XLI
LA LEYENDA
Taenya tomó asiento en la sala de reuniones.
En comparación con el día anterior, la jefa de las brujas se veía menos pálida, más sana. Ella, junto con algunas miembros importantes, habían pasado la noche en el castillo de Vesstan, en busca de una tregua que se negociaría a la mañana siguiente.
Sin embargo, el rey oscuro no había podido concebir el sueño, contactando y advirtiendo de ciudad en ciudad por toda la Corte Oscura sobre el inicio de la guerra. Para cuando llegó el alba, el palacio ya estaba replegado de nuevos soldados.
—Silencio. —Gruñó Vesstan, acallando los susurros de la multitud. Sus ojeras parecían arcos enormes bajo sus ojos.
—Mandón. —Gruñó Ryllae por lo bajo.
—Estamos aquí —El rey oscuro fulminó a la imprudente bruja con la mirada— para alcanzar una paz con los clanes de las brujas.
—Sólo negociaré el acuerdo con Rhys y Eila. —Culminó Taenya, mirando tanto al resto de bruja como a los cazadores.
—No negociarás una paz sobre mi corte sin mí. —La contradijo Vesstan.
Ella hizo un gesto de impaciencia.
—Puedo hacer un esfuerzo por la sangre que nos une —Le sonrió falsamente—. Los demás fuera, menos Respen.
La sala se vació en menos de un minuto, entre quejidos y bufidos. Ninguno de los vetados estaba conforme, pero tampoco se atrevieron a contradecir una orden de Taenya.
—No aceptaré el acuerdo si no me cuentas toda la verdad sobre Kiara. —La amenazó Rhys.
Iba a replicar, pero su hermana se adelantó.
—Está bien. —Aceptó ella.
—¿Qué? —Volteé hacia ella bruscamente— Me obligaste a no contárselo y, ¿ahora cambias de opinión sin más?
—Antes, ambos estabais seguros. —Apretó su mandíbula.
—Sólo habla. —Le pidió Rhys a su hermana, sin observarme.
—Debes tomártelo con calma, ¿sí? —Rhys asintió con la cabeza, pero Taenya no le creyó mucho— Eila y tú estáis unidos por una maldición.
Ambos guardaron silencio por unos segundos hasta que Rhys lo llenó de nuevo con fuertes carcajadas. Todos parecieron descolocados ante su reacción.
—Rhys, esto es serio. —Le advirtió Respen.
—¿Serio? —Lo repitió con una furia helada— Os habéis dejado mangonear por las mentiras de Taenya. Nunca cambias, ¿eh?
—Tú ya sabías sobre la maldición —Objetó Taenya—, leíste sobre ella en el libro que Eila te regaló.
—Es un libro y es un cuento, por los dioses. No tiene nada que ver con la vida real.
—Léelo, entonces. —Ordené yo en voz alta.
—Kiara, no creo que...
—Mi nombre es Eila ahora —Me mostré implacable—. Lee el libro, vamos.
Resignado, Rhys salió de la sala en busca de mi regalo.
—No seas dura con él —Me pidió Vesstan—. Cuando leyó hace unos pocos días, vino corriendo a mis aposentos, con lágrimas en los ojos. Yo mismo le dije que era sólo una leyenda.
—Debiste decírmelo —Lo cortó Taenya—. Rhys no debía saber nada de esto, es peligroso.
—Entonces, ¿por qué se lo cuentas ahora? —Cuestionó el rey oscuro.
—Porque el rey de la Corte de las Tinieblas ha escapado —Dejó caer Respen con la mirada perdida en algún punto— y ahora va directo a por ellos dos para cumplir la maldición y robar sus poderes.
Vesstan se frotó las sienes adolorido, como si le costara comprender. En ese instante, Rhys irrumpió en la sala, dejándose caer a mi lado con un ruido sordo.
—La leeré. —Nos informó mientras pasaba las páginas del libro. La que contenía la leyenda se veía más arrugada y maltrecha que las demás, como si hubiera estado dándole mil vueltas.
El cazador se aclaró la voz y empezó:
"Una vez, en la remota existencia, vivía en Rhysterland una pequeña chica llamada Eila Nym. Había nacido en una casa pobre donde faltaba comida y lujos. La madre, consciente de los malos tiempos que iban a pasar, le ofreció su alma a un demonio mayor por medio de un complejo ritual en un día de luna llena.
Después de horas realizando el complicado ritual, el demonio se había reído de ella cuando había visto su figura, vieja y huesuda, la mujer ya no le servía. Sin embargo, su nueva bebé era carne nueva y fresca, pensó el antiguo demonio. Cuando su madre se dio cuenta de lo que planeaba el demonio, trató de echarlo para impedirlo, pero no pudo con él. La bebé ni siquiera se enteró, pero el demonio había encarnado en ella.
Eila Nym creció sana y fuerte, pero astuta y malvada. Las madres alejaban a sus hijos cuando ella pasaba, los curas se persignaban cuando la veían. Todos le temían, pero nadie tomaba medidas en su contra hasta que, un día, el demonio tomó el control en el cuerpo de Eila y trató de matar a su madre en medio de una discusión. Eila lo pudo contener a tiempo, pero ahora estaba asustada de sí misma. Angustiada, Eila decidió tomar medidas.
Una noche a las doce en punto, Eila llamó a la puerta de una iglesia. Con terror en los ojos, la dejaron pasar. Ella podía notar como su piel ardía cuando pisaba aquel lugar sagrado.
—Quiero que saques al demonio. —Le pidió ella, decidida.
El cura se mostró escéptico, pero terminó ayudándola, aunque le temblaran las piernas de pavor, pues la chica se merecía una vida tranquila, había dicho él.
En medio de la oscuridad y las estrellas, ataron a Eila a una cama y después de seis horas de lucha, el cura consiguió sacar al demonio y mandarlo de vuelta al infierno del que provenía.
Pero Eila sabía que algo había cambiado dentro de ella. Quizás, ya no tenía un demonio, pero sus poderes seguían aflorando con fuerza en su interior, tirando de ella, esperando a ser sacados, como una melodiosa música atrayente de la que no puedes escapar. Al principio, no sabía en qué se había convertido, luego, la palabra le llegó rápida como un relámpago. Bruja, la primera de ellas.
La vida de Eila Nym se normalizó, las personas ya no le temían porque había mantenido sus poderes ocultos a los ojos de los demás. Eila, como cualquier otro, se casó con un hombre de buena familia y tuvo hijos. Rhys Aiken era su nombre.
Se acabaron las deudas y las penas para Eila, ¿verdad? No lo creo, no.
Tras años de casados, con sus hijos ya crecidos, el mayor manifestó su poder en frente de Rhys. El temor volvió a rugir en la casa de Eila al tener que contarle la historia a Rhys. Él se mostró comprensivo con ella, calmándola. Pero a la mañana siguiente, cuando Eila despertó, ella ya no se encontraba en su cama.
Su esposo, Rhys Aiken la había vendido a ella y a sus hijos a las autoridades. La habían atado a un palo y la iban a quemar juntos con sus hijos. Eila se desgarró la garganta gritando el nombre de Rhys, pero él jamás vino."
—¿Puedo parar ya? —El Rhys actual lucía desolado, cansado.
—No, sigue. —Le gruñí.
"Así que Eila Nym maldijo a su marido en su lecho de muerte, jurándole venganza.
—Nos in aliis corporibus renascemus, donec fidem et amorem cognoscatis.—Había murmurado la bruja tres veces.
{Reencarnaremos en otros cuerpos hasta que conozcas la lealtad y el amor.}
Así, durante siglos y siglos, Eila Nym y Rhys Aiken revivieron una y otra vez en diferentes cuerpos, con diferentes familias, pero con un mismo destino y propósito ligado."
Sequé un par de lágrimas de mi rostro cuando terminó de leer. Sabía que estaba maldita, pero jamás imaginé que yo misma me hubiera echado la maldición o que fuera por culpa de Rhys.
Entonces, Taenya extendió hacia mí una fotografía. Éramos Rhys y yo hace mucho tiempo, vestidos yo con corsé y él con traje y sombrero vintage. Éramos idénticos, sólo que Rhys tenía los ojos esmeralda intenso ahora y yo el pelo rubio en vez de blanquecino.
—No preguntéis de dónde la han sacado. —Murmuró Taenya.
—¿Nuestro padre lo sabe? —Cuestionó el cazador, tenso.
—Sí, y también mama lo sabía, por eso la maté.
Tapé mis oídos con fuerza, bloqueando la respuesta que soltó Rhys. Estaba harta de escuchar, harta de existir. Mi mente y mi cuerpo no podían más con esto, no hoy.
—Creo que será mejor si tú y yo nos vamos. —Me ofreció Respen, levantándose, pero Taenya lo frenó tomando la manga de su camisa.
—Eila y yo debemos llegar a un acuerdo o los aquelarres se volverán locos hoy.
—Sé que es lo que quieres —Le dije, poniéndome en pie—. Seré la reina que quieres que sea, pero encárgate de que estén de acuerdo con esta alianza. —Señalé a Vesstan, él asintió de acuerdo.
—Oh, ya lo están. —Una sonrisa indescifrable bailó en sus labios.
Contenta con su respuesta afirmativa, abandoné la sala seguida del príncipe heredero.
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Contemplé la oscuridad nocturna recaer sobre la Corte Oscura desde el ventanal de mi cuarto. La nostalgia empañaba mi cuerpo y mente desde que había dejado aquella sala de reuniones. Por fortuna, Respen seguía a mi lado, tumbado sobre mi cama.
—¿Cómo te enteraste de que Taenya era tu pareja? —Le cuestioné sin despegar mi mirada de las nubladas montañas que se extendían al frente.
—Ambos lo supimos desde el primer momento en que nos vimos cuando Wyniel y Elasha nos llevaron con ella.
—¿Sabías que ella te iba a secuestrar? —Procuré no sacar burla acerca de la situación.
—Ni siquiera creí que fuera a aceptar el vínculo —Admitió, mirando el dibujo que yacía en su muñeca—. Cuando la conocí aquel día, parecía querer arrancarse la mano.
—Eso suena a algo que haría Taenya.
Ambos reímos durante unos largos segundos. Pasar tiempo con Respen sonaba así, a risas y a olvidar la multitud de problemas que ambos llevábamos a cuestas sólo por haber nacido con nuestro nombre.
—Ella te contó todo, ¿no es así? —Me senté a su lado.
—Desde el primer momento. —Afirmó él, su rostro cargado de dolor por mí.
—Quién diría que tengo 5503 años.
—Te ves sana para ser tan vieja. —Me picó, pellizcando mi mejilla.
—Me veo mejor que tú.
Nuestras carcajadas fueron interrumpidas por unos golpes en la puerta. Compartimos una mirada antes de hablar.
—Adelante. —Ordené.
La madera se abrió soltando un crujido y reveló a Rhys, que sostenía un plato de sushi entre sus manos.
—Oh, no sabía que Respen estaba aquí. —Murmuró él torpemente.
El príncipe, ligeramente incómodo, se incorporó y pasó por su lado.
—Ya me iba —Me sonrió cálidamente—. Yo también debo cenar y no visualizo a Taenya llevándole la comida a la cama a nadie.
—Ni en mil años. —Le secundó Rhys, intentando sonreírle.
Respen hizo un gesto de despedida y desapareció entre los pasillos del castillo.
El cazador, alerta a cada uno de mis movimientos, se dejó caer sobre mi colcha y extendió el plato hacia mí.
—¿Debería de cerciorarme de que no esté envenenado? —Siseé, sin un rastro de simpatía o cariño por él.
Él lo sobre soltó mis piernas con un suspiro de derrota.
—Sólo come —Pidió sin mirarme—, estás perdiendo peso. Quiero que estés sana.
—Llevas 5503 años matándome —Le escupí—, pero, ¿ahora velas por mi salud?
—Kiara, yo...
—¡Soy Eila! —Bramé.
Tomé varias respiraciones para calmar mis sentidos y tomé una pieza de sushi, en un intento por ignorarlo.
—Perdóname. —Pidió.
—No sé si pueda hacerlo. —Murmuré secamente.
—Por favor —Se hincó en el suelo, de rodillas—, no sé cómo es posible, ¿vale? Eres lo más importante de mi vida desde que te conocí y, seguramente, también lo fuiste en todas mis otras vidas pasadas.
—Pero en todas me mataste.
Él tomó mi mano, su rostro bañado en lágrimas que lo empañaban.
—Juro que se escapa de los parámetros de mi entendimiento —Me apretó la muñeca, angustiado—. Jamás sería mi intención matarte, Eila.
—Casi lo has hecho —Aparté mi cena, esta conversación había revuelto mi estómago y disipado mi apetito—, me vendiste a Elyon Lightcrown y me encerraste en aquella celda en este mismo palacio. No estoy muerta porque no te ha salido bien.
Mis crudas palabras fueron como un disparo directo al centro de su pecho. Retrocedió y todavía de rodillas, tomó una fuerte bocanada de aire.
—No ha sido mi intención —Repitió, golpeando su corazón—. En todo momento, sabía el paradero de Respen por si necesitara sacarlo. También sabía que mi primo no te mataría.
—Sólo han sido casualidades. —Insistí, rehuyendo su mirada, pero él se incorporó y tomó mi mentón con gentileza.
—No lo han sido —Susurró, la desazón bañando sus orbes esmeralda—, siempre he tenido un plan para ti, para nosotros.
—A partir de ahora, no vuelvas a pensar en mí como un plan para manejar a tu antojo —Aparté su mano de mi rostro—, empieza a verme como una persona con decisiones y me pensaré lo del vínculo.
Él asintió, aún más dolido. Luego, partió de mi cuarto sin mirar atrás.
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