XXVII

VALS DE LA MUERTE

El eco del candado impactando contra el suelo todavía resonaba en mi cabeza cuando me deslicé fuera de la celda. Respen no tardó ni un segundo en seguirme, desconcertado.

—¿Cómo saldremos? —Le pregunté, caminando entre filas y filas de presos.

—Creía que tú tendrías un plan.

—Estamos jodidos, entonces.

Lo observé. Erguido, Respen Lightcrown era una cabeza más alto que yo, imponente y grácil. Sin embargo, el tiempo encerrado le había pasado factura, se veía delgado, pálido y enfermizo. Sus largas piernas se veían resistentes, sí, pero no creía que él fuera capaz de enfrentarse a ningún soldado en las condiciones en las que se encontraba. De hecho, pronto me di cuenta de que parecía un bebé aprendiendo a caminar de nuevo.

—No te atrevas a reírte —Me amenazó, divertido a la par que adolorido—, llevo mucho tiempo sin moverme en condiciones.

—Tranquilo, para nada me iba a reír. —Hice mi mayor esfuerzo por sonar seria, pero fracasé estrepitosamente cuando arqueó una ceja en mi dirección.

—Concéntrate o no saldremos de aquí vivos. —Me regañó.

—Está bien —Acepté, guiándolo—. Estamos en la parte inferior del castillo, tendremos que subir a la fuerza para escapar, aunque sea por una ventana.

—Vamos a morir.

—Si te comportas, puede hasta salir bien.

—En cuanto subamos, alguien nos interceptará, incluso el personal de palacio si no es un guardia.

—Se las verá con la Perversa, sea quien sea. —Amenacé, sin miedo.

—No puedes enfrentarte a un palacio entero —Sus orbes plateados representaban la preocupación y la angustia en su máxima expresión—, mucho menos a Vesstan.

Tragué mi orgullo porque sabía que tenía razón, ni con la ayuda de la Perversa podría compensar mi falta de entrenamiento.

—¿Tenemos otra alternativa?

—No —Apretó sus labios en una fina línea tensa, asumiendo lo que estaba por venir—. Sólo intenta no matar a nadie, sólo herir.

Parpadeé, mirándolo con incredulidad.

—¿Te han secuestrado los dioses saben cuánto tiempo y tú me pides que no mate a nadie? Deberías querer ver sus cabezas rodando a tus pies.

—Vesstan ha sido mi amigo. Mucho tiempo —Pareció ahogarse con una fuerza invisible—. Sus cortesanos y sirvientes no son los responsables de sus decisiones. No mates.

—No planeaba asesinar a nadie, de todos modos —Me sinceré para que se tranquilizara—, sólo me ha sorprendido tu petición.

La charla se acabó en cuanto dos soldados de Vesstan nos vieron aparecer. Estaban cuidando la puerta, aunque no los había visto cuando había llegado, seguramente, Vesstan les habría ordenado vigilar la entrada hacía un rato.

—¡Quietos! —Nos ordenó, pero yo blandí a la Perversa y empuñé el primer ataque.

Sus armaduras eran pesadas así como sus armas, por ello, se movían lentos. Esa fue mi ventaja, su punto débil. Con toda la agilidad que pude, esquivé una estocada y clavé mi espada en el muslo de uno, hiriéndolo, pero no se gravedad. El príncipe, al cual yo había indultado hace unos instantes pensado que estaba fuera de forma, le había asestado un puñetazo al otro guardia, mandándolo a dormir de un solo golpe.

—Recuérdame que no te haga enfadar nunca. —Murmuré, sorprendida.

—Anotado.

Abrí la puerta, lo habíamos logrado, estábamos fuera de las mazmorras.

Subimos los escalones de dos en dos, tratando de alcanzar la salida lo antes posible. Mis pulmones me agradecieron cuando ascendí y el olor pestilente se quedó atascado abajo, lejos de mí. El bullicio de la fiesta seguía en pie, lo cual nos facilitaba el escape, en teoría.

—Por ahí, está en salón real, a rebosar de invitados —Señalé a la derecha—, pero, por el otro lado, el palacio está vacío. Yo misma he paseado por ese lugar hace unas horas.

—Supongo que será más fácil si no hay nadie. —Le respondí con un simple asentimiento.

Tomamos el pasillo de la izquierda. Avanzamos en silencio, con el mayor sigilo posible, a pesar de la notoria ausencia de personal en este ala del palacio.

—Saldremos por la ventana. —Ordené.

—¿No será mejor pasar desapercibidos? —Replicó, contrariado.

—Respen, llevo el vestido roto —Tapé mi sujetador de encaje blanco como pude—, no hay nada de desapercibido en nosotros.

—Es que eres muy dramática —Bufó—, romper tu vestido porque claro, ¿para qué vamos a bajar la cremallera si podemos rajarlo cual trapo?

—Para ser un príncipe, eres muy contestón.

—Demasiado tiempo sin tener una conversación normal —Trató de bromear, pero pude percibir una oscura tristeza ondeando a su alrededor—. ¿Sabes? No era así al principio.

—¿Cómo? —Murmuré, confusa.

—Vesstan solía ser mi amigo y cuando..., me secuestró —Vocalizaba con dificultad—, no siempre estaba enjaulado. Algún tiempo, ni siquiera dormía en las mazmorras.

—¿Qué pasó, entonces? —Utilicé un tono suave, como si el príncipe a mí lado fuera una mercancía frágil.

—Los soldados de mi padre atacaron —Su rostro se tornó sombrío—, asaltaron el palacio para llevarme de vuelta. Vesstan no confiaba en dejarme libre por si me rescataban y por eso, me encerró. Solía venir a visitarme antes, pero dejó de hacerlo cuando comprendió que no quería hablar con él.

—Te secuestró por envidia, ¿verdad? —Recordé las historias que me había contado Rhys—, porque tu reino prosperó más que el suyo y en un arrebato, quiso dañar al rey Elyon Lightcrown de la máxima manera posible.

—Eso es lo que se cuenta, sí —Afirmó, apretando sus puños con rabia—; sin embargo, Vesstan siempre me decía que los motivos del secuestro no los podía rebelar hasta que no fuera el momento indicado. Quizás, era parte de sus constantes mentiras.

—Quizás. —Seguí, pensativa. ¿Qué se ocultaba bajo la verdadera naturaleza de Vesstan Dunkel?, ¿cuáles eran sus verdaderos objetivos?

—¿Qué te pasó con el hombre que te acompañaba? Al que le gritabas cuando te encerraron conmigo. Rhys era su nombre, si mal no recuerdo. —Cambió de tema, con un deje de curiosidad. Tragué el enorme nudo que amenazaba con formarse en la boca de mi estómago.

—Es complicado —La mera mención de su nombre provocaba un mar de sensaciones en mí, dolor, amor, pena...—. Cuando lo conocí, me vendió a Elyon Lightcrown para poder ganar sustento. Lo entendí y se lo perdoné, creyendo que realmente era bueno, que sólo estaba salvando su pellejo, pero ahora...

—¿No sabías que él y Vesstan eran primos, verdad?

—Jamás lo hubiera sospechado —Mordí mi labio para frenar las lágrimas que se acumulaban en mis lagrimales—. Yo lo quería, como una tonta ciega, se lo confesé, le abrí mi corazón para esto, para que me mintiera y manipulara a su gusto.

—No tienes la culpa. Es mejor que no te tortures —Su voz me acarició gentilmente en medio de la neblina—, no podías saberlo.

Cuando fui a rebatirle, dos sirvientas aparecieron en mi campo de visión, charlando animosamente entre ellas. Horrorizada, pensé a toda velocidad que podía hacer para evitar un confrontamiento directo. La solución llegó nítida a mi cabeza.

—Lo que voy a hacer no va a ser de tu agrado, príncipe. —Susurré un segundo antes de tirarme contra la pared y arrastrarlo conmigo.

Puse su mano entre mis pechos descubiertos por la rotura del vestido y lo atraje hacia mí, fingiendo que habíamos escapado aquí para tener más privacidad. Las sirvientes pasaron corriendo, avergonzadas a la par que aterradas cuando les dediqué una violenta mirada molesta, como si estuvieran interrumpiendo mi momento de pasión. Fue una suerte que no se fijaran en el rostro del joven príncipe o en la andrajosa ropa que portaba.

Cuando se perdieron por el pasillo, lo aparté suavemente de mí. Lucía atónito, pudoroso, con las mejillas ligeramente coloradas contrastando con la palidez de su rostro. Yo simplemente pasé del tema, no era mi primer beso y tampoco sería el último. Además, yo siempre había pensado que un simple beso sin sentimientos no era para tanto.

—Eres..., la persona más descarada que he conocido jamás. —Soltó una leve risa cuando salió de su estado de shock.

—Te he salvado el pellejo. —Le ladré, molesta.

—Varias veces ya hoy.

Al fondo del pasillo, divisé la ventana que sería nuestra salvación. Nos miramos durante una fracción de segundo para luego, salir corriendo al mismo tiempo. Agarré la cremona para abrirla cuando descubrí que estaba bloqueada. Que típico, pensé enfurruñada.

—No abre. —Informé. Él me apartó delicadamente y lo intentó por su propia cuenta, fracasando estrepitosamente al igual que yo.

—Mierda. —Bramó, frotándose la cara.

Esto era un problema grave, el tiempo jugaba en nuestra contra y ya nos habían visto varias sirvientas, sin contar que los guardias que dejamos inconscientes despertarían pronto y darían la voz de alarma. Cuando eso pasara, Respen y yo estaríamos perdidos si no habíamos abandonado el palacio ya.

Así que, con una determinación que ni yo sabía que poseía, agarré a la Perversa por la hoja y golpeé el cristal con el mango, haciéndolo añicos al instante. Por supuesto, el sonido se propagó del mismo modo que los pequeños fragmentos de cristal lo hicieron, dejando un corte en la mejilla de Respen. Se tocó, adolorido, pero no le di tiempo de pensar. Me impulsé fuera de la ventana y caí sobre el pasto del jardín rodando. Detrás de mí, Respen hizo lo mismo.

Pero no con la suficiente rapidez. Un corro de guardias venían hacia nosotros corriendo, a velocidades pasmosas. Tomé su mano y nos movimos en dirección contraria, hacia la izquierda.

—¿Sabes algún modo de escapar? —Alcé la voz sobre los gritos de los hombres del rey—, ¿un carruaje o algo del estilo?

Respen, jadeante, negó con la cabeza, tirando lis esperanzas por la borda. No duraríamos mucho contra los guardias, no lo suficiente.

—Doblando la esquina hay un establo —Gritó él —. Quizás ahí podemos robar un caballo.

Su plan me había devuelto la vida, las energías y el aliento. Había una posibilidad, una de entre un millón, pero la había, estaba latente en mi corazón. Aceleramos, haciendo zigzag entre los setos del jardín, destrozando el césped a nuestro paso. Oh, Vesstan Dunkel se encargará de rebanar mi cabeza personalmente cuando me encuentre, si es que lo hace.

Tal y como Respen había prometido, el establo apareció ante mí, claro como el agua. Pude divisar también un gran caballo blanco.

—Para tomarlo, hay que abrir la puerta —Objetó él, sin aliento—. Distráelos mientras yo la fuerzo.

No lo cuestioné ni por un segundo. Antes de entrar al establo, frené mi carrera y lo dejé entrar a él sólo, rezándole a los cuatro dioses para que el príncipe no me traicionara y me dejara aquí vendida. Blandí a la Perversa, sonriente cuando los hombres se me acercaron y como si de un vals se tratara, dejé que la espada guiara mis acompasados y gráciles movimientos.

Un corte, dos cortes, los guardias apuntaban directos a la yugular, estocadas que provocarían mi muerte instantánea mientras que yo apenas trataba de dañarles un brazo o una pierna. No duraría mucho sin llevarme un buen corte, si Respen no se daba prisa...

Entonces, rápido como el viento mismo, Respen emergió de la oscuridad, cabalgando sobre el caballo robado. Me hizo una señal y yo abandoné mi vals de la muerte para iniciar la gran escapada, a lomos del blanco corcel, lejos del palacio de las mentiras y las traiciones.

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