XV
MENTIRAS
Aún con todo el gentío arremolinándose tras nosotros dos, frené en seco y lo miré, atónita.
Taenya, la dichosa y tan mencionada Taenya, era una bruja. Y era su hermana. Me sentí estúpida y ridícula por sentir celos de ella, por creer que ella era su amante o algo así.
—Pero dijiste que habías perdido a tu familia. —Más que una pregunta, fue una afirmación confusa.
—Y lo hice —Bajó la voz, trataba por todos los medios de ocultar el dolor que estaba sintiendo—. No necesitas que alguien muera para perderlo.
Asentí, comprendiendo su situación y sus emociones, que se arremolinaban como huracanes dentro de sus ojos esmeralda.
—Pero, ¿las brujas pertenecen a la Corte Oscura? —Mi cerebro trabajaba a toda velocidad para captar toda la información posible. Volvimos a caminar.
—Van por libre en cuanto a normas, pero tienen sus aquelarres situados en distintas cortes —Lucía pálido incluso con la luz del sol en su piel—. La mayoría viven en la Corte Oscura y la de las Tinieblas porque los cazadores somos de la Corte de la Luz.
—Oh, ¿cómo es posible? —Él sabía que no me refería precisamente a la ubicación de los aquelarres.
—Nuestra sangre es especial —Explicó con dificultad—. Por eso, yo soy el cazador más fuerte y ella..., una bruja muy poderosa. Me temo que ya se ha enterado de nuestra incursión en la tienda de ropa. —Se movía incómodo entre las telas.
—¿Crees que nos va a atacar? —Mi voz sonó como un eco suave y fino.
—No lo sé. —Podía ver en sus ojos, en su rostro, la devastación que le producía hablar de su hermana o de su familia en general, ahí plasmada como si de un cuadro se tratara, por lo que decidí no torturarlo más. Cambié de tema.
—¿Cuándo se acabará el mercado? —Hablé a media voz, respirando con dificultad. Sentía como si mis pies pesaran una tonelada y el sudor que empapaba mi frente tampoco cooperaba mucho—. Llevamos horas caminando.
—No nos queda mucho —Pude ver el atisbo de una sonrisa fantasmal en su rostro, motivada seguramente por mi aspecto desaliñado—, apenas media hora.
En silencio, avanzamos a grandes pasos para alcanzar al resto de grupos, que charlaban animadamente sobre sirenas. Bueno, sólo Devdan y Syndra lo hacían, Kyrtaar estaba quejándose de ellos y Naexi los miraba aburrido.
—Si yo fuera una sirena... —Comenzó Devdan, con una enorme sonrisa iluminando sus palabras. Sin embargo, se calló abruptamente cuando nos vio aparecer a Rhys y a mí.
Nos envolvimos en un tenso silencio que no sabía porqué venía motivado. Miré cada uno de sus rostros, pensativos o serios, otros curiosos, hasta que Kyrtaar hizo lo suyo.
—Entonces, ¿lo habéis solucionado o no? —Su voz sonó tosca, ruda. Probablemente, de mal humor por tener que aguantar a Devdan y a Syndra juntos.
—Sí. —Murmuré tímidamente. Acto seguido, Syndra y Devdan se abrazaron, riendo. Me quedé sorprendida, hasta Naexi parecía feliz.
—¡Bien! —Gritó Devdan, sobresaltando a varias personas que vagaban tranquilamente por el mercado—. Ya no tendremos que soportar a Rhys de mal humor.
—Que alivio. —Naexi fingió secarse el sudor falso de la frente con la palma de su mano. Rhys les gruñó.
—Honestamente, hermano —El moreno pasó un brazo por los hombros de ojiverde—, no hay quien te aguante cuando estás enfadado. Pobre Kiara.
Fruncí el ceño, pero no hice ningún comentario al respecto. Tampoco Rhys se pronunció. Los siguientes y últimos minutos en el mercado se basaron en Syndra y Devdan parloteando cada uno a un lado mío, llevándome a rastras de un puesto a otro, mientras que Naexi y Kyrtaar los criticaban. Rhys simplemente se dedicó a echarme un vistazo de vez en cuando, como si estuviera cerciorándose de que estos dos no me arrancaran un brazo.
—¡Oh, por los dioses, mirad eso! —Chilló Syndra, moviéndome hacia la derecha— ¡Son hermosos! —La morena se había quedado prendada de unos pequeños rotuladores con tinta de purpurina.
Devdan rodó los ojos sin perder la sonrisa. La dueña del puesto, una mujer de mediana edad vestida y maquillada exclusivamente de negro, se nos acercó.
—Querida —Su voz sonaba aterciopelada, acariciando nuestros oídos melodiosamente—, si te has fijado en ellos es porque te pertenecen.
Syndra lucía ligeramente asombrada cuando la mujer hizo el amago de dárselos.
—Oh, señora, yo no... —Pero ella no la dejó terminar.
—Es cortesía mía —Nos sonrió mostrando algunos dientes rotos y ennegrecidos—. Sólo su verdadero dueño posaría los ojos sobre ellos.
Aunque sonara a locura o a trampa, yo realmente creía a la vendedora. Los rotuladores eran simples, sencillos, algo que podrías encontrar en cualquier lugar incluso del reino humano. Sin embargo, Syndra había parecido tan maravillada con ellos que parecía la verdadera dueña de ellos.
Le agradeció a la mujer unas veinte veces y nos apresuramos a seguir a los demás, que ya nos sacaban mucha ventaja.
—Podrías regalárselos a Rhys. —Sugirió Devdan.
—No creo —Negó ella rápidamente—, ya tengo su regalo preparado.
—¿Regalo? —Pregunté, confusa.
—¡Oh, no lo sabes! —Syndra abrió mucho sus ojos.
—Mañana es su cumpleaños. —Explicó el moreno, divertido por mi repentina mueca de exasperación.
—¿Todos le tenéis un regalo? —Más que por curiosidad, necesitaba saberlo para no pasar vergüenza al día siguiente, cuando fuera con las manos vacías.
—¿Bromeas? —Rió Devdan—. Rhys odia ese día, no dejará que nos acerquemos siquiera.
—Además, somos pobres —Syndra no parecía apenada por ello—, traerle un regalo significaría robar y Rhys odia eso.
—Sólo el cabrón de Kyrtaar solía tener fortuna por su influyente familia —Gruñó él, lejos de la molestia—, pero como casi todos nosotros, la perdió.
—¿A su familia?
—Ambas —El rostro de Syndra se había oscurecido—. Ellos siguen vivos, pero Kyrtaar preferiría cortarse un dedo a hablar con ellos, por lo que ya no le dan vestelas.
—¿Qué son sus familiares? —Eché un vistazo disimulado al pelirrojo que se hallaba delante nuestro, ahora más interesada por su peculiar historia.
—Tienen cargos importantes dentro de la Corte Oscura.
Me giré en seco hacia Devdan, contemplándolo para ver si me había mentido, pero no detecté tal cosa en sus ojos cuando los examiné. Jamás habría imaginado que Kyrtaar fuera de la Corte Oscura.
—Creí que todos pertenecíais a la Corte de la Luz. —Murmuré, disimulando mi dramática reacción hacía unos segundos.
—No, no todos somos de la Corte de la Luz y Kyrtaar no es el único —Comentó Syndra, misteriosa—, pero ese es un tema para otro día.
La morena había cortado mi curiosidad de golpe, dejándome con la miel en los labios. Estuve tentada a insistirle, ansiosa por conocer más, pero supe que no se lo tomaría a bien y yo no quería arruinar el momento. Además, Syndra, junto con Devdan, era una de las que mejor me trataba del grupo. No debía aprovecharme de su bondad.
—Entonces, ¿no vamos a regalarle nada a Rhys? —Opté por cambiar de tema.
—¿Acaso quieres robar? —Una enorme sonrisa lobuna cobró vida en los labios de Devdan, bajo la mirada reprobatoria de Syndra.
Me encogí de hombros. No supe porqué actuaba así cuando, hacía nada de tiempo, estaba cuestionándome la moralidad de robar en aquella tienda de ropa.
—Me gusta este cambio. —Devdan se había trasformado del chico simpático y bromista al delincuente de película americana.
—Nosotros no robamos por placer. —Syndra se mostró dura, descontenta con nosotros dos.
Sin embargo, yo sabía lo que tenía que hacer para conseguir lo que quería.
—Vamos, Syndra —Utilicé mi tono más dulce—, robaremos a alguien que sea corrupto. Rhys se merece ese regalo.
Posé mi mirada de corderito degollado en Syndra y así, pude ver el debate interno que la torturaba. Ella iba a ceder.
—Está bien —Suspiró sonoramente—, pero todos al mismo no. Yo iré al de aquella esquina. —Señaló a un robusto hombre. Temblé, hacía tres de Syndra, recé en silencio por que no la pillara.
—Yo iré al de la otra calle. —Devdan sonrió con malicia. Al parecer, sólo ellos dos sabían a quien se refería él.
—Yo también tengo una leve idea —Pude atisbar la duda en los ojos de ambos, por lo que me apresuré a salir corriendo—. ¡Nos vemos!
Disimuladamente, me moví lo más rápido que pude. Había podido engañar a Syndra y a Devdan, pero no correría la misma suerte si Kyrtaar o Rhys se enteraban. Incluso Naexi se habría percatado de mi jugada.
Para cuando llegué al puesto que estaba buscando, el sudor se pegaba a ambos lados de mi cara e incluso caía por mi cuerpo. Sin embargo, no me importaba. Estaba viendo lo que quería, lo tenía enfrente.
—¿Otra vez por aquí? —Su áspera voz me dio la bienvenida junto con su robusto y gran cuerpo. Lo último que vi fue su rojizo pelo.
—Lo necesito. —Sonaba como un robot.
—Tu amigo ya ha dejado claras las cosas —Me gruñó—. ¿Crees que no sé que vas con cazadores?
—Ellos no son mis amigos —Sentí que el aire no pasaba por mi nariz, me quemaban los pulmones. Me estaba ahogando—. Se lo juro, ya los he perdido de vista.
Él sonrió repasando mi cuerpo con lascivia mientras jugaba con uno de sus cobrizos bigotes. Su barba era realmente enorme y frondosa.
—¿Y con qué me vas a pagar tú, humanita?
Sonreí. Ya me había anticipado a esa jugada y por el camino que había trazado hasta este puesto, había robado disimuladamente un brazalete de oro que se veía muy caro. Lo saqué y se lo tendí. Él lo examinó entre sus manos.
—Vaya, esto parece muy caro —Volvió a dirigir su atención a mí—. Dime, chiquilla, ¿es esto una reliquia familiar?
—Sí, lo es —Mentí descaradamente, sin titubear—. Era de mi bisabuela y ha ido pasando de generación en generación hasta llegar a mí. Tiene muchos años.
—¿Y por qué lo venderías sólo por una botella de esto? —La tomó y la sacudió como si no fuera nada. Yo sentí que mi corazón dejaba de latir en mi pecho.
—Por favor. —Le supliqué, sintiendo algunas lágrimas salir de mis ojos.
—Está bien, pero este brazalete no será suficiente —Lo tiró a la mesa causando un estruendo—. Ven, pasa.
Movió una de sus mesas para que yo entrara al puesto con él. Antes de caminar, eché un rápido vistazo a ambos lados, cerciorándome de que no me viera ninguno de los cazadores, pero incapaz de sentir arrepentimiento. Y es que yo casi sentía el Heavenly Starry en mi boca. Temblé de placer.
Descubrí que dentro de cada puesto cubierto por una tela oscura, había una especie de casa pequeña dentro, apenas para una persona. Me pregunté si vivirían ahí o simplemente existía para alguna necesidad durante el horario de trabajo.
—Mi nombre es Yanth —Sonrió dejando ver sus amarillentos dientes—. Eres libre de entrar a mi casita, yo te traeré el Heavenly.
Asentí con la cabeza y lo obedecí.
El lugar era incluso peor desde dentro, incluso cuando todo parecía estar bañado en madera achocolatada. La casa constaba de un pasillo del que salían tres puertas: la de la derecha pertenecía a la cocina, pero olía tan mal que ni me atreví a entrar; la del medio me mostró un sucio baño de azulejos blancos y azules y por último, la puerta de la izquierda. Allí hallé una especie de sala minúscula donde sólo cabía un sofá rojo sangre y una pequeña mesa anaranjada. Sentía que las paredes se me caían encima y me pregunté cómo podía Yanth vivir en este horrible lugar.
En cuestión de minutos, Yanth apareció con una pequeña copa de cristal bañada en aquel delicioso y brillante líquido azul. El Heavenly Starry. Mi boca se aguó sólo de verlo, de pensar en lo que iba a sentir en cuanto una de esas gotas rozara mi paladar.
Se lo quité de las manos, desesperada, y me lo bebí de una, pero cuando fui a hacer el amago de dejar la copa en la mesita y abrir la boca para pedir más, el cuerpo de Yanth estaba sobre mí. Dejé caer el cristal al suelo, provocando que se rompiera el mil añicos con un doloroso crack.
Pataleé y luché para sacármelo de encima, para que dejara de pasear su lengua por mi cuello sin mi permiso, pero ya era tarde. El Heavenly estaba haciendo estragos en mi cuerpo, haciéndome ver espirales de colores y sintiéndome muy alegre.
Pero cuando la mano de Yanth viajó a mis partes bajas, el efecto de aquel tortuoso líquido se esfumó. Grité a todo lo que daban mis pulmones, sintiendo como un mar de lágrimas descendía por mis coloreadas mejillas.
—Aquí nadie te va a oír, puta. —Me tapó la boca con la mano, pero se la mordí haciendo que retrocediera, adolorido.
Esa fue mi oportunidad, aproveché su descuido para hincar mi rodilla en sus partes bajas, sacándole un furioso grito al instante. Me agarró del pelo y me tiró al suelo, quedando atrapada entre la mesa y sofá. Me clavé todos los vidrios que yacían en el suelo, más no hice ninguna mueca. Cuando me fue a subir de nuevo, agarré un vidrio y se lo clavé directamente en el ojo. Y luego en el otro. Yanth bramó de dolor, haciendo aspavientos con sus brazos.
Pero yo no desperdicié el tiempo. Gateando, me colé debajo de la mesa, lejos de su alcance debido al gran tamaño de su cuerpo.
—¡Vuelve aquí, puta! —Lo oía gritarme, furioso.
Cuando llegué a la puerta de la salida, logré mirar mis ensangrentadas manos, pensando si realmente había valido la pena lo que había hecho.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top