IX
LAS CARTAS DE TAENYA
Apenas pude dormir. Me había pasado toda la noche pensando en lo que pasó con el murk, en lo que podría haber pasado si no hubiera tenido ese golpe de suerte. Muerta, casi acabo muerta. Y quizás, habría sido lo mejor, hubiera puesto fin a mi desdicha, a la espantosa misión a la que estaba ligada para encontrar a Respen Lightcrown. Una misión destinada al fracaso.
La luz solar se filtró por el agujero de la puerta, iluminando el lugar en donde me hallaba tirada, el mugriento suelo. Me puse en pie, intentando no mirar la capa de polvo que cubría el sitio en donde había recostado mi cuerpo durante toda la noche. Me di cuenta de que Rhys también estaba despierto y que, tal y como él había dicho, no había ni rastro de mi herida, había desaparecido.
—Buenos días —Saludó él, con una mueca seria, juraría que el chico no sabía cómo se sonreía. No le respondí—. Vaya humor mañanero.
—¿Cuál es el plan para hoy? —Lo ignoré deliberadamente. No estaba para formalidades.
—Entrar a la Corte Oscura y encontrar a Respen. —Simplificó, encogiéndose de hombros.
—¿Puedes ser más claro? —Gruñí. Él suspiró y extendió un mapa frente a mí.
En el papel, estaban representadas las dos cortes de Shianekdom. Me sorprendió ver que la Corte Oscura duplicaba en tamaño a la Corte de la Luz. También, que podía divisar, a modo de pintadas, múltiples círculos en rojo, en algunos puntos clave como montañas o ríos situados en ambas cortes.
—Nosotros estamos aquí —Señaló un punto muy cercano a la frontera—. Debemos cruzar y llegar hasta las cárceles —Su dedo recorrió casi medio terreno en la Corte Oscura—, ahí debe estar nuestro Respen Lightcrown.
—Pero vamos a tardar... —Sentí como empalidecía—, días, varios días.
—Si todo sale bien, sólo días —Su semblante se oscureció—si no, puede que semanas. Dudo mucho que sean sólo días, eso es casi imposible.
—No puede ser —El agobio me comía por dentro, impidiéndome respirar, quemándome insistentemente en la garganta—. ¿Dónde comeremos?, ¿dónde dormiremos?
—Kiara, soy un hantex —Apoyó una mano en mi hombro en un fallido intento de relajarme, pero me aparté rápidamente, como si su mero contacto me quemara. Rhys pareció dolido, más no se pronunció—, estoy capacitado para sobrevivir en la Corte Oscura y también para ayudar a que tu humana existencia lo haga.
—Llevo un día sin comer. —Le eché en cara, malhumorada.
—Y, por eso —Señaló a mi izquierda, yo me giré, famélica—, he comprado algo mientras tú estabas dormida.
Salté, agresiva, hacia la mesa en donde estaba dispuesto mi banquete. Juraría que no había ninguna mesa cuando nos colamos, pero no comenté nada al respecto porque me daba igual. Sólo pensaba en comer.
—Gracias, diosito, por estos manjares. —Casi lloré de emoción.
—Te vas a ahogar. —Protestó, tomando una rebanada de pan. Parecía divertido con mi reacción, es lo más feliz y relajado que lo había visto nunca.
—Me da igual. —Me eché un racimo de uvas a la boca.
La comida en Shianekdom era un verdadero lujo. Cualquier alimento, por más normal o poco apetecible que sea, contenía en su interior una total explosión de sabores que te dejaba sin hambre en cuestión de segundos.
Cautelosa, guardé en el bolsillo de mi andrajosa ropa, dos trocitos de pan, que me vendrían genial para cuando tuviera hambre mañana. O por si no teníamos mucha suerte en la Corte Oscura. Empujé esos pensamientos negativos al interior de mi cabeza, olvidándolos.
—Si tienes vestelas para comprar todo esto —Observé las tostaditas, los racimos de fruta, la gelatina de colores...—, ¿por qué no le pagaste a Misha?
Él se removió, incómodo. Fingió beber de un líquido extraño que no conocía para poder tardar en responder. Pero yo esperé, paciente.
—No tengo vestelas —Admitió, sonrojándose un poco—, en el momento en el que entré en la lista de la clase alta, ya no debo pagar por nada. Por eso, la mayoría no compramos casas, vivimos en posadas o hoteles. No hay suficientes vestelas para todos.
—Entonces, este lugar es incluso peor que el reino humano.
—Ni peor ni mejor —Negó con la cabeza—. Sólo está regido por alguien que muere de tristeza y ha trasladado esa muerte suya a su pueblo. Ahora nos mata de hambre.
—Es injustificable. —No planeaba dar mi brazo a torcer.
—Lo es, nunca he dicho que no lo sea.
—Ganaste los privilegios por entregarme al rey. —No fue una pregunta, era una afirmación.
—Sí.
Ni se molestaba en negarlo, bien.
—¿Qué quería el rey de mí?
—No lo sé —Admitió, aún comiendo tostadas untadas en mermelada, aguacate y huevo—, pero en cuanto Luther le contó que eras una humana con la visión y que estabas de vuelta en el reino humano sin haber olvidado nada, le puso un precio a tu cabeza.
—Por eso, Luther me perseguía aquel día. —Razoné. Todas las piezas del puzzle comenzaban a tener sentido.
—No sólo Luther. —Dejó caer con tono siniestro y misterioso. Siempre dejando información a medias.
—También tus amigos cazadores.
—Mis amigos cazadores, sí, y muchos hantex arruinados también iban a por ti —Él pareció ablandarse cuando vio mi cara de susto—. Kiara, nada de esto es personal. La gente se muere de hambre y si para poder comer, hay que cazarte a ti, lo harán.
—Por la gente te refieres a ti, ¿no? —Los ojos me ardían, me escocían. Yo había depositado mi confianza en él como una tonta mientras que él jugaba con sus compañeros a ver quién me daba caza más rápido.
—A mí y a todos los que alguna vez lo hemos perdido todo. —El nudo en mi garganta se aflojó cuando vi como la pena y la angustia bañaban sus ojos. Pero en una fracción de segundo, volvió a poner su semblante serio, usando otra vez la máscara de frivolidad que llevaba siempre.
—Lo entiendo, pero sigue estando mal.
—Lo sé y lo siento por eso. —Sus esmeraldas orbes me transmitían sinceridad, su disculpa me había llegado. Asentí, pero no respondí. No quería hablar del tema.
En puesto de eso, seguí comiendo las últimas tostaditas que quedaban en el plato. Tomando una de ellas, me percaté del trozo de papel que había bajo mi plato. No podía ser una servilleta, no, era demasiado recio para eso. Intrigada, Aparté disimuladamente mi plato echando un rápido vistazo a Rhys, que seguía concentrado en su exótica bebida.
Moviendo unos cuantos centímetros más la pieza de porcelana, conseguí dar con la respuesta a lo que era. Se trataba de una carta. Sin mirar a Rhys, le di la vuelta para ver de quién era. Con una caligrafía poco cuidada y a borrones, pude leer el nombre de mi compañero.
—Oye, Rhys —Llamé su atención sin despegar mis ojos del sobre—, esto es para ti. Estaba bajo mi plato. Es de Taenya...
No me dejó terminar de leer. Nada más pronunciar su nombre, el hantex arrancó el sobre de mis manos en un gesto brusco. Soltó su copa sin ningún cuidado, salpicando toda la mesa e incluso a mí de aquella bebida azulada y se marchó por el agujero donde debía haber una puerta.
Hastiada, sequé mi salpicada cara con el dorso de mi mano y miré el lugar por donde se había ido. Sentía curiosidad por saber quién podía ser esa tal Taenya y porqué provocaba esa reacción tan agresiva e inminente en el cazador, que siempre se me había mostrado impenetrable.
Suspirando, me guardé más restos de comida en el bolsillo, sólo aquellos que no estaban manchados de la bebida de Rhys. Por su culpa, íbamos a desperdiciar alimentos que podríamos necesitar más adelante. Me negué, no iba a tirar nada sólo por sus ataques sorpresivos de ira. Rabiando, tomé una de las tostadas que estaban bañadas en bebida y me la comí sin pensarlo dos veces. Descubrí que aquel azulado líquido sabía increíblemente bien. Era una mezcla de frutillas del bosque con menta e incluso tenía un leve toque azucarado.
Extasiada, busqué algún resto que hubiera quedado de la copa de Rhys, alguna botella de la que poder llenarme al menos un vaso... Pero fui interrumpida por el sonido de unas pisadas seguido de unas risas.
Me escondí tan rápida como pude detrás de la pared, con el corazón latiendo fuerte y sonoro en mi pecho. El miedo estaba haciendo temblar mis piernas como un flan. Por el sonido, pude deducir que estaban viniendo en mi dirección no una, sino varias personas. Recé porque no fueran hantex, porque no me vieran ni me olieran o para que viniera Rhys y me salvara pronto, antes de morir en manos de un salvaje grupo de cazadores hambrientos.
Sentía que iba a vomitar.
Las pisadas se oían cada vez más y más cerca de donde yo me hallaba. Y es que, en mi momento de nervios, se me había ocurrido ocultarme tras una mugrosa, pestilente y sucia pared, justo al lado del agujero de la puerta. Si ellos entraban aquí, me verían nada más poner un pie en la casa en ruinas. Temblé sólo con ese pensamiento.
Por fin, el ruido cesó y llegó el silencio. Casi sonreí, seguramente los hantex no estaban interesados en una simple humana con la cantidad de especies increíbles que había en Shianekdom. Me calmé inhalando y exhalando varias veces antes de proceder a salir de mi escondrijo.
Sin embargo, la vida no estaba a mi favor. Como si alguien estuviera escuchando dentro de mi propia mente, el primer hantex se asomó y me agarró del cuello. Pataleé sin poder respirar mientras él me elevaba en el aire y me estampaba contra la pared. Apostaría todo mi dinero, que no era mucho, a que me mi cara estaba tan colorada como un tomate por la falta de oxígeno. Y es que si el hombre no paraba, yo iba a morir.
Sus ojos púrpura me saludaban, con una mueca de burla, seguramente hacia mi precaria posición. Así, indefensa y débil, sentí la caricia de la muerte cerca de mí, bailando a mi alrededor. Estaba a punto de desvanecerme cuando...
—Kyrtaar, ya vale. —Era la voz de una mujer, que destilaba rabia.
El mencionado me soltó provocando que cayera de rodillas al suelo. Agarré mi cuello, adolorida, pero contenta de poder respirar por fin. Le dediqué una mirada de puro odio al tal Kyrtaar.
—Kyrtaar, no sabes que es de mala educación estrangular a modo de saludo. —Le espeté con soberbia, mi voz sonó como un chirrido.
No me había percatado de que detrás de Kyrtaar, otras tres figuras más estaban contemplando el espectáculo. Ahora mirándome con semblantes sorprendidos y muecas de asombro.
—Sólo eres una humana estúp- Una chica, la que había lo frenado antes, lo interrumpió con severidad.
—A Rhys no le va a hacer ninguna gracia. —La mera mención del hantex hizo que casi saltara de alegría.
—¿Conocéis a Rhys? —Cuestioné, evitando hacer contacto visual con Kyrtaar.
—Claro, lo estamos buscando. —Respondió el otro chico.
—Soy Syndra —Dijo ella, con su cabello azabache ondeando por la suave brisa que se había formado— y estos son Devdan —Señaló al chico moreno que acababa de hablar—, Naexi —La chica de mechas azules me saludó secamente— y el que te ha estrangulado, Kyrtaar.
Un escalofrío de miedo me recorrió cuando volví a posar mis ojos en el pelirrojo de ojos púrpura que ansiaba matarme.
—¿Sabes dónde está? —La mirada de Devdan recorrió cada podrido lugar de las ruinas en las que nos encontrábamos. Hizo un gesto de asco al terminar.
—Se acaba de ir, pero no sé a dónde.
Ellos compartieron una mirada extrañada entre sí.
—Nos dijo que iba a estar aquí —Señaló Kyrtaar—. ¿Cómo sabemos que no eres una humana mentirosa? —Se acercó a mí, amenazadoramente, yo retrocedí todo lo que la pared me permitió.
—Deja a la chica ya —Gruñó Devdan. Después, de dirigió a mí con expresión afable—. ¿No tienes ni remota idea de su paradero?
—Se fue cuando le dije que tenía una carta de Taenya.
Entonces, el silencio se evaporó y el revuelo tomó el poder en la sala.
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