XXII

DOS LÁGRIMAS

El camino estaba siendo largo y duro por culpa de mis adoloridos huesos, que todavía no se recuperaban de la caída que había sufrido de aquel gran árbol. Habíamos tenido que hacer tres paradas ya por mi culpa y tan sólo era media mañana, pero Syndra me había motivado diciéndome que esta tarde llegaríamos sin falta a las cárceles. Hoy era el día en que encontrábamos a Respen Lightcrown.

Siguiendo los pasos de los cazadores, tuve que hacer un gran esfuerzo para no sonreír cuando recordé que esa mañana, me había despertado enroscada al cuerpo de Rhys, como un perezoso, se había burlado él entre risas. Ahora manteníamos las distancias, pues no le habíamos querido contar nada a los demás cazadores hasta que fuera algo más..., oficial, pero de vez en cuando nos regalábamos alguna mirada indiscreta.

—Aquí hay tensión. —Canturreó Devdan mirándonos a ambos de hito en hito, mientras le daba un codazo a Syndra a su lado para advertirla.

—Yo también la percibo, sí —La morena pasó su brazo por mis hombros, arrastrándome hacia ellos dos. Me dejó en el medio, entre dos víboras del chisme—, ¿hay algo que me quieras contar, querida amiga mía?

—Que los dioses se apiaden de Kiara. —Se burló Naexi.

—Que te jodan, Naexi. —Le escupió el moreno, dedicándole una sonrisa ladina. Ella llegó a curvar sus labios durante un segundo antes de volver a su habitual expresión tosca e indiferente. Hice una nota mental de preguntarle luego a Rhys sobre estos dos.

—Cuéntanos, Kiara, ¿has decidido seguir a tu corazón? —Prosiguió la cazadora, sonriéndome de manera desquiciada. Naexi tenía razón, que los cuatro dioses se apiadaran de mí.

—¿Ya te has dado cuenta de que te gusta mi amigo? —Le secundó él. Eché una mirada nerviosa hacia atrás y casi suspiré de alivio cuando vi que Kyrtaar estaba pelando con Rhys, manteniéndolo al margen de la ridícula conversación que se estaba formando aquí.

—No sé de que me habláis.

—Yo diría que sí lo sabes —Contradijo Syndra—, llevas dándole miraditas a Rhys toda la mañana.

—Además, os hemos visto que... —Lo corté.

—Sois unos cotillas.

—Lo somos. —Aceptó ella, gustosa.

—Os llamaré víboras del chisme a partir de ahora. —Ellos se miraron entre sí como sólo dos viejos amigos harían y por fin, se apartaron a un lado y me dejaron tranquila.

Aproveché aquel valioso minuto de paz y tranquilidad para sacar mi piedra musical del bolsillo; sin embargo, el tono de la discusión de Rhys y Kyrtaar fue en aumento, sintiéndome tentada a escuchar a escondidas.

—Lo que estás haciendo no está bien. —Le decía el pelirrojo al ojiverde, en tono de reproche.

—Tiene una solución, Kyrtaar, por los dioses del templo. —Hacía aspavientos con las manos. Pocas veces lo había visto tan molesto a él, que era casi imperturbable.

—Tú crees que tiene una solución, pero, ¿y si no la tiene? Todo esto es una locura irracional.

—Hago lo que puedo y lo sabes, tú accediste. —Rhys apuntó al otro cazador con el dedo índice, acusándolo.

Fuera el que fuese su asunto, era algo grave. Lo supe porque no estaban pegándose en el suelo, como siempre solían hacer cuando tenían algún problema pequeño.

—Yo no... —El pelirrojo parecía haber pedido el habla—, yo jamas creí que fuera así. Las cosas son diferentes ahora.

—Lo sé, yo también creí que podría controlarlo.

Hubo un instante de silencio. El pánico se asentó en mi estómago, creyendo que ellos se habían percatado de mi intrusión. Sin embargo, la vida y el destino se habían puesto por una única vez de mi parte y no había sido eso, ellos se habían callado porque habían acabado de discutir, se habían quedado sin palabras. Así, Kyrtaar pasó por delante mío dándome una mirada molesta y se situó cerca de Naexi, la única que le podría dar paz en este lento trayecto.

Cuando el sol estuvo en su punto más alto, decidimos descansar un rato para comer algo. Hicimos un círculo alrededor de una nueva fogata que hizo Devdan junto con Naexi. Acerqué las palmas de mis manos al calor que desprendía el fuego, aún con un guante de lana puesto y el otro perdido en las profundidades de los bosques en las montañas de Saulem. Rhys tomó asiento a mi lado y me tendió una botella de agua, que acepté gustosa.

—¿Te encuentras mejor? —Cuestionó, aún sabiendo que la atención de Syndra y Devdan estaba totalmente puesta en sus acciones y palabras.

—Sí, sólo me duele un poco la espalda. —Era una mentira a medias, porque sí me dolía la espalda, pero también el cuello y muchas más partes.

—No te creo, la caída tuvo que ser tremendamente dolorosa.

—Me habría reído mucho si hubiera estado ahí. —Soltó Devdan, dejándose caer al lado de Naexi, aplastándola un poco en el proceso.

—Aparta, animal. —Le siseó, asestándole un empujón que lo desplazó de su lado. Él le gruñó sin perder la sonrisa.

—Estoy segura de que Devdan sería influencer si hubiera nacido humano. —Comenté, alegre.

—¿Influ qué? —Rhys frunció el ceño.

—¿Y tú has estado en el reino humano? —Syndra lo regañó— Son los jóvenes que suben contenido a redes sociales y ganan fama. Devdan no tendría ni un seguidor.

—¡Oye! —Se quejó el aludido.

—Subiría contenido de risa a nuestra costa. —Afirmé, ganándome varios asentimientos, hasta el de Devdan.

—Lo haría, sí.

—Esto se está volviendo asquerosamente humano. —Malhumorado, Kyrtaar comenzó a sacar víveres para acabar con el tema ya. El ambiente cálido y reconfortante había acabado por su culpa.

—Tu problema con los humanos es ridículo. —Lo desafié sin apartar mi vista de sus violáceos orbes que desprendían veneno.

—En sí, los humanos sois ridículos —Me escupió, iracundo—. Débiles.

—Yo no soy humana —Arqueé una ceja, creída. Sabia que tenía toda la atención en mí—, y para tu información, a los humanos les importa un carajo tu maltrecha opinión sobre ellos.

Una vena saltó a la vista en su cuello, casi a punto de explotar del enfado. Se puso en pie, listo para llegar a mí a grandes zancadas, pensando tal vez en volver a estrangularme como cuando me conoció. La cara de Kyrtaar se puso tan colorada como su cabellera cuando Syndra, suavemente, colocó su mano en su brazo y lo trajo de vuelta a la realidad. El cazador la miró, su ira se disipó al instante y entonces, se sentó junto a ella. La tensión que flotaba en el ambiente murió al instante. Syndra era puro amor y paz.

Nadie se atrevió a mediar palabra, ni siquiera el imprudente Devdan. Cada uno tomó un pedacito de algún alimento y nos dispusimos a comer en silencio, inmersos en nuestra propia mente. La mía no dejaba de mostrarme mi muerte, mientras gritaba el nombre de Rhys desesperadamente.

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Al poner un pie fuera de las montañas de Saulem, la estación estival se había manifestado, obligándonos a desechar gran parte de nuestros ropajes. El frío había calado y entumecido mis huesos, pero el calor estaba dejándome mareada ahora, aturdiendo mis sentidos.

Mientras que los chicos se habían aventurado a la entrada de las cárceles para averiguar una forma de entrar sin ser descubiertos, Rhys y yo estábamos entrenando. Se había empeñado en que necesitaría más práctica antes de entrar ahí.

—Has vuelto a morir. Arriba. —Ordenó mientras apuntaba con uno de sus cuchillos a mi corazón. Desesperada, me levanté del suelo compuesto por una sucia arena amarillenta y sequé el sudor que se acumulaba en mi frente con la palma de mi mano.

—Esto no es justo —Me quejé—, siempre ganas tú y además, hace demasiado calor para esto.

—¿Eso les dirás a tus enemigos cuando te ataquen?, ¿que no pides pelear porque tienes calor? —Me pinchó.

—Estoy segura de que lo entenderán. —Traté de irme, pero su espada se cruzó en mi camino, bloqueando el paso.

—Dos más y te dejo descansar. —Prometió.

Rabiosa, empuñé mi espada y corté su ataque, deseosa de descansar ya. Él volvió a iniciar su jugada, lanzando una estucada por la derecha la cual esquivé con facilidad y tal y como él me había enseñado, centré mi ataque en el lugar que había quedado descubierto, su pierna izquierda. Blandí mi espada hacia su carne e hice un corte limpio que recibió con un siseo de dolor. Vengativo, movió su espada en un rápido giro hacia mi brazo derecho, cortando también carne en el proceso. Maldecí entre dientes.

—¿Duele, eh? —Se burló, pero borré su sonrisa de la cara cuando la Perversa rozó su mejilla, manchando su cara de sangre al segundo.

—Ya lo creo. —Ronronee.

Rhys, enfurecido, saltó sobre mí y caímos al suelo, mi espada voló a unos cuantos metros de mí, dejándome indefensa y desarmada. Su forma de pelear era salvaje, implacable, nada parecida al resto de cazadores como Kyrtaar, que era más grácil o Naexi, más estratégica. Syndra y Devdan también preservaban ese instinto primitivo que movía al ojiverde frente a mí.

Sin el recurso de las armas, alcé mi puño contra él, asestándole un puñetazo en su mandíbula que hizo crujir sus huesos y manchó mis dedos de su sangre por el corte que le había hecho anteriormente. Pero, entonces, él puso ambas manos en mi cuello y me estranguló, ganándome de nuevo. Me soltó sin llegar a hacerme daño y me ayudó a levantarme.

—Toma, bebe —Me pasó una botella de agua—. Has mejorado bastante aunque todavía no controles bien el cuerpo a cuerpo.

—Te he hecho dos cortes. —Sonreí, orgullosa, a lo que él gruñó.

—No deberías estar tan contenta. —Me arrebató la botella y fue acortando el espacio que nos separaba, como un verdadero cazador tras su presa.

Me vi obligada a frenar mi retroceso cuando mis piernas chocaron con un arbusto. Rhys, a sabiendas de que no tenía escapatoria, sonrió lobunamente. Yo me quedé quieta. esperando el contacto que tanto ansiaba. Cerré los ojos justo cuando sus labios tocaron los míos.

Decir que estaba inmersa en el planeta Rhys era un eufemismo, yo ansiaba a Rhys día y noche, era la droga de la que bebía mi ser. Y él pareció pensar lo mismo cuando enterró sus gruesos dedos en mi pelo, profundizando el beso. Sus venas, que sólo habían parado de brillar al dejar de entrenar, volvieron a hacerse presentes, desprendiendo un aura verde.

Se separó apenas un milímetro para contemplar mi rostro, ocultando un mechón de mi oreja con un dedo que me acarició la mejilla en el proceso.

—Eres lo que siempre he soñado —Susurró, incapaz de ocultar una sonrisa—, lo que le pedí a los cuatro dioses durante años.

Quise llorar ahí mismo. Mi corazón latía por él.

—Te quiero. —Dije antes de tomar su mentón y volver a besarlo al tiempo que un par de lágrimas descendían por su rostro. Cuando fui a preguntarle al respecto, éstas ya habían desaparecido.

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