IV
MALDITA ERES Y MALDITA SERÁS.
Esa noche, bajamos a cenar a la posada. Mi cuerpo lo agradeció ya que llevaba todo el día sin comer y me había quedado sin energía.
—¿Qué quieren para tomar? —Nos preguntó un chico joven, vestido con los mismos trapos que la mujer que acusó de ladrón a Rhys.
—¿Acaso se puede elegir? —Preguntó Rhys, aburrido.
—¡Pues no! —El joven se echó a reír y sólo paró cuando Marthos lo regañó.
—Pon lo que sea. —Le pidió el ojiverde. El chico asintió y salió a la cocina.
El comedor de la posada era... extraño. No tenía demasiados lujos, pero tampoco parecía un lugar informal, no estaba demasiado decorado, pero tampoco tenía pocos detalles. Era un sitio promedio para pertenecer al Reino de la Fantasía. Nada que ver con las ostentosas flores de diversos colores que había podido contemplar horas antes.
El camarero volvió con dos platos y unos cuantos trocitos de pan, los dejó sobre la mesa y se marchó a toda prisa.
—¿Qué es esto? —Pregunté mirando al plato. Sólo había líquido de color amarillo transparente.
—Supongo que es sopa. —Se encogió de hombros y se dispuso a comérsela.
Suspiré pensando en lo poco que llenaría eso mi estómago, pero igualmente me llevé la primera cucharada a la boca.
Sorprendentemente, estaba muy deliciosa. Sabía a zanahoria, pollo e incluso a patatas. ¿Cómo era posible?
—La comida aquí es bastante diferente. —Explicó Rhys al verme confusa.
Yo ni siquiera le respondí, le di un mordisco a un trocito pequeño de pan. Parecía llevar frutos secos y pasas dentro. Los sabores explotaron en mi boca.
Terminé a una velocidad increíble. Ya entendía porqué Rhys se había quedado con hambre aquel día en la cafetería, la comida de aquí no tenía comparación con la del mundo humano.
Al terminar, me retiré rápidamente hacia la habitación que nos habían asignado. Me había quejado horas antes porque no nos quisieron dar habitaciones separadas bajo la excusa de que veníamos juntos.
Haciendo una queja mental tumbada en la cama, me quedé durmiendo por el agotamiento y sólo me volví a despertar a la mañana siguiente, cuando dos personas discutían a gritos.
—¡Siempre haces lo mismo! —Percibí la voz de Misha en el pasillo, justo al salir del cuarto.
—¡Te estoy diciendo la verdad!
Salí de la cama para averiguar qué estaba pasando, pues ya no podría dormir más así que no tenía sentido seguir en la cama.
Andando de puntillas, me coloqué estratégicamente en el marco de la puerta y divisé a una Misha tan cabreada que sus mofletes se veían enrojecidos por la rabia. Frente a ella, estaba Rhys, lanzándole una mirada mortal. Ambos me vieron al instante y se giraron hacia mí.
—¿Qué pasa? —Pregunté yo.
—Tu novio no me quiere pagar, eso pasa.
—Oh, no es mi... —Fui interrumpida con brusquedad por el propio Rhys.
—¡Te he dicho que ya pertenezco a la clase alta! La clase alta no paga, Misha.
—Es que no me lo creo, Rhys, hace dos días vivías en la calle y de la nada eres clase alta, pero no apareces en el registro.
—Se actualizará en dos días. —Le aseguró, con agotamiento.
—Entonces, debes pagarme ahora y cuando aparezcas ahí, vendrás gratis.
—Rhys, sólo págale, debemos irnos. —Intervine con voz afable.
Pero Rhys no hizo caso. Y ese fue su peor error.
La batalla dialéctica se trasladó a la entrada, haciendo que todos los que estaban en la posada en ese instante se enteraran del escándalo.
—O me pagas o vuelves a la lista negra —Amenazó—, son sólo quince vestelas, casi te lo estoy regalando.
Acababa de descubrir la moneda que se usaba en el Reino de la Fantasía, vestelas.
—No las tengo, Misha. —Admitió, derrotado.
La mujer de mediana edad pareció más enfadada que nunca tras oír las palabras del ojiverde. Tensó la mandíbula y se le marcó una vena del cuello. Parecía que iba a explotar.
Di un paso hacia atrás y me moví para esconderme detrás de Rhys cuando Misha agarró un jarrón y se lo lanzó a rodeo.
Las venas verdosas de Rhys reaparecieron bloqueando el ataque de los miles de fragmentos en los que se dividió aquel jarrón. Sin embargo, yo no tuve ninguna defensa ante el ataque y acabé con un corte sangrante en mi brazo.
Todos en la sala se quedaron estupefactos, pero yo no entendí porqué. ¿Nunca habían visto sangre?
Marthos se acercó a mí desde el fondo de la sala. Por lo que tenía entendido era en ayudante de Misha, pero hasta ahora, había quedado fueran de la disputa.
—Eres una... una... —Se alejó de mí, temeroso.
—¿Una bruja? —Completó otra mujer, alejando de mí a su hijo y tapándole los ojos.
—Maldita eres y maldita serás, bruja.
Rhys me miró, luego pasó su mano por el pelo, agobiado. Sus ojos brillaban con la intensidad de una bombilla. Sólo reaccionó cuando la muchedumbre empezó a acercarse a mí, amenazadoramente.
—¡No! —Bramó— No es bruja, es humana.
—¡Mentiroso! ¿Qué esperabais de Rhys, el ladronzuelo? —Le gritaron.
—Sed racionales —Pidió—, si fuera una bruja, todos estaríais muertos. No lleváis protección.
Todas las personas de la sala parecieron pensarlo dos veces, Rhys estaba consiguiendo apaciguarlos.
—Los humanos no pueden entrar aquí.
—Y tampoco tienen la visión, es casi... imposible.
Rhys sacó un papel de su bolsillo que estaba medio arrugado y se lo extendió a Misha. Ahora toda la atención recaía sobre ella y ese misterio mensaje.
—Son órdenes del rey. —Explicó Misha en voz alta, todos parecieron decepcionados ante esa respuesta y siguieron a lo suyo. La entrada se había despejado en menos de un minuto.
—Te dije que... —El discurso ególatra de Rhys fue interrumpido por la propia Misha.
—Podéis iros por esta vez —Sentenció, sombría—. Un carruaje os recogerá en la puerta.
No entendí su actitud hermética repentina tras haber mencionado el palacio. Aunque yo no podía juzgarla porque ni siquiera sabía a dónde nos dirigíamos hasta hace un segundo.
Rhys abandonó la entrada por la puerta de salida y yo lo seguí, dando zancadas grandes para pillarlo. No comprendí porqué tanta prisa hasta que divisé al prometido carruaje aparcado en la puerta. De él, salió un hombre uniformado como un sirviente a la familia real.
—¿Rhys Aiken y Kiara Hayes? —Nos nombró.
—Sí. —Respondió él escuetamente.
El hombre nos indicó que entramos al carro y eso hicimos. Por dentro, los asientos estaban acolchados y era de un color granate hermoso, las puertas se veían doradas y todo estaba decorado al estilo elegante, digno de la realeza. No sabía cómo había conseguido esto Mirtha, pero era increíble.
—Me encanta todo. —Estaba obnubilada. Había estado tan acostumbrada a vivir sin poder permitirme ningún lujo, que estar aquí parecía un sueño, uno del que no quería despertar.
—No es tan increíble cuando sabes que está hecho con dinero robado. —Él no se veía asombrado, más bien parecía aburrido y molesto.
—¿Vuestro rey roba al pueblo?
—Sí —Me miró brevemente para luego dirigir su vista hacia la ventana—, hace unos años era el mejor rey de todos los tiempos, luego la tristeza lo absorbió.
—¿Qué le pasó?
—Tenía enemigos, demasiados incluso para él.
—¿No qué era bueno? —Cuestioné, confusa— ¿Si era tan gentil por qué tendría enemigos?
—Porque aunque el Reino de la Fantasía se componga de especies sobrehumanas que deberían de ser mejores y más hábiles, las ansias de poder siguen corrompiendo este lugar.
—Entonces, ¿qué pasó? —La intriga me estaba carcomiendo.
—El rey consiguió romper la brecha entre pobres y ricos, creando un Estado igualitario. A muchas personas no les convenía eso, por lo que le dieron en donde más le dolía.
—¿Y qué fue? —Me estaba poniendo muy nerviosa.
—Se llevaron a su hijo. —Sus palabras me cayeron como un balde de agua fría. Eso sí que era cruel.
—Que horror —Admití—. ¿Todavía no han encontrado al culpable?
—Es casi imposible rescatarlo —Apoyó su cabeza contra la pared del carruaje y cerró sus ojos—. Ahora déjame descansar.
Bufé. Necesitaba más información para saciar mi curiosidad, pero ya lo pillaría en otro momento. Por ahora, me limité a observar la espesura de los verdosos árboles a través del cristal.
•••
Me pasé gran parte del viaje durmiendo, teniendo muy pocos momentos de lucidez. Sin embargo, estaba despejada cuando divisé el castillo a lo lejos. Me apoyé contra la ventana, deseando contemplar toda la hermosura que poseía este lugar.
Los jardines reales, que estaban ubicados justo antes de entrar, eran increíbles. Todo estaba rodeado de setos que formaban un camino para entrar y a su vez, formaban cuadrados perfectos con flores exóticas y amarillas y esmeraldas en el centro.
Adentrándome en el camino, divisé a lo lejos un puente que debíamos cruzar para llegar hasta la puerta. Por lo visto, el castillo tenía un río alrededor de él.
Un par de guardias nos acompañaron hasta la puerta, que se abrió con un crujido. Era negra, enorme y parecía pesar muchísimo.
—Kiara, preparate para hablar con el rey. —Me susurró Rhys de forma que ninguno de los guardias nos oyeran.
—¿Debería de tener algo en cuenta? —Por un momento, me asusté. El rey podía ser igual de temerario que Luther, el jefe de los cazadores.
—No menciones al príncipe perdido o estarás muerta —Su advertencia mandó una serie de escalofríos a lo largo de mi columna—. Te recomiendo que me dejes hablar a mí.
—Está bien, será lo mejor. —En cualquier otra circunstancia no lo habría dejado ganar ni loca, pero confiaba en su maneje con el rey. Después de todo, antes era ladrón y ahora había salido de la lista negra, ¿no? Para eso se necesita mucha convicción.
Los pasillos se me estaban haciendo eternos, además, todos parecían ser iguales. Estaban repletos de retratos hechos a pinceladas gruesas, lámparas colgantes de cristal, paredes decoradas finamente con detalles en dorado y gruesas alfombras rojas aterciopeladas.
Finalmente, los guardias se pararon frente a una puerta después de bajar como una millonada de escaleras. Con la lengua fuera, apoyé una de mis manos sobre una pared, buscando recuperar energías.
—Espero que hayan bastantes baños —Le susurré a Rhys—, porque si no, cuando tenga que llegar, ya me habría meado encima. —Me gané una mala mirada, ups.
Los soldados abrieron una puerta dorada y nos hicieron pasar.
—Rhys —Uno de ellos lo llamó, ignorándome a propósito—, tu deuda ha sido saldada.
A estas alturas de la vida, ya no me sorprendía estar totalmente pérdida y no entender nada.
—Pronto aparecerás en las listas de la élite y recibirás algunos bienes por tu generosa contribución. —Agregó el otro.
Acto seguido, los guardias hicieron algo que me dejó helada. El de la derecha se acercó a mí y puso unos grilletes alrededor de mis muñecas. Ahora estaba esposada.
—¿Qué hacéis? —Intenté escapar inútilmente— ¡Rhys! —Intenté llamar su atención para que me ayudara; sin embargo, él ya parecía saber lo que iba a ser de mí, lo que deparaba mi destino.
Con lágrimas empañando mi visión, los guardias me encerraron en una pequeña prisión.
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