VII
LA CASA EN RUINAS
Unos rayos de luz que se colaron por la ventana me hicieron abrir los ojos esa mañana. Para cuando me pude incorporar, me percaté de que Rhys ya estaba despierto y podría jurar que también preparado para salir.
Me dio una mirada rápida y siguió moviéndose por la habitación sin prestarme mucha atención.
—Date prisa, no desayunaremos hoy.
—¿Cómo que no? —Mi tripa protestó en contra de Rhys—, ¿quieres que muera de hambre antes de empezar? No soy un súper mutante poderoso como tú.
Él bufó e ignoró mi insulto deliberadamente.
—No queremos más escándalos con Misha y Marthos.
En ese momento, decidí ponerme en pie para prepararme cuanto antes; sin embargo, antes de entrar al baño, me vi obligada a lanzarle una pregunta.
—¿Por qué sigues viniendo aquí? —Me miró, consternado—. Quiero decir, te tratan mal, te insultan, no te quieren por aquí y tampoco es que este sitio sea una maravilla. ¿Por qué vendrías entonces?
Él suspiró y apoyó su espalda contra la pared, pensativo por mi repentina curiosidad.
—Ellos no han sido así siempre —Afirmó, sin romper el contacto visual—. Antes de que todo se volviera corrupción y hambre, este sitio rebosaba de felicidad. Siempre que yo he necesitado... ayuda, la he encontrado en Misha y Marthos.
Parecía incómodo, como si estuviera revelando una parte secreta de su vida, algo que no quería que el mundo supiera.
—Así que todo empeoró cuando el rey oscuro secuestró a Respen. —Pensé en voz alta.
—Exacto. Nunca dejaría de venir porque no son malos, sólo tienen hambre y no sabes lo que puede hacer la necesidad en una persona. —La seriedad que se asentó en su mirada me provocó un escalofrío.
—Pero se supone que los que no pertenecen a la lista de clase alta deben pagar, ¿no?
—¿Y quién crees que queda dentro de la clase baja que se pueda permitir ese lujo? —Negó, enfadado con el sistema—. Cuando todo iba bien, los ricos eran los que más pagaban, como debía ser. Ahora se explota a pobres que no tienen nada.
—Eso es algo terrible. —Contuve una mueca de dolor. Me estaba arrepintiendo de haber juzgado a Misha y Marthos sin saber el trasfondo de su historia.
—Lo es. Los dueños de este lugar llevan sin recibir una vestela muchísimo tiempo. Están desesperados por tener algo, por mínimo que sea.
Asentí, dando por terminada la conversación. Una sensación de nostalgia y tristeza se había asentado en mí. Cuando mi familia murió, yo tuve que buscarme las mañas para sobrevivir hasta que conseguí recibir la herencia de ambos. Yo entendía perfectamente la desesperación que los estaba carcomiendo y ahora me sentía impotente al no poder ayudar en nada.
Salimos del cuarto en un silencio cómodo, cada uno metido en sus propios pensamientos. Bajé la escalera con total sigilo y así lo hizo también Rhys detrás de mí. Para nuestra fortuna, la entrada estaba despejada pues todo el personal estaría concentrado en los desayunos que se daban en el comedor.
—Despejado. —Susurré dándome la vuelta hacia el cazador, como si estuviéramos en una operación ultra secreta. Él me dio una mirada extrañada y frunció el ceño.
Que poco humor hay en Shianekdom.
En el mismo instante que puse un dedo en la manivela de la puerta para salir, una voz nos llamó desde dentro. Bueno, más bien llamó a mi compañero.
—Rhys. —Era Misha. El aludido se dio la vuelta para encararla, yo me quedé pegada a la puerta, un poco asustada tras el violento encuentro con Marthos ayer.
—No queremos problemas, nos... —Pero Misha lo interrumpió.
—Lo sé, sólo necesito hablar un momento contigo. A solas. —Me lanzó una mirada furtiva.
Sonreí incómoda, pero cuando hice el amago de salir, Rhys me frenó.
—Mejor vayamos a otro lado —Le sugirió a la mujer de mediana edad—, es un peligro para ella salir sola en Shianekdom. Incluso si todavía estamos en la Corte de la Luz.
Su comentario me ofendió, pero cuando fui a replicarle, los dos habían desaparecido por una puertecita junto al mostrador. Como no tenía ni idea de dónde estaban y me daba pánico pensar que Marthos podía aparecer por aquí y encontrarme sola, decidí salir al exterior. Rhys era muy exagerado, no me movería de la puerta ni un milímetro y no me pasaría nada.
El bonito paisaje floral me dio la bienvenida. Maravillada, cerré los ojos al sentir la luz del sol penetrando en mi piel mientras olfateaba el ambiente natural. En mis fosas nasales se quedó un dulce olor a rosas, lavanda, jazmín..., pero seguramente sólo eran olores parecidos a los que yo recordaba, pues la flora y fauna de Shianekdom nada tiene que ver con la humana.
Me dejé llevar por lo que veía. Me acerqué a tocar algunas flores, violáceas, anaranjadas, amarillentas..., mil colores habían visto mis ojos en unos pocos segundos. Sin darme cuenta, había empezado a alejarme de la pequeña posada en donde debía haber esperado a Rhys.
Contemplé el azulado cielo que me acompañaba mientras seguía avanzando por el sendero hecho de piedras, esta mañana se podían observar numerosas aves surcando los confines de punta a punta. Todo en Shianekdom era maravilloso.
Hasta que lo vi. Como una sombra, se metió detrás de un arbusto, sin dejar de observarme entre las ramas. Alerta, traté de reconocer el sitio en el que me hallaba, pero no pude. Ya no veía la posada ni a lo lejos, me había alejado demasiado.
—¿Quién anda ahí? —Pregunté al vacío, como una estúpida a punto de morir en una mala película de miedo.
Como era de esperar, nadie contestó. En puesto de eso, la sombra salió del arbusto con un ágil salto y aterrizó justo frente a mí, arrodillado. Se levantó en un segundo y se dispuso a atacarme con sus filosas uñas. Era un monstruo realmente aterrador, pues no podías distinguir nada en él, sólo un amasijo de masa negra humeante con enormes garras listas para cortarme en pedazos.
Retrocedí a trompicones, no lo suficientemente rápido, pues una de sus garras impactó en mi brazo dejándome un corte sangrante al instante. Gemí, adolorida, y toqué mi herida.
El monstruo no se había conformado con herirme y siguió caminando hacia mí, con menos agilidad por culpa de las rocas que componían el sendero. Aproveché su desventaja y corrí con todas mis fuerzas siguiendo el mismo camino que había tomado antes.
Pero la sombra ya rozaba mis piernas con sus fauces. Se había dispuesto a caminar a cuatro patas para adquirir velocidad.
Muy pronto la tostada cabellera de Rhys se hizo presente. Entonces, el monstruo se incorporó, asustado. El cazador empezó a irradiar luz esmeralda en cuanto me vio junto con la sombra pisando mis talones. Corrió hacia nosotros con una espada de menor tamaño en la mano que también parecía contener parte de su brillo propio. Dio un salto en el aire y se la clavó justo en la cabeza.
Caí al suelo de bruces por el susto. Algunas lágrimas sueltas empañaban mi visión, pero no lo
suficiente como para no ver cómo el monstruo cayó al suelo y se convirtió en polvo al instante.
Rhys limpió su espada en su ropa con una mueca de asco y farfulló algo que no pude entender mientras se la guardaba en la bota que llevaba por zapato. Luego, dirigió su atención a mí y me extendió las manos para ayudarme a levantarme.
—¿Estás bien? —Echó un vistazo a mi sangrado.
—Por supuesto, sólo me acaba de atacar una sombra gigante. —Ironicé, todavía con el corazón en la garganta y un nudo en el estómago que amenazaba con hacerme vomitar.
—Te dije que no salieras de la posada —Me miró con molestia y me hizo avanzar de nuevo por el camino—. Ahora tendremos que encontrar una casa cuanto antes o todos y cada uno de los depredadores vendrán a por nosotros en cuanto huelan tu sangre de humana.
—Perdón por ser demasiado humana para ti. —Contuve la amargura que me corroía los huesos por dentro.
Suspiró, como si le costara hasta respirar.
—Sois una especie muy complicada.
—No pareció importarte mucho el día que salimos.
Habíamos empezado a caminar cada vez más rápido, no sé si por tantas emociones juntas o porque realmente estábamos en peligro si los depredadores me olían.
—Ese día no debió ocurrir.
—Concuerdo. Ojalá no haberte visto nunca. —Aunque él no se atreviera a mirarme, yo clavé mis ojos en él, expulsando toda la ira y odio que había acumulado hacia su persona.
—Ahora estamos pagando las consecuencias de mezclar Shianekdom con humanos como tú.
—Tú no estás pagando nada, yo soy la que va a morir en dos meses.
—No vas a morir. —Hicimos zigzag por el serpenteante camino que se nos abría ante nosotros.
—Esa decisión no está en tus manos. —Creo que nunca había sido tan borde con alguien. Solía ser pura alegría y bromas, pero algo cambiaba en mí cuando se trataba de Rhys Aiken.
—Sí está —Pareció ligeramente molesto—. Nosotros vamos a encontrar a Respen Lightcrown porque yo sé exactamente donde está.
—Lo que tú digas. —Bostecé ruidosamente, ganándome una mala mirada.
Lo ignoré buena parte del camino, era un método infalible para descansar mi mente de las excesivamente orgullosas frases del cazador de brujas. Sin embargo, en determinado momento, cuando el sol estaba en su punto más alto provocándome un sofoco, me vi obligada a hablar con él de nuevo, movida por la curiosidad.
—¿Cómo te hiciste cazador de brujas? —Su espalda se tensó al oír mi pregunta.
—La mayoría de híbridos son cazadores. —Su respuesta me pareció escueta y poco personal.
—Entonces, ¿tú eres un híbrido?
—No.
—¿Un hantex?
—Sí —Se giró hacia mí repentinamente y arrugó la nariz—. Voy a taparte eso —Arrancó un trozo de su camiseta, agarró mi brazo sin delicadeza alguna y vendó el corte con el harapo—. Tu sangre apesta.
Solté mi brazo de su agarre con brusquedad y le dediqué una mirada de pocos amigos.
—Es sangre, por dios —Clamé, rodando los ojos—. ¿A qué huele la tuya, a jazmín?
—Por lo menos no huele a humana.
—Tienes una obsesión con mi especie, háztelo mirar.
—Calla —Su molestia no cabía en su cuerpo—. Ya hemos llegado.
Miré los alrededores pero no vi ninguna casa, como él había dicho antes. ¿A dónde habíamos llegado entonces?
—Aquí no hay nada. —El paisaje había dado paso a un lugar con menos viveza, casi no se veían plantas y las que habían parecían haber muerto por falta de agua. ¿Cómo no me había dado cuenta del brusco cambio que se había producido en el entorno?
—¿Acaso no ves la casa que está justo enfrente nuestro? —La incredulidad teñía su voz.
Miré hacia donde Rhys me señalaba con el dedo y puedo jurar que casi me ahogo. Lo que él llamaba abiertamente "casa" era un conjunto de escombros, las ruinas de lo que alguna vez había podido ser una casa.
—¿Eso? —Mi voz se volvió aguda.
—No seas princesita, no es para tanto. —Volvía a estar molesto.
—Claro, por supuesto, que nos coman las ratas y la infección. ¡El hambre!
Se tiró de los pelos al oírme gritar y avanzó hasta las ruinas más rápido. Luego, tiró la puerta de una patada y se adentró en la oscuridad.
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