XXIX

PASADO ENTRELAZADO

Una semana. Había pasado una maldita semana entera desde que el príncipe Respen y yo habíamos huido al reino humano temporalmente hasta tomar una decisión. Si Vesstan mentía y el rey Elyon era inocente, ambos perderíamos mucho; sin embargo, Respen parecía tener una fe ciega en el rey oscuro por algún extraño motivo que no alcanzaba a entender. Años de amistad, supuse.

Todas y cada una de las noches que había pasado en mi antigua casa, había notado la presencia de unos ojos esmeralda que me seguían a todas partes. Los de Rhys. Cuando volviera, me prometí, tendría una conversación seria con él.

Medio adormilada, todo rastro de sonrisa se perdió cuando vi a Respen intentando cocinar. El primer día, lo había dejado freír unos huevos y casi incendia el vecindario entero. A partir de ese momento, o bien cocinaba yo o nos íbamos a cualquier restaurante de Rhysterland.

—Respen, ¿qué te dije sobre acercarte a la cocina? —Lo regañé. Él dio un bote, asustado al escucharme a su espalda.

—No estoy empleando fuego —Se justificó, pero su expresión se tornó pálida cuando una humareda negra salió del tostador y bañó la cocina—. Mierda.

A patadas, lo saqué bien lejos de mis preciados utensilios y traté de arreglar mi querida tostadora, lanzándole miradas amenazadoras que hacían al mismísimo heredero encogerse.

—Tienes suerte de ser un príncipe porque como plebeyo, no durarías un sólo día. —Lo ataqué.

—Lo tenía todo controlado hasta que has llegado tú. —Me acusó, sacándome la lengua como si fuera un niño.

—Claro, señor príncipe. —Contesté burlonamente.

Lo cierto era que esta semana viviendo en el mundo humano había hecho maravillas en el príncipe. Su tez había abandonado esa palidez enfermiza que poseía al haber estado alejado del sol, había ganado algo de peso y adquirido brillo en su cabello plateado. También, la tensión en sus hombros había desaparecido, sustituyéndola por una dulce calma. No podía dejar de preguntarme cuánto duraría.

—Hoy saldré. —Lo informé. Él arqueó las cejas, sorprendido.

—¿Sin mí?

—Depende, ¿puedo confiar en que cuando vuelva la casa estará de una pieza?

Respen bufó, molesto por mis acusaciones constantes.

—Soy perfectamente capaz de cuidar la casa por una tarde. —Altanero, me dio la espalda para comerse sus tostadas carbonizadas. Hice una mueca de asco.

—Eso espero o le iré pasando facturas a Elyon Lightcrown. —Al instante, me arrepentí de pronunciar su nombre porque su rostro feliz decayó nada más escucharlo. Le siguió un silencio tenso en el que me vi obligada a disculparme con él y abandonar la cocina. No habíamos tocado el tema hasta ese día y por lo visto, aún no era el momento de hacerlo.

Lo primero que busqué al llegar a casa el día que abandoné la Corte Oscura, fue mi móvil. Fundido y sin batería bajo mi cama, tardé una dos horas en ponerlo en funcionamiento para luego, pasarme un día entero llorando cuando vi la tonelada de mensajes que tenía de mis amigos, preocupados por mí. No me pareció correcto responder después de tanto tiempo, pero pude ver que habían quedado esta tarde en la cafetería de Stacy, así que había planeado presentarme por sorpresa e inventar una excusa acerca de mi desaparición. Mentiría si dijera que no estaba tan ansiosa por verlos que no podía dejar de morder mis uñas, comida por los nervios.

Como tantas veces lo había hecho, puse un disco de música clásica y me dejé llevar por la suave melodía que me envolvía, dazando y saltando por toda la estancia. Perdida entre notas y giros, dejando salir la rabia y el dolor, no pude percatarme de los orbes esmeralda que me observaban en cada paso que yo daba.

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Había llegado la hora. Y yo no sabía cómo hacerles frente.

Respen, que tenía la cara metida en el libro que le robé al rey Vesstan Dunkel, tratando de descifrar algún dato nuevo, me observó durante una fracción de segundo, percatándose del ligero temblor en mis extremidades.

—Pareciera que tienes una cita con un murk, por los dioses, ¿a dónde te diriges?

—Voy a ver a mis amigos. —Revelé atropelladamente.

—¿Y qué son, ex presidiarios? —Ironizó, atónito—. Te has enfrentado a la ira de Vesstan Dunkel, eres la portadora de la Espada de la Perversión y, ¿te asusta un grupo de humanos inofensivos?

—No es eso —Exhalé lentamente para brindar un poco de calma a mi ser—, ellos son lo único que me queda aquí. Esta reunión es importante.

—Entonces, ve y explícales. —Simplificó mientras hacía el libro a un lado. Le respondí con un sonoro bufido.

—No es tan fácil, ellos no pueden saber acerca de Shianekdom. —Expuse, secando en mi ropa el sudor que se acumulaba en las palmas de mis manos.

—Apuesto que tú ya tienes una buena excusa.

—Correcto. —Tomé el primer bolso que encontré, agradecida de poder usar mi propia ropa por fin. Aunque no podía decir lo mismo de Respen, que había tenido que utilizar lo poco que guardaba de mi difunto padre.

—A ver, sorpréndeme. —Masculló mientras engullía mis tacos de queso.

—Les diré que me fui a una competición de baile, que quedé segunda y que perdí el móvil en mitad del camino —Hice una mueca de disgusto—. Es la peor excusa del mundo y no lo creerán, lo sé.

—Te he visto bailar, ¿sabes? —Confesó él, sorprendiéndome— Quizás, la excusa sí funcione si cualquiera de ellos ha podido contemplar el arte que evocas.

Sus palabras llegaron hasta el fondo de mi corazón. Hacía tanto tiempo que había dejado la danza que, sin saberlo, había olvidado lo que se sentía cuando mi baile gustaba, llamaba la atención del público. El pasado estaba ahí presente, llamándome, tirando de mí.

—Llevaba mucho sin hacerlo, estoy oxidada. —Aparté de mi mente los leves recuerdos que tenía de danzar bajo los efectos del Heavenly Starry.

—Deberías hacerlo más a menudo. —El heredero de la Corte de la Luz me regaló una de sus cálidas sonrisas.

De repente, otro pensamiento apareció fugazmente por mi complicada mente, obligándome a cambiar de tema.

—¿Ya has conocido a tu pareja? —Mis palabras parecieron ensombrecer su rostro con tristeza. Me sentí mal por haber preguntado al instante.

—¿Cómo iba a poder? —Alejó su mirada plateada de mí— He estado prácticamente cinco años en una celda y el otro resto de mi vida, entre los muros del palacio. No he visto mundo, no he conocido gente.

—Tienes tiempo —Intenté calmarlo—, te libraremos de sus garras y serás libre.

—El peso de mi corona siempre va a estar ahí. —Dijo en un hilo de voz.

—¿Y quién dice que un monarca no puede viajar de vez en cuando? —Utilicé voz alegre, subiendo un poco sus ánimos.

—Por supuesto, Señora de la Perversión —Se burló de mí, obteniendo un gesto obsceno por mi parte. Luego, volvió a mostrar un semblante serio en sus facciones mientras señalaba la cara interior de su muñeca—. Esta es mi marca.

La contemplé. Era simple, un triángulo deforme y un círculo que se asemejaba al sol. Silenciosamente, moví el borde de mis pantalones, dejando a la vista la marca que yacía en mi cadera bajo su atenta mirada.

—¿Ya sabes quién es...? —Respen no se atrevió a terminar su frase.

—Creo que es Rhys. —Suspiré, sin querer reconocer lo mucho que me afectaba su ausencia, el no haber tenido una conversación real con él antes de partir.

—Es muy afortunado, entonces —Pasó a devorar mi cordero. Iba a arrasar con la cocina—. Sólo esperemos que te haga igual de afortunada a ti.

No supe responderle, así que salí de la cocina, sin explicarme y dejando la conversación a medio, pero no me importó. Respen había encontrado unos de mis miedos: la brecha de desconfianza que se había abierto entre Rhys y yo debido a su no una, sino dos traiciones. Yo estaba segura de mis sentimientos, pero, ¿lo estaría él también?

—No tardaré en volver. —Le dije al príncipe a modo de despedida vaga. Él ciertamente no contestó.

La brisa nocturna junto con la oscuridad envolvente de Rhysterland me hizo sonreír, nostálgica. Nunca creí que fuera a echar de menos este lugar tan pequeño, pero me sorprendí pensando en él cada día que tuve que pasar en Shianekdom. Y, ahora, volver a ver a mis amigos era casi un sueño hecho realidad, una garantía de volver a la normalidad que me habían robado.

La cafetería de Stacy se abrió paso frente a mí. Mi corazón dio un brinquito de emoción cuando vi que todo estaba igual que siempre, desde el toldo cian hasta la colocación de las mesas; sin embargo, lo sentí más antiguo. Quizás, algo había cambiado en mí desde que había pisado Shianekdom. Mi sonrisa amenazaba con partirme la cara.

Pero la felicidad duró poco.

Mis ojos buscaron nuestra mesa, la que siempre elegíamos para nuestras salidas y cuando los encontré, pude sentir cómo mi corazón se frenaba para luego, hacerse pedazos. Puse una mano en mi pecho y retrocedí, angustiada.

Mis amigos eran..., los mismos de siempre, pero con veinte años más que yo. Fui capaz de observar a un niño pequeño que corría hacia el regazo de su madre, mi amiga.

Nadie me había dicho que el tiempo no pasaba de igual manera en Shianekdom que en el reino humano y yo, certeramente, tampoco me había atrevido a preguntar. Mis excusas junto con mis ilusiones se hicieron trizas frente a mí. El dolor en mi ser era insoportable, no creí que pudiera seguir viendo la escena frente a mí por mucho más tiempo.

A través del cristal, así iba a ser la única manera de verlos, de lejos y sin poder hablarles por el riesgo al que los podía someter. Si ellos se enteraban y Elyon Lightcrown los buscaba..., jamás me lo perdonaría, aunque no hayan sido los mejores amigos que haya tenido, se merecían la paz que parecían haber alcanzado.

Echando un último vistazo, me percaté de que habían dejado mi silla. En el centro de la mesa, donde siempre me ponía yo, habían colocado una silla de más. Las lágrimas empañaron mi visión cuando sentí sus miradas clavadas en mí. Entonces, supe que era el momento de irme y dejar el pasado en donde debía estar, atrás. Ya no estaba entrelazada con este lugar, no había nada que me atara, pensé, con desazón.

Volví a mi casa, agradecida de que Respen no hiciera preguntas y sólo me sostuviera, en un silencio sólo interrumpido por mis desgarradores sollozos. Yo no lo había perdido todo, me lo habían quitado, así como lo habían hecho con Respen. Y juré que me vengaría de ese hombre cueste lo que cueste. Que se prepare Elyon Lightcrown porque la Encantadora del Mal va directa a por él.

Esa noche, mis pesadillas se entrelazaron con sueños cuando vi aquellos ojos esmeralda que me observaban a todas horas.

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