Capítulo 10: No más.


Minutos transcurrieron desde que Helen había dejado solo a Kérian. A esas horas pocas personas recorrían las salas y los pasillos del interior de la gran pirámide. Pese a ello, sí había mayor movimiento afuera, en las calles y en las zonas verdes que rodeaban la estructura.

Kérian sobre su cama permanecía en su letargo. Pero, Irvin, en cambio, sus párpados empezaban a moverse con esfuerzo, hasta que sus ojos se abrieron. No intentó levantarse, pues sabía perfectamente donde se encontraba. Lo que sí hizo fue apreciar con calma los daños en su cuerpo.

Tenía su mano derecha dentro de una especie de bolsa con un líquido viscoso y sumamente frío; recordando que en medio de la batalla en Zelster; esa misma mano había recibido graves quemaduras luego de una gran explosión.

—Perfecto... Genial... —murmuró para sí, sabiendo que de ahora en adelante tendría cuatro dedos en una mano.

Su cabeza, y parte de la cara, estaban envueltas por vendas, por lo que de momento solo podía emplear uno de sus ojos para ver. De una de sus piernas, que yacía enyesada, provenía un dolor agudo y penetrante, específicamente en la zona de la rodilla. Pero, antes de seguir escudriñando sus lesiones, la puerta de la alargada habitación se abrió, entrando alguien.

Irvin supo que ese alguien, por cómo iba vestido, era un médico, o eso parecía ser. Así que permaneció en silencio y esperó a que se acercara para hablar y preguntarle cuánto faltaba para que pudiera andar por las calles de nuevo.

Una vez dentro, el médico se detuvo en la puerta que aun sujetando la perilla con su mano. Desde ese punto miró toda la estancia; inspeccionando cuidadosamente cada rincón. Luego caminó hasta la cama de Kérian y revisó el nombre puesto en el respaldar de esta.

Irvin notó que el médico no llevaba nada en sus manos, algo que no solía pasar, pero que tampoco era algo extraño. No obstante, le pareció curioso la forma en la que se detuvo y miró todo desde la puerta; como si aquel lugar fuera nuevo para él. Mientras que ese doctor verificaba los datos de la cama de Kérian, Irvin se percató que ese sujeto negaba con la cabeza. Fue en ese instante cuando comenzó a tener un mal presentimiento.

Irvin pensaba tantas cosas en ese momento, aunque, por otro lado, creía que, solo tal vez, estaba siendo muy paranoico. En su mente se decía, «aún estoy en shock». Por lo que se relajó y puso su vista en el techo, suspiró como diciendo «cálmate, no pasa nada». Pero, cuando quitó su vista del techo y miró nuevamente al individuo, este ya tenía sus ojos fijos en él, aun de pie al lado de Kérian.

Irvin no apartó sus ojos de él, y el doctor tampoco lo hizo. Mantuvieron el contacto visual por segundos que parecieron eternos, hasta que el momento se volvió incómodo. Pero, luego de un rato así, los labios de esa tercera persona allí dibujaron una pequeña y maliciosa sonrisa.

Irvin contuvo la respiración en el instante en el que el "médico" se acercaba a él, sacando un cuchillo de casi veinte pulgadas; nada parecido a los utensilios que un galeno llevaría consigo.

Mientras tanto, en la recámara de Elyas, Helen se hallaba sentada en la silla junto a aquella mesa repleta de libros. La conversación estaba cerca de finalizar.

—Entonces, ¿qué opinas, Elyas? —preguntaba Helen.

El Orfwin, que ya tenía puesta una prenda manga larga negra sobre su torso, sentado sobre su cama, sacudía la cabeza de lado a lado.

—No lo sé, de ser ciertas tus sospechas hacia ella... —Elyas se rascó una de sus mejillas—... No puedo llegar a una conjetura concreta. No entiendo cuál podría ser su razón, de ser el caso, por supuesto.

—Elyas —habló Helen con calma—. ¿En serio crees que ella dejaría todo a simple vista? —explicó Helen—. No es quien es por nada. Así como yo, tú también tienes mucho tiempo de conocerla.

—Aun así... —repuso Elyas con fastidio mientras se frotaba la nuca—. No quiero meterme en problemas, ni ocasionarlos. Al menos no esta vez —declaró—. Ya hemos corrido muchos riesgos durante estos últimos años solo para traer al chico. Y creo que al final la razón la tuvimos nosotros... O, en realidad Vhínd.

—Bueno, de todas formas, ahora lo sabes —dijo Helen poniéndose en pie—. Piénsalo a solas esta noche, ya sabes dónde estoy si cambias de opinión.

Elyas lucía afligido mientras Helen se dirigía a la puerta. Fue ahí cuando él le lanzó una pregunta.

—Y... ¿Te sirvió de algo? —dijo Elyas sin mirar a la maestra.

Helen, con la mano en la manija, se detuvo un instante. Volteó y llevó una de sus manos al interior de su ropaje.

—Más de lo que crees, te lo aseguro —repuso ella con el cuaderno de Kérian en mano—. Hallé cosas interesantes... Aunque hay demasiada frustración aquí —añadió sacudiendo el maltratado cuaderno de tapa roja—. Hay algo que me preocupa. ¿No es extraño que todo esto suceda al mismo tiempo?

Elyas estaba por abrir la boca una vez más, pero un potente estruendo llegó hasta ellos, acaparando la atención de ambos y de todo aquel que estuviera a doscientos metros a la redonda.

Iban camino a donde Kérian se encontraba, ya que los dos de inmediato sospecharon que no pudo haber sido en otro lugar. Cuando estuvieron cerca notaron que por debajo de la puerta las luces parpadeaban, para luego escuchar apenas un quejido.

Ipso-facto, Elyas abrió la puerta, Helen desenvainó su espada, y ambos entraron para mirar perplejos el escenario.

El Orfwin puso sus ojos principalmente en el suelo, ya que Kérian se hallaba tirado allí en medio de las hileras de camas. Helen, en cambio, fue más allá con su mirada, colocándola hasta el final de la alargada habitación.

Una ventana y un buen trozo de una pared ya no estaban, pues en su lugar había un enorme agujero de casi dos metros de diámetro. Y al pie de ese agujero, alguien más estaba en el suelo, sentado y rodeado por escombros.

Este individuo se quejaba incesantemente mientras sujetaba uno de sus hombros. Helen vio que en el suelo había mucha sangre, pero no era de Kérian, o inclusive Irvin. Entonces, fue cuando la Adalid se dio cuenta de que el hombre sentado debajo de aquel agujero no tenía uno de sus brazos.

—Santo cielo —exclamó Elyas con preocupación aproximándose hasta Kérian.

La mano izquierda del chico, humeando, presentaba nuevas quemaduras, muy similares a las que obtuvo en el recinto de los altos maestros.

—Maldita sea, qué pasó aquí —añadió Elyas sosteniendo a Kérian en sus brazos. Luego volteó hacia Helen—. Debes ir por alguien, ¡ahora! —exigió.

Helen no se movía, de hecho, ni siquiera miraba a Elyas o a Kérian... Ni siquiera a Irvin, que lucía aterrado y pálido en su cama. Entonces, Elyas insistió.

—No es momento para quedarse paralizada, ¡me escuchas! —espetó.

—Sí, te escucho —respondió la maestra mientras que levantaba levemente su espada a un costado—, pero, tú no estás mirando.

Elyas entendió por qué Helen no se movía hasta que miró lo mismo que la gran maestra, que observaba a ese sujeto; que le faltaba uno de sus brazos mientras se ponía en pie con dificultad.

El desconocido jadeaba, pero parecía tener algo en mente. Así que, sin reparar mucho más, quiso saltar por el agujero a su espalda.

En el instante en el que le dio la espalda a Helen, en el que puso la única mano que le quedaba en el borde de la abertura, y quiso intentar saltar, la espada de la maestra atravesó el muslo del intruso. El arma fue lanzada con tanta potencia que, no solo atravesó la pierna del hombre, sino que esta quedó incrustada en la pared; como si el metal de esa espada estuviera acostumbrada a cortar la mismísima roca.

—Alto ahí —dijo la Helen discretamente.

El hombre contenía sus gritos, pero estos parecían desbordarse de sus labios y sus dientes. Entre tanto, Kérian permanecía dormido en los brazos de Elyas, e Irvin, bueno... Él seguía siendo solo un espectador.

—¿Qué haces aquí? Contesta, ahora —sentenció Helen dando pasos hacia el hostil—. ¿Quién te envió?

Esa persona, con una expresión de sufrimiento, pero a la vez furibunda y desafiante, contestó amenazante, pero no justamente lo que la maestra quería oír.

—Ustedes, —decía entrecortado—, creen que son los buenos y que nos protegen a todos, malditas basuras sin valor. —Escupió sangre al piso—. Que quién me envió —repitió—. Ni siquiera saben a quién tienen al lado... Ya es tarde para ustedes.

La Adalid Helen se detuvo a cinco pasos de ese hombre, mientras que este último llevaba su mano hasta el mango de la espada.

—¿Querían matarlo? —preguntó Helen.

—¿Matarlo? —contestó él tras sacar la espada de su pierna con fuerza—. Eso no nos hace falta.

—Sabes que no podrás matarme, aunque te esfuerces —repuso Helen mientras daba un paso más—. Eres hombre muerto después de todo.

—¿Acaso piensas que vine hasta aquí sin saber eso? No tienes la devoción suficiente para hacer lo mismo que yo —contestó—. Han estado mucho tiempo sentados aquí, escondidos detrás de sus muros. —Movía la espada como diciendo «no te acerques más».

—Sabemos que la hija de Érikas fue liberada, estaremos preparados para lo que venga —dijo la maestra con autoridad y seriedad; sin una pizca de miedo en su ser.

Aquella respuesta no amilanó al intruso, de hecho, este había vuelto a sonreír mientras negaba con la cabeza.

—No saben nada porque han olvidado. —Al decir esto, los ojos de este sujeto se tornaron completamente negros por un instante, y luego volvieron a la normalidad.

Algo en su expresión delataba el escalofrío recorrer por su cuerpo, pero, siguió sin decir algo más.

De pronto, el intruso lanzó la espada de Helen en su dirección, pero la maestra actuó rápido y lo esquivó. En un movimiento veloz se apartó lo suficiente como para que la espada pasara a su lado, diera un giro más en el aire, para así tomarla de la empuñadura; como si todos sus movimientos estuvieran calculados desde que se plantó justo en frente de aquel hombre.

Pero, cuando giro su cabeza y miró nuevamente al enemigo, este ya no estaba, pues había saltado. Helen negó con la cabeza cuando se acercó a la abertura y miró abajo. Rápidamente, varias personas que por ahí pasaban, y que ya habían sido alertadas por el fuerte estruendo, rodearon el cuerpo ensangrentado del intruso.

—Mierda —dijo la maestra luego de ver el cadáver sobre el césped.

Cuando la maestra volteó, miró a Irvin; que ahora sí podría decirse que de verdad estaba en shock.

—Tú, ¿qué fue lo que sucedió antes de que llegáramos? —preguntó Helen.

Irvin miraba el hueco por donde el tipo había saltado hacia su muerte.

—Oye tú, ¡recapacita! —ordenó la maestra chasqueando sus dedos, obteniendo esta vez su expectación.

En el único ojo que Irvin tenía a la vista, con total claridad se podía atisbar una sola cosa... El terror.

—Chico, te hice una pregunta —dijo Helen.

—Él... Fue él... Lo hizo él —contestó Irvin refiriéndose a Kérian—. De repente solo lo vi allí parado y.... luego. —Su ojo iba de lado a lado, nervioso—. Y luego dijo algo.

—Dime, ¿qué dijo? —preguntó Helen acercándose hasta Irvin. El chico sudaba.

—Dijo... —Irvin pensó un momento antes de contestar—... no más monstruos. Después... hubo mucha luz, ruido y... —Irvin ahora hablaba con más estabilidad—... luego cayó. —Intentaba recordar los detalles—. No sucedió nada más. No tengo ni idea qué fue lo que acabo de ver.

Elyas y la maestra se miraron luego de escuchar la breve explicación de lo ocurrido.

—Justo de lo que hablamos —dijo Helen al Orfwin.

Elyas apartó su mirada a un lado lentamente. En ese momento Kérian despertó tomando una gran y desesperada bocanada de aire. Sus ojos se abrieron delatando en ellos una mirada alterada y asustadiza. Elyas trataba de calmarlo.

—Kérian, tranquilo —dijo el Orfwin poniendo su mano en el pecho del chico—. Respira lentamente, con calma, eso es.

Kérian estabilizó su respiración y parte de su turbación se disipó.

—Que... ¿Qué pasó? —preguntó el chico reconociendo a Helen.

—Luego hablaremos de eso —contestó Elyas a su lado—. ¿Cómo te sientes?

—No me duele nada —añadió Kérian palpándose el pecho, el rostro y los brazos—. Ay, no... ¿Cuánto tiempo estuve dormido esta vez?

—Solo diré que superaste tu récord, muchacho —contestó Elyas luego de botar aire por la boca, luego preguntó—: ¿No recuerdas nada de lo que pasó?

—Sí, un poco —respondió Kérian tras sentarse por su cuenta en el piso— Estábamos en aquel lugar con... Ella —agregó señalando a Helen—, y aquel extraño pilar y...

—Espera, espera, espera —dijo Elyas interrumpiendo—. ¿Ese es tu último recuerdo? O sea, no sabes nada de lo que sucedió hace un rato. Hace casi nada.

—Eh... ¿Qué cosa? —repuso Kérian inseguro—. Pero por qué estoy en el suelo y vestido de...

Kérian miró el agujero en la pared, al chico en la otra cama que lo observaba.

Justo en ese instante iba a preguntar algo más, pero vio aquel montón de sangre en el piso, y eso le trajo un doloroso recuerdo; uno que había sido marcado por la sangre de una inocente; de un rayo de luz entre un mar de nubes grises. En ese mismo instante, Kérian llevó una de sus manos a un costado de su cabeza, sujetándosela, aquejado de un intenso dolor que se presentó sin explicación.

—¡Kérian! —exclamó Elyas agarrando al chico—. ¿Qué pasa?

—Mi cabeza —dijo Kérian en medio de un quejido—. Me duele mucho. —Encorvó su espalda—. No... —Apretaba los dientes—... No más monstruos.

—Ya, ya —dijo Elyas mientras intentaba calmarlo. Luego se dirigió a Helen —Maestra, lo llevaré a mi cuarto. Pronto esto se llenará de gente. Mejor evitemos algo peor.

—Sí, llévalo —ordenó Helen—. Yo me encargo de las explicaciones, solo vete y no le quites los ojos de encima.

Apenas dicho eso, Elyas levanto a Kérian y se lo llevó rápidamente a su recámara, mientras este último lanzaba clamores de dolor mezclados con ligeros matices de enojo. Helen quedó solamente en compañía de Irvin. Aprovechando el momento, la maestra le dijo al joven postrado en la cama:

—Haré que te lleven a mi recámara —repuso la maestra—. Tengo que hablar contigo después.

—Pero ya les dije todo —repuso él.

—No —corrigió Helen—. Hablo de Zelster. Quiero estar al tanto de algunos detalles.

—Sí —contestó Irvin—. Como usted diga, maestra.

—Bien —repuso Helen sin más.

La maestra fue a sentarse en una de las camas, dispuesta a esperar a quien llegara, pero entonces Irvin, sin poder evitarlo, preguntó:

—Maestra, qué es... ¿Quién es él? —Preguntó refiriéndose a Kérian.

Helen detuvo su andar para mirarlo de reojo. Suspiró y siguió caminando hasta llegar a la cama que Kérian había dejado vacía.

—Da igual si no te lo digo —dijo Helen—. De todas formas, lo sabrás. Verás... —repuso la maestra mientras tomaba asiento—. Todo indica que ese muchacho es como Khénya.

La expresión de Irvin se congeló entre el miedo, la preocupación y la sorpresa. Helen en su cabeza no paraba de darle vueltas a la conversación que sostuvo con Elyas en su pieza y lo que acababa de escuchar del intruso, ni tampoco de sus ojos que por un segundo fueron otros.

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