XXIV

SECRETOS OSCUROS

Salí del vagón haciendo un mohín con la boca. El mal humor y el cansancio me estaban arrastrando hacia abajo, arruinando mi humor.

No sabía donde nos encontrábamos cuando contemplé la gran explanada de árboles y criaturas extrañas verdosas con enormes fauces, pero tampoco pregunté. No me importaba en lo absoluto. Estaba demasiado enojada por las miradas lastimeras que me dirigían Syndra y Rhys de vez en cuando.

—Debemos cambiar nuestras ropas y descansar. —Ordenó Rhys, posando su mirada en cada uno de sus cazadores, pero no en mí. Escupí al suelo, molesta.

Mis emociones se estaban convirtiendo en un espiral de caos y niebla, hasta tal punto que pude sentir mis sienes pinchar. Las masajeé disimuladamente, tratando de disipar el dolor porque sabía lo que venía si no lo conseguía: las visiones. Las odiaba. Cada centímetro de mi ser odiaba verse muerta una y otra vez, quería gritarle al destino que ya lo sabía, que no iba a encontrar al príncipe y me iban a matar cruelmente, ¡ya me había enterado, joder! ¿Es que no podía tener un sólo segundo de paz?

—¿Estás bien? —Me preguntó Syndra en tono dulce cuando me quedé atrás. Le gruñí en respuesta y saqué la piedra de música que me regaló Naexi, confiando en que eso la haría callar. Y lo hizo. También la dulce melodía eliminó los pinchazos en mis sienes, librándome de una monstruosa visión segura.

Pasada una larga media hora de caminar sin descanso, guardé mi piedra para concentrarme mejor en el camino, pues mis ojos pesaban como nunca y corría el riesgo de caer dormida en medio del camino.

—Te digo yo que no. —Fue lo primero que oí cuando mi música cesó. Era Devdan, obstinado.

—Eres el mas pesado del grupo entero —Gruñó Kyrtaar—. Ni la humana llega a tus niveles.

Entonces, frenamos en seco y eso fue lo único que me contuvo de sacar a la Perversa y cortar la cabeza de Kyrtaar en dos.

—¡Tengo razón! —Se defendió él. Luego, posó su atención en mí— Kiara es un trocito de pan, no es su culpa que tú seas un rencoroso y un... —Pero Devdan no pudo acabar la frase. En ese mismo instante, Kyrtaar lo derribó a la velocidad del rayo, enzarzándose en una pelea que, para mi infortunio, había empezado tan cerca de mí que había caído de bruces al suelo.

No me había hecho daño, pero sentía las ganas de llorar de igual manera. No me dejé, las contuve hasta que el nudo en mi garganta fue tan denso que casi me ahogué. La mano de Rhys apareció en mi campo de visión para ayudarme a ponerme en pie, pero no la acepté. Clavando las piedras del camino en mis dedos, me levanté yo sola, sin dirigirle la mirada.

—Entonces, ¿por qué camino? —Cuestionó Syndra a los dos que todavía se golpeaban en el suelo.

—¡Derecha! —Bramó Devdan mientras desencajaba la mandíbula del pelirrojo de un puñetazo.

—Es izquierda, zoquete. —Esquivó otro golpe del moreno y se levantó con la agilidad y la elegancia de un zorro.

—Rhys, ayuda. —Suplicó Naexi, harta de sus infantiles compañeros.

—No recuerdo el camino —Protestó él, lanzando dagas con la mirada a sus dos cazadores.

—¿Qué opinas tú, Kiara? —Me dijo Devdan, logrando que la tensión del ambiente se multiplicara sin darse cuenta. Yo ni siquiera sabía a dónde íbamos.

—No creo que ninguno seáis de confianza —Me crucé de brazos—. Así que no pienso opinar.

Mis palabras habían anclado la paz al fondo del mar, también el buen humor. Los segundos de incómodo silencio estuvieron a punto de matarme hasta que Kyrtaar bufó sonoramente y tomó su propio camino, a la izquierda. Sin dar su brazo a torcer, Devdan lo imitó, pero por el camino que se abría a la derecha. Syndra se posicionó rápidamente por la opción de Devdan y sorpresivamente, también Naexi. Sin embargo, Rhys, el más sabio de todos y su jefe, se decantó por la opinión de Kyrtaar y así lo hice yo también.

El camino fue tenso y silencioso. Tuve suerte que duró poco porque, en unos cuantos minutos, nos hallábamos frente a la tienda donde unas brujas nos atacaron. Aquí fue donde Rhys me cedió su colgante protector a pesar del ataque inminente que estaba por venir, cuando sacrificó su bienestar por mí. Pero si había hecho todo eso, si había dado tanto, ¿por qué me había mentido?

—¿Qué hacemos aquí? —Le pregunté.

—No nos dejaran colarnos en el castillo si vamos así vestidos. —Respondió simple.

Tenía razón, nuestros ropajes estaban sucios y maltrechos, llenos de agujeros y mugre. No era para menos después del lugar del que veníamos.

Sin embargo, cuando entramos a la tienda, una mujer anciana aguardaba por nosotros tras el mostrador. Cuando entramos, se puso un monóculo que tiraba de una fina correa.

—Sabía que volveríais. —Nos dijo ella, con una sonrisa plasmada en su boca.

No se parecía en nada a las brujas que nos atacaron, pero por si acaso, puse mi mano en la empuñadura de la Perversa, temerosa. Ella vio el gesto y la preocupación en nuestros rostros y soltó una suave risa.

—¡No soy una bruja! Soy la dueña original de la tienda.

—Nefresia —Murmuró Rhys, sorprendido—, ¿pero qué te ha pasado?

—Las brujas me atraparon y me sometieron a un hechizo —Miró sus manos, ahora con expresión nostálgica—, me dejaron vieja e inútil, atrapada bajo el sótano de mi propia tienda.

—No lo sabíamos. —Las palabras de Kyrtaar asomaron sinceras, desde el fondo de su apencado corazón.

—Pero todo eso se acabó cuando vosotros acabasteis con las brujas. Me liberasteis —Una lágrima cayó por su mejilla—. Jamás tendré vestelas suficientes para agradecéroslo.

—Habíamos venido a comprar —La informó Rhys—. Para asistir al palacio por la fiesta del fin de la cosecha.

La mujer volvió a verse radiante cuando lo escuchó, como si hubiera pronunciado las palabras mágicas. La próxima hora se basó en los movimientos danzantes de Nefresia, de aquí para allá, sacando mil telas y prendas confeccionadas, más de las que jamás imaginé. Su buen humor era tan contagioso que logró que yo olvidara todo lo que tenía encima.

—Ese es..., ¡perfecto! —Aplaudió cuando salí por enésima vez del probador. Esta vez, con un vestido largo rosado que se ceñía al cuerpo, decorado con unos pocos volantes en las mangas y el pecho.

—Me agrada. —Afirmé, tímidamente.

—Es tuyo. —Me sonrió antes de volver al ataque con Kyrtaar, que quería negarse a probarse más trajes. La mujer no cedió y ganó esa batalla.

Cuando hubo terminado con los tres, se acercó a Rhys y le tendió una pequeña caja dorada. Confuso, le hizo una pregunta silenciosa con la mirada y cuando Nefresia asintió, el cazador la destapó. El interior contenía un amuleto protector contra las brujas, con muchas puntas y de color negro porque se encontraba apagado.

—Esto es... —Murmuró él, incrédulo.

—Es para ti —Completó ella—. Porque lo oí y lo vi todo. —Me guiñó un ojo con disimulo.

Rhys peleó con ella durante un rato, pero la mujer volvió a salir victoriosa. Cuando el amuleto tocó la carne de Rhys, brilló en tono verde esmeralda. El de sus ojos.

Una hora más tarde, llevábamos media tienda de Nefresia guardada en bolsas, suficiente para una fiesta del fin de cosecha y veinte celebraciones más.

Angustiada, casi sonreí cuando la casa de Rhys apareció en mi plano visual, rendida ante el cansancio. Ese día, me acosté sin cenar y sin hablar con nadie, ni siquiera llegué a ver cuando Devdan y su grupo llegaron una hora más tarde envueltos en barro, amenazando a Kyrtaar con venganza.

Esa noche, no lloré hasta quedarme dormida y sobretodo, no soñé con nada. Yo estaba en blanco.

⚕ ⚕ ⚕

El gran vestido rosado llamaba la atención de todos los invitados que hacían cola para llegar al castillo, ganándome varias miradas de adoración, también algunas de envidia. Aguardé pacientemente en la fila, aunque por dentro los nervios estuvieran carcomiendo mi ser. Kyrtaar había ido a espiar a la puerta, para ver cómo hacíamos para entrar. Cuando llegó, su cara no expresó buenas noticias.

—Hay una lista de invitados, están pidiendo el nombre a todos.

—Mierda. —Gruñó Rhys.

—Pero hay una opción —Siguió él—. He leído un nombre, un apellido extenso y poco conocido aquí. Los Sarrieth.

—¿Poco conocidos? —Le espetó Naexi, furiosa— Son los vizcondes de todo el norte de la Corte Oscura, Kyrtaar.

—Obvio, Kyrtaar. —Disimuló Devdan, que tampoco tenía idea de quiénes eran los Sarrieth.

—Eso es porque tú sabes de historia —Bramó Syndra—, pero los porteros de este lugar no habrán visto jamás a los Sarrieth. Es una buena opción.

—Debemos usar máscaras —Dije, con los ojos perdidos en una multitud que las llevaba de decoración—. Así, nadie lo descubrirá.

—Nunca creí que fuera a decir esto —Los ojos púrpura de Kyrtaar me analizaron con fuego en las venas—, pero buena idea, humana.

—Bien, yo sé dónde conseguirlas, quedaos aquí. —Ordenó Rhys antes de perderse entre la muchedumbre.

Sin embargo, los minutos pasaban y el ojiverde no regresaba. Sólo Kyrtaar pareció incómodo, nervioso.

—¿Estás bien? —Susurré sin llamar la atención de los demás, que charlaban entre risas.

—Sí, sólo estoy..., nervioso. —Exhaló aire, acongojado.

Nunca había visto a Kyrtaar exprese algo que no fuera desinterés o mal humor, por lo que mi preocupación fue genuina. ¿Estaría preocupado por su amigo o por algo más? Syndra pareció recordar algo repentinamente, abandonando a Devdan y a Naexi en la conversación y posicionándose al lado del pelirrojo. Éste último pareció agradecido y enroscó su brazo en el de ella.

Antes de que pudiera preguntar, Rhys apareció con seis máscaras blancas con retoques dorados en su mano. Nos las pusimos rápidamente antes de hablar con el portero que, tal y como predijimos, no dudó ni por un instante que éramos la familia Sarrieth del norte.

El salón de baile era amplio, con diversas mesas de manteles blancos llenas de bebidas y comidas exóticas, numerosas lámparas acristaladas que iluminaban la bella danza en el medio de las parejas, al son de una melódica música instrumental por parte de una banda que tocaba cerca de la puerta. Y en el centro de la sala, pegado a unas escaleras de cristal que daban a la parte de arriba del castillo, se encontraba el trono real. Era dorado y estaba acolchado en una fina tela roja. Se veía elegante, caro. Sin embargo, estaba vacío por el momento.

Supe que estaba perdida en el momento en que nos separamos. Syndra y Devdan estaban lejos, con una botella en la mano, no había ni rastro de Kyrtaar, Naexi estaba peleando con un señor mayor y Rhys había sido atacado por una mujer que lo había obligado a bailar con ella. Sentí una punzada de celos, pero los ignoré. El primer paso que tenía que seguir esta noche era encontrar la biblioteca real. Sólo allí encontraría algo de información sobre la Perversa.

Los pasillos eran infinitos y sobretodo, estaban vacíos de personas, aunque llenos de cuadros y fotografías de antepasados de Vesstan Dunkel. La mera mención de su nombre me puso la piel de gallina.

Doblé más esquinas de las que pude contar, pero, cuando iba a darme por vencida, un hombre apareció en mi campo de visión. Me oculté tras la pared, pero ya era tarde, me había visto. Las piernas me temblaron al tiempo que mi corazón se aceleró. Estaba muerta, pensé.

El hombre caminó lentamente hacia donde yo estaba y se quedó observándome, pensativo.

—¿Qué hace uno de los invitados tan lejos de la pista de baile? —Cuestionó, con voz grave.

—Me mareé un poco y estaba buscando el baño. —Me excusé, empleando un falso tono de borracha.

No sabía quién sería este cortesano, pero irradiaba poder y seguridad. Era alto, fuerte y moreno, sus ojos azules resaltarían entre una gran multitud. Sus ropajes eran caros y sin duda, impecables.

—No me gustan las mentiras —Gruñó, haciendo mi cuerpo temblar—. ¿Cuál es tu nombre, joven?

Un escalofrío recorrió mi columna, presa del pánico.

—Soy de la familia Sarrieth, señor.

Él arqueó una ceja, pero no dijo nada, cayendo en  las redes de mi mentira. Luego, abrió una puerta a su derecha, y me indicó que pasara. Mis ojos hicieron chiribitas cuando contemplé los estantes llenos de libros. Me había mostrado la biblioteca real.

—El baño está al fondo, atravesando la biblioteca, a la derecha. —Me explicó. Traté de ocultar la sonrisa lobuna que amenazaba con partirme el rostro.

—Gracias, señor. —Murmuré, antes de navegar entre páginas y letras.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top