XXI

LA PERVERSA

Las hadas me hicieron sobrevolar las nevadas montañas hasta dejarme caer sobre la blanquecina copa de un frondoso árbol. Me agarré con fuerza a la primera rama que vi, cuidadosa de no caer a esta altura o moriría al instante.

Me gustaría decir que estaba asustada; sin embargo, realmente había disfrutado viendo las vistas del rocoso paisaje que se abría frente a mí desde el cielo, como si solo fuera un pájaro, libre y feliz. Sobre mí, se extendía una gran hilera de árboles que sostenían pequeñas casitas de madera decoradas con hojas verdes. No entendía cómo aquel material resistía a las tormentas como la que estaba azotando la montaña en ese momento, pero, sin duda, esas inofensivas casitas desprendían  un halo de poder ancestral.

—Te llevaremos ante la reina. —Aseguró Rabinia con su voz cantarina.

—Ya lo creo que sí, seremos recompensadas por traer a la maldita.

—Falta su némesis, ¿qué me dices de su némesis? —Discutían frente a mí, todavía volando.

—No hay mucho para decir, ¡me gustaría volver a lanzarle una bola de nieve! —Ambas estallaron en carcajadas a la vez.

—Ya lo creo.

—Hadas —Interrumpí su sesión de diversión en cuanto las llamé—, ¿qué hago aquí?, ¿qué haréis conmigo?

—La reina de las hadas lo decidirá. No debiste pisar las montañas de Saulem, ¿qué dirá mi reina? Sabia es ella, sí.

Así que ese era el nombre del lugar. Estas hadas hablaban de más, aunque no sabía si su información era verídica o mera habladuría.

—No creo que sea el tipo de persona que buscáis —Traté de hacerlas cambiar de idea, deseosa de escapar—, ni siquiera sé pelear.

—¿Para qué quieres saber pelear si eres la portadora de la Espada de la Perversión? —Cuestionó Navimia, sonriendo cuando abrí mis ojos con sorpresa—. El viento nos susurra cosas, muchacha del mal.

—La Espada de la Perversión me ayudaría en un combate. —Asumí, siguiendo su información.

—Exacto —Se miraron entre ellas, preocupadas cuando tiré del hilo de información que me habían proporcionado—. Eres más lista de lo que solías ser. Has cambiado.

—Por ello, es mejor que nosotras guardemos el arma. —Rabinia se lanzó hacia mí como un cohete, pero la esquivé a gran velocidad. Ya tenía la idea, sólo necesitaba que la práctica estuviera conmigo.

Desenvainé a la Perversa, como había decidido llamarla, y la ondee a través de la nieve. Como si de fuego se tratara, los finos y pequeños copos morían al instante en que tocaban la hoja.

—Por favor, no... —Pidió Navimia, pero ya era tarde. Ni siquiera era yo la que se estaba moviendo, fue la espada quien me dirigía para dar en el blanco en cada una de las estocadas que yo lanzaba. En un segundo, el abdomen de Navimia se tornó de color carmesí, ensuciando la ropa floral que portaba. Sus ojos se cristalizaron antes de apagarse y caer al suelo, sin vida, convirtiéndose en polvo en el proceso.

—¡Mi hermana! —Bramó Rabinia, hecha una furia.

Yo me había quedado paralizada, no podía mover un sólo músculo de mi cuerpo. Jamás había sido mi intención matar a aquella hada, no entraba en mis planes. Yo debía herirla únicamente hasta que comprendieran que era una amenaza real y se fueran por su cuenta. Pero no había ocurrido así, yo la había matado.

Dejé caer la espada al suelo, que aterrizó unos segundos más tarde con un sonido metálico. Rabinia no malgastó la oportunidad, se alzó volando hacia mí con sus filosos dientes expuesto. Su alegre rostro se había esfumado, ahora parecía una bestia inmunda sedienta de sangre. De mi sangre.

Su primer ataque llegó directo a mi brazo, una mordida limpia. Trastabillé y me apoyé sobre el tronco para no caer. Rabinia pronto comprendió que si yo resbalaba, moriría y que le resultaría muy fácil, pues yo estaba fuera de forma y sin entrenamiento, no tenía posibilidad alguna, no ahora que había lanzado mi espada al vacío.

Guardó sus dientes afilados, pero sonrió, sin quitar sus ojos de mí.

—Lo pagarás muy caro, te vas a arrepentir de haber nacido. ¡Te lo juro! —Gruñó. Sus ojos lanzaban dagas contra mí.

Quise decirle que lo sentía, que no era mi intención, que yo ya estaba arrepentida de haber nacido por la de problemas que se amontonaban sobre mi espalda, pero no pude. No tuve el valor de abrir la boca, sólo me agarré a la fría madera y esperé a que acabara conmigo, resignada a aceptar que, de una forma o de otra, yo estaba destinada a morir pronto.

Rabinia cerró los ojos y guardó silencio, yo fruncí el ceño, confusa. Al minuto, los abrió, expulsando de la palma de sus manos un chorro de magia rosada. Sus ojos ahora brillaban como lo hacían los de los cazadores; sin embargo, en los luminosos orbes del hada pude atisbar el rencor, la avaricia y la maldad que corrompían su alma. Tardé unos valiosos segundos en llegar a la conclusión que necesitaba. Rabinia no era un hada bondadosa, ni tampoco lo había sido su hermana en vida. Al instante, comprendí que se dedicaban a secuestrar a personas inocentes que vagaban por las montañas, con el fin de sacar algo de dinero. Ella era un alma rota y manchada, tanto como quizás lo éramos Rhys o yo. Por eso, no lucharía con ella en desventaja hoy.

Cuando dirigió su hechizo hacia mí, llamé en silencio a mi espada, que obedeció al instante y apareció en mi mano a la velocidad del rayo. Con su hoja llameante, frené el ataque y lo mandé hacia ella, que gritó sorprendida sin poder esquivarlo. Su pequeño cuerpo fue envuelto por su propia magia, sus ojos sin apartarse de los míos, fríos, furiosos y asustados. Ella sabía que ese era su fin.

Cuando el brillo cesó, su piel se agrietó. Rabinia soltó un enorme alarido de dolor que hizo que tapara mis oídos. Luego, se volvió polvo así como su hermana lo había hecho instantes atrás.

—Que los dioses os guíen. —Murmuré, apenada.

Suspirando, guardé a la Perversa, todavía sucia por la sangre de Navimia y tuve que hacer un gran esfuerzo para no vomitar cuando vi que también mi ropa estaba salpicada de aquel líquido rojo espeso. Yo no estaba hecha para esto, pensé mientras escalaba el árbol, procurando no mirar hacia el vacío para no ser presa del pánico, pues perfectamente podía estar a veinte metros sobre el suelo.

Temblorosa, fui posando mis pies en las ramas más gruesas y fuertes que encontraba, una por una, paso por paso. Los primeros quince metros de me hicieron eternos. Además, había perdido un guante en la lucha contra las hadas y el frío estaba penetrando en todo mi cuerpo. Sería una suerte si mañana no estaba gravemente enferma.

La tormenta de nieve se volvió más fuerte. Casi no podía divisar que ramas eran más resistentes, temiendo pisar el lugar incorrecto, por lo que aminoré el paso. Pero cuando estaba ya divisando el suelo nevado, ansiosa por poner mis pies ahí, resbalé por un pequeño vástago y perdí el equilibrio. Mi corazón empezó a latir fuerte, presa del pánico, cuando me golpeé con varias ramas, incapaz de agarrarme a alguna para frenar la caída. Esto sin duda me dolería.

Aterricé en la nieve de cabeza, viendo borroso. Cuando traté de ponerme en pie para escapar de la ciudad de las hadas, que se hallaba angustiosamente cerca (justo sobre mí, a muchos metros arriba), mi visión se volvió oscura y caí, desmayada.

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Me aferré a la calidez que sentía, había soñado con mi muerte otra vez, los gritos y la sangre habían enfriado mi cuerpo, pero había una llama de calor cerca, lo sentía. Y lo confirmé cuando desperté y lo primero que mis ojos atisbaron fue una pequeña fogata hecha con trozos y palos de madera.

Mi corazón latió desbocado en mi pecho cuando escuché voces. Me incorporé, rápida como una flecha, dispuesta a sacar a la Perversa si hacía falta para defenderme, pero mis nervios murieron cuando vi a Devdan y a Syndra contándose chistes entre ellos, ajenos a mí.

—¿Qué le dice un...? —Inició el moreno, pero su frase se quedó a medias cuando sus ojos ambarinos por el reflejo del fuego se toparon con los míos—. ¡Kiara!

—¿Kiara? —Preguntó Syndra, confusa, sin haberse percatado todavía de mi lucidez. Cuando siguió la mirada de Devdan y me vio despierta, sus ojos se iluminaron— ¡Kiara!

Rodeó la hoguera y se lanzó a mis brazos. Yo le correspondí, adolorida.

—Auch. —Me quejé, ella se apartó, llorosa.

—Tienes suerte de que Devdan sepa algo de curación, aunque sea lo básico, sino...

—Rhys también tiene algunos conocimientos. —Traté de defenderme.

—Oh, Rhys ha estado insoportable —Devdan se acercó a nosotras—, ha sido una suerte que lleves varios días durmiendo. Su comportamiento de papá oso ha vuelto loca hasta a Naexi.

—Os estoy oyendo. —Gritó ella detrás de mí. Pegué un brinco del susto.

La peliazul acababa de llegar cargada de troncos de madera, que echó al fuego para avivarlo. Nunca me había gustado aquel calor chamuscaste capaz de arrasar con todo a su paso, pero aquellas montañas ameritaban una fogata como esa para no morir de hipotermia.

—Espera —Dije yo, cayendo en la cuenta de lo que había revelado—, ¿llevamos varios días sin avanzar?

—Hemos seguido el camino, un poco más despacio, pero estamos casi en las cárceles ya. —Me explicó él.

—¿Cuántos días me quedan? —La preocupación me golpeó como una honda expansiva.

—Dos semanas todavía. Mañana entraremos en las cárceles.

—Rhys ha cargado contigo todo el camino, se ha negado a dejar que algún otro te llevara. —Confesó Devdan.

—Sois unos chismosos —Se quejó Naexi, sentándose algo apartada del grupo que nosotros habíamos formado—. Si Rhys os oye, os destripa.

—No digas bobadas, amargada —La pinchó él, dedicándole una sonrisa que pocas veces lo había visto emplear, más privada, casi diría que íntima—. Es obvio que Rhys no escuchará nada.

—¿Qué es lo que yo no escucharé? —De nuevo, otra persona que aparecía detrás mío y me daba un susto de muerte. Esta vez, era el cazador aludido.

Los orbes esmeralda de Rhys se centraron únicamente en mí, analizando cada parte de mi ser, como si estuviera herida. Quizás, lo estaba.

—¡Retirada! —Gritó Syndra a mi lado, observando a Rhys con el pánico escrito en sus ojos. Ella y Devdan salieron corriendo por el camino en que volvía un despistado Kyrtaar. Entre ambos, cogieron al pelirrojo y se lo llevaron bosque adentro entre risas, ignorando sus quejidos. Bufé, pensando que mis amigos no estaban bien de la cabeza.

—No quiero estar aquí. —Gruñó Naexi cuando nos vio. Al instante, sacó su piedra de música y se largó sola por otro camino.

Rhys rodó los ojos, pero siguió con su atención puesta en mí.

—¿Estás bien?

—Mis huesos gritan de dolor —Murmuré mientras estiraba mi espalda—, pero podría ser peor.

—Será mejor que comas algo. —Se sentó a mi lado y me pasó una bolsa llena de panecillos, tostadas, frutos y dulces.

Mi boca se aguó sólo con el olor que desprendían aquellos manjares. Rhys dejó salir una suave risa cuando vio mi expresión lobuna. Sin prestarle atención, empecé a devorarlo todo.

—Cuando te encontramos —Habló él, su rostro perdido en las tinieblas, lejos de aquí—, me temí lo peor. Estabas..., tirada en el suelo, fría y pálida. Yo... —No podía con la angustia que desprendían sus palabras.

—Lo importante es que estoy bien —Traté de calmarlo. Entonces, mi tono de tornó mucho más sombrío cuando volví a pronunciarme—. Las he matado. A las dos.

—Lo sé —Puso su mano sobre la mía, reconfortándome—. Ellas jamás te habrían dejado ir, lo intuí cuando te vi sola ahí.

—No fui realmente yo —Expliqué, sin dejar de llevar comida a mi boca—, era como si la Perversa dirigiera mis pasos.

—Es una espada legendaria, puede ser que te haya ayudado a salir del apuro en el que te encontrabas. Has tenido suerte, sin la espada, quizás no... —De nuevo, su rostro quedó impregnado de dolor.

—La Perversa me ha ayudado —Admití en voz alta—. Quizás, no es tan mala como dicen.

—Quizás. —Murmuró él mientras yo acababa de alimentarme.

Agotada, me tumbé sobre una sedosa tela que me habían puesto para cubrir la fría nieve. Allí, contemplando la infinitud de estrellas que se extendían sobre la oscura noche, Rhys se dejó caer a mi lado, bastante cerca de mi cuerpo.

—¿Sabes?, ya he empezado el libro, el de los Misterios de la Corte Oscura. —Me giré hacia él, estaba emocionado aunque lo ocultara bien. Fue un error haberme movido porque ahora su rostro y el mío se encontraban aún más cerca.

—¿Y qué tal? —Intenté sonar casual, tranquila, pero no lo estaba ni de lejos. Mis labios reclamaban los suyos, ansiaban el contacto de su piel ya conocido anteriormente por mí.

—No está mal. —Su voz sonó más ronca, seguramente, pensando en lo mismo que yo.

Asustada, traté de levantarme, de salir de ahí antes de que pasara algo que no podría borrar de mi memoria jamás, pero él leyendo mis acciones, me tomó del brazo, frenándome.

—No me alejes —Pidió, la súplica implícita en sus ojos—. Es lo que siempre haces, no lo quiero más veces.

—Esto..., yo... —Titubee sin sentido, aún presa del miedo latente en mis venas.

—No seré el mejor, Kiara —Me susurró, sus orbes verdes ya brillando por la fuerte emoción—, pero sé que te quiero y que nada va a hacer cambiar eso. Creía que te había perdido para siempre cuando te vi ahí, tirada en el suelo, yo no pude soportarlo. No me apartes nunca más. No podría con eso.

Una lágrima salada cayó de su ojo cuando lo besé. Una y otra vez juntamos nuestros labios, buscando algo de calor en la frialdad de aquella noche oscura y tenebrosa. Porque aunque yo no lo quisiera admitir, también lo quería, también deseaba su cuerpo tanto como él lo hacía y supe al instante en que me miré en sus ojos que estaba perdida. Pérdida por él para siempre.

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