XXVI

TRAIDOR DOS VECES

Acompañada de un pitido ensordecedor taladrando mis oídos, pude ver mi vida pasar en cámara lenta.

Vesstan Dunkel nos había pillado con las manos en la masa, seguramente, nos habría seguido a Devdan y a mí. O simplemente, nuestra operación no era tan secreta como yo pensaba. Observé al rey oscuro y también a Rhys. Primo, así lo había llamado Vesstan. Toda la situación me hizo sentir tan tonta, tan ingenua. Yo creía conocer a Rhys cuando, en realidad, no sabía una mierda sobre su vida, sus secretos e intimidades. Era una completa ignorante y por si fuera poco, le había dicho que lo quería. ¡Pero que infantil era!

Me había quedado en trance, no podía hablar ni moverme, lo mismo pareció pasarle a los demás.

—Ahora no, Vesstan. —Gruñó Rhys. Ahora ya no se esforzaba en decir que no había que pronunciar su nombre bajo ningún concepto. Mentiroso, traidor.

Mis ojos dolidos se posaron sobre él y pude ver como Vesstan se divertía. No me importó, quería, no, necesitaba una explicación por parte de Rhys, lo que fuera, algo que le diera sentido y me permitiera excusarlo.

—¿Eso es lo que me has extrañado, primo? —Ronroneó él, sin rastro de dulzura o familiaridad— ¿Creías que podías entrar a mi castillo sin mi permiso y que yo no me enterara? Ingenuo.

—Vesstan, es la hora. —Pidió Rhys. Yo no entendía nada.

—La hora será cuando yo lo diga —Sus ojos llameaban iracundos. Entonces, centró su atención en mí—. Dale las gracias a tu vizcondesa Sarrieth, que no ha sabido reconocerme mientras husmeaba en mi propio palacio.

Mis mejillas se calentaron de vergüenza y asombro. Había sido tan estúpidamente ingenua que nos habían descubierto por mí.

—Déjala. —Duro, intransigente, Devdan se había interpuesto entre el rey oscuro y yo.

—¿Y tú eres...? Oh, no os puedo distinguir, sois como los humanos de parecidos —Mostró una sonrisa maliciosa—, pero no debes ser Kyrtaar, no. Él debe estar ocupado con su familia ahora, los mandé para allá.

Devdan hizo el amago de tirarse hacia él al tiempo que Rhys le sacaba los dientes, pero él los frenó a los dos con un simple gesto de manos.

—No creo que os convenga eso, mucho menos después de colaros en mi palacio.

—¿Qué es lo que quieres? —Le cuestionó Rhys, cansado.

—Lo primero, que no te lleves a mi prisionero sin siquiera avisar o pedirme permiso —Echó un vistazo breve a Respen sin mostrar mucho interés por su estado—. Lo segundo, aquí las cosas se hacen como yo digo y tú te estás saltando ese principio fundamental.

No vi cómo pasaron las cosas. Sólo sé que antes de que el rey oscuro terminara de hablar, la celda se había abierto y él me había empujado dentro, con una vil sonrisa bailando en su rostro. Aterricé prácticamente sobre Respen Lightcrown mientras oía como el cierre me dejaba aquí encerrada. Me levanté de un salto y pegué mi cara a los barrotes, agobiada de repente cuando tiré de la puerta y efectivamente, estaba encerrada.

—¡Rhys! —Grité, pero el ojiverde no reunió el valor suficiente para mirarme. Escupí al suelo con rabia.

—Tu amado no te puede ayudar —Señaló Vesstan, con aburrimiento fingido porque pude ver un chispazo de diversión brillando en el fondo de sus orbes—. Mañana estarás muerta así que no desgastes mucho esa preciosa garganta de mentirosa que tienes.

Y, entonces, me guiñó un ojo y se marcharon, me dejaron sola, tirada en ese suelo lleno de mugre y barro, rodeada de presos y delincuentes. Al menos, podía oír a Devdan chillando, sí, el resto de cazadores no tolerarían que yo muriera. Pero Rhys..., la mera mención de su nombre me hizo sollozar.

Saladas lágrimas decoraban mi desolado rostro cuando una mano grande se posó sobre mi hombro. No tuve que darme la vuelta para saber que se trataba de Respen Lightcrown.

—¿Cómo te llamas? —Su voz sonó grave y algo chirriante, como si llevara mucho sin hablar.

Antes de responderle, despegué mi rostro de los enrobinados barrotes de hierro y me senté. Él me imitó.

—Soy Kiara Hayes, aunque supongo que eso ya no importa, ¿no? Mañana ya no seré nadie. —Sequé con el dorso de mi mano un par de lágrimas traicioneras.

Él hizo silencio, pensativo. A pesar de la suciedad y el mugre, se veía imponente, pragmático, la verdadera figura de un futuro rey.

—Si te sirve —Murmuró al rato, sus orbes plateados, así como su cabello, destellando—, yo llevo aquí más tiempo del que puedo recordar. Tampoco mi nombre importa ya.

—Habíamos venido a rescatarlo, alteza.

—Lo sé y llámame Respen, por favor —Me regaló una media sonrisa que no le llegó a los ojos—. Muchos lo intentan, mi rescate, digo. Todos acaban en este lugar, el rey oscuro los encierra conmigo, y luego mueren al día siguiente. Eso los que consiguen entrar, los que no... —No quiso terminar la frase.

Pude ver el dolor que arrastraba su alma, la cantidad de muertes que había tenido que soportar haciendo mella en su espíritu.

—Lo siento. —Murmuré de repente.

—¿Por qué? —Lucía ligeramente sorprendido.

—Porque te merecías ser libre, así como me lo merecía yo. Y ninguno de los dos lo seremos.

La verdad pesó como un costal a nuestras espaldas. La libertad, tan ansiada, tan buscada y jamás encontrada.

—Confío en que, algún día, alguien será capaz de abrir esa celda sin que Vesstan Dunkel eche sus zarpas sobre él. —Su rostro llameó de ira cuando pronunció el nombre del rey oscuro.

—¿No le temes a pronunciar su nombre?

—¿Le temes tú?

—No —Admití—, ciertamente no. Es sólo un nombre.

—Exacto —Esta vez, su sonrisa fue verdadera, como si yo lo comprendiera todo—, al igual que él es sólo un hombre y algún día, será derrocado.

—Espero verlo, aunque sea como polvo y sombra.

Él no respondió a eso, no quiso admitir que en cuestión de horas, yo moriría y él se quedaría solo de nuevo en esta repugnante celda.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —Me dijo, realmente curioso— No te mueves como una cazadora, pero tampoco detecto naturaleza de bruja o hantex. Eres..., realmente compleja.

Me tomó por sorpresa su repentino estudio sobre mis orígenes, pero me recompuse al segundo.

—Era humana, vivía en Rhysterland cuando me topé con Rhys y él descubrió que tenía la visión —Omití algunos detalles innecesarios—. El rey, tu padre, me condenó a muerte por mi don, aunque ha sido más bien mi maldición.

—Lamento eso —La pena golpeó su rostro—, hasta en este agujero de mierda me han llegado oídas del maneje de Elyon Lightcrown en el trono. —La frialdad con la que hablaba de su padre me dejó sin aliento.

—Está matando a su pueblo de hambre.

—Lo sé, a mi pueblo —De nuevo, hizo acto de aparición esa ferviente ira que amenazaba con hacerlo todo explotar—. Está dejando mi corte en ruinas.

—Cuando sentenció mi muerte, le pedí que me diera más tiempo, que si te encontraba me perdonara la vida. Supongo que ya no tiene sentido, moriré a manos de una corte o de la otra.

—No es justo que sea así —Protestó—, si yo fuera rey...

—No te molestes —Lo corté, imprudentemente. Casi había olvidado que estaba hablando con un príncipe—. Perdón.

—Tranquila —Ocultó una risa—, me alegra que seas capaz de tratarme normal y no como a una divinidad.

—Nunca he sido muy fan de la monarquía. —Le dediqué una sonrisa ladina.

—Yo tampoco por personas como mi padre.

—¿Sabes? —Lo vacilé— Eres bastante majo para ser un príncipe.

—¿Para ser un príncipe? —Alzó sus cejas, divertido.

—Sí, ya sabes, el típico niño rico, mimado...

—¿A cuántos príncipes has conocido tú, señorita Kiara?

—A ti. —Respondí, socarrona.

—No son muchos para juzgar, entonces.

Cuando fui a rebatirle, un persistente pinchazo en mis sienes me hizo callar. Mis dolores de cabeza constantes me empezaban a preocupar, sobretodo porque después de ellos, venía una horrible visión de la mano.

—¿Estás bien? —Se acercó a mí, cuidadoso.

—Sí, tranquilo. —Pero el dolor sólo se intensificó más, obligándome a poner mis manos en mi zona adolorida.

—¿Kiara? —Me llamó él, pero mi oído ya no funcionaba como antes, así que sólo oí un eco.

Pude sentir como la visión de introducía en mi cabeza al tiempo que otro pinchazo me hacía retorcerme. Me sorprendió ver que no era yo muriendo, aunque siguiera siendo sobre mí.

—Kiara, escucha. —Me llamó una voz desconocida.

—¿Quién eres? —Le pregunté al vacío, asustada.

Entonces, volví a ver la celda en donde yo estaba tirada, con Respen Lightcrown sacudiendo mi cuerpo.

—Mi nombre ni importa por el momento. Tienes que salir de ahí. Ahora.

—Ya he intentado abrir la puerta, si pudiera, ya habría salido. —Me quejé.

—No tenemos mucho tiempo, date prisa —Murmuró ella, exigente—. Utiliza a las almas. Tú eres la dueña.

Mi vista se enfocó en contra de mi voluntad sobre mi cuerpo. La persona que me estaba mostrando la visión quería que yo buscara algo. Al fondo de mi ropa, brilló un libro y escondida en mi cintura, también un arma irradió luz. Sonreí victoriosa ante la información que me acababan de proporcionar.

—Huye lejos de aquí, lejos de Shianekdom. Vuelve a casa. —Su voz se fue desvaneciendo a medida que fue hablando.

Volví a la realidad sin previo aviso, antes de poder agradecerle al menos a la mujer que me había ayudado.

—¿Kiara? —Las callosas manos de Respen sostenían mi rostro, preocupado al extremo—, ¿qué ha pasado? Estabas... —Rebuscó en su interior la palabra correcta—, ida.

—Tengo visiones a menudo, pero eso no es importante ahora —Contuve las lágrimas de emoción—. Respen, sé cómo salir de aquí.

—¿Qué? —Apartó su vista de mí cuando rajé mi precioso vestido rosado, liberando mi libro y a la Perversa—. Wow, que rápido fue eso y sin invitar a café primero.

Le gruñí para que se concentrara y él mostró seriedad al segundo.

—Vesstan ha olvidado quitar mis posesiones antes de encerrarme —Sonreí, victoriosa—. En mi visión, he visto que teníamos la oportunidad de escapar.

—¿Esa es la Espada de la Perversión? —Su asombro no conocía límites—, ¿cómo es posible?

—Soy su dueña —Me expliqué brevemente—. Saqué este libro de la biblioteca para averiguar algo sobre ella, pero no logro descifrar el idioma en que lo escribieron.

Él examinó sus páginas con el ceño fruncido, pensativo.

—Es shiadiano antiguo —Tomó el libro con sus propias manos—, casi nadie habla esta lengua. Se perdió tras la guerra infernal.

—Genial, muy útil, entonces. —Ironicé, mosqueada con la mujer de la visión. Quizás, lo había imaginado todo, ¿podría ser producto de mi imaginación?

—Yo lo hablo. —Giré mi rostro hacia él a una velocidad tan rápida que mi cuello crujió en protesta.

—¿En serio? —El príncipe asintió.

—A ver, lo domino muy poco, pero puede que entienda algo.

—Léelo por encima mientras yo estudio la cerradura —Le mandé—. Cuando sepas algo, avísame.

—No creo que un libro sobre la Perversa nos vaya a ayudar a desbloquear el candado de una celda, pero si tú lo dices...

No le respondí. Pasando un brazo por el hueco que había entre reja y reja, tomé el candado en mi mano. Era pesado y de metal, imposible de quebrar. Tenía un fino agujero para insertar la llave que lo abría, pero era tan pequeño que sería imposible intentarlo con la espada. Frustrada, bufé y volví a mi sitio de antes, dejándome caer en el suelo con un ruido sordo.

—Kiara —El príncipe alzó su rostro del libro, pálido como si hubiera visto a la muerte misma—, creo que hay una manera.

Automáticamente, salté hacia su lado, mirando los símbolos inconexos que no comprendía. Gruñí.

—¡No puedo leerlo! —Él pareció recordarlo de repente, con un rubor cubriendo sus mejillas.

—Pone que la Espada de Perversión, forjada por el dios de las almas...

—¿Puedes ir al grano? —Exasperada, tiré de mi pelo dorado— No eres tú el que va a morir en cuestión de horas.

—Básicamente —Volvió a iniciar, mirándome con molestia—, dice que su hoja es tan fina que es capaz de cortarlo todo. Con las palabras correctas.

—¿Y cuáles son esas palabras?

—No lo sé.

Juro que quise ahogarlo ahí mismo y no lo hice sólo por quien era, porque él podía frenar a su padre y era el pase a mi libertad.

—¿Entonces? No tenemos nada.

—¿Por qué no pruebas?

—Si llamo la atención de los guardias, me quitarán la espada y entonces, te garantizo que nos pudriremos los dos.

Él no se dignó a hablar de nuevo, sólo cerró el libro y enterró su cabellera plateada entre sus rodillas.

Íbamos a morir, yo la primera. Casi me dejé caer de nuevo en esa maraña oscura de pensamientos sin fondo cuando lo recordó. Las palabras vinieron a su mente como un chispazo, la mujer de la visión se lo había rebelado.

Utiliza a las almas. Y eso hizo.

Sin mediar palabra, Kiara alzó su espada mientras pronunciaba en su mente "por las almas, por el dios de las almas" una y otra vez. El candado aterrizó sobre el suelo con un ruido sordo.

Estábamos libres.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top