XVI

EL TEMPLO

Conseguí salir del mercado yo sola, esquivando las multiples preguntas de los aldeanos, que miraban con asombro la sangre que me empapaba. Algunos también alcanzaban a ver algún que otro cristal incrustado en la piel y tapaban sus ojos rápidamente, como si se marearan por ver algo así de tosco.

Cuando el sinfín de puestos acabó, atisbé a los cazadores esperándome, hablando en un círculo formado por ellos mismos. Aún a la distancia que me encontraba, podía ver rostros preocupados, tensos. Sobretodo el de Rhys.

Syndra fue la primera en verme. La morena soltó un grito que me congeló la sangre y corrió hacia mí, sosteniéndome como si supiera que estaba a punto de caerme. Porque eso fue exactamente lo que pasó. Mis rodillas se doblaron solas y abracé el suelo. La pérdida de sangre me estaba pasando factura.

Como si fuera un eco de fondo, podía oír a Rhys gritarle a Syndra y a Devdan mientras Kyrtaar me tomaba en brazos y me sacaba de allí bajo la preocupada mirada de Naexi. No supe a donde íbamos, tampoco si sobreviviría, pero nada de eso me importó cuando cerré los ojos, dejándome arrastrar por el cansancio y la fatiga. Por fin, en paz.

•••

Desperté sobre un pequeño colchón blanco tirado en el suelo. Desorientada, froté mis ojos para enfocar mi borrosa visión. Me percaté al instante de la cantidad de vendas que envolvían mi cuerpo y por la pulcritud y blancura del lugar, me pregunté si había muerto.

Pero entonces Syndra entró como un torbellino a la habitación, dejándome saber que estaba muy viva. El pinchazo en mi abdomen cuando me intenté incorporar también corroboró la información.

—No te muevas. —Habló una canosa señora desde la puerta. Era una anciana vestida con una larga capa rojiza, con múltiples trazos de tela saliéndole hacia los lados.

No la obedecí. Hinqué mis manos en el colchón para ganar fuerza a la hora de levantarme. Tampoco a la segunda lo conseguí.

En ese instante, entraron Rhys, Kyrtaar y Naexi, que, para mi fortuna,no habían llegado a ver mi patético intento de salir de aquí.

—¿Dónde estoy? —Mi boca estaba seca, mi garganta se desgarró por ello al hablar.

—Estás en mi casa, querida —Respondió la anciana—. Soy una vieja amiga de Rhys y por supuesto, una sanadora. Has llegado aquí a las puertas de la muerte.

Mis huesos estaban engarrotados, no podía moverme ni un milímetro sin que un quejido se escapara de mis labios involuntariamente.

—¿Dónde está Devdan? —La ausencia del moreno encendió las alarmas en mi cabeza. Ellos compartieron una mirada cómplice, debatiéndose si revelarme su paradero o mantenerme en la ignorancia. Finalmente, Rhys tomó la palabra.

—Está buscando algo muy importante.

—¿A Respen?

—No. —La angustia carcomía al joven cazador, que no parecía encontrar las palabras para explicarse.

—Será mejor que los dejemos solos. —Dejó caer la anciana, alternando la vista entre ambos antes de desaparecer por la puerta seguida de los demás.

Cuando nos quedamos solos, Rhys exhaló ruidosamente. Yo me dediqué a observarlo mientras esperaba a que tomara la palabra. Unas grandes violáceas ojeras enmarcaban sus bonitos ojos esmeralda, su pelo lucía despeinado y por su expresión, pude deducir que llevaba un tiempo sin dormir. Se veía preocupado, ansioso, juraría que nunca había visto así a Rhys.

—Hemos hablado con las curanderas del templo —Se aclaró la garganta como forma de ganar tiempo para pensar en las siguientes palabras—, también con algunas sacerdotisas. Esta es su casa.

—Oh, no sabía que teníais religión propia en Shianekdom. —Dejé entrever un poco de mi asombro.

—La mayoría de cazadores no somos muy afines —Admitió, menos tenso—. De hecho, creo que sólo nos han dejado entrar porque estabas... —Dejó la frase en el aire, incapaz de terminarla.

Pude notar su angustia, la desazón con la que estaba cargando, por lo que decidí cambiar el tema.

—¿En qué se basa esa religión? —Pregunté con tono curioso.

—Está formada por cuatro dioses: la Diosa de la batalla, el Dios de las almas, la Diosa de la curación y el Dios del tiempo. Cuentan las leyendas antiguas que antes de la creación, todo era polvo y sombra. De ahí se crearon los cuatros dioses y nos hicieron a nosotros, semejantes a ellos. Se lo debemos todo al polvo y las sombras.

Casi podía escuchar a Kyrtaar mascullando que era una historia estúpida.

—No me mires así —Siguió él cuando vio mi mueca de confusión—. Del polvo y la sombra nacemos y al polvo y a la sombra volvemos.

—Es una frase bonita. —Me encogí de hombros, sin dejar que su información calara mucho en mi subconsciente. Sin embargo, no pude evitar recordar como los murks se habían convertido en polvo al momento de morir.

—Desde tiempos inmemorables, se construyeron templos en honor a estos dioses por todo Shianekdom. Nosotros estamos en el de la diosa de la curación.

—Entonces, ¿aquí viven sacerdotisas y curanderas?

—Sí, todas esas mujeres han dedicado su vida al culto. Gracias a ellas, estás viva. —Su mirada se endureció un poco, temiendo que yo sacara alguna burla sobre lo que me había contado y lo habría hecho si no sintiera dolor en cada parte de mi cuerpo.

—Más tarde, se lo agradeceré —Eché un breve vistazo a la estancia, luego a él de nuevo—. ¿Y Devdan?

—Él ha ido a por un ingrediente faltante para que te cures —Esquivó mi mirada. Sospechoso—, volverá en apenas unas horas.

—Creía que con las vendas era suficiente. —Parecía una momia.

—Es... —Titubeó—, otro tipo de curación.

—¿No es para los cortes? —Negó con la cabeza—, ¿qué me harán entonces?

—Kiara, ahora mismo eres adicta al Heavenly —Me dirigió una mirada cautelosa, midiendo sus palabras—. Con la pócima que te darán las curanderas, olvidarás que jamás probaste eso. Nunca debiste hacerlo.

—No soy adicta. —Bramé, furiosa. Pero una parte de mí se deshacía por volver a sentir en mi paladar ese delicioso líquido.

Me había convertido en una adicta.

Lo eres y no pasa nada por serlo —Posó su mano sobre la mía, pero me aparté rápidamente—. Cualquier humano habría caído en el vicio antes de morir. Tú tienes suerte de seguir viva.

—Yo puedo sola, Rhys, no necesito ninguna cura extraña. —Dicho esto, traté de levantarme y esta vez, lo conseguí.

Salí de aquella extraña sala blanca dejando al cazador solo y confundido.

Todo en este templo era exageradamente blanco, me recordaba a un hospital en el peor de los sentidos. Caminé y caminé por cientos de pasillos hasta que escuché varias voces conocidas. Esta vez, no me detuve a espiar, Kyrtaar me había hecho aprender la lección.

Doblé la esquina y aparecí frente a una sala llena de elegantes pilares rocosos y numerosas imágenes pintadas en las paredes. Suspiré de alivio cuando vi que todo había dejado de ser blanco. Frente a mí, podía ver la pintura de una mujer de cabellos dorados, vestida de blanco con una serpiente enroscada en su cuerpo. A su lado, pude divisar otra figura femenina, ésta era morena y cargaba con una pesada armadura y una espada luminosa.

—Son las diosas de la curación y de la guerra. —Oí una voz a mi espalda. Era la anciana de la túnica roja que me había hablado antes.

—Son muy bonitas. —No era mentira, todas las pintadas que cubrían la estancia se veían realmente lujosas.

—Este es el centro del templo —Me explicó—. Aquí hacemos todos los rituales y celebraciones.

En el centro de la sala, sobresalía una especie de caldero pequeño, bañado en oro y piedras preciosas. Supuse que era parte de algún ritual, más no pregunté. La anciana, viendo que iba a permanecer en silencio, volvió a alzar la voz.

—Eres una joven muy especial —Sus orbes azulados me escudriñaban—, ¿lo sabías?

—No. —Respondí, sincera. Me veía como alguien mundano, común, una simple humana más en este mundo.

—Lo eres —Me aseguró. Luego, se marchó mascullando palabras como poderosa o ancestral.

Pasé de su comportamiento extraño y me volví hacia el grupo de cazadores que me habían traído hasta aquí. Se veían entre preocupados y tensos.

—No deberías haber salido de la cama. —Me regañó Syndra. Pude ver el pánico en sus ojos y supe que se sentía culpable.

—No ha sido culpa tuya. Yo debí haberlo controlado.

Sus ojos café lagrimearon un poco hasta que me envolvió en un fuerte y tibio abrazo que le devolví al instante. Su preocupación era algo que me abrumaba, ninguno de mis amigos se había comportado así conmigo jamás. Solamente los padres que alguna vez tuve me habían hecho sentir así.

—Es imposible que lo controles, por eso, te vamos a curar. —Me prometió.

El pánico me invadió. Yo no quería ser curada, mis instintos me pedían a gritos que saliera corriendo al mercado, a buscar a Yanth para que me diera más Heavenly. Mi boca añoraba ese sentimiento de fuerza y poder que provocaba aquella droga.

—Hablando de eso, no creo que sea necesario —Sentía náuseas y sudores fríos mientras trataba de vocalizar—, ya me encuentro mucho mejor. Deberíamos traer a Devdan de vuelta.

—Eso es justo lo que diría un adicto. —Pinchó Kyrtaar.

—No creo que Devdan quiera volver —Syndra suavizó la situación—, él se ha ofrecido voluntario para salir y no ha dejado a nadie más. Ni siquiera nos ha permitido acompañarlo.

—Insisto, no debe hacer ese esfuerzo.

—Lo hará. —Replicó la morena.

—Lo hará porque se siente culpable —Escupió Kyrtaar—, aunque la culpa sea tuya, por ser tan humana y tan adicta.

Sus palabras me golpearon como un puño, pero
no se lo dejé ver. Lo miré con indiferencia y neutralidad aunque por dentro estuviera derrumbándome.

—Contrólate. —Le reprendió Syndra. Naexi se había alejado un poco para huir de todo este drama.

—No podemos arriesgarnos.

—Tienes que cuidar tu vocabulario.

—Mi vocabulario está perfectamente.

Era oficial, Syndra y Kyrtaar estaban a punto de enzarzarse en una de sus ya típicas peleas, por lo que seguí las acciones de Naexi y me aparté de ellos.

—¿Qué haces? —Cuestioné, mirando sus mechas azules ondearse.

Ella abrió la mano y me mostró una piedra pequeña violácea.

—Si la piedra te elige a ti, reproduce la música que te guste cuando la tocas. —Me contó.

Abrí la boca, sorprendida y acepté la invitación de cogerla. No tener móvil para escuchar música me tenía nerviosa estos días. Sin embargo, cuando yo toqué la piedra, nada pasó.

—No escucho nada. —Protesté.

—Eso es porque no es tuya. Tengo algunas más guardadas, puedes probar con otra si quieres.

—Está bien. —Creo que sólo acepté para poder alejarme del escándalo que estaban formando Kyrtaar y Syndra.

—Como esto llegue a oídos de las sacerdotisas... —Expresó Naexi en tono crítico, con un ojo puesto en los dos furiosos cazadores.

—¿Qué pasará?

—Que los echarán a los dos y posiblemente, no podamos entrar más. Este es un lugar de culto y paz, no hay espacio para conflictos aunque la diosa de la batalla esté plasmada en estas paredes. —Apretó los labios mientras me guiaba por los blancos pasillos.

—Entonces, ¿sólo se puede pelear en el templo de la diosa de la batalla? —Recordé que nos hallábamos en el de la curación.

—Allí son más caóticas —Admitió cuando se paró frente a una puerta y la abrió, dejándome pasar a mí primero—, pero tampoco creo que estén muy contentas con un conflicto externo a los suyos propios.

Naexi tomó una de sus prendas y rebuscó en los bolsillos de ésta. Eran una especie de pantalones verdes pequeños. Sacó dos puestas, una anaranjada y otra celeste.

—Debes tomar la que tu subconsciente te diga. —Me las extendió, una en cada mano.

Cerré los ojos y cogí una sin mirar. Había escogido la celeste. Nada mas entrar en contacto con mi mano, pude escuchar algo parecido a un violín o un piano. La música me acariciaba y me envolvía, hasta los pies me picaban por bailar, por volverme parte de esa dulce melodía.

—Funciona, ¿verdad? —Asentí con la cabeza y le agradecí en apenas un susurro, inmersa en la canción que deleitaba mis oídos.

Salimos del lugar para volver al centro del templo, cada una con su piedra, sin necesidad de entablar una conversación porque la música ya llenaba el silencio.

Pero entonces un horrible gritó irrumpió la mediodía. Sin necesidad de mirar, pude ver a Devdan en mi cabeza, sangrando y pidiendo ayuda.

Nota de autora: hola. Como ya he terminado de escribir este libro, voy a intentar publicar un capítulo todos los días (spoiler: no me voy a acordar),

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