren esta vez estando muy cerca de Kérian—. ¿Crees que es más fuerte que yo?
—Ahí vamos de nuevo —masculló Helen con leve fastidió, como si supiera que eso era algo que también iba a pasar—. Zoren, por favor, ¿no me digas que otra vez te fastidia que alguien sea tan fuerte como tú? No eres un niño.
—Por supuesto que no —contestó el musculoso y moreno pelirrojo, aún con sus ojos sobre Kérian... Así que agregó—. Pero dime, ¿sí o no?
Helen cerró los ojos lentamente y agachó la cabeza.
—Mocoso, párate con firmeza —indicó el Zoren con voz calma. Kérian no entendió bien lo que pretendía con esa orden, pero después de todo lo hizo y afianzó sus piernas tras tomar una posición.
Zoren, de pie frente al chico posó de manera peculiar; abriendo un poco las piernas; llevando sus brazos a un costado... casi escondiéndolos detrás de su torso. Parecía algo sacado de artes antiguas de combate.
De pronto, los músculos de su espalda, hombros, y prácticamente todo el brazo se tensaron al grado de causar gran impresión en Kérian. Parecían ser músculos más sólidos que la roca.
—Prometo que no te tocaré —farfulló Zoren—. Solo te devolveré algo.
Kérian tuvo un instante en el que sintió en su piel un extraño hormigueo. Zoren desató una habilidad sobre el chico que nunca pensó vivir.
Como el Adalid prometió, no tocó a Kérian ni siquiera un pelo, pero sí había proyectado alrededor de Kérian dos golpes con las palmas al unísono. En ese mismo segundo, el chico sintió un azote que impactó todo su cuerpo, como si se tratara de un gran puño imperceptible hecho con el aire.
Fue inevitable que saliera despedido hacia atrás, cayendo y girando sobre sí, a más de 4 metros del punto inicial. No sufrió ninguna clase de daño, por supuesto, pero sintió un sudor frio recorrer su espalda mientras su corazón palpitaba con fuerza.
—Entonces... —agregó Zoren sacudiendo sus manos, retomando una posición más "normal"—. ¿Sí o no?
En eso, y antes de que Kérian pudiera decir algo, el sonido de unos pasos llegó a sus oídos.
Zoren volteó y Helen alzó la mirada para notar como Irvin se aproximaba junto a una joven mujer de cabello rubio y rizado. Su piel era de un profundo e intenso tono similar al chocolate. Ésta era tersa; denotando el fino trato y cuidado en ella.
Los ojos de aquella joven eran de un verde tan vivo como los de Demíra... Incluso más.
A decir verdad, algunos decían que su mirada parecía evocar el corazón del bosque. El nombre de esta joven era Yerkaria, aunque sus más cercanas amistades y familiares la llamaban...
—Yer —dijo Zoren elevando su mentón.
—Hola... papá—contestó Yerkaria.
Irvin y Yerkaria se colocaron junto a Kérian; uno a cada lado.
—Niño, mira... ella es mi hija, para que lo sepas desde ahora —comentó Zoren—. Ellos te estarán observando. También te cuidarán, pero sin exagerar. —Zoren hizo una pausa mientras que, con sus manos sujetas tras la espalda, caminaba con parsimonia manteniendo su mirada fija en el suelo.
Kérian se limitó a asentir con la cabeza.
—Irvin... Yerkaria... —comentó Helen alternando su vista sobre cada uno al mencionar sus nombres, mientras que la luz del sol que entraba por la ventana la cubría—. Ayúdenlo.
—Niño —intervino Zoren—. Ellos te llevarán a tu cuarto. Cada uno tiene su propio espacio, pero de todas formas estarán cerca. Ya no tenemos más que agregar... Así que pueden irse.
Irvin, quien era el de mayor edad entre los 3, seguido de Kérian y Yerkaria dieron media vuelta y se encaminaron al exterior. Cuando estuvieron lejos de allí los maestros, al tener privacidad, conversaron.
—Helen... —dijo Zoren, y preguntó—. ¿No te da curiosidad conocer a alguien de 300 años o más?
—¿Te refieres a alguien como Vhíndar? —repuso ella.
Hubo una pausa. Cada maestro miraba hacia afuera, por donde aquellos 3 jóvenes se habían ido.
—Me refiero a ese tal Sasai, no te hagas la tonta, sé que solo quieres molestarme —aclaró Zoren.
—¿Lo dices por el Banthros? —contestó ella—. Puede que solo se trate de un ladrón.
—Sí, ya... y ¿Cuántos lugares o personas conoces que posean esta clase de madera? —preguntó el Orfwin, y añadió—. Por cierto... ¿Has averiguado algo sobre él en tus conversaciones con la esposa de mi hermano?
—Fue de las primeras cosas que hice —contestó Helen—. Pero no hay ninguna novedad.
—Tariv sabe que he meditado mucho sobre las palabras de Demíra... el día que vino con ese niño —repuso Zoren caminando hacia el trono oscuro, solo para detenerse a unos metros de él. Estando ahí miró el suelo, dio un largo respiro y luego levantó su vista mientras cerraba los ojos—. Liedam... eso fue lo que me dejó pensando.
—Analizando nuevamente esa situación... Zoren —contestó Helen, mirando con sospecha aquel trono vacío—. Vhíndar involucrado con él... me da escalofríos. Es un juego en donde todo depende de que las fichas estén en la posición ideal y hagan lo que tengan que hacer. Lo digo porque también sospecho que Demíra sabe más... Incluso más que Elyas.
—Lo sospechas... —repitió Zoren en un susurro, aún con los ojos cerrados—. En ese caso me pregunto ¿Quién de los dos es la ficha? Ella, o mi hermano.
—¿Cómo saberlo? —agregó Helen—. Por ahí empecé, y acepto que me sentía perdida, pero el tiempo que pasé con Kérian también lo pasé con ella muchas veces. Entendí que la clave para para ella es ese chico.
Zoren abría los ojos finalmente. Dio otro un largo y profundo respiro, exhalando con presunto cansancio.
—Entonces... —añadió Zoren preguntando—. ¿Quién es la de Lanz? —Ahora era él quien miraba el trono ante ellos.
Tiempo después.
Kérian por fin estaba en Inkál, ahora solo le quedaba cumplir un paso más de un muy largo tramo en el que tendrá que superar pruebas que, aunque éstas escalarán equiparables a su progreso... todas son igual de reveladoras; pues siempre tratan sobre probarse a sí mismo.
Después de todo, es la manera en la que se adiestra el individualismo y la fortaleza del alma... sobre el Camino de la Virtud del Espíritu; de la Escuela del Primer Movimiento de la que hablé un tiempo atrás.
Pero para Khénya era un asunto distinto.
Si bien ambos habían sido obligados por azares de la vida, cada parte fue bajo distintas circunstancias. Aunque, sí... coinciden en que ninguno la tuvo fácil.
La intervención de Vhíndar cambió algo, no obstante, ni yo, Orión, sé si fue para bien o para mal. El minúsculo grano de arena que añadió a la balanza hizo que se abriera una brecha, y que la báscula del tiempo y del espacio entrara en duda.
La duda puede ser la coma del aliento.
Pero no es momento para desviarme tanto, porque no quedaría bien para la historia que cuento. La hija del fuego, Khénya, se hallaba en un lugar ubicado entre Ménestor y la Zona Sacra, más o menos en el centro de Rázdergan... el lugar menos habitado por personas de toda esta tierra.
Alguien corría entre árboles y maleza mientras armas pasaban silbando a sus costados. Ese alguien estaba siendo perseguido por Mayers, y él lo sabía, ya que escuchaba sus salvajes y potentes gritos guturales.
Eran como lobos cazando.
Un solo hombre, huyendo, pero mostrando su resistencia, experiencia y audacia. Si bien yacía en una clara desventaja numérica, no parecía estar en pánico.
Corría, saltaba y esquivaba. Seguía corriendo, cambiando de dirección, aprovechando la protección de los troncos y de la poca visibilidad por los matorrales.
Pero no siempre iba a correr con tanta suerte.
Pese a que pudo deshacerse de algunos de sus perseguidores con trampas instaladas previamente, sus opciones estaban acabándose. De un momento a otro pudo hacer la distancia suficiente para ocultarse.
Aunque este, quien era la presa de los Mayers pudo recobrar el aire, apenas logró escuchar algo venir hacia él.
Era el sonido centrífugo que cortaba el aire, así que, en un movimiento prácticamente involuntario de supervivencia, se agachó, esquivando una enorme hacha recubierta por flamas en su hoja que cortó el árbol que lo ocultaba.
Los restos del árbol cayeron sobre la tierra luego de un crujido. El hacha había viajado con tanta potencia que, pese a que la fuerza que llevaba en su trayectoria había sido disminuida por el tronco que partió, pudo seguir un poco más allá, hasta incrustarse en otro. Solo ahí, las llamas que la cubrían desaparecieron, mientras parecía dejar un tenue estela de humo, conectando el objeto con la mano del guerrero que la lanzó.
—Mierda —dijo la presa de los Mayers, viendo esa colosal hacha a unos metros de él, humeando.
El hombre se levantó y salió corriendo nuevamente... él sabía a quien le pertenecía esa arma.
Se trataba de un Dahiú Mayer llamado Bérik; la mano derecha de Khénya.
Ese hombre seguía escapando, y tras recorrer cierta distancia volteó para mirar a Bérik. El Dahiú que, tras sacar su arma, se quedó de pie... observando a la presa mientras lanzaba otro grito de aquellos al aire.
El hombre le parecía extraño que Bérik se quedara allí, estático... pero pronto se enteraría del por qué era así.
De pronto, aparecieron sombras sobre él, incluso más allá de las copas de los árboles. Maldijo de nuevo cuando notó lo que era... unas enormes bolas de fuego que una joven líder despedía de sus manos, de pie, desde el borde de una peña.
Khénya había estado observando toda la persecución desde un terreno más alto, y así como era una espectadora; también era la ejecutora en un juego del gato y el ratón.
El hombre, de un segundo para otro, se vio rodeado por llameantes explosiones que sacudían la tierra y calcinaban la vegetación. Todo se había vuelto un caos tan rápido.
El paisaje verde se transformaba en un entorno rojizo, amarillento, gris e infernal... hasta que una de esas grandes bolas de fuego explotó cerca de él, mandándolo a volar por los aires hasta caer aparatosamente, y completamente inconsciente.
Rato después, en una zona alejada de en donde el fuego dejó su rastro en medio de la selva, Khénya, Bérik y un sujeto misterioso estaban en medio de un claro. Este último personaje estaba envuelto por mantos purpuras en su mayoría.
Bérik y aquel sujeto estaban de pie delante de Khénya, mientras que algunos Mayers rondaban las cercanías.
—¿Ha dicho algo? —preguntó la joven líder.
—El maldito vejestorio es un hueso duro de roer —repuso el enorme y caucásico guerrero Dahiú.
—Entonces quiere decir que es fuerte, y que es como tú... un vejestorio—añadió Khenya mientras miraba el rostro de su mano derecha.
—Khénya... —repuso Bérik.
—Ya, ya, solo bromeo —dijo rápidamente la hija de Érikas, luego—. Tienes algo más, ¿cierto? Tu cara me dice que no son muy buenas noticias.
—Es... una noticia que pudo terminar peor —contestó Bérik con su hacha descansando sobre el hombro.
—Adelante entonces, escúpelo —repuso la hija del fuego.
Bérik miró al individuo encapuchado a su lado, luego carraspeó mientras empleaba un gesto que le daba el paso. Entonces, habló, revelando una voz femenina.
—A uno de nosotros se le ocurrió la idea de matar a Kérian por cuenta propia —dijo esa mujer
Khénya mostró, aunque ligera, una severa expresión de desacuerdo. Alzó una de sus cejas y miró esta vez a Bérik, luego volteó nuevamente hacia la mujer que había hablado.
La hija del fuego, que hasta ese instante había estado sentada sobre una roca, se puso abruptamente en pie, intentando reprimir su fastidio... pero la severidad de sus ojos y su ceño decían lo contrario.
—¿Uno de nosotros? —Repuso Khénya—. ¿Quién fue el imbécil? ¿Qué hizo? —preguntó.
—Liberó a una de las centurias que capturamos antes de ir por ti—contestó Bérik—. Teníamos planeado usarlos en Zelster, pero... —añadió mientras ahora miraba a la mujer encapuchada a su lado—. No fue necesario, habría sido una molestia lidiar con esas cosas luego del fragor de la batalla.
—Soltó a la bestia en el camino de Frori. Quería provocar un accidente, atacando al transporte en donde Kérian se suponía debía estar. —explicó esa mujer envuelta de aquella tela purpura—. Pero no contó con que el chico prefirió usar sus piernas esa mañana.
—La buena suerte fue ocasionada por la pésima suerte del tonto —repuso la hija de Érikas en un murmullo—. Eso decía mi madre.
—Él está bien... los que llegaron primero dicen que lo encontraron sin un rasguño —dijo la mujer misteriosa—. Khénya, ¿de verdad crees que es buena idea dejarlo vivo? Por lo que supe, Vhíndar no se equivocó diciendo que el chico era una Epítome de los Elementos... zëimárito ("que guardan semejanza" en lengua Mayer).
—No me importa que sea como yo... me bastó verlo una vez para darme cuenta de que sería una tontería preocuparme —se limitó a contestar la joven líder de los Mayers—. Su collar... sé lo que hace. Eso me dice que no es buena idea dejarlo sin un freno. Él está solo por si ocurre una emergencia para ellos... lo sé de buena fuente —sentenció mirando a la mujer misteriosa—. Por eso se sienten una inquietante tranquilidad —Khénya hablaba tajantemente—. Pero si al final de cuentas se convierte en mi adversario, solo así será mi problema... y lo destruiré —Khénya, por un momento recordó a Vhíndar, días antes de que ocurriera el ataque contra su madre—. Demostraría los equivocado que está el asesino de mi madre. Además, yo no tengo nada en contra de Kérian, y él tampoco conmigo. —Hizo una breve pausa—. Tiene la mirada de un niño asustado.
—Antes de que te hicieran prisionera tenías esa mirada... no olvides eso, Khénya —repuso Bérik—. Lo que eres ahora también podría serlo él.
Luego de eso; Khénya dio un largo respiro cerrando los ojos. Luego volteó y regresó a la roca en donde estaba sentada, retomando la posición inicial en la roca... después agregó:
—Ya quiero cambiar de tema, ¿dónde está el prisionero? —preguntó Khénya.
Bérik giró levemente y miró por sobre su hombro, silbó e hizo un movimiento con su cabeza para indicar una orden que otro Dahiú, a la distancia, esperaba.
Un guerrero Mayer apareció con un hombre maniatado; era ese que había sido una molestia. Cuando estuvo delante de Khénya, "ese" cayó sobre sus rodillas; cansado y magullado.
Khénya, por otro lado, miró indiferente al hombre postrado.
—No ha querido decir su nombre —dijo Bérik, pero la hija de Érikas seguía fija en el prisionero.
—Eres el hombre que ha estado cazando a los míos —repuso Khénya, acercándose, mientras el hombre permanecía con la cabeza abajo, ocultando su rostro detrás de una cabellera canosa y larga—. Casi 100 días... debes tener un nombre, cazador de guerreros.
El hombre no dijo palabra alguna. Y eso a Bérik le parecía una clase de rebeldía necia y molesta.
—Contesta, dile tu nombre —aseveró el gran Dahiú, colocando su hacha en la garganta del hombre, denotando cierto enfado en su voz—. Es tonto negarte a dar tu nombre, sino te mataré más rápido.
—Me resigné a eso antes de venir —fue lo único que el hombre en el suelo dijo, desafiante—. Pero me gustaría decirles que esto es como reírme en sus caras.
—Que soez—respondió Bérik, casi con pereza—. ¿Tan siquiera serías capaz de pasar sobre mí? Eso lo dudo.
—Aunque te den la orden de ejecutarme, ustedes estarían cometiendo un gran error, porque sobre ustedes caería la perpetua maldición de la hermana de Orión —repuso ese hombre problemático, revelando un poco de su soberbia inscrita en la profundidad de sus pupilas.
No hubo más intercambio de palabras, pero Bérik mantenía su hacha en el pescuezo del prisionero. Había tensión, pero el Dahiú no iba actuar sin que su líder estuviese de acuerdo.
De pronto, la jovial mano de Khénya se postró en la mejilla del hombre arrodillado, levantó con delicadeza su mentón para mirarlo a los ojos.
—Ya sé quién eres —repuso ella—. Tu voz me es familiar... creo que por mucho fue lo único que podía oír mientras estuve prisionera —agregó la líder de los Mayers—. Una lengua arisca de palabras sarcásticas.
—Estuve ante ella —repuso aquel hombre—. A esa... a la hermana del Astro—. No puedes matarme, niña.
—Airdo, ¿verdad? —dijo Khénya, ignorando las palabras de ese viejo guardián: Del curtido guerrero de Inkál que había custodiado la cueva de Khénya—. Dejas ver tu mejor mano desde el inicio... te revelas tan desesperado; al dejar claro que quieres vivir. Eso es algo que no debería preocuparte.
Bérik mostró una extraña preocupación en su semblante, aunque ésta era una difícil de ver, pues parecía mezclarse con la nostalgia y sueños rotos. La otra persona, la mujer, pese a que su rostro era todo un misterio todavía, el movimiento de su capucha dio a entender que miraba al gran Dahiú, Bérik.
Ellos sabían lo que eso significaba... sobre "La Hermana del Astro".
Khénya, por otro lado, se levantó para dar media vuelta con la misma actitud de una bolsa de té... tomándose su tiempo.
—Si lo piensas un poco, parece que no es una idea tan descabellada... que tú seas uno de ellos; resquicio de una estrella errante —agregó Khénya tras ese momento de silencio y miradas cómplices—. El hombre más cercano a su enemigo es ahora una estrella destinada a permanecer conmigo. Aunque, apostaría que yo sé la razón de tu deseo... a diferencia de ti.
—Dice que no puede morir —agregó Bérik a un costado tras una leve risa—. Iluso, incauto.
—Adelante, inténtalo —replicó Airdo, incitando a Bérik—. He sido bendecido con la inmortalidad.
Bérik volvió a soltar una carcajada, pero ahora fue Khénya la que habló.
—No, Airdo... no eres bendito —agregó la líder de los Mayers—. Ella no te vuelve inmortal, solo te hace pensar que sí. Lo hace cegándote con venganza. Todas esas marcas en tu cuerpo; apuesto que te sentiste imparable cuando las viste sanar en segundos la primera vez... sintiendo que tu fuerza y poder aumentan. Pero eso es solo euforia; un éxtasis que ensordece tu alma ofuscada; y te hace hacer estupideces como esta. —Khénya hablaba con elocuencia y aspereza al mismo tiempo—. Tú no eres el primer "Hado del Destino" que he conocido, Airdo. Urisháma (expresión Mayer para decir "Hado del Destino"), ustedes pueden resistir muchas cosas, incluso una perforación en el corazón... pero si son decapitados caen para siempre. Esas son las letras pequeñas que pocos se toman la molestia de leer en las advertencias. —Khénya hablaba tranquila y con voz clara—. No eres bendito, Airdo; eres maldito. Porque fuiste maldecido por un deseo inexplicable de llevar a cabo una tarea en particular... porque eso es lo que sientes, ¿verdad?
Ahora los ojos de Airdo decían que sí, que la hija del fuego estaba atinando en ese detalle. Airdo sentía que debía cumplir un tipo de encomienda, pero también sentía que era movido por una fuerza agresiva e intransigente.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó el hombre de Inkál.
—Te dije que lo sabía —repuso la joven Mayer—. ¿Olvidas con quien hablas, emisario de la hermana? Apuesto que tu plan consistía en dejarte atrapar para estar aquí, cerca de tu objetivo... ¿Acaso soy yo? —preguntó—. ¿Deseas con todas tus fuerzas matarme? Entonces ven.
El viejo Airdo irguió su espalda y sacó con ligereza el pecho, como si quisiera demostrar que no le tenía miedo. Había fiereza en los ojos de ese hombre. Para Khénya, esa era una mirada que le hacía recordar el fulgor de la sangre de los Mayers... era una sensación poderosa.
Pero, luego de casi 30 segundos en el que la brisa componía una melodía, junto a los sonidos nacidos del bioma, la Hija de fuego alzó su mano colocándola a la altura de la cabeza de Airdo. Se mantenían 2 dedos alzados mientras los otros 3 reposaban abajo.
El instante que mantuvieron el contacto visual pareció eterno, pero esa sensación fue cortada por lo imprevisible... como el movimiento que realizo Khénya.
Hizo descender su mano con suma soltura, pero a gran velocidad. Era como si su mano desapareciera mientras cortaba el aire. Un movimiento perfectamente vertical que casi no le hizo perder la postura. Y tras esa ejecución tan pulida como sutil, los grilletes que mantenía las manos de Airdo se rompieron.
O mejor dicho... fueron cortadas.
Pero no era solo eso, porque sobre la piel de Airdo quedó marcado el recorrido de los dedos de Khénya. Se veía como el azote de un látigo metálico al rojo vivo.
—Eso es por haber derramado la sangre de mi pueblo —repuso Khénya, refiriéndose a la cicatriz que dejó en el torso de Airdo—. Te mantendré cerca, así que te pido que aceptes mi confianza y cordialidad, y que ni pienses en huir a partir de este momento. Oficialmente eres mi prisionero.
Airdo no entendía si Khénya estaba diciendo las cosas en broma, o si lo llevaba las cosas a un terreno más personal. ¿Le estaba mandando un mensaje entre líneas? Puede ser, ya que los términos implican que sea su prisionero.
Parecía que Airdo se tragaba las palabras que quería expulsar. Su rostro mostraba algo parecido a estar herido.
—No me trates como una escoria —añadió el viejo Inkálita— No saques provecho de alguien que no ha descansado y con la guardia baja.
Khénya asintió, entonces movió su mano e intercambió miradas con Bérik. Éste atendió, precediendo a tomar una pequeña daga que llevaba pegada en una de sus piernas.
—Toma —dijo lanzando el objeto hacia Airdo.
El viejo guardián atrapó el objeto apenas había sido suspendido en el aire, en lugar de mirar el arma con extrañeza; preguntando lo que esa niña pretendía.
¿Acaso Khénya solo le estaba dejando en claro que, para ella, él no era un rival? Puede que sí.
Airdo leyó con maestría y agudeza lo que ocurrió en el ambiente, sacando provecho de ello. En lugar de que el cuchillo se acercara hasta él, parecía que, en realidad, fue él mismo el que recorrió mayor tramo para tomarlo, interceptándolo.
Inmediatamente salió disparado hacia la hija del fuego, saltando.
Cuando estuvo a un paso de la joven Dahiú, el viejo Airdo lanzó un ataque certero al rostro de la Mayer. La cabeza de Khénya se había movido debido al impacto... pero su cara estaba intacta.
Airdo observó el filo de la hoja, pero no existía cosa como tal, ya que el metal de esa daga se había derretido al hacer contacto con la piel de Khénya.
Ahora sí, ahí fue cuando la sorpresa se hizo con Airdo junto a una pregunta que rondaba su mente. Khénya, por segunda vez, movió su brazo con rapidez, pero ahora para tomar la muñeca del hombre.
—Estrella del Destino —dijo Khénya, dándole a Airdo ese epíteto—. Te enseñaré cuál es tu lugar cuando me tengas de frente.
La jovial líder de los Mayers dio un paso para estar aún más cerca de Airdo, justo en su cara.
—Siempre por debajo de mí. —Khénya apretó su agarré, y de la muñeca de Airdo se producía el sonido de la carne chamuscada—. Obedecerás y me dirás todo lo relacionado con la hermana del Astro.
La Dahiú levantó su mano, y otra vez mostrando solo dos dedos. Ahora permitió que el hombre mirara con atención a los detalles; como que los dedos Khénya adoptaron el tono de la roca fundida.
Con esos mismos dedos, la hija del fuego volvió a dejar otra marca, uno que ahora era horizontal. La nueva cicatriz estaba a la altura del pecho de Airdo, por lo que formó una especie de cruz en su torso cuando se acopló a la anterior.
La Estrella del Destino se retorcía por el dolor. La sensación ardiente y corrosiva se prolongaba, percibiendo que éste se intensificaba a medida.
Por cierto, me gustaría llamarlo "Airdo el Hado".
Él, pese a que pudo sobrepasar el dolor... al menos un instante se fijó en ella; y "La Estrella del Destino" sintió el inmenso espíritu de quien una vez fue su custodio.
Ante él y dejando de lado las apariencias, sintió que estaba ante un gigante ser que no podía desafiar por lo abrazador de su presencia. Pero la realidad, lo que estaba fuera de la perspectiva de Airdo, era la imagen de un viejo guerrero sumido por el miedo hacia una niña... una niña a sus ojos.
—¿Qué te mostró sobre el final de tu vida, Airdo? —preguntó Khénya.
—Me mostró a ella —respondió Airdo, señalando, sometido pero feroz. Señalaba a esa mujer oculta por mantos purpuras con degradados verdes oscuros—. Mi muerte será cuando yo tome su vida.
—Ya veo... pero eso no explica por qué no fuiste tras ella en tu reciente oportunidad —repuso La Hija del Fuego con leve desasosiego.
Airdo permaneció sin decir algo, respirando con dificultad, jadeando con rabia y dolor.
—Sabes que no puedes tocarla todavía, primero debe cumplirse otro evento... debe ser eso— añadió la joven Dahiú.
—Primero deberá enfrentarse con uno de los Adalides de Inkál... contra Zoren —dijo La Estrella del Destino poniéndose en pie con esfuerzo.
Airdo mostro su torso, y en lugar de haber dos grandes y frescas marcas, había manchas similares a los tatuajes.
—No eres capaz de morir, pero eso no te libra del dolor —agregó Khénya mostrándose calmada—. No sé si lo estás pensando, pero no quiero que te hagas a la idea de que no tienes nada que perder. No solo puedo hacerte sentir dolor por fuera —dijo refiriéndose a su cuerpo—. También puedo destruirte por dentro... no olvides que ahora sé quién eres, Airdo.
—De mí no sabes nada —repuso el viejo de Inkál.
—¿Qué tan difícil podría ser? —dijo Khénya con algo de soberbia, mirando a esa mujer encapuchada.
La misteriosa dama volteó hacia Airdo, observándolo. La cara de la Estrella del Destino palideció; no podía creer lo que sus ojos estaban mirando.
—Podría conseguir el nombre de sus hijos si lo deseas, Khénya —agregó la mujer luego de un momento de silencio.
Airdo el Hado planeó ser capturado, probablemente creyendo que aspiraría a una mejor posición, pero no... para nada. Cometió el error de aferrarse demasiado a la suerte.
Desde que Airdo comenzó la caza de los Mayers, en realidad fue porque la Estrella del Destino quería alcanzar a esa mujer oculta por la tela... de la que ahora sabe su identidad.
—Ella es hija de la hermana de mi madre —mencionó Khénya, atrayendo a ella la atención. Berik, quien había pasado un segundo plano, apartó la mirada y dio unos cuantos pasos hacia Airdo—. Mi prima... ella es la perdición de Inkál; es la cosecha del descuido y la altivez de tu pueblo, falso bendito.
Airdo seguía con esa expresión de no poder creer lo que ahora se desarrollaba ante él.
—Tu... eres una basura traidora —replicó el viejo guardián—. Ya deseo matarte.
—Airdo, ¿sabes qué es lo peor de todo? —dijo esa mujer—. Este no era el plan... no en un principio. Yo quería ir con ustedes, escalar puestos y llegar a que, de la manera correcta y pacífica se zanjara la mierda que se creó alrededor de mi pueblo.
—No me digas... pero entonces los tiempos cambiaron —repuso la estrella del destino.
—La gente cambia, y ustedes cambiaron para mal. Yo los admiraba tanto... que hasta los míos llegaron a burlarse de mí —contestó ella—. Pero en mi caso, yo fui destruida cuando mataron a mi tía y dejaron a mi prima desamparada sin ser culpable de algo, fui destruida cuando vinieron por mi ella y la golpearon y era pateada solo porque... ¿por qué? —añadió—. Hasta el último de ustedes serán sofocados, y tú, viejo necio, eres el primero en saberlo. Y si al final logran resurgir, Airdo, entonces que sea desde las cenizas.
Ese mismo día, pero en horarios del ocaso, Kérian, Irvin y Yerkária, por fin estaban en sus respectivas habitaciones.
Tres puertas en un pasillo; y la mayor privacidad a la que podían aspirar a disposición. Sí bien se podrían considerar espacios "sencillos", para Kérian bastaba.
De hecho... imaginaba otra cosa.
Creía que, en primer lugar, debía compartir ese pequeño espacio con alguien, cosa que no fue así. En segundo, pensó que iba a estar rodeado de vecinos, pero se enteró que no... no tanto. De un modo u otro, tenía su propio espacio al igual que el resto.
La pieza tenía una habitación donde solo cabía la cama. Ese cuarto tenía a disposición una enorme ventana que abarcaba toda la pared, poseyendo una vista directa hacia templo donde Kérian estuvo en un principio.
Esa pieza no era pequeña, no me mal entiendan, lo que pasa es que la cama era anormalmente grande, por lo que era escaso el suelo donde caminar, además, las paredes y el techo se encerraban formando una especie de cascarón. Las paredes tenían pequeñas aberturas, y de determinados puntos se proyectaba una tenue y amarillenta luz, mientras que en otros solo eran espacios idóneos para colocar libros, pequeños objetos, o incluso para comer algo mientras se admiraba la vista... la de ese puente y aquel templo.
Estaba fascinado por ese lugar, recordaba lo que sentía cuando postró su mirada sobre el trono enraizado en sus adentros.
Fue como un soplo que recorrió toda la superficie de su piel, llegando hasta sus oídos como un murmullo frio y venenoso, como una brisa escalofriante que hurta suspiros.
Además de este cuarto en donde, era obvio sería su lugar de reposo, faltaban otras 3 habitaciones, siendo solo una de ellas más amplia que las otras 2.
Una era la cocina y el comedor, que estaban juntas, luego estaba el "cuarto de aseo personal" y el tercero, y más grande de los 3, una sala en la que había un sillón repleto de pequeños y medianos cojines; muy esponjosos y suaves. Este sillón también tenía la particularidad de transformarse en una cama individual, evidentemente más estrecha en comparación a la primera.
Además de eso, también había una pequeña mesa con una carta encima. En ella estaban escritas unas palabras... Kérian se acercó agachándose un poco, poniendo la punta de sus dedos sobre el papel.
Leyó, pero pronto le quitó importancia al darse cuenta de que no era pertinente... entonces vio una cortina en una pared cuando levantó su cabeza. La cortina tapaba una puerta de paja y lino tejido finamente. Cuando la abrió, entendió que era el acceso a un balcón un tanto íntimo.
Y de nuevo, allí en su propio palco, no pudo evitar mirar el templo.
Si solo el hecho de estar en ese santuario era abrazador para La Epítome del Rayo... aquel trono solitario en su interior lo era mucho más. Esa sensación de cuando dos miradas se cruzan para permanecer fijas, como si observaran algo que jamás habían visto antes. Era una sensación de reencuentro, y de una flama que bailoteaba en el alma, de cuando algo más allá de lo consciente te habla y resulta que... solo eras tú, oyendo tus pensamientos.
Ese trono tan... extraño. Se mantenía intacto, como si fuese algo que se había quedado atrapado en el pasado; proyectando su siniestra sombra sobre los nuevos amaneceres del futuro.
Kérian sentía el peligro... o eso es lo que recordaba durante los siguientes 7 días, cada vez que miraba desde ese mismo balcón, o incluso cuando recibía sus clases con los Adalides.
Siete días recordando que, ese era el mismo tipo de miedo al que se tuvo que acostumbrar en el Mundo Entendible. Después de 7 días consternado con inquietudes silenciosas sobre ello, esa noche estaba nuevamente en el balcón, sentado en una silla y con algo entre sus manos.
En ellas sostenía un cuaderno... uno que ya podemos intuir cual es.
El chico, en la tapa de éste, golpeteaba la punta de un tosco y rudimentario lapicero mientras pensaba, acomodando sus ideas. Luego, con unos ojos que parecían iluminarse por una idea clara, escribió:
"Admito que me inquieta saber cosas sobre el ¿por qué estoy aquí? Lo digo porque, por un lado, me hace feliz estar aquí, sí... pero eso de que me necesitan por algo; para algo; sobre alguien
Una parte de mí sí quería irse con Demíra cuando me lo propuso. Pero hacer eso le habría traído más problemas a ella y a Elyas. Después de todo, en el poco tiempo que llevo conociéndolos, ellos se han convertido en las personas que mejor conozco de todo Rázdergan... y son buenas personas.
A veces me sorprende todo lo que he cambiado. Antes era demasiado desconfiado y, aquí estoy, diciendo estas cosas esperanzadoras. Siempre fue algo relacionado con mis emociones... creo que por dentro era de cristal, y por eso huía tanto; porque tenía miedo a quebrarme.
Pero bueno, cambiando de tema.
Este sistema de cómo se aprenden las cosas aquí se basa en muchas lecturas, pequeñas tareas de análisis de diversos temas, y trabajos distribuidos por la ciudadela de Inkál, mientras otros se trasladan fuera; relacionado con los caballos; la agricultura y cosas por el estilo.
Todos los días hay un par de horas que se dedican al ejercicio y a... ciertos juegos de los que aún no me acostumbro. Pero me enteré de que eso no será siempre así. Se supone que, entre más avance, ese tipo de cosas se volverán más serias.
Otra de las cuestiones que me da problema son los días. Se supone que el año en Rázdergan se compone por 5 meses de 6 semanas cada uno. En otras palabras, cada mes tiene 73 días.
Sus nombres son con lo que más me trabo... y ya que planeo escribir seguido por aquí, creo que tener estos detalles en unas páginas que ojearé, es una buena idea.
Los meses son: Moirannos, Brigétara, Beltáfone, Druidquinox (es la que más me cuesta pronunciar) y Samhronos. Pero por suerte tienen nombres "populares", casuales para el uso diario, que son: Moinos, Géta, Belne, Duinox (gracias al cielo) y Samros.
Ahora que lo pienso, Elyas y Demíra nunca me lo enseñaron de manera directa.
Sí, lo empleaban a diario, pero no puntualizaban qué era eso durante sus conversaciones, solo por haber mencionado alguna. ¿Fueron detalles sueltos que dejaron para ver si las atajaba? Ni la más remota idea.
En fin, concluí precipitadamente que los días aquí serían diferentes. Imaginaba algo más militar, más salvaje, más... no sé.
Bueno, no puedo decir que nada de esto sea así... tampoco sé si debería usar las palabras que he aprendido en mi mundo, si todos los significados que tengo sobre ellas vienen de allá. Me causa repelús que un día diga algo que no sea adecuado, causando una muy mala impresión o posible ofensa. No, ni Dios quiera..."
De pronto, el chico detuvo el movimiento de sus dedos con un ligero sobresalto. Luego de unos segundos, apartó la mano que sostenía el lapicero para contemplar las palabras sobre la hoja.
Era una mirada absorta, pues sus ojos eran el retrato de la extrañeza. Después Kérian apartó la vista con desdén... ahora miraba el templo. Por su mente ahora pasaban cosas que le alteraban.
El chico, en pocos segundos tomó otra postura, como si estuviera a punto de erguirse. Frunció el ceño mientras intentaba distinguir algo que estaba viendo, pues la oscuridad no le ayudaba mucho; a menos de que sus intenciones sean ocultarse tras ellas.
Kérian se puso de pie, del todo, y de manera abrupta se acercó para poner sus manos sobre la baranda del balcón... confirmando que sus ojos distinguían a alguien familiar.
—¿Es...? —se dijo, sin estar tan seguro si su deber era dar aviso o callar —. ¿Qué hace ahí?
Al estar centrado en eso, notó como 3 vigilantes se aproximaban desde distintos puntos. Uno iba desde la cara trasera de la pirámide, donde estaba el balcón de Kérian, mientras que los otros dos rondaban los jardines.
Parecía que trataban de indagar sobre quién era esa persona que se dirigía al templo. Kérian se sintió como aquella vez cuando decidía si debía quedarse quieto, o finalmente hacer la diferencia.
Para el chico, Sai, la persona que miró a la distancia era ese tipo de persona que te agrada sin haberlo conocido a profundidad. Son esas personas que, de forma casual y auténtica, dan una buena primera impresión de sí mismos; logrando conectar por su sencillez y espontaneidad.
Entre viejas sensaciones, pensamientos intrusivos de lo qué debe hacer y de lo qué puede hacer, Kérian tomó la decisión. Solo tenía puesto unos pantalones holgados que enrolló hasta por debajo de las rodillas. Éstos eran de color marrón cuero, y no planeaba cambiárselos. Tenía también una camiseta de tono turquesa y, sobre su pecho, reposaba aquel collar que el adalid Román le dio.
Su balcón estaba en lo alto de la estructura, pero tampoco tanto a consideración del chico. Miró abajo, asomándose por la barandilla con una idea estúpida hasta para él.
Según Kérian, la inclinación de la pirámide, tomando en cuenta la altura de su habitación, era lo necesariamente segura como para deslizarse por ella. Su cuerpo casi se movió solo, mostrando la intención de saltar, pero se detuvo.
El chico vio a Sasai golpear a uno de los Inkális en un abrir y cerrar de ojos, por lo que los otros 2 ahora se movían con intenciones de someterlo... pero no fue así, de hecho, Sai les plantó cara.
A uno de ellos, que con espada en mano iba, Sasai lo detuvo en medio acto, ya que no dejó que la mano con el arma avanzara; interceptando y desviando con su guardia. Al hacer eso, Sai aprovechó el primer movimiento, complementándolo con un giro de cadera y rotación de sus piernas mientras parecía agacharse un poco.
Mientras el Inkalíta perdía el equilibrio, Sai conectó un fuerte puñetazo en la parte interna del muslo, lo que provocó que éste cayera sobre una de sus rodillas. Justo cuando estaba en esa posición, Sasai, que parecía estar en una posición similar, se acomodó como debía para dar en el mentón otro contundente golpe.
La espada del Inkális cayó, repiqueteando.
El otro guerrero estaba prácticamente en la espalda de Sai, pero eso ya lo sabía. Con gracia y en un movimiento fluido, Sasai dio un giro hacia atrás mientras se impulsaba solamente con una mano... fue como si sus dedos tuvieran la fuerza suficiente para mover todo el peso de su cuerpo, y hacerlo ver como una pluma.
Este Inkális guardó el arma en la funda de su cadera, luego, mientras él y Sasai se miraban a los ojos y caminaban en círculo, soltó las correas que sujetaban la espada.
El guerrero apartó la espada, tirándola... entonces adoptó una postura en la que, para Kérian, los codos sobresalían mientras sus manos permanecían cerca del rostro y parte del plexo solar. Para Kérian se veía como una postura rígida, pero, aunque pudiese ser cierto; también era una muy firme cuando se usaba defensivamente.
En el pensamiento de los guerreros de Inkál, las manos están por encima de las armas porque ellas blanden y dirigen el filo de cada una de ellas. Por eso, en sus conocimientos sobre el combate, habrá contrincantes que dominen con tal maestría sus manos que las armas no podrán tocarlo, en estos casos es mejor mantenerse en un juego parejo, y estando en un terreno más bajo, pero natural, instintivo y... salvaje.
Sai, por su parte, estaba simplemente en pie... lo único en lo que variaba su porte era en el hecho de que sus piernas estaban ligeramente más abiertas. Siendo breve, Sasai tiró una patada en diagonal, azotando en la defensa del Inkális. El guerrero soportó el embate del enemigo.
Sasai retrajo su pierna mientras daba un sutil salto hacia atrás. Seguidamente, tan rápido como al inicio, ejecutó el mismo movimiento, pero con su otra pierna. A diferencia de la primera, esta venía con una finta a la rodilla del Inkál, para luego y de manera explosiva, su trayectoria cambiara hacia la cabeza.
Pero el guerrero de Inkál lo vio, recibiendo eso en su defensa mientras que con un paso se pegaba al torso de su rival. Sasai recibió un codazo que soportó con su mano desnuda al interponerla sobre su pecho. Juntando la fuerza que llevaba el codazo, y el que Sai imprimió en su salto para disminuir el poderoso impacto, Sasai fue desplazado varios metros.
Ambos hombres permanecieron distanciados durante unos segundos. Sasai miró al Inkális mientras éste hacía lo mismo.
Entonces, Sai respiró profundamente mientras levantaba sus manos hasta su rostro, ahí las hizo reposar sobre el aire, acomodándolas de manera triangular, ya que la punta de sus dedos casi se tocaban mientras los codos se apartaban por fuera de las costillas.
Estaba de pie, casi de medio lado, seguidamente cerró sus ojos y así permaneció.
El guerrero de Inkál no titubeó ni mostró alguna perturbación, ya que no planeaba infravalorar a su enemigo. Entonces, decidió atacar con una patada frontal que apuntaba al pecho, luego, consecutivamente, tiró otra que iba hacia la cabeza... pero ninguna de ellas dio; pues fueron recibidas con las manos de Sasai mientras apenas se movía.
Sai seguía con los ojos cerrados. El Inkálita no se amilanó, pero lo que sintió fue lo mismo que patear a la nada. Era como que... ni siquiera fueran tocadas por las manos de Sai.
Y una vez más, el guerrero de Inkál ejecutó otra serie de movimientos. De un salto acortó la distancia para iniciar con una afilada patada a la pantorrilla, luego un giro para dar con el antebrazo, golpe directo al hígado, codazo en diagonal descendente, pero... ninguno de ellos dio, y Sai seguía con los ojos cerrados.
Era como si lograra saber las cosas con antelación.
Sasai esquivaba mientras desviaba, interceptaba mientras retrocedía y apagaba la chispa de la fuerza con sutiles contactos y movimientos suaves.
Antes de que el guerrero de Inkál retomara las riendas, Sai, con la misma gracia se acercó para golpear con sus dedos una parte específica del cuello, después otra a un costado del torso.
El guerrero cayó, completamente fuera de sí. La manera en la que se desplomó se asemejaba al de un trapo húmedo que es dejado caer.
Tres hombres inconscientes delante de Sasai; un personaje misterioso que parecía invencible a los ojos de Kérian... algo que en el fondo le gustaría ansiar, y que deseaba desde que vio morir a aquella dulce señora del mundo entendible.
El chico vio que, ese hombre raro que conoció en el camino de Frori, entraba al templo mientras se quitaba el polvo de su ropaje.
Kérian no sabía si avisar a Irvin y Yerkária, o no. Para él, definitivamente terminarían cayendo, cosa que hizo más fácil tomar la decisión de ir solo, además de eso, era la única persona conectada a Sai entre todos ellos.
En un parpadeo se dio el momento esperado. Kérian, descalzo, saltó y se deslizó por la pared recostándose.
Bajaba como esperó, pero fue tomando una velocidad que no consideró. Aun así, mantuvo la calma y se concentró para reaccionar a tiempo, ya que no quería estrellarse contra el suelo.
Cuando estuvo a pocas palmas de la tierra, Kérian saltó con dirección al jardín, aprovechando la velocidad que llevaba como trampolín.
Avanzó mucha distancia en poco tiempo antes de verse obligado a rodar, evitando una aparatosa caída. Terminó con algo de césped y tierra cuando se levantó, mientras recobraba el aliento.
Sin perder el tiempo, volvió a poner un rumbo. Cuando pasó cerca de los hombres inconscientes trotó, en lugar de correr, reduciendo la velocidad.
Miraba con atención, pero cauteloso a su alrededor...Kérian pensada en lo que ellos contarán para explicar todo. Qué mensaje pretende dar Sasai con este modo de hacer las cosas.
Luego el chico llegó a la colosal entrada; al pie de unos escalones que había recorrido varias veces para ese entonces.
Al final, la oscuridad sí le brindó su ayuda, porque las sombras de la noche fueron los mantos que ocultaron a la Epítome del Relámpago; como destellos apagados tras espesas nubes de tormenta... como el vaticinio de sucesos calamitosos.
El pequeño hombre avanzó hasta toparse con aquellas cortinas transparentes, que se mecían con un etéreo movimiento; hipnótico y misterioso como las redes de un pescador.
Una de sus manos estaba levantada, a punto de apartar esa exótica tela. Un lado de él temía equivocarse, pero que igualmente sea algo malo... mientras que el otro lado también temía, pero de no equivocarse.
¿A qué tendría que enfrentarse en esa situación?
Tras las cortinas, pálidas luces amarillentas iluminaban desde la base de las paredes. Kérian miró, y pudo asegurar de qué sus sospechas eran ciertas... y de que sus ojos no lo engañaban.
—Pequeño hombre —dijo esa figura cuando Kérian apartó los mantos, en voz baja y en un tono suave —. Me estabas siguiendo esta vez ¿verdad?
—Sai... —contestó Kérian—. Sí, esta vez sí.
—Lo sabía... nunca dudo de mis instintos —repuso Sai—. Pequeño hombre del rayo, ¿tú? —preguntó curioso—. ¿Confías en los tuyos?
Kérian, a una altura superior debido a que todavía no bajaba las gradas, pensó un poco sus palabras, pues sabía que la pregunta de Sasai era algo relevante para él, más en ese instante. Solo entonces, Kérian añadió:
—Justo ahora intento confiar en ellos, Sai.
Sai lo miró, infló su pecho llenándose de aire y suspiró con la misma parsimonia mientras que, con su gesto, pretendía dar a entender que sentía orgullo del chico.
—Me das esa confianza, entonces lo tomaré como un elogio —dijo el hombre del camino de Frori—. He sido enaltecido por la tormenta... que maravilla —agregó Sasai, solo que esta vez su voz parecía trasmitir otro temple que se ocultaba en su carácter; sobrio, sereno y... mucho más cuerdo que la primera vez que se vieron las caras... casi como si hablara consigo mismo.
Kérian bajó con calma los escalones, pero atento. Cuando se colocó delante de Sasai hizo la pregunta más obvia.
—¿Qué haces aquí? — respondió Kérian, siendo lo único que pudo rescatar de sus pensamientos—. Cuando llegué aquí aquel día que te conocí, después de todo lo que sucedió me hicieron preguntas sobre ti. También en estos últimos 7 días ... —y agregó—. Desconfían de ti.
—¿Y tú? —contestó Sai con una pregunta—. ¿Desconfías de mí?
—No —susurró Kérian—. Salvaste mi vida después de todo, cómo desconfiar de alguien que hace eso sin pensarlo. Aunque digas que fue por otros motivos, simplificando todo, al final eso fue lo que pasó... por eso te pregunto; porque no quiero tener dudas.
—La gente siempre hace eso... —contestó Sai un tanto serio, como si estuviera decepcionado... aun así, un destello de la primera faceta que mostró al chico fulguró en una carcajada —. Irónicamente, por mero instinto las personas hacen eso. Desconfían sin conocer y juzgan sin remordimiento... algo tan egoísta y que está inscrito más allá de sus genes.
Al terminar de hablar comenzó a moverse, caminando hacia el centro del templo. Ahí, de pie, yacía el cayado de Banthros. Mientras Sasai miraba el bastón, Kérian se acercaba con pequeños pasos desde su espalda, asintiendo y prestando atención.
—Entonces viniste por eso... solamente —repuso el chico, aunque, en el tono que ponía sus palabras mostraba dudas—. ¿O hay algo más?
—Es algo que va mucho más allá de lo que puedes imaginar —dijo Sai— pero, mis instintos dicen que me creerías si solo te digo la verdad... qué tonto decirlo en voz alta.
—Entonces hazlo —contestó el chico, siendo cauteloso mientras posicionaba su cuerpo de cierta forma, apto para una rápida reacción si era el caso—. Yo lo seré tanto como tú lo seas conmigo.
—Pequeño hombre —dijo Sasai con voz tranquila mientras que, a su espalda, Kérian lo miraba —. Te suena el nombre de Vhíndar, ¿no es así?
Kérian no contestó.
—Lo sé por el collar que llevas... no estaba seguro de haberlo notado la primera vez que nos encontramos —añadió Sai—. Quería asegurarme.
—¿De qué? —repuso Kérian mostrando interés mientras tomaba el collar. Se había acostumbrado tanto a su peso, que a partir de un punto dejó de notarlo.
—Tiene que ver con los seres que moldearon el agua y la tierra, e hicieron posible la vida en este mundo; de los hijos de Tharïv —dijo Sasai, esta vez tocando con la punta de sus dedos el cayado—. Hay leyendas que hablan sobre sus herramientas, que éstas estaban hechas de madera y metales preciosos. Esas mismas leyendas dicen que el Banthros proviene de esa mítica madera... ahora adivina de donde salió lo que cuelga de tu cuello, Kérian.
—Entonces sabes para qué sirve esto —contestó Kérian—. Nunca me lo quito.
—Pequeño hombre, me elogiaste con tu confianza —agregó Sasai mientras las tenues luces parpadeaban, como si éstas quisiesen apagarse —. Tendría que usar muchas palabras ahora, pero terminarías entendiendo la verdad de tu naturaleza. Usan eso, —señaló el collar—, para hacer de tu cuerpo tu propia prisión,
—Y por qué de este modo. Pudiste venir sin lastimar a los que no tienen nada que ver —espetó Kérian mientras miraba el collar que sostenía, refiriéndose a los hombres que estaban fuera.
El chico espero a que su pregunta fuera contestada, pero nada.
—Sé que quizá tuviste que defenderte, pero creo que entre lo que hacemos y lo que no, hay una diferencia que no se estima —repuso Kérian—. Ese espacio entre una cosa y la otra, dice si hacemos el bien con nuestros actos, o que si volvemos al mundo un lugar peor. La persona que me demostró eso sería... —pensó—. Como la luz que nos hace falta aquí para vernos claramente.
—Y pese a eso viniste a mí, furtivo y envuelto por la noche —dijo Sai con calma y soltura tras guardar silencio un momento, luego caminó más allá del bastón; hacia la oscuridad total que consumía el trono enraizado —. Y tampoco te han impedido saber quién soy. ¿Será que somos seres oscuros habitando un mundo de luz, o somos lumbres en un universo que espera ser iluminado por nosotros?
Kérian observaba como la figura de Sasai desaparecía en la negrura. Sus palabras parecían hacer lo mismo, llegando a sus oídos como murmullos sobre el viento.
—Tus pies descalzos te delatan... corriste muchas veces sin la certeza de saber qué estabas pisando. Tienes pies curtidos por haber huido demasiado. —repuso Sai, todavía más lejos.
—Entonces... —comenzó a decir Kérian, deseando escuchar algo— ¿tú y yo venimos del mismo lugar y somos la misma persona? ¿Sasai?
Pero nada, solo silencio y quietud, lo que precede a una tormenta.
Kérian dio unos pasos hasta colocarse más cerca del bastón. Pasaron casi 15 segundos en el que ni una sola palabra fue dicha, pero ahí, justo antes de que los dedos de Kérian tocaran el báculo de Banthros, una voz resonó.
—Vhíndar también vino a mí, diciéndome que debía entrenarte... pero no estaba convencido de eso —confesó Sai—. Él también adivinó eso, por lo que me reveló que yo vería mi reflejo en ti —añadió Sai sin ser visible todavía—. Me hizo saber que eres alguien dispuesto a pelear contra los monstruos.
Kérian esperó a que Sai no tuviera nada más que agregar, pero, antes de que ahora fuera su turno, la voz de Sai volvió a sonar.
—Pero necesitas ser fuerte —dijo aquel hombre del camino de Frori a espaldas de Kérian.
El chico se sobresaltó y giró, mirando a Sai a menos de un metro de él. No tenía idea de qué tan rápido fue Sai.
—¿Cómo...? —repuso Kérian.
En eso, Sasai tomó el collar del chico y lo arrancó. Cuando Kérian se disponía a reclamarle por su acto, éste pateó a Kérian en la boca de su estomagó, con tanta potencia, que lo mandó a volar haciéndolo llegar, y caer en la oscuridad que había ocultado a Sai segundos antes de aparecer a sus espaldas.
Sasai se quedó dónde estaba, aguardando.
—¿Sigues ahí pequeño hombre? —dijo Sai tomando el cayado, para agregar algo en un idioma del que poco o nada se tiene registrado—. Mahíanta hiöma Lein.
En eso, las luces amarillentas volvieron a parpadear, incluso más que la primera vez. Sai miró de un lado a otro, fijándose en ese detalle.
Mientras que Sasai permanecía de pie mirando hacia la oscuridad al final del templo, afuera, la marea que rodeaba ese trozo de tierra que sostenía el santuario comenzaba a retumbar.
—Entelequia del cielo, surgiste desde el fondo de un alma que busca dar su luz al mundo —dijo Sai tomando una posición de combate... él sabía que algo estaba por ocurrir—. Tu presencia sobresalta el corazón de los que temen perder aquello que aman, y que también buscan ser amados.
En eso, un sonido estridente, chirriante y potente surgió desde la penumbra. La palabra "ira" cobraba vida tomando la forma de un cuerpo humano; en este caso joven y brioso. Dos pequeñas luces se divisaron desde las profundidades, siendo estos los ojos de Kérian que fulguraban en un tono cían, electrizantes, violentos y siniestros.
Esos mismos ojos se suspendieron en el aire, hasta llegar a la parte más alta del templo en una de las esquinas, pero en el proceso nunca perdieron de vista a Sai.
—Aguardo por ti, nubecilla —repuso Sai aún en posición—. Ven a mí antes de que yo vaya por ti.
En el instante en que las palabras de Sasai fueron dichas, en el momento exacto en el que sus labios se cerraron luego del sonido de su voz... en el mismo segundo en el que parpadeó luego de decir lo que dijo, aquello que lo miraba desde las alturas salió disparado por su cabeza.
Demasiado veloz, demasiado repentino. Aunque no lo fue tanto para asestar su ataque contra Sai, ya que éste apenas pudo interponer el bastón de Banthros.
El puño de Kérian chocó con el báculo de Sasai, y producto de colisión, violentas chispas saltaron hacia todas direcciones mientras se producía un estruendo. Si bien Kérian se había movido veloz cual rayo, entonces ese estallido sería el trueno de su golpe.
Fulminante el sonido de ese "latigazo" que reventó, tanto así que éste hizo pedazos todos los cristales del santuario. Para ellos el tiempo se congeló... pues éste parecía eterno mientras sus miradas conectaban una vez más.
Entonces... Sasai habló. Y con voz autoritaria y fuerte, dijo.
—Pequeño hombre, si me escuchas... regresa. —dijo el hombre del camino de Frori mientras movía con brusquedad su bastón. Kérian Salió despedido por inercia, cayendo sobre la punta de sus pies mientras parecía deslizarse, metros más lejos—. Vuelve y te contaré historias que solo un puñado saben. Véncete a ti mismo, Kérian. —La voz de Sai parecía fría, pero honesta y con deje nostálgico—. Sí haces eso iremos juntos tras las respuestas de todas tus preguntas, y te prometo que juntos obtendremos las soluciones a tus inquietudes.
—Calla, naria cet ëurí —dijo aquello que tenía el control de Kérian—. Me pareces familiar.
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