Capítulo 14: Mis ojos se hallan en los tuyos.
¿Acaso creyeron que abandonaría mi adeudo como El Cuentacuentos de la Rapsoda? ¡Para nada! Lo único que hice fue respetar, pues esa tarea le pertenecía exclusivamente a Demíra en ese momento, y debía transmitirse desde su perspectiva porque el control era por completo suyo.
Con el tiempo, se irán acostumbrando.
Este actuar de mi parte se basa en una de las leyes que debo seguir por ser quien soy. Pero en lugar de enfocarnos en detalles dispersos de mi intrigante y ambigua vida, mejor centrémonos en mi voz, ya que seguiré con la historia como de costumbre.
Habían transcurrido casi 4 meses desde aquella conversación que Kérian mantuvo con Demíra. Y tal como se planeó, durante ese tiempo Kérian fue instruido en las enseñanzas correspondientes; en el estudio del Táifem acompañado de un riguroso entrenamiento físico.
Optaron por no enfocarse en perfeccionar minucias propias de Inkál, pero se aseguraron de inculcar en el chico la esencia y las bases necesarias para facilitar su futuro progreso.
A diario, Kérian salía a correr junto a Elyas por el mismo camino que usaron para llegar a Inkál, sin embargo, nunca estaban solos del todo. Desde que se supo del altercado en Zelster, y de la aproximación de Khénya a ojos de todos, se tomaron medidas de seguridad.
Era común ver patrullar a un grupo de guardianes a caballo, acompañados por perros que llevaban en compartimentos especiales sobre el ruano. Otros, en cambio, se mantenían estacionados en puntos estratégicos a lo largo del camino junto a sus dueños; maestros de armas y líderes de un pequeño escuadrón militar de Inkál asociado con la realeza Hemle; como una extensión privada dentro de su dominio e influencia.
Kérian no lo entendía, y eso es comprensible... pero para cualquier habitante de Rázdergan, la palabra Hemle, dejaba claro que se trataba de algo grande y serio.
Hemles, hijos de los primeros y de los originarios. Hermanos de los Demura.
En cualquier caso, si no era Elyas, era Demíra, y si no era ninguno de ellos, entonces era algún maestro de menor rango asignado por uno de los Adalides. Y muy de vez en cuando, la Adalid Helen era la que se presentaba.
Los días que Helen aparecía, tanto el entrenamiento físico como el de sus estudios se intensificaban, en especial en aquellas cosas que le ayudarían a obtener cierta noción sobre su Táifem.
Por ejemplo, hay tres caminos para evolucionar en el Táifem, como lo son: el camino de la fuerza del cuerpo, el camino de la templanza de la mente y el camino de la virtud del espíritu.
Así como Khénya se mostró ante los ojos de su madre como alguien afín al camino de la templanza de la mente, Helen en cambio, determinó que Kérian mostraba dotes para el camino de la virtud del espíritu.
En algún momento la maestra le brindó una breve descripción de lo que cada camino representaba... o al menos le dio una idea superficial.
Por ponerlo de alguna manera, supongamos que cada uno de los tres caminos del Táifem, en conjunto, forman un vaso de cristal: el camino de la fuerza del cuerpo representa la capacidad que un recipiente puede llegar a albergar, como también simboliza el recipiente mismo. El camino de la templanza de la mente encarna la resistencia del recipiente. Y el camino de la virtud del espíritu se retrata como el contenido mismo.
Alma, cuerpo y mente, en pocas palabras.
Pero expresarlo así es muy... simple. Hablar de estos tres caminos también se refiere a las tres primeras escuelas. Inkál era una de ellas; "La gran escuela del primer pensamiento".
Las otras dos escuelas eran las de "el primer deseo" y "el primer movimiento".
Ahora bien, para retomar la alegoría del recipiente ¿qué pasa con eso? Pues, así como un individuo puede representarse como un enorme recipiente de cristal rebosante de algún líquido, quizá ese cristal no sea suficientemente resistente para contener dicho líquido; lo que puede llevar a sufrir algún daño... Convirtiendo su fragilidad en un peligro latente para quien lo rodea también.
En cambio, si se es un recipiente pequeño, pero de un cristal fuerte y especializado en soportar cualquier contenido por muy peligroso que sea, de poco serviría, pues su aporte sería insignificante e inútil.
El mero hecho de esa posibilidad significa un fracaso, tanto para el practicante como para el maestro mismo. En fin, así podría seguir dando ejemplos, pero creo que por ahora es suficiente para concebir el Táifem.
Partiendo de ello, ¿qué será Kérian?
Aparte de eso, el chico finalmente aprendió a nadar, lo cual resultó ser un desafío para él, ya que tenía un gran temor a sumergirse debido a malos recuerdos. Por suerte, con ayuda de Elyas, Demíra y el tiempo, logró superar ese obstáculo.
Lo más valioso de este "obstáculo" era lo que aprendió, pues asimiló su miedo hasta tener dominio sobre él.
Los resultados de una buena alimentación empezaron a notarse gradualmente. Los músculos que trabajaba al correr y nadar fortalecían, principalmente, sus piernas y espalda; realzando aspectos como la resistencia, estabilidad y fuerza; lo cual le causaba un dolor distinto y que no había experimentado en todo su cuerpo.
Aunque siempre llevó el cabello largo, cuando llegó el momento de cortarlo no quiso que quedara demasiado corto... Por lo que ya no era tan largo como antes; pero siempre pudo mantener algún resquicio de su propio estilo.
El rostro de Kérian permanecía visible, mostrando una mirada calma. Sobre la piel las marcas que contaban su propia historia también estaban expuestas.
Sin embargo, eso solo era una parte de lo que se había planeado para él.
Una vez que se acostumbró a su rutina, comenzaron a instruirlo en aspectos fundamentales del combate. Aunque no participaba con frecuencia, observaba con atención los encuentros de práctica entre el Orfwin y la Zaéntil mientras que, acompañado de breves pautas, ellos hacían señalamientos que Kérian debía tener en cuenta.
Entre tanto, hubo algo que llamó la atención del matrimonio.
Cuando utilizaban espadas de madera, Kérian mostraba una firme determinación de no emplearlas. Al principio hubo cierta insistencia, pero, a pesar de ello, Kérian nunca se tomó el tiempo para aprender esas habilidades en particular... Y daba la impresión de que no estaba dentro de sus planes adquirirlas.
Reconocieron que este detalle podría representar un problema en el futuro bajo ciertas situaciones; pero concluyeron en que respetarían la decisión de Kérian.
También llegaron a preguntarle al chico en una ocasión por qué, pero su respuesta fue simplemente: "Es que no quiero matar". Así que prefirieron no molestar.
De todas formas, en Inkál le enseñarían a lanzar golpes sí o sí, así que le servirá de algo complementar lo que ya ha adquirido.
Sin embargo, Kérian aprendía mucho y muy rápido, y tanto Demíra como Elyas dejaron muy claro que las cosas que estaba practicando no se desarrollaron para atacar, sino para poder defenderse si la situación lo ameritaba.
No es como si el chico se convirtiera en pocos meses en algún tipo de experto en las artes del combate, pero al menos se inculcó en su subconsciente una forma de defenderse sin causar mucho daño, aprovechando el agarre, la efectividad de la posición en conjunto, el empuje y golpes precisos, rápidos y efectivos. Además, Kérian naturalmente era ágil e ingenioso, aunque no se diera cuenta de ello. En fin...
En parte, el progreso de Kérian durante estos meses se debía a que todo era una experiencia nueva e inspiradora para él.
Sentía el cansancio en su cuerpo mientras sus músculos ardían y sanaban, se fascinaba al leer textos de un mundo diferente con sus propias leyendas y mitos, y también disfrutaba el sentimiento de progresar. Ahora había un claro contraste entre el Kérian del pasado y del presente, y ese cambio se manifestaba sobre todo en su sonrisa, algo que antes le costaba expresar.
Fueron casi cuatro meses frenéticos pero divertidos para el chico.
Fuera de eso, también hay que ser sinceros con ciertos puntos, ya para cambiar de tema.
Los resultados en el cuerpo de Kérian no eran exagerados, como una musculatura prominente y esculpida por los dioses de quien sabe qué panteón... pero había que aceptar que ahora lucía marcado, algo de lo que él mismo se dio cuenta observando la redondez de sus músculos; la proporcionalidad que remarcaba sus inserciones.
Durante esos 4 meses, tanto Demíra como Elyas tomaron notas sobre observaciones muy específicas que hacían de Kérian. Aunque el tiempo fue agradable para ellos, había una extraña inquietud que se hacía palpable, pero intangible en el aire. Esto se debe a la tranquilidad reinante, como si se ignorara la amenaza de los Mayers.
Cualquiera esperaría un ataque temprano, pero no había ocurrido ni un solo incidente ni rumor.
El momento se acerca; Kérian está próximo a separarse de aquellos que ahora son sus padres adoptivos. Pasaron varias semanas para que esos casi 4 meses se convirtieran en 5 exactamente. Eran 5 meses del Mundo Entendible, o sea... Para ese entonces era el 24 de Duinox, aproximadamente.
En el quinto mes del, hubo ocasiones en las que se duplicaron las tareas y entrenamientos de Kérian. Y justo en ese último día, Helen estaba en el hogar del chico.
Para ser más preciso, la Adalid estaba con Kérian en una zona apartada de su hogar, rodeados de altos árboles y una gran pared de tierra y roca en la que se trazaba el paso de una cascada; haciendo y siguiendo su propio camino; precipitándose por el bosque mismo como si su trazo se tratase del movimiento de lo impredecible.
—El alcanzar ciertos grados de equilibrio entre los 3 caminos del Táifem te permitirá obtener determinadas habilidades —mencionó la maestra mientras tiene sus ojos sobre una naranja en sus manos. En lo que ella quitaba la cáscara de la fruta con un cuchillo, Kérian realizaba abdominales—. Una de las habilidades básicas es la "Hadamorfosis" —dijo ella aún concentrada en la naranja, para luego añadir una pregunta—. ¿Quieres saber de qué se trata?
Después de pocos segundos, la voz del chico, aunque cansada y agitada, se oyó decir:
—Sé que tiene que ver con la alteración de la textura, patrones y propiedades de la piel de manera voluntaria —explicó.
Tras una breve pausa, la Adalid Helen, agitó ligeramente su cabeza en señal de aprobación, y luego agregó:
—Sí... si bien tienes razón, esta clase de práctica puede alcanzar un punto de maestría en el que se convierta en una habilidad pasiva —dijo Helen con voz calma—. Lo que quiero decir es que se puede llegar a un punto en el que el usuario no deba recurrir a ella de forma consciente, ya que estaría activa de manera inconsciente y permanente. Aquellos que alcanzan ese nivel de destreza se les llama "Hadamorfos" —añadió la maestra al terminar de pelar la naranja, finalmente cortándola por la mitad para después preguntar—. ¿Cuál es la principal utilidad de la Hadamorfosis, Kérian?
Sin demora, el chico contestó:
—El endurecimiento de la piel —espetó, y luego agregó—. Por lo que su utilidad principal se orienta hacia la defensa.
—Muy bien —dijo Helen, aún ocupada con sus manos—. Ahora, ¿sabes de dónde proviene el término?
Después de otra breve pausa, Kérian finalmente dijo:
—La verdad, no. —Esta vez su voz se escuchaba más agotada.
—Debes leer más —aclaró Helen en primera instancia, y luego prosiguió—. En tu mundo existe unos términos; hada y hamon. Se usan para describir lo que viene siendo la apariencia del acero de una Katana... De su superficie para precisar. Se trata del patrón que se forma después del proceso de forjado y plegado que se repite. Se puede traducir como "La piel del metal".
—Eso tiene... sentido... —contestó Kérian, aunque ahora sí que parecía estar al límite.
—Puedes detenerte —replicó la maestra levantando su mirada, una mirada que se elevaba cada vez más alto.
Las piernas de Kérian estaban sujetas a la rama de un árbol, colgando de cabeza a más de 3 metros del suelo con el torso desnudo. Al oír la orden de su maestra, el chico se detuvo para bajar. Con un último esfuerzo y tras un movimiento intrépido, aflojó sus piernas para dar medio giro en el aire, cayendo de pie lo más estable posible sobre el terreno.
Una vez en el suelo, bañado en sudor y con la respiración entrecortada, Kérian tuvo que reaccionar rápido, pues Helen había lanzado la mitad de la naranja en su dirección.
—Come —indicó ella mientras hacía un gesto con su mano; Kérian sabía lo que la maestra trataba de decir con ello.
Acto seguido, el chico se sentó sobre la tierra con las piernas cruzadas, saboreando la naranja... Y solo entonces la maestra volvió a hablar.
—La Hadamorfosis es una de las habilidades de categoría primordial —menciona la Adalid—. Pero debes entender que esa orientación defensiva se encasilla solo si se tiene esa necesidad. Si bien la piel se puede convertir en algún tipo de escudo, con el trabajo adecuado, un brazo podría ser una espada —aclaró la maestra mientras probaba su naranja, sentada sobre una roca... Luego añadió—. Pero no es todo, los Hadamorfos más grandes pueden hacer ligeras permutas en su aspecto, como cambiar el color de los ojos, variar levemente el tono de la piel y cosas así, muy pequeñas. Aunque ellos aseguran que se podrían realizar hazañas, como transformar por completo la apariencia, agregando cicatrices sobre la piel, modificando la voz, variando la estatura del individuo, e incluso lograr un camuflaje casi perfecto con el entorno.
Kérian asintió reflexivo sobre lo que oyó, de hecho, en especial sobre el camuflaje "casi perfecto" pensó en la palabra invisible.
La Adalid, de pie y tirando los restos de la fruta a un lado, tomó un paño blanco, grande y seco. Helen se acercó a su protegido y:
—Toma, límpiate un poco, ya puedes vestirte —mencionó ella ofreciéndole el paño—. Tómate el resto del día libre, terminamos por hoy. Debes descansar y despejar tu mente... mañana es el gran día.
Kérian asintió y se secó el sudor. Luego se acercó a la roca donde la Adalid estaba sentada y tomó la prenda que le hacía falta para cubrirse el torso. Seguidamente se agachó y ajustó las agujetas de sus botas, luego acomodó su collar por debajo de la ropa, y después colocó el paño humedecido por su transpiración sobre sus hombros, rodeando el cuello.
—Maestra —se oye la voz de Kérian decir—. He vuelto a tener pesadillas...
—¿En qué tipo de ambiente estabas esta vez? —preguntó Helen, sabiendo perfectamente de lo que el chico hablaba—. ¿La forma que tomaron tus miedos volvieron a ser brazos o... fue otra cosa?
—En realidad... han sido varias pesadillas desde la última vez, solo que no quise decir algo —contestó el chico sentándose nuevamente, y con una expresión en su rostro que decía "lo siento"—. Creo que fueron siete hasta ahora. Pero sí, la mayoría de las veces seguía siendo en un desierto... igual que los brazos. —Kérian hizo una pausa, se concentraba en sus palabras y en lo que visualizaba en su mente—. Pero recientemente no sé en qué lugar fue. Todo estaba oscuro y vacío, y ya no había brazos... o caras. No había nada.
Helen miraba al chico, prestaba mucha atención a cada pequeño gesto en el rostro de Kérian, como si intentara descifrar algo que estuviese más allá de las palabras que salían de entre sus labios.
—Aparte de los brazos o caras, y dejando de lado esta extraña "nada" en la que te encontrabas —añadió Helen para posteriormente preguntar—. ¿No hubo otras formas? —Kérian respondió con un no, moviendo la cabeza de lado a lado... Entonces la Adalid asintió y agregó tras unos segundos—. ¿y qué sentiste en esa ocasión?
—Seguí sintiendo miedo... mucho miedo, en serio. —contestó el chico fijando sus ojos en los de su maestra—. Pero también sentía dolor, uno agudo y que crecía a cada segundo, también sentía angustia... y mucha presión; como si cargara un gran peso; o como si ese peso tratara de encogerme.
Helen, sin decir algo en especial, había tomado un poco de tierra del suelo, colocándola sobre su palma. Luego extendió el brazo hacia Kérian mostrando el poco de tierra que juntó.
—Algo como esto... ¿así? —preguntó la Adalid tras oír al chico describir las sensaciones obtenidas durante dicha pesadilla.
La maestra apretó la tierra al volver su mano un puño. La fuerza que ejercía era notoria... Entonces Kérian comprendió.
—Sí, algo como eso —repuso él.
—Si tú eres la tierra ¿de quién crees que era la mano? —preguntó Helen, aunque en realidad no esperaba una respuesta... pues Kérian supo darse cuenta, y eso fue algo que la Adalid notó. — Habíamos quedado en que estas cosas las tenemos que hablar en su momento... no mucho después de que suceda. —alegó la maestra tras un momento silencioso de reflexión. —Estos sueños tuyos son inducidos por lo que desatamos antes de tiempo; por eso debes ser precavido y confiar en mi... o al menos en aquellos que son tu familia ahora.
Kérian comprendía las palabras de su maestra, pero, aunque por un lado podía estar de acuerdo, por el otro también quería hacerlo por sí mismo.
—Lo siento —contestó el chico pensando en Elyas y Demíra.
Cuando Helen lo escuchó decir eso, no pudo evitar mirar sus ojos y ver la sinceridad de su disculpa en ellos, pero también reparaba en que esos ojos azulados podían llenarse de violencia. Una violencia inmensa y profunda... Como atestiguó ante la roca del alma cuando estuvo enfrente de los demás maestros aquella vez.
La maestra bajó la mirada y caminó pasando a un lado del chico.
—Trata de no preocuparte demasiado, veré qué información puedo encontrar con lo que me has dicho —agregó ella—. Pero siempre trata de contarme esas cosas en cuanto ocurran. El tiempo es oro, como dicen en tu mundo.
—Lo sé... —respondió Kérian, siguiendo a su maestra—. No volverá a suceder.
—De acuerdo, pero ahora tendrás que usar el hacha cuando lleguemos... Una hora estará bien —dijo la maestra mientras buscaba algo en los bolsillos de su capa—. Quiero que esta vez uses esto. Debes ponerte uno en cada extremidad, ¿recuerdas? —preguntó Helen, mostrando cuatro pulseras marrones, cada una con cuatro piezas grises de un cristal muy resistente.
—Sí, lo recuerdo —contestó él, tomando las pulseras. Colocó dos de ellas en sus muñecas y las dos que restaban en sus tobillos.
En ese momento, la Adalid apartó su capa y sacó un aparato rectangular y metálico de una especie de funda de cuero. Luego tocó unos botones que emitieron diferentes tonos pálidos de luz y sonido.
—Están activadas —añadió la maestra tras un momento.
Inmediatamente, Kérian sintió una sensación de pesadez adicional en su cuerpo, como si ahora pesara mucho más.
El tiempo transcurrió y el atardecer cayó. Su luz pálida color melón, cual telón bajaba lentamente detrás del paisaje, filtrando sus rayos entre los árboles y las sombras que éstos proyectaban. Delante de estas sombras y de la luz que poco a poco sosegaba su intensidad, Kérian con la fuerza necesaria y la técnica correcta hacía descender un hacha con gran precisión y solidez.
Uno tras otro, troncos color caoba se apilaban a un costado de él. En cada movimiento mecanizado que Kérian hacía, sentía como su espalda trabajaba bajo una tensión que luego lamentaría, al igual que sus muslos al estar aplicando en la técnica un movimiento de suspensión con sus rodillas y pantorrillas simultáneamente.
Pronto terminaría su tarea que Helen impuso como reprimenda, y mientras lo hacía, en sus muñecas y tobillos se hallaban aquellas pulseras. Éstas eran llamadas: "Pulseras Rúnicas".
Al estar en línea eran sincronizadas con el aura del individuo. Cuando eso pasaba y luego eran reguladas, entonces ahí empezaban a funcionar.
Lo que hacen es agregar al aura del individuo energía de resistencia, lo que daba una falsa sensación de gravedad aumentada... aunque no era eso realmente.
En síntesis y para no alargar tanto el cuento, si Kérian levantaba algo que pesa 10 kilos, en realidad su cuerpo trabajaría con ello como si fuesen 20.
Cabe destacar que estas pulseras rúnicas tienen la cualidad innata de buscar automáticamente un balance, esto así para que el cuerpo del usuario reciba el menor impacto negativo de lo que precisamente genera. O sea, que las pulseras mismas determinan cuánto es el peso correcto para el aura del receptor, lo que significa también que la resistencia generada en el aura misma aumenta con base el progreso de Kérian.
Sí bien se podía ver a Kérian ocupado y concentrado, en realidad, por dentro estaba a punto de morir por los nervios porque a partir de mañana estaría lejos de casa... y solo.
Finalmente, la noche apareció y con ella la neblina, la cual su presencia significaba que sería una noche especialmente fría.
A pesar de ser un día largo para el chico, lo único que le faltaba era cerrarlo con un buen baño y una cena caliente junto al pelón de Elyas y la encantadora de Demíra.
Esos momentos transcurrieron con normalidad para que, en última instancia, llegara a su reconfortante cama en donde rápidamente cayó dormido tras un día agotador.
Kérian estaba nervioso, sin duda alguna.
Es decir, era evidente con solo inspeccionar su cuerpo con detenimiento. Si bien sus ojos permanecían cerrados, el movimiento de sus parpados señalaba que sus ojos miraban de lado a lado, como persiguiendo algo. También era delatado por el perezoso y pesado suspiro, pero su cuerpo estaba realmente cansado, y aunque su mente estuviera ocupada en un millón de cosas, ya no daba más. En este caso la mente no pudo dominar el cuerpo.
Al menos Kérian pudo dormir plácidamente... Más de lo que esperaba.
Al despertar por la mañana palpó su rostro con suavidad y sutiles masajes. Se desperezaba de pie, estirando sus brazos hacia arriba mientras se levantaba de puntillas; como si su cuerpo estuviese siendo jalado de cada extremo. Restregó la parte baja de su espalda con sus manos mientras bostezaba, luego, tras mirarse por un momento en el espejo esas cicatrices en su rostro... Algo que hacía prácticamente todas las mañanas.
Antes de salir del cuarto se agachó dispuesto a realizar algunas lagartijas. Las hacía sumamente despacio.
Cuando subía respiraba profundamente, cuando bajaba expulsaba todo ese aire tan lento como el movimiento en sí. Aquella secuencia la repitió 10 veces. Al terminar salió del cuarto en pijama... la cual consistía en no llevar camisa y solo dormir con unos pantalones de tela fina de color gris.
Rápidamente se preparó lo que siempre desayunaba, pues era costumbre para él levantarse, incluso, antes de que las primeras luces del alba inundaran Colinas tras sobrepasar esos brazos de tierra y vegetación.
Jugo de naranja con zanahoria, luego una infusión de hierva buena con mentas y canela porque, según él, sentía que su sabor particular lo hacía estar más atento... Cosa que si me preguntan me parece curioso, porque normalmente la menta y la hierba buena relajan... pero bueno, él sabrá por qué.
Para complementar, en casa siempre había una especie de esferas de maíz. Éstas eran rellenadas por una especie de salsa que se crea a partir de la grasa de cerdo, algunas especias y vegetales como el ayote y tomate.
Uno podría decir que, si bien es una comida saludable, suena como que primero hay que ver para creer... o probar para creer, en este caso.
En fin, la cuestión es que pudo comer gustosamente hasta quedar satisfecho. Y la verdad es que Kérian había despertado muy temprano, por lo que pudo darse un buen baño de agua bien fría.
Después de ducharse y de quedar impecable, entró a su cuarto y se alistó, ocultando su torso con una prenda manga larga, un tanto holgada y de tono celeste pálido; casi blanco. Por otro lado, sus piernas eran cubiertas por un pantalón marrón oscuro, largo y tubular a medida que llegaba a sus tobillos, y finalizando, su calzado consistía en unas botas de cuero estilo medieval.
Elyas y Demíra habían despertado antes de que Kérian llegara a la puerta para salir de casa. No iban a ser dramáticos, tampoco iban a darle un discurso poético y emocional para un joven que va a su primer día de clases.
Se limitaron en compartir abrazos y algunos consejos fugaces del momento. Pero, algo que sí hicieron fue brindar.
Elyas había sacado una botella de licor de miel y frutos secos, fragante para una cata suave, pero tampoco era una bebida fina... Solamente sentía que era apropiado un brindis mañanero. Demíra, por su parte, preparó tres copas; y al cada uno tener el suyo se brindó por la vida de Kérian y por su arduo esfuerzo. Tanto Elyas como Demíra se despidieron de él con un beso en la frente, o bueno... una especie de beso.
Primero, elevaban una de sus manos hasta la boca para así besar la punta de sus dedos, luego, sin prisa y sin tensar más de lo necesario los músculos del brazo, acercaban la mano hasta la frente de la persona, que en este caso era Kérian... es ahí, en el momento en el que la punta de los dedos toca la piel del otro en el que el "beso" se da.
A medida que Kérian daba los primeros pasos bajando las pequeñas gradas de ladrillo fuera de casa, sonrió y suspiró a ellos levantando la mano para despedirse. Sintió la ausencia de un peso en su corazón, mientras que en su estómago crecía un vacío.
Caminando arropado por la brisa, Kérian debía bajar hasta la comunidad de Colinas para esperar el carromato que lo llevaría hasta Inkál.
Siempre le resultó agradable ese corto trayecto de su hogar hasta el centro del pueblo, ya que era como una segunda casa para él, y era así porque, desde que comenzó a convivir con la gente de allí, en ningún momento sintió el peligro cerca, no tenía más esa corrosiva necesidad de alejarse de la gente por obligación, y no sentía que debía mantener su guardia en alto en todo momento.
Olía a pan fresco y a flores mientras que el coqueo de las gallinas buscando alimentos lo rodeaba, incluso el ladrido de algún perro a la lejanía que llamaba su atención y le hacía pensar «¿Será Zaro?», que resultaba ser el can de una amistad de Elyas con el que a menudo conversaba en el mercado.
Pero como siempre pasa cuando se aprende a disfrutar algo por inocuo que parezca; el tiempo pasa volando y los caminos que recorremos se vuelven cortos por largos que sean.
De pronto, Kérian se hallaba en donde debía estar, pero, de no ser porque un amable señor le dijo que faltaba mucho para que el siguiente carromato llegara, habría esperado allí sin hacer nada.
La inquietud que había acumulado hasta ese día no le permitía estar estático en un solo punto, por lo que optó ir caminando mientras tanto, ya que supuso que el transporte llegaría a él de todas formas por el camino de Frori, que era la ruta que había usado la primera vez que fue a Inkál.
Así que, no se lo pensó mucho y llevó sus pasos por Frori.
20 minutos más tarde, Kérian estaba bajo las sombras de aquellos árboles cuyas ramas daban la sensación de estar en un túnel de hojas, flores y nidos de distintas aves.
Cada dos kilómetros se hallaban esos pequeños grupos de guerreros que cuidaban la ruta, por lo que la mayor parte del tiempo recorría el sendero a solas. Kérian no deseaba ir con prisa, porque la idea no era llegar primero que el carromato, obviamente, y mucho menos aparecer el primer día de clases bañado en sudor.
Esos 20 minutos se transformaron en 40, y fue ahí cuando Kérian comenzó a preguntarse si fue una buena idea adelantarse.
—¿Y si hay otro camino del que no estaba enterado?
Fue el primer pensamiento que transcurrió por su mente mientras que el tiempo hacía lo mismo.
Poco rato después de pasar el segundo puesto de guardia, Kérian escuchó una melodía... Podía oír la voz de alguien cantando una canción que, según él, era particular por su letra tan... ¿alegre?
"Una vez tuve un gato... Un gato gordo y peludo.
Su nombre era Palurdo... Y se comió mi desayuno"
Esta era una voz jovial, pero madura por su tono grave, como si se tratara de alguien con la facilidad de hacer amistades por doquier.
Kérian dedujo que ese individuo no estaba muy lejos de él. En esos momentos pasaba por una curva, así que su lógica le dijo que esa persona estaba después de.
"Una vez tuve un perro... Un perro perezoso
Su nombre era Canoso... Y era amigo de Palurdo"
Luego de completar dichas estrofas, ese hombre comenzó a silbar una melodía que hacía alusión a la letra. Y Justo como Kérian intuyó, luego de la curva se hallaba ese personaje.
Se trataba de alguien mucho más alto que él, y que caminaba solitario junto a un bastón de su misma estatura. Llevaba ropa holgada de pies a cabeza de tonos grises y marrón oscuro, sus pies eran calzados por unas sandalias sencillas y, sobre su cabeza, una capucha lo cubría.
Esa persona seguía silbando con regocijo, meneando su cabeza de lado a lado mientras que, con su bastón, marcaba el tempo de la canción golpeteando el suelo.
De pronto, el sonido de una hoja seca sobre el suelo que Kérian pisó fue suficiente para llamar la atención de aquel extraño y misterioso hombre.
En lugar de actuar con enigma y moderación, la reacción de este nuevo personaje fue casi infantil y exagerada, pues dio un pequeño salto hacia delante mientras giraba para quedar cara a cara con Kérian, solo para tomar una extraña posición con las piernas abiertas levantando su bastón por encima de la cabeza.
Pero nada extraño pasó en realidad. De hecho, daba la impresión de que lucía aliviado cuando se dio cuenta de que era solo un muchacho solitario y silencioso, que también había decidido recorrer el camino con sus propias piernas como lo hacía él.
—Hola, pequeño hombre —saludó aquel individuo tomando una posición normal mientras mancillaba una sonrisa con la comisura de sus labios—. Perdón por actuar así, pero no me había dado cuenta de que alguien me estaba siguiendo... Porque me estabas siguiendo, ¿cierto?
—No... No te estaba siguiendo —contestó Kérian para seguidamente levantar su mano, saludando—. Y hola.
—¿Seguro? —dijo esa persona aun dudando, mirando a Kérian con ojos entrecerrados mientras que con una de sus manos se frotaba la barbilla, analizando la situación—. Hmm...
—Solo existe este camino... —contestó Kérian tranquilamente, pero con cierta cosita parecida a un «¿es en serio?»
—Pudiste ir por el bosque —repuso aquella persona como si se tratara de una resolución obvia.
—Tú también podías hacerlo... —dijo Kérian.
—Bueno, tienes razón, y además he decidido que me caes bien —dijo "él" bajando la capucha, desvelando un rostro—. Me llamo Sasai, ¿y tú?
—Bueno, yo me llamo Kérian —contestó sin evitar fijarse en una particular marca en la cara de Sasai
Esta marca era más un tatuaje que otra cosa. Se trataba de un triángulo cuya base estaba al nivel de los pómulos, mientras que la punta, o sea, la parte superior, se hallaba en la frente, justo en el borde de en donde el cabello crece. Aunque en realidad Sasai era completamente calvo.
—Vaya, tú eres el chico de los rayos, que gran casualidad encontrarme con alguien como tú por aquí en este momento —dijo Sasai denotando asombro en su expresión.
—Pero no nos conocemos —repuso Kérian.
—Es verdad, pero ya sabes, oí de ti... Así son las noticias; vuelan muy alto y llegan muy lejos. —dijo Sasai levantando su bastón por encima de su cabeza, solo para hacerlo descender con fuerza incrustándolo en el suelo—. Permíteme estrechar tu mano.
Sasai se acercó hasta Kérian mientras que, con movimientos imprevistos con sus manos hacía como si peinara su cabellera que no tiene.
Su piel era más clara que la de Kérian, el color de sus ojos era como la miel.
Cuando finalmente estuvo cerca del chico, estrechó su mano sin esperar que Kérian levantara su brazo del todo, pues Sasai lo había tomado.
—Mucho gusto Sasai —dijo Sasai para sí, como si él fuera Kérian hablando—. El gusto es mío, chico —se contestó a sí mismo—. No, para nada, es todo mío —repuso finalmente mientras aún sacudía su mano con la de Kérian.
En cuestión de instantes, y con solo por el hecho de que Kérian mirara el rostro de Sasai, en especial sus ojos y la forma en la que miraban, vio en ellos el reflejo de los suyos, como si compartieran un pasado similar.
Fue extraño para él, porque si bien el rostro de Sasai, la manera en la que hablaba y como se movía decía que era una persona feliz y, solo tal vez, con un tornillo suelto, lo cierto es que no se puede ocultar del todo lo que expresan los ojos... A veces solo hace falta mirar para darse cuenta de las cosas.
—Mucho gusto, Sasai —dijo Kérian finalmente con una sonrisa mientras que, con su otra mano, envolvía en son de fraternidad la que estaba estrechando—. ¿Te parece bien que sigamos? Es que tengo un poco de prisa —añadió amablemente.
—Oh, ¿de verdad? —repuso Sasai mientras daba media vuelta—. Te están esperando supongo.
—Se puede decir que sí —contestó el chico viendo como Sasai comenzaba a caminar hasta su bastón—. Aunque se supone que un transporte pasará por aquí pronto... Así nos podría llevar a los dos.
—No lo creo, no me gusta para nada estar cerca de tanta gente... No lo soportaría —contestó Sasai tomando su cayado, entonces Kérian comenzó a seguirlo mientras repasaba sus palabras—. Por extraño que te parezca, jamás en toda mi vida he tenido la necesidad de usar algo como eso... ni siquiera un caballo.
—¿En serio? —se limitó a decir Kérian—. ¿Ni una sola vez? ¿Y eso por qué? —preguntó mientras recorrían la calzada lado a lado.
—Ah... veo que te pica la curiosidad, pequeño hombre —repuso Sasai con deje de misterio en su voz, como si lo hiciera apropósito para que fuera evidente—. Permíteme decirte que eso es algo muy mío. El hacer las cosas de esta manera ya forma parte de mí.
Kérian no sabía muy bien a que se refería con eso, o qué pretendía dar a entender tan siquiera, pero prefirió aceptar eso con un simple «Hmm entiendo». Luego de eso, y en lugar de quedarse callado, prefirió lanzar una breve e inocente pregunta al mismo tiempo que reflexionaba sobre por qué "no lo soportaría".
—Sasai, ¿puedo decirte solo Sai?
—Claro, es más corto y fácil de recordar —repuso Sai—. Tal vez así debería llamarme, en fin, ¿no tienes alguna otra pregunta?
—Hum... no —dijo Kérian tras haberlo pensado un momento—. Tampoco es como si tuviera mil preguntas por hacer a la primera persona que vea.
—¿Y si se tratara de alguien con todas las respuestas? —añadió Sai con curiosidad.
—Puede ser —respondió, aunque sin estar seguro de ello—. Pero tampoco tengo idea de qué preguntarle a alguien que lo sepa todo.
—Entonces vives sin preguntarte por la verdad, interesante —comentó Sai.
—Y... —añadió Kérian sin saber qué responder a ese comentario— ¿Y tú lo harías?
—¿Yo? —dijo Sai mirando a su alrededor mientras se ponía una mano en el pecho—. No creo... Ya no tengo preguntas que perseguir.
—Entonces eres tú el que lo sabe todo —afirmó Kérian, a lo que Sasai solo pudo reír levemente.
—No es así del todo, solo hay una cosa de la que sé por completo, y con eso me basta —contestó Sai manteniendo el dibujo de su sonrisa.
—¿Y qué es eso? —agregó Kérian sin poder evitarlo.
—A mí mismo, y con eso puedo conocer a todos —dijo Sai con soltura mientras iban por el camino.
—Conociéndome a mí mismo puedo conocer al resto... —repuso el Kérian analizando las palabras de ese misterioso y un tanto extraño hombre.
Caminaron en silencio por casi medio minuto más. Kérian miraba de reojo a Sasai aún con sus palabras dando vueltas por su cabeza. Pero cuando abrió su boca para pronunciar palabra nuevamente, repentinamente Sasai colocó su cayado en frente de Kérian para evitar que diera otro paso.
—Espera... ¿No escuchas eso? —preguntó Sai sin mirar al chico.
Kérian, sin entender, movía su cabeza de lado a lado. Es más, creyó que sí, tenía un tornillo suelto, o puede que más de un par.
—Escucha más —reclamó Sai sin molestia en su voz, aunque se notaba el apremio en ella. Luego, con su otra mano señaló hacia la derecha, en el bosque—. Por allá.
Kérian seguía sin entender, pero, pese a ello... prestó atención al menos.
Primero no hubo nada, pero luego percibió el ruido de unas ramas que se desquebrajaban como si algo las pisara. Luego de esa primera señal lo que se oyó fue el movimiento entre la maleza de algo grande y pesado, pues sus pasos proclamaban ese pensamiento.
Pero todo aquello cesó tan pronto como empezó; no hubo más ruido que les hiciese saber dónde estaba aquello que acechaba. Kérian estaba alerta, aunque desconcertado, pero Sasai en cambio, había girado, mirando en dirección al bosque sin ápice de miedo en su semblante.
—¿Qué crees que sea, Sai? —preguntó Kérian.
—Ah, quizá sea un oso... aunque no recuerdo cuando fue la última vez que se avistó uno por aquí— dijo Sasai mientras rascaba su frente con la punta de sus dedos, distraído—. Fue hace mucho. Sin embargo...
—Sin embargo, ¿qué? —preguntó Kérian titubeante, aún con sus ojos puestos en dirección al monte.
—Sin embargo... —comenzó a decir Sasai mientras elevaba su mentón un par de grados para luego hacer un ruido con la nariz. Kérian se percató de aquello y entendió que Sai estaba olfateando el aire—. No huele a eso... Creo que es algo peor.
—¿Como qué, exactamente? —preguntó Kérian nuevamente.
Antes de que su nuevo, extraño y medio chiflado casi amigo respondiera su pregunta con alguna respuesta ambigua, para variar, algo saltó repentinamente hacia ellos.
Kérian no pudo reaccionar a tiempo, pero Sasai sí, por lo que éste último empujó al chico con una sola mano para que aquella bestia no pudiera hacerle daño.
Kérian cayó al suelo, pero supo caer con gracia, por así decirlo; sin recibir daño. Sai por su parte solamente se apartó casi dos pasos hacia el costado, esquivando el ataque sorpresa por los pelos.
—Eso es algo peor —dijo Sai—. Es una aberración centuria.
Kérian recordó que Demíra le había hablado de ellos; «Monstruos Centurias»; fue como los llamó. En ese instante supo a que se refería con que su apariencia era el resultado de una amalgama de otros.
Este "oso" no era precisamente un oso como tal. Tal vez su forma era la de uno, es decir, era grande; pero más de lo normal, era cuadrúpedo; pero más alargado que uno, tenía grandes garras; pero las facciones generales de su cara eran semejantes a las de un felino. Además, pese a ser peludo, también tenía algo parecido a la melena de un león.
Era una bestia de ojos amarillentos que fácilmente podría pesar más de 600 o 700 kilos, de longitud aproximada a los 4 o 5 metros teniendo en cuenta su cola, y una altura cercana a los 3 metros.
Pese a sus grandes dimensiones, aquel asombroso salto que dio dejaba en evidencia que no le suponía ninguna dificultad mover toda esa vigorosa musculatura salvaje. Y cuando tocó la tierra giró hacia aquellos que se habían convertido en sus presas... Kérian y Sasai.
Un monstro centuria miraba directamente a Kérian, listo para devorar su carne, pero Sasai comenzó a hablar con voz firme, por lo que captó la total atención de la bestia.
Y yo, Orión, como el cuentacuentos de la Rapsoda, debo admitir que hasta para mí fue extraño.
—En los recónditos dominios de esta tierra arcaica se alza una criatura majestuosa. Mixtura de brutal potencia que los mismos dioses olvidados habían forjado... solo para este día y para mí —dijo Sai elevando sus brazos a cada lado, abriendo sus piernas igualmente—. Su pelaje es un intrincado tapiz de una danza de sombras y destellos luminosos. —Cada palabra que salía de Sasai parecían ser casi como una provocación, pues ese ser monstruoso rugía con fuerza y poderío, mientras golpeaba y destrozaba la tierra bajo sus patas, furibundo y consumido por el deseo de probar la sangre de aquel hombre llamado Sasai—. Y cuando su rugido, un coro ensordecedor de tormentas, los ecos de leyendas olvidadas despiertan en mi mente. Mi corazón valiente escucha tu llamado, oh, gran monstruo... —dijo Sai elevando aún más su voz, incrustando nuevamente su bastón en la tierra.
Sin más, esa gran bestia se abalanzó hacia Sai con una embestida capaz de destruir árboles... Sin embargo, antes de que aquellas colosales garras lo despojaran de su carne, Sasai con sus manos desnudas sostuvo las extremidades delanteras de la bestia, como si trataran de averiguar quién era el de mayor fuerza bruta entre los dos.
Kérian estaba asombrado, aún en el suelo. Sentía tanto miedo, pero al mismo tiempo vibraba, admirando la valentía de aquel hombre ante él. Alguien que abordaba el peligro de frente, sin recelo y sin retroceder. No pudo evitar sentirse en la posición de Luci aquella fatídica noche...
Kérian vio la fuerza de Sasai. Era la fuerza que deseaba tener.
Durante el forcejeo de Sai y la centuria, "él" volvió a hablar, denotando su esfuerzo en cada palabra.
—Este ser colosal... Un guardián inmutable de las razas atávicas. —La mirada de Sai lucía tan salvaje como los de su rival—. Emerge como protector de secretos sepultados, y como portador del terror que se adueña de las almas desventuradas. ¡Yo no te temo!
El mismo Kérian no se dio cuenta de cuando comenzó a retroceder, arrastrándose por el suelo, pero poniendo atención a la escena que se desarrollaba ante sus ojos.
El chico fue capaz de ver como Sai doblegaba el poderío de su adversario, tanto así que, con potestad y eficacia, le dio un fuerte empujón, lo suficiente para que el monstruo distribuyera su peso en las patas traseras, obligándolo a tomar una posición casi bípeda. Cuando eso pasó, Sasai le propinó un fuerte golpe en el plexo solar, y luego una ágil y precisa patada giratoria a un costado de su hocico.
—Mis ojos se hallan en los tuyos, y me doy cuenta de que he presenciado a una deidad profana y sublime —pronunció Sasai sin miedo mientras recogía nuevamente su cayado, solo para apuntar con ella hacia su antagonista y decir—. Yo, Sasai, acepto tu reto. Ahora ven y enfréntame... y perece ante mí.
La bestia rugió con bravura una vez más, el pelaje de su espalda se erizaba al igual que aquella melena tan particular, lo que le hacía parecer más intimidante mientras mostraba sus fauces.
El corazón de Kérian latía con fuerza, como aquella vez en la que saltó por la ventana con Luci en brazos.
Miraba como Sasai, con sus brazos extendidos, caminaba formando un semicírculo mientras la bestia hacía lo mismo en dirección contraria... Ambos nunca se perdieron de vista.
Había algo en Kérian que le decía que todo estaba a punto de terminar, que la monstruosidad centuria trataría de acabar con Sai con un solo movimiento y que él respondería de igual forma.
Era como un duelo entre samuráis que observaban fijamente a su oponente, percibiendo cualquier intención en sus ojos, en sus respiraciones y en cada pequeño movimiento.
Sasai fue el primero en moverse, prediciendo la intención del ser salvaje con tan solo medio segundo de ventaja. Porque cuando la centuria se abalanzó nuevamente hacía él, Sai había saltado dándose un impulso extra con su bastón, solo para suspenderse en el aire el tiempo suficiente y desatar un ataque descendente y mortal.
En el momento en el que la cabeza de la centuria pasaba por debajo de él, Sasai giró en el aire para impactar contundentemente con su cayado en el cráneo del animal.
Fue certero, potente y letal... El único golpe que en verdad necesito para dar fin a la contienda.
Todo sucedió tan rápido... Tan rápido que la bestia apenas pudo dar unos pasos más, solo para desplomarse contra el suelo, cayendo en una posición de sumisión total mientras su cuerpo era arrastrado por el impulso que llevaba inicialmente.
Kérian se ponía de pie lentamente, mirando asombrado por el desenlace. El cuerpo de la bestia estaba se hallaba inmóvil.
—Sai... —alcanzó a decir el chico, mirando la espalda de aquel hombre, pues este estaba de pie, apreciando con cierta reverencia a su rival.
También pudo ver como unas cuantas gotas de sangre se desplomaban de un extremo del bastón de Sai. Entonces...
—Oh, ¿estás bien, pequeño hombre? —preguntó Sasai, volteando.
—Sí... gracias a ti —contestó.
—Es cierto, eso hice... no me di cuenta —comentó Sai sacudiendo su ropaje, acomodando cualquier imperfección en su apariencia—. A veces me dejo llevar por la emoción y no me doy cuenta de lo que sucede a mi alrededor.
—Sai... ¿Cómo hiciste eso? Tu solo eras uno —dijo Kérian con asombro, pero sin acercarse.
—Lo hice pues... haciéndolo, ¿por qué no podría? —respondió Sasai con tanta simpleza, que Kérian recordó a aquella a anciana de la que nunca supo su nombro, como si se tratara de alguien que no se estuviera jactando de lo que hizo—. Además, ¿para qué debía ser más de uno? Él también estaba solo —repuso mientras hacía un movimiento con la cabeza, señalando a la bestia muerta ante ellos—. Lo justo era que solo uno de nosotros lo enfrentara, sino la ventaja habría sido obvia... Por eso te aparté, porque habría sido injusto para él.
—Pero yo no habría podido hacer algo... nada —contestó Kérian con ligera pena en su voz—. Yo no sé hacer las cosas que tu hiciste.
—¿Cómo? ¿No sabes pelear? —repuso Sai extrañado—. Pero cómo sabes que no si no lo hiciste, ¿cómo planeas sobrevivir si no sabes luchar? —Kérian no supo que decir al respecto, o en realidad, sí lo sabía... solo que no era necesario explicar lo evidente. Entonces, Sai finalizó con una última pregunta—. ¿Acaso es otra persona la que vive tu vida?
Kérian apretaba sus puños, pero se mantenía cabizbajo.
—No sé cómo ser tan fuerte como tu —se limitó a decir, a lo que Sai asintió, solo para posteriormente decir:
—¿Y por qué no podrías serlo aún más? Pero si quieres que te enseñe a cómo empezar a serlo, pues... —dijo Sasai reflexionando, como si planeara algo, pero siempre con la sencillez que lo caracterizaba.
De pronto, Sasai dijo «Piensa rápido» mientras lanzaba su cayado ha Kérian. El chico lo agarró, interceptándolo en el aire estirando su brazo. En eso, el sonido de las ruedas de un carromato se oyó, aproximándose desde su espalda por el camino que ya habían recorrido.
Por ende, Kérian dio media vuelta y miró, aguardando a que entraran a su rango de visión. Seguidamente sumó unos cuantos pasos hacia delante, mostrando ligera impaciencia, pero a la vez... dicha.
—Por fin están aquí, pensé que me había equivocado, pero no. Sai, podremos irnos con ellos y —dijo Kérian denotando alivio en sus palabras, pero, cuando no recibió respuesta volteó... solo para darse cuenta de que Sai se había ido; sencillamente se esfumó —. Ya no está —añadió mientras el carromato se acercaba desde lejos.
Dicho transporte no venía solo, pues era acompañado por un par de guerreros montados sobre sus corceles. Cuando avistaron a Kérian, uno de estos guerreros de Inkál señaló al chico mientras decía algo que él no pudo oír.
Kérian, aunque aliviado, seguía preguntándose por Sasai mientras miraba el bastón que apretaba con su mano.
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