Capítulo 11: Las únicas opciones.
Los primeros rayos del sol naciente sumergían a Inkál y el resto de Rázdergan desde el horizonte. Demíra entraba a la amurallada y verdosa ciudad sobre su propio ruano. Iba despacio hacia la tercera pirámide; deseaba llegar temprano para ver a Kérian y, como suponen, ella no estaba enterada de lo ocurrido la noche anterior.
Por el camino notó que había más movimiento de lo normal; se lo indicaba el llamativo aumento de guardianes en la entrada y en las calles. A medida que ella se acercaba hasta la tercera pirámide tuvo que rebasar un carromato que iba hasta el tope de materiales de construcción. Luego rebasó una segunda carreta, después otras dos más que ralentizaban su andar. La cara de la Zaéntil expresaba desconcierto y una mala presunción, por lo que decidió acelerar el paso.
Cuando estuvo a menos de cincuenta metros de la gran pirámide, a un costado de esta, apreció el gran agujero en una de las paredes de la alta y rectangular estructura en donde habían dejado a Kérian. Varias personas trabajaban en esa zona, de pie, sobre una plataforma colgante, mientras otras recogían los escombros que habían impactado en los jardines. Ella impulsivamente volvió a apresurar el paso. Cuando llegó a la puerta principal bajó de su corcel. Acercándose al oído del animal, pronunció unas palabras, indicándole que debía permanecer allí hasta su retorno.
Cuando Demíra estaba por entrar, detuvo a alguien que iba de salida para preguntar qué había ocurrido, que a qué se debía ese tremendo hueco en la pared. La persona le explicó con brevedad que alguien había entrado a unas habitaciones, que después hubo una explosión a mitad de la noche, y que cierta persona terminó muerta.
Sin dejar que termine, Demíra se fue, siguiendo su camino. Luego de un rato de andar por el interior de la edificación, y de escuchar de conversaciones ajenas en el camino, cosas como: «saltó desde tan alto», o, «quedó destrozado en el suelo», incitó que los últimos metros que quedaban para llegar, lo hiciera corriendo. Cuando Demíra llegó finalmente hasta la puerta de la habitación en donde Kérian se suponía debía estar... no lo encontró allí. En su lugar solo había camas vacías y la maestra Helen hablando con una persona, encargada de la reconstrucción. Helen se percató de Demíra, por lo que se acercó hasta ella mientras su amiga hacía lo mismo.
—Calmada —dijo la maestra levantando su mano antes de que Demíra abriera la boca—. Qué bueno que apareces temprano, llegas en buen momento. Ven, vamos, —agregó Helen caminando junto a su amiga hasta la puerta—, te lo explicaré por el camino.
Luego de un minuto, Helen y la Zaéntil aparecieron ante la recámara de Elyas. Elyas abrió la puerta apenas escuchó el toquido. Demíra vio a Kérian sentado sobre la cama, por lo que se dirigió hasta él sin saludar a su esposo.
—Tu mano, de nuevo —dijo Demíra sujetando el brazo del chico.
—Bueno... pero no me duele nada esta vez —repuso Kérian abriendo y cerrando el puño—. ¿Ves? En serio, no me duele nada.
Demíra seguía mirándolo atentamente. Y Elyas al cerrar la puerta dijo:
—Cariño, toca su frente —indicó él.
Ella, sin girarse, puso el reverso de su mano en la frente de Kérian.
—Pero... está ardiendo —expresó ella con una duda inquisidora en su tono—. ¿Desde cuándo?
—Desde que sucedió lo que te conté —añadió Helen.
—Pero durante la madrugada empeoró —agregó Elyas.
—Esto es... —dijo Demíra acercando su cara al rostro del chico, fijándose en sus ojos—. Parecen vidriosos —comentó.
—Es que lo están —confirmó el Orfwin.
—No me digan que está drogado por tanta medicina —reclamó Demíra poniéndose en pie, volteando hacia Elyas y la maestra.
Su esposo negó con la cabeza, pero Helen fue la que habló.
—No, en lo absoluto —dijo la maestra caminando hasta el centro del alojamiento—. Desde que llegó aquí no se le ha suministrado nada.
Demíra miró a Elyas, y este asintió confirmando lo que oía.
—Es cierto —dijo él—. Lo único que ha ingerido, fueron los alimentos que yo mismo preparé y traje —explicó—. No lo noté hasta hace no mucho, pero... fuera de eso parece estar bien —agregó, y de inmediato se corrigió—. Me refiero a que está en sus cinco sentidos; que no desvaría... por ahora.
—Pero vendrá alguien para revisarlo, ¿no? —preguntó la Zaéntil a Elyas.
—Me dolía la cabeza —dijo Kérian tomando la palabra de imprevisto, aún sentado sobre la cama—. Empezó anoche cuando puse la basura en su lugar.
Al oír las palabras de Kérian, Demíra, Elyas y la maestra se quedaron en silencio, alternando sus miradas el uno al otro, como si se preguntaran: «¿Acaso dijo eso?». La indiferencia y la frialdad junto a la naturalidad con la que Kérian habló los había dejado pasmados. Entonces, él habló nuevamente.
—Qué gran calamidad, ¿verdad? —dijo el muchacho cabizbajo, apenado falsamente—. Tenía camas más grandes y cómodas que esta —añadió mientras acariciaba la sábana debajo de él—. Pero, bueno, no hay nada más que hacer.
Los tres adultos guardaron silencio por un par de segundos más.
—Entonces —repuso Demíra en voz alta apartando el silencio— ¿Con qué no desvaría?
—Me temo que es mucho más que fiebre y dolor de cabeza —repuso la Adalid mirando a Kérian con los ojos entrecerrados—. Algo no va bien.
—Definitivamente, hay algo que no marcha bien, señorita —contestó Kérian con una expresión neutral, pero observando atentamente los ojos de la maestra—. Al menos no para mí. Pero para el otro... Él sigue cayendo y dando vueltas.
El ceño de Helen se frunció paulatinamente. Elyas se acercó hasta su esposa y la tomó de la mano con desconcierto. Demíra miró a su esposo con una pizca de... algo difícil de explicar, pero que se acercaba peligrosamente a la preocupación.
—Pero ¿qué estás diciendo? —preguntó Demíra con leve disgusto—. Kérian, ¿escuchas lo que dices?
Kérian seguía con la misma expresión, pero esta vez miraba a Demíra.
Algo extraño desencajaba en los azulados ojos del chico; había una profundidad que no estaba allí antes, y que asedió el interior de la Zaéntil como un maremoto. Eso fue capaz de hacer que, una de las personas que salvaron su vida y que le guardaba mucho aprecio, se estremeciera de un miedo casi palpable en el aire. El vello de los brazos Demíra se erizó y un escalofrío que comenzó desde la espalda baja recorrió hasta subir a la nuca, y de ahí, esparcirse por todo el cuerpo.
Ojos Insondables, acérrimos, y llenos de una soberbia amenazante... Era justo la misma mirada que Helen vio cuando Kérian fue sometido a la pilastra del alma.
—Oye, ¿te pasa algo? —preguntó Kérian levantándose de la cama—. Te ves pálida, Demíra, ¿acaso enfermaste, hija de Booru y Viant?
Demíra vacilaba, ya que era imposible que Kérian supiera el nombre de sus progenitores. Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe, entrando por ella el maestro Román.
—Tardé en encontrarte, Helen, porque no sabía que estabas aquí.
Al decir eso, el maestro se acercó hasta Kérian, pasando en medio de Demíra, Elyas y Helen con total tranquilidad. Con la misma tranquilidad con la que un hombre camina en su propia casa. Tomó la silla al costado de la maestra y, como si se tratara de un mayordomo o un escultor, colocó la silla con elegancia delante de Kérian y se sentó en ella con la espalda erguida; levantando ligeramente la barbilla, haciendo que la cabeza se inclinase un poco hacia atrás mientras observaba. El maestro Román tocó el rostro de Kérian, lo zarandeó levemente y añadió:
—Pero... —murmuró el gran mentor—... al parecer aún tengo tiempo.
Román sacó un collar de opacos eslabones de plata, los cuales eran rodeados por finos hilos dorados. En esta distintiva cadena colgaba una pequeña esfera oscura.
Pese a su tono, esta esfera sobresalía del ambiente en el que se encontrara, ya que dicho artefacto tenía la cualidad de absorber la saturación de los colores y la iluminación del espacio a su alrededor, sin importar el punto en el que estuviese.
El maestro colocó el peculiar collar al rededor del cuello de Kérian, y tras pasar tres segundos, las piernas del muchacho perdieron toda fuerza, haciendo que el chico se precipitara contra el piso. Para su fortuna el maestro Román lo sostuvo, pues tenía conocimiento de que eso en particular sucedería. Aunque, en el momento en el que el collar colgó de Kérian, esas cualidades visuales tan notorias se disiparon, como si al entrar en contacto con el chico provocara cierto balance entre los dos.
—Maestro, ¿así de serio es? —preguntó Helen; revelando en sus palabras que sabía más o menos lo que sucedía.
—Tenía una corazonada, te lo dije —contestó el maestro Román—. Por un momento pensé que esto estaba en Ménestor, pero por suerte estaba en Beranir —añadió mientras acomodaba a Kérian en la cama.
El chico se hallaba consciente, pero aturdido. Lentamente, su cuerpo se relajaba, tanto que el joven cerró los ojos por un instante. Cuando los abrió, miró a todos como si esa hubiera sido la primera vez tras un largo tiempo.
—¿Qué es eso exactamente? —preguntó Elyas refiriéndose al collar.
El maestro Román se levantó, arreglando cualquier imperfección en su vestimenta. La maestra Helen que miraba al chico respondió:
—La espada de Vhíndar está hecha del mismo material, ¿cierto? —repuso la maestra—. A decir verdad, tengo mis dudas... pero esta también es mi primera vez en verlo —y agregó—: se dice que las armas de Aetos también lo están, ¿eso es verdad?
—Lo siento, pero me temo que no podré responder tus preguntas esta vez —contestó Román—. Los mayores misterios detrás de este tipo de cosas, que están por ahí escondidas en el mundo, parten de rumores. Aunque debe de haber alguien que sepa la verdad. Lo que importa ahora es que, eso lo mantendrá a raya —repuso Román quitándose los lentes para frotar sus ojos.
Inmediatamente se dirigió a Helen y añadió:
—Se debió al pilar del alma —dijo como si respondiera una pregunta que nadie hizo, pero que todos pensaban—. Demíra tenía razón, no debimos hacerlo.
Hubo silencio nuevamente.
El maestro Román con las manos juntas analizaba a Kérian; sobre todo su apariencia. Sus cuerdas bocales vibraban; una típica señal de alguien que llevaba rato evaluando algo, pensando. Luego de unos segundos, el Adalid chasqueó sus dedos y se aproximó al lado del muchacho. Román levantó el mentón de Kérian, tomó el collar con dos dedos y pronunció suavemente unas palabras. Palabras que tenían la misma carga de autoridad que aquella que escuchó en el recinto de los maestros, «Aice, Zoren», y con ello aplacó el mal que crecía desde el fondo de su ser.
—El aspecto del fuego y el rayo comparten la misma maldición impuesta por sus elementos —explicó Román—. Su portador se enfrentará a sí mismo con el propósito de vencer su parte maligna. La maldición impuesta fue diseñada así porque, si un humano deseaba obtener el gran poder que un aspecto puede ofrecer, primero deberá aprender a dominarse a sí mismo, de lo contrario... el castigo por no superar la prueba de los elementos será, irremediablemente, ser controlado por el poder mismo... Y si eres admiradora de la historia, sabes que el poder es embriagador —repuso reflexivo—. Y eso siempre conduce a la destrucción.
—Pero ¿por qué es así? —preguntó Elyas.
—Ahora entiendo —comentó Helen con los brazos cruzados y la mirada apuntando hacia el suelo—. Tiene que desvelar la finalidad de su esencia... como lo hizo Aetos.
—Precisamente —respondió Román, y dirigiendo su atención hacia Elyas añadió—. No basta solamente con haber tenido la suerte de obtener una conexión con un elemento. Por así decirlo, debes ganarte el derecho para que el usuario, o sea Kérian, y el elemento se compaginen perfectamente; volviéndose un solo ser. Pero... —agregó Román.
—Pero ¿qué cosa? —instó Demíra.
—Pero esta eventualidad surge naturalmente durante el progreso del usuario para con el Táifem. Como si el aspecto y el usuario tuviesen que fortalecer el vínculo que ya tienen. En términos más simples, digamos que al principio solo son "conocidos", pero, con el tiempo el objetivo es fortalecer tanto ese vínculo, para que al final se conviertan en mejores amigos... Eso es lo que Kérian debe lograr por sí mismo. —El maestro Román dio un largo suspiro antes de seguir—. Lo malo, es que me temo que aceleramos ese proceso al someterlo al pilar. Y si antes no estaba preparado para lo que le tocará afrontar, ahora...
—En resumidas cuentas, las cosas se pusieron más complicadas, ¿no es así? —dijo Elyas mientras Demíra se frotaba la frente.
—Me da la impresión de que sí —murmuró Román—. Así están las cosas.
El maestro se acercó al chico de nuevo y chasqueó los dedos delante de sus ojos para que despabile.
—Oye, muchacho. —Román chasqueó los dedos una vez más—. ¿Todo bien?
—Me parece que sí. ¿No? —dijo Kérian con voz rasposa— Pero tengo mucha sed.
—Por casualidad, ¿sabes en dónde estuviste todo este tiempo? —preguntó Helen directamente a Kérian mientras vertía agua en una taza que había sobre la mesa.
—No estoy seguro —contestó el chico—. Ni siquiera sabía en donde estaba la verdad, pero, creo que vi a alguien y, después... —recordaba—, estaba cayendo en algo que parecía no tener fin. Luego no sé qué pasó, parece que también me dormí en ese sueño—añadió Kérian con una risa nerviosa.
—Sabes, por las dudas, no te dejaré dormir por un buen tiempo, chico —dijo Elyas, aunque tampoco lo decía en serio—. Me parece que ya has descansado lo suficiente, ¿no te duelen los parpados?
—No, pero sí me duele un poco la espalda —respondió Kérian esbozando una sonrisa.
—Entonces será sencillo echarlos de aquí —mencionó Román—. Al muchacho no le vendría nada mal estirar las piernas. Qué les parece si salen a dar una vuelta, todos juntos —agregó, y luego propuso a Helen—. Ve con ellos, llévalo a que se familiarice con lo que será su hogar.
Helen asintió, mientras que Elyas y Demíra parecían estar más tranquilos al entender que, desde ahora en adelante, Kérian permanecería cerca de los maestros de rango superior, o, como realmente se llaman, según el título que cargan: Los Adalides de Inkál.
Pero, aunque ellos y el resto de los maestros de primer rango pretendían ser cuidadosos, creyendo en que podrían predecir el siguiente movimiento del enemigo a vencer, la verdad es que nunca imaginarían lo que tenían en mente, ni de lo que Khénya buscaba en este preciso instante. Por eso es por lo que en la ciudad de los protectores de Rázdergan, personas que fingían ser otras caminaban sin levantar sospecha alguna desde hacía meses; listos para actuar a la orden de una señal de humo y fuego.
El peligro acechaba desde cerca; dentro de Inkál. Pero, tal vez, un rayo de esperanza podría surgir nuevamente desde las frías montañas de Zelster; donde hace no muchos días se libró una batalla sangrienta, producto de un movimiento sorpresivo de los Mayers. Ya que, para la dicha de quienes aún son justos y buscan el bienestar, el viejo Airdo, con heridas con las que trataba de lidiar, se ocultaba en una cueva que encontró en algún momento de toda la contienda: Siendo él, Irvin y la Adalid Anaír los únicos sobrevivientes de Inkál.
Pero ¿cómo regresaría a su hogar, y cuánto le tomaría volver, sabiendo que el camino que le tocaría recorrer estaría lleno de peligros; de enemigos y de impostores que fingieron ser su familia durante largos años? Pues en estos momentos el viejo Airdo tenía conocimiento de cosas que nadie más sabía, y que podrían ser clave, puesto que se relaciona con una gran incógnita.
¿Quién los ha traicionado?
Mientras el curtido y veterano guerrero de los Inkális visualizaba la ruta de regreso, y maquinaba un plan para poner en marcha, en Inkál, la Adalid Helen, Demíra y Elyas daban un paseo junto a Kérian, el cual fue suministrado de nuevo ropaje. Una vestimenta que consistía en pantalones de color marrón, de tono achocolatado, oscuros, flexibles, resistentes, pegados al cuerpo, pero de tela gruesa, mientras que en sus pies llevaba unas botas de cuero del mismo color, al mejor estilo de la época medieval; altas, fuertes para cualquier terreno, aunque un tanto tediosas de ponérselas si se tenía prisa. La parte superior de su cuerpo la cubría una camiseta manga larga, tan gris como la ceniza y un poco más holgada para su comodidad, y sobre ella, aquel peculiar collar de perla oscura se balanceaba. Mientras que unos vestían con mayor elegancia y formalidad, se podría decir que el estilo de Kérian se adecuaba a la moda estándar de los jóvenes, o de aquellos que no tenían estrictamente un rango dentro de los Inkális.
—¿Entonces estará bajo tu tutela? —preguntó Elyas a Helen, mientras caminaban en medio de una concurrida plaza.
—Estará a mi cuidado —contestó la Adalid, y agregó—: y personalmente me aseguraré de que sea instruido en las artes y conocimientos Inkalítas. Además, seguramente habrás notado que estábamos planificando las áreas que cada Adalid iba a cubrir para él.
—Estará en buenas manos... eso me gusta —añadió Demíra mientras caminaba al lado de Kérian. Este último giraba la cabeza, alternando su mirada cada vez que alguien decía algo—. Y ¿podremos verlo? —preguntó la Zaéntil, para seguidamente reformular su pregunta—. Quiero decir... ¿Podrá ir a casa con nosotros?
Seguían dando pasos recorriendo las amplias calles de Inkál, mientras se dirigían a una zona menos aglomerada. Entonces, tras un breve momento, Helen contestó luego de suspirar.
—No te mentiré —dijo—. Me encantaría prometerte que sí. Que siempre irá al terminar el día, pero... —miró a Kérian un momento—. Me temo que no será así. Conoces el escenario en el que ahora se desarrollarán las cosas. Podría decirte que estamos contrarreloj —repuso Helen al detenerse en una esquina, mientras que los habitantes de esa ciudad seguían en lo propio—. Pero, poner las cosas así no sería tan... acertado. —Por un momento el rostro de Helen parecía decir casi un «lo siento»—. Ni siquiera tenemos idea del tiempo que nos queda.
Hubo silencio... Relativo silencio; pues el ruido de los pasos y el balbuceo alrededor seguían su curso. Demíra parecía cabizbaja, y por un instante daba la impresión de que iba a añadir algo, pero, alguien se le adelantó.
—No —se oyó la voz de Kérian decir en medio de los tres—. Si no puedo estar con ellos como se debe, entonces no haré nada por ustedes.
Demíra no pudo evitar dar una muy pequeña sonrisa, una que se formó apenas en la comisura de sus labios. Pero, ese gesto en su rostro parecía estar impregnada de la esencia de la tristeza; como cuando se mira algo que te trae un recuerdo del pasado que uno quisiera cambiar a toda costa. Eso lo notó la persona que mejor la conocía; su amigo y esposo: Elyas.
—Chico —dijo Elyas tras volver en sí, luego de percibir "eso" en Demíra—. Si lo haces por nosotros, es muy lindo de tu parte, en serio te lo digo, pero... no es necesario —repuso, y luego explicó—. No nos gustaría que te sintieras presionado. Podremos sobrellevarlo cada que estemos cerca.
—No, me prometí que haría las cosas distintas, y no volver a ser tan... dejado —contestó Kérian, pero quiso buscar otra palabra para darse a entender mejor—. Quiero decir, sumiso, sí, eso. Bueno, algo como eso.
—No, Kérian —habló Demíra finalmente— Él tiene razón, lo mejor para todos es que puedas quedarte el mayor tiempo posible y aprender todo lo que puedas. Yo sé que puedes sentirte en deuda, pero... —Demíra hablaba con cierto pesimismo y desgana en su tono, pero al mismo tiempo era como si tratara de aparentar lo contrario, cuando en realidad, lo único que provocaba ese contraste en su voz era que se acentuara todavía más su sentir.
—No creo que cambie de opinión, lo presiento —dijo Helen tras unos segundos—. Y entiendo lo que el chico quiere decir también... está cansado de eso. —Helen llevó su mano hacia el interior de su ropaje, sacando de allí un cuaderno que a Kérian se le hacía entrañablemente familiar. Para el chico, al ver su diario era como si un suspiro de hace tiempo volviera a él; era como una pieza de rompecabezas que se había perdido... Y todo ese sentimiento se reflejaron en esos enigmáticos ojos de azul índigo—. Te entiendo muy bien.
La maestra sostuvo uno de los tesoros de Kérian por un instante, como si se fijara en las marcas que este tenía, para luego mirar el rostro del muchacho, en el que dos cicatrices sobre su piel resaltaban.
—Ten, esto es tuyo —dijo la maestra extendiendo el brazo—. Deberías seguir escribiendo —sugirió.
Kérian lo tomó sin agregar nada, ya que por su expresión no era necesario.
—En cuanto a tu petición —retomó la palabra la Adalid—. Si seré tu maestra, una responsabilidad que tengo es entender lo que es mejor para mi estudiante; no solo para tu cuerpo o tu mente; sino también para tu corazón. Además, puedo reconocer que ellos dos —dijo mirando a Elyas y a su amiga Demíra—, que han corrido un gran riesgo al hacer lo que hicieron, pero que para nuestra dicha fue una buena apuesta... Así que podremos llegar a algún acuerdo para replantear la proyección de los asuntos que están sobre la mesa. El resto de los maestros lo entenderán si saco el tiempo para explicarles, así que confíen —aclaró, pero luego agregó rápidamente—: Bueno, a excepción de Zoren; él siempre se irrita por cualquier cosa.
—Muchas gracias, Helen —se oyó a Demíra decir con alivio en su voz, mientras daba un tímido toque con su mano por encima del codo de la maestra —. Nosotros también podemos ayudar si nos incluyen.
—Eso es verdad, porque mientras esté con nosotros también podremos enseñarle lo que ustedes nos pidan —repuso Elyas a un lado de su esposa.
—Bien, ya que parecen estar tan dispuestos, entonces los pondré al tanto de algunas cosas —dijo Helen—. Pero antes, Kérian —repuso dirigiéndose al chico—. Si te parece bien, puedes ir a darte una vuelta por ahí. No por nada nos detuvimos aquí, porque si sigues este camino —añadió la maestra mientras señalaba con su mano una dirección; justo al doblar en la esquina—. Allá hay una plaza todavía más grande, con árboles y un lago.
Kérian parecía estar cómodo con lo que Helen sugirió, pues su deseo había sido tomado en cuenta, aunque, por otro lado, no podía negar que sí quería caminar por los alrededores, ya que le interesaba mucho ver ese mítico lugar. Mientras se alejaba en la dirección que la Adalid le indicó, Demíra no lo perdía de vista hasta que no pudo verlo más; hasta que desapareció entre la multitud.
Minutos después, Kérian se hallaba en el centro de dicha zona que, no solo a su alrededor, sino también en el centro y áreas circundantes, estaba repleta de manera ordenada por arbustos, uno que otro árbol de raíces que sobresalían entre los adoquines de la plaza; de ramas alargadas, bajas y serpenteantes que mantenían en sombra buena parte del camino principal. Árboles en donde también los niños jugaban a trepar.
Todo el sitio estaba sumergido por un aroma que evocaba paz y un amor maternal; proveniente de una cantidad asombrosa de petunias, lavanda, y las llamadas como lobularia marítima que estaban esparcidas.
Mientras paseaba, Kérian miró a lo lejos un árbol que se mantenía solo y que era mecido por la brisa, por lo que decidió dirigirse a él. En el trayecto, el chico tenía en sus manos su cuaderno. En el trayecto, no faltó uno que otro, niño o adulto, que miraba de reojo las cicatrices en su rostro; de alguien que no era de por ahí. Kérian no le dio mucha importancia a ese detalle. La verdad es que su mente estaba ocupada con muchas de las cosas que vio y oyó; al menos en los momentos en los que era consciente y no alguien postrado en una cama.
Finalmente, llegó hasta el árbol sintiéndose... extraño. Para él, era casi un mal chiste lo que un árbol podía significar, sobre todo por lo ocurrido recientemente. Así que, parándose a un lado; por fin, hallando un lugar un poco más distante de las risas y el amigable ambiente que lo rodeaba, mientras tenía su vista fija en el cielo, y con una mano apoyada sobre la corteza; cerró los ojos un instante; respiró profundamente y dejó salir una lágrima. Pero esta era una lágrima de dicha y regocijo... Solamente una lágrima.
Respiró profundamente, luego pasó el pulgar sobre el rastro que una gota dejó al surcar su mejilla, volteó a mirar su cuaderno un momento y, en ese instante, unos pasos que pisaban las hojas secas se oyeron muy cerca de él, a su espalda. Entonces, con disimulo, giró levemente y notó que se trataba de una joven que parecía tener una edad similar a la de él. Esta joven iba con un vestido hasta las rodillas y que la cubría hasta sus muñecas, de tonos rosas y celestes, nada llamativo y ligero de llevar.
Primero no le dio mucha importancia, ya que creía que pasaría de largo, pero, al darse cuenta de que esos pasos se detuvieron a menos de tres metros, giró nuevamente. Kérian en un principio no había notado que ella llevaba un lindo sombrero blanco.
—Hola —dijo esta joven desconocida para Kérian—. Perdón que te lo diga así, pero, no pareces ser de por aquí, ¿verdad?
Kérian miró con atención su rostro, en especial sus ojos, ya que pensó que era la mirada más intensa que había visto alguna vez en alguien, sin la necesidad de estar consumida por la ira o embriagada por el amor... Sus ojos eran así naturalmente.
—Es cierto —contestó—. No soy de por aquí. ¿Se nota mucho?
—Algo. Entonces, ¿de dónde vienes? —preguntó ella descansando su mano sobre la corteza del árbol, justo como Kérian—. Digo, si no es problema para ti.
—Este... —expuso Kérian mientras intentaba hallar una manera sencilla de decirlo—. No sé cómo explicarlo, pero vengo de muy afuera —se limitó a decir.
—¿Muy muy afuera? —repuso ella girando su cabeza con ligereza, dejando caer su cabello a un lado mientras miraba fijamente los ojos azulados de Kérian.
—Mucho, de hecho —contestó el chico después de aclarar su garganta—. ¿Y tú eres de aquí? —preguntó de vuelta, aunque luego creyó que era una pregunta tonta, ya que seguramente la respuesta iba a ser un sí.
—No —dijo ella—. Yo también soy de afuera. Soy de Zelster, ¿has ido alguna vez?
—Mira, debo ser sincero contigo —contestó Kérian mientras apartaba su mano de la corteza para rascarse la cabeza—. Yo no conozco ningún lugar de... ¿Este país?
—Ah, entiendo —repuso la joven con un deje de pena—. Quieres decir que... vienes del mundo en donde solo hay personas. Bueno, así es como le digo yo.
—Sí, de ese, es que no sabía cómo decirlo —explicó—. No sé qué tan normal es eso por aquí.
—¿Sobre de qué alguien de tan afuera llegue a Rázdergan? ¿Eso? —preguntó ella, a lo que Kérian contestó afirmativamente moviendo la cabeza—. Por lo que sé, no... No es muy común que eso suceda —añadió mientras sujetaba su sombrero cuando pasaba al lado de Kérian, pero siempre con la vista puesta en él—. Creo que eres el primero en venir en una década, o más.
—¿De verdad? —preguntó Kérian girando. En lo que volteó, por algún motivo se quedó observando el cabello de esta joven, y luego, detrás de todo ese pelo oscuro, sus ojos cayeron nuevamente en los de ella, que había volteado.
—Sí, en serio —dijo ella dando unos pasos más adelante, dejando solo su espalda a la vista de Kérian—. Es que los Inkális son quisquillosos y muy desconfiados, además de que pueden ser muy crueles. ¿Sabías que mantuvieron a una niña encarcelada, solo por ser la hija de alguien que miraban como el enemigo?
Kérian no dijo nada, obviamente; él no podía saber prácticamente nada de los acontecimientos dados en Rázdergan. Por lo que la joven prosiguió.
—Claro que no puedes saberlo, y si lo supieras, no sabrías la verdad entonces.
—¿Y cuál es la verdad? —preguntó Kérian sin saber qué contestar a todo aquello.
—¿La verdad? —suspiró ella—. La verdad... —repitió una vez más—. La verdad es que ya no hay remedio.
Hubo silencio luego de que ella dijera eso último. La chica se mantenía dándole la espalda a Kérian, mientras que miraba el cielo azul. Entonces, Kérian decidió dar unos pasos y acercarse a ella, solamente un poco.
—Yo... —comenzó a decir él, pero ella interrumpió.
—La otra noche hubo una gran explosión, tú estabas ahí, ¿verdad? —preguntó.
—¿Cómo lo sabes? —alcanzó a decir Kérian levantando una de sus cejas, extrañado.
—Entonces sí eres tú —dijo ella—. Lo cierto es que solo quería conocerte un poco primero, antes de decirte algo.
—¿Y qué quieres decirme? —se limitó a contestar él, mientras sujetaba el collar en su pecho con una de sus manos.
—Solo quería que sepas que, al verte, también me veo. Porque me haces recordar lo inocente que fui —repuso la joven.
Kérian no dijo nada, y el silencio que dejó, fue apartado nuevamente por la chica enfrente.
—Por eso, es por lo que no te mataré aquí y ahora, Kérian. —espetó ella dando la vuelta, con la definición de la determinación reflejada en esos ojos del color del fuego, fulgurantes y hermosos—. Y Aunque sé que seremos enemigos más adelante, eso no me provoca querer acabar contigo cuanto antes. Porque si hay algo que mi madre me enseñó, es el verdadero significado del honor que un guerrero lleva en su espíritu. Por eso, te daré tres opciones para tu bienestar, Kérian —replicó ella, acercándose a él, que la miraba con cierto temor y desconcierto—. La primera es que te apartes del camino, y yo respetaré eso y te dejaré vivir en paz. La segunda es que te unas a mí y me ayudes.
El viento sopló con más fuerza en ese instante, lo suficiente para apartar las hojas caídas a su alrededor y que el frío que traía la brisa consigo abrazase a ellos dos.
—Eres tú —dijo Kérian—. Eres la razón por la que están tan intranquilos. ¿Tú quién eres? —preguntó tras una pausa.
—Yo soy Khénya —contestó ella, y al momento de que Khénya pronunciara su nombre, Kérian no pudo evitar dar unos pasos hacia atrás, tragando saliva—. Por lo visto ya me conocías.
—No —repuso Kérian mientras miraba la tierra entre las raíces—. Nunca supe quien eras ni lo que habías hecho, pero puedo escuchar lo que dicen los demás.
—Dices que están intranquilos, pero —expuso Khénya tras esperar unos segundos—. Están así porque me temen, ¿sabes? Y podrían temerte a ti también, pero eso depende si tomas la decisión correcta.
Kérian giró y se apartó solo un poco, miraba a un lado y luego al suelo, después miraba al otro lado, pero hacia arriba. Claramente, lucía como si lo meditara, pero, tras un momento así, en el que no decía nada y Khénya aguardaba curiosa, fue cuando Kérian dio una respuesta al fin.
—La decisión correcta... —dijo mirando a la chica mientras el impulso de apretar sus manos volviéndolas un puño se concretó. Entonces, volteando para mirar esos ojos llameantes, terminó de responder—. La decisión correcta es que desistas.
Khénya solo se quedó mirando, pero en su rostro no se reflejaba desconcierto ni asombro, tampoco disgusto o decepción... No había nada de eso en su mirada.
—Las opciones que te di nacieron por lo que aprendí de mi madre —contestó ella—. Pero no, desgraciadamente no sirvió de nada hablar. Así que te daré una tercera opción, con la diferencia de que esta nace de lo que aprendí de los Inkális... Y es hacer que pases por un infierno.
Nadie dijo nada más, solo se quedaron observando el uno al otro, como si solo estuvieran ellos dos en ese lugar y en ese momento; como si ese instante hubiera estado destinado a pasar. Kérian sentía que su corazón latía con fuerza, como si el miedo y la valentía se enfrascaran en una pelea interna; una sensación similar a la de cuando tomó la decisión de intentar enfrentar a Phill, tiempo atrás.
—No lo haré ahora, ni pronto, pero te prometo que será algún día —dijo Khénya mientras caminaba y pasaba a un lado de Kérian—. Aun así, nos volveremos a ver antes de que eso suceda, te lo prometo; solo quiero dar la oportunidad de que pase el tiempo y mires todo como realmente es. Así, al menos podré estar tranquila de que tienes las cosas claras. Te lo advierto, piensa bien, porque si te pones en mi contra, al final, aquellos que amas van a terminar mal— dijo, y añadió con una ira que trataba de mantener bajo control—: Sin misericordia para ti... como lo fue para mí.
Khénya, a pesar de ser solo una jovencita, era una mujer con una determinación poderosa y de mucha presencia cuando hablaba, pues había madurado en el tiempo que pasó encarcelada. Tuvo muchísimo tiempo para pensar las cosas una, dos, tres y después tres veces más todo lo que haría al salir, porque nunca había perdido la esperanza de salir de aquella cueva, y esa esperanza fue el combustible que alimentó el motor de la venganza que rugía dentro de ella; justo en el centro de su alma, y que sus ojos mostraban.
Khénya se alejaba de Kérian, paso tras paso. Pero, se detuvo un momento para decir algo más.
—Te aconsejo que no le digas a nadie de esta charla, a menos de que quieras adelantar una tragedia —dijo mientras se quitaba el sombrero—. Tampoco te fíes de cualquiera. —Dejó caer el sombrero a un lado de ella—. Después de todo, ¿no te has preguntado cómo es que llegué hasta a ti, y encima con tanta facilidad?
Ese fue el último mensaje de Khénya para Kérian antes de seguir caminando. Ahora él era el que miraba como se alejaba hasta que su imagen desaparecía entre el gentío.
Unas palabras que le dejaron un mal sabor de boca y una espina que se volvería molesta en su mente. Se quedó de pie junto a ese árbol, en blanco tras aquello, con su mano agarrando el collar que llevaba sobre su pecho y con el temor de que la historia se repitiese... De revivir una pesadilla nuevamente.
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