XX

LAS MONTAÑAS DEL ETERNO INVIERNO

—Las montañas son la parte más peligrosa de nuestro trayecto. —Rhys adquirió un matiz serio.

Sentada en un pequeño y mullido sillón, tenía alrededor al grupo de cazadores que hacían planes para acceder a las cárceles.

—No muchos de los que entran ahí salen con vida para contarlo. —Advirtió Kyrtaar, aunque no parecía realmente preocupado.

—Pero nosotros somos el mejor grupo de cazadores, lo tenemos bajo control. —Sonrió Devdan, ganándose un codazo por parte de Syndra.

—Sois unos críos. —Soltó Naexi antes de largarse a la cocina con su piedra de música latente sobre la palma de su mano.

—Por favor, concentración. —Pidió Rhys, bufando.

Habíamos madrugado esa mañana para trazar un plan para entrar con éxito a las cárceles, pero hasta ahora, no habíamos conseguido nada. Además, el entrenamiento de ayer me había dejado entumecida. Me dolían todos y cada uno de los huesos de mi cuerpo debido a la horrible exigencia de Rhys, que me había obligado a hacer todo tipo de ejercicios y varios duelos en los que había perdido al minuto. Maldito mutante orgulloso.

—Para esta tontería no me dejasteis hacer una fiesta de cumple anoche. —Gruñó el moreno, cruzándose de brazos.

—Teníamos hasta los regalos. —Lloriqueó Syndra a su lado.

—Está bien, es suficiente. —Enfadado, Rhys se levantó del sofá y salió de aquella terrorífica casa, enfundado en armas. No tardé mucho en seguirlo.

Una fuerte ola cálida me golpeó nada más salir por la puerta. Menos mal que la época estival terminaba pronto o no sobreviviría al calor de Shianekdom.

—Si esto te parece malo —Me sorprendió Rhys—, deberías ver como es el invierno.

—Lo prefiero. —Avanzamos por un terreno escarpado que, seguramente, nos llevaría a esas montañas tan cruentas de las que tanto había oído hablar hoy.

—Ellos parecen infantiles —Su rostro desvelaba la preocupación que trataba de esconder—, pero no lo son frente al peligro. Sé que parecerá mentira y no tienes porque confiar en nosotros, pero no te pasará nada mientras nosotros estemos aquí.

—Lo sé. —No mentía, confiaba en ellos aunque fuéramos diferentes o pareciera pronto.

—No haremos un plan —Terminó decidiendo con la mirada pensativa clavada en el frente—, sólo las atravesaremos por el camino más corto. Kyrtaar lo conoce.

—¿Cuánto tardaremos?

—Como poco cuatro días, como mucho una semana.

—Eso nos deja tan sólo dos semanas de margen. —Tragué saliva, nerviosa. Los días habían pasado tan rápido que no me había percatado de lo cerca que estaba mi fecha de muerte.

—No necesitamos más. —Me calmó.

El resto del grupo no tardó demasiado en unirse, con Syndra y Devdan gritándole a Rhys algo sobre un caballo de regalo. Inquieta, saqué mi piedra de música para tratar de relajarme. Si Respen Lightcrown no estaba en aquellas cárceles, mi vida habría terminado para siempre. Estaba asustada hasta la médula. Además, todavía era inexperta en el ámbito de la lucha, si intentaban atraparme, estaba perdida. No tenía oportunidad.

El serpentino camino bajo el naciente sol no tardó en dejarme jadeante y sudorosa, también hambrienta. Por suerte, en la casa de Kyrtaar había una gran variedad de frutillas y yo me había guardado unas pocas en el bolsillo, antes de cambiarme de ropa a unas nuevas prendas que me prestó Syndra, lo más cómodo y sencillo posible para el combate.

—Kiara —Me llamó Syndra dulcemente—, no nos has contado qué arma has elegido.

Jugueteé con mis manos, repentinamente nerviosa al tener encima la atención de todos los cazadores. Eché una breve mirada rápida a Rhys, que asintió en silencio para que procediera con la historia.

—He escogido la Espada de la Perversión. —Solté, ganándome un gran y horrible silencio por parte de todos. Luego, estallaron en carcajadas.

—No digas bobadas, humana —Protestó Kyrtaar, agarrando su estómago por la risa—, eso es imposible.

—No ha tenido portador jamás —Explicó Naexi—, ni siquiera sabía que estuviera en la Corte Oscura. Nadie ha revelado su paradero en unos cuantos siglos, muchacha.

—Ya, dinos la verdad. —Presionó Devdan, aún con una sonrisa divertida plasmada en su boca.

—Está diciendo la verdad. —Confirmó Rhys, serio. Era el único que no se había echado a reír cuando había contado la historia real.

—Bobadas. —Gruñó Kyrtaar.

Cansada de que no me creyeran, la desenvainé y di unos cuantos cortes al aire, los justos como para que todos y cada uno de los cazadores la hubieran podido contemplar. Al instante, sus semblantes se tornaron asombrados, hasta asustados.

—Eso es... —Empezó Naexi.

—¡Increíble! —Finalizó Devdan, corriendo hacia mi espada hasta que Syndra lo agarró por la camiseta, frenándolo.

—Interesante. —Tocando su pelo azul, la cazadora se inclinó hacia delante para atisbarla mejor, sin frenar la marcha que habíamos emprendido por aquellas frondosas laderas.

—¿Cómo es posible? —Cuestionó el pelirrojo.

—No lo sé —Confesé yo, guardándola—, es la que he escogido y el sacerdote se ha puesto paranoico. No me ha dejado devolverla.

—No puedes devolver una espada si te ha elegido —Explicó Naexi—. Y mucho menos si es una espada como esa.

—¿Sabes algo de ella? De su historia, o quizás, de su leyenda. —Estaba ansiosa por recibir información, la que fuera, con tal de averiguar el misterio que la envolvía.

—Forma parte de los siete secretos de la Corte Oscura y sí, tiene una leyenda muy antigua.

—¿Los siete qué? —Devdan estaba igual de confuso y perdido que yo. Me agradó no ser la única.

—Hay siete objetos escondidos en esta corte, posesiones que tienen un gran poder oculto y que, por ello, se encuentran en lugares remotos donde nadie pueda alcanzarlos.

—Sin embargo, yo he encontrado la Espada de la Perversión.

—Eso es porque el destino lo ha querido así —Afirmó Syndra, decidida—, tiene que tener algún propósito.

—¿Qué otros objetos hay? —Fue Kyrtaar quien pareció intrigado, observando con fría cautela a Naexi.

—El Espejo de los Muertos, el Libro Mágico, la Piedra Celestial, la Serpiente Dorada... —Empezó a recitar, causándome un ligero mareo.

—Está bien —La interrumpió Devdan—. Creo que son demasiados para un sólo día.

—Cuéntanos la leyenda —Le pidió Rhys—, mientras tomamos un descanso en este claro.

En efecto, a nuestra derecha, se hallaba una llanura libre de árboles y demás fauna, pero con unas cuentas rocas grandes para poder sentarnos un rato. Exhausta, bebí algo de agua antes de dejarme caer sobre la superficie rocosa. Pude oír varios jadeos de alivio a mi lado, contentos de descansar y tomar aire fresco aunque sólo fuera por unos minutos.

—No recuerdo mucho —Admitió, tomando un trocito de pan y llevándoselo a la boca—, sólo que la espada fue forjada por el dios de las almas, hecha con sus mismas manos con los trozos de las almas malignas que no habían podido ascender.

—¿Ascender? —Cuestioné.

—Alcanzar la gloria —Siguió Rhys—, volver al polvo y la sombra de la que venimos. Si tu alma está manchada, quedas condenado a vagar por aquí eternamente, sin rumbo.

Pensé en lo aburrido y horrendo que debía ser una condena así, sin un propósito de vida. Sin una vida si quiera.

—¿Y dice algo sobre algún portador?, ¿alguien que domine la espada?

—Lo dice, sí —Admitió ella—, pero no lo recuerdo. Podríamos tomar un libro de la biblioteca cuando volvamos de las montañas, allí estará toda la información.

—Está bien. —Abatida, asumí que tendría que pasar una semana más sin saber porqué yo había sido elegida por aquella espada ancestral. Quizás, aquella curandera que alguna vez me había llamado ancestral se refería exactamente a esto, a mi espada. A lo mejor, ella había visto mi destino escrito en este arma.

Fuera como fuese, yo tendría que esperar para averiguar la verdad hasta el fondo y saber qué depararía mi futuro.

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Había perdido la cuenta de la cantidad de horas que llevábamos caminando por aquellas rocosas montañas. Además, nadie me había explicado que funcionaban con magia, por lo que la temperatura estival se había esfumado para ser sustituida con un frío sobrecogedor. Afortunadamente, Rhys había llevado consigo un abrigo y unos guantes de lana para mí, junto con algunos víveres. Había tomado todas las prendas sin rechistar en cuanto la nieve hubo besado mi cara.

—¿Quién ha hecho la magia que envuelve este lugar? —Cuestioné, con los dientes castañeando del helor.

—Es magia de hadas, pero se realiza por orden del rey oscuro.

—Vesstan Dunkel. —Dije sin querer, ganándome una multitud de miradas reprobatorias.

—No digas su nombre, humana, no sabes de lo que es capaz. —Murmuró Kyrtaar con amargura.

—¿Por qué quería que siempre fuera invierno aquí?

—Para que los presos que escapen tengan más complicado sobrevivir. —Me respondió Rhys. El ejercicio no parecía pasarle factura, o no tanto como a mí, que caminaba ya con la lengua fuera.

—Y porque algunos antiguos habitantes iniciaron una revuelta contra él, descontentos con su gestión —Le continuó Naexi—. En respuesta a sus quejas, hizo el lugar inhabitable para ellos.

—Para cualquiera, en realidad. —Protestó Devdan, ya no tan sonriente como de costumbre.

La blanca nieve pintaba cada uno de nuestros pasos, dejando un gran rastro, pero no me preocupó mucho cuando la ventisca azotó mi cabello. No hasta que me cayó una bola de nieve en el hombro, impactando al instante. Le siguió una suave risita. Por la procedencia, no había podido ser de ninguno de los cazadores, por lo que, empuñé mi espada, alerta como me había enseñado Rhys.

Al segundo, otra bola salió disparada hacia Devdan, que se giró al instante, creyendo que había sido Kyrtaar.

—Serás capullo. —Bramó mientras se lanzaba contra él. Ambos cayeron al suelo rodando cuando la tercera esfera de nieve aterrizó directamente sobre el rostro de Naexi, que gruñó guardando su piedra de música.

—Hadas. —Siseó Rhys, sacando su espada al tiempo que sus venas se incendiaron con verde puro.

Naexi y Syndra también blandieron sus armas, colocándose delante de mí. Yo no me atrevía a dar un paso, inconsciente de lo que podían llegar a hacer aquellas criaturas que jamás mis ojos habían contemplado.

—Revelaos si no nos vais a dejar continuar. —Pronunció Kyrtaar cuando logró librarse de Devdan, ambos ya armados hasta los dientes.

Como por arte de magia, un par de jóvenes se rebelaron frente a nosotros. Eran de estatura media e iban vestidas con flores, como si el gélido frío no penetrase en sus suaves y lechosas pieles. Sus sedosos cabellos estaban repletos de perlas y hojas perfectamente ordenadas. También, poseían unas bellas alas coloreadas en tonos pastel, rosa y verde. Eran realmente hermosas. Además, desprendían un halo de luz blanca propia que, al principio, me cegó.

—¿Invitados por aquí, Rabinia? —Habló con su compañera.

—¡Invitados por allá, Navimia! —Gritó la otra en respuesta antes de sobrevolar nuestras cabezas y lanzarnos otra bola de nieve que cayó sobre el pelo rojo de Kyrtaar.

—¡Sois preciosas! —Chilló, lanzándose sobre Syndra, que lanzó una estocada al aire para hacerla retroceder.

—¿Qué queréis? —Les preguntó Rhys, impaciente.

—Nada de joyas por aquí —Murmuró Navimia, revisando todo cuanto llevábamos—. ¡Oh, pan con pasas! ¡Lo adoro! —Tomó una rebanada con sus pequeñas manos hasta que su hermana la obligó a soltarla.

—Tenéis algo valioso. —Les informó, centrando su vista únicamente en Rhys.

—Revélanos que queréis y dejadnos marchar. —Pidió Naexi, mostrando serenidad.

—Queremos a la maldita.

—¿Qué? —Cuestionó Syndra.

—La maldita —Me señaló—. Su Espada del Mal brilla por sí sola, ella es la maldita y camina junto a su némesis.

—No, no... —Retrocedí, asustada—, estáis equivocadas.

—¿Equivocadas nosotras? ¡Jamás! —Rió Rabinia—. Ese es el precio, la maldita a cambio de dejaros pasar.

—No lo aceptamos. —Gruñó Rhys.

—No hay opción. —Sonrió, desplegando sus alas.

Palidecí cuando volaron, demasiado cerca de mí. Casi lloré cuando las estocadas de Syndra y Rhys no daban en el blanco.

Mi mente trabajó a toda prisa, recapitulando cómo me había salvado yo en cada ocasión de peligro. Entonces, recordé que el murk me había obedecido de inmediato cuando le pedí que se retirara. Quizás, era una idea estúpida; sin embargo, yo no tenía nada que perder.

Alcé mi espada dorada como el sol hacia el cielo y con toda la fuerza de mis pulmones grité.

—¡Idos!

Pero, en esta ocasión, no conseguí salirme con la mía. Mientras que otras compañeras distraían al resto de cazadores, esas pequeñas hadas me tomaron por los brazos y me llevaron volando lejos de mis amigos.

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