XLIV

VOLUNTAD FÉRREA

—Vesstan planea atacar el palacio de la Corte de la Luz.

Perpleja, me giré hacia Taenya, bostezando todavía. No me había despertado por completo aún y ya estaba soltando bombas por su boca.

Solté un improperio.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Esta noche —Me observó, midiendo mi reacción—. No iremos si no quieres.

Me recosté sobre su sofá, planeando mi respuesta. Estas últimas dos semanas, había estado viviendo con ella, entrenando y aprendiendo todo tipo de hechizos, ya era capaz incluso de sanar algunas heridas menores, aunque nunca tan bien como Leena. No me había atrevido a poner un pie en el castillo por temor, no quería enfrentarme a Rhys.

Si Taenya y yo colaborábamos en el asalto al castillo, yo me cruzaría con Rhys sin lugar a dudas y eso me provocaba pavor. Sin embargo, este ataque era crucial para poner fin a la guerra ahora que Elyon no tenía apoyos. Si esto salía bien y matábamos al rey, la guerra se habría acabado y Respen podría ser libre por fin. No podía dejar que mis miedos se interpusieran entre mis planes.

—Iremos —Sentencié yo, firme—, debemos ayudar a Vesstan y a Respen.

—Será peligroso —Me advirtió con un irritante tono maternal—, Elyon ya sabe que ha perdido los vínculos con los cazadores y por ende, con nosotras. Estará alerta a cualquier señal.

—La guerra siempre es peligrosa. —Murmuré mientras caminaba hacia la cocina, famélica.

Durante mi estancia aquí, no había podido visitar a Respen ni una sola vez y eso me entristecía. Taenya alegaba todas la veces que yo se lo pedía que era peligroso por si me rastreaban. Tenía razón, pero no podía evitar sentirme alicaída y..., sola. Echaba de menos a mis amigos cazadores e incluso a Vesstan, por engreído y antipático que me pareciera. No es que Taenya fuera mala compañía, es que ella era increíblemente hermética, así que no la conocía en profundidad.

Llené un cuenco de leche con cereales y tomé asiento en la cocina para devorarlo en silencio, pero mis planes fueron interrumpidos. Al tiempo que llevaba la primera cucharada a mi boca, Wyniel y Elasha irrumpieron en la estancia, la primera más ruidosa que la segunda.

—¡Eila! —Me llamó la vivaz bruja.

—Siempre es bueno verte, Wyniel. —Les sonreí, aunque me encontrase muerta por dentro.

—¿Entrenarás hoy? —Cuestionó sentándose a mi lado.

—No lo creo —Murmuró Elasha, a unos metros de nosotras—. Debemos conservar fuerzas para esta noche.

—¿Qué decisión han tomado los aquelarres? —Suspendí mi cuchara en el aire, temerosa por la posible respuesta.

La indecisión de las brujas para decidir si participar en la guerra o no se había prolongado más de lo esperado y eso tenía a Taenya demasiado tensa y alerta. Cada día que pasábamos sin una respuesta contundente, menos esperanzas nos quedaban de que los aquelarres colaboraran por nuestra causa, con Vesstan Dunkel.

—No participarán. —Gruñó Wyniel, apretando los puños.

—Han informado esta mañana que han decidido no tomar bando en esta guerra, permanecerán neutrales.

Aparté el bol a un lado, perdiendo el apetito instantáneamente.

—¿Cómo es posible? —Murmuré, inédita— Creí que los aquelarres querrían una paz con los cazadores.

—No es tan fácil —Intervino Elasha—, cientos de brujas han muerto a manos de los cazadores, las brujas que quedan no van a perdonar ni olvidar tan fácilmente.

—Tampoco ellos frenarán su sed de sangre de brujas a cambio de nada.

Fruncí el ceño, molesta de repente. No iba a dejar que sus discursos apagaran mi esperanza, no. Yo conseguiría esa paz, yo establecería cordialidad entre esta discordia.

Me levanté de mi asiento sin previo aviso y salí de la casa de Taenya sin dar explicaciones y siendo lo más sigilosa posible para evitar altercados. Siguiendo rigurosamente las instrucciones de mis brujas, me teletransporté hacia el lugar donde estaba escrito mi destino.

⚕⚕⚕

La Corte de la Luz me recibió con un otoñal cielo nublado y una leve brisa que hizo que mi piel de erizara. El frío ya daba paso a la caída de las hojas de los árboles, pintando el paisaje de chocolate y bronce.

La última vez que había recorrido estos caminos, había sido atacada por un monstruo del rey oscuro, Vesstan, un murk concretamente. Me sentía nostálgica si recordaba quien solía ser para ese entonces, tan ignorante de todo lo que me rodeaba, de quién era yo realmente. Pero ahora que lo sabía, no podía evitar añorar volver a esos años en el mundo humano. Que felicidad traía la ignorancia.

El lugar estaba tal y como lo recordaba, la fachada azulada, el cartel dorado, los alrededores bien cuidados. Toqué un par de veces a la puerta antes de entrar.

—¿Quién va? —Sonó su voz. Yo sonreí.

—Una antigua clienta. —Respondí yo, breve.

Ella no confió en mi respuesta y aguardó en la entrada, frente al mostrador. Cuando me vio llegar, su cara se tornó pálida.

—Tú... —Murmuró ella, sin dar crédito.

—Hola, Misha.

Marthos emergió de la planta de arriba, motivado por el sonido. Nuestro último encuentro no había sido agradable, así que no esperé recibir sonrisas ni halagos.

—¿Qué te trae por aquí? —Cuestionó él, cauteloso— ¿Y dónde has dejado a Rhys?

—Para estas alturas ya te creíamos muerta. —Comentó ella.

—Vengo en busca de una persona.

—Rhys no está aquí. —Contestó él a gran velocidad, demasiado rápido para no sonar sospechoso.

—No lo busco a él.

Me acomodé sobre la mesa del recibidor, estudiando sus respuestas y movimientos. Sus dos almas eran puras, por lo que mi poder no tendría efecto aquí.

—Debe ser importante, ¿no? —Asumió Misha— Para que hayas viajado tan lejos, sobretodo, sabiendo que en esta corte, tu cabeza tiene precio.

—Antes de que me atraparan, ya me habría ido. —Les esclarecí por si tenían alguna tentación.

Ambos se tensaron y compartieron una mirada indescifrable.

—Dinos, ¿a quién buscas, Reina de las brujas?

Antes de que él llegara, yo ya lo había sentido.

—A mí. —Respondió desde atrás, con una jarra de cerveza en su mano.

Me volví hacia él, con la barbilla alzada.

—Luther, cuanto tiempo.

Me senté en una mesa libre de la posada, sintiendo la pesada mirada de sus dos dueños en nosotros dos, analizando los posibles destrozos que pudiéramos dejar.

—Nunca el suficiente —Me gruñó—. He oído lo que quieres, lo que necesitas de mí.

Yo reí secamente, rodando los ojos.

—No necesito nada de ti, jefe de los cazadores —Lo corregí—, ambos nos necesitamos si queremos que esta guerra resulte bien para nosotros.

—Lo que pides es imposible. —Su mueca de desagrado hacia mí tensaba mis nervios.

Luther era un hombre que se ajustaba perfectamente al término medio; ni muy joven, ni muy viejo; ni muy alto, ni muy bajo; ni muy feo, pero tampoco muy guapo. Pertenecía a ese grupo de personas que veías una vez y no volvías a mirar nunca más; sin embargo, su posición le había dado prestigio, visibilidad, un nombre y un título.

—Sólo quiero una paz —Volví a intentar—. No pido que dejes de matar brujas, sólo pido que acabes con aquellas que hagan el mal o se salten las normas.

—¿Qué normas? —Me observó temeroso, como si estuviera hechizándolo con mis palabras.

—Las que tú y yo establezcamos.

—¿A tus brujas les parece bien? —Sonrió, conociendo la respuesta a su propia pregunta.

—Les parecerá cuando dejen de morir.

—Tampoco mis cazadores deberán morir. —Advirtió, en tono seco y amenazante.

—Estoy de acuerdo. —Sonreí lobunamente.

—No te entiendo —Sus ojos me estudiaron con esmero—. Muchos opinan que vives en un cuento de hadas.

—Lo importante es lo que opines tú sobre mi propuesta. —Contesté escuetamente.

—Opino que has perdido la cabeza.

—Sé coherente, Luther —Le pedí—, tú y yo no tenemos por qué ser enemigos.

—Nuestras especies están hechas para serlo —Sus venas se tornaron naranjas mientras pronunciaba su discurso—. Lo tuyo con Rhys es la excepción y también una abominación.

La mera mención de su nombre hizo que mi estómago se revolvieran y mi corazón se partiera, pero no me permití mostrarlo. Puse una máscara helada sobre mi rostro y continué. Mi voluntad sería férrea hoy porque había una guerra que ganar.

Entonces, ataqué.

—No sabía que estuvieras interesado en mi vida amorosa. —Le sonreí irónicamente, sin una chispa de diversión.

—No lo estoy —Zanjó mientras bebía de su vaso, yo no había pedido nada porque ni Misha ni Marthos se habían atrevido a acercarse—, como antes he dicho, me parece abominable.

—Las normas serán equitativas —Le aseguré, trayendo de vuelta la seriedad—. Nada de muertes ni para tu bando ni para el mío, a menos que se incumpla alguna regla.

Él titubeó, lo pude notar en su mirada. Luther quería paz tanto como yo la ansiaba, sólo no estaba seguro de que fuera una trampa.

—¿Crees que puede funcionar?

—Sí, pero sólo si ambos cooperamos

Él lo pensó durante unos largos segundos que pasaron como décadas para mí, luego, asintió lentamente con la cabeza. Parte de sus dudas se habían disipado, sólo que yo aún no sabía si para bien o para mal.

Sin pensarlo dos veces, extendí mi mano hacia él, el jefe de los cazadores la observó durante más tiempo del necesario. Echó un último vistazo a mi rostro y exhaló sonoramente para finalizar estrechando su mano con la mía.

—Eres una de las pocas brujas con las que he hablado sin querer arrancar su cabeza con mi cuchillo. —Me informó, yo parpadeé, algo perpleja.

—Bueno, gracias, supongo.

—No hagas que me arrepienta de esto, Reina. —Me escupió, todavía sin verse del todo convencido.

—No lo haré. —Le juré.

Y por esta vez, esa promesa era nada más que la verdad.

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